FILOSOFIA: Javier del Arco
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Bitácora

La cuestión es ¿puede haber una idea general de justicia en una sociedad como la española en la actualidad? Yo creo que no y lo fundamento en lo siguiente: existe una crisis moral profunda del ejercicio de la política y, por ende, de la justicia y el derecho. Y esa crisis moral se debe a varios factores. Señalaremos, por razones de espacio, tan sólo algunos de ellos:


1. El éxito como fin y no como medio, como algo individual y no colectivo. El fin último del quehacer político, no debe ser el éxito. Éste genera soberbia, aturde al individuo y lo separa de la realidad cotidiana, del sufrimiento cotidiano de los administrados, le hace ajeno a la percepción de lo importante. La política no puede conllevar ánimo de lucro alguno, sino que el trabajo que supone, un trabajo arduo y entregado, debe ser retribuido austeramente, moderadamente. Un político de la Restauración, ministro varias veces y brillante abogado, decía en su casa cuando vislumbraba una cartera ministerial en su camino vital: “apretaros el cinturón que me van a hacer ministro”. La política debe ser, ante todo, un compromiso con la justicia, que ha de aplicarse el político de manera estricta y rigurosa, en primer lugar a sí mismo. Ciertamente, un político buscará el éxito, sin el cual nunca tendría la posibilidad de una acción política efectiva. Pero otro éxito, no el propio. El éxito de los ciudadanos, de la nación, de los proyectos razonables. El éxito está subordinado al criterio de la justicia, a la voluntad de aplicar el derecho y a la comprensión del derecho. El gran riesgo del éxito es la seducción de la soberbia, la suficiencia, una ética de la convicción absoluta –más producto de la soberbia misma que de la convicción en algo- que excluye el necesario equilibrio con la ética de la responsabilidad. Y de la soberbia se pasa a otros males mayores y, de esta forma, se abre la puerta a la relativización y a la apropiación del derecho por una facción partidaria lo que inexorablemente conduce a la destrucción de la justicia. Si el derecho decae ¿Qué queda del Estado? Pues o el Estado totalitario, una cuadrilla de ladrones en el poder, o el Estado líquido, una cuadrilla de débiles e inconsecuentes personajes desgobernando la nación y deshaciendo la sociedad, con el pretexto de destruir todo gran relato. ¡Qué desastre! ¡Qué inmenso desastre ha sido la opción por el “buenismo”! Éste que no significa y representa lo que es bueno, sino su lastre y su caricatura.

2. La ausencia de recto criterio y la incapacidad para distinguir entre el bien y el mal, entre el derecho verdadero y el derecho sólo aparente. Para mí se parte de un error de principio, error que ha de corregirse jurídicamente, Es un error delicado y controvertido cuya exposición me traerá muchas críticas que, de antemano, asumo. El error que se comete no es otro que confiar toda ley a la suficiencia del criterio de la mayoría, sin otros límites que su propia voluntad.

Sin embargo, la democracia no puede ser ilimitada, sino que debe ceñirse a aquellas funciones que le son propias. La democracia es un instrumento útil, mas no pasa de ser eso: un instrumento, y no un fin en sí misma. Una decisión injusta no es menos injusta o más legítima por el hecho de que haya sido votada por mayoría. Hay ciertas cosas que no son discutibles y que han de quedar fuera del alcance del poder de la democracia. ¿Quién se atrevería a someter a sufragio la ley de la gravedad? Por ese mismo motivo, ninguna mayoría puede destruir ese orden espontáneo de que hablábamos, ni podrá negar, por ello, la propiedad privada, la libertad individual o el derecho a la vida. Los derechos individuales no son discutibles, tienen un valor absoluto que ninguna mayoría o parlamento, por muy democráticos que sean, pueden discutir. Que la democracia sea el mejor sistema político que conocemos no significa que el deba decirnos el número de hijos que debemos tener, el coche que debemos comprar, o las ideas que debemos sostener deban decidirse por mayoría, como implicaría el llevar hasta sus últimas consecuencias el principio de la soberanía popular.

