CONO SUR: J. R. Elizondo

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EL CINE DE NETFLIX José Rodríguez Elizondo

Este texto, con plataforma en antiguas andanzas como crítico de cine, muestra cómo la trashumancia de los cineastas, las nuevas tecnologías, la internacionalización de las sociedades y el morbo del crimen organizado, cambiaron los contenidos y la ritualidad del espectáculo cinematográfico. En esta línea asoman nuevas tendencias en la industria, un nuevo tipo de filmes y un espectador que oscila entre la desconfianza y la fascinación. Agrego que fue escrito para sacudir, en parte, ese estado de frustración con la realidad real, que nos abruma a los chilenos desde el 18-O.


PUBLICADO EN aNALES DEL iNSTITUTO DE cHILE, 2019
 
 El cine negro norteamericano de los años 30, en su versión gangsters, fue el pilar estético de la cosa nostra made in Hollywood. Sus historias, que tenían como protagonistas a los descendientes de inmigrantes que inauguraron el crimen organizado, fueron narradas y embellecidas gracias al “punto de vista”. El espectador las apreciaba más desde la perspectiva de quienes vivían peligrosamente, como Al Capone, Frank Costello o Lucky Luciano, que desde la mirada de sus víctimas y de la policía, con la relativa excepción de Elliot Ness y sus “intocables”.
Con los años, ese cine llegó a versiones tan sofisticadas como El Padrino, de Francis Ford Coppola (1972), con su gang de inmigrantes italianos arribistas y Érase una vez en America, de Sergio Leone (1984), con sus mafiosos hijos de la diáspora judía. En ambos casos, la ambición autoral desbordó en tan larguísimos metrajes (más de seis horas), que fueron improyectables en versión unitaria. Si una sola película duraba el equivalente a las tres sesiones canónicas, los exhibidores tendrían que haber triplicado el precio de los tickets (obviamente, nadie insinuó reducir sus ganancias).
Previendo el dilema, Ford Coppola se resignó a presentar su obra en tres partes, para no sacrificar metraje. Confió en la memoria adictiva de los espectadores. Leone, por el contrario, siguió el consejo de Federico Fellini según el cual “una emoción no se interrumpe”. Aceptó podar metraje, reduciendo su película de seis a cuatro horas para Europa y a dos horas y media para los Estados Unidos. Por lo mismo, el resultado fue diferenciado. Mientras la versión europea permite apreciar su filme como una obra maestra, la versión norteamericana la reduce al nivel de cualquier película de pistoleros, aunque con música de Ennio Morricone.
SISTEMA PARA UN CINE RENOVADO
Sucede que hoy ni siquiera existe esa mala opción entre dividir y mutilar, impuesta por los exhibidores. En las multisalas con sede en los grandes malls, se proyecta cine de consumo más popcorn y el cine de autor es una rareza casi absoluta. Además, de caerles en suerte un larguísimometraje de calidad, nadie controlaría si son recortados para ajustarlos al formato estándar.  Películas y horarios son tan interadaptables como las piezas de un lego.
¿Significa esto que ya no hay plataforma idónea para los creadores audaces y de largo aliento?
Afortunadamente, siempre hay un chapulín a mano para salir de apuros y, en este caso, el primero fue Netflix y su oferta. Mediante la conjunción de los “culebrones” (teleseries latinoamericanas) con el streaming, abrió un forado en los sistemas de exhibición, independizando los filmes de los horarios y, por añadidura, de las multisalas. Se descubrió, así, un nicho gigante que tolera desde cortos de animación y documentales, hasta filmes y series de cualquier duración y de cualquier procedencia. Como aquí es el abonado quien decide cuanto tiempo dedicar al visionado, el menú del sistema incluye, por ejemplo, las tres partes de El Padrino, para que sean vistas en diferido o en una sola maratón. También estuvo disponible el filme de Leone en su versión europea.
Por cierto, Netflix y sus competidores actuales exhiben más cine-chatarra que de calidad. Pero lo importante es que, por razones de prestigio o lo que sea, indujeron una segmentación benigna en el mercado del entertainment. En su sistema hay nicho tanto para “los clásicos”, que tanto apreciaron los nobles chiflados del cine de autor, como para filmes de buena factura, producidos en abierta competencia con los estudios tradicionales.
 Sobre esa base, el nuevo sistema está realizando el sueño de Gabriel García Márquez: producir “culebrones” de alta calidad técnica, con base en cualquier sociedad nacional. Al efecto, abrió una trocha para productos cinematográficos que, más que horas, requieren días, semanas y hasta meses de visionado. Es lo que se llama “temporadas”, novísimo equivalente audiovisual de lo que, en la viejísima literatura, se conocía como folletines.
Y, como la necesidad crea el órgano, la larga duración de las teleseries del streaming ha llevado a una sorprendente pluralidad directoral. Las “temporadas”, incluso los episodios independientes, hoy pueden tener distintos directores, con lo cual está naciendo el cine de autor colectivo. Para ejemplificar, ahí están Homeland y House of cards, ya incorporadas a la cultura global del plasma.
DEL MUNDO DE VITO CORLEONE…
Por otra parte y de refilón, el nuevo sistema ha redescubierto el alto rating que tenían los filmes de la contrasociedad delictual, con su dotación de hijos mafiosos de inmigrantes. 
Hoy por hoy, algunos de los mejores culebrones netflixianos tienen que ver con la contracultura supranacional del crimen organizado y del terrorismo. Si entre los años 20 y 40 mostraban a los gangsters de ala ancha y acento italiano, que creaban imperios barriales y hasta nacionales, burlando  “la prohibición”, hoy los exhibidos son los  talibanes, los agentes secretos y los políticos  coludidos con los narcotraficantes transnacionales. Por añadidura, el espectador-target es, ahora, de carácter global, por la masificación del turismo y porque los grandes desplazamientos humanos, que se sintetizan en las migraciones, han aportado una mayor receptividad hacia los mundos transfronterizos.
