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 Debajo del pruno, que estaba en el jardín, tenía su casita, escondida en medio de las raíces, una pequeña y tímida oruga. Cada día, cuando salía el sol, y cuando todos los que vivían alrededor de aquel lugar se despertaban, con los trinos de los madrugadores pájaros, nuestra amiga asomaba su cabecita por un pequeño orificio hecho en la tierra y tapado con las hojas que del árbol se iban cayendo, unas hojas que alfombraban de rojo el suelo.
 
Nuestra amiga oruga, cada vez que se asomaba a la puertita de su casa descubría asombrada alguna cosa nueva que le hacía pensar que el mundo exterior era inmenso, y que estaba lleno de maravillas: le sorprendía los colores de las flores, las gotas de rocío que se acumulaban en las superficies de las hojas, los diferentes trinos de los pájaros, la laboriosidad de las hormigas.
 
 

Carmen María (9 años).
Carmen María (9 años).

En fin, todo lo que su vista podía alcanzar a ver le atraía, le entusiasmaba, y le hacía pensar que había mucho más que ella no podría conocer nunca porque era pequeña y estaba pegada al suelo, pues su cuerpo sólo lo podía levantar unos centímetros cuando se apoyaba en sus patas traseras.
 
Celia, que así le llamaban sus amigas, sentía en su interior una gran inquietud, un fuerte cosquilleo, una impaciencia porque su vida fuera diferente. ¡Cuánto le gustaría a ella ser un pájaro! Por eso, la oruguita, a pesar de vivir en un lugar tan especial, y tener una casa tan acogedora, muchas veces tenía ganas de llorar porque no podía acercarse a las flores para sentir la suavidad de sus pétalos o percibir de cerca su aroma, y otras, deseaba ser una hoja seca para que el viento la arrastrase y poder así viajar a lugares lejanos.
 
Así se sentía nuestra amiga, hasta que un buen día decidió que ya no iba a lamentarse más: se preparó un pequeño hatillo con algo de comida y decidió salir a conocer el mundo. Abrió la puerta de su casa  y dirigió sus pasos hacia el campo que parecía llamarle.
 
Pero la verdad es que de pronto se paró en seco, la voz de su abuela le resonó en su cabecita: ¿a dónde vas tan deprisa?, oyó que le decía la voz familiar. Aquella pregunta le hizo recordar a Celia lo que un día le había dicho su abuela: “Cuándo vayas a emprender un camino no lo hagas a la ligera, no elijas el primero que se te ocurra, tómate un tiempo para pensar qué es lo que quieres, qué es lo que buscas”.

Carmen María (9 años).
Carmen María (9 años).

Así que se volvió para atrás y se metió en su pequeña casita a planear mejor su aventura. Sintió frío, un frío muy intenso, pensó que no era normal, así que se acercó al arcón donde guardaba todo lo que había heredado de sus abuelas y encontró un enorme y hermoso chal blanco que sus antepasadas habían tejido con un bello hilo de seda. ¡Qué calentita estaba! También se sentía muy segura dentro de aquel precioso abrigo. Así que gozando de las sensaciones que le producía, se puso a pensar mejor su proyecto y se quedó dormida sin darse cuenta.
 
Cuando se despertó sintió una necesidad irrefrenable de estirarse. ¿Tanto tiempo había estado dormida? Sacó su cabecita de entre los pliegues del chal y vio que estaba amaneciendo. Poco a poco se fue liberando de la envoltura blanca y pudo salir completamente al exterior.

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Una extraña sensación le recorría su cuerpo, algo pasaba. De pronto sintió que al estirarse unos largos y flacos pies surgieron por arte de magia desde su cuerpo que ya no era verde.   ¿Qué me sucede? Se preguntó con sorpresa por lo que veía y sentía. Su cuerpo había cambiado, se había transformado y no lo reconocía. Al mirarse en el agua del charco, que había dejado el rocío en la puerta de su casita, dio un fuerte grito, de sus costados salían, además, unas enormes alas multicolores que se movían sin parar.
 
 ¿Qué había pasado?
 
Durante el sueño, Celia se había transformado en una mariposa, como las que ella veía desde la ventanita de su hogar. No era un pájaro, como alguna vez deseó, sino una hermosísima mariposa. Pensó que la transformación que había experimentado era una realidad mejor que la que ella  había soñado. Sus alas eran de colores, de los colores de las flores del jardín donde estaba su pruno, y como era una soñadora incansable imaginó que se había convertido en una flor que volaba.
 