Es por eso que siento verdadero pavor cuando escucho reivindicaciones de democracia económica, empresarial, familiar o social, que implican extender la democracia a todos los ámbitos de la vida, lo que nos conduciría a un despotismo como no se ha conocido otro. La democracia es un buen sistema que, no obstante, puede degenerar en totalitario si no se le ponen límites, como ya observaron pensadores de la talla de Edmund Burke, quien advertía de que:

«En una democracia, la mayoría de los ciudadanos es capaz de ejercer la más cruel represión contra la minoría»

Por lo tanto, frente al democratismo de carácter colectivista que entroniza la soberanía nacional, debemos contraponer modelo de libertad que propone la soberanía individual. Esto es, sólo el individuo -y no la colectividad, ni el Estado ni cualesquiera otras fuerzas sociales- es el soberano. Pero lo es únicamente en el ámbito de su propia vida, por lo que no debe pretender alterar coactivamente esos órdenes espontáneos preexistentes que son el Derecho Natural, la Constitución Histórica y la Tradición, precisamente porque son esos órdenes los que permiten que pueda ejercer esa soberanía de la que es titular, libre de la influencia tiránica del Estado y de la mayoría. La soberanía individual es un concepto genuinamente liberal que fue formulado magistralmente por John Stuart Mill del siguiente modo:

«La única finalidad por la cual el poder puede ser ejercido sobre un miembro es evitar que perjudique a los demás. Nadie puede ser obligado a realizar o no realizar determinados actos ni aunque así fuese la opinión de los demás»

Pregunto entonces: ¿Quién me defiende de un médico o político que pretenda someterme a una mal llamada “eutanasia positiva”? ¿O quien defiende a un nasciturus que no se puede defender? El Estado líquido hace dejación de aquellas obligaciones que le incomodan para satisfacer al populacho y obtener su favor condenando inocentes y dando rienda suelta a las pasiones de la ignorancia. Hace leyes para complacer a sus acólitos, no tanto conformes a derecho, como orientadas a socavar instituciones fundamentales y seculares que constituyen la columna vertebral de toda sociedad bajo pretexto de que ésta –mejor dicho, una parte pequeña pero ruidosa de ella, mediáticamente alentada- lo demanda, y la ciencia actual lo posibilita con pocos escrúpulos. El derecho queda constreñido dentro de un agobiante e insano positivismo jurídico.

El principio de la mayoría no basta. En el proceso de formación del derecho, una persona responsable debe buscar los criterios de su orientación. En democracia, en algunas ocasiones, no es fácil ni evidente conciliar la ley con la justicia. Sólo aquello que es verdaderamente justo puede transformarse en ley. Pero hoy en día, ¿Qué es justo respecto a las cuestiones antropológicas fundamentales y, por tanto, con auténtica capacidad de plasmarse en derecho vigente? Pues seguir la senda de la recta razón dictada por el estricto conocimiento del hecho bio-antropológico. Hay un suceso sobre el que no cabe duda y es valido para todos los seres vivos, hombre incluido: la necesidad de preservar todo patrimonio genético natural individual en cualquier estadío de su desarrollo, que cobra un valor incalculable en el caso del ser humano. No se puede segar una vida en ningún momento de su existencia porque ningún ser humano es justo que prive a otro de su don más preciado: la vida. Esa batalla, que parece ganada en el caso de la pena de muerte, se está perdiendo, en las sociedades más avanzadas, por la interrupción voluntaria del embarazo. Y esta tremenda y atroz realidad, en la que al amparo de la ley se mata impunemente a un ser humano genéticamente completo y vivo, tiene uno de sus orígenes, si no el principal, en la ideología de género Siempre he sido partidario de la igualdad de derechos y oportunidades del hombre y la mujer; nadie debe prevalecer sobre nadie por el sexo que tiene. Pero una cosa es la plena igualdad, necesaria, deseable y lógica y otra muy distinta, la ideología de género. El feminismo es un mal de nuestro tiempo, como lo ha sido el machismo hasta épocas recientes. Un error ha llevado a otro error, una situación injusta conduce a otra por lo menos tan injusta como la precedente y la causa de ambos radica en el egoísmo personal y colectivo, la torcida voluntad de poderío, la ambición y la ignorancia, la profunda ignorancia del ser humano, incluso del culto, refinado y erudito que, salvo notorias excepciones, conduce al mal. El feminismo, como el machismo, son degeneraciones de la recta razón y de la ley natural.

