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“La pobre prosa humana” o la poesía hiperbólica de Pedro Montealegre

Desmitificación del texto poético en la última entrega de la colección Once, que edita Amargord


La colección “Once de poesía y ensayo”, que edita Amargord, se esfuerza por divulgar obras poéticas de autores al margen del mainstream de la poesía en castellano. Su última propuesta es el poemario “La pobre prosa humana”, del poeta chileno Pedro Montealegre. Con este libro, Montealegre hace fulgurar y destellar el lenguaje para hacer perceptibles verdades individuales y su relación con una realidad compleja. El resultado es una desmitificación del texto poético que sin duda enriquece el panorama de la poesía escrita actualmente en castellano. Por Guillermo Cano Rojas.




“La pobre prosa humana” o la poesía hiperbólica de Pedro Montealegre
El último poemario de Pedro Montealegre, La pobre prosa humana, forma parte de la colección Once de poesía y ensayo con la que la editorial Amargord realiza una nueva apuesta por sondear, identificar y divulgar la obra poética de poetas al margen del mainstream de la poesía en castellano.

Para hacer más comprensible el esfuerzo de esta colección editorial consideremos esto: desde el discurso oficial (historicismo, formalismo) se dice: la poesía, al hueso. Encadenémosla a su claridad. El poema justifica su derecho a la existencia con la condición de construirse con transparencia la lógica de su sentido, que es la que preserva su pureza estética y la que garantiza con objetividad que un poema es bueno porque lo es.

Este criterio, de orden epistemológico, estructura el actual sistema cultural de la poesía, y con él se vertebran actitudes y comportamientos muy concretos. De acuerdo. Pero entonces tratemos de desplegar la lógica interior que encierra esta metáfora y preguntémonos: ¿Qué es un libro de poesía donde cada poema ha sido reducido hasta su mismo hueso?

En realidad, hasta donde sabemos, los lugares donde es posible encontrar muchos huesos son poco vivibles: un osario, los cementerios, tal vez una sala de autopsias. No es esta la atmósfera de la línea editorial de Amargord ni el contexto de La pobre prosa humana de Pedro Montealegre (Santiago de Chile, 1975).

Formado como periodista en su Chile natal, el autor realizó en su país su iniciación a la poesía con Santos Subrogantes (1998), sin embargo, el grueso de su obra ha sido elaborada desde su actual residencia en Manises, Valencia.

Fue miembro de la Unión de Escritores del País Valenciano (2002-2004), y ha publicado los poemarios La Palabra Rabia (2005), El Hijo de Todos (2006), Transversal (2007), y Animal escaso (2010), además de haber aparecido en numerosas antologías realizadas a ambos lados del Atlántico.

Hemos titulado esta reseña como poesía hiperbólica, ahora bien, ¿por qué es hiperbólica su poesía? ¿en qué consiste su hipérbole? La primera apreciación hay que hacerla desde el punto de vista formal. Pero es necesario aclarar, si acaso de un modo casi telegráfico, en qué consiste su valor.

La poesía española contemporánea ha experimentado distintos cambios de tono, pero ninguna ruptura determinante que haya logrado transformar el equilibro obsesivo entre una necesidad de apertura y renovación y el deseo de conservar y reciclar su propia tradición poética.

Y en ese impass, que es el nuestro, el conjunto de sus principales movimientos y poéticas ha tendido hacia el poema corto: un elemento que construye la identidad poética de este país.

Pedro Montealegre, por el contrario, tiene una inclinación hacia el poema largo a través de versículos, una cuestión que lo singulariza en este contexto. El poema largo es más propio, aunque no exclusivo, de la tradición poética americana, tanto de la norteamericana como de la sudamericana.

Cuenta con la dificultad de reunir extensión y concentración, desarrollo e intensidad, unidad y variedad sin caer en la excesiva fragmentación o en la ampliación innecesaria. Este formato caracteriza el conjunto de toda la obra del poeta, si bien con un matiz; con toda seguridad, es en este poemario donde, más maduro y experimentado en el quehacer poético, Montealegre ha sabido sacarle el máximo rendimiento a este formato.