 
FIN

Fuente: pxhere.com
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 La vieja subía la cuesta agarrándose las faldas para no tropezar. Su pecho cansado por aquella caminata respiraba agitadamente, bajo el sol del medio día.
 
Aquella mañana había decidido preparar, en un cesto de mimbre, su pequeño almuerzo e írselo a tomar a la sombra de su amiga la Encina. Desde que amaneció la idea le estaba rondando la cabeza, hacía días que sentía que ella,  también, la llamaba a su lado.
 
La enorme presencia de Kaerquez, así llamaban los antiguos celtas a los árboles de su especie, remataba el sendero que conducía hasta el valle detrás de su casa. María contemplaba a su amiga cada mañana cuando a la salida del sol abría las ventanas, para que el aire fresco renovara el ambiente de su hogar y le trajera los olores y los sonidos del campo.
 
La amistad entre las dos se remontaba a la época en que ella contrajo matrimonio con Miguel, y juntos se fueron a vivir a aquella casa heredada de sus suegros. Allí habían nacido todos sus hijos, y allí ella se quedó después de que Miguel partiera para el otro mundo y que los hijos de ambos se fueran a vivir a la ciudad con sus familias. A pesar de que todos se habían ido, jamás se sintió sola, allí estaba la Encina para acompañarla, tal como hizo siempre en cada uno de los momentos de su vida.
 
Esta poderosa compañera había sido la consejera de su larga existencia, a ella le había contado todos sus secretos y le había hecho partícipe de todos sus sentimientos. Nunca la defraudó, siempre tuvo una reflexión que hacerle, un consejo que darle, una enseñanza que transmitirle. Porque, su amiga, la Encina Centenaria, poseía toda la sabiduría que los seres humanos habían acumulado a través de la historia, y que no eran capaces de recordar. Pero su humildad le hacía repetir, con mucha frecuencia, “yo sólo soy una de las guardianas de la experiencia en La Tierra. Si los hombres y las mujeres me preguntaran, yo les podría transmitir tanto, tanto como sé. Ese es uno de los requisitos para adquirir el conocimiento guardado, el otro es que se acerquen hasta aquí, a mí la Madre Naturaleza me impide desplazarme”... Recordando todo esto, María llegó hasta los pies del gran árbol, se descargó el cesto de la comida y puso sus arrugadas manos sobre la piel, también arrugada, de su amiga.
 
 ¡Hola compañera! Le dijo.
 
La antigua Encina pareció estremecerse con este contacto, y con el sonido de aquella voz tan conocida y, a pesar de su naturaleza vegetal, supo transmitirle, a la mujer que así se le comunicaba, la vibración de su leñoso corazón.
 
¡Cuánto has tardado! Pensé que ya no volvería a sentirte. Fue su respuesta.
 
María sonrió ante lo que le pareció una protesta, y a continuación añadió:
 
Mis pies ya no son lo que eran, están muy pesados para andar. A veces pienso que se están pareciendo a tus raíces, que buscan el corazón de la tierra. Y como había hecho siempre, se sentó entre dos de sus enormes tentáculos, que parecían salir del interior del mundo para abrazarla. A continuación, apoyó su espalda y su blanca cabeza en su fiel amiga, cerró los ojos y sintió que una gran ternura invadía su corazón humano. Así, ambas, la Antigua Encina y la Vieja Mujer se reencontraron, el hermoso lazo que vincula a todo lo que existe en el Universo les sirvió de abrazo.
 
Respetando este momento tan sublime que viven las dos, nosotras, las abuelas, nos retiramos por hoy en silencio. Más tarde volveremos a recoger las enseñanzas que la Vieja Encina nos quiere transmitir, con el compromiso de que éstas lleguen a vosotros, nuestros nietos.
 
 
 
 
FIN
 
 


Alicia Montesdeoca Rivero

Viernes, 6 de Abril 2018

Segunda parte


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El día siguiente, al de la aventura con el hada revoltosa, era domingo, Jorge tenía previsto hacer una visita a su abuela. Se levantó más temprano que nunca, una idea le rondaba la cabeza: mi abuela sí que recordará algo de las hadas, y yo voy a pedirle que me cuente lo que sabe de ellas. Así pues, después de desayunar, se dirigió a su casa a la que llegó cuando la abuela regresaba de su paseo matutino.
 
