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Lizzie Doten, ¿poeta médium o simplemente poeta?

WunderKammer publica en castellano “Poemas de la vida interior”, de esta autora norteamericana del siglo XIX que afirmaba que sus versos le eran dictados por espíritus


Hace 150 años vio la luz en Estados Unidos “Poems from the Inner Life”, de Lizzie Doten, una autora que afirmaba que los espíritus le dictaban sus poemas, en forma de 'ballads' populares e himnos religiosos. Recientemente, la editorial WunderKammer ha publicado una traducción de este libro, realizada por Manuel Barea y Miguel Cisneros Perales. Su lectura nos lleva a preguntarnos si realmente Doten fue una poeta médium o solo fue una excelente poeta y una hábil improvisadora a la que le tocó vivir en un tiempo de hombres. Por Javi Gil Martín.




Lizzie Doten, ¿poeta médium o simplemente poeta?
¿Cómo podría conseguir una poeta que sus versos fueran tomados en serio en pleno siglo XIX, en una sociedad que no tomaba en serio la actividad intelectual de las mujeres por no considerarlas capaces, no al menos al nivel de sus pares masculinos?

Una posibilidad era, por ejemplo, publicar esos versos usando un nombre masculino bajo el que se ocultase la verdadera identidad de su autora (así lo hicieron, por ejemplo, Amantine Aurore Lucile Dupin, que publicó sus obras con el pseudónimo de George Sand; Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de Larrea, con el de Fernán Caballero; o Karen Christentze Dinesen, con el de Isak Dinesen).

Otra, más extravagante sin duda, era decir que los poemas que salían de sus labios o de su pluma no eran suyos en realidad, sino de espíritus que se los dictaban. Así, la poeta se convertía en una médium y hasta cierto punto dejaba de ser una escritora para pasar a ser una especie de ventrílocuo.

Este fue el caso de Elizabeth “Lizzie” Doten (1829, Plymouth, Massachusetts-1913), que en ponencias y en muchos casos ante un público multitudinario “trasmitía” la supuesta palabra de personas que habían pasado, tras su muerte, al mundo de los espíritus.
 
La forma que tomaban estas comunicaciones ultramundanas eran poemas, con “las estructuras de las 'ballads' populares y de los himnos religiosos de la Reforma”, y la propia Doten hizo una recopilación, en 1863, de algunos de estos textos trasmitidos en público en el libro “Poems from the Inner Life, que ha sido traducido al castellano más de 150 años después con el nombre de “Poemas de la vida interior(WunderKammer, Girona, 2017), en edición que debemos a Manuel Barea y Miguel Cisneros Perales.
 
En este sentido, algunos han hablado del ejercicio poético como una escucha atenta que nos permite captar las ondas que andan por el aire, a nuestro alrededor, y convierten al poeta en un vehículo.

Carlos Edmundo de Ory, por ejemplo, comparaba al poeta con la antena que pasivamente, sin moverse del sitio, recibe las frecuencias que la circundan y Ricardo Zelarayán habla del poeta como “una especie de conducto”. Así, atento a una exterioridad, traduce estas señales a palabras en el poema. 

Traducción de voces que resuenan

La escucha de Lizzie Doten fue hacia la interioridad, en sí misma oía (o al menos decía oír) las voces de aquellos que nos habían dejado (Shakespeare, Edgar Allan Poe..., pero también de personas anónimas) que después traducía a poemas: “...no puedo dudar de que yo, junto con muchos otros, fui destinada y ya diseñada para este peculiar trabajo desde la primera fase de mi desarrollo, desde antes de que fuera un ser consciente. Mi cerebro y mi sistema nervioso fueron delineados y trazados con mucha precisión, para que yo inevitablemente fuera capaz de captar la emoción de las innumerables voces que resuenan por todo el universo y pudiera traducir sus mensajes en lenguaje humano, de la manera más coherente y clara que me permitieran mis imperfecciones”.

Se podría decir entonces que ella misma se sentía predestinada (por Dios, suponemos) para ser ese canal, mero instrumento de las “voces que resuenan por todo el universo”, y su misión se veía realizada y materializada en sus “poemas de la vida interior”; no eran, por tanto, un medio de expresión personal ni mucho menos elementos ornamentales, eran pura comunicación espiritual, o al menos así lo veía ella, cercana a la del místico, que nos hace partícipes de sus comunicaciones con la divinidad.

En “Unas palabras al mundo”, prólogo que la propia Doten escribió para su libro, nos dice a propósito del título que le puso a su obra “dictada”: “Le he dado a esta obra el título de ‘Poemas de la vida interior’ porque (...) me he dado cuenta de que en las profundidades misteriosas de la vida interior todas las almas pueden estar en comunión con esos seres invisibles que nos acompañan a lo largo del Tiempo y de la Eternidad”. Suponemos que lo que haría falta para esa “comunión” sería una cierta predisposición y una atención extrema.
 
