CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Imagen de la cubierta del libro en la comunicación de la semana pasada


Escribe Antonio Piñero
 
Empiezo hoy una miniserie de unas cuatro o cinco publicaciones destinadas a servir de apoyo a la aparición del Volumen VII de la mencionada colección. Comienzo con una visión de conjunto y con algunas definiciones y precisiones. Tomo las ideas de la presente miniserie de la gran Introducción a los siete volúmenes que dejó sin acabar el añorado Alejandro Diez Macho. Es volumen I fue editado por Miguel Pérez Fernández y María Ángeles Navarro.
 
Cuando hablamos de “apócrifos”, sobre todo en países de lengua hispana, y sospecho también que en Portugal y Brasil, muchas personas muestran un interés muy notable porque junto con el término “apócrifo” va unida la idea de que la Iglesia, sobre todo la católica, los ha declarado como tal, falsos, los ha perseguido, ha procurado destruirlos, etc. porque –piensan– en muchos de ellos se ocultaba la verdadera historia del cristianismo… y porque si se descubría… se acababa el negocio eclesiástico y la Iglesia se derrumbaría. Esto ocurre naturalmente más con los apócrifos del Nuevo Testamento… y mucho menos, o poco con los apócrifos de la Biblia hebrea, porque muchas personas ni siquiera saben que tales apócrifos existen y menos aún que son muy importantes.
 
Veremos que los temores y terrores de algunos, asociados con el ocultamiento de los apócrifos es un bulo. Sencillamente falso. Piénsese que en concreto los apócrifos del Antiguo Testamento en nomenclatura cristiana han sido conservados por los cristianos, no por los judíos, porque los cristianos intuyeron muy pronto que el contenido de tales libros judíos eran una “preparación al evangelio”: Dios había dispuesto la Biblia hebrea y su continuación, sus apócrifos, para que las mentes de los cristianos y el mundo entero se fueran preparando a las nuevas doctrinas. Y respecto los Apócrifos del Nuevo, piénsese que las principales ediciones de ellos provienen de miembros de la Iglesia. Así pues, respecto a los Apócrifos corren muchos bulos entre la gente.
 
Es importante aclarar los términos canónico y apócrifo, pues son muchas las obras de autores judíos y cristianos que, ya sea por su título o contenido, o por su presunto autor, han mostrado pretensiones de ser consideradas sagradas y de ingresar en el selecto grupo de “libros canónicos” o inspirados, pero no lo consiguieron.
 
Sin embargo, no por eso dejan de ser más que importantes los Apócrifos, pues los de la Biblia hebrea reflejan una teología y religiosidad que en muchos casos fue más determinante para el desarrollo del primer cristianismo que el Antiguo Testamento mismo, a pesar de su carácter de sagrado. Esta idea es el leitmotiv, el motivo dirigente o impulsante de este curso: su importancia. Además, los textos apócrifos de la Biblia hebrea son bastantes, unos 65 libros en total, pero no todo su contenido es importante, como es natural.
 
Comencemos por las definiciones. El término “apócrifo” o “literatura apócrifa” se comprende hoy día a partir del concepto opuesto: “libros o literatura canónica”. Un libro “canónico”, como sabemos de sobra, es el aceptado como sagrado por la Iglesia (o también por el judaísmo, si se habla de la Biblia hebrea). Entonces la definición es evidente: un apócrifo es un escrito no admitido en la lista de libros de la Biblia, aunque con pretensiones de estar en ella por su tema, género o pretensión de autoría… Finalmente el término “apócrifo” significa lo mismo que “falso”.
 
Sin embargo, para llegar a esta significación el vocablo “apócrifo” pasó por una serie de etapas. El vocablo aparece ya en Ireneo de Lyon (hacia el 180 d.C.), y deriva del griego apokrýptô, que significa “ocultar”. En principio, un libro “apócrifo” fue aquel que convenía mantener oculto por ser demasiado precioso, no apto para que cayera en manos profanas. También se designaban con el vocablo “apócrifo” los libros que procedían o contenían una enseñanza “secreta”, pero de ningún modo falsa. Así, ciertos filósofos de la antigüedad afirmaban que sus doctrinas procedían de libros secretos (en griego: apókrypha biblía) que venían del Oriente.
 
 
Esta acepción de apócrifo = a libro precioso o secreto, aparece como normal en escritores eclesiásticos cristianos de los primeros siglos, como Clemente de Alejandría (Stromata, o “Tapices” I 15,69,6). Rápidamente, sin embargo, y precisamente porque tales libros eran utilizados por grupos más o menos apartados de la Gran Iglesia, el vocablo apócrifo adquirió el sentido de “espurio” o “falso”. Así ya en el autor antes citado, Ireneo de Lyon, o Tertuliano (hacia el 200). A partir de tales escritores se ha generalizado esta acepción hasta hoy, olvidándose de que apócrifo tenía un sentido muy positivo al principio.
 
 
¿Cuáles son, o cómo se llaman tales apócrifos? Entre los apócrifos de la Biblia hebrea hay, en primer lugar, un bloque de salmos y oraciones: Salmos de Salomón; Oración del rey Manasés; Cinco salmos nuevos de David; Plegaria de José.
 
 
 En segundo, encontramos un buen número de escritos que complementan o reelaboran libros y temas conocidos por el Antiguo Testamento canónico: así, el libro de los Jubileos o Pequeño Génesis, llamado así porque expande algunos capítulos de este libro; también las Antigüedades Bíblicas del Pseudo Filón, que vuelve a contar la historia sagrada desde Adán hasta David; la Vida de Adán y Eva, que gira en torno al capítulo 3 del Génesis: el pecado de Adán; los Paralipómenos o “restos” de Jeremías sobre la historia en torno a Jerusalén y el exilio; libros 3º y 4º de los Macabeos, sobre la historia del levantamiento judío contra la helenización de Israel; la Novela de José y Asenet, sobre la conversión al judaísmo.
 
 
Nos ha llegado también un ciclo completo con profecías de Henoc, “el séptimo varón después de Adán”, que se compone, a su vez, de diversas obras transmitidas en lengua etíope, antiguo eslavo o hebreo, y que se denominan Libros 1º, 2º, 3º de Henoc.
 
 
 Hay también un gran bloque de apocalipsis o revelaciones, en especial sobre el inminente fin de los tiempos como el Libro 4º de Esdras; los Apocalipsis sirio de Baruc, discípulo de Jeremías; los Apocalipsis de Elías, Adán, Abrahán, Ezequiel, Sofonías, etc.
 
 
Hay otro grupo que se denomina hoy literatura de “testamentos”, porque todos sus componentes se acomodan, más o menos, a un cierto tipo de género literario ya conocido desde el Génesis, a saber: una gran figura religiosa reúne a sus descendientes a la hora de su muerte, que conoce por revelación divina, les cuenta los hechos más importantes de su vida, les orienta sobre el modo recto de proceder, les exhorta a cumplir los mandamientos de la Ley y termina con algunas predicciones sobre el futuro. Los más importantes de estos “testamentos” son los de los XII Patriarcas, hijos de Jacob; el Testamento de Job, y el Testamento de Salomón. Poseemos también los Testamen­tos de Moisés y Adán.
 
 
Otro grupo importante es la literatura sapiencial que quiere decir que su contenido trata de la sabiduría, de consejos, máximas, y breves orientaciones destinadas a exhortar sobre todo a vivir conforme a la razón y al cumplimiento de la ley de Moisés: el libro de Ajicar y las Sentencias y proverbios del Pseudo-Focílides
 
 
Existe también dentro un bloque misceláneo de apócrifos que agrupa obras muy variadas: desde fragmentos de un autor trágico judío, Ezequiel, que escribió, entre otras obras, una tragedia sobre el éxodo, hasta fragmentos casi perdidos de una historia de Eldad y Modad, pasando por los famosos Oráculos Sibilinos, o los del profeta persa Histaspes, es decir restos de antiguas profecías paganas reelaboradas por judíos y, luego, por cristianos.
 
