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La universidad (im)posible: integrada, emprendedora y generosa

Debe manifestar sus problemas, cuestionándose con humildad


La universidad imposible es aquella que debemos hacer cada día, aunque nunca se llegue a un puerto definitivo porque el viaje de las ideas no tiene fin. Sin embargo, sabemos que la universidad ha de ser integrada, emprendedora y generosa, y que debe enseñar a pensar, a conocer, a hacer, a ser y a convivir. Por Jacques Marcovitch.


Jacques Marcovitch
01/12/2002

La universidad (im)posible: integrada, emprendedora y generosa
Carl Sagan, en uno de sus últimos escritos, ha recordado que a finales del siglo XX vivía la generación que más ha ayudado a la preservación del hombre y, simultáneamente, a su destrucción. Ahí están los avances de la física, estimulando la producción de isótopos radiactivos, fundamentales para la salud humana, pero al mismo tiempo ayudando a construir las bombas más mortíferas de la historia.

La sociedad, en ese cuadro de evolución del conocimiento, necesita entidades equidistantes, independientes, que tengan la posibilidad de orientarla. La sociedad busca instituciones, como las universidades, que presenten una visión racional y humanista de proyectos complejos, como aquellos que surgieron en la confluencia de los intereses ambientales y de los intereses del desarrollo económico.

Hay una expectativa de que la universidad sea el gran instrumento de cohesión social y de que ella desempeñe este papel a través de sus áreas dedicadas a la creación de competencias para que las organizaciones sean más competitivas. Se espera, además, que ella apoye, al mismo tiempo, algunas propuestas capaces de beneficiar a los trabajadores y a los estratos desvalidos de la sociedad.

Integrada, emprendedora y generosa

Una nueva universidad debe, por tanto, estar integrada y ser emprendedora y generosa. La universidad está integrada en la medida en que promueve el mejor aprovechamiento de los escasos recursos entre sus diversos departamentos y dentro de instituciones, en beneficio del progreso de la ciencia, sumando recursos humanos que valoren la diversidad. Una diversidad que sigue los ciclos temporales y armoniza valores peculiares en cada una de las diferentes áreas implicadas. Conciliar esa diversidad con la integración es un desafío permanente.

La universidad es emprendedora cuando utiliza recursos con racionalidad y sabe anticiparse al futuro. La implantación de las redes electrónicas de comunicación es un ejemplo positivo; la lentitud en la creación de cursos nuevos, un defecto. Anticiparse al futuro significa cultivar el sentido de responsabilidad y de innovación. Es necesario desarrollar de forma eficiente los sistemas que se usan habitualmente, como el presupuesto y los registros académicos, pero estas prácticas no pueden limitar el espíritu emprendedor. La universidad debe establecer una visión activa y prospectiva. Los flujos de decisión deben valorar la eficacia y nunca imponer patrones burocratizadores.

La universidad es generosa. Integra conocimientos para consolidar competencias, siempre está al servicio del interés colectivo. Es sensible a la exclusión social, consecuencia del avance tecnológico y de otros aspectos de la modernidad. El aumento de la violencia, del terrorismo y del fundamentalismo religioso, son consecuencias evidentes de esta exclusión. La universidad generosa debe definir políticas públicas que se opongan al capitalismo salvaje y al estatismo paralizador. Su nueva utopía es la búsqueda de una economía de mercado que responda a las aspiraciones de la mayoría de los ciudadanos.

La formación de las nuevas generaciones dependerá de esa universidad más integrada, emprendedora y generosa, capaz de llevar a cabo las tres dimensiones del proceso educativo. Esto significa que, en cada curso y en cada disciplina, docentes y alumnos deben valorar la capacidad de aprender. Aprender a conocer, pensar, hacer, ser y convivir.

Conocer, pensar, hacer, ser y convivir

Aprender a conocer es esencial para trabajar con la expansión de las informaciones disponibles y ser más selectivos para sus diferentes aplicaciones. Paradójicamente, la transición de la palabra impresa hacia la palabra digital hace ganar importancia a la experiencia vivida, en un mundo en el que lo virtual parece tener más fuerza que la propia realidad.

Aprender a pensar es buscar la independencia mental, basándose en valores que dignifiquen al ser humano. Se trata de buscar actitudes críticas y originales que contribuyan a solucionar los puntos muertos. Conjugar sabiduría y capacidad innovadora permitirá realizar diagnósticos correctos de la realidad y proponer alternativas para enfrentarse a problemas crónicos o emergentes.

Aprender a hacer es el camino para transformar propuestas en resultados, alternativas en soluciones, utopía en realidad. Así, el hacer se transforma en fuente de aprendizaje, alimentando el conocimiento.

Aprender a ser es el resultado de la armonía entre las exigencias del individuo, de su grupo social y de la sociedad de la que forma parte. Una armonía que recibe las influencias de las etapas de la vida y los cambios del entorno. Una armonía que exige un perfeccionamiento constante de cada ser humano y no significa ni pasividad, ni contemplación, ni egocentrismo. Es verdad que cada persona tiene derecho a disponer de bienestar material. Pero esto no legitima una visión consumista de la vida en sociedad. Ser significa, ante todo, contribuir a un mundo mejor.

