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Apoteosis del deseo en “La Celestina” de Ricardo Iniesta

La compañía andaluza de teatro Atalaya vuelve a contar con la espléndida actriz Carmen Gallardo


La Celestina, de Fernando Rojas –obra imprescindible de las letras universales- adquiere una nueva dimensión en manos de la compañía Atalaya, bajo la dirección de Ricardo Iniesta. Después de largos años de recorrido por separado, Iniesta y Gallardo, fundadores de la compañía sevillana, vuelven a colaborar juntos en una de las mejores propuestas de las últimas temporadas. Por gärt.




Momento de la representación. Fuente: Teatro Alhambra de Granada.
Momento de la representación. Fuente: Teatro Alhambra de Granada.
A partir del deseo como motor primario de la acción dramática, la compañía Atalaya borda una Celestina en la que cada mínimo detalle ha sido cuidado hasta componer una sinfonía pletórica, donde el resultado final estalla en los sentidos del invitado como un misterioso manjar que inundara la experiencia gastronómica de inéditas fragancias, sabores, texturas y evocaciones.

El minucioso trabajo de investigación y creación de Ricardo Iniesta‎ y sus cómplices es ubicable exclusivamente en el sentido más riguroso del teatro. La furiosa sensualidad de nuestra Celestina sólo puede ser interpretada y entendida cuando los tiempos lo permiten y los intérpretes lo consiguen.

El deseo es el impulso de todo este portento inclasificable que es la Tragicomedia de Calixto y Melibea‎. Los distintos personajes de este coro vagamente trágico, se lanzan enajenados al abismo de sus pasiones, bajo la implacable voracidad de sus deseos y debilidades.

Ahora bien, si el deseo puede ser fuente de vida para unos, también lo es de frustraciones y desgracias para otros. En muchas ocasiones la consecución del deseo es equiparable a cruzar el umbral del infortunio.

Bajo estas premisas, Fernando de Rojas establece varios niveles de deseo en esta obra que es hija de cumbres literarias como el Libro de Buen Amor‎, y madre, abuela y bisabuela de tantas cumbres de la literatura.

Aunque pudieran diferenciarse por la extracción social de los personajes, los niveles del deseo son siempre básicos. El deseo de Calixto es marcadamente erótico. La desmesura de su enamoramiento le lleva a traspasar con sus efusiones la delicada línea de lo herético - vigente hasta tiempos no lejanos-, dejando bien sentada la inmadurez de ese enamoramiento.

En este sentido, La Celestina es un claro precedente de Romeo y Julieta, un par de perejiles obnubilados por su propia virginidad, que, en cuarenta y ocho horas, van de la nada a la nada pasando por el todo. Recordemos, para aquellos que aún crean que esta tragedia shakespeariana trata del amor, que Romeo estaba enamorado de Rosalinda dos días antes de quitarse la vida por Julieta. Otra cosa bien diferente es que alguien pudiera o no demostrar que Shakespeare hubiera tenido a mano una buena traducción de la Tragicomedia de Fernando de Rojas.

El segundo plano del deseo es el que incumbe a la propia Celestina y a los criados de Calixto. Un deseo puramente material. Tanto el personaje que da nombre a la obra de Rojas -alcahueta, trotaconventos, suripanta jubilada, meretriz emérita, recomponedora de virgos, madama, casamentera y, puta vieja, a fin de cuentas- como los criados Sempronio y Pármeno, buscan beneficios de otro orden a la codicia galante de Calixto.

Pero ojo, hay que distinguir entre el deseo impregnado de autoafirmación que impone el noble señor, y la necesidad de los criados. Mientras aquél codicia a la bella Melibea, precisamente por ser la más bella, éstos buscan embolsarse unos buenos cuartos con los que garantizar el pan y darse algún que otro homenaje.

Celestina -al igual que los letrados- exige una provisión de fondos para ejecutar su antiguo oficio -más sabe el diablo por viejo que por diablo, que dirían los viejos diablos-, un oficio peligroso pero también especulativo, ya que ninguna alcahueta hubiera convencido a doncella alguna de desear a quien antes no deseaba.

Melibea rechaza inicialmente los requiebros de Calixto porque no hubiera estado bien visto eso de sucumbir a primeras de cambio. En ese sentido no estoy muy seguro de que, en esta farsa de la seducción y el galanteo, hayan cambiado sustancialmente las cosas.

Al verse satisfechos, al menos en parte, los deseos de los personajes principales, la tragedia ha de esperar a que el desenlace dé un paso más. Yo diría incluso que, en ese orden de planteamientos, la propia obra de Rojas no responde al perfil cabalmente trágico. Tal vez por ese motivo, el insigne letrado toledano adelantó el calificativo de "Tragicomedia" en la segunda edición de 1502.

