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"Cabeza verde sobre fondo rojo": Una poética del recorrido

El poeta cordobés Guillermo Cano Rojas publica en la Colección Once de la editorial Amargord


En el trazo de la poética que el poeta cordobés Guillermo Cano Rojas traza en su libro “Cabeza verde sobre fondo rojo” (Amargord, 2014) hay un deseo de partir y de describir la fascinación que la luz ejerce sobre el recorrido. Pero la propia obra acaba mostrando que el sentido del camino no se cierra en sí, en cuanto poemario. Deja la puerta entreabierta para mostrar un espacio que ha de acoger a las edades que quedan por venir; y los poemas que quedan por escribir y leer. Por Pablo Aros Legrand.




“Esa es la verdad. No hay otra. La duda, la duda es escribir. Por tanto, es el escritor, también. Y con el escritor todo el mundo escribe. Siempre se ha sabido”. Marguerite Duras.

La carrera abre el sendero. La apuesta no es el premio: ¡es la escritura! Escribir el cuerpo; escribir la ruta, la mirada y el deseo. Escribir un fondo y un sujeto que mira. ¡El río no se detiene! Tampoco la cazadora.

Atalanta en la carrera; Atalanta junto a esa manzana que será su perdición. Pero ella no lo sabe; ella se ha mirado en el brillo que ha cruzado la estampida.

Escribir es esa maravilla: la de la manzana deteniendo por un instante la carrera. Pero no es una detención: es un fluir dentro del juego. La manzana rueda, pero lo hace desde la carrera. Ella no sabe por qué ni para qué, pero allí está.
La manzana es el trazo que se cuela. La manzana es el secreto revelado a Hipómenes. El secreto que le dará el triunfo y el goce. La manzana abre; la manzana cruza.

Si es escritura, la manzana lo es en movimiento, en lance y en trampa. La manzana abre un destello: su ser de oro. La manzana abre un encanto: la mirada de Atalanta. La mirada crea un espacio: su rodar dentro de la agitación de la carrera.

Así también lo hace el trazo. El trazo de la poética del poeta cordobés Guillermo Cano Rojas en su libro Cabeza verde sobre fondo rojo (Colección Once, Amargord, 2014). Hay una apuesta. Un deseo de partir. Figuras que cruzan el salón en forma de emigrantes y de sabios que transportan la luz. La manzana es a la cabeza, lo que la carrera es al fondo rojo.

El trazo es en el poemario la necesidad de movimiento; el ansia de ruta. Un trayecto que se vale de distintas paradas; de distintos impulsos para dar cuenta del cambio, de la renovación y de la carrera.

Esa escritura es también la de la esfinge: un secreto; un cuerpo que se reclama. La esfinge que oculta una verdad. Una certeza que guarda entre palabras. La esfinge se acerca a los cuerpos proponiendo ser asida; ser capturada. Lleva un acertijo que exige la vida, incluso la propia.

¿Cómo se llega a esa verdad? ¡A través del cuerpo! Si fue el rapto de un cuerpo joven a manos de Layo, ahora, Tebas completa debe ofrecer el suyo. El cuerpo de la ciudad es lo que aparecerá. Lo que será ofrendado en la carrera por la verdad. Los cuerpos quedarán desperdigados, a pesar de todo: de la esposa y el reinado; de los panegíricos de Creonte y de su falta de tino.

¿Quién escribe? ¿Bajo qué conceptos? Escribe el cuerpo. El cuerpo de Edipo que, escapando del crimen, llega a la verdad que le robará pronto los ojos. Pero eso, él no lo sabe. Ni lo sabe tampoco Atalanta, seducida por el brillo de la manzana.

Un poemario de ruta en dos apartados

Ya sea recurriendo a la imagen de la esfinge o la de Atalanta, Cabeza verde sobre fondo rojo se presenta como un poemario de ruta. Frente a ella, el autor despliega voces que se mueven entre la duda y la denuncia; entre el sigilo y el asombro. Y no es extraño que la obra de Cano Rojas se muestre como una “Odisea”.

Para Foucault, lo importante para un lector de lo “literario” es “aprender el movimiento, el frágil proceso por el cual un discurso no literario, subestimado, olvidado tan pronto como se produce, ingresa en el campo de lo literario”.

Ese movimiento es en Cabeza verde sobre fondo rojo un cúmulo de imágenes que tienen que ver con la elevación, las alas, la luz y por supuesto, el viaje. La obra describe la fascinación que la luz ejerce sobre el recorrido: “la insolación de un cuerpo a causa de ideas poderosas”. La luz será una guía que se derramará, que provocará y que creará “la lógica del viento”.

El poemario se encuentra dividido en dos apartados: el de Cabeza Verde y luego, Fondo Rojo. En el primero se observa una sentencia: la del viajero. ¡Es preciso emprender la marcha! De lo contrario, solo llegará la muerte y la podredumbre. Quizá por eso resuenen con tanto rigor en la obra las acciones de volar o recorrer, pero también las de medir, ya que nada debe dejarse al azar.

La marcha supone enfrentarse a miedos y a caminos torcidos. Frente a ellos, la luz aparecerá como una estampida: abrirá, esclarecerá y disipará. Ella llevará a la voz que dibujo el recorrido a buenos puertos. Además, llamará a otros maestros que, como el propio autor, han emprendido su propia odisea poética: Whitman o Nicanor Parra: “creo en ti, en la bondad invulnerable del mundo”.

