El hombre es demasiado pequeño y la noche es grande y llena de prodigios. Lord Dunsany *
Gozando del amanecer esperado. Fuente: flickr.com
Esperanza, espera, esperar. Todo lo que ponemos en marcha expresa ese sentimiento, esa actitud, esa capacidad humana de confiar en la realización, en la venida de lo que aún no está materializado, en la aparición de lo benévolo, del regalo que surge por sorpresa. En lo que no sabemos cómo se está gestando, en las fuerzas que provocan una gestación que no gobernamos.
Las personas estamos indefensas ante las circunstancias adversas que intuimos como amenazas silenciosas. Pero siempre esperamos que desde algún lugar, en el horizonte de nuestras vidas, emerja una fuerza superior que nos proteja y haga cambiar el signo de los acontecimientos que nos afectan.
La esperanza es el valor humano que se despierta al amanecer de la vida, con los primeros rayos de luz. Confiamos porque nos parece un milagro que surjan, desde la aparente nada, unas criaturas inimaginables (nuestros niños o nuestras obras) que se expresan, que tienen voluntad de ser, poder para hacerse presente, para crecer y moverse, para mostrar identidad, para diferenciarse del resto de criaturas.
La esperanza es así experiencia, nace del conocimiento, de la comprobación íntima de su existencia. Es fruto de la larga andadura humana, de las infinitas circunstancias en las que los acontecimientos parecen señalar el fin de la historia y de improviso surge, de la gestación de la aparente “nada”, la revitalización de las fuerzas creadoras que se pronuncia a favor de continuar.
Hay en ese continuar un secreto guardado: la apariencia oculta la esencia. La vida nunca rompe los vínculos creados, va enlazando, enredando, complejizando una cada vez más densa red que arropa en una, cada vez más compleja síntesis, todas las experiencias que acompañan cada paso humano, transformando esas experiencias en conocimientos y, en cada acumulación crítica de conocimientos en un hito, en un punto de inflexión que da paso a un nuevo salto de la especie, en la escala que asciende hacia la consciencia de lo que somos.
La esperanza es, pues, fruto del vivir, razón que se sostiene porque se construye con ese vivir. No hay vida sino hay espera, confianza en los procesos, cooperación para su emergencia, voluntad de superación, búsqueda de caminos, desarrollo de herramientas y medios que permiten descubrir probabilidades y generar posibilidades.
En el laborar permanente, en busca de nuevas formas de vivir con la que expresar nuestra voluntad de vencer los desafíos, a pesar de las inclemencias de los tiempos invernales (y también gracias a esas inclemencias), obligados a contar con solo nuestros recursos, los humanos, como verdaderos héroes de épicas cotidianas jamás narradas, se entregan a la vida, mostrando esperanzados, siempre, su capacidad indestructible de seguir alentando “más vida y más que vida”.
*Mencionado por Peter Burke (2002) en Historia Social del conocimiento
Alicia Montesdeoca
Editado por
Alicia Montesdeoca
Licenciada en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, Alicia Montesdeoca es consultora e investigadora, así como periodista científico. Coeditora de Tendencias21, es responsable asimismo de la sección "La Razón Sensible" de Tendencias21.
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