Para evitar juicios precipitados sobre estas líneas y a fin de clarificar mi posición dese el principio diré que no estoy abogando por un derecho religioso ni por un ordenamiento jurídico revelado, nada de eso; antes bien todo lo contrario, propugno un derecho fundamentado en la filosofía –ciencia primera que la sociedad líquida quiere debilitar o destruir porque le incomoda-, que reconozca a la razón y la naturaleza, en su mutua relación, como fuente jurídica válida para todos. Y todo ello, enmarcado en el reconocimiento del libre albedrío y el respeto a la conciencia de cada uno, es decir en términos heideggerianos, la razón abierta al lenguaje del ser.
Javier Del Arco
Viernes, 28 de Octubre 2011
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5votos

Bitácora

Ingresamos en la Red y buscamos en un foro cualquiera lo que se entiende por sociedad líquida. El foro está elegido al azar, se denomina Chiquiworld, y no lo conozco. La pregunta la responde con suma precisión Eric González, que no sé quién es, pero no importa; ofrece una respuesta clara y correcta:

"Bauman afirma que la vieja sociedad sólida, construida sobre bases estables como la familia, el empleo o las instituciones políticas, se ha desvanecido y que la posmodernidad ha roto todos los anclajes. Nos movemos en un entorno precario y cambiante, en el que antiguos valores como la fidelidad, la duración o la renuncia han perdido su significado. Eso es la sociedad líquida. Algunos hablan ya de sociedad gaseosa. Los individuos y las instituciones flotamos a la deriva".

No se puede definir la sociedad líquida de manera más clara, aunque los puristas opinen que esta definición sea incompleta, requiera de matices, ampliaciones, más lecturas...bueno, sí, es cierto, pero resulta muy sincera y orientadora.

¿Y qué dicen los "foreros"?

Que les parece corta, arcaica, demodé, cavernícola, apocalíptica, lúgubre...

Me quedo pasmado. Los foreros han traspasado la sociedad líquida, la gaseosa, y la sociedad en general; viven o dicen vivir en la no-sociedad, en la mépolis -no ciudad-, de Félix Duque, aunque nada saben de este excelente profesor de filosofía. Ni falta que les hace. Pues, ¿en qué mundo viven?

En el de la nada, en el vacío, en el nihilismo más absoluto.

Ese vacío se caracteriza por un sincretismo entre lo predicado por el capitalismo tardío, la pasión por el dinero y por el ego, y por el post-marxismo postmoderno: no hay grandes relatos, no hay otra moral que la que dicte el derecho positivo puro -reducción de la ética a la ley positiva-; no hay verdad ni veracidad, hay ciencia positiva que estudia los hechos analíticamente y deconstruye toda hipótesis, de forma que nada es seguro. Ni siquiera lo es la res cogitans -materia pensante- de Spinoza porque el cerebro nos engaña y no habiendo otra cosa ¿de quién me fío? De mí, de mi placer, de mi momento...Carpe diem, placer, circo, juego. Sociedad lúdica con un destino trágico que subyace a todo nihilismo. No hay sitio para esperanza alguna.

¡Qué mal se ha leído a Nietzsche! Nadie, y los post-estructuralistas post-modernos menos, han entendido lo que la vida y la filosofía de Nietzsche suponen. Estas son, en su conjunto, el grito desgarrador de quien se ha conducido conscientemente al nihilismo y ha sido seducido por él; hay en sus palabras un sincero grito de desesperación trágica que atraviesa toda su filosofía, un grito profético de locura y angustia de muerte que anticipó su final. La grandeza de la filosofía de Nietzsche reside, no en este o en aquel fragmento; se halla, más bien, en la contemplación aterrada del espectador ante su pasión inversa y trágica que no es redentora, sino demoledora.

Pero ahí comenzó todo. Y de aquello, pasamos por lo que Eric Hobsbawm llamó "La era de las catástrofes de 1914-1945". Tras la tragedia intelectual que supuso el mayo francés 1968, nació la post-modernidad, lo que ha supuesto uno de los aconteceres más desastrosos de la historia del pensamiento europeo. "No es después (de la modernidad, se entiende), sino distinto" afirma con lucidez Quintín Racionero. Claro que es diferente. Como que de un paradigma filosófico desajustado y gastado, pero sólido, pasamos a un pensamiento débil, a una sociedad gaseosa. O lo que es peor a una sociedad sin pensamiento, a una sociedad escatológica o de las postrimerías.

No es pesimismo. Es escuchar el clamor de la calle. Sumergirse, más allá de los academicismos, en las masas y oírlas. Resulta aterrador ver que la rebeldía, que la violencia incluso, que los ideales de lucha, se han tornado en pulsiones de placer, de consumismo, de abandono, de moral doble, de orgía y egoísmo cínico. Triunfa Sloterdijk, declina Habermas. No hace falta más que echar un vistazo a África para ver en que quedan las huecas palabras vendidas tras el noble término de solidaridad.