Estos bardos acuden quizá para enseñarle al poeta cómo trazar el poema a partir de la luz. Sin embargo, vuelven las preguntas, siempre tan necesarias cuando nos ponemos en marcha: ¿Qué es la poesía? ¿Quién es el poeta que comanda toda esta hazaña?

Voz poética como cronista

La respuesta palmaria es que solo el recorrido es lo que cuenta. Recorrido como el de Atalanta en su carrera o el de la Esfinge, guardiana de un secreto.

Si el navegante se detiene en esta empresa, perderá su carrera y llegará la tiniebla: la de los pensamientos, la de la quietud y la de la podredumbre. Y es que esta ruta se constituye a su vez en un paisaje: el de cabeza verde sobre fondo rojo: “tomados en brazos los temores, (…) un insomnio al pie de un árbol/ la íntima felicidad menor”. El acto de poetizar es el acto del dinamismo: la luz que entra y que empapa; los meandros del cuerpo y de las olas.

Se recoge entonces una lección bastante clara del primer apartado del poemario: “la belleza no es suficiente/incluso en ese momento en el que la luz/ trata a las cosas como iguales, y la noche se va pensando sola”.

En la segunda parte del poemario (Fondo Rojo), el poeta es consciente de que ya ha iniciado un camino. Ha arribado a puertos y la luz ha sido la guía. Ahora quizá, venga el momento de hacer cuentas y resumir las visiones: “hemos visto a un ángel vengador”.

En este apartado segundo, la voz poética también se plantea un regreso: ¿hacia dónde?; ¿hasta cuándo?: “el regreso no contiene perfume: solo transparencia”. Quizá, sea preciso volver a crear en la quimera, y moverse. Pero se sabe ya que “la novedad carece de juicio”.

El tiempo se va y con ello, la luz: ¿Qué hacer entonces? ¿Quizá sea tiempo de cerrar puertas y aguardar? La respuesta es cambiar de viaje. Hacer la ruta hacia adentro: hacia el cuerpo y la ciudad.

La voz poética se hace cronista. Abre los ojos y habla de los que se van: “Lucía lleva fuera tres años. / No volverá al arraigo”. La crónica se transforma en queja. Un levantamiento para unir la voz a la de otros, que como él, también han iniciado una marcha. Ahora no hay que soñar. Es preciso: ¡hacer!: “quizá ya no cuenta ser nube”.

Y es en este momento en el que la escritura de Guillermo Cano se hace una: una con el cuerpo de su escritura y una con el recorrido que ella nos enseña. En palabras de Barthes, “la escritura (…) realiza al lenguaje en su totalidad. La escritura impone la confluencia de la totalidad de los códigos”.

En medio de otros, y entre todas las imágenes que registra, la voz poética se pregunta: “¿quién es en realidad toda esta gente”?, la gente que camina sin rumbos y levemente y la respuesta es contundente: “ellos, neocuadrados”.

Ellos son un conjunto que se amalgama y que pierde con ello, las fronteras de la identidad. Su voz y su oficio será entonces el de atestiguar el paso del tiempo. Hablará de los cambios y del movimiento de las formas. Llamará como único remedio, al bramido de la roca; a lo primigenio, el peso insondable de la naturaleza: “las cosas cambian; experiencia son grados”.

Toda la ruta emprendida en este poemario podría resumirse con el siguiente verso: “hay un intervalo de tiempo entre el naufragio y la isla”. El poemario de Cano Rojas es el de un paseo cargado de preguntas que aparecen entre el vuelo y la ruta: “Ayer, el esmero por certezas innecesarias. /Hoy, ¿qué otra cosa podría querer?

La moraleja es clara: en el recorrido se ha aprendido que la elección es también un acto creador, un acto que da forma a lo principal de cualquier derrotero: la libertad: “es más humilde el asunto/aunque tiemble como por primera vez”.

Y esa libertad, el viajero la aplica en lo concreto, pues “solo entra lo que hiere”, pero también sobre el recuerdo y la historia personal: “tinta. / El tiempo es tinta que se diluye”.

Asimismo, la libertad aparece como una visión de sí, de la propia voz que el poeta ha ido creando a lo largo de su ruta: “aún no queda bien/que digas que ya no eres joven/Algunos poemas tendrán que esperar”.

Por lo tanto, el sentido de camino emprendido en Cabeza verde sobre fondo rojo no se cierra en sí en cuanto poemario. La puerta queda entreabierta para mostrar un espacio que ha de acoger a las edades que quedan por venir y los poemas que quedan por leer y escribir. Queda entreabierta para enseñarle a Atalanta que hay más carreras en las que se pueden encontrar manzanas doradas; más carreras para intentar descifrar el secreto que encierra la esfinge.

Referencias bibliográficas:

Barthes, Roland. El susurro del lenguaje. Barcelona: Paidós (1994).
Duras, Marguerite. Escribir. Barcelona: Tusquets (2000).
Foucault, Michel. El yo minimalista y otras conversaciones. Buenos Aires: La Marca (2003).
Foucault, Michel. El pensamiento de afuera. Valencia: Pre-Textos. (2004)


Miércoles, 17 de Septiembre 2014
Pablo Aros Legrand
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