Vivimos una época de grandes procesos que se entrecruzan, formando una inmensa red que nos atrapa y nos confunde ¿cómo dar con la mirada que nos permita comprender lo que se cuece?
Parece que la confusión, la desesperanza, el conformismo, la desconfianza… se adueña de nosotros. Es como si todo estuviera a punto de caer y nuestra realidad fuese un panorama de polvo y escombros que apenas recuerdan el paisaje seguro de nuestra infancia. Pero yo digo que eso es una apariencia que nos está obligando a reaccionar: si queremos otro paisaje hay que creer en que existe, imaginarlo, diseñarlo y construirlo materialmente.
¿Qué me frena para cambiar la perspectiva?: las resistencias a entrar de nuevo en la inseguridad, en la incertidumbre; el miedo a los riesgos que esa decisión implica; el dolor que puedo causar a los otros al yo creer que mis opciones pueden ser consideradas como una traición a la herencia recibida. Pero la única salida al estado de cosas que antes enumeraba es tomar la decisión de ser una misma, a pesar del dolor, los miedos y el riesgo a correr.
Para empezar hay que llenarse de humildad, reconocer las propias limitaciones, saber que se porta un patrimonio recibido de aquellos que nos antecedieron y confiar en que mi experiencia enriquecerá ese patrimonio.
Reflexión sobre la experiencia
Ahora bien, ese enriquecimiento requiere de mi la aceptación del riesgo: a quedarme sola ante mi misma, a no saber, al comienzo, qué recursos tengo para la búsqueda; a no soportar que de nuevo hay que aprender a dar los primeros pasos y que eso supone equivocaciones, golpes, etc.
Luego vienen las reflexiones sobre la experiencia de esos primeros pasos, la discriminación entre los movimientos que me llevan a reafirmame y aquellos otros que me confunden. Ese aprender a andar por mí misma me despierta los sentidos y potencian la intuición como brújula para seguir andando.
Así, poco a poco crezco, me reafirmo, me ilusiono con la aventura y soy capaz de ponerle nombre a la experiencia. A partir de aquí, cada día con el amanecer encuentro una propuesta para continuar entusiasmada con lo que busco, encuentro nuevas oportunidades, que me surgen o se me sugieren a través de lo cotidiano y de los otros que me acompañan.
Ahora ya no me asusta traicionar el legado cultural que he recibido, porque en ese esfuerzo por ser yo misma honro el esfuerzo de los que han sido mis educadores: mis padres, mis maestros (aquellos que tuvieron relación directa conmigo y aquellos otros que me inspiraron con sus libros, sus obras y sus empresas).
Todos ellos también estuvieron en la tesitura de seguir la inercia o de renovar con sus vidas el andar de la especie humana. Por eso ellos son los que ponen ideas, pensamientos y explicación al saber que siento: ellos soy yo y en mi se confirman. Su caminar ha dado explicaciones al mío y en el lenguaje hemos encontrado el espacio para la unión permanente.
Ahora sé que estoy haciendo lo que debo y que yo también soy, para mis hijos y mis nietos, una luz que les acompaña al comienzo de su camino, allí donde se encuentra la flecha que les indica el sendero hacia sí mismos.
Parece que la confusión, la desesperanza, el conformismo, la desconfianza… se adueña de nosotros. Es como si todo estuviera a punto de caer y nuestra realidad fuese un panorama de polvo y escombros que apenas recuerdan el paisaje seguro de nuestra infancia. Pero yo digo que eso es una apariencia que nos está obligando a reaccionar: si queremos otro paisaje hay que creer en que existe, imaginarlo, diseñarlo y construirlo materialmente.
¿Qué me frena para cambiar la perspectiva?: las resistencias a entrar de nuevo en la inseguridad, en la incertidumbre; el miedo a los riesgos que esa decisión implica; el dolor que puedo causar a los otros al yo creer que mis opciones pueden ser consideradas como una traición a la herencia recibida. Pero la única salida al estado de cosas que antes enumeraba es tomar la decisión de ser una misma, a pesar del dolor, los miedos y el riesgo a correr.
Para empezar hay que llenarse de humildad, reconocer las propias limitaciones, saber que se porta un patrimonio recibido de aquellos que nos antecedieron y confiar en que mi experiencia enriquecerá ese patrimonio.
Reflexión sobre la experiencia
Ahora bien, ese enriquecimiento requiere de mi la aceptación del riesgo: a quedarme sola ante mi misma, a no saber, al comienzo, qué recursos tengo para la búsqueda; a no soportar que de nuevo hay que aprender a dar los primeros pasos y que eso supone equivocaciones, golpes, etc.
Luego vienen las reflexiones sobre la experiencia de esos primeros pasos, la discriminación entre los movimientos que me llevan a reafirmame y aquellos otros que me confunden. Ese aprender a andar por mí misma me despierta los sentidos y potencian la intuición como brújula para seguir andando.
Así, poco a poco crezco, me reafirmo, me ilusiono con la aventura y soy capaz de ponerle nombre a la experiencia. A partir de aquí, cada día con el amanecer encuentro una propuesta para continuar entusiasmada con lo que busco, encuentro nuevas oportunidades, que me surgen o se me sugieren a través de lo cotidiano y de los otros que me acompañan.
Ahora ya no me asusta traicionar el legado cultural que he recibido, porque en ese esfuerzo por ser yo misma honro el esfuerzo de los que han sido mis educadores: mis padres, mis maestros (aquellos que tuvieron relación directa conmigo y aquellos otros que me inspiraron con sus libros, sus obras y sus empresas).
Todos ellos también estuvieron en la tesitura de seguir la inercia o de renovar con sus vidas el andar de la especie humana. Por eso ellos son los que ponen ideas, pensamientos y explicación al saber que siento: ellos soy yo y en mi se confirman. Su caminar ha dado explicaciones al mío y en el lenguaje hemos encontrado el espacio para la unión permanente.
Ahora sé que estoy haciendo lo que debo y que yo también soy, para mis hijos y mis nietos, una luz que les acompaña al comienzo de su camino, allí donde se encuentra la flecha que les indica el sendero hacia sí mismos.
Alicia Montesdeoca
Editado por
Alicia Montesdeoca
Licenciada en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, Alicia Montesdeoca es consultora e investigadora, así como periodista científico. Coeditora de Tendencias21, es responsable asimismo de la sección "La Razón Sensible" de Tendencias21.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850
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