Apenas se sentaron en el cuarto de estar, delante de una infusión calentita, la abuela lo miró sonriendo. Parece que te preocupa algo, le dijo. Creo, además, que no has venido solamente a verme. Cuéntame que es lo que te pasa hoy.
 
Jorge agradeció, en aquel instante, que su abuela fuera tan directa, que no esperase a que él pensase la forma de cómo encarar el tema. De esta manera comenzó el relato de lo sucedido el día anterior, cuando sin saber de qué forma su cuarto se transformó en un lugar desordenado, y le hablaron, por primera vez, de la existencia de las hadas.
 
La abuela no pareció extrañarse por lo que le contaba. Sólo suspiró y dijo: por fin, por fin vuelvo a oír hablar a alguien sobre las hadas. Éste es un hermoso momento que me llena de ilusión y esperanza. Quiere decir que han vuelto, que quieren entrar en contacto de nuevo con los seres humanos. Has tenido el privilegio, dijo con humor, de que una de ellas te pusiera “patas arriba” tu pequeñito y ordenado mundo.
 
Entonces Jorge empezó a soltar, de un golpe, todas las preguntas que vino haciéndose en el camino, entre su casa y la de su abuela. ¿Quiénes son las hadas? ¿Cómo son? ¿Cómo las puedo conocer?... Para, para, le dijo su abuela, hay que ir despacio para que no cojas una indigestión, con tanta información como demandas.
 
La historia de las hadas, comenzó su abuela, se pierde en los orígenes de los tiempos. No se sabe en qué momento surgieron, pero sí se sabe que están estrechamente ligadas a los seres humanos por innumerables e invisibles cordones de oro, los cuales atraviesan todos los mundos que existen, uniéndose así sus destinos al destino de nosotros, los habitantes del planeta Tierra.
 

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 ¿Para qué y por qué existe este vínculo? Preguntó Jorge. Las hadas son la estela que va dejando, por el camino, el espíritu del niño cuando se está acercando al hogar de sus padres para ser engendrado. En esa estela se deposita, como polvillo de hada, la memoria del ser que va a tomar un cuerpo físico. Junto a su memoria, también se queda impregnado su carácter, su alegría, su humor... todo lo que es su personalidad. Con todo ese polvillo de hada se forma el Mundo de las Hadas. Así, que ya te puedes imaginar la cantidad de tipos de hadas que existen. Todas ellas guardan la memoria perdida de todos los humanos que han vivido, y que viven, en este planeta.
 
¿Y cuándo se vuelve a recuperar esa memoria? Cuando regresemos, de nuevo, a través de esa estela, a nuestro antiguo hogar que está en las estrellas. La esencia espiritual se recupera de la misma manera a cómo reacciona el imán cuando se le acerca un objeto metálico, lo que tú eres atrae por afinidad lo que tú ya fuiste.
 
Jorge se quedó un rato pensativo, pero continuó con las preguntas. ¿Cómo sabes tú todo eso? ¿No te lo estarás inventando? No, le contestó su abuela, tras una carcajada que parecía indicar su comprensión por el esfuerzo que tenía que hacer su nieto para admitir aquella increíble historia, las abuelas no inventamos nada, respondió, sólo transmitimos lo que nos cuentan las hadas. Las abuelas somos la última generación que estuvo en contacto con ellas, y por eso nos han encargado traer sus mensajes que están cifrados en los cuentos.  Ellas dicen que las abuelas somos como las viejas encinas, que estamos al borde de los caminos de la vida para servir de sombra a todos los nietos del mundo, y, cuando ellos se sientan a nuestro lado, les contamos, poco a poco, los secretos de la vida  que hemos podido descifrar.
 

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Después de un silencio en que la abuela parecía encontrarse en otro lugar, continuó diciendo, los cuentos de hadas son la fórmula escogida para que los humanos no pierdan la memoria de lo que son: seres luminosos que han escogido una forma física para vivir experiencias humanas, y trabajar por la expansión de la consciencia, en todas las dimensiones del Ser. Esta fórmula estimula los juegos y los sueños con lo invisible.
 