Impresiona la cantidad de teleseries que exploran esa veta. La notable Fauda, producción israelí, es de un realismo brutal respecto a la guerra subterránea entre los agentes secretos del Mossad y de Hamas. Otras tienen como referente la vida, pasión y muerte del capo colombiano Pablo Escobar. Entre estas destaca La Reina del Sur –primera temporada- por su perfecto ensamblaje del culebrón caribeño con la calidad técnico-actoral que demanda el streaming.  En sus 63 episodios muestra la contrasociedad del narcotráfico organizado, con escenarios en altos y bajos fondos de México, Marruecos, España y Colombia. Como en el caso de El Padrino, la raíz de la proeza es literaria. Está en la novela homónima del español Arturo Pérez-Reverte, quien suele aplicar lo aprendido en los grandes folletines del pasado.
La puesta en cine de la novela, producida por Telemundo, muestra a “buenos” que son malos y a “malos” que son pésimos. En ese reparto amoral, la reina metafórica es Teresa Mendoza (a) “la mexicana”, niña abusada en su infancia, cambista callejera en su juventud y pareja de un traficante que resultó ser agente de la DEA. Tras el asesinato de éste, dispuesto por el capo del cartel de Sinaloa, ella inicia una carrera delictual hacia la venganza. Un coro de “guaruras” o guardaespaldas -la fuerza de represión de esa sociedad subterránea- completa el frondoso reparto.
… AL MUNDO DE LA NO FICCIÓN
Inevitablemente, aquello induce identificaciones confusas. Con certeza, el abonado de Netflix solidarizará en más de una secuencia con los narcotraficantes “buenos” de la Reina del Sur. No quiere que la policía descubra los cargamentos que transportan. Agréguese que la confusión tiene un fuerte anclaje en la realidad misma. Por ejemplo, cuando el narcotraficante de ficción -capo del cartel de Sinaloa- postula a la Presidencia de México, comienza por asesinar a su rival. Es un episodio que reproduce, fielmente, el asesinato de Luis Donaldo Colossio, el “destapado” del PRI en 1994. Además, la actriz Kate del Castillo -“la reina” de la ficción- terminó proyectando su personaje a la realidad, cuando entró en cariñosa relación con “el mero mero”, como dicen los mexicanos. Es decir, con Joaquín “el Chapo” Guzmán, capo de carne y hueso del cartel de Sinaloa.
Es que, como en el blanco y negro del viejo cine, la fórmula sigue siendo la de homologar, subliminalmente, los códigos de la sociedad establecida con los de la contrasociedad transnacional. Y, como en el teatro de Bertolt Brecht, tanto homologar termina produciendo efectos sociales y políticos confusos.
Habría que investigar, por tanto, si la homologación confusa seguirá siendo lo que era, o si producirá impactos de nuevo tipo, con base en la globalización y las nuevas tecnologías. La interrogante ya está planteada respecto a los inmigrantes y a los conflictos valóricos, ideológicos, económicos  y políticos que ha traído su masividad. Pero, además, está llegando al meollo mismo de los sistemas políticos con plataforma democrática. 
Es lo que está sucediendo en Brasil, tras las dos temporadas de El mecanismo. Una teleserie de audacia sorprendente, en cuanto muestra una “versión libre” de la colusión de gobernantes, parlamentarios, empresarios y tecnólogos de la delincuencia organizada, en el marco de la operación Lava Jato. El hecho de que se estrenara poco antes del juicio que llevó a la cárcel al ex presidente Lula da Silva, fue denunciada por algunos como una estrategia de marketing. De hecho, hubo partidarios de Lula que llegaron a pedir a los suscriptores de Netflix que cancelaran su cuenta, como protesta.
CONCLUYENDO
Por lo visto, hay un nuevo cine, de buena factura, que muestra la fraternidad subterránea que une a Don Corleone con el Presidente norteamericano Frank Underwood, de House of Cards. Esto, con el añadido de que algunos gobernantes de la vida real se esmeran en actualizar las semejanzas.
Es cierto que no cabe exigir corrección política o ideológica a obras que califican como cine legítimo. Es una vieja discusión que hoy luce superada. Pero ello no impide sospechar que, éticamente hablando, están al margen del objetivo onusiano de “fomentar entre las naciones relaciones de amistad”.
De ahí que, si los inmigrantes italianos del siglo pasado no lo pasaban bien cuando se los identificaba con los gangsters de Al Capone, algo similar está sucediendo con los inmigrantes árabes o “hispanos”, vistos al trasluz de los filmes sobre narcos y terroristas islámicos. En muchos espectadores éstos dejan un sedimento de desconfianza hacia todo extranjero “geográficamente incorrecto”.
Por todo lo señalado, el cine vía streaming es una ventana de oportunidad para los viejos cineaficionados. Bienvenido sea. Pero, en paralelo y aunque se asimile en solitario, parte de él tiene un impacto social y político discriminatorio, al margen de la voluntad de sus autores actores, técnicos y distribuidores.
Es un fenómeno que requiere atención pues, por lo que vemos en la vida real, hay políticos dispuestos a interpretar, chauvinista y xenofóbicamente, las malandanzas que los personajes extranjeros escenifican desde las pantallas.

José Rodríguez Elizondo
Miércoles, 8 de Enero 2020



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Editado por
José Rodríguez Elizondo
Ardiel Martinez
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.





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