CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Jesucristo historia y misterio. Teología para no teólogos
Escribe Antonio Piñero
 
Desde hace muchos años, y aun sin haber leído en profundidad la obra de Dietrich Bonhoefer, me ha admirado la inmensa altura moral que tuvo en su vida; su defensa a ultranza de sus posiciones teológicas con el máximo respeto hacia sus adversarios; el valor con el que soportó su encarcelamiento por los nazis después del atentado fallido contra Hitler del 20 de julio de 1944, promovido por el Conde von Stauffenberg, en el que se vio implicado; y sobre todo su ejecución en abril de 1945 – Bonhoeffer fue ahorcado– muy poco antes de la rendición total de Alemania. Mis respetos ante una personalidad de un valor admirable. Vivió de pie, no de rodillas.
 
El libro que hoy comento se titula “Jesucristo: historia y misterio”, fue publicado por Trotta  en 2016, y reeditado hace poco tiempo. Su ISBN es 978-84-9879-637-7. El precio puede consultarse en la página web de la Editorial. El libro tiene solo 189 pp., incluido el índice. La traducción es de Sergio Vences (ya fallecido) y Úrsula Kilfitt. Texto difícil de traducir, por lo que me alegra su resultado.
 
El libro está dividido en dos grandes partes. La primera se titula “¿Quién es y quién fue Jesucristo. Su historia y su misterio” (pp. 11-80) que ha sido la que más ha atraído mi atención. La segunda, titulada “Creación y caída” y “Tentación” (pp. 85–155; 157-185) son dos ensayos exegéticos, que tienen valor por sí mismos. El primer ensayo se ocupa de aclarar teológicamente los tres primeros capítulos del Génesis con una breve mención a Caín de Gn 4,1; y el segundo trata de la tentación de Adán y el relato de las tres tentaciones de Jesús en Mateo 4,1-10 y Hebreos 4,15 (“un Jesús como sumo sacerdote, puesto a prueba -es decir, tentado- como nosotros, pero que nunca cayó en pecado; la prueba suprema de Jesús fue su propia muerte”)…, igualmente aclarado de un modo teológico.
 
Señala el autor del “Prólogo” Otto Dudzus que este texto refleja el pensamiento de Bonhoeffer expuesto en un curso sobre cristología (la ‘ciencia’ teológica que intenta explicar quién fue Jesús como mesías, = ungido = cristo), aunque textualmente lo que se reproduce en el libro no son  exactamente las palabras del autor, porque el manuscrito se ha perdido. Pero se han conservado numerosos apuntes de sus oyentes, de modo que Eberhard Bethge ha logrado reconstruir el texto en sus líneas esenciales e incluirlo en las “Obras completas” de Bonhoeffer, publicadas en 1961, como tercer volumen.
 
Bonhoeffer no hace distinción alguna en aquello en lo que yo he insistido tantas veces, entre “Jesús de Nazaret” y “Jesucristo”: el primero como figura histórica indudable, de cuya existencia no me parece lícito metodológicamente dudar; y el segundo, un híbrido de “Jesús  histórico / Cristo de la fe”, el cual como tal no es objeto de la historia, aunque el buen creyente sostiene que el Cristo histórico es exactamente igual a Jesús. Además, toda la reflexión cristológica de ese buen creyente gira en torno a la definición esencialmente cristológica del Concilio de Calcedonia del 451. Reproduzco el texto sobre el que reflexiona Bonhoeffer.  El  Concilio declara:
 
“Siguiendo la enseñanza de los Santos Padres, todos unánimemente enseñamos que hay un solo y único Hijo, nuestro Señor Jesucristo, perfecto en cuanto a su divinidad y perfecto también en cuanto a su humanidad, verdaderamente Dios y al mismo tiempo verdaderamente hombre, de cuerpo y alma racionales; consustancial (griego homooúsios) con el Padre por su divinidad, consustancial con nosotros por su humanidad, en todo semejante a nosotros excepto en lo que se refiere al pecado Profesamos que existe un solo y único Cristo Jesús, Hijo único de Dios, a quien reconocemos en dos naturalezas, sin que haya confusión, sin cambio, sin división ni separación entre ellas, en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión; por el contrario, los atributos de cada una de esas naturalezas son conservados y subsisten siempre en una sola persona y en una sola hipóstasis, no partida o dividida en dos personas, sino sólo y el mismo Hijo unigénito, Dios, Verbo, Señor Jesucristo, como de antiguo acerca de Él nos enseñaron los profetas, y el mismo Jesucristo, y nos lo ha transmitido el Símbolo de los Padres (= Nicea)”.
 
Para la razón humana el que exista una persona única pero con dos naturalezas, una divina y otra humana, es una contradicción. Pero hay que aceptarlo como proposición dogmática, según Bonhoeffer, porque así es la fe cristiana. Como buen luterano, lo único que importa y lo único que salva es la fe, tenga o no un agarradero en la historia.
 
