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El fuego en los ‘Poemas últimos’ de Ángel Crespo

La Colección Transatlántica de Ediciones Amargord reedita al poeta español


Hace casi 25 años, el poeta Ángel Crespo publicaba “Ocupación del fuego”, un libro cargado de potencial simbólico sobre la totalidad en continuo movimiento. Recientemente, el texto ha salido reeditado en la Colección Transatlántica de Ediciones Amargord, acompañado del libro póstumo ‘Iniciación a la sombra’ (1996) y bajo el título general de ‘Poemas últimos’. Todo un motivo de alegría para los lectores de la obra de Crespo y para los amantes de la poesía en general. Por Javier Gil Martín.




“El mundo es el poema más difícil de leer”.
AFORISMOS (1997)
 
Si muchas fueron las inquietudes intelectuales del poeta Ángel Crespo (Ciudad Real, 1926-Barcelona, 1995), su trabajo como poeta tuvo como fin último y siempre perseguido desvelar la realidad en su totalidad, la “realidad entera”, mediante un acercamiento a los elementos que la forman y a sus correspondencias simbólicas.
 
Esta intención de develar (en el sentido que indica el diccionario de la RAE de “quitar o descorrer el velo que cubre algo”) la realidad fue depurándose, apuntando cada vez más a los “símbolos primordiales”, hasta llegar a los “cuatro elementos” que forman la naturaleza según la tradición: agua, tierra, aire y fuego.
 
Según cuenta el propio Crespo, esta exploración comienza (o se agudiza) a partir de Claro: oscuro (1978) y desde 1985 [1] ―cuando empieza a escribir los poemas que formarán Ocupación del fuego (1990) ― su mirada se centrará en el fuego como elemento capaz de integrar a los demás en su seno según la máxima de Heráclito que hace suya el poeta: “Todas las cosas se cambian en fuego y el fuego en todas las cosas”.
 
Ya desde el poema inicial del libro, “Celebración del fuego”, comienza a manifestarse su potencial simbólico: “Sólo el fuego desvela la belleza/ secreta de las cosas,/ las desnuda el espíritu”. Su capacidad devastadora se convierte también en un puente entre la realidad tangible y material y una realidad “espiritual”, trascendente, un Más Allá que se encuentra aquí [2].
 
Al poeta sólo le queda esperar a que el fuego le otorgue la visión que, mediante la analogía, le permitirá entrever la totalidad en continuo movimiento, oscilando entre la muerte y la vida (matando para dar vida [3]); como la mariposa en “Vuelo nocturno” que yace, devorada por la llama por la que se ve atraída fatalmente, “entre la eternidad y (la) mirada” del poeta.
 
Aquí la mariposa ―además de formar parte, sin saberlo, de la totalidad (“La mariposa ignora que es del fuego/ criatura...”) ― es capaz de “informar” de la eternidad, como el poeta en su canto, funcionando como ese puente que mencionábamos unas líneas más arriba.
 
Entran en juego dos conceptos aparentemente antagónicos: la mariposa ardiendo en un instante (símbolo de fugacidad) y la eternidad, el centro, que ilumina en su consumación. Los contrarios quedan neutralizados [4] y la unidad emerge: tanto en ese instante en que la mariposa perece abrasada como en el tiempo del poema, en el que el instante es revivido.

La contradicción y el conocimiento
 
Esta aparente contradicción se emparenta con el anhelo del poeta o cantor (elemento contingente y fugaz) de conocer el centro (elemento eterno y total); como esa mariposa “diosa airosamente efímera”.
 
El poeta sólo puede entregarse (como la mariposa a la llama) esperando que el fuego se revele y con la esperanza de que si la visión de la eternidad no le es dada en vida, la encuentre en la destrucción creadora que es el fuego [5].
 
