CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Blog 12- 1266 25-11-2022


Escribe Antonio Piñero
 
En mi comentario al libro de S. Guijarro sobre “Los cuatro Evangelios”, que es una serie amplia y cuidadosa (creo) de exposición y crítica, me toca hoy comentar las pp. 127-129 del mencionado libro.
 
 
El empeño del Prof. Guijarro es claro, como en la sección anterior, ya comentada: fundamentar la idea de que la tradición que recogen los evangelistas canónicos es totalmente fidedigna, porque se basa en una “tradición” que es en sí fidedigna porque comienza durante el espacio de la vida misma de Jesús antes de su muerte. En esos momentos no se podía distorsionar nada.
 
 
Y en esta última sección, que comento hoy, lo que de verdad consigue Guijarro es demostrar que en los pocos meses que duró la vida pública de Jesús este actuó como un maestro, como un carismático que atraía grandemente la atención del público, aparte de algunas acciones extraordinarias, reconocidas incluso por sus enemigos (por ejemplo, Mc 3,1-6. 22: curación del hombre con la mano seca (ejemplo que ya pusimos) y que la afirmación de sus adversarios era indirectamente correcta como afirmación de la portentosa figura de Jesús. A saber, que este estaba aliado con Belcebú, jefe de los demonios, para realizar acciones portentosas. Acciones –añado– que normalmente serían sanaciones y expulsión de demonios = sanaciones de enfermedades psicosomáticas, en las que desempeñaba un papel básico la fe en el sanador, como ya dije anteriormente.
 
Sostiene Guijarro: “La peculiar relación que Jesús estableció con sus discípulos no solo hace plausible la existencia de una tradición prepascual, sino que en cierto modo la exige” (p.127).
 
Vuelvo a adelantar que en realidad no se trata de una “tradición” destinada a ser transmitidas a otros en generaciones futuras (que por hipótesis ya no las necesitarían puesto que se habría inaugurado el reino de Dios), sino de una facilidad en el aprendizaje de memoria de dichos y acciones de Jesús. Que se grabaran bien en la memoria es muy importante sin duda. Pero cuando se escribe el primero de los Evangelios, el de Marcos, cuarenta años después de la muerte de Jesús, ha habido tiempo suficiente como para que la memoria de los dichos y hechos de Jesús fuese selectiva (conforme a los gustos y necesidades del grupo que las guardaba) y para que fueran coloreándose con los ideas de la denominada “fe pascual” = “Jesús fue un ser humano extraordinario; su muerte fue un designio salvador divino; su resurrección es un hecho indudable, y su exaltación a la derecha de Dios Padre es otro hecho del que no se puede pensar que sea falso”.
 
Luego, las pp. 128 – 129 del libro de Guijarro van destinadas a ponderar la buena didáctica y oratoria de Jesús. Nadie lo duda en la investigación independiente. Características de la oratoria y acción exorcista y sanadora de Jesús:
 
· Uso de sentencias breves y rítmicas
· Utilización de la paradoja (“El que quiera ser más importante hágase esclavo de todos” (Mc 10,44).
· Empleo de símiles y parábolas
· Realización de acciones sorprendentes fáciles de recordar. Por ejemplo, comidas con pecadores; o simbólicas: la denominada purificación del Templo (Mc 11,15-17).
 
Todo ello creaba un ambiente entre muchas gentes que deseaban ver los “signos” realizados por Jesús. Y por supuesto también que “Jesús revelaba su intención de transmitir un mensaje a las personas con las que se relacionó” (p. 128).
 
Y concluye Guijarro la sección con el siguiente párrafo: “El recuerdo de las enseñanzas de Jesús e habría conservado sobre todo en el círculo de sus discípulos más cercanos, pues Jesús mantuvo con ellos una relación más estrecha que los maestros de la Ley con sus discípulos; ellos lo consideraba su maestro y él quiso transmitirles su mensaje de forma que pudieran retenerlo” (p. 129).
 
Todo esto es indudable. Creo que la investigación independiente está de acuerdo. Pero la cuestión de la tradición, que empieza tomar cuerpo estricto (aparte de hojas volantes que los predicadores conservaran con algunos dichos, milagros o parábolas de Jesús para su uso particular como proclamadores de la fe en Jesús) cuarenta años después de la muerte de Jesús, se planea ya de un modo muy distinto:
 
1. Como indiqué en mi nota anterior, esta tradición postpascual afirma que sus discípulos no entendieron a Jesús. Esta afirmación autoexcluye la fidelidad de la transmisión.
 
2. Por obra –creo que indudablemente– de la fuerza de la teología paulina, Jesús es presentado ya como el mesías celeste, el Señor semiabsoluto (el segundo después del Padre), como el Hijo enviado al mundo para redimir los pecados no solo del pueblo judío, sino de toda la humanidad; como resucitado; como ascendido a los cielos y colocado a la diestra del Padre; como juez final de vivos y muertos; como agende divino que volverá pronto a la tierra para cumplir por completo su misión mesiánica truncada por una muerte injusta, pero realizada por un designio secreto y eterno del Padre…; como un Jesús que afirma que para salvarse es totalmente necesaria la fe en él (de una manera más clara el Cuarto Evangelio compuesto unos 70 años después de la muerte de Jesús).
 