 
En conjunto la mayoría de las obras se encuadran dentro de la escatología apocalíptica judía, es decir, sabiduría revelada sobre el fin del mundo.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com
Martes, 23 de Julio 2024
Volumen VII de la colección Apócrifos del Antiguo Testamento (II)

 
Escribe Antonio Piñero
 
Queridos amigos: para ulterior información os presento la lista de los índices del volumen VII:
 
1. Autores antiguos cristianos
 
2. Autores antiguos paganos
 
3. Autores modernos
 
4. Palabras hebreas y arameas
 
5. Palabras latinas
 
6. Palabras griegas
 
7.  Citas del Antiguo Testamento
 
8. Citas del Nuevo Testamento
 
9. Citas de los Apócrifos del Antiguo Testamento
 
10. Citas de los Apócrifos del Nuevo Testamento
 
11. Citas de la Literatura rabínica
 
12. Citas del Corán
 
13. Citas de autores antiguos judíos
 
14. Citas de los Manuscritos del Mar Muerto
 
15. Índice analítico de materias
 
Los primeros 14 índices van desde la página 515 a la 684. El índice analítico de materias, con la reproducción de la frase citada en caso, va desde la página 685 a la 921.
 
Como ya dije, no conozco ninguna edición en el mundo que tenga tan copiosos índices, ni mucho menos.
 
En las próximas entregas escribiré sobre el interesante tema, creo,  “La apocalíptica judía como matriz parcial de la teología cristiana.  La literatura apócrifa de la Biblia hebrea y el Nuevo Testamento”
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com
Martes, 16 de Julio 2024
Volumen VII  y último de la colección Apócrifos del Antiguo Testamento

 
Escribe Antonio Piñero
 
Por fin, tras muchos años,  acaba de ver la luz este libro, esperado por muchísimos lectores. Desde la aparición del volumen VI en 2009 hasta el momento actual han pasado muchos años, pero este retraso no se debe a otra razón que a las ocupaciones múltiples de los autores y sobre todo del editor literario, que soy yo. Así que asumo la responsabilidad de este retraso. En parte se debe y sobre a la laboriosidad y complejidad de la elaboración de los múltiples índices.
 
 
El presente volumen cierra la edición española de los “Apócrifos del Antiguo Testamento”, un conjunto compuesto por cerca de 70 obras más una extensa Introducción general con los índices de os siete volúmenes, índices que ocupan 400 páginas a tres columnas (los 14 primeros índices a tres columnas van desde la página 517 a la 683; y el incide analítico de materias va desde la página 695 a la p. 921.
 
Esta literatura apócrifa pertenece a la producción teológica e histórica judía de la época del “Segundo Templo”, en concreto desde el año 300 a. C. hasta el 100 d. C. Un equipo de casi 25 profesores de universidad han sido los traductores al español de los textos desde las diferentes lenguas en las que se han transmitido en los manuscritos, conservados en diferentes bibliotecas e instituciones de Europa, África y América: latín, griego, hebreo, arameo, siríaco, copto, eslavo antiguo y etíope clásico.
 
 
La importancia de estas obras apócrifas es inmensa para la comprensión del Nuevo Testamento, en especial de su teología apocalíptica. En la época de Jesús de Nazaret,  la Biblia hebrea, transmitida también en versiones griegas y arameas, era entendida por el pueblo de Israel y sus doctores de la Ley no solo en sí misma sino a través de estos escritos apócrifos que complementaban y ampliaban la teología de su Biblia.
 
Los apócrifos del Antiguo Testamento son absolutamente fundamentales para la comprensión del Nuevo Testamento, especialmente en los ámbitos  de la idea de Dios, de los ángeles y demonios, de la escatología, de la concepción del mesías y de la  apocalíptica en general.
 
 
La presente edición es la única en lengua española elaborada según criterios de la interpretación científica universitaria.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com
Martes, 9 de Julio 2024
Jesús como el Profeta Verdadero en el judeocristianismo de la Literatura Pseudo Clementina (La Novela de Clemente, secretario de san Pedro)
Escribe Antonio Piñero
 
Jesús como el último Profeta Verdadero
 
Según las Pseudoclementinas hay dos clases de profecía: una femenina, errónea, que induce incluso a adorar a los dioses falsos y que utiliza las Escrituras de un modo torcido; y otra profecía, masculina, perfecta, imbuida del Espíritu Santo, que dice solo la verdad.
 
Ciertamente Jesús, que es hombre y no mujer, es el Profeta Verdadero del final de la historia, pero no fue el  primero. El Espíritu que hace al ser humano profeta se aposentó en primer lugar en Adán, luego en  Abrahán, Jacob y Moisés. Finalmente, en la época mesiánica el Espíritu habita dentro de Jesús tras haberse ocultado por un cierto tiempo. Su venida era de esperar, pues había sido predicha por Moisés en Deuteronomio 18,15: “El Señor Dios os suscitará un profeta como yo entre vuestros hermanos: oídle en todo. Pero el que no oiga a ese profeta, morirá”. Pero durante ese intervalo el Profeta Verdadero no se ocultó totalmente, sino que se mostraba internamente al espíritu de los piadosos o rectos de corazón, impartiendo luz y sabiduría. Así lo  indica claramente Reconocimientos II 22,3-5:
 
“Comprended, pues, que la puerta es el Profeta Verdadero del que hablamos, la ciudad es el reino en el que reside el Padre omnipotente, a quien solamente pueden ver los que son limpios de corazón. Por consiguiente, no nos parezca difícil el trabajo de este camino, porque a su término seguirá el descanso. Pues el mismo Profeta Verdadero desde el principio del mundo se apresura corriendo a lo largo del tiempo hacia el descanso. Y está presente con nosotros todos los días, y si alguna vez es necesario, aparece y nos corrige para poder llevar a la vida eterna a los que le obedezcan”.
 
La función del espíritu divino profético, inhabitante del interior de Jesús, no se concentra en modo alguno en su función redentora en la cruz, sino en su tarea de maestro de la verdad. El Verdadero Profeta enseña la verdad sobre todo tema que interese a la salvación. Su función se acerca así más al maestro y redentor gnóstico, que salva por el conocimiento (gnosis), que al salvador paulino, que redime por el sacrificio de su muerte en cruz, y más al Jesús johánico, el revelador celestial que al de los Sinópticos.
 
Como docente es el redentor no solo del pueblo judío, sino también de los gentiles. Aunque Jesús sea judío, “promete la vida eterna a todos los que cumplen la voluntad de su padre que lo ha enviado”: Reconocimientos I 7,3, incluidos los gentiles (H III 19,1); y aparte de enviado, es el redentor, iluminador y revelador para toda la humanidad.
 
Jesús, por ser el Profeta Verdadero más importante de la serie de profetas (H II 15ss. 52), es muy superior a Moisés quien era solo un profeta, pero Jesús además es el mesías e hijo de Dios (H I 7,2-6),  fue elegido por la divinidad como verdadero profeta y mesías, porque su comportamiento había sido absolutamente de su agrado. Solo de un modo muy relativo es el nuevo Moisés, puesto que es superior.
 
A pesar de su humanidad, el Jesús judeocristiano de la Novela de Clemente se parece a la de la Sabiduría judía, helenizada y personalizada. Como encarnación de esta, el Profeta Verdadero debe llenar el mundo e influir en la mente de los que desean escucharlo: Reconocimientos II 22,5: “Él está presente con nosotros todos los días, y si alguna vez es necesario, aparece y nos corrige para poder llegar a la vida eterna”. “Es imposible alcanzar la verdad salvadora sin su doctrina, aunque alguien busque durante un siglo donde no existe lo que se busca, pues estaba y está en la palabra de nuestro Jesús”, afirma Pedro en Homilías  III 54,1.
 
El Espíritu del Profeta verdadero, Jesús, procede de Dios y es igual al Espíritu de este: Homilías  III 17,1. Otras características de este Espíritu:   su posesión en Jesús es connatural y duradera, no temporal: Homilías  III 13,1-2 / Homilías  VIII 10,1; no depende de visiones y sueños: Homilías  XVII 14; posee la presciencia, Homilías  III 11,2, y la omnisciencia: Reconocimientos I 21,7 / Homilías  II 6,1 / III 12,1-3; es infalible: Reconocimientos VIII 59,2.
 
Sin embargo, como hombre que era Jesús no conocía todo: “Nuestro maestro confesó que ignoraba el día y la hora, cuyas señales había predicho, para referirlo todo al Padre”: Reconocimientos X 14,3; a pesar de todo, “el Profeta Verdadero nos ha entregado aquellas cosas que juzgó suficientes para el conocimiento humano”: 14,4. Finalmente, debe decirse que  el don de la profecía de Jesús, Profeta Verdadero, abarca pasado, presente y futuro: Homilías  II 6,1.
 