La pobre prosa humana es una masa de fragmentos subjetivos reflejados en el lenguaje poético. Pero este reflejo no es objetivo ni aspira a la objetividad. Se trata de una forma de hacer fulgurar y destellar el lenguaje que, precisamente por esta exageración, permite hacer perceptibles verdades individuales y su relación con una realidad compleja:

1.1. Se entiende, se gira, expone su esfera, su ruta de aro.
Si estás en lo cierto, peligro, peligro: la singularidad.


Aquí, el mundo, hasta donde puede ser representado en un poema, no se expresa a través de visiones dogmáticas y bidimensionales formuladas con un tono de voz campanudo. Muy al contrario, resulta estimulante la capacidad de voz polimorfa que nos ofrece a través de una considerable riqueza sintáctica.

Pero como la relación entre un individuo y su realidad no es cerrada ni inmóvil, la dimensión de proceso que tiene esta relación es expresable, y Pedro Montealegre lo hace recurriendo al lenguaje que flota en estos procesos y que los hace materiales. Así pues, su poesía hiperbólica se genera desde un lenguaje de los procesos y de sus intersecciones.

Nuevo oficio de la inscripción. Uno ve perros, pasean por la calle,
sus correas rojas de fibra plástica, la mecánica del perro al cruzar la avenida
y dejar lo suyo -lo duro- ahí, y la mirada, ahí. Ahí qué es. Ahí qué trama.
Ahí, ¿Estás?. Allí. O así. Nada de nada. Digan nada.”
[...]


Se derrite lo visto. ¿Recuerdas el cono tirado en la acera,
un verano de atrás, podría hablarse de tregua, el óxido contrito,
la amalgama aún líquida? Se derrite lo visto”.


Concordemos: no sabes. Para entenderte
un aluvión y su fárrago: un derrumbe de piedras
entierre a los novios la playa donde el sol
limitan con ellos. La claridad, una trampa.
[...]

La pobre prosa humana aborda la existencia del poeta fuera de lo transcendental para ubicarnos en la mundanidad. Huye de la grandilocuencia. Su atmósfera es el artificio de la vida humana en lo que ésta tiene de no natural, y nos confronta ante un mundo de cosas que se vale de las existencias individuales pero que las sobrepasa y trasciende.

Es también una poesía situacional; no trata de abstraerse de la realidad para ensimismarse en una melancólica esperanza o refugiarse en cualquier metafísica ingenua exaltada. Hay voces fluyendo en un flujo de voz que se sitúa hoy aquí, en Manises, en Valencia, en la compleja realidad de este país.

Al mismo tiempo, que su poesía sea hiperbólica es posible por la presencia de un registro teatral en el que los asuntos dramáticos de la existencia ordinaria conviven junto con otros asuntos banales. Y cuando hablamos de la existencia ordinaria de un poeta también nos referimos al papel de la poesía en ésta. A este respecto, Pedro Montealegre juega de un modo lúcido y mordaz con el aura del texto poético para desmitificarlo.

Lo hemos dicho al comienzo: esta poesía no es de la denominada de la claridad. Pero esto no la convierte en su antagonista, el hermetismo. Su naturaleza hiperbólica procede de su carácter simbólico y autorreferente.

Pero a la vez no hay nada que descifrar ni interpretar en esos símbolos. Ningún motivo cifrado. Ningún asunto críptico. Lo que hay es lo que se lee y lo que se lee es lo que hay. El poema remite así mimo. Eso es todo. Y es decisivo.

La realidad como
un juego de error. Hipótesis nula. Pero quítale el romanticismo
negativo, Enrique. Físicas inconcebibles. Hablo simplemente
de una bicicleta y un árbol
.

Los contenidos de La pobre prosa humana están ahí, a la vista y oído de todos. Y en estos, el concepto de experiencia va a ser medular. Así se expresaba Octavio Paz analizando la obra de Luis Cernuda: Un poeta es aquel que tiene conciencia de su fatalidad, quiero decir: aquel que escribe porque no tiene más remedio que hacerlo -y lo sabe. Aquel que es cómplice de su fatalidad -y su juez . [1]

La relación entre la experiencia global de un poeta y su obra es sencillamente indesligable, si bien no tiene porque ser evidente o explícita. En este poemario la experiencia no es concebida como algo ya cerrado de la que sólo es posible extraer conclusiones de orden moral. Se trata de la experiencia con su inherente carácter procesual y en ámbitos vitales concretos: las relaciones familiares, las afectivas y sexuales, o las relaciones de convivencia.