Total que esa “tradición” gujarriana (es decir, más bien “recuerdos” de dichos y hechos del Maestro) queda introducida dentro de un marco teológico fundamentalmente paulino, que transforma poderosa y totalmente la imagen de Jesús. De poco ha valido el recuerdo de dichos, acciones y parábolas de ese mismo Jesús (transmitido todo sin contexto ni marco alguno que ayude a comprenderlas exactamente) si se interpreta su persona de un modo que a él mismo, como judío piadoso e integral, le hubiera parecido inexacto y quizás incluso imposible.
 
Siento ser un poco duro con Guijarro, a quien personalmente aprecio, pero en síntesis creo que los recuerdos de Jesús fueron transformados e interpretados tan radicalmente que, si la hubo, esa presunta “tradición” compuesta en vida del Maestro, poco sirvió para comprender profundamente su figura. Esa profundidad la otorgan los Evangelios (todos paulinos en mayor o menor grado) y no es otra cosa que pura teología, no historia.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
Nota:
 
Enlace a una entrevista realizado por dos pastores protestantes de lengua hispana, per residentes en EE.UU., que creo bien llevada, con preguntas básicas:

https://www.youtube.com/watch?v=ZCEeVyGao_U&t=8s
Viernes, 25 de Noviembre 2022

18-11-2022 (12-1266)


La clave de la profecía los Rollos del Mar Muerto. Aclaración del Profeta Habacuc
Escribe Antonio Piñero
 
 
Estoy casi totalmente seguro de que solamente una de cada cien personas que compran la edición completa en español de los textos de Qumrán (por ejemplo, la de Florentino García Martínez, de Trotta, Madrid), atraído por la celebridad, el renombre, el misterio… –¿se ocultan en ellos de un modo críptico los inicios del cristianismo?– llega a la página 10 (¡!). Luego abandona la lectura sin remisión.
 
Me refiero naturalmente a personas de entre el público culto, pero que no saben casi nada del judaísmo, en particular de la denominada época del Segundo Templo (grosso modo desde el siglo VI a.e.c. hasta finales del siglo I e.c.). La cuestión es que –aunque tengan ante sus ojos un texto en español– se les escapa casi totalmente el sentido de lo que leen. Algunos dicen: “En realidad no entiendo nada de lo que dicen esos famosos textos”.
 
Pues…, eso no ocurre, de ningún modo, con el libro que presento hoy: “Pesher Habacuc”. Subtítulo: “La clave de la profecía de los Rollos del Mar  Muerto”. El volumen consiste en una traducción al español del texto hebreo de los dos primeros capítulos del profeta Habacuc (presentado en una colección atractiva de fotografías de excelente calidad), seguida de una explicación clara, totalmente inteligible,  de esa obra breve, a pesar de lo cual es uno de los manuscritos más importantes de entre los descubiertos en el entorno de Qumrán a partir de 1947. No es largo, como digo, el texto hebreo con la aclaración del anónimo comentarista / “pesharista”… solo trece páginas, o columnas con una caligrafía clara y legible. En honor a la verdad, solo contemplar el códice, escrito hace unos dos mil años, es ya una emoción.
 
He aquí la ficha completa, cuyo título aparece en el inicio del párrafo anterior: 280 pp. en papel couché de buena calidad; 21x 27 cms. Autor: Noam Mizrahi, de la Universidad Hebrea de Jerusalén; erudito bíblico y experto en los Rollos del Mar Muerto. ISBN: 978-84-19192-83-7. La edición es del Museo de Israel, Jerusalén, y de la Institución ACC Arte Scritta. La traducción de la edición inglesa es de Pablo Torijano y Andrés Piquer Otero, profesores de hebreo de la Universidad Complutense de Madrid, que es buena y que comentaré también.
 
Antes de la traducción y esclarecimiento del texto hebreo hay una introducción / ensayo, realmente magnífico, del editor general Adolfo Roitman, director de “El Santuario del Libro”, la parte del Museo de Israel en la que se custodian algunos de los manuscritos de Qumrán (por cierto, los mejor conservados y más completos). El contenido de esta Introducción es absolutamente pertinente, y opino que no se le puede ocurrir a ningún lector omitir su lectura, so pena de perder una cantidad notable de información y pre-entendimiento sobre la materia del presente libro.
 
Aparte de temas de información general respecto a los Rollos, como su descubrimiento; peculiaridades del asentamiento de Qumrán; qué se piensa en la actualidad sobre quiénes eran sus habitantes; cuál era su ideario religioso y cómo vivían, hay otra parte muy concreta en este ensayo del Dr. Roitman que ilustra con sencillez, claridad y rica información: a) sobre los tipos de rollos encontrados en las cueva de los alrededores de Qumrán y en general en el Desierto de  Judá; b) sobre la interpretación de la Escritura tanto en Qumrán como en la literatura judía de la época del Segundo Templo; c) qué significa y es en realidad un “pesher”;  d) cómo es su forma de exégesis; e) qué nuevas perspectivas puede ofrecer sobre otros tipos de exégesis escrituraria judía de la época, y finalmente, qué relación puede establecerse entre el pesher y la hermenéutica moderna.
 
 
No deseo ser un pesado reiterativo, pero insisto en que el ensayo introductorio de A. Roitman me parece un instrumento introductorio y de ayuda a la comprensión de obligada y fecunda lectura. El estilo de tal Introducción es sencillo y claro, de ningún modo abstruso o aburrido. Y al final, al igual que en otras secciones del libro hay un apartado con una lista de las fuentes antiguas utilizadas y bibliografía moderna de los temas tratados.
 