Los temas de la enseñanza de Jesús como profeta aparecen resumidos en Homilías  III 50-57, donde se inculca la idea de que es imposible alcanzar la verdad salvadora sin su doctrina. Esta, entre otros temas, pone de relieve la abolición del culto sacrificial en la era mesiánica y la depravación del ser humano presa de los demonios desde que estos causaron la entrada del mal en el mundo. Aclara también la maldad de la adoración a dioses que no son tales, olvidando al único Dios verdadero; explica los inmensos peligros de la perversa vida de corrupción moral causada por ese culto desviado y endemoniado.
 
Función especial suya es aclarar todo lo que en las Escrituras es erróneo, proclamando la verdad salvadora por medio de su correcta interpretación. Cuando enseña, muestra el único camino de la Verdad. Se lee Homilías  III 54,1: “Es imposible alcanzar la verdad salvadora sin su doctrina, aunque alguien busque durante un siglo donde no existe lo que se busca, pues estaba y está en la palabra de nuestro Jesús”, y hay que ofrecerle aquiescencia absoluta, de tal modo que los que creen haber encontrado la verdad por ellos mismos se equivocarán (H II 6,1-2).
 
La necesidad de la aparición del Profeta Verdadero durante toda la historia, y al final de ella sobre todo,  es clara ya que el ser humano por sí mismo es incapaz de conocer la verdad. Hay que prestar atención sólo a Jesús:
 
 “La cuestión de la piedad tiene necesidad de un Profeta verdadero, para que nos diga cómo son las cosas en realidad y cómo tenemos que creer en todas ellas. Por lo tanto, es preciso en primer lugar que el Profeta, una vez que ha sido examinado en toda su actividad profética y se le ha reconocido como verdadero, sea creído en todo lo demás y no sea ya cuestionado en ninguna de las cosas que dice, sino que tales cosas deben ser aceptadas como verdaderas con una fe apropiada, y recibidas con un convencimiento seguro”; Homilías  III 28,1: “Por eso, es necesario oír al único Profeta de la verdad y saber que, la palabra sembrada por otro, al llevar la imputación de adulterio, queda como arrojada del reino por su esposo”. Como Profeta Verdadero, Jesús es el único que enseña a conocer la voluntad de Dios.
 
 Nadie tiene excusa por no conocer al Profeta Verdadero, ya que su descubrimiento es fácil, Homilías  II 9,2: “Dios, que se cuida de todos, ha puesto en todos una gran facilidad para hallarlo, a fin de que ni los bárbaros sean ineptos ni los griegos incapaces de descubrirlo. En consecuencia, su descubrimiento es fácil” precisamente porque se puede comprobar que ha ocurrido todo lo que él había predicho de antemano: Homilías  II 10,1-3, y el empeño por hallarlo es premiado siempre por Dios. Pero una vez descubierto el Profeta Verdadero, hay que obedecerlo en todo. Según Reconocimientos I 56, si se prueba que Jesús es el Mesías predicho por Moisés, no se puede ya negar su doctrina.
 
La universalidad de la doctrina impartida por el Profeta Verdadero y por su discípulo predilecto, Pedro (H XVIII 7,6; Pedro es el apóstol del Profeta Verdadero enviado por Dios para la salvación del mundo: Homilías  XX 19,3 / Reconocimientos X 61,3.), tiene algunas restricciones: existe una comprensión secreta de la Ley: Reconocimientos I 74,4, pues un aura de esoterismo rodea la interpretación de la Escritura: Reconocimientos II 45,6; las cosas supremas quieren ser honradas con el silencio: Reconocimientos I 23,1 / XX 8,5-6.
 
“Os recuerdo –dice Pedro– que no conviene decir tales cosas a todos, sino a los más experimentados. Tampoco conviene asegurar ligeramente tales cosas entre vosotros, ni que os atreváis a hablar como si hubierais llegado al descubrimiento de los misterios, sino que es preciso que penséis solamente en ellos en silencio”. Esto quiere decir que no se deben hacer públicas las cosas inefables: Reconocimientos I 23,2 / 52,2; no es lícito hablar sobre la comprensión fundamental de la divinidad ante oídos poco dignos: Reconocimientos III 1,7; si se presenta la verdad auténtica a los que no desean conseguir la salvación, se comete una afrenta contra aquél de quien se ha recibido la orden de no arrojar las perlas de sus palabras ante los puercos: Reconocimientos III 1,5; no conviene que Pedro hable sobre las cosas secretas y apartadas de la ciencia divina al que está públicamente envuelto y contaminado en pecados, sino más bien que le intime y amoneste para que abandone su vida pecaminosa y libre sus actos de los vicios (R II 4,4).
 
El secretismo de la doctrina de Pedro, recibida por el contacto con el Profeta Verdadero, es aparente en otros pasajes. Los libros con sus “predicaciones” no se entregarán a nadie que no sea fiel: Cont 2,1 / Cont 3,1 / EpP 2,1; se necesitan seis años de prueba para recibirlas: Cont 2,2; tal entrega será hecha con todas las seguridades y solo a los que desean vivir piadosamente y salvar a los otros: Cont 5,3. Igualmente hay una parte de la doctrina de Jesús que es también secreta: los misterios del reino de los cielos se explican solo a los discípulos: Homilías  XIX 20,1-3; la Ley recomienda el lenguaje secreto para los misterios divinos a partir de la tradición: Reconocimientos II 45,6.
 
Hemos señalado que el ser humano convertido en el Profeta Verdadero por designio divino es inhabitado por el Espíritu. ¿Hay que entender esta inhabitación como una suerte de auténtica reencarnación, o simplemente como un traslado del mismo espíritu a diversos portadores? No queda absolutamente claro en las Clementinas, pero lo más probable es que el autor, judeocristiano, no piense en reencarnación alguna, sino en la reaparición e inhabitación del mismo espíritu en hombres diferentes
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Algunos de ellos permanecieron durante su vida casi como desconocidos, es decir, apenas fueron denominados “profetas verdaderos”; pero otros sí, como Adán, Abrahán, Moisés y Jesús: Reconocimientos I 60,4; “Os recuerdo –dice Pedro– que no conviene decir tales cosas a todos, sino a los más experimentados. Tampoco conviene asegurar ligeramente tales cosas entre vosotros, ni que os atreváis a hablar como si hubierais llegado al descubrimiento de los misterios, sino que es preciso que penséis solamente en ellos en silencio”.
 
La unidad del Profeta Verdadero abarca a los siete personajes principales, que aparecen como figuras reveladoras de una suerte de la especie interna del hombre ideal, que está en la mente divina. No parece, pues, que haya en las Clementinas reencarnación en el verdadero sentido (quizás sí la habría entre los elcasaítas; pero también lo dudamos). Es posible que este trasvase del espíritu profético tenga en las Clementinas un sesgo antimarcionita, ya que funde al Mesías con grandes personajes del Antiguo Testamento en cuanto inhabitaciones del Profeta Verdadero hasta Jesús, después del cual vendrá el final, pues no habrá otro Profeta.
 
Seguiremos con algunos temas de interés en las Pseudoclementinas como las figuras de Pablo, Simón Mago, Clemente y Pedro.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
Martes, 25 de Junio 2024
El “Jesús de Nazaret” según san Pedro en la Literatura Pseudoclementina
El “Jesús
 
Escribe Antonio Piñero
 
Una de las cosas más sorprendentes, tanto de las Homilía, como de las “Reconocimientos o Recognitiones, en latín” de “La novela de Clemente” es cómo entiende la Biblia hebrea y el Nuevo Testamento el héroe de la trama, el discípulo preferido de Jesús, Pedro.
 
Dejamos ahora  la cuestión de las curiosas ideas sobre la Biblia en la “Novela de Clemente” / “Literatura Pseudoclementina” y nos centramos en la figura de Jesús de Nazaret según su discípulo predilecto, que no es Juan, sino Pedro. Para este Jesús es el último de los profetas, el bueno y el verdadero.
 