La tragedia se establece cuando el sujeto se encuentra frente a un destino ineludible o, mejor aún, cuando el personaje conductor ansía aquello que no puede alcanzar. En el caso de La Celestina, el orden de los factores altera el significado moral del producto.

El conflicto trágico se da de forma sutil en la persona de Calixto, donde se confrontan el aún cercano sensualismo islámico y el orden represivo del cristianismo: Calixto es presa de un irrefrenable deseo erótico y el consiguiente sentimiento de culpa. Pero –y esto sí que es innovador- para sorpresa y escándalo de la tradicional crítica literaria encabezada por el siempre pacato Menéndez Pelayo, en esta ocasión es don Carnal el que ganará la batalla a doña Cuaresma.

En una encrucijada histórica donde este invento llamado España andaba ya configurándose como el azote de infieles, libertinos, fornicarios y sodomitas, de los quinientos años venideros, el bachiller Fernando de Rojas, hijo de judíos conversos y propietario de una apreciable biblioteca, construye una obra descaradamente dionisíaca, donde el impulso carnal mueve los actos que marcan el destino de la humanidad. Esa pulsión erótica invierte aquí -como bien dice Juan Goytisolo- la jerarquía de valores, donde el amor carnal hace presa de los señores, mientras las prostitutas Elicia y Areusa, exigen a sus amantes el cumplimiento de los rituales de cortejo.

La Tragicomedia de la Celestina fue y sigue siendo una obra vanguardista, no sólo por su morfología rompedora, sino también por hacer de la trasgresión una obra de arte.

Atalaya

Aunque estemos hablando de una de las compañías -tal vez junto al Teatre Lliure - mejor tratadas de este país, el largo recorrido de Atalaya no ha sido siempre un camino de rosas. Ricardo Iniesta ha tenido sus más y sus menos, tanto con la crítica y el público como consigo mismo.

En el arte de pasar por un director coherente con sus orígenes en el "Tercer Teatro" como discípulo de Eugenio Barba y sus mágicos montajes de las Comedias Imposibles de García Lorca y Divinas Palabras de Valle-Inclán, no se ha librado de caer en contradicciones, tanto en el concepto de determinadas propuestas, como en la elección del repertorio. El mercado obliga más que los principios.

Aun así, y pese a más de un privilegio por parte del establishment, Atalaya no ha bajado la guardia en cuanto a la acertada tarea de investigación y búsqueda de una expresividad marca de la casa. Hubiera sido fácil caer en la tentación de dormirse en los laureles arropados por un palmarés que no cabe en un rollo de papel higiénico. Afortunadamente siempre habrá un sueño por realizar y mucho trabajo por hacer.

Ahí está el regreso de Carmen Gallardo al grupo que fundó hace casi treinta años. El retorno de Gallardo dará mucho que hablar, sobre todo si el proyecto de Madre Coraje, de Bertold Brecht se materializa en la próxima temporada. Su magisterio ya se deja ver entre el resto de los actores.

Y se percibe precisamente en que Carmen no se hace notar como una estrella arrolladora, sino justamente en lo contrario. La Celestina de Carmen Gallardo es una tarea actoral de tal magnitud que ni siquiera necesita ser defendida. Esta alcahueta de Atalaya es un engranaje más en la precisa maquinaria de la más coral de todas sus producciones.

Si tan solo se tratara de la interpretación vocal de los actores, redactar esta parte de la reseña carecería de sentido. Sin embargo, el resultado final de "Celestina, La tragicomedia" responde a un compendio de aciertos que serían de copiosa enumeración.

Por citar algunos, personalmente me quedaría con la fantástica coreografía gestual, el concepto escénico de elementos móviles, la precisión del complejo diseño de luces, la propia dramaturgia de Iniesta, las gamas de vestuarios en los que se trocaban la sencillez de la vestimenta en las clases altas con el barroquismo de los harapos del malevaje, una increíble inserción de músicas que epataban con el coro trágico del arranque y deliraban con una pincelada a lo Tom Waits, y, sobre todo, un pletórico ensamblaje de cada uno de los matices hasta lograr instantes de verdadera efervescencia teatral.

Digamos, para definir lo que sólo puede entenderse por medio de la experiencia, que el enorme trabajo de Atalaya no tiene cabida más allá del teatro, porque más allá del teatro no hay Atalaya y más allá de Atalaya son muchos los llamados pero pocos los elegidos.

Referencia:

Obra: Celestina, la Tragicomedia
Versión, adaptación y dirección: Ricardo Iniesta.
Compañía: Atalaya.
Representaciones: Días 10 y 11 de mayo de 2013 en el Teatro Alhambra de Granada.


Miércoles, 15 de Mayo 2013
gärt
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