CONO SUR: J. R. Elizondo

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EE.UU. DESPUES DEL AUTOGOLPE QUE NO FUE José Rodríguez Elizondo

La decadencia del bipartidismo norteamericano golpeó al sistema de equilibrios y controles y, siguiendo esa línea, Donald Trump golpeó a la democracia misma. En estos momentos, la recuperación de la gran potencia depende no sólo de la gestión que inicia el Presidente Joe Biden. Además y quizás más importante, es que el Partido Republicano no rompa lanzas por la impunidad del primer autogolpista en la historia del país.


Publicado en El Libero 6.2.2021 (*)

En los Estados Unidos la elección de un presidente equivale a una apuesta sobre un hombre.
Raymond Aron. 1984.

 
Desde que consolidara su independencia en el siglo 18, Estados Unidos supo comunicar, a través de sus élites, que la democracia y la libertad no sólo eran sus principios domésticos. Además, eran la esencia de su destino manifiesto, que ejecutaría ante el mundo como una misión autoasignada.

La plataforma jurídica de esos principios fue una Constitución enmendada pero nunca sustituida, un sistema de equilibrios y controles entre los poderes del Estado y una cortés alternancia en su sistema político bipartidista. Con esa configuración la potencia emergente respaldó intereses cada vez más globales, lo que indujo al filósofo francés Raymond Aron a definirla como una “república imperial”.

Sólo una guerra civil pudo suspender, en el siglo 19, esa estructura jurídico-político-ideológica. Luego, en el siglo XX, su participación en dos guerras mundiales planteó a Estados Unidos el dilema de la mayor o menor consecuencia con sus principios. Explicable porque, invocando el interés nacional, eventualmente apoyó a dictaduras ominosas y, en el campo de los derechos humanos, desestabilizó más a sus aliados que a sus enemigos. Lo que para sus gobernantes era una política exterior pragmática, para sus contrapartes afectadas era una política imperialista.

Notablemente, la consistencia democrática interna prevaleció, incluso en el plano del soft power o prestigio estratégico. La opinión pública mundial asumía que Estados Unidos, pese a ser amistoso con algunos dictadores, no se contaminaba con las dictaduras. Desde esa perspectiva, el mundo agradeció su decisiva contribución a la derrota del nazifascismo en la segunda guerra y reconoció su victoria contra la Unión Soviética en el marco de la Guerra Fría.

Lo anterior está escrito en pretérito, pues el asalto al Capitolio, dispuesto por el expresidente Donald Trump, fue un estallido en el corazón del sistema. En lo inmediato, puso entre paréntesis el respeto global por su democracia. Quienes criticaban a Estados Unidos por su tolerancia con dictaduras amistosas, comenzaron a percibir la posibilidad de una dictadura en la propia Casa Blanca, a cuya sombra difícilmente podrían sobrevivir los regímenes democráticos. Además, perfiló la posibilidad de un escenario antes inimaginable: el de un dictador estadounidense insensato, con mando sobre un ejército poderoso y con un enorme arsenal nuclear. Una obvia amenaza para la paz y la seguridad internacionales.

Con base en ambas percepciones fue sorprendente el silencio de todas las cancillerías y, en especial, el de los organismos multilaterales encargados de afirmar la paz, proteger la democracia y velar por los derechos humanos. Afortunadamente, el sistema fundacional de equilibrios y controles pudo sostenerse. Aunque Trump tenía aliados internos con poder, la institucionalidad judicial mantuvo su independencia y los militares no se plegaron a su comandante en jefe presidencial. El autogolpe fracasó y el presidente Joseph Biden está reiniciando la andadura democrática, con un fuerte sesgo recuperacionista en lo interno y propósitos de reinserción en el abandonado espacio internacional.