Según Pedro, la creación divina del universo está organizada por su providencia en pares o “sicigías” (las cosas “unidas por un yugo”, como la pareja de bueyes), claramente expresada por la naturaleza misma: “Dios, al instruir a los hombres acerca de la verdad de las cosas, aunque él es uno, dividió los extremos en pares y en contrarios. Hizo el cielo y la tierra, el día y la noche, la luz y el fuego, el sol y la luna, la vida y la muerte”: Homilía II 15,1. “Así Dios estableció sucesivamente todos los pares. Pero en el caso de los hombres ya no es así, sino que él cambió todas las parejas. Pues así como las primeras cosas de Dios son mejores y las segundas peores, en el caso de los hombres descubrimos lo contrario, las primeras cosas son peores y las segundas mejores”: Homilía  II 16,1.
 
Primero vinieron las diversas profecías de la Biblia hebrea, que son inferiores y luego vino la profecía buena, la de Jesús, en segundo y último lugar. Jesús es el Profeta Verdadero, el segundo y el último. Pasa lo mismo con Simón Mago y Pedro. Primero apareció Simón profetizando que es malo, y detrás vino Pedro profetizando que es el bueno.
 
Las Clementinas proclaman con claridad que Jesús no es Dios, sino “hijo de Dios” en un sentido judío, como puede ser un profeta o el sumo sacerdote. Jesús no afirmó que él era Dios, según Homilía  XVI 15,1-2 y según Reconocimientos  I 45,1-2, “Cuando hizo Dios el mundo, como señor del universo estableció príncipes para todas y cada una de las criaturas… y como príncipe para los hombres, estableció un hombre, que es Cristo Jesús”.
 
Este hombre es el mesías, sin duda alguna. Ahora bien, el mesías humano está inhabitado, tiene dentro, el espíritu del “Cristo/mesías eterno” un espíritu que preexiste, que es anterior a la creación del universo. Ahora bien, la idea de un “Cristo/mesías eterno” supone una teología de la preexistencia que aparece en el Nuevo Testamento claramente solo en el Prólogo del Evangelio de Juan.
 
Homilía e defendido en otros lugares que es probable que haya que conectar esta preexistencia del mesías eterno con la idea rabínica (bTalmud Nedarim 39 b; Pesachim 54a; Yirmiyahu 17,12; Bereshit Reconocimientos abba 1,4) de las “Siete cosas que preexistían antes de la creación: Torá, Paraíso, Gehenna, Arrepentimiento, Templo, Trono de gloria, Nombre del mesías”. Así pues, el “mesías eterno” preexiste en la mente divina al igual que la Torá o el Templo, y va inhabitando o reencarnándose en los sucesivos Profetas Verdaderos.
 
En el caso de Jesús, tal como parece sostener la teología cristiana primitiva de Hch 2,34-36 (“Pues David no subió a los cielos y sin embargo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies. «Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado»; todo esto ocurre tras la resurrección.) y Pablo en Reconocimientos m 1,3-4 (Jesús, hijo de David, según la carne), el mesías sería en su vida en la tierra un ser humano aunque inhabitado por el espíritu del “mesías eterno”, y dejaría de ser un mero ser humano solo tras su resurrección; cuando es exaltado a los cielos, es divino…, no antes; y es divino de algún modo no explicado nunca totalmente, ya que es un misterio, relativamente comprensible: “Pedro dijo entonces: «Me obligas, Clemente, a hacer públicas algunas de las cosas inefables. Sin embargo, en la medida en la que sea permitido, no tendré reparo en hacerlo. Cristo, que existía desde el principio y siempre a lo largo de todas y cada una de las generaciones, estaba siempre presente para los piadosos, especialmente para aquellos que lo esperaban y a quienes frecuentemente se apareció»”: Reconocimientos  I 52,2-3).
 
Si se piensa en la divinización de los héroes en el mundo grecorromano (Heracles / Hércules y Asclepio / Esculapio), este proceso de divinización por la inhabitación en el ser humano de un espíritu divino, de los dioses es relativamente claro. Los héroes grecorromanos tienen dentro, en su espíritu, algo que los iguala a los dioses como Hércules o Esculapio durante su vida mortal, que una vez muertos son divinizados.
 
Las apariciones, revelaciones y ayudas del Profeta Verdadero  son de dos clases. Según Reconocimientos  I 52,3 / Reconocimientos  II 22,4-5, el Profeta Verdadero está dentro de los piadosos y se aparece a ellos en todo momento corrigiéndolos y ayudándolos. Pero hay otra clase de aparición del Profeta verdadero, la segunda, que es puntual: no se muestra a todos los piadosos, sino a algunos hombres especiales. En concreto a los que son, por designio divino los siete pilares o columnas del mundo: Adán, Henoc, Noé, Abrahán, Isaac, Jacob, Moisés, y Jesús (Reconocimientos  II 47,2 y Homilía  XVIII 13,4–14,1).
 
Para complicar el panorama acerca de la naturaleza del Juan mesías y Profeta verdadero (y para convencernos de la idea de que en las Pseudoclementinas han intervenido muchas manos con ideas contradictorias a lo largo de los años, desde el 230, más o menos, versión griego original, hasta el siglo IV/V versión latina arreglada)  aparece claramente en la teología de las Clementinas el uso de expresiones que relacionan esta naturaleza del Mesías / Jesús con las concepciones judías acerca de la Sabiduría, la Palabra y el Espíritu como hipóstasis, es decir, entidades divinas personificadas, pero no pensadas con una forma angélica.
 
Así en Reconocimientos  I 391-2, y I 40,3-4: en el tiempo mesiánico apareció el profeta anunciado por Moisés y abolió los sacrificios, ya que los humanos “serían purificados no por la sangre de los animales, sino con la purificación de la Sabiduría de Dios gracias al bautismo en el nombre de Jesús”. “Cuando prevalecía la maldad de los impíos con su actividad, la Sabiduría de Dios asistió a los que aman la verdad y los ayudó eligiendo a los doce apóstoles”. Por un lado, pues, Jesús no es más que un profeta, ser humano aunque excelso; mas, por otro, hay textos que parecen igualarlo a Dios.
 
Más difícil todavía respecto a la naturaleza del mesías: en Homilía  XVI 16,1 afirma Pedro expresamente que “Es propio del Padre no haber sido engendrado, y del Hijo el haberlo sido” y en el v. 3 el mismo Pedro pregunta a Simón: “¿Por qué no comprendes que si uno es autoengendrado o no engendrado, el que es engendrado no puede llamarse lo mismo, y ni siquiera (puede decirse) que el engendrado (sea) de la misma sustancia que el que lo ha engendrado…?”.
 
Solo esta diferencia –según Pedro– haría al Padre e Hijo desiguales; por ello no se puede llamar Dios al Hijo, pues lo engendrado no puede compararse con el no engendrado o autoengendrado” Esta cuestión entendida al modo arriano –y el autor parece tener afinidades arrianas– podría cuadrar perfectamente con el Hijo, creado sí, pero desde toda la eternidad, y podría denominarse Dios, aunque de “segunda clase”. Reconocimientos  habría mantenido esta teología: deus ingenitusfilius genitus: Dios inengendrado – hijo engendrado: Reconocimientos  III 7–10; (pero este pasaje es probablemente una glosa arriana dentro de las Pseudo Clementinas).
 
Más oscuridad aún aporta la sentencia de Homilía  XX 7,6 donde Pedro utiliza el término homooúsios, “de igual naturaleza”: “De ahí que, mucho más, el poder de Dios cambia cuando quiere la sustancia de su cuerpo en lo que quiere. Y emite en este cambio un ser de la misma esencia, pero no del mismo poder”.
 
Así pues, según Pedro, Jesús es “hijo de Dios”: Homilía  XVI 15,2 (“Pedro respondió: “Nuestro Señor no afirmó que hay otros dioses además del que ha creado todas las cosas, ni promulgó que él era Dios, sino que llamó con razón bienaventurado al que dijo que era hijo del Dios que ha embellecido el universo”); 16,5: (“Cristo es llamado Dios”), pero no se le puede denominar Dios como al Padre; es engendrado: Homilía  XVI 16,1, pero el Padre es inengendrado: Homilía  XVI 1.3.
 
Consecuentemente, Jesús como mesías no es en todo igual al Padre. Según Homilía  XVI 16,2-3 (“Repuso Pedro: «¿Por qué no comprendes que si uno es autoengendrado o no engendrado, el que es engendrado no puede llamarse lo mismo, y ni siquiera (puede decirse) que el engendrado (sea) de la misma sustancia que el que lo ha engendrado…»”?). No tiene, pues, la misma esencia; pero según Homilía  XX 7,6 sí tiene la misma esencia aunque no tenga el mismo poder. Es posible que en la mente del Pedro de las Clementinas no se vea contradicción alguna, pero para nosotros al menos cuál sea la naturaleza del Mesías no queda en absoluto clara.
 