¿Y esas historias que cuentan las hadas de dónde las toman? Todas las que conocemos, y las que están por conocerse, están escritas en unos viejos y polvorientos legajos guardados en los archivos arcanos del Universo. A esos archivos sólo se puede acceder con la intuición y con la imaginación.
 
En la actualidad, son pocos los que hablan de ellos porque la intuición y la imaginación han sido despreciadas, durante mucho tiempo, como formas de conocimiento. Por eso, cuando tú has venido y me has contado lo que te sucedió, he sentido una gran alegría, algo importante ha acontecido en algún lugar, para que, de nuevo, se haya abierto la senda que conduce al encuentro de nuestro mundo con el Mundo de las Hadas.
 
¿Y cómo se entra en contacto con el mundo de las hadas y con las hadas? Hay muchas, muchas maneras de hacerlo, sin darnos cuenta ya se produce, pero como no le damos ese valor nos pasan desapercibidas. Te voy a hacer una pequeña lista, verás cómo descubres lo hermoso que es el sistema que han ideado.
 

pxhere.com
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Ese contacto que buscas, puede darse al aspirar el olor de las flores; al contemplar el color de las alas de las mariposas; cuando nos deleitamos con los sonidos del agua al caer entre las rocas en el valle, con las sinfonías de los pájaros al amanecer o con el canto de los grillos en las noches de verano. También, cuando gozas con la brisa marina que te acaricia el rostro, o con el movimiento de las hojas de los árboles cuando las acaricia el viento..., todas las acciones de la naturaleza están inspiradas por el espíritu de las hadas, es su juego para mantener alerta el espíritu humano. Entonces, cuando éste percibe el mensaje que le viene del otro lado, lo traduce en emoción. Emoción que nosotros sentimos en nuestro pecho, y que nos lleva en ocasiones hasta las lágrimas.
 
Por lo que me cuentas que te ha sucedido, parece que pronto las historias que narren los seres humanos volverán a tener final feliz, porque se recuperará la esperanza en el futuro. Al  recobrarse la ilusión, viviremos contentos y felices para siempre, en este mundo tan maravilloso que es el planeta Tierra. Las hadas saben que existe esa fuerza creadora en nosotros, conocen muy bien las potencias del alma humana, concluyó la abuela de Jorge.
 

FIN  
 
 
 


Alicia Montesdeoca Rivero

Jueves, 15 de Marzo 2018

Primera parte


El jardín de las hadas (all-fre-phtos.com)
El jardín de las hadas (all-fre-phtos.com)
En un hermoso jardín, de un país llamado Ilusión, vivía feliz una pequeña hada. Adda, que así se llamaba nuestra amiga, estaba siempre muy alegre en su mundo maravilloso, lleno de sensaciones placenteras.
 
Como cada mañana, al despertar y abrir sus redondos ojos, una linda sonrisa iluminó su preciosa cara. Saltó de la cama, sin pensarlo ni un instante, y se confundió con aquel mundo lleno de colores, sonidos de pájaros, dulces sabores, brisas que envuelven y acarician su cuerpo de hadita: ese era su desayuno de cada día.
 
Una vez que se sitió preparada para comenzar la jornada, se dirigió, con sus compañeras, a la escuela que las hadas tienen en su mundo, el cual, para que nos situemos, está a la derecha de cualquier camino que emprendamos los humanos, justo al lado de la vieja encina que está plantada en el borde del sendero, la cual guarda, con mucho celo, los secretos de la vida que las hadas le han confiado.
 
En la escuela, Adda aprendió a conocer el mundo de los niños, donde las hadas son las inspiradoras de lo mágico, de los más hermosos sueños, tal como le decía su maestra, una anciana hada de cabellos blancos y semblante sereno, que desprendía una gran sabiduría, esperanza y amor. Addita sabía que ella sería así también cuando fuese mayor... pero para eso aún quedaba muuucho, mucho tiempo.
 
Las hadas son las que alientan el espíritu de la infancia humana, decía su maestra, y, continuaba diciendo, mientras existan las hadas los niños y las niñas sabrán jugar; una infancia sin la presencia de las hadas podría hacer perder el espíritu en los adultos. Las hadas permiten que la magia siga alentando la esperanza en el devenir de los seres humanos.
 