Bonhoeffer se esfuerza en toda esta primera parte del libro que comento en la siguiente idea: si se pregunta por “quién es Jesucristo” estamos inquiriendo sobre su trascendencia; y si se pregunta por el “cómo se realizó en la historia” se está preguntando por la inmanencia.
 
Creo que el núcleo de esta primera parte se explicita claramente cuando Bonhoeffer aclara que el “objeto” por el que el ser humano se interroga es el Hijo de Dios, de cuya existencia no se puede dudar. Ahora bien, la pregunta sobre la inmanencia, el “cómo”, no llega a alcanzar a Jesucristo. Se le escapa. En realidad esta pregunta por el “cómo” va contra la fe, y es similar –según Bonhoeffer – a lo que habló la serpiente del paraíso a Eva.  Sostiene nuestro autor: No es posible preguntar a Jesucristo “¿Cómo eres posible?”, sino que lo que me interesa a mí es preguntar “¿Quién eres tú?”. Esta es la pregunta por el ser, por la substancia y la naturaleza de Jesucristo.
 
Y continúa Bonhoeffer: No preguntes por lo que hizo Jesucristo. Lo que hizo son meras obras y nunca llegarás a comprender qué significado tienen esas obras, si antes no se te ha respondido al “quién es Él”. Y el autor responde que él es Jesucristo; que es el Cristo presente, crucificado y resucitado. Pero que todo eso es “por mí”. Y en ese “por mí” está representada toda la humanidad. Hay que aceptar como dogma de fe que Jesucristo es el Verbo, la palabra de Dios. Y que Dios se ha revelado en la Palabra. Se ha vinculado a la Palabra, para por ella hablar al hombre. El Cristo histórico es esa palabra y es Jesús de Nazaret. Así de claro. Existe, pues, un Cristo histórico.
 
Otra respuesta de Bonhoeffer es que ese Cristo encarnado en la Palabra se ha encarnado en los sacramentos de esa misma Palabra por excelencia: la confesión (de la fe y de los pecados propios) y la eucaristía. Ahora bien, ninguno de los dos sacramentos entendidos al modo católico. Bonhoeffer hace hincapié  en que él no piensa en el modo craso de la transustanciación, como los católicos, sino en una  presencia real pero simbólica a la vez.
 
El lugar de Jesucristo es ser el centro de la existencia humana, asegura Bonhoeffer. Cristo es el centro de la historia. Esto es un dogma y lo acepta. Ahora bien, la dogmática necesita una total certeza de la historicidad de Jesucristo, es decir asegurarse de que es cierto que el Cristo proclamado por la fe es igual al Cristo, ungido, histórico.
 
Y aquí la fe absoluta tiene que aceptar las paradojas de la investigación: que la investigación histórica ha demostrado que ella no puede negar absolutamente la existencia histórica de  Jesucristo, pero tampoco puede afirmarla absolutamente. Segundo: No es posible jamás alcanzar una certeza absoluta de un hecho histórico; y debemos asumir que la “certeza” alcanzable es siempre una paradoja. En Jesús la paradoja es la contradicción de que él es totalmente un hombre y totalmente Dios. Es paradójico, pero cierto a la vez, porque lo afirma la fe.
 
Y aquí viene una parte del libro, a mi modo de ver interesantísima incluso para un mero historiador, como yo pretendo ser (en realidad historiador de las ideas), puesto que Bonhoeffer explica nítidamente los errores, (así, “errores”) que la cristología ha cometido a lo largo de los siglos. Estos errores son cuatro:
 
1. La herejía doceta: creer que el cuerpo de Cristo no es real sino mera apariencia
 
2  La herejía ebionita, que considera el dogma de la encarnación como una locura. Jesús de Nazaret y el Cristo no son más que meros seres humanos.
 
3. Las herejías monofisita y nestoriana que tienen el fallo de una insistencia exagerada en la naturaleza divina de Jesucristo, de modo que su naturaleza humana queda tan en un segundo plano, que casi desaparece. (la 4ª, doble, aparecerá después en el decurso del libro).
 
Como es lógico, según Bonhoeffer, estas herejías pecan por exceso o defecto: ponen en tela de juicio el gran dogma paradójico del Concilio de Calcedonia: Jesucristo es Dios y hombre a la vez; y/ totalmente Dios y totalmente hombre; no se pueden hacer parcelas. De modo que, y aquí coinciden la cristología luterana de Bonhoeffer con la católica, sólo “queda redimido y salvado lo que es asumido”. Si el Jesucristo histórico no asumió totalmente la humanidad, el ser hombre entero y verdadero, no hay salvación para el ser humano.
 