Hay experiencia de la vida ordinaria y de las relaciones que la constituyen, situándonos en procesos donde la intimidad se está transformando pero donde se ignora también el resultado de ese proceso de transformación:

Las hermanas gritan.
Salen sobrinos, escarabajos verdes.
“Hemos sido preñadas”: llevan chicle en la boca,
lo mastican temprano, hacen globos de hablar.
[...]

Las horas son túneles. Queridos gusanos,
transiten libres el intersticio dimensional.
El trapo con cloro, la terraza alumbrando.
Las doce. Las dos. Las vecinas de siempre
esperan lealtad, cuelgan colada, pasan
el plumero a las barras del balcón.


La experiencia corporal va a jugar también un papel muy importante: el cuerpo es propuesto como un lugar de experimentación y conocimiento que integra sus propias limitaciones y posibilidades; la enfermedad y la realidad que impone, y el placer y las realidades que posibilita.

Yo me estaba ahogando -le llamas transfiguración.
Una jaula de neones al interior izquierdo
donde cantaba un jilguero completamente apagado.
[...]

Los tajos de las venas fueron ojos.
Si deliras ahora -fiebre muy alta- arrímate, abrígame.
Eclosiona el huevo. Leña en la herida: de esa hoguera
Aprovecha su luz: se avecina el rayo.
[...]

Míster Gutiérrez,
Míster Montelagre, pasen por aquí, expongan su acero.
Qué nos pide, enfermera, ¿Qué úlcera nos une?
Mátenos y punto. San se acabó, c´est fini,
los políticos caput, los poetas adiós, niñitas de caramelo
que recitan a Marx dentro de una citroneta”.


Además de la importancia de la experiencia en La pobre prosa humana, hay que destacar el papel que desempeña la imaginación: No imaginación: inminencia del sueño, dice el poeta. Pedro Montealegre exhibe los músculos de su imaginación. Es una constante en su obra poética y no podía ser de otra forma en este poemario.

La más elemental comprensión de la realidad no puede realizarse sin la imaginación, y en un trabajo donde el propio sentido de la realidad y sus significados es abordado, los recursos imaginativos proliferan.

Pero entre éstos, hay un recurso en el que el poeta destaca: la imagen poética, ésa imagen distinta de la imagen plástica y que como uno de sus mejores teóricos sostuvo, Gaston Bachelard, se trata de una imagen que no mantiene referencias exteriores: remite a sí misma. Pedro Montealegre tiene una especial pericia para articular todas esas imágenes poéticas en masas rítmicas que fluyen:

Me vienen a buscar unos señores serios
para que baje con ellos a recolectar. Amigo, amigo: cómprame este disco
y verás el chico atado al naranjal: Rudolph, nariz iluminada, bailando
mecánico, peluche y rojo. Santa María de Lourdes, residente en la
cueva, que me llene la nevera un glaciar entero: un mamut conservado,
un trozo de ovni, civilización de burbujas, amebas recalcitrantes en su
bipartición. El álgebra de Baldor, su teorema de ríos, sujeto y consecuencia
de este cuarto derruido”.


La pobre prosa humana es poesía hiperbólica materializada mediante el poco convencional formato del poema largo, con un carácter simbólico con el que aborda en términos mundanos y circunstanciales la experiencia vital del poeta en el ámbito de las transformaciones íntimas y de la corporalidad, y en el que el papel de la imaginación va a ser clave para hacer perceptible la complejidad de una realidad constituida por procesos concretos pero de resultados indeterminados. Una obra necesaria, singular y deseable cuyas aportaciones poéticas contribuyen a enriquecer el panorama de la poesía en castellano.

Notas:

[1] Paz, Octavio. Cuadrivio. México DF, Litoarte, 1976, p. 170.


Martes, 18 de Diciembre 2012
Guillermo Cano Rojas
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