Mi proyecto es repensar lo sólido para recomponerlo en un contexto actualizado y demoler el siniestro edificio nihilista, líquido o gaseoso, comenzando por aquella tarea que me parece más urgente: repensar la justicia. De algún punto habría que partir y yo he elegido ese.
Javier Del Arco
Lunes, 17 de Octubre 2011
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Neurofilosofía

Como colaborador de Tendencias 21, pero sobre todo como lector impenitente de ella, he visto en los últimos tiempos interesantes artículos sobre Neurociencia de mi buen amigo el Profesor Francisco J. Rubia Vila y, recientemente, algo verdaderamente curioso: trabajos sobre Cognotecnología por mi también amigo el Profesor Adolfo Castilla. El cerebro está de moda. Incluso el Presidente George Bush Sr. Denominó al periodo 1990-2000 como la “Década del cerebro” en una comunicación presidencial firmada y fechada el 17 de julio de 1990.

Se afirman muchas cosas, se especula con otras, la Neurociencia, verdadera episteme transdisciplinar, por lo que estudia, investiga y trata de resolver, implica necesariamente problemas éticos. Problemas derivados del ejercicio directo de la práctica de la investigación sobre el sistema nervioso y problemas originados por aquellas preguntas que surgen del estudio a fondo de la Neurociencia, englobadas generalmente en el llamado “problema mente-cerebro”.

Los artículos dedicados a la Neuroética, éste y los próximos, discurrirán desde la introducción que hoy presentamos, hasta el último desafío que este nuevo enfoque de la Bioética nos plantea.


Neuroética (I). Introducción
1. Neuroética

No existe una definición específica de la neuroética universalmente aceptada.

De acuerdo a la Web of Science , el término fue acuñado probablemente por A.A. Poncio en un documento de informes psicológicos de 1993, sobre el desarrollo moral.

Hay usos anteriores, que se remontan hasta 1978. Illes (2003) registra usos, desde la literatura científica, entre 1989 y 1991.

Las definiciones actuales de la neuroética hacen hincapié en las implicaciones éticas, legales y sociales de la neurociencia. William Safire la define como:

"el examen de lo que es correcto e incorrecto, bueno y malo, en el tratamiento, bien clínico, quirúrgico o ambos, del cerebro humano. O también la invasión no deseada de forma alarmante y la manipulación del cerebro humano".
Safire, W. Visiones para un nuevo campo de Neuroética. Actas del Congreso de Neuroética, 13 y 14 mayo de 2002. San Francisco, California

La Neuroética así entendida se queda corta. Si ésta se entiende así, una pregunta típica a investigar en éste campo podría ser: ¿Cuál es la diferencia entre tratar a un humano con enfermedad neurológica y simplemente la mejora de los recursos humanos del cerebro? Otra cuestión de este tipo, propia de un sistema sanitario tan desigual como el de USA, sería: ¿Es justo que los ricos tengan acceso a la neurotecnología mientras que los pobres no ? Los problemas de la neuroética podrían complementar aquellos otros Bioéticos generados por la geonómica y la ingeniería genética humana (véase el argumento de Gattaca ).

Sin embargo, el Dartmouth College Centro de Neurociencia Cognitiva, cuyo director es Michael Gazzaniga, argumenta que definiciones tales como la ofrecida por Safire son inadecuadas, ya que el conocimiento de los mecanismos del cerebro puede iluminar una amplia gama de cuestiones éticas. Gazzaniga afirma que:

"la neuroética es algo más que la bioética del cerebro." En su libro El cerebro ético, define el campo neuroético como:

"el examen de cómo queremos enfrentarnos con los problemas sociales de la enfermedad, la normalidad, la mortalidad, el estilo de vida, y la filosofía de vida, enriquecido por nuestra comprensión de la base de los mecanismos profundos del cerebro ".
Gazzaniga, M.S., El cerebro ético. La prensa Dana, 2005

El neurocientífico Michael Gazzaniga sitúa este punto de vista de manera sucinta al afirmar que "es o debería ser, un esfuerzo para llegar a construir una filosofía basada en el cerebro como epicentro de la vida". Lo que algunos llaman, F. J. Rubia entre otros, “Neurofilosofía”

La Neuroética abarca las múltiples formas en que los acontecimientos se entremezclan en la Neurociencia básica y clínica con las cuestiones sociales y éticas. El campo es tan pequeño y a la vez tan profundo, que cualquier intento de definir su alcance y los límites ahora, sin duda, nos equivocaría de cara al futuro ya que la Neurociencia empieza a desarrollarse sistemáticamente ahora y sus consecuencias comienzan a conocerse. En la actualidad, sin embargo, podemos distinguir tres categorías generales de funciones para la Neuroética: la que se segrega de aquello que podemos ya hacer, la que se segrega de lo que se sabe y la que se segrega de las preguntas clave que el hombre se formula sobre si mismo, por su origen, por su destino, por el otro y por su entorno.

