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Reelaboración mitológica y poesía oracular en “La ciudad o la palabra pájaro”

La poeta valenciana Mar Benegas publica su tercer poemario con Huerga y Fierro


Mar Benegas (Valencia, 1975) ha publicado “La ciudad o la palabra pájaro”, un poemario en el que se plasma una "Ciudad" -la ciudad del mundo- en plena descomposición, pero también la realidad de semillas de vida que conviven con los signos de la muerte. Todo se hace a partir de una reelaboración mitológica y desde una concepción de la poesía como oráculo; como voz que cumple con una función de vaticinio. Por Concha García.




Reelaboración mitológica y poesía oracular en “La ciudad o la palabra pájaro”
En el mito de Deméter y Core (madre e hija, respectivamente), la segunda iba por la campiña cuando el dios de los muertos pasó y la raptó llevándola al reino de los infiernos y casándose con ella.

Deméter, privada de su hija, entró en la desesperación y la tierra se volvió estéril. Zeus concedió a Deméter que su hija pudiera reunirse con ella durante cierto período del año para que la tierra volviera a ser fecundada. Es en este mito donde la filósofa francesa Luce Irigaray vio el fin de las sociedades ginecocráticas, gobernadas por genealogías femeninas, y la instauración violenta de las sociedades patriarcales. Y este mito se inserta dentro de una tradición en la que también podríamos colocar el poemario La ciudad y la palabra pájaro (Huerga y Fierro, 2013) de Mar Benegas (Valencia).

Si nos detenemos en autoras españolas pienso en Juana Castro, en Ángela Figuera Aymerich, en María Victoria Atencia. Recoger el mito y reelaborarlo es algo que han hecho siempre algunos poetas, Antonio Colinas, Guillermo Carnero, por poner dos ejemplos de poetas españoles.

El pasado o antes del sueño; la profecía, la gestación, el puerperio, la ciudad, la restauración. Las partes del libro pueden verse como una piedra estriada, o como una red de significantes, o como una malla, o constelación; la cuestión es visibilizar la urdimbre de palabras con el que está construido el poemario y en cada una de las capas, o de la trama, o de los pliegues, inscrita, como una lógica significativa que sigue sin obstáculo por ciertos tramos, y en otras, la capa se empasta para constituir campos de sentido opacos donde vuelve a estriarse y adquiere un nuevo sentido, tomado de la antigua capa de donde procede. Esa es la ruta de este libro a través de sus partes.

La marca genealógica, constante y presente en estos poemas no se explaya en reivindicaciones meramente sexuales relacionadas con cierto narcisismo que ha impregnado mucha poesía escrita por mujeres a la hora de reivindicar el cuerpo y la maternidad. Todo lo contrario, la voz poética de Mar Benegas, abre y cierra el círculo de la evidencia: “Antes de tus hijos fuimos tus madres/ antes de tus madres fuimos tus hijos/ … así infinitamente”. Es una voz que sale de ella misma y universaliza su decir, digamos que cumple con la función de vaticinio.

Pero hay más. Están los pájaros que sostienen el mundo. Los pájaros aparecen en la poesía árabe del siglo XII, y muchos poetas los han tomado como fuente de su inspiración: Emily Dickinson, Wallace Stevens, el albatros de Coleridge, el cuervo de Edgar Alan Poe, los pájaros de Neruda y los de Alejandra Pizarnik, a quien admira: “yo no sé de pájaros/ no conozco la historia del fuego, pero creo que mi soledad debería tener alas”.

En su diccionario de símbolos, Juan Eduardo Cirlot nos dice que todo ser alado es símbolo de espiritualización. La tradición hindú asegura que los pájaros representan los estados superiores del ser y el pájaro Ba, como menciona la autora, era el alma para los antiguos egipcios. Los pájaros están presentes en todo el poemario. Planean sobre las palabras cargadas simbólicamente, como las cerezas que se caen del árbol, como las esporas que se abren en su tiempo, como las olas retrotrayéndose en pleno movimiento.

“Al principio fue el aleteo y un útero”. La mujer es pájaro y ángel porque “todo tiene madre, todo tiene padre”. Se puede especular en que no venimos de la nada, advenimos del hambre, de la pobreza que desgajó nuestras almas cuando caímos del pecho de los dioses.

Lo que no está en la lengua no puede ser pensado

¿Señales proféticas que nos traen visiones re-conocidas? El instinto poético de Mar Benegas se adelanta a la pura enunciación de la realidad y puede sentir esa Ciudad, la ciudad del mundo, en plena descomposición, y tras ella una advertencia: de seguir así nos hundiremos; sí, pero entre la ceguera y el veneno también hay pan, polen, tubérculo.

Semillas de vida conviviendo con los signos de la muerte. ¿Cuándo ha estado separado ese impulso? Si todo está en cada uno de nosotros, si cada uno de nosotros con su impulso puede colaborar en esta restitución, la toma de conciencia no habrá sido inútil.

Alas dejando en su imagen la ilusión de volar, porque la ilusión pertenece al mundo de los sueños y los sueños nos hacen más humanos. La doble disposición textual en algunas páginas segmentan significativamente las palabras escritas para agudizar el análisis, “reordenando desde la compasión, renombrará la belleza” (Víktor Gómez Ferrer) sin dejar de ser lenguaje poético.

La poesía pensada llega de imágenes acomodándose en el texto, los pensamientos no conceptuales forman el poema imbricado en una serie de secuencias de escenarios mitológicos con una fuerza visionaria. Y regreso a esa Ciudad, que aparece en la parte quinta del poemario con una contundente alegoría: “El gran pájaro Ba/ ya había sido aniquilado” (para entrar a la ciudad hay que volarse las alas).

La mención al libro de Orwell, 1984, planea como un nefasto vaticinio: lo que no está en la lengua no puede ser pensado. La lengua la dirigen ellos, la lengua es cercenada, vilipendiada, desplazada, castigada; precisamente la lengua ensancha nuestras posibilidades.

No le falta razón a esta poesía. Cada vez más se tiene menos presente la función poética del lenguaje (Homero hablaba de palabras aladas porque están en constante movimiento) y si esa función se borra a base de idiotizar el resultado será la alienación, el miedo, la obediencia ciega.

Ya en su primer poemario, Niña pluma Niña nadie (Amargord, 2010), Benegas nos presentaba una niña “con las vocales mistéricas de una zahorí que nos habla” como muy bien introduce en ese libro Viktor Gómez. La cuestión es que también llegará el tiempo de la restauración. “¿Qué más hermoso hay/ que un pueblo alzándose/ con alas transparentes?”.

En este libro, la función de la poesía, como auguraron algunos poetas románticos, toca lo sagrado, que es todo lo que nos precede porque forma parte de nuestros antepasados y de quienes creemos que no hay acto de violencia sin resarcimiento (la tierra siempre puede más porque es sagrada).

Sabemos que en la poesía podemos identificar las huellas de lo que podríamos definir como atemporalidad latente, por eso siempre he creído que el suceso histórico se inscribe en la escritura, incluso anticipando los acontecimientos; y es oportuno recordar la tesis benjaminiana que asegura no esperar nada de los hombres, ni abriga ninguna esperanza por ellos, por eso debe fiarse de la esperanza de una catástrofe escatológica que en un instante habrá de colocar al mundo en su lugar: “Corresponde al género humano que viaja en el tren de la historia mundial hacer el movimiento de lanzarse sobre el freno de la urgencia”, “dar el salto dialéctico bajo el cielo de la historia”.


Martes, 30 de Julio 2013
Concha García
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