Pero para alcanzarlo, para llegar a ese territorio “ocupado por el fuego”, no vale la huída, no se puede ignorar, hay que entregarse a una llama que exige un sacrificio [6] (como los dioses). Las palabras, y el poeta, deben ser “templadas por el fuego” para “oír los pasos de la muerte o la perennidad”, como en el poema “Como dos diosas”; deben sufrir un proceso de alquimia [7], una transformación (o transmutación) que los convierta en un nuevo metal, en piedras preciosas, en diamante, en oro... Y esta cualidad aparece en Ocupación del fuego como privativa de este elemento; en “Pasión de Hermes” escribe: “Únicamente el fuego puede unir/ sabiduría e ignorancia/ y fundirlas en un nuevo metal/ que resista al recuerdo y al olvido”. Y el poema “Noticia de la alondra” acaba así: “...tan sólo el fuego supo dar noticia”.
 
Ocupación del fuego representó “la continuación, sentida en todo momento como natural, de una larga serie de intuiciones, propósitos y búsquedas acerca de la realidad iniciada cuando, hace ya muchos años, (empezó) a escribir poesía”. Teniendo en cuenta el alcance de esa búsqueda, estas notas no pueden ser más que una pequeña aproximación y una invitación, esperamos, a seguir buceando en la poesía de Ángel Crespo y, particularmente, en este libro.
 
Reedición tras 25 años
 
Ahora, a casi 25 años de su publicación inicial, Ediciones Amargord, en la estupenda Colección Transatlántica que dirige Edmundo Garrido, lo ha reeditado con el libro póstumo Iniciación a la sombra (1996).  Ambos han sido recogidos con el nombre de Poemas últimos . Les acompaña un iluminador prólogo de la poeta Esther Ramón, en el que se analiza la relación de ambos con la alquimia.
 
Es un motivo de alegría para los lectores de la obra de Crespo y para los amantes de la poesía en general esta publicación, que ojalá sirva para que una nueva generación de lectores se acerque a la obra de este extraordinario poeta y traductor, entre otras muchas actividades intelectuales.

Notas:

[1] En este intervalo de tiempo el poeta publicó varios poemarios en los que el aire es el elemento central en su camino hacia el conocimiento, y aparece ya en el título: Donde no corre el aire (1981) y El aire es de los dioses (1982). En Ocupación del fuego deja de ser el elemento predominante, pero sigue siendo una presencia importante.
[2] Hablando del ritmo, en una entrevista recogida en El poeta y su invención (2007), dice lo siguiente: “...el ritmo, el cómputo silábico, la caída de los acentos, la aliteración, la rima, las paranomasias, son vehículo ―vehículos― de una magia que no es otra cosa que el propósito de que nuestro ritmo personal, nuestro ritmo vital, espiritual, de pensamiento, se contagie del de esa realidad trascendente que está dentro, y no fuera, del mundo”. (La cursiva es nuestra)
[3] Uno de los poemas del libro se llama “Ourobouros”, como la serpiente que eternamente se devora a sí misma.
[4] Esta neutralización de los contrarios es otra de las metas deseadas por Ángel Crespo y lo emparenta con el surrealismo; eso sí, muy lejos de la escritura automática.
[5] Ocupación del fuego tiene por ello un componente religioso lejos del Dios institucionalizado, pero no de los dioses, en plural y con minúscula, que habitan gran parte de la poesía de Ángel Crespo y que están presentes en este libro.
[6] En este sentido, Crespo entendió el acto poético como un riesgo, una apuesta a vida o muerte: “No escribo una palabra en la que no/ me juegue cuanto tengo y cuanto espero/ querer tener”, dice en “Juego de azar” de El aire es de los dioses.
[7] En “Celebración del fuego” eso que nosotros ahora llamamos alquimia hace del estiércol, al arder, digno de un dios.


Este artículo se publicó originalmente en un monográfico dedicado a Ángel Crespo del segundo número de la revista El Alambique. Lo coordinó Amador Palacios, poeta, estudioso de la poesía de posguerra y biógrafo de Ángel Crespo. Aparece aquí ligeramente aumentado.


Lunes, 27 de Julio 2015
Javier Gil Martín
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