En la primera categoría, se en marcarían los problemas éticos planteados por los avances en funcionales de neuroimagen , la psicofármacologia , implantes en el cerebro y las interfaces cerebro-máquina. En la segunda y tercera, se estudiarían los problemas éticos planteados por nuestra creciente comprensión de las bases neuronales de la conducta, la personalidad, la conciencia, y los estados de trascendencia espiritual. En cuanto a la tercera, la formación natural de la conciencia, sabemos poco o nada de ella.

La Neuroética es compleja. A la vista de lo dicho se advierte que tiene varias fuentes originarias, especialmente tres: Neurociencia, Bioética y Filosofía, lo que no excluye otras como Teología, Antropología, etc.
Javier Del Arco
Martes, 9 de Noviembre 2010
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Bitácora

1. Relativismo ético y marco político

1.1. Amenazas internas de las democracias

Durante los últimos decenios, la teoría de la democracia se está convirtiendo en la faceta más fecunda de la reflexión política. Está adquiriendo tal relevancia que constituye en gran medida un intento sobresaliente por legitimar el sistema democrático ante las amenazas internas -las «externas» parece que han sido superadas definitivamente tras la caída del muro de Berlín- que crecen cual cáncer degenerativo que mina sus más básicas piezas político-institucionales. Entre las amenazas internas de la democracia en su conjunto, y más claramente de la española, destacaría las siguientes: la no separación clara de poderes, la creciente oligarquía de los partidos, la corrupción política y económica, las listas electorales cerradas, las perennes dificultades financieras de los partidos, el exagerado poder de la televisión, el desajuste entre la representación parlamentaria y la sociedad civil, la severa disciplina de los partidos que impide la libertad de voto en el Parlamento, la burocratización de la Administración Pública, el terrorismo de todo tipo con especial énfasis en el islamista (el Islam radical es de nuevo el gran enemigo de Occidente como ocurrió tras las derrotas cristianas en Manzikert y Sagrajas), las reticentes relaciones con la Iglesia por parte de un gobierno estúpido, el espionaje ilegal a los ciudadanos, el desastroso estado de la administración de la justicia y la debilidad y blandeguenguería de los códigos penal y civil, la catástrofe educativa y moral de la juventud…

La raíz de gran parte de tales problemas político-sociales cabe encontrarla en un proceso cada vez más acentuado de separación entre la ética y la política. En no escasas ocasiones contemplamos una utilización perversa de las instituciones y mecanismos democráticos a fin de favorecer intereses estrictamente partidistas o personales. La defensa solapada de estos intereses se encuentra en el principio «el fin justifica los medios» (no por más criticado menos generalizado en las democracias) revestido de una pretendida «ética de la responsabilidad» que sólo sirve para excusar los comportamientos de los políticos.

Todo ello nos manifiesta en qué medida se ha ido perdiendo la «sustancia moral» que habría de caracterizar a la auténtica democracia. Ha ido infiltrándose durante este siglo una tendencia teórico-práctica que está convirtiendo a la democracia en un mero «método de resolución de conflictos de intereses». Se ha arrinconado a la teoría clásica de la democracia (siglo XVIII) que percibía este nuevo régimen político como garantía de la defensa e instauración de derechos humanos: las instituciones y los ciudadanos han de encarnar ideales y principios morales que convierten en deseable el Estado de Derecho.
Javier Del Arco
Lunes, 13 de Septiembre 2010
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Editado por
Javier Del Arco
Ardiel Martinez
Javier del Arco Carabias es Dr. en Filosofía y Licenciado en Ciencias Biológicas. Ha sido profesor extraordinario en la ETSIT de la UPM en los Masteres de Inteligencia Ambiental y también en el de Accesibilidad y diseño para todos. Ha publicado más de doscientos artículos en revistas especializadas sobre Filosofía de la Ciencia y la Tecnología con especial énfasis en la rama de la tecno-ética que estudia la relación entre las TIC y los Colectivos vulnerables.




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