A pesar de algunas de estas frases que pueden entenderse como arrianas, la teología general de la relación Padre-Hijo en las Clementinas parece ser más bien adopcionista como la del evangelista Marcos en su descripción del bautismo de Jesús (Mc 1,9-11: la voz celeste proclama Hijo a Jesús).
 
 El “mesías eterno” en su vida terrenal es solo el mesías “designado”, que no pudo presentarse totalmente ante los humanos en su elevada y total dignidad hasta después de la resurrección; pero el Espíritu que lo inhabitó en su vida terrena (el concepto de mesías existente antes de la creación) era el “Cristo eterno”: Reconocimientos  I 43,1 / 44,2 / 63,1.
 
Que el mesías es un ser humano se defiende también en las Clementinas cuando se habla de la “monarquía” (Homilía  III 61,4 / IX 2,3 / Homilía  XVI 15,2) o suprema potestad de Dios Padre (Homilía  III 9,1 / 59,2). De una manera vulgar, al igual que las gentes paganas llaman “dioses” a sus gobernantes, se podría decir que el Mesías es “dios” (Reconocimientos  II 42,8: “el Dios de los príncipes es Cristo, que es el juez de todos”).
 
 
De cualquier modo, el Padre no consiente que nadie pueda ser igual que él: Homilía  XVI 17,1, y por tanto Cristo no puede llamarse “Dios de Dios”: Homilía  XVI 15,3 / Homilía  XX 3,6 afirman que el “Bueno” (Jesús / Mesías)  es demiourgetheís = creado = el Mesías; el único increado es Dios: Homilía  X 10,1.
 
Como puede observarse, las muchas manos han introducido dentro de la teología de la Literatura Pseudoclementina los debates cristológicos del siglo IV en el que las ideas cristológicas no se expresaban a menudo con toda la claridad que desearíamos hoy día.
 
Seguiremos en una próxima entrega con la noción de Jesús como el único “Profeta verdadero” en la Literatura Pseudoclementina
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com
 
Martes, 11 de Junio 2024
Hechos Apócrifos de los Apóstoles. La literatura en torno a Clemente Romano, secretario de san Pedro
 
Escribe Antonio Piñero
 
Durante muchos años, desde el año 2000, Gonzalo del Cerro (ya fallecido) y yo nos hemos ocupado en editar textos multilingües de los Hechos de los Apóstoles apócrifos en latín, griego, siríaco y copto. De estas dos últimas lenguas solo hemos presentado traducciones muy literales, ya que no parecía de interés editorial imprimir los textos siríaco y copto originales; por el contrario, los textos en griego y latín sí tienen lectores en español, aunque no sean tan numerosos como desearíamos.
 
Estos Hechos no aceptados por la Iglesia son muchos, una treintena, pero no estaban editados en castellano. Tenemos diversas ediciones de los Evangelios apócrifos, pero no de las peripecias de los apóstoles. Un caso curioso es el de los “Hechos de Pablo y Tecla”, una santa muy apreciada en muy diversas regiones de lengua hispana… que jamás habían sido editadas en su lengua original, el griego, con traducción española y comentario.
 
 
Desde el 2004 hasta el año 2023 Gonzalo del Cerro y yo habíamos publicado todos los Hechos de los apóstoles apócrifos de interés general en tres volúmenes. Los dos primeros (2004 y 2005) recogían os cinco grandes Hechos Apócrifos, de Andrés, Juan, Pedro, Pablo y Tomás. En el volumen III  (de 2011), vieron la luz Hechos Apócrifos de Felipe, Mateo, Santiago, mayor y menor, Simón, Tadeo, Bernabé  y Judas  y colecciones especiales de “Martirios” en los que se repiten algunos nombres, como Andrés, Mateo, Pedro, Pablo y Bartolomé. En total son casi 30 Hechos apócrifos que cubren una época desde el siglo I al IV /V aproximadamente.
 
En esta lista faltaba  una obra, o conjunto de obras, muy importante, la literatura adscrita a Clemente, secretario de Pedro apóstol y luego segundo obispo de Roma (hay también otras tradiciones con otro orden). Este corpus fue dejado intencionadamente para el final porque es suficientemente amplio, en sus tres versiones, griega, atina y siríaca y presenta dificultades especiales, como el lector apreciará en cuanto eche incluso la más rápida ojeada a la Introducción General a esta literatura publicada en el primer volumen que presentamos ahora.
 
La literatura en torno a Clemente y Pedro se titula también la “Novela de Clemente” porque jo solo tiene literatura teológica, sino también una trama interior novelesca como diré más abajo. La presente edición ha sido dividida en dos partes por la editorial por el conjunto de la introducción y los textos a traducir ocupan casi 1800 páginas. En el año 2023 se ha publicado la “Introducción General, muy amplia”, unas 250 páginas y el texto griego, que parece más antiguo denominado “Homilías”. Esperemos que en el 2024 o 2025 se publique el segundo y último tomo (IVb), los “Reconocimientos”, la versión latina de las Homilías, pero una “traducción” muy diferente por sus cambios, omisiones y añadiduras, junto con los índices de los dos volúmenes. Entre ellos es de especial importancia el “Índice analítico de materias”.
 
Clemente de Roma es sin duda un personaje legendario como hombre a tuvo su madurez a finales del siglo I. En realidad, la primera  mención histórica de Clemente es la de un oscuro secretario de un papa, Pío I (décimo sumo pontífice, cuyo reinado fue desde el 140 al 154). Sin embargo, en torno a esa figura clementina legendaria se concentraron diversas producciones literarias, Primera y Segunda Carta de Clemente; dos Cartas a las Vírgenes y la literatura que ahora comentamos, las Pseudoclementinas. Probablemente, a finales del siglo II fue cuando comenzó a circular la leyenda que este Clemente, romano de nacimiento, había sido el discípulo preferido de Pedro apóstol y finalmente su secretario y suscitó enseguida el interés de las gentes.
 
Según esta leyenda, Clemente Romano fue el que consignó por escrito las predicaciones y las disputas teológicas de Pedro con el famoso mago Simón. Y fue también Clemente el que envió a Santiago, el hermano de Jesús y jefe/obispo de la comunidad judeocristiana de Jerusalén  diversos libros en los que se recogía ese material.
 
El nombre de Literatura pseudoclementina se debe a que las Homilías griegas y as Recognitiones latinas no presentan solo unos textos de pura teología, sino también un relato novelesco dentro del cual se inscriben los discursos de Pedro y las disputas con Simón el Mago.  En realidad la Novela de Clemente o Literatura pseudoclementina es la primera gran novela cristiana. Los grandes Hechos apócrifos de los siglos II y III (de Andrés, Juan, Pedro, Pablo y Tomás) tiene también un relato novelístico en su interior, pero esta poco desarrollado, de mod que si las calificamos como novelas quizás exageremos un tanto.
 
La importancia de esta literatura pseudoclementina se debe a su contenido teológico  judeocristiano de Siria compuesto en su núcleo hacia el 230. Se trata de un gran resto de un tipo de escritos teológicas de la rama judeocristiana que se ha perdido en su casi totalidad. Es conocido que de los evangelios apócrifos judeocristianos apenas quedan más que unas pocas citas de los Padres de la Iglesia. Pero aquí tenemos muchas páginas de literatura (también teológica) del judeocristianismo sobre todo de Siria.
 
Esta literatura en torno a Clemente Romano, secretario de san Pedro, tuvo tanto éxito en los siglos IV y V, que –sobre todo la versión latina– se ha conservado más de un centenar de manuscritos. De la versión siríaca solo hay uno, muy antiguo, fechado en el 411, pero lo suficientemente amplio como para hacernos una buena idea de cómo era esa versión. Del presunto original griego solo quedan dos manuscritos y dos epítomes (resúmenes). Sin embargo es suficiente para hacer una edición del texto completo.
 