La hada Addita, que es muy inquieta, apenas le faltó tiempo para levantar su mano y pedir la palabra a su maestra, su pregunta resonó en el silencio expectante de la clase: ¿Pero dónde están los niños? ¿Por qué no vamos a conocerlos y a acompañarlos durante su infancia? La maestra la miró con ternura, y con gran tristeza le dijo: ya no se acuerdan que existimos. Siempre que ellos nos llamaban allí estábamos. Los adultos de hoy se han olvidado de cuando eran niños, ya no sueñan con lo imposible, ya no alimentan sus espíritus imaginando mundos sutiles. Piensan que ser felices es tener cosas, muchas cosas, cuántas más mejor.
 
Por eso, porque no nutren su imaginación, no recurren a la memoria para atraer los mundos invisibles, no les hablan a los niños de ellos para que aprendan a vernos, nos oigan, jueguen con nosotras al escondite, saboreen el néctar de las flores que las hadas cuidamos. A los niños así tratados, todo les parece igual y se cansan pronto de lo que tienen, siempre están buscando nuevas sensaciones, pidiendo nuevos regalos y golosinas, buscan algo que no se halla en esas cosas.
 
 

Addita (pixabay.com)
Addita (pixabay.com)
Aquella noche Addita no pudo dormir pensando en lo que habría que hacer para volver a estar en el mundo de los humanos, para volver a inspirar la infancia de los niños, para que todos, niños y mayores, volvieran a jugar, cantar, contar cuentos, reír, mirarse a los ojos, hablar de lo que sentían, tocarse con cariño... Al levantarse, su rostro estaba muy serio, pero en sus ojos había una brillante chispa de determinación.
 
Como la hada Addita es una hada muy revoltosa, aquella mañana consiguió poner al pacífico mundo de las hadas alborotado. Iba de un lado para otro, llamando a todas las puertas, hablando con todas sus compañeras, había que hacer algo, y ella proponía el qué: los niños harán volver a las hadas que se han ido porque nadie las llama, no hay que esperar más!”... ¿Cómo?, le preguntaban todas, si los humanos no recuerdan. “Las hadas han de ir en su busca”, respondía. Esa era su brillante idea.
 
Tanto, tanto insistió que, al atardecer de ese día, ya había conseguido que todas las hadas estuvieran reunidas debatiendo los pros y los contras de semejante proyecto. Era de noche cuando tomó la palabra la anciana maestra de nuestra amiga Addita, sus palabras emocionaron a toda la asamblea: muy bien, pese a que los seres humanos no nos llaman, el mundo de los niños no se puede quedar sin nuestra presencia, por lo tanto, el Reino de las Hadas ha decidido que va a ayudar a despertar a los humanos, esto iba a suponer un gran esfuerzo, pero si no se hacía los niños perderían su sonrisa, había que evitarlo urgentemente.
 
Ahora bien, continuo la venerable anciana, como esta decisión que hemos tomado ha sido impulsada por la hada Addita, será ella la que primero vaya como nuestra mensajera, para ello recibirá una pequeña ayuda. Consultados nuestros archivos, prosiguió, hemos encontrado a una familia cuyos adultos tienen, aún, algunos recuerdos, con ellos ha de empezar a trabajar.
 
Addita puso cara de sorpresa, esto no se lo esperaba, menuda tarea me había caído, pensó, pero no se acobardó. Según lo que sabía, el cometido de las hadas era ayudar a los humanos a sentir, a comprender el verdadero significado de la palabra felicidad. Así pues, con estos sencillos conocimientos, se despidió de sus compañeras y se fue hacia el lugar señalado, en busca del primer niño que iba a conocer, y tras apuntar en una de sus alas la dirección que le habían dado.
 
 

(pxhere.com)
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Pronto descubrió, en un lugar de las afuera de una ciudad, una casa que destacaba entre todas porque en su jardín había una vieja encina. Esa debe ser, sin dudas la que yo busco, se dijo para sí, y revoloteó un rato alrededor de ella para conocer a las flores, a los pájaros y a los insectos que poblaban los exteriores de aquel hogar que le habían recomendado. La impresión que le causó todo lo que vio  fue buena, y reforzó la decisión de entrar en contacto con el niño de aquella familia.
 
Se asomó a una de las ventanas del piso alto. Allí había un niño que se entretenía pulsando botones de colores de unos artefactos que ella desconocía. Nunca le habían hablado de aquellos objetos que aquel niño tenía y que le hacían estar, silencioso y concentrado, ante una pantalla en la que se movían formas planas.
 
