Notas

El género literario en los Hechos Apócrifos (II)

Redactado por Antonio Piñero el Jueves, 14 de Mayo 2009 a las 06:04

Hoy escribe Gonzalo del Cerro

El género literario de los Hechos Apócrifos de los Apóstoles (II)

Decíamos el otro día que analizaríamos los cinco elementos clásicos que, en opinión de R. Söder, estructuran los relatos de los Hechos Apócrifos.

1. El primero de ellos es el denominado motivo del viaje. Es verdad que los HchAp coinciden con la novela helenística en ese motivo denominado a partir de los viajes. Pero se trata de eso, de coincidencia, creo yo, más de de interdependencia. Porque ni la motivación ni la realización ni la culminación tienen prácticamente nada que ver en un caso y en el otro. Las peregrinaciones que los enamorados hacen para buscar y recuperar a sus amadas sólo tienen de común con los viajes de los apóstoles el hecho mismo del desplazamiento material. El que sean viajes por mar es obvio en el lugar geográfico en que se realizan, como ya reconocía la misma R. Söder.

El mar está omnipresente en Grecia. Podemos decir que es una perpetua invitación a la aventura. Y los griegos respondieron convirtiéndose en uno de los pueblos marineros del planeta. Grecia, como país geográfico, les venía pequeño a los griegos, por lo que tuvieron que abrir los horizontes a sus gestas. Viajaron sembrando colonias por todas las riberas del Mediterráneo. Según la metáfora de Platón, los hombres mediterráneos son como ranas asomadas al mar. Los griegos, creadores de uno de los idiomas más bellos de la rama indoeuropea, disponen de una palabra autóctona para denominar el mar, thálassa.

De Palestina podemos decir algo parecido. Una franja estrecha de tierra que tiene como frontera occidental el mar. Su denominación es un tributo a los hombres llegados de fuera por el mar, los filisteos. Es, por tanto, natural que los viajes de sus habitantes tengan el mar como camino de salida y de aventura. Las peripecias de aquellos viajes son las normales en los desplazamientos de la época, incluida la tempestad. Eso le ocurrió a Jonás (Jon 1,4ss) o a Pablo (Hch 27, 14ss). Y no es de extrañar que los autores de los apócrifos recurran a episodios como la tempestad, que les proporciona la oportunidad de referir la intervención de Dios a favor de sus enviados. Es lo que sucede, por ejemplo, en los Hechos Apócrifos de Juan, presuntamente escritos por su discípulo Prócoro, caps. 34-35 (HchJnPr).

De los viajes narrados en le novela helenística no se dan semejanzas directas ern los HchAp. Algo más parecido es el caso de Apolonio de Tiana, aunque con distintas connotaciones. Según el texto de Filóstrato de Lemnos, el sabio griego viajaba más para aprender que para enseñar. En cambio, los viajes descritos en los HchAp están justificados por la orden de Jesús que les había intimado: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mc 16,15; Mt 28,19). Además, la práctica de los viajes misioneros está documentada en los mismos evangelios y en los Hechos canónicos de los Apóstoles, como reconoce también R. Söder.

La tradición del reparto de las tierras de misión entre los apóstoles era bastante corriente en los siglos II-III, como explica E. Junod en su contribución al libro citado de F. Bovon: “Orígenes, Eusebio y la tradición sobre el reparto de los campos de misión de los Apóstoles”, pp. 233-248. Y se considera, cuando menos, probable que los HchAp empezaran normalmente con una escena del reparto que justificara la presencia de los protagonistas en determinadas regiones. Así sucede en los HchTom, que son los únicos conservados en su totalidad, en el relato del Martyrium Prius de Andrés, en los HchJnPr y en dos pasajes de los Hechos de Felipe (Hechos III y VIII).

2. El elemento aretalógico tiene también un sentido diferente en los HchAp. En la novela griega, las hazañas de los protagonistas sólo persiguen provocar la admiración de los hombres o la compasión de los dioses. En los HchAp los apóstoles protagonistas son testigos de una fe que todos debieran profesar, y de una conducta que deben practicar como condición para conseguir la vida eterna. Son maestros que no solamente enseñan unas teorías sino que ejercen un ministerio que crea escuela. Sus aretái (uirtutes) y sus prodigios (dynámeis) están garantizadas por la presencia de Dios que actúa por medio de ellos. Los apóstoles de los Hechos son auténticos “varones divinos” (théioi ándres), de quienes dan testimonio su conducta, sus palabras, sus poderes y hasta la voz de Dios que habla con cierta frecuencia.

Todos estos detalles son razones de peso que avalan la autoridad magistral de los misioneros de Jesús. Como ocurre en as narraciones evangélicas, la finalidad de los milagros va más allá del hecho simple de una curación. Ante la tumba de Lázaro, Jesús proclamaba hablando con el Padre: “Para que crean que tú me has enviado” (Jn 11,42). Y antes de la curación del paralítico de Cafarnaúm: “Para que veáis que el Hijo del Hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados…” (Mc 2,10 par.). Era, por lo demás, la misma reacción del sirio Naamán cuando sintió curadas sus carnes leprosas: “Ahora conozco que no hay en toda la tierra Dios sino en Israel” (2 Re 5,15).

La taumaturgia de Apolonio de Tiana tiene un sentido muy diferente. Filóstrato pretende incluso desmitificar los milagros realizados por el sabio y buscarles una razón puramente humana o coyuntural. Por la sencilla razón de que “la verdad no tiene necesidad de milagros ni de magia” (Vida de Apolonio, IV 10). Justamente lo contrario que en los HchAp, en donde el milagro es la prueba definitiva de la presencia activa y eficaz de la divinidad. Además de que forma parte de la misión encomendada a los apóstoles, y que heredarán los que crean.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro


Jueves, 14 de Mayo 2009
| Comentarios