En este aspecto me parece  interesantísimo,  desde la p. 57 a la 77, cómo Bonhoeffer explica con absoluta claridad (dentro lo la complejidad de la teología) la doctrina de Calcedonia. Cómo aclara nuestro autor las diversas perspectivas de la teología calvinista y luterana sobre cómo hay que entender esa declaración tan paradójica.
 
Y aquí es en donde Bonhoeffer aclara la herejía doble número 4: el subordinacionismo y el modalismo. La primera declara que Jesucristo es como un dios secundario subordinado al Padre. Y la segunda afirma que Jesucristo no es más que un “modo de Dios”, con lo que se sostiene que Jesucristo no tuvo una apariencia real: muy parecido a lo afirmado por los docetas.
 
Como resumen, el lector puede vivir la controversia del núcleo del cristianismo tal como se entendió la declaración cristológica de  Calcedonia (que precisó la definición del Concilio de Nicea) y que constituye el núcleo de la fe cristiana. Y puede entender –y esto me parece muy importante– lo que piensan al respecto los calvinistas y luteranos, de los que el lector normal en español tiene muy poca información.
 
En síntesis: el libro de Bonhoeffer me ha interesado muchísimo por lo que lo declaro muy recomendable. Para un filólogo como yo –que en algunos momentos de su vida no se ha centrado solo en el Jesús histórico y el Cristo de la fe, pero que se ha adentrado en los “Cristianismos Derrotados”– este libro de Bonhoeffer me ha resultado en verdad muy esclarecedor.
 
Y enhorabuena a la editorial Trotta por publicar libros que tienen una salida económica menos viable que otros más ligeros, pero que son libros de fondo, de cultura seria, de profundidad y reflexión… en un mundo en el que a menudo prima la superficialidad y lo banal. Es un gusto leer cosas serias e interesantes a la vez, porque explican nuestra cultura cristiana. Sea uno un creyente fervoroso o mero cristiano cultural.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
www.antoniopinero.com
Miércoles, 29 de Marzo 2023
Escribe Antonio Piñero
 
En mi correo ha aparecido esta pregunta:
 
“Si conociendo que los evangelistas eran hombres honrados que decían la verdad,  ¿dónde está la línea en la que dejan de ser honrados y empiezan a inventarse cosas?
 
 Y, por otro lado, pregunta: ¿qué pruebas hay de que se inventaron cosas cuando hablan de sucesos sobrenaturales pero que decían la verdad en otros aspectos contrarios a la fe oficial?
 
 
RESPUESTA:
 
¿Cómo conocemos que los evangelistas eran hombres honrados? Lo presuponemos, pero no lo  sabemos con seguridad. Lo presuponemos porque ponen como ejemplo de vida a un judío que señala que el mejor resumen de la ley de Moisés es amar a Dios y al prójimo, y porque presenta (al menos Mateo y Lucas (Sermón de Montaña o del Llano: Mt 5-7 y Lc 6,20ss)  un modelo de virtudes en el que el amor al prójimo es determinante.
 
Los evangelistas no dejan de ser honrados nunca a su manera. No hay línea alguna en la que son los evangelistas conscientes de que están mintiendo. El supuesto me parece que no corresponde a realidad alguna.
 
Escriben los evangelistas una biografía de Jesús al modo de su tiempo, destacando siempre los aspectos positivos del héroe de la narración en todos los casos, aunque se relaten a menudo datos o escenas que parecen dejar en mal lugar al héroe de la narración. La imagen de Jesús está ciertamente magnificada por la fe previa en la resurrección del héroe. Creen a pies juntillas que Jesús habita en el cielo, que está sentado a la derecha del Padre. Que éste lo ha confirmado en su “puesto” de señor y mesías, que volverá a la tierra para establecer el juicio final, para retribuir a cada uno según sus obras y para instaurar definitivamente el reino de Dios. Por tanto, cada uno de esos relatos está vivificado por la fe en ese personaje que creen sobrenatural, maravilloso y definitivo.
 
Por tanto, los evangelistas no se inventan más que el marco temporal y geográfico (también por tradición)  de los hechos y dichos de Jesús. Recogen las palabras de Jesús tal como la transmiten los maestros y los profetas cristianos de su tiempo y de su grupo. Adornan la historia de Jesús con milagros que creen absolutamente verdaderos. Por tanto, insisto no mienten. Creen que su obra no es presunta propaganda mala, no es propaganda mentirosa, sino una verdad que conduce a la salvación en quien crea en Jesús.
 
“¿Decían la verdad en otros aspectos contrarios a la fe oficial?”.
 
Este presupuesto es irreal. No había verdad alguna oficial en ese tiempo. El judeocristianismo se estaba construyendo Cada grupo de cristianos interpretaba la vida y misión de Jesús como la entendía su grupo, gobernados por gentes que creían estar en posesión del espíritu de Jesús.
 