Aquellos objetos, que tanta atención requerían del niño, tenían distintos tamaños: uno era grande y estaba colocado sobre una mesa, y otro era pequeño y lo sostenía en sus manos.
 
Addita continuó observando un rato. En las pequeñas pantallas sucedían cosas: se movían personajes que parecían humanos, pero que no se podían tocar, ni oler; que contaban historias que no vivían; que les sucedían múltiples cosas a la vez: lloraban, reían, cantaban, discutían o narraban sucesos tratando de explicar una  realidad incomprensible para ella.
 
De pronto, se abrió la puerta y apareció la madre del niño. Ésta echó una mirada a la ordenada habitación, miró también al niño delante de su pantalla, y, sin decir nada, salió cerrando tras de sí la puerta.
 
Addita no entendía nada. Aquello no se lo esperaba. ¿Cómo iba a hacer su trabajo si no tenía la posibilidad de contactar con el niño, el cual estaba tan absorto con aquello que no podía ser un juguete.
 
Porque los juguetes, según ella sabía, permitían entender el lenguaje con el que hablan las hadas y los niños. Así que algo desanimada, con las alas caídas, se volvió a la escuela a contarle a su maestra la experiencia que había vivido aquel día.
 
Su maestra parecía esperarla. Con mucho amor le invitó a hablar. Adda sólo supo decir: no sé como podré despertarle; no sé como lograr que entre en contacto con el mundo de las hadas.
 
La anciana hada le respondió, como solía hacer en los momentos solemnes, con una frase que conmovía los cimientos de la memoria ancestral: para despertar hay que dormir; para dormir hay que tener el cuerpo cansado y para estar cansado hay que jugar... Has de entrar en su sueño.
 

(pixnio.com)
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Addita se fue dándole vueltas y más vuelta a lo que le dijera su maestra, pero, ¿cómo entrar en sus sueños si apenas los tiene, y cuando los tiene están ocupados por lo que sale de aquellas máquinas? Tiene que jugar, tiene que jugar... se repetía una y otra vez... ¿Pero dónde están los juguetes?... Y Addita decidió revolverlo todo hasta encontrarlos.
 
Abrió el armario, tiró al suelo los jerséis, los pantalones, todo lo que colgaba. Vació sus cajones. Lo mismo hizo con la cómoda, la mesilla de noche, el baúl, las estanterías de los libros... todo fue al suelo. Mientras tanto, Jorge (así se llamaba el niño), seguía delante de la pantalla, sin darse cuenta de que su ordenado mundo estaba patas arriba.
 
En ese preciso momento regresó la madre al cuarto y dio un grito de sorpresa, ante el panorama que se extendía delante de sus ojos. Fue así como Jorge cayó en la cuenta de que en su dormitorio había pasado algo muy gordo: mientras él estaba entretenido con su ordenador alguien lo había revuelto todo. Su madre, extrañada, lo mira y le pregunta por lo que había pasado ¿quién ha hecho esto? Yo no he sido, le contesta él, a punto de llorar, sin comprender nada.
 
En el rostro de la madre se dibuja una sonrisa, algo rosa parece revolotear y desprenderse de su memoria infantil, y en voz alta se pregunta ¿habrá sido una hada?
 
¿Una hada? ¿Qué es una hada? La madre con la mirada perdida en imágenes del pasado le responde, apenas sin voz: mi abuela me contaba lo que su abuela sabía sobre unos seres luminosos y juguetones que nos acompañan en nuestros juegos cuando somos niños, para que al hacernos mayores no nos olvidemos de la belleza de lo que somos, y sepamos ser felices con ella. A lo mejor se te ha colado en tu habitación una hada revoltosa que trata de llamar tu atención.
 
La madre se fue y Jorge empezó a buscar, debajo de toda aquella montaña de cosas a la posible hada. En este buscar, el desorden era cada vez mayor y, sin embargo, la hada no aparecía por ningún sitio. Así que decide ir ordenando a ver si, de esta manera, encuentra aquel ser extraño que le ha hecho semejante “perrería”.
 