El próximo día explicaré el contenido y algunas cuestiones interesantes en torno al primer volumen (IVa) de esta importante literatura judeocristiana que contienen algunas ideas teológicas asombrosas defendidas enérgicamente por el apóstol Pedro frente a Simón Mago.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com
 
 
 
Martes, 4 de Junio 2024
LOS LIBROS DEL NUEVO TESTAMENTO. UN CAMBIO DE PARADIGMA /1

 Escribe Juan Curráis

A propósito de la cuarta edición hace unos meses de "Los Libros del Nuevo Testamento"
 
La libertad es la primera condición del trabajo científico (Alfred Loisy)

La editorial Trotta publicó a finales de 2021 un voluminoso libro cuyo título completo es Los libros del Nuevo Testamento. Traducción y Comentario, con un enfoque teórico muy distinto a las ediciones confesionales del Nuevo Testamento, acompañadas del preceptivo imprimatur  y nihil obstat.
 
El innovador libro de Trotta  aparece en la portada como edición de Antonio  Piñero y en el interior se cita un equipo de colaboradores, especialistas en la materia y coautores: Gonzalo del Cerro,  Gonzalo Fontana, Josep Montserrat, Carmen Padilla y el propio Antonio Piñero.  Todos ellos son doctores académicos, no Doctores de la Iglesia, como el Doctor Angelicus (Tomás de Aquino) o el Doctor Subtilis (Duns Escoto) entre otros.
 
Se trata, pues, de un Opus magnum (obra magna) de 1661 páginas y de carácter colectivo, donde los diversos autores se han repartido el arduo trabajo de traducción, las introducciones a cada libro y las notas aclaratorias al texto, con  tipos diferentes de letras para facilitar una lectura comprensiva más didáctica. La extensa e importante Introducción general (78 páginas) está realizada por Antonio Piñero, con una pequeña, per notable, aportación de Josep Montserrat. En la Introducción concreta a cada libro o grupo de libros viene indicada la aportación de cada uno de los autores en referencia a la traducción o comentario del texto, aunque la aportación más extensa al conjunto de la obra es la de Antonio Piñero, quien me ofertó de buen grado leer sus propios escritos antes de la edición, tanto la Introducción general como el tratamiento de los difíciles textos de la Carta a los Hebreos o la Revelación/Apocalipsis de Juan.
 
Todos los libros del Nuevo Testamento  están escritos en griego koiné (= común) la lengua culta del mundo helenístico y diferente del griego ático de Platón o de Jenofonte. La traducción está hecha a partir de la edición crítica del Novum Testamentum graece, 28ª edición, denominada “Nestlé-Aland”, publicada en 2012 por la Deutsche Bibelgesellschaft (accesible en Internet, sin aparato crítico). Este texto crítico, resultado de la colaboración de numerosos investigadores dentro de un Instituto de Münster,  está considerado por los expertos el mejor en la actualidad y el más próximo a un hipotético texto original, que no existe. No se parte, pues, del texto latino y confesional de la Vulgata de Jerónimo, la versión declarada canónica en el concilio de Trento.
 
Conviene señalar que los textos transmitidos del Nuevo Testamento son copias de copias de copias, con miles de variantes, que los investigadores del texto combinan mediante la informática. La no existencia de un texto original plantea un problema teológico, puesto que, admitida la tesis de la inspiración divina del texto sacro, resulta imposible determinar cuál sea el texto inspirado. Pero lo que es problema para un teólogo no lo es para un historiador o filólogo, que no puede tomar como premisas de su indagación las tesis dogmáticas de la inspiración divina de las Escrituras sacras y de la inerrancia bíblica (ausencia de errores) término propio de la jerga teológica. El investigador francés Alfred Loisy, pionero del estudio científico de la Biblia desde una metodología histórico-crítica, afirmaba en sus Memorias que la idea que concibe a Dios como autor de libros humanos no es más que un “mito infantil”.
 
En el Prólogo, Antonio Piñero afirma que es la primera vez que se publica en lengua castellana una obra de este tipo, con “una interpretación meramente histórica y efectuada con criterios estrictamente académicos”. Es decir, el estudio crítico considera los textos fundacionales del cristianismo que resultó vencedor, no desde una perspectiva singular y sacra, sino encuadrados en la historia de la variada literatura griega y judía, adoptando los métodos propios de la filología clásica. No debe olvidarse que cristianismos hay muchos. En su evolución histórica, no existe sólo el cristianismo declarado ortodoxo desde Nicea, sino muchos otros considerados heterodoxos, que fueron los derrotados, tachados de falsos y perseguidos durante siglos.
 
No basta con leer la Biblia para poder comprenderla. Es necesario estudiarla teniendo en cuenta  los resultados de la investigación histórica, especialmente a partir del siglo XVIII, realizada desde variados enfoques ideológicos, protestantes, judíos, católicos, agnósticos o ateos. Los investigadores independientes, a diferencia de los confesionales, tratan el cristianismo como verdadera religión, entre otras muchas (de salvación), pero no como religión verdadera, lo que implica un aserto de fe.
 
También en el Prólogo se  indica que esta edición de los 27 libros del Nuevo Testamento está hecha “desde una perspectiva puramente histórico-crítica y aconfesional”, lo que claramente la diferencia de las tradicionales versiones confesionales de la Biblia, realizadas con el pertinente imprimatur, exigido por la ortodoxia del magisterio eclesiástico. Pero la investigación histórica independiente no está sujeta a la servidumbre de la ortodoxia, propia de la visión hegemónica tradicional. Ha de ser autónoma per se y no sujeta a directrices teológicas.

Con razón Alfred Loisy, líder del modernismo teológico condenado por Pío X a comienzos del s. XX, afirmaba hace más de un siglo que “la libertad es la primera condición del trabajo científico”, no solo en el ámbito secular, sino también en el ámbito de la Escrituras consideradas sagradas, que de ningún modo son “intocables”. En la misma línea, el erudito Loisy, reivindicando la autonomía de la ciencia histórica y de la exégesis crítica con el fin de emanciparla de su sumisión a la teología, afirmaba que “la ortodoxia es uno de los mitos sobre los cuales se ha fundado el cristianismo tradicional” (Memorias, I), que intenta en vano convertir en inmutable y fijo lo que es cambiante. Tal pretensión es como detener el flujo libre del conocimiento, cual si fuera un río congelado, impidiendo su acceso al vasto océano de la ciencia.

Continuará la semana próxima.
Saludos de Juan Curráis
Catedrático jubilado de Filosofía de Enseñanza Media
Jueves, 30 de Mayo 2024
La pasión de Jesús. Lo que la Historia dice
Escribe Antonio Piñero
 
Deseo comentar brevemente la segunda edición de un libro que nación en 2007, que se ha mantenido vivo con ventas todos los años y que ahora sale a la venta en una edición en rústica, a un precio muy contenido.
 
La primera idea para realizar este libro surgió de Eugenio Gómez Segura, que nos reunió a las cinco personas que lo hemos escrito para celebrar un curso de fin de semana que había preparado para la Universidad Popular de Logroño.
 
El libro tiene una profunda unidad gracias a una idea directriz muy clara y valiosa, idea que tiene una doble faz: por un lado, el convencimiento de la importancia de la historia de la pasión de Jesús para la comprensión del desarrollo de los Evangelios y de la constitución de la teología cristiana. Por otro, parecía muy conveniente ofrecer al público un estudio sencillo y completo de ella que la abordara desde todos los ángulos posibles, incluso alguno impensado.
 
Otra idea directriz para plasmar por escrito las conferencias de aquel Curso fue la certidumbre de que no es posible entender a fondo la historia de la pasión de Jesús si no se la sitúa en su contexto adecuado, tanto amplio, las culturas religiosas del entorno –las religiones de Egipto y de Grecia-, como inmediato, el mundo judío del siglo I de nuestra era.
 
Estas dos ideas han conformado la estructura de este libro, a la que se añadió en el Curso de Logroño –y en el presente volumen– una interesantísima conferencia complementaria sobre la reinterpretación y reelaboración de la Pasión de Jesús en el cine, que ilumina muy poderosamente la mentalidad de los hombres de hoy, y también la de los antiguos, a la hora de asimilar el relato y el mensaje de lo que se narra en tal Pasión.
 
 
Como puede imaginarse,  la posible influencia del pensamiento religioso egipcio y grecorromano en la conformación del relato de la pasión y en la interpretación paulina de los últimos momentos de la vida de Jesús, es absolutamente fascinante, temas que van incluidos en una sección que trata del marco mediterráneo de la pasión de Jesús.
 