Así que en resumen quien plantea estas presunciones sobre los evangelistas tal como dice la pregunta, creo que no entiende en absoluto cómo era el cristianismo primitivo.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
 
RÉPLICA
 
Dice Usted
 
"Escriben los evangelistas una biografía de Jesús al modo de su tiempo, destacando siempre los aspectos positivos del héroe de la narración"
 
Eso no es cierto en modo alguno y le pondré solo 7 ejemplos de las docenas que hay ya que, al parecer, no se me permite extenderme demasiado. Procedo pues:
 
1) No es ensalzar al héroe recoger como dios abandona al héroe en la cruz y , éste lo reconoce.
 
2)  No es ensalzar al héroe reconocer que las que descubren el sepulcro vacío son simples mujeres del siglo primero en Israel.
 
3) No es ensalzar al héroe recoger que, tras meses o años de peregrinación y de milagros nadie le ha creído ni una palabra  y todos huyen ,incluso Pedro se va corriendo y el resto los apóstoles se escapan.
 
4)  No es ensalzar al héroe que en ninguno de sus discípulos esté en las inmediaciones de la Cruz al menos apoyándole en la distancia como si se recoge el que hace la Virgen María o María Magdalena. 
 
5)  No es ensalzar al héroe cuando dicen los evangelios, que Jesús anuncia para ya mismo la llegada del reino que luego no se produce.
 
6)  no es es alzar al héroe que Tomás después de años viéndole hacer milagros después de todas las peregrinaciones y de todas las palabras lo ve resucitado delante de él y no se lo cree teniendo que meter los dedos y dándole ejemplo de que esa historia de Jesús no hay quien se la crea ni teniéndolo delante.
 
7)  No es ensalzar al héroe considerar a Jesús un loco como le  considera Santiago y el resto de su propia familia.
 
Del mismo modo y atendiendo a la verosimilitud de esas mismas fuentes ,debemos concluir que dicen la verdad en todo caso, porque suponer que dicen la verdad en las cosas que perjudican a Jesús pero que mienten cuando hablan de la naturaleza especial de este mismo personaje, sería incurrir en un apriorismo impropio de un científico.
 
CONTRARRÉPLICA por mi parte:
 
 
Por ese mismo argumento, como de los dioses de los griegos y romanos se cuentan hechos horrorosos (adulterios; robos; asesinatos)   y no se omiten, aunque sería posible, debemos deducir que cuando los escritores griegos y romanos hablan de que Zeus existe y está en el Olimpo están diciendo la verdad, porq antes la decían cuando no omitían rasgos negativos de sus dioses.
 
Estimo que esas afirmaciones del replicante están fuera del ámbito de las reglas metodológicas de la historia antigua: son hechos reales, pero tienen otra interpretación. Es clarísimo que los evangelistas cuentan esas cosas negativas de Jesús, porque no pueden omitirlas y les sirven para justificar la nueva concepción teológica de un mesías sufriente (muy superior a la del justo sufriente de Isaías)  para resolver el tremendo problema teológico de un enviado por Dios, un Hijo de Dios, que sufre tamañas perfidias y que muere en la cruz como un sedicioso contra Roma.
 
Ese material de los evangelios, que sus autores no pueden negar ya que están firmemente ancladas en la tradición, nos es muy precioso para delinear la imagen del Jesús de la historia, que está debajo del Jesucristo de la fe. Para suerte nuestra, los evangelistas fueron honestos y nos dejaron textos que a la verdad contradicen hasta cierto punto la imagen del héroe, pero que son verdaderamente preciosos para conocer al héroe histórico, no al súper héroe de la fe.

 
Y otra cosa: la historia no trata de temas sobrenaturales. De eso se ocupa la teología.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
NOTA:
 
Entrevista con Omar Navarro: diversos temas sobre los enfoques actuales sobre el Jesús histórico y su reflejo en los debates televisivos y otros medios
 
El enlace al vídeo es éste: https://youtu.be/_-nWD0IBgDs
 
(12-1281) 15-03-2023
 
Miércoles, 15 de Marzo 2023
Escribe Antonio Piñero
 
He aquí el texto de Evangelio de Juan 17,26 sobre el que dialogaremos:
 
“Yo les di a conocer tu Nombre y se lo daré a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos”.
 