Aparte de este ensayo, hay otra Introducción, muy concreta y específica, insistiendo desde otras perspectivas en lo que es un “pesher”, y explicando en concreto las características del pesher al profeta Habacuc.  Este segundo capítulo introductorio está ya redactado  por el autor de la traducción y del comentario, Noam Mizrahi. Ahí se explica, también de un modo claro, qué clase de comentario, o interpretación, de un pasaje bíblico es un pesher; cuál es el trasfondo histórico general de la época en la que se compuso este pesher (probablemente a finales del siglo II a.e.c. / o inicios del I); qué concepción del mundo subyace a la interpretación de esos dos capítulos primeros del profeta Habacuc, y qué razones hay de por qué el autor antiguo excluyó el tercer capítulo del libro profético, razones que se reducen a que es un claro añadido posterior. Finalmente se trata de cuál es la estructura literaria que gobierna el comentario / interpretación de este pesher concreto.
 
Hay en esta Introducción un apartado que me parece muy interesante: el texto de Habacuc utilizado por el comentarista qumránico se parece bastante al texto (llamado “masorético”, porque los “masoretas” eran los estudiosos judíos que fijaron el texto hebreo y le añadieron las vocales entre los siglos VII y X a.e.c.) que se imprime de modo general en las ediciones científicas de la Biblia hoy día. Pero lo importante es que en el texto aceptado por el comentarista antiguo del profeta Habacuc hay bastantes variantes respecto del texto impreso hoy de la Biblia hebrea. Este hecho nos indica que en los siglos II y I a.e.c. el texto de la Ley, de los Profetas y de los Salmos (al menos) era ya si no “canónico” –no se había formulado aún un “canon” o lista normativa de escritos sagrados–, sí sagrado y autoritativo…, pero fluido. ¡No era todavía un texto fijo! A menudo el copista podía hacer pequeñas enmiendas o alteraciones al texto por mor de la claridad o de su propio ideario teológico.
 
Esta particularidad nos indica que, cuando la comunidad científica estime que ya se ha estudiado suficientemente el texto alternativo a la Biblia hebrea actualmente impresa, sobre todo el texto encontrado entre los manuscritos de Qumrán (por ejemplo, el texto samaritano; el que está en la base de la versión griega de la Biblia; y alguno que otro más), es posible que haya que editar una Biblia hebrea “nueva”, lo suficientemente diversa de la actual como para llamar la atención de los que la leen en hebreo. Esto lo saben muy bien los traductores del presente volumen al español, quienes dedican una buena parte de su tarea académica en estudiar textos variantes de 1 2 Samuel y 1 2 Reyes que muestran notable diferencias respecto a la edición usual de Kittel-Kahle. Así pues, los hallazgos de manuscritos bíblicos en Qumrán y aledaños suponen un reto grande a la edición del texto hebreo más antiguo posible de la Biblia. Pero la tarea va para largo…; calculo que faltan aún unos 50 años más de estudios y publicaciones para presentar ese texto  hebreo más antiguo que el actual.
 
Tras estos dos ensayos previos, el lector es introducido por el Prof. Mizrahi en el pesher de Habacuc. Mizrahi divide el texto en 37 secciones (marcadas tipográficamente sobre el manuscrito), o unidades temáticas en las que puede repartirse de un modo totalmente razonable su contenido. La articulación del comentario, en cada sección, adopta casi siempre el mismo sistema: 1. Traducción en negrita del texto hebreo utilizado por el comentarista o “pesharista”. 2. Traducción en letra redonda simple de las aclaraciones del anónimo autor. 3. Descripción del marco interpretativo, es decir, explicación del Prof. Mizrahi de la situación histórica de lo que se dice, o de la figura a la que se alude (por ejemplo, el Maestro de justicia, o Maestro justo, el Sacerdote impío, el Hombre mentiroso) dentro de la ideología de la secta esenia (nuestro autor se decanta por esta hipótesis de autoría general de la “biblioteca” qumránica como la más probable) y 4. Marco histórico amplio de lo que se dice en el comentario dentro de la historia de la secta, o del Israel del pasado, o del presente del autor en la historia de Israel de su momento. Además, cuando hay un bloque de interpretaciones que parecen formar un grupo, el Prof. Mizrahi opta normalmente por añadir un comentario, o interpretación global previa, de ese conjunto determinado.
 
Salvo en una ocasión  –a la que aludiré de inmediato, y que no afecta al Comentario en sí al texto hebreo–, lo que dice el Prof. Mizrahi es más que razonable. Me resulta admirable en ocasiones su ingenio interpretativo de frases del comentarista / pesharista antiguo ante las cuales el lector moderno no sabe de ningún modo a qué atenerse –en cuanto al significado–, o duda mucho de la exactitud de su posible entendimiento. Las interpretaciones de Mizrahi no provienen solo del mero ingenio imaginativo de este intérprete, sino de un arduo trabajo de numerosísimas horas, de amplias lecturas y de un trato frecuente con el texto. Me imagino que el haber dado clase a estudiantes sobre este pesher ha afinado aún más el olfato de Mizrahi para intuir todo lo que es necesario suponer y explicar para el recto entendimiento del texto.
 