Está bien lo que bien termina pero, como el susto queda y Trump lucha por quedar impune, es bueno recurrir a la parábola histórica. Esa según la cual un agitador alemán, tras una asonada sangrienta y algunos años de cárcel, llegó a gobernar con mayoría parlamentaria, indujo el incendio del Reichstag, se hizo dictador con apoyo militar, provocó una guerra mundial que dejó 60 millones de muertos y terminó liquidando a su país.
(*) Editorial de revista online Realidad y Perspectivas (RyP) del mes de enero

José Rodríguez Elizondo
Sábado, 6 de Febrero 2021



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Comentarios

1.Publicado por Patricio Bustos el 26/02/2021 02:07
Sr. Rodríguez Elizondo, me " cuelgo" de éste comentario suyo para comentarle que estoy terminando de leer su libro "Todo sobre Bolivia" y que me parece un gran aporte a nuestras relaciones internacionales con los vecinos del norte, sin embargo, quisiera decirle que hay un error en su planteamiento respecto de Perú cuando se refiere al "triángulo terrestre"; sobre éste mismo particular ud. también ha tenido algún comentario en televisión en el que da por descontada la existencia de dicho triángulo y que constituiría una situación confrontacional con dicho país. Al respecto quisiera decir lo siguiente: EL TRIÁNGULO TERRESTRE NO EXISTE, pues el Acta de Lima de 1930 dispuso que el llamado "Punto Concordia" que señala el Tratado de 1929 como inicio de la frontera, fuese ubicado en realidad en el Hito N° 9, en pleno desierto y a pocos metros de la línea del ferrocarril Arica-Tacna, por tanto, es falsa la premisa peruana de que el primer hito, a orilla de mar, se denomine "Concordia", ya que dicha Acta de Lima lo denominó simplemente con el N° 1 en la secuencia numérica de hitos fronterizos. De lo anterior, se desprende, como es lógico, la total INEXISTENCIA del llamado triángulo terrestre; la otra denominación peruana de "Punto 266" es enteramente ilegal pues no pertenece a lo acordado en el Acta de Lima de 1930. A mayor abundamiento, el ex-Canciller peruano, don Ricardo Luna en conversación con un conocido periodista peruano reconoce explícitamente la total inexistencia de dicho triángulo terrestre. Abajo le dejo el link de esa entrevista en la televisión peruana y otro con el Acta de Lima de Lima de 1930 original para que ud. pueda comprobar todo lo que digo.
Finalmente, considero un grave error de ineficiencia de nuestra diplomacia el desconocer lo que señalan los tratados firmados por Chile, particularmente con los temas de fronteras con nuestros vecinos, que debo decirlo me avergüenza como chileno, porque nos hemos comido el gazapo peruano de un supuesto triángulo que jamás ha existido. Ese pedazo de territorio es enteramente chileno.
Sin otro particular, le saludo atentamente,

https://www.youtube.com/watch?v=7z4GhHvaQ64

http://www4.congreso.gob.pe/comisiones/2008/seguimiento-demandaperuana/documentos/ActaLima5agosto1930.pdf

2.Publicado por Patricio Bustos el 23/03/2021 03:06
Don Pepe, y le ruego me disculpe por la ligereza de llamarlo así tan coloquialmente; es tan solo un sentimiento de estima intelectual.
Finalmente he terminado de leer su libro " Todo sobre Bolivia" y ahora me dispongo a leer su última obra " El día que me mataron" que ya tengo en mi poder, y me entusiasma sobremanera el comentario que Christian Warken hizo de él en Emol; me atrae su prosa inteligente y el conocimiento histórico de las relaciones internacionales que hace de Chile respecto de nuestros vecinos, y su perspicacia y proyección de hechos futuros en los diferentes temas ; lo felicito sinceramente por ello; es un gran aporte a la historia y a la Academia de las relaciones internacionales de Chile, no tan solo con sus vecinos sino con el mundo; creo que es muy formativa.
Sin embargo, la sensación final que me queda de la lectura de su obra, es que ud. está dispuesto, contra viento y marea, a negociar diplomáticamente para Bolivia un acceso al Pacífico, y eso no logro comprenderlo, porque , a pesar de tener una Cancillería que solo se desempeña jurídicamente como sabemos, pero que en nuestro caso comparto plenamente porque se está defendiendo jurídica e internacionalmente el interés de los tratados suscritos por Chile respectos de sus fronteras.
Creo que ningún país del mundo estaría dispuesto hoy a negociar un Tratado fronterizo ya confirmado, y con más de 140 años de firmado, de lo contrario, los juicios mundiales serían interminables en la CIJ, y por tanto una debacle jurídica, además de los problemas geopolíticos y de todo orden que el mundo se echaría encima lo mismo nosotros intercalando a Bolivia en el Pacífico, algo que estoy muy cierto que tampoco quisiera el Perú.

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Editado por
José Rodríguez Elizondo
Ardiel Martinez
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.





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