La recuperación del libro, sobre el que se había posado la pátina del tiempo, para el lector en castellano, que debemos, como decíamos al principio, a Manuel Barea y Miguel Cisneros Perales, es una doble labor de traducción siendo en cierta manera el eco de un eco: Doten “tradujo” a los espíritus que la circundaban al verso inglés de la época y ellos traen a Doten al castellano de siglo y medio después.

Reconocimiento de la autoría

Además, han escrito un prólogo en el que desgranan muy atinadamente muchas claves de Doten (su vida interior y exterior) y de las vicisitudes de este libro anómalo e interesantísimo. En este prólogo dicen lo siguiente con respecto a esta recuperación: “...tanto recuperar la figura de Doten como el uso y la traducción de su poesía es un acto ético y político, en tanto que en su origen fue un acto empoderante: una voz femenina multitudinariamente escuchada por primera vez en la costa este americana para quienes hasta entonces no habían tenido voz, ya fueran fantasmas o mujeres vivas, una nueva voz que armada con sus poderes poéticos se había lanzado al asalto de una plataforma, o una voz transmisora desde la que otras voces silenciadas se hacían valer y cuyos ecos aún nos llegan, aunque casi nadie la recuerde”. Voces doblemente silenciadas: por un lado, las de las mujeres, por una sociedad misógina y clasista; por otro, las de los muertos (¡y sus fantasmas!), por el mayor de los silenciadores...

Algunos, tan enrocados en su machismo, preferían creer que esos poemas, excelentes para ellos, habían sido escritos por el mismísimo E. A. Poe desde el más allá antes que admitir que se debían a la pluma de una “simple” mujer: “Sea cual sea la verdad sobre su elaboración, el poema es, en muchos aspectos, extraordinario. La señorita Doten es, en apariencia, incapaz de crear un poema así (de extraordinario)”, dice una reseña muy significativa aparecida en el “Springfield Republican” sobre una conferencia de Doten en Boston donde recitó el poema “Resurrexi”, llegado a ella “bajo influencia directa de Edgar A. Poe”.
 
Nos preguntamos nosotros si esos versos traídos del más allá por Doten de A. W. Sprague, R. Burns, Shakespeare o Poe no deberían formar parte del corpus de sus obras completas como obra estrictamente póstuma. O si más bien, teniendo en cuenta el escepticismo en materias espirituales de nuestros tiempos, su autoría debería recaer por fin en Lizzie Doten, la persona que los recitó ante públicos multitudinarios y los recopiló en libro. Podríamos entonces pensar en ella sencillamente como una excelente poeta y una hábil improvisadora a la que le tocó vivir en un tiempo de hombres.
 
LA CANCIÓN DEL ESPÍRITU DE LA NIÑA CONOCIDA COMO «PAJARITO»
 
Al finalizar una conferencia en Boston, entregué el siguiente poema al académico L. B. Wilson. El poema parecía venir de parte de Anne Cora, la única hija del señor Wilson, que falleció y pasó al mundo de los espíritus a los doce años y siete meses de edad. Siempre la llamaron con el cariñoso apelativo de «Pajarito».
 
Con flores incipientes en mi mano
recogidas del mundo de los muertos
de nuevo he vuelto, padre,
para permanecer junto a tu lado.
No puedes verme aquí, ni mi presencia
próxima sentir, pero tu querido
Pajarito sin embargo nunca estuvo muerta.
 
Los ángeles radiantes
con más fuerza que la cándida luz
iluminaron mis ojos perplejos,
cantaban: «¡Ya llegamos!,
corderito de los pastos celestiales,
dulce y joven polluelo,
a salvo en nuestros brazos amorosos
apresúrate a volver a tu hogar».
 
Madre, no podía quedarme aquí más;
caí en un sueño tranquilo,
y me sentía flotar hacia los Cielos,
muy lejos de la noche;
luego, sorprendida gratamente,
mantuve los ojos muy bien abiertos
bajo aquel cielo límpido de nubes
y mi sonrisa era toda de luz.
 
Oh, si hubieras estado allí conmigo,
liberada de tus miedos mundanos,
toda mi alegría los dos compartiríamos,
¡qué dichosa sería!
Pero es mejor quedarme
aquí, en el camino terrenal,
hasta que los buenos ángeles me digan:
«¡Ven ahora a descansar!».
 
Detén entonces tus lágrimas;
piensa que aún estoy cerca.
Amados padre y madre,
pronto en aquella orilla
donde se reúnen los seres queridos
descansarán vuestros pies peregrinos
y seréis recibidos
una vez más por vuestro Pajarito. 



Lizzie Doten.




Este artículo fue publicado originalmente en la sección “Versos para el adiós” en el número 131 (julio-agosto de 2018) de la revista Adiós Cultural. Se reproduce con autorización.


Jueves, 11 de Octubre 2018
Javi Gil Martín
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