Para hacer honor al subtítulo del libro, creo que debo hacer una cita larga de un texto que resume perfectamente “la clave de la profecía” según el anónimo comentarista. Escribe el Prof. Mizrahi:
 
El conocimiento de lo divino fue revelado a los seres humanos en dos fases. Primero Dios habló a los profetas bíblicos, que recibieron también las instrucciones de poner por escrito las palabras recibidas. Lo que las profecías querían decir realmente no fue revelado, sin embargo, y por ello al principio resultaban incomprensibles para sus lectores. En una segunda fase posterior, el Maestro de Justicia recibió la clave de interpretación para descifrar las antiguas profecías. No hubo ya una revelación directa: Dios no impartió nuevas profecías, sino que permitió al Maestro aprehender el significado auténtico de los escritos proféticos, que estaban destinados de hecho a su generación (es decir, al tiempo presente). Este punto de vista abraza una concepción multidimensional de la profecía. Acepta la premisa de que la "profecía" era un fenómeno exclusivamente bíblico y no formaba parte de la realidad espiritual del periodo del Segundo Templo. Al mismo tiempo es incapaz de abandonar el anhelo de un canal de comunicación entre Dios y los seres humanos, y así reorienta la noción de inspiración divina de la revelación directa al acto de interpretación de la Escritura… las palabras reveladas por la divinidad (p. 176).
 
Esa revelación fue hecha al Maestro de Justicia, quien también enseñó que aunque el cumplimiento no fuera exactamente en su generación y se atrasara, no había que perder la esperanza… pues “con seguridad vendrá y no se demorará” (Hab 2,3b).
 
Mi única dificultad  –que solo roza tangencialmente la interpretación del Prof. Mizrahi del texto en sí, es decir, su análisis de Habacuc 2,3– afecta al sintagma “obras de la Ley” utilizado por el pesharista, que es muy común en los obras de Qumrán y que aparece también en la cartas de Pablo de Tarso, especialmente en Gálatas y Romanos. Hasta el descubrimiento de los Rollos ese sintagma sonaba raro. Pero gracias a los textos de los Manuscritos lo entendemos muy bien; sabemos de la necesidad de observar “las obras de la Ley” conforme a una interpretación correcta. Y en el caso del Pesher de Habacuc, la interpretación del Maestro de Justicia; un cumplimiento que se atiene a una interpretación correcta, y única, del texto legal. Y todo lo que no sea tal interpretación es un error, y además voluntario…, por lo que  puede conducir al pretendido observante de la Ley a la exclusión eterna del futuro Reino de Dios.
A este propósito y al comentar el Prof. Mizrahi cómo tal frase aparece en Pablo de Tarso, afirma de un modo absolutamente general, sin distinción alguna, que el Apóstol “expresó una dura oposición a las obras de la Ley”, ya que para él no eran necesarias, puesto que “la única salvación” radicaba en la fe de Jesús como mesías; por ello, los conversos a esa fe (en general) no “debían observar las elaboradas reglas deducidas de la Escritura” (p. 187). En la página siguiente, al comentar Romanos 2,9-16, afirma Mizrahi, que según Pablo, los gentiles con recto corazón pueden salvarse “sin observar los mandamientos de la Escritura de ningún tipo”.
 
En mi opinión, tal como están, estas observaciones de nuestro autor no son admisibles. Entre otras razones, no se puede escribir que –según Pablo– los gentiles, aun sin  creer en Jesús puesto que viven en alejadas tierras, “no observan los mandamientos de la Escritura de ningún tipo”. Pienso que el Prof. Mizrahi no tiene en absoluto en cuenta que en el pensamiento de Pablo –tal como se refleja en Romanos e indirectamente en Gálatas–, la no “observancia de las obras de la Ley” se refiere a los gentiles que cumplen espontáneamente el Decálogo, y no tiene en cuenta que los mandamientos del Decálogo son también normas de la Escritura judía. Luego la expresión de, que según Pablo ciertos gentiles se salvan “sin observar los mandamientos de la Escritura de ningún tipo” es incorrecta.
 
Esta falta de precisión es por desgracia común, y de consecuencias trágicas,  en los intérpretes de Pablo. Es posible que al Prof. Mizrahi le ocurra lo mismo porque no ha tenido ocasión de leer a diversos estudiosos judíos contemporáneos suyos, quienes defienden claramente que Pablo no se refiere jamás, y desde luego no en tono general, a todos los conversos a la nueva secta mesiánica, fueran judíos o no, y que –según Pablo–  tales conversos, judíos o no, no tenían por qué observar “las obras de la Ley”, sin más precisión, pues la Ley había quedado obsoleta ante la fe salvífica en el mesías Jesús. Este no es en absoluto el pensamiento de Pablo. Él jamás habla de manera general respecto a la totalidad de la Ley (lo que incluiría a los judíos “conversos"), sino que se refiere únicamente a los gentiles conversos. Son estos y no los judíos conversos a la fe mesiánica, los que No tienen que observar “las obras de la Ley”, porque hay algunas normas, muchas en realidad, que afectan solo a los judíos, no a los gentiles.
 
Insistiré en esto porque es importante, aunque aquí y contra mi costumbre, ya lo he dicho, sea repetitivo.
 