Un primer capítulo “Comer y ser comido. La muerte del dios en el Egipto antiguo” ilustra al lector sobre los rasgos generales de la religión egipcia, entre los cuales se descubre cómo la comida es un elemento central en el culto de Osiris y su “resurrección” como rey y señor de mundo de los difuntos.
 
Un segundo capítulo muestra que hay también relatos de pasiones en el mundo grecorromano. Así en el ámbito de  Grecia y los cultos de misterios muy importantes para los espíritus deseosos de asegurarse la salvación e inmortalidad dentro del ambiente general de la religiosidad grecorromana. Ahí el lector puede ver los interesantes paralelos entre la revelación órfica que presenta la idea –crucial en la pasión de Jesús– de un dios que muere y resucita.
 
Otra sección preliminar importante se ocupa del contexto judío de la Pasión, dentro del cual tiene una función importantísima caer en la cuenta de que el Israel del siglo I formaba parte del Imperio Romano. Dentro de él una manifestación de origen puramente religioso pero que tuviera consecuencias políticas, como poner en duda la viabilidad del poder del Imperio en un futuro reino de Dios en el que este Imperio no tendría cabida, podría tener consecuencias muy negativas para la personalidad pública que representara esta opción judía frente a la validez jurídica del poder imperial romano.
 
Por eso esta sección trata de temas como las principales fiestas judías en tiempos de Jesús: la Pascua y los Tabernáculos; por ello es también muy oportuno que el lector se entere bien de cómo funcionaba el templo de Jerusalén en tiempos de Jesús, un santuario considerado como el centro del universo y del mundo religioso judío. Ahora bien, dentro de ese templo había un notable mercado de bienes y de dinero dentro del cual hay a considerar la expulsión de los mercaderes por parte de al menos aspirante a mesías, el concepto del mesianismo en tiempos de Jesús y, en este posible marco,  la entrada triunfal en Jerusalén.
 
La sección siguiente aborda directamente lo que puede reconstruirse, a base de la crítica literaria e histórica, de lo que pudo ser  la historia de la pasión de Jesús.  Hay que discutir importantes cuestiones de método y la hipótesis sobre la composición de la “Historia de la pasión de Jesús” que circuló antes del Evangelio de Marcos, para luego pasar al estudio de cada uno de sus episodios en concreto.
 
Naturalmente intenta descubrirse el sentido más probable de la unción en Betania, si Jesús consideraba lícito pagar el tributo al César o mantenía probablemente una postura contraria. ¿Fu la Última Cena de Jesús. ¿Una cena pascual? ¿Instituyó Jesús la eucaristía? Cómo debe entenderse el proceso judío contra Jesús?  Y luego el transfondo del episodio de Getsemaní, la entrega de Jesús a Pilato y el  proceso romano contra este; el camino hacia el Gólgota, la crucifixión, el descenso y sepultura de Jesús. Finalmente hay una sección importante sobre los diferentes calendarios de la Pasión en los tres primeros evangelios (Marcos, Mateo y Luca) y el Evangelio de Juan; los rasgos de la Pasión que consideran históricamente plausibles; lo que se considera históricamente muy dudosos y la fecha probable de la muerte de Jesús
 
Como puede observarse, el libro que presentamos tiene una profunda unidad gracias a una idea directriz clara y valiosa, idea que tiene una doble faz: por un lado, el convencimiento de la importancia de la historia de la pasión de Jesús para la comprensión del desarrollo de los Evangelios y de la constitución de la teología cristiana. Por ello parece muy conveniente ofrecer al público un estudio sencillo y completo de ella que la aborde desde todos los ángulos posibles, incluso alguno impensado. Y, por otro, la certidumbre de que no es posible entender a fondo la historia de la pasión de Jesús si no se la sitúa en su contexto adecuado, tanto amplio, las culturas religiosas del entorno –las religiones de Egipto y de Grecia–, como inmediato, el mundo judío del siglo I de nuestra era.
 
El estudio del relato cristiano de la Pasión, desde el punto de vista de estos contextos y con la aplicación de los métodos de la filología y de la historia antigua, descubre tantas perspectivas novedosas para el lector acostumbrado a otra impostación del tema –puramente confesional o con hincapié en la piedad personal- que resultará probablemente sorprendido por la cantidad de nuevos ángulos de visión y por las consecuencias que de esas perspectivas puede obtener.
 
La obra que presento es, por una parte, un esfuerzo de alta divulgación científica en el sentido de ofrecer al lector, ordenado y digerido, con espíritu didáctico, el material comparativo que se ha ido acumulando durante decenios en los libros de investigación. Pero, por otra, es una obra de tesis, ya que propone un enfoque general y una lectura, una interpretación de los hechos y del relato de la Pasión, que es en gran medida novedosa en el panorama español: es el fruto de una decantación de años dedicados al estudio del tema, que luego se destila en pocas páginas. En este sentido la obra presenta muchos elementos de interpretación del relato de la Pasión que son originales y, esperamos los autores, convincentes.
 
La ficha del libro es la siguiente: “La verdadera historia de la Pasión. Según la investigación y el estudio histórico”, EDAF, Madrid, 22024, 20x13 cms; 285 páginas; ISBN 978-84-414-4283-2. Precio 16 euros.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com
Martes, 21 de Mayo 2024

 Escribe Antonio Piñero
 
Los Hechos canónicos de los apóstoles es la más importante de las fuentes externas de las que disponemos sobre Pablo ya que los Hechos apócrifos de Pablo son totalmente legendarios (véase A. Piñero-G. del Cerro, Hechos apócrifos de los apóstoles, vol.  II pp. 685-722. BAC nº 656, Madrid 2005). Lo Hechos canónicos como fuente para entender a Pablo es una obra muy peculiar, ya  que entiende al personaje de una manera diferente a como se describe el Apóstol mismo en sus cartas canónicas. Sin embargo, debe tenerse muy en cuenta esta obra porque no hay otra a su altura, ya que el resto de documentes (aparte de los Hechos apócrifos) son claramente legendarios.
 
Las dificultades internas de los Hechos canónicos, según la mayoría de los comentaristas . Son en síntesis las siguientes:
 
• La fecha de composición tardía de los Hechos, deducible a partir del análisis de a) Su estructura eclesiástica y los objetivos que pretende; b) El dibujo de la sociedad que presenta; c) Su teología que corresponde más bien al siglo II; d) Su pintura continuamente negativa de los judíos como opuestos sistemáticamente al Apóstol.
 
• Las posibles noticias históricas sobre la vida y misión de Pablo están en este libro íntimamente unidas con leyendas populares. Hay, además contradicciones, algunas más evidentes que otras, entre Hechos y las cartas auténticas de Pablo:
 
1. La afirmación de una primera estancia en Jerusalén, junto con un aprendizaje estrictamente fariseo a los pies de Gamaliel, que parece contradecir Gál 1,21-22;
 
2. La mención de un segundo viaje de Pablo a Jerusalén antes del "Concilio de los Apóstoles": Hch 11,29; 12,25, que contradice a Gál 1,17-2,1;
 
3. La información de Hch 15,7-21, según la cual Santiago y Pedro fueron los primeros defensores de la misión a los paganos, que contradice a Gál 2,15ss;
 
4. La descripción del “concilio” o asamblea de Jerusalén en Hch 15, que no casa bien con el testimonio de Pablo de Gál 1,2-10. El contenido del decreto de este "concilio apostólico” de Hch 15,23-29 que contradice lo dicho en Gál 2,6;
 
5. Hch 7,58 sostiene que Pablo era un jovencito, griego neanías, cuando lapidaron a Esteban. Pero en la reconstrucción cronológica basada en las cartas de Pablo, este tendría entonces unos 25 o más años. Es dudoso que Lucas hubiera empleado el vocablo neanías para designar a un joven doctor y experto en la Ley de esa edad, que pululaba por la capital enseñando a los judíos que procedían de la diáspora.
 
• Es muy perceptible una doble tendencia apologética tanto respecto a la historia interna del grupo cristiano, que intenta presentarse como unitario, como hacia los lectores externos, extracristianos, ante los que se quiere ofrecer una imagen totalmente positiva de Pablo y del grupo cristiano.
 
