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Condenados a la pena capital escriben “Haikus en el corredor de la muerte”

Debemos su traducción, publicada por Hiperión en 2014, a Elena Gallego y Seiko Ota


“Haikus en el corredor de la muerte” (titulado en su versión original japonesa “Ikuukan no haiku tachi”, que literalmente significa “Haikus escritos en un espacio distinto”) recoge haikus de condenados a la pena capital en Japón. El libro apareció en España en 2014 en el sello madrileño Hiperión y debemos su edición y traducción a Elena Gallego y Seiko Ota. Por Javier Gil Martín.




Japón es uno de los muchos, demasiados, países donde sigue vigente la pena de muerte. Además, se mantiene un método bastante primitivo, como es la ejecución por ahorcamiento (koosyukei), y el condenado no sabe el día en que será ajusticiado hasta que este llega, por lo que, literalmente, puede pasar años, incluso décadas, en el corredor de la muerte esperando ese fatídico día. La estancia media es de entre cinco y siete años, pero en algunos casos ha llegado a superar los 40 años.
 
Muchos de los reos nos han legado haikus escritos durante esa tensa espera. El haiku es una forma estrófica brevísima que desde el modernismo se ha ido haciendo un hueco en la tradición poética de nuestra lengua, aunque mayoritariamente cogiendo de esta la forma métrica, no su contenido espiritual, clave para entender su significado y alcance en su Japón natal.
 
Allí está estrechamente ligada a la mística y a la práctica del budismo (como el tiro con arco o la ceremonia del té), siendo en su mayoría los haijin (maestros del haiku) monjes budistas. En palabras de la poeta Chantal Maillard, “el haiku es mucho más que un modo de expresión; es, ante todo, una forma de mirar, una forma de estar y, por tanto, un modo de vida”.
 
Esta práctica está emparentada con el jisei no ku (poema de despedida), del que podemos encontrar una buena muestra en el libro de Yoel Hoffmann Poemas japoneses a la muerte (que tradujo al castellano Eduardo Moga y publicó en 2000 la extinta y añorada DVD Ediciones).
 
La diferencia entre el tradicional jisei no ku, escrito en el umbral entre la vida y la muerte, y estos haikus del corredor de la muerte es que estos condenados no se encuentran en su agonía; como decíamos, pueden pasar años esperando, así que su propia vida, su día a día, se convierte en ese umbral entre ambos mundos en una especie de agonía psicológica perpetua.

Testamento del espíritu
 
De todo ello da cuenta Haikus en el corredor de la muerte (titulado en su versión original japonesa Ikuukan no haiku tachi, que literalmente significa “Haikus escritos en un espacio distinto”), que recoge haikus de condenados a la pena capital en Japón con algunas notas explicativas de las circunstancias en las que se dio la escritura de estos pequeños poemas y aclaraciones de algunos términos difícilmente traducibles a nuestra lengua.
 
El libro apareció en España en 2014 en el sello madrileño Hiperión y debemos su edición y traducción a Elena Gallego y Seiko Ota, aunque el original japonés se remonta a 1999 y lo sacó la editorial Kaiyosha, de Imazu.
 
En el epílogo, sus traductoras nos cuentan que “el haiku es un tipo de poesía tan popular y está tan interiorizada por el pueblo japonés que incluso los condenados a muerte deciden dedicar sus últimos días o sus últimos momentos a plasmar por escrito sus sentimientos a través del haiku”, como decíamos más arriba, los jisei no ku.
 
Los haikus que componen el libro están recogidos en cinco secciones, según los sentimientos desde los que surgen los poemas en cuestión: “Soledad, Lazos – madre – pueblo natal, Mi culpa, Vivir y Despedida”. Muchos de esos haikus, paradójicamente, desprenden una delicadeza y armonía que sorprenderán mucho al lector occidental, como este de Hakuyoo, ejecutado a los 27 años: “Con todo el cuerpo / hecho boca, recibo /la nieve primaveral”, aunque también los hay que nacen desde el desgarro y la conciencia oprimida, como este de Hoonen, escrito, según su título, “Justo antes de la ejecución”: “Sin darse por vencido, / el bambú con nieve / se ha doblado”.
 
Lo que se desprende de esta recopilación es la profunda condición humana de los condenados; vemos sus temores, su arrepentimiento, su sentimiento de culpa, las cosas que les emocionan o atormentan, incluso sus esperanzas (en un esfuerzo, en palabras del epílogo de las traductoras, por “tratar de arrojar luz y comprender mejor el alma humana”, y en su prólogo Fernando Rodríguez-Izquierdo llama a estos haikus “testamentos del espíritu”). Así, el libro funciona, indirectamente, como un profundo alegato contra esa forma de ajusticiamiento que es la pena de muerte.
 
Concatenación de homicidios estériles
 
En una de las notas al pie del libro se dice: “¿Se perpetuará hasta el nuevo siglo esta concatenación de homicidios estériles?”. Ahora sabemos que sí, la concatenación de homicidios estériles ha continuado hasta ahora mismo, ya que la pena de muerte no ha sido abolida en Japón y continúa hasta el día de hoy, con muchos condenados esperando en el corredor de la muerte su final prescrito.
 
En el epílogo del libro se recogen unas frases de un condenado que ilustran perfectamente el espíritu contrario a la pena de muerte que nos inspira el conjunto: “Aquí en la cárcel, despojados de todo, no necesitamos los adornos ni las mentiras para guardar las apariencias en el exterior. Por más que hagamos, no tenemos más remedio que pedir perdón reconociendo sumisamente nuestra culpa aunque nos digan que somos criminales. Aquí queda revelada la verdadera esencia de la existencia de seres humanos”.
 
Al final del libro, en “Últimas noticias sobre la pena de muerte en Japón”, Elena Gallego nos aporta el dato de que “el 80 % de los japoneses está a favor de la pena de muerte”, pero también que “se trata de un tema tabú sobre el que hay un silencio hermético y del que nunca se habla en los medios de comunicación”.
 
En 2014, cuando escribió la nota, Gallego nos indicaba que 130 personas se encontraban en el corredor de la muerte. Ojalá haya servido este libro, y el original japonés, para que se hable de estos condenados que esperan la soga sin saber cuándo llegará y que al menos perdure “la voz humana, alzándose en un canto a la vida, ante la proximidad de la muerte”, en palabras otra vez de Rodríguez-Izquierdo.
 
 
  
El presente artículo se publicó en de la revista Adiós Cultural, el número 127, de noviembre y diciembre de 2017. Se reproduce con autorización. 


Jueves, 14 de Junio 2018
Javier Gil Martín
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