Pablo sostiene que los gentiles conversos al Mesías no necesitan cumplir aquellas normas de la Ley que son exclusivamente válidas para los judíos, sean conversos a la fe en Jesús o no (circuncisión; pureza ritual; normas alimentarias). Tales normas de la Ley no son para los gentiles conversos, ya que estos –al tornarse a Jesús y aceptarlo como mesías– deben seguir siendo gentiles y no necesitan, incluso no deben, hacerse judíos, como se dice claramente en 1 Corintios 7, 18-20 (¿Fue llamado alguno ya circuncidado? Quédese circuncidado. ¿Fue llamado alguien siendo incircunciso? No se circuncide… Cada uno permanezca en la condición en que fue llamado”). Así pues, jamás sostuvo Pablo que los judíos que creían en Jesús como mesías debían dejar de cumplir la Ley. Por el contrario, estaban obligados a ella puesto que eran judíos circuncidados, marcados con la señal de la Alianza. Léase Gálatas 5,3: “Testifico que todo hombre que se circuncida está obligado a obrar toda la Ley”. Pablo jamás pensó ni escribió que los judíos creyentes en el mesías debían dejar de circuncidar a sus hijos varones y dejar igualmente de cumplir todas las normas de la Ley, puesto que –sostenía– que aun siendo seguidores de Jesús como mesías, tales normas  les obligaban por pertenecer por naturaleza al pueblo elegido, y no por adopción como los gentiles.
 
Pienso que, probablemente, si lee Mizrahi a sus colegas judíos (por no nombrar a estudiosos actuales de Pablo no judíos, como yo mismo), como Pamela Eisenbaum, M. D. Nanos, o D. J. Rudolph entre otros, se convencerá de lo que argumento. Pablo mantuvo además que si los gentiles creyentes en Jesús como mesías se hicieran judíos, jamás Abrahán sería “padre de numerosos pueblos” (Gn 17,5), sino de uno solo. Por ello, tales gentiles conversos no tenían que observar la Ley completa, pero sí el Decálogo y “la ley del Mesías, o del amor” (Gálatas 6,2)…, que en el fondo incluía toda la moral estoico-judía de los piadosos de la época.
 
Y por último, deseo referirme a la traducción de la obra presente por parte de mis colegas. Opino que es buena en líneas generales. Les felicito sinceramente, menos en un par de cosas a las que me referiré de inmediato y de las que dirán  que, como ya soy mayor, debo ser tachado de purista en términos lingüísticos.  Es posible… quizás deba “tirar la toalla”…., quizás. Pero, como profesor que he sido durante bastantes años, del Instituto de Traductores de la Complutense, no puede dejar de alzar (¡tímidamente!) la voz ante quienes –influidos profundamente por el inglés y por no haber reflexionado suficientemente en profundidad sobre su lengua– no saben que no se puede confundir “preservar” y “conservar”; que un acto litúrgico no es un “servicio religioso” sino un “oficio religioso”; que hay que distinguir claramente ente “ritual” y “rito”; que “tratar de una cosa” no es “discutir una cosa”; que la ortotipografía española correcta del antropónimo Henoc se escribe en la tradición hispana siempre con /h/ y no sin ella, /Enoc/ como en inglés; que no se dice “Pilatos”, sino Pilato,  que “medrar” es intransitivo y no se puede escribir “medrar lo que no es suyo”, al ser como digo “medrar” intransitivo, y que “colapsar” es reflexivo en  español, o que “género” es algo que pertenece solo al ámbito gramatical… Et cetera.
 
En fin ¡me rindo! Creo que es batalla perdida. Pero no puedo dejar de decir también que habría preferido que las traducciones de los Apócrifos y Pseudoepígrafos en esta obra exquisita que estoy comentando fueran de la versión española (“Apócrifos del Antiguo Testamento”: VII volúmenes) realizada por gentes del mismo departamento de Semíticas o de Filología griega y latina que los dos traductores al español. No han tenido en  cuenta el producto de su propio Departamento y me temo que han traducido a los pseudoepígrafos del inglés. Por ejemplo, no puedo menos de quejarme de la pésima versión del Salmo de Salomón  17,11-12 de la p. 168 del volumen que comento hasta el punto, entre otros detalles, de que se ha traducido el correcto “magnates” por “oficiales”.
 
Pero esto son quizás pequeñeces. Vuelvo al tema principal después de ese breve inciso al tono de endechas lamentosas, que puede emborronar mi intención en esta reseña. Repito: el libro que comento es sencillamente magnífico. El ensayo previo de A. Roitman es esencial, y la Introducción y el trabajo de aclaración y comentario del Prof. Mizrahi es auténticamente muy bueno y en algún aspecto creo que definitivo. Opino que esas personas a las que me refería al principio de esta reseña, los que compraban la versión española de los textos de Qumrán sin saber nada, o muy poco, de judaísmo no abandonarán jamás la lectura de este texto qumranita, porque este libro le da las claves para entenderlo y saborearlo. No podrán dejarlo a un lado.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com
 
 
Viernes, 18 de Noviembre 2022

Trato, o profundizo, en el tema de si se puede llamar verdadera tradición a los recuerdos sobre Jesús, palabras y acciones, y si estos recuerdos pasaron sin más a los Evangelios o fueron súper interpretados en algunos casos.

1265.- 11-11-2022


Escribe Antonio Piñero 
 
El tema, muy importante,  fue tratado en una primera perspectiva el 4-11-22. Complemento con consideraciones que creo sustanciales.
 