• Existen en la imagen de Pablo ofrecida por Hechos rasgos ciertamente dudosos:
 
A.  La ciudadanía romana de Pablo;
 
B.  El fariseísmo de Pablo sin ningún tipo de matiz, pues sería posible, incluso a pesar de Flp 3,5, que más que fariseo estricto, afiliado a la secta, participante de sus comidas comunes, fuera más bien un simple convencido de las ideas fariseas, como hemos ya comentado.
 
C.  Que Pablo comenzara siempre su misión en las ciudades que visitaba por primera vez predicando solo a los judíos, y que luego se tornara a los paganos una vez que los judíos rechazaban su mensaje (Hch 13,46);
 
D.  Los milagros atribuidos a Pablo parecen legendarios.
 
E.  La imagen del Apóstol como garante de la unidad y de las doctrinas tradicionales de todo el grupo cristiano en su conjunto;
 
F. La omisión del grave conflicto de Antioquía entre Pedro y Pablo que probablemente marcó toda la posterior carrera misional del segundo;
 
G. Que el autor de Hechos ignore absolutamente que Pablo fue, ante todo, un autor de cartas de poderoso contenido teológico. No solo está ausente esta faceta literaria y organizativa de Pablo sino también su radical mensaje teológico. No parece posible que un historiador que escribe sobre uno de sus héroes principales, de 30 a 50 años después de su muerte, ignore por completo una actividad tan fundamental pues sabemos además que se hacían copias de sus cartas para enviar a otras iglesias.
 
 
La imagen de Pablo es, pues, sorprendente en Hechos. Por el contrario hay otros detalles que son relevantes aunque algunos sean parcialmente discutibles:
 
· Presenta al Apóstol como judío observante de la Ley (celebra de las festividades de Pentecostés (20,16), del Yom Kippur o Día de la expiación (27,9), observa el sábado, visita las sinagogas (por ejemplo, 13,14, etc.);
 
· Circuncida a Timoteo (16,1-4);
 
· Algunas partes de sus discursos podrían haber sido pronunciadas más por Pedro (por ejemplo, 13,16-41; 28,17-20) que por Pablo mismo;
 
· Es un fariseo practicante (22,3-4; 23,6);
 
· Los fariseos defienden a Pablo (23,9), pero a la vez no ofrece al lector la doctrina esencial del héroe de su historia  respecto a temas fundamentales de su teología, por ejemplo, los fundamentos de la admisión de los gentiles en la salvación, ni tampoco las carencias de la Ley (salvo quizás 13,38-39 y 15,10), la justificación por la fe, etc.
 
En síntesis: el crítico histórico, en conjunto, no se siente seguro transitando por los Hechos de los apóstoles, pero debe utilizarlos como fuentes para entender a Pablo con las debidas cautelas.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com
 
 
Martes, 14 de Mayo 2024

Notas

Escribe Antonio Piñero
 
Pablo no dice en ningún lugar de sus cartas que fuera ciudadano romano, pero sí lo sostiene Hechos de apóstoles. He aquí os textos:
 
A) 16,37:
 
Pablo les dijo: Después de azotarnos en público, sin previo juicio, a nosotros que somos ciudadanos romanos, nos arrojaron en la cárcel, ¿y ahora nos sacan de aquí a escondidas? Pues no, sino que vengan ellos mismos y nos saquen; 38 Los lictores anunciaron estas palabras a los pretores, quienes se llenaron de miedo al oír que eran ciudadanos romanos. 39 Llegaron, pues, suplicantes, los sacaron y les rogaron que se marcharan de la ciudad. 40 Tras salir de la cárcel, entraron en casa de Lidia, vieron a los hermanos, los consolaron y se marcharon.
 
B) 22,25-29:
 
“Mientras gritaban, rasgaban sus vestiduras y arrojaban polvo al aire.  24 Él tribuno ordenó que fuera introducido en el cuartel y que lo interrogaran con azotes para averiguar por qué motivo clamaban contra él. 25 Cuando ya lo estiraban con las correas, dijo Pablo al centurión que estaba presente: –¿Os es lícito azotar a un ciudadano romano, y sin haber sido juzgado y condenado? 26 Al oír esto el centurión, se dirigió al tribuno y le dijo: ¿Qué vas a hacer? Porque este hombre es romano. 27 Llegó el tribuno y preguntó a Pablo: Dime, ¿eres tú romano? Él contestó: Sí. 28 Replicó el tribuno: Yo adquirí esta ciudadanía por una gran suma de dinero. Pablo dijo: Yo la tengo de nacimiento. 29 Enseguida se apartaron de él los que iban a interrogarlo. El tribuno se llenó de miedo cuando supo que era ciudadano romano y que lo había encadenado.
 
C) 23,25-30:
 
25 Y (el tribuno) escribió una carta de este tenor: 26 «Claudio Lisias al excelentísimo gobernador Félix, salud. 27 A este hombre, apresado por los judíos y a punto de ser eliminado por ellos, presentándome con la tropa, lo liberé al saber que era ciudadano romano. 28 Queriendo conocer la causa por la que lo acusaban, lo hice llevar a su sanedrín, 29 y hallé que lo acusaban por disputas acerca de su Ley, pero que no tenía ninguna acusación digna de muerte o de prisión. 30 Pero al llegarme el aviso de que iba a haber una conspiración contra él, te lo he enviado inmediatamente ordenando también a sus acusadores que formulen los cargos contra él en tu presencia».
 
Ciertamente se podía ser tarsiota y ciudadano romano a la vez.
 
Pero hay autores modernos que tampoco se fían de esta afirmación lucana, puesto que Pablo sufrió muchos castigos durante su vida (cárceles, azotes, apedreamientos: 2 Corintios 11,24ss), que hubiera podido evitar manifestando que él era ciudadano romano.
 
Hay quien argumenta que la razón principal para defender que Pablo lo fuera es su apelación al César: Hechos 25,10-12:
 
“Pablo respondió: Ante el tribunal del César estoy, que es donde debo ser juzgado. Ningún daño hice a los judíos, como tú muy bien sabes. 11 Ahora bien, si he cometido injusticia o he hecho algo digno de muerte, no rehúso morir. Pero si no hay nada de lo que estos me acusan nadie puede entregarme a ellos. Apelo al César. 12 Entonces Festo, después de hablar con el consejo, respondió: Al César has apelado, al César irás.
 
Pero hay un contrargumento: cualquier habitante libre del Imperio podía apelar al Emperador fuea o no ciudadano romano. Luego este último texto no sirve de prueba.
 
Ahora bien, si se afirmaba que lo era y luego se demostraba que la atribución a sí mismo de la ciudadanía romana era falsa, el afirmante podía ser ejecutado. Por tanto, podría aceptarse el dato de Hechos, aunque con algunas dudas, aunque sería posible incluso que su ciudadanía fuera un invento de la tradición manejada por Lucas para que el proceso de Pablo en Roma fuera explicable.
 
La postura de los investigadores depende de su criterio general respecto de la fiabilidad de Hechos. Si se cree en su valor histórico en general, se acepta la ciudadanías romano de Pablo /. Y si se tienen dudas, vale más el argumento expuesto arriba: Pablo sufrió muchos castigos durante su vida, cárceles, azotes, apedreamientos, y podría haberlos evitado (sobre todo el apedreamiento era un riesgo serio para la conservación de a vida)
 
 
En sí la cuestión de la ciudadanía romana importa poco para comprender el contexto de la vida de Pablo.
 
 Fuera o no ciudadano romano, son variados los aspectos de la vida de Pablo que apuntan a un “ciudadano” urbanita del Imperio, tuviera o no estrictamente la categoría y prebendas de la ciudadanía jurídica: la cultura griega de su ciudad natal, afamada por su devoción a la retórica, las artes y las letras, su innegable psicología ciudadana, ya que no hay rasgos en Pablo de cultura campesina, y su talante universalista como ciudadano de un mundo amplio, el Imperio, entre cuyas nacionalidades no había verdaderamente fronteras.
 
Su “llamada”, desde su postura como celoso defensor de las tradiciones de los padres a una secta marginal de mesianistas, y su fuerte anhelo por cumplir su misión de extender su “evangelio” entre cuantos más gentiles mejor, da el último toque a los elementos que determinan su personalidad. Los componentes sociológicos y religiosos de la vida de Pablo conforman una mentalidad urbana y universalista que tiene poco que ver con el mundo galileo y rural de Jesús de Nazaret.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
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Martes, 7 de Mayo 2024
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Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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