En las preguntas que me dirigen de vez en cuando hay quien argumenta que “Jesús dice que les está dando a conocer el Nombre es decir, que antes no sabían ese nombre y qué es Jesús el que les está COMUNICANDO ese nombre, es decir, que antes, no lo conocían, pero ahora se lo está dando a conocer Jesús, de modo que debe ser un Dios que no conocen puesto que es Jesús el que les está dando a conocer ese nombre”.
Con otras palabras, que creo más claras: el lector moderno del Evangelio de Juan está afirmando que el Jesús histórico al enseñar cuál es el “nombre” de Dios –que no conocían– está indicando a sus discípulos que su Dios (el Dios de Jesús) les era desconocido. Por tanto, los discípulos, judíos, no conocían al Dios de Jesús porque ese Dios de su maestro no era Yahvé, sino otro. Un Dios desconocido. Luego el Dios de Jesús no era Yahvé. Y por tanto Jesús no era judío; o , al menos, un verdadero judío.
 
Por consiguiente, si yo como mero historiador del judaísmo y judeocristianismo del siglo I argumento que Jesús no introduce un Dios diferente al del Antiguo Testamento, sino el mismo de todos los israelitas, a saber, Yahvé, estoy haciendo una afirmación que “no se sostiene”.
 
Frente a esta idea sostengo que defender que Jesús no era judío y que predicaba un Dios distinto al de Israel es un imposible histórico. Y es una pena tener que emplear tiempo en demostrar lo que parece evidente y básico en toda investigación sobre Jesús, a saber que él era un judío integral y que jamás se salió de su propia religión.
 
En primer lugar, aunque sea muy conocido hay que repetir (con Geza Vermes, “La religión de Jesús el judío” (Anaya, Madrid, 1996) que
A. Jesús aparece en los escritos evangélicos como un judío practicante. Jesús se atiene sin discutirlas a las principales prácticas religiosas de su nación. Así, Jesús frecuentaba habitualmente los centros de culto y de enseñanza del judaísmo de su entorno. Jesús predica continuamente en las sinagogas, y respeta y visita al Templo en las fiestas anuales.  La purificación del Santuario narrada en Mc 11 y paralelos, es interpretada por muchos intérpretes como una imagen de que Jesús abolió el culto del Templo. La verdadera interpretación de este paso es, en mi opinión, justamente la contraria: Jesús se preocupó de purificar el Templo, precisamente no porque quisiera quitarle su valor --esto no tiene sentido--, sino porque estimaba que era uno de los lugares preferentes de encuentro con Dios. El Reino futuro que él predicaba tendría en su centro un nuevo Templo sin ninguno de los defectos del presente. Jesús no abolió, ni puso en solfa el culto en sí, sino los abusos que se le habían unido con el tiempo y que podían corregirse.
 
B. No hay prueba histórica ninguna de que Jesús quebrantara la Ley mosaica, sino todos lo contrario. Jesús se adhirió tanto a la ley cultual como a la ley moral, y afirmó con rotundidad la validez salvífica de la Ley en su conjunto. La llamada fuente "Q", muy antigua, que conserva dichos auténticos de Jesús, transmite que éste afirmó: " Más fácil es que pasen el cielo y la tierra que caiga un sólo ápice de la Ley", es decir antes se destruirá el mundo que deje de cumplirse el precepto más mínimo de la Ley. Jesús es aquí un defensor a ultranza de la Ley de Moisés como el más puro de los fariseos.
 
C. Si Jesús hubiera quebrantado la ley de Moisés y hubiera dicho no se explicaría en absoluto cómo los primeros cristianos seguían observando cuidadosamente la Ley, los modernos autores judíos que estudian la figura del Nazareno y que conocen mejor que nadie el fariseísmo de la época y el rabinato posterior de la Misná y del Talmud afirman con toda nitidez que no hay ni un sólo caso en el evangelio en el que Jesús aparezca quebrantando la Ley. Tomemos los ejemplos más importantes y discutidos. Las curaciones en sábado no eran ningún trabajo en la época, luego Jesús no quebrantaba nada curando. Los observadores hostiles descritos por los evangelios consideran inquietante el comportamiento de Jesús, pero nunca lo tachan de ilícito. Lo único que hace Jesús es algo típicamente rabínico: escoger entre dos mandamientos en conflicto: la necesidad de salvar la vida y la obligación de guardar el sábado. Otros rabinos hicieron y enseñaron lo mismo. Una cierta flexibilidad de Jesús frente a una interpretación estricta de algunos contemporáneos del descanso sabático debe enfocarse desde el punto de vista del piadoso rabino carismático, del sanador y exorcista, para quien la curación de los enfermos, como manifestación del reino de Dios que viene, está por encima del mero cumplimiento, puntilloso según el parecer de otros, del descanso sabático.
 