 
Recuerdo que para reforzar la idea de que la tradición evangélica canónica acerca de dichos y hechos de Jesús es fiable históricamente en los evangelios –Mc-Mt-Lc-Jn–, S. Guijarro, con otros intérpretes confesionales, ha emprendido la tarea de demostrar que la tradición postpascual (es decir, después de que el grupo de discípulos de Jesús creyera firmemente que este había resucitado y había sido exaltado a los cielos, junto al Padre (al principio era esta una idea “global”, sin contornos ni precisiones) se asienta firmemente en el tiempo en el que Jesús estaba aún en vida sobre la tierra.
 
¿Por qué razón? Porque la Escuela, protestante, de la Historia de las formas (“formas”, “modos” o “maneras” cómo se transmitió la tradición de Jesús condicionada por la fe en la resurrección de este) sostenía y sostiene que esa fe “pascual”, tras la resurrección después de la pascua judía en la que murió Jesús, había determinado absolutamente el surgimiento de la tradición evangélica. Dicho con las palabras de un discípulo de R. Bultmann, muy influyente, Günther Bornkamm, en su obra Jesús de Nazaret (5ª edic. 1996, Edit. Sígueme. Salamanca):
 
“No poseemos ni una sola “sentencia” ni un solo relato sobre Jesús –aunque sean indiscutiblemente auténticos—, que no contenga al mismo tiempo la confesión de fe de la comunidad creyente, o que al menos no la implique. Esto hace difícil o incluso lleva al fracaso la búsqueda de los hechos brutos de la historia” (p. 15). Esta afirmación siega la hierba bajo os pies de la creencia de que los Evangelios nos transmiten historia verdadera y solo verdadera”.
 
Sostiene S. Guijarro (En el libro “Los cuatro Evangelios” que llevamos tiempo comentando), que esta afirmación tiene alguna parte de verdad, pero que eso no significa que “sus discípulos no hubieran recordado y comentado antes de la muerte de Jesús sus palabras y sus acciones” (p. 123). “Es impensable”, añade en la misma página, que no es creíble “que las enseñanzas que habían escuchado y las acciones de las que habían sido testigos hubieran quedado almacenadas en la memoria para salir a la luz solo en esos momentos tras su muerte”.
 
Es evidente que esto hubo de ser así. Pero… hay en el fondo de la argumentación de S. Guijarro un concepto de “tradición” que en mi opinión no es correcto tal como él la entiende, a saber: la “tradición” (sin más explicación de que él entiende por este vocablo) existe ya entre los diversos grupos que seguían a Jesús, masas de oyentes ocasionales; amigos personales de Jesús; discípulos íntimos, es decir, los Doce y alguno que otro más. Opino: no hay verdadera tradición tal como se entiende esta palabra, lo que hay, evidentemente, son recuerdos que pueden ser la base de una futura “tradición” tras la muerte del Maestro. Pero en vida de éste nada hay que pueda llamarse auténticamente “tradición”, sino meras acumulaciones  de material en la memoria.
 
¿Por qué? Porque el concepto de “tradición” (del latín traditio, “transmisión”, substantivo del verbo tradere, “entregar”, “transmitir”, implica por sí mismo la transmisión a otros de algo que debe conservarse, y en la mayoría de los casos por generaciones. Y esto no iba a ocurrir en la mentalidad de Jesús sobre el futuro próximo ni en la sus discípulos.
 
En efecto, si tenemos en cuenta de que la idea central del pensamiento de Jesús era la absoluta inminencia de la llegada del Reino de Dios, no había propiamente ningún deseo de  “transmitir para conservar” a generaciones futuras, ya que los que entraran en el Reino de Dios proclamado de él mismo, como profeta que era ante todo, serían introducidos en algo totalmente nuevo.  Sería la materialización de una renovación de la alianza de Dios con Israel: todos sus miembros tendrían la ley de Dios como impresa en sus corazones cuando entraran en ese Reino futuro.
 
Esta sería así, sin duda, el pensamiento de Jesús, que expresado con palabras de Jeremías 31,3-34 sonaría del siguiente modo: «Pondré mi ley dentro de ellos, y sobre sus corazones la escribiré. Entonces yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.   No tendrán que enseñar más cada uno a su prójimo y cada cual a su hermano, diciéndole: “Conoce al Señor”, porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande». En el Reino de Dios las enseñanzas morales de Jesús, y las interpretaciones de la ley de Moisés por su parte, no serían más que recordatorios sobre cómo vivir en el Reino de acuerdo con la susodicha ley de Moisés entendida en profundidad, como enseñaba él mismo, Jesús.
 
En esta hipótesis, que era la del Jesús histórico, los discípulos recordarían que se habían cumplido las predicciones de Jesús, inspiradas por la divinidad. Pero no más. No habría estrictamente tradición alguna para luego redactar una “biografía de Jesús” = un evangelio escrito en una generación futura. La misión encomendada por Jesús a sus discípulos era en realidad que la forma del mundo presente iba acabarse inmediato y que comenzaría una nueva etapa de la historia.
 
