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Observar en movimiento, soltar las manos: aproximación a “En flecha”, de Esther Ramón

La autora madrileña publica su último poemario en la Colección eme de Ediciones La Palma


“En flecha”, último poemario de Esther Ramón (Madrid, 1970), propone un recorrido interior desde la poesía; un itinerario para el despertar del cuerpo, la mente y el lenguaje. Todo un “cambio de aliento” que lleva al lector en esa misma dirección, a través de una experiencia estética de gran solvencia expresiva. Por Víktor Gómez Ferrer.




La observación, la anotación del movimiento interior, del pensar; un sopesar poético, minucioso. Todo esto lo encontramos en En flecha, último poemario de la madrileña Esther Ramón (1970), publicado en la Colección eme de Ediciones La Palma (2017). 
 
Además, la autora nos propone un itinerario en dos fases: impulso/borrado; y borrado/impulso. Esto es, un salir de sí y un retornar al origen, que no inicio, del periplo que el propio libro desarrolla.
 
En primera instancia, desinmovilizarse constatando un despertar (desatarse) corporal, que es mental a su vez; para en una segunda fase dar cuenta de las implicaciones del movimiento, sus logros; también de sus tensiones, de sus derivas al optar por crear y crearse.
 
¿Puede la experiencia estética ser guía de la conciencia personal de un “cambio de aliento”, como anticipa la cita del poeta Paul Celan con que da comienzo el libro? De ser así, ¿en que consistiría? ¿Qué impulsa y quién borra?
 
En su dinámica versal, esta poesía maneja unos códigos simbólicos y culturales que indican una inteligencia sensible, compleja; que se percibe herida en su inmovilidad y que busca su sanación en la sed de autoconocimiento (fuga de unos límites previamente autoimpuestos). Sed expresada en una dicotomía que superar. Así: “somos dos/ y brotamos aún/ de esta rama”.
 
Nos imantan esas imágenes paralelas, el agua/sangre,  como lo exterior y lo interior que fluyen, se desplazan, indagan lo que concierne, se saben dirigir. De este modo, diríase que el sentir cobra autonomía y reordena la relación del sujeto poético con su entorno, con la realidad, con el otro o los otros.

El pensamiento observado y su rastro
 
A caballo entre el sueño lúcido y la reflexión del uso del lenguaje como flecha de lo intuitivo (“vigilo a los pintores”), los breves poemas de Esther Ramón parecen ir dejando un rastro de migas de pan en el espeso bosque del pensamiento observado.
 
Hay palabras que dan un sentido previo a esa expectativa de liberación: “una flecha en ayuno/ se clava con ansia/ en la madera podrida,/ que se astilla/ y la expulsa”.
 
Elementos orgánicos e inorgánicos, factores cromáticos y materiales de una aguda sensibilidad pictórica, sirven al ojo que habla, al tiempo que nos muestra el recorrido de una metamorfosis: “En la pared contigua/ un mirlo se espesa,/ se hace mancha./ Un ojo para cada color”.
 
La solvencia expresiva de esta voz poética tan singular, ofrece una intensidad difícil. Por eso, es este un libro que invita a una lectura cuidadosa, atenta, palabra por palabra, poema tras poema, al desplazamiento entre lo más íntimo y lo más vital que sucede en la propia escritura, pero que también es disparo del devenir-existencia. De este modo, invoca a lo abierto, al exterior, desde su vocación poética: “Para escribir hay que/ encalar el blanco,/ hay que cegarlo”.
 
O: “Su lenguaje: pinchar el papel/ hasta que sangre”. Pues toda verdad es una violencia, como lo es la verdad de “salir de la telaraña/ de piedra” o “ El salto de precisión/ sobre la página,/ la huida del arco/ siendo flecha/”. Una violencia que antecede a la liberación.
 
Todo es el cuerpo, es el lenguaje, en una analogía bidireccional. Cuerpo y escritura se liberan para que el ser “en flecha” gane su vida, su ser-ahora, la autenticidad en movimiento.
 
Hacer propio el recorrido
 
Muchas son las claves que la poesía de Esther Ramón en este libro ofrece, para seguir los procesos de conciencia del “sí mismo”. La aventura de leer En flecha pasa por que cada lector haga su propio recorrido, sienta la tensión del arco, la velocidad y dirección del ojo-habla, la fuente de referencias, los símbolos, las imágenes, los vislumbres.
 
En su segunda parte, el poemario avanza in crescendo; desvelando problemáticas: “Sin lenguaje: la sed es una red de plumas/ que se absorbe”. Ahora los sentidos y la percepción de la realidad y de la identidad (identificaciones) se ven zarandeados. El contacto de la vida, a través de su observación, se vuelve altamente sensitivo, como “un grito epitetal que reverbera”. También en: “De soltarlas./ De des-/ atarlas./ Las manos sangran”.
 
Nos hallamos ante un trabajo que profundiza, en definitiva, en las posibilidades del lenguaje para escrutar, orientar la mirada, dirigir el vuelo; interpretar los signos que a cada una de nosotras, personas en el tiempo, es decir, flechas, puedan ayudar en su insustituible trayectoria.
 
Una trayectoria que precisa borrar lo que dificulte el impulso necesario para lograrse, emanciparse. Quizás sea esta una de las funciones de la poesía, de su lectura, de su escritura, las tentativas a través del lenguaje: “Ensaya distintas/ aperturas de la boca”, “despliego el mapa”, “busco una nueva ruta” o “ahora leo con ojos arrancados”; tentativas que en sí mismas son también arco, flecha, trayectoria, contacto.
 
La primera liberación a conseguir es la propia. Y sólo desde ahí, desde el sentir que no tiene servidumbres, pueden avanzar los textos o la conciencia autónoma.
 
Si lo que se agradece en un libro de poesía son la hospitalidad en el sentido derridiano, el cuidado de lo enigmático (en el sentido dickinsoniano); el vacío que posibilita lo por venir, En flecha aporta todo eso de manera contundente, abisal, íntima y estética, hasta el punto de avivar la fiebre lectora por un largo y sanador diálogo.    
 


Martes, 16 de Octubre 2018
Víktor Gómez Ferrer
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