D. Jesús tampoco infringió las normas alimentarias. Es verdad que comía con pecadores, pero nunca aparece acusado de ingerir alimentos impuros o prohibidos. La afirmación de Mc 7 de que Jesús "declaró puras todas las cosas" es un clarísimo comentario suyo, personal, que no corresponde a palabra ninguna de Jesús La máxima del nazareno, "lo que sale de la boca es lo que hace verdaderamente impuro al hombre", era una doctrina farisea que Jesús defiende. Lo único que pretende Jesús es profundizar en el espíritu auténtico de la Ley, no abolirla. Este punto de vista se clarifica con la cuestión del divorcio. Mientras la escuela de Hillel permitía al varón el libelo de repudio por cualquier causa, Jesús adopta la postura más rigorista de la escuela de Shammay: al marido sólo se le permite el divorcio si la mujer es adúltera, y la justifica con una interpretación más exigente de Gn 1,27, como palabra de Dios.
 
E Las famosas y supuestas antítesis, que debelan el valor de la Ley ("Se ha dicho, pero yo os digo...") como si fueran un manifiesto antinomista, van justamente en el mismo sentido: ahondar en el espíritu auténtico de la Torá, profundizar en el espíritu de la Ley: el hombre debe no sólo no matar, sino quitar la raíz del posible asesinato, el odio y la discordia; no sólo no adulterar, sino eliminar la raíz del adulterio, el mal deseo; no sólo no jurar, sino hablar tan transparentemente que sea innecesario el juramento, etc. ¿Quién en su sano juicio puede inferir de esta doctrina que Jesús no afirmaba la validez de la Ley? ¡Justamente todo lo contrario!
 
F. Los resúmenes de la Ley que hace Jesús (la llamada regla de oro "Compórtate con los demás como querrías que ellos hicieran contigo") o "Amor a Dios y al prójimo como resumen de la Ley y los profetas son exactamente las mismas que los de la mejor tradición de los maestros más venerados de entre los rabinos. Puede decirse que la actitud de Jesús respecto a la Ley de Moisés es "un interés omnipresente por el objetivo último de la Ley que él considera, primaria, esencial y positivamente, no como una realidad jurídica, sino como una realidad ético-religiosa que revela lo que él consideraba la conducta justa y ordenada por Dios respecto a los hombres y los deberes para con el mismo Dios.
 
G. El reino de Dios que Jesús predicaba es exactamente el mismo que habían proclamado los profetas. Él nunca necesitó explicar qué era exactamente el Reino de Dios, porque todos sus oyentes lo sabían, por su continua lectura en la sinagoga de la Biblia. Y la proclamación del Reino de Dios es la característica esencial de Jesús que lo define como un hombre en la línea total del pensamiento profético de la Biblia hebrea.
 
H. Jesús se muestra como piadoso judío al utilizar los libros sagrados como instrumento y medio de su predicación. En la predicación del Nazareno encontramos prácticamente todas las formas didácticas a base de la Escritura que practicaba el judaísmo antiguo.
 
Para todo aquel que desee mirar con ojos críticos por un lado, y sin ningún tipo de prejuicios por otro, se debe confesar como conclusión de lo expuesto que si los evangelistas pretendieron presentar a un Jesús que rompía con el judaísmo, hicieron muy mal su trabajo, pues en los evangelios quedan mil restos que prueban hasta la saciedad que la religión de Jesús no se diferencia en nada de la de un rabino carismático, piadoso y apocalíptico del Israel del s. I de nuestra era. La religión de Jesús es total y auténticamente judía y sus raíces se hallan en una fe que mueve montañas y en una decidida y muy judía "imitación de Dios. La esencia de la religión de Jesús, el judío es resumida a sí por G. Vermes: "Poderoso sanador de los física y mentalmente enfermos, amigo de pecadores, Jesús fue un predicador magnético de lo que constituye el corazón de la ley de Moisés, incondicionalmente entregado a predicar la llegada del Reino de Dios y a preparar para ello no a comunidades, sino a personas desvalidas. Siempre tuvo conciencia de la inminencia del final de los tiempos y de la intervención inmediata de Dios en un momento sólo conocido por Él, el Padre que está en los cielos, que ha de revelarse pronto, el sobrecogedor y justo juez, Señor de todos los mundos."
 
Por otro lado, los que sostienen esa extraña idea de que el Dios de Jesús no era el judío y que su religión no era judía no entienden a fondo el Evangelio de Juan. El nombre que Jesús, el revelador celestial –que desgraciadamente para los creyentes no es el Jesús histórico, sino el Jesús “fabricado” por los autores de este evangelio místico, no histórico– es la esencia  (“nombre” como esencia de la persona en hebreo) íntima del Dios que naturalmente, según el grupo johánico que compuso el cuarto  evangelio, ningún israelita conoce a fondo (su esencia, repito) hasta que ha llegado Jesús que era el revelador definitivo de cómo era Yahvé en verdad. La gente lo conocía superficialmente; el grupo del Cuarto Evangelio afirma que Jesús el revelador de ese Dios enseña cómo es ese Dios. Definitivamente según el Cuarto Evangelio: Antes de Jesús todos los israelitas conocían el “nombre” de Yahvé, pero imperfectamente; sólo Jesús revela su esencia íntima.
Si se lee el comentario de Gonzalo Fontana en “Los Libros del Nuevo Testamento” de Trotta del contexto (pp. 1398-1399),  se verá que esta cuestión no aparece ni por lo más remoto en el comentario.
17,25  Solo se comenta “Padre justo”, donde se afirma que “justo” es un adjetivo que solo se aplica ad y no a los hombres. Nada se dice de dar a conocer el Nombre porque es algo que se da por supuesto.
Gonzalo Fontana explica lo del nombre de Dios a propósito de Jn 4,26, el diálogo con la mujer samaritana. Esta dice:
“Sé que viene el Mesías, el llamado «Ungido»; cuando él llegue nos lo explicará todo.  Jesús le contestó: Yo soy, el que está hablando contigo”.
 