Señala además S. Guijarro que “Jesús no actuó como los maestros de la Ley de su tiempo, que eran elegidos por sus discípulos para recibir de ellos una enseñanza, sino que él tomó la iniciativa (“Llamó a los que quiso: Mc 3,13) y eligió a sus propios seguidores” (p. 124). Esto es verdad según relatan los Evangelios…, aunque con algunas inverosimilitudes, sobre todo en Marcos, ya (en apariencia y según la literalidad de su relato: Mc 1,16-2; 2,14), por ejemplo, que Jesús llamó a sus primeros discípulos sin  conocerlos previamente. Es impensable que sí fuera. Lucas 5,1-11 y Juan 1,35-51 corrigen a Marcos y aseguran que Jesús ya había comenzado su actividad plena cuando eligió a sus discípulos y por tanto conocería a algunos de ellos.
 
Y en la p. 125 señala Guijarro cómo en ocasiones la actitud de Jesús se pareció en algo a la de los maestros de la Ley, puesto que aceptó como discípulos, en amplio sentido, “a algunos que se acercaban a él”, es decir, estos elegían a Jesús como maestro y no al revés. Un ejemplo: Mc 5,18-20: «Al entrar Él en la barca, el que había estado endemoniado le rogaba que lo dejara ir con Él.  Pero Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: “Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho por ti, y cómo tuvo misericordia de ti”.  Y él se fue, y empezó a proclamar en la Decápolis cuán grandes cosas Jesús había hecho por él; y todos se quedaban maravillados». 
 
Jesús era exigente y radical con sus discípulos más inmediatos: les conminaba a dejar su trabajo y su familia y a llevar, junto con él, una vida itinerante y pobre predicando la inminencia del Reino, en el cual, como acabo de decir, todo iba a cambiar. Por ello me parecen desacertadas las frases de Guijarro en la p. 124: “Las dos finalidades de la llamada de Jesús a sus discípulos, el seguimiento de su persona y la entrega a la misión (predicar el reino de Dios), fueron determinantes para el surgimiento de una tradición sobre él en el grupo de sus discípulos”. Me parece evidente que Guijarro está empleando aquí el vocablo “tradición” de una manera no usual, cuya forma dentro del cristianismo primitivo indica que la tradición es la base histórica de palabras y acciones de Jesús transmitida por una o dos generaciones más allá de la vida terrenal del Maestro (en el futuro, tras la muerte de Jesús, en la forma que más tarde adoptará el vocablo “evangelio”, que pasó de la “buena nueva oral” de la inminente venida del Reino a “evangelio escrito” como una biografía de las de la época).
 
Así que vuelvo a sostener que en estos recuerdos de las masas, amigos o discípulos de Jesús, mientras este vivía, no pueden definirse como el inicio expreso de una tradición, sino como recuerdos que (eso sí) serán la base de una verdadera tradición, pero solo tras la muerte de Jesús  de modo que nosotros hoy –repito– “no poseemos ni una sola “sentencia” ni un solo relato sobre Jesús –aunque sean indiscutiblemente auténticos—, que no contenga al mismo tiempo la confesión de fe de la comunidad creyente, o que al menos no la implique. Esto hace difícil la búsqueda de los hechos brutos de la historia”…
 
Jesús invitaba a seguirle. El seguimiento de Jesús implicaba una convivencia continuada, compartir su modo de vida, ver lo que hacía y oír atentamente sus enseñanzas para que luego sus discípulos, en su proclamación por los pueblos de Israel a los que no llegaba la misión directa de Jesús (o no podía llegar porque los esbirros de Herodes Antipas lo hubieran detenido de inmediato), pudieran  anunciar lo mismo que Jesús proclamaba, la inminente llegada del Reino.
 
En síntesis, hay que admitir un “recuerdo”  prepascual de acciones y palabras de Jesús por parte de sus discípulos íntimos. ¡Por supuesto! Hay que admitir que Jesús debió de causar un gran impacto en algunos de sus discípulos. Tal recuerdo es ciertamente parte, y solo parte, de las tradiciones de Jesús recogidas en los Evangelio.
 
Así pues, me parece que hay que admitir en líneas generales la doctrina de la Historia de las Formas: no hay tradición antes de la  muerte de Jesús sino “recuerdos” que luego serán más o menos transformados por la fe postpascual que tendrá su plasmación por escrito en los evangelios.
 
Item más: No puedo suscribir totalmente la sentencia de Guijarro tras analizar la elección de los discípulos por parte de Jesús: “Existió una tradición prepascual sobre Jesús en el grupo de los discípulos íntimos y no solo eso sino también que la adhesión a Jesús y la fe en él jugaron un papel determinante en el proceso de la tradición desde el comienzo”. La suscribo en tanto que no es tradición sino solamente recuerdos que luego serán transformados en fe comunitaria decenas de años tras la muerte de Jesús.
 
Y por último comentar el final de S. Guijarro en esta sección: “El hecho de que estos discípulos íntimos fueran enviados a anunciar el mismo mensaje que Jesús anunciaba presupone que habían asimilado sus enseñanzas y podían dar razón de ellas” (p. 127). De acuerdo en una cosa: de ningún modo podemos dibujar a los discípulos como zoquetes que no entendían al Maestro, puesto que este artilugio exegético solo sirve para dar cuenta de que Jesús era una entidad sobrenatural, cuya profundidad solo podría ser comprendida tras la resurrección y con la ayuda del Espíritu Santo. ¿Cómo explicaría, pues, S. Guijarro los siguientes pasajes evangélicos, teniendo en cuenta que según él los discípulos habían asimilado bien el mensaje de Jesús?:
 
Lc 18,34: “Pero ellos no comprendieron nada de esto. Este dicho les estaba encubierto, y no entendían lo que se les decía”; Jn 8,27: “Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre”; Jn10, 6:  “Jesús les habló por medio de esta comparación, pero ellos no entendieron qué era lo que les decía”; Jn 12,16  “Sus discípulos no entendieron esto al principio, pero después, cuando Jesús fue glorificado, entonces se acordaron de que esto se había escrito de Él, y de que le habían hecho estas cosas”. ¿Acaso el zoquete como maestro era Jesús? De ningún modo podemos afirmarlo, sino que era un tipo muy inteligente y que “enseñaba con autoridad” (Mc 1,27).
 