La hada no apareció, pero Jorge encontró muchos objetos de su niñez que tenía olvidados: un boliche de cristal, cuyo interior era de muchos colores; una peonza de madera pintada de azul que su abuelita le había regalado hacía tiempo; también el trompo con música que le dio su tío Pedro en uno de sus cumpleaños y el disfraz de payazo que le hizo su tía Juana, para una de las fiestas de su colegio; así como, una cajita pequeña donde guardaba las postales de los viajes que sus padres habían realizado, antes de que él naciera.
 
Muchas cosas aparecieron, y, con ellas, los recuerdos de aquellos acontecimientos  a los que estaban vinculadas y los sentimientos que le produjeron esas vivencias. Colocó todo encima del sillón del dormitorio... mañana las quería volver a mirar... Ahora, después de tanto trabajar, y de tantas emociones, estaba muy cansado y se iba a dormir.
 
Antes de cerrar los ojos se decía bajito: hay algo que no veo pero que está. ¿Cómo lograré encontrarme con eso?... Cuando Jorge se durmió, una sonrisa iluminaba su rostro y un rayo de La Luna, que penetraba por la ventana de su habitación, caía sobre su carita.
 
En ese momento Addita vio que entre la sonrisa del niño y el rayo de luna se abría una ventana a través de la cual se penetraba en los sueños del niño... así descubrió la manera de encontrarse con su espíritu y hablarle, tal como le había indicado su maestra. Por fin se  restablecían las relaciones con los humanos.
 
Desde ese instante, Jorge empezó a conocer el mundo de las hadas y sirvió de puente entre las dos realidades... pero esas serán historias que contaremos en otra ocasión.


FIN


Querido Samuel, te voy a contar lo que hacemos las abuelas cuando sus nietos duermen


weheartit.com
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 Cuando todos los nietos de este Sistema Solar cierran sus ojitos, y sus cuerpos quedan quietecitos en sus camitas, las abuelas los visitan en sus cuartos para verlos dormir. Así, las abuelas descubren, que a pesar de que los niños están dormidos, sus espíritus revolotean, aún, por la habitación. Entonces ellas los sacan de paseo.
 
Todas las noches, la abuela Alicia se pone su traje azul, lleno de estrellas brillantes, y, también, entra en tu habitación para darte las buenas noches. Tú y Ada estáis dormidos, entonces, la abuela les toma de las manos y los lleva de paseo a visitar el cielo, a ver las estrellas de cerca.
 
Pasean entre todas ellas, y la abuela les enseña el nombre de algunas constelaciones, para que, cuando sean mayores y miren al cielo de noche, recuerden que por allí han paseado. Ellos, algún día, cuando también sean abuelo y abuela, llevarán de paseo a sus nietos.

Cada día, después de este paseo, van a visitar a una amiga que la abuela tiene en el planeta Venus, esa amiga se llama María. María tiene cuatro nietecitos, y también los lleva de paseo a contemplar las estrellas. Después, todos los niños y las dos abuelas, se dirigen a La Luna, donde se reúnen con todos los demás niñas y niños de la  Vía Láctea y con sus abuelas.
 
En La Luna, las abuelas tienen un jardín. En ese jardín hay una linda casita, con una gran chimenea en un gran salón. Mientras unas abuelas hacen una sopa muy rica, otras cantan canciones, y algunas cuentan hermosos cuentos que hacen que los niños se sientan muy felices. De esta manera consiguen que el sueño de los niños sea poco a poco más profundo, hasta que de nuevo salga el Sol.
 
Cuando al día siguiente se despiertan, unos niños piensan que han soñado, otros preguntan por la abuela, y algunos no recuerdan nada, pero en sus hermosos corazones crece, cada noche, una linda flor del jardín de las abuelas, se sentirán alegres como unas campanillas y pedirán, constantemente, que les cuenten un cuento y que les canten canciones.
 
Son las formas que los niños tienen de recordar los paseos, que con las abuelas hacen por el Cielo, mientras duermen.
 
FIN


Alicia Montesdeoca Rivero

Domingo, 11 de Febrero 2018

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Editado por
Alicia Montesdeoca Rivero
Eduardo Martínez de la Fe
Licenciada en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, Alicia Montesdeoca Rivero es consultora e investigadora, así como periodista científico. Coeditora de Tendencias21, es responsable asimismo de la sección "La Razón Sensible" de Tendencias21. Este blog está dedicado a sus creaciones literarias.



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