Comentario:
Yo soy: primera declaración explícita de la mesianidad divina de Jesús. Es el primero de los siete «yo soy» del Evangelio, paralelos a los siete signos-milagros, número de la perfección divina. Jesús se identifica con la fórmula «yo soy», sobre todo en sus usos absolutos, es decir, a los que no se añade nada (8,24; 8,28; 8,58; 13,19): «Y dijo Dios a Moisés: Yo soy el que yo soy [egó eimí hó ón]. Así dirás a los hijos de Israel: Yo Soy [hó ón] me envió a vosotros, el Dios de vuestros padres... Este es mi nombre para siempre, este mi memorial por todos los siglos»: (Éxodo 3,14-15). Jesús revela con sus obras actos la obra del Padre; de ahí que él, Jesús, lo haya revelado en su plenitud, en su sacratísimo nombre = su  esencia.
 
Como se puede observar, para el autor del comentario la deducción de que los discípulos “no conocían el nombre” y Jesús lo revela nada tiene que ver con que el Dios de Jesús no fuera Yahvé, el Dios común de todos los israelitas, sino que Jesús les revela mejor que nadie cómo es ese Dios. Les revela su nombre = su  esencia. De Yahvé, naturalmente, de cuyo nombre se habla, pero no se pronuncia, por respeto. No por ignorancia
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero

 
Miércoles, 8 de Marzo 2023

El cristianismo está en continua evolución


Escribe Antonio Piñero
 
 
La figura de Jesús en los evangelios sinópticos es ante todo la de un profeta, consciente de su función como tal, por elección divina, proclamador de la inminente llegada del reino de Dios. Es muy probable que Jesús como profeta tuviera de una alta autoestima. Es posible que se creyera mayor que Jonás (Mt 12,41:  “Los hombres de Nínive se levantarán con esta generación en el Juicio y la condenarán, porque ellos se arrepintieron con la predicación de Jonás; y miren, algo más grande que Jonás está aquí”); y mayor que Salomón al que  visita la Reina del Sur para disfrutar de su sabiduría (Mt 12,42:  “La Reina del Sur se levantará con esta generación en el Juicio y la condenará, porque ella vino desde los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón; y miren, algo más grande que Salomón está aquí”). Jesús se veía a sí mismo ante todo como el profeta del final del mundo presente.
 
Pero, a la vez, es un Jesús que se reconoce humano, que jamás plantea ser un hijo de Dios especial, físico, óntico. La escena de Mc 14,61-62 con la respuesta de Jesús a la pregunta de Caifás (¿Eres tú el mesías, el hijo del Bendito? Y Jesús dijo: “Yo lo soy”) no vale para pensar que Jesús se consideraba “hijo de Dios” en el mencionado sentido físico, pleno, trinitario.
 
El mesías como «hijo de Dios, el Bendito» era una concepción muy judía, y significaba que –como caudillo del pueblo judío en nombre de la divinidad– el mesías regio, descendiente de David, era un ser humano adoptado por aquella como hijo, al igual que el rey de Israel en tiempos pasados (2 Samuel 7,14). La pregunta de Caifás «¿Eres tú el mesías?», es la misma que la que Juan Bautista hace sobre Jesús en Mt 11,3. El lector debe tener cuidado de no leer la pregunta/respuesta, y la situación entera, desde el punto de vista cristiano y entender «hijo de Dios/hijo del Bendito» en un sentido trinitario. Habla el sumo sacerdote judío a un Jesús judío, y ninguno de los dos tienen la menor idea de una trinidad y de un “hijo de Dios” como algo que hemos denominado “físico”, óntico, más allá de la mera filiación divina de todo ser humano, en especial el israelita, creado por Dios.
 