Seguiremos
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com
Viernes, 11 de Noviembre 2022

Como vimos en la última entrega, parece que podemos postular que Jesús el galileo predicó un reino de Dios terrenal y judío. ¿Y Pablo? ¿Habló en los mismos términos o cambió algo el mensaje, como ya sabemos que hizo respecto a la exclusividad judía de dicho reino? Las pocas menciones a este tema en las siete cartas auténticas permiten hacerse una idea rápida de la cuestión,

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura.


089. El reino de Dios (5): Pablo.
San Pablo según el Greco, tomado de wikipedia.

La expresión “reino de Dios” (basileia tou theou en griego) sólo aparece en ocho ocasiones en las siete cartas que reconocemos de Pablo. La primera mención es 1 Tes 2, 11-12 (traducciones de Cantera-Iglesias):

Como un padre a sus hijos, lo sabéis bien, a cada uno de vosotros os exhortábamos y alentábamos, conjurándoos a que vivieseis de una manera digna de Dios, que os ha llamado a su Reino y gloria.

La segunda aparece en Gál 5, 19-21:
Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios.

1 Cor es la carta con más apariciones:
1 Cor 4, 17-21: Por esto mismo os he enviado a Timoteo, hijo mío querido y fiel en el Señor; él os recordará mis normas de conducta en Cristo, conforme enseño por doquier en todas las Iglesias. Como si yo no hubiera de ir donde vosotros, se han hinchado algunos. Mas iré pronto donde vosotros, si es la voluntad del Señor; entonces conoceré no la palabrería de esos orgullosos, sino su poder, que no está en la palabrería el Reino de Dios, sino en el poder. ¿Qué preferís, que vaya a vosotros con palo o con amor y espíritu de mansedumbre?

1 Cor 6, 9-10: ¿No sabéis acaso que los injustos no heredarán el Reino de Dios? ¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios.

1 Cor 15, 22-25: Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo. Pero cada cual en su rango: Cristo como primicias; luego los de Cristo en su Venida. Luego, el fin, cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad. Porque debe él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies.

1 Cor 15, 50-52: Os digo esto, hermanos: La carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos: ni la corrupción hereda la incorrupción. ¡Mirad! Os revelo un misterio: No moriremos todos, mas todos seremos transformados. En un instante, en un pestañear de ojos, al toque de la trompeta final, pues sonará la trompeta, los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados.

Una última ocasión en Rom 14, 17-18: Que el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo. Toda vez que quien así sirve a Cristo, se hace grato a Dios y aprobado por los hombres.
 
Pocas ocasiones pero muy enjundiosas y cambiantes.

Hay pasajes que explican qué no es el Reino de Dios porque no aparecerán por él quienes cometan crímenes y pecados: en él falta la maledicencia, los injustos, idólatras, homosexuales, la envidia, la embriaguez, etc. (Gál 5, 19-21 y 1 Cor 6, 9-10). Estos datos pueden hacer pensar que, como Jesús, Pablo de Tarso pensaba en un reino terrenal libre de fechorías y maldades (por así decirlo), cosa que también podemos deducir de 1 Tes 2, 11-12 y de Rom 14, 17-18.

Podríamos seguir pensando así al repasar 1 Cor 4, 17-21, que habla de un poder divino presente en el reino de Dios. Se trataría de un reino lleno de plenitud divina que se manifestaría en la ausencia de maldad y pecado por la mera influencia de ese atender a la voluntad del dios supremo, de entender el “espíritu” de su voluntad, es decir, aquello que realmente desea como comportamiento de quienes integraren ese reino.

Las dificultades comienzan, sin embargo, cuando Pablo, a diferencia de lo que parece haber proclamado Jesús, niega que la comida y la bebida, la satisfacción de los mínimos vitales, sean cosa del reino de Dios (Rom 14, 17-18). Esta cualidad “antiterrenal” es más que chocante: resulta claramente perturbadora por ser, en realidad, “antijesuítica”.

Y la cuestión se aclara pero se complica mucho más si atendemos al pasaje que habla de transformación, de resurrección, 1 Cor 15, 50-52. Parece que hay que entender que el mundo dejará de ser el que es. De hecho, es un concepto importante en Pablo la “nueva creación” (Gál 6, 15) que contrarrestará a la primera, llena de pecado, el primero el del primer hombre, Adán. A esa nueva creación en la que no habrá muerte ni corrupción se llegará gracias al nuevo primer hombre, Jesús, que habrá vencido a la muerte el primero de todos (la primicia citada más arriba en 1 Cor 15, 22). Pablo habría predicado un nuevo mundo no recreado sino creado nuevo, que sería ese