Aprender a vivir con los demás es cultivar la tolerancia y el respeto al prójimo, favoreciendo el enriquecimiento colectivo. El reconocimiento del talento individual presupone la existencia del otro para evaluar capacidades e intercambiar experiencias. Cada individuo depende de otro para su propia referencia. Una competición saludable exige cooperación y solidaridad. El trabajo en grupo y el compromiso social son requisitos previos para lograr avances importantes y proyectos ambiciosos. Vivir con el otro, por muy diferente que sea, constituye una habilidad que debe ser desarrollada.

Replantear la universidad

La era de las grandes mutaciones en la que vivimos exige replantear la universidad y su papel. La rapidez con la que el conocimiento queda obsoleto hace que los procesos de aprendizaje sean iguales o más relevantes que el conocimiento transmitido. El docente debe ofrecer los fundamentos y el estudiante comprenderlos, pero ambos, en armonía, deben encontrar los medios para una actualización continua. La formación cultural de base, la adopción de un sistema de valores y vivencia práctica, son determinantes en la preparación de los agentes de cambio que se forman en la universidad.

En el ambiente académico todo puede ser debatido y cuestionado. La duración de una clase de 45 minutos, su contenido, el programa presentado, las carreras profesionales ofrecidas en el examen de ingreso, la movilidad de los estudiantes entre áreas de conocimiento, las líneas de investigación emprendidas. Es saludable cuestionar el sistema ante las dramáticas mutaciones en curso.

La universidad también debe manifestar sus problemas, cuestionándose con humildad. Su herencia proviene de un mundo que ya no existe. Su futuro estará determinado por el ritmo de su transformación. Al mantenerse en sintonía con las principales dificultades a las que se enfrenta la sociedad, la universidad preserva su misión específica, que es buscar la verdad y formar los líderes para el futuro.

Sin un cuerpo cualificado de apoyo, no se puede responder a este desafío. Los docentes e investigadores dependen del curpo de gestión. Entre estos dos cuerpos debe existir un diálogo directo y franco. La transparencia y el respeto mutuo permiten que ambas partes ajusten sus compromisos a las prioridades de la universidad. Prioridades que responden, en último término, a los anhelos de la sociedad que la sostiene.

Ofrecer nuevos conocimientos a los funcionarios y favorecer la reconversión de sus capacidades no constituyen un beneficio laboral, son exigencias de los nuevos tiempos a las quue hay que responder de forma continua y diversificada. El interés de la universidad y el interés de sus funcionarios necesitan converger. La universidad debe ofrecer un abanico de oportunidades para la capacitación. Cada funcionario debe comprometerse con su propio desarrollo, teniendo en cuenta la misión académica.

Imposible y perfecta

La expresión universidad fue usada con anterioridad como algo permanentemente dinámico. Retomemos la imagen de la universidad imposible —aquella que debemos intentar hacer cada día, siempre, aunque nunca se llegue a un puerto definitivo. El viaje de las ideas no tiene fin. Las ideas aquí propuestas se sitúan en esta perspectiva. Son sólo algunas entre las infinitas posibilidades que el tema comporta. No existe una receta mágica para hacer frente a los problemas de la universidad.

Este artículo ha abordado principalmente aquellos temas que hemos vivido en el ejercicio de la docencia o de funciones administrativas transitorias. Su puesta en práctica es una variable que no depende únicamente de los gestores. En la universidad, todo depende de todos —alumnos, profesores, funcionarios— galaxia que se agita siguiendo movimientos en ocasiones dispares, contradictorios, opuestos. Lo que nos anima es la hipótesis —respetadas las diferencias— de lograr un consenso en torno a unos pocos temas. Temas dispersos en libros, proyectos y cabezas.

En ningún lugar existe la universidad ideal, ni el profesor, ni el alumno. Ser profesor titular no significa detentar el grado máximo de la competencia universal, aunquee así piensen muchos compañeros. Ser el primer alumno de la facultad no es ser el mejor del mundo, pues siempre habrá limites que no puedan ser superados, incluso por los genios.

Para elaborar este mensaje, contemplamos, principalmente, el ámbito en el que actuamos, la Universidad de São Paulo, teniendo en cuenta, aquí y allá, cuestiones planteadas por numerosos observadores de otras instituciones, cuyos libros hemos leído y cuyas opiniones examinamos con la atención propia de quien se instruye.

Antes de que iniciásemos la modesta labor, éramos conscientes de la extensión inacabable del tema. Pero, entre el silencio y el discurso completo, hay una escala menor y no por ello inútil. Fue esa escala mínima la que utilizamos, con la esperanza de que se amplifique en armonía gracias a otras voces más autorizadas. Todo lo que hicimos fue presentar diferentes puntos de vista y no soluciones cerradas, tan imposibles como la universidad perfecta.



Jacques Marcovitch es el rector de la Universidad de São Paulo (Brasil). Texto condensado de su obra La universidad imposible editada por Cambridge University Press en colaboración con la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI). Se reproduce con autorización de los editores.


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