Así pues, el Jesús marcano es un Jesús que se sabe ignorante de algo que solo Dios conoce (no sabe cuándo será el fin del mundo: “Respecto a aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre”: Mc 13,32); un Jesús que no dispone a su antojo la disposición de los lugares preferentes en el futuro reino de Dios, lugares que solo Dios reparte (Mc 10, 38-40: “Ellos dijeron: Concédenos que uno se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda en tu gloria…. Jesús respondió: el que os sentéis a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía concederlo, sino que es para quienes está preparado” = por Dios Padre); in Jesús consciente de su fracaso en Galilea (Lc 10,13: Jesús acepta que, a pesar de sus curaciones y exorcismos hechos en Cafarnaún, Corazín y Betsaida, las gentes de esas tres villas no hicieron caso de su mensaje: ¡Ay de ti Corazín! ¡Ay de ti Betsaida! Porque si los prodigios que se hicieron entre vosotros hubieran sido hechos en Tiro y Sidón, hace tiempo que se hubieran arrepentido sentados en cilicio y ceniza”); un Jesús débil y temeroso ante la muerte (la oración del huerto, en Getsemaní su sudor de sangre: Lc 22,44, sean o no históricos los detalles).
 
Por el contrario el Jesús del Cuarto Evangelio tiene una consciencia de sí mismo muy superior, puesto que es divino sin más, y se relaciona directamente con la divinidad como Hijo de esta desde siempre (Jn 14,7: el Padre está en él y él está en el Padre (Jn 14,10); un Jesús que se proclama uno con el Padre (aunque a la vez reconoce que el Padre es mayor que él porque él es quien lo envía: Jn 12,49;14,28); un Jesús que retorna al mundo celeste, superior, de donde procede (Jn 14,3): un Jesús  que es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6), de tal modo que quien lo ha visto a él  ya ha visto al Padre (Jn 14,9); un Jesús que defiende que quien cree en él ha resucitado ya para una vida superior (Jn 5,24); un Jesús que  no es en absoluto débil, que se entrega a la muerte voluntaria y decididamente para cumplir la voluntad de su Padre; y que en el momento de su muerte piensa que exhibe su máxima glorificación al derrotar al Pecado y a la Muerte misma (Jn 12,23); un Jesús que tiene la capacidad de enviar, por su propia cuenta, al Espíritu del Padre de modo que pueda completar su propia revelación (Jn 15,26; 16,5). En una palabra un Jesús que es superior al mundo (Jn 15,18), superior a todo ser humano, aunque sea él quien salva al mundo entero (Jn 12,47).
 
Voluntariamente he omitido mencionar el Prólogo del Evangelio (Jn 1,1-18), porque en esta pieza hablan otros de Jesús / Verbo de Dios. El Prólogo al Evangelio es un himno compuesto dentro del grupo johánico, que a propósito de un comentario implícito a Génesis 1,1, se habla de la inhabitación en Jesús de una entidad totalmente divina, la Sabiduría-Palabra divinas, la mano derecha de Dios, la que crea el universo (Jn 1,3).
 
Es claro, pues, que entre el Jesús de Marcos –detrás del cual se transparenta sin duda el guerrero divino que triunfa sobre Satanás, y que hace portentosos prodigios como Yahvé (por ejemplo, la tempestad calmada: Mc 4,39)–,  y el Jesús de Juan ha habido un claro proceso de divinización que se dio en una comunidad judeocristiana determinada, situada probablemente en Éfeso, y que consideraba al Jesús verdadero y profundo un ser divino, encarnado en un humano. Ese Jesús era una entidad muy superior al Jesús de Marcos y el de Lucas (cuya comunidad, probablemente, se hallaba también en Éfeso).
 
Todo este conjunto indica que dentro de las oscuridades de la formación del cristianismo más primitivo podemos barruntar que hay concepciones sobre la verdadera identidad de Jesús muy diferentes y que el proceso de aclarar tal identidad estaba todavía en mantillas a finales del siglo I.
 
Se necesitarán siglos para que los teólogos empiecen a ponerse de acuerdo sobre esa identidad. Primero en Nicea (unos 225 años más tarde que la probable composición del Evangelio de Juan en torno al 100), y de una manera casi definitiva en el Concilio de Calcedonia en el 451, es decir, 350 años después de la composición del evangelio de Juan y aproximadamente unos 430 años tras la muerte de Jesús.
 
La formación del cristianismo fue un proceso lento en cuanto a su consistente cristalización teológica. Pero tal cristalización en todos sus aspectos (sociológico e ideológico sobre todo) no termina nunca, siempre cambiante. El conjunto del cristianismo de finales del siglo XX y principios del XX es muy diferente del de hoy día. Y no digamos del primer cristianismo; y más si lo compramos con el de hoy. Un conservadurismo a ultranza en lo teológico e incluso en las costumbres es contrario a la esencia del cristianismo que es un movimiento religioso en continua evolución.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
  
https://www.trotta.es/libros/los-libros-del-nuevo-testamento/9788413640242/
Viernes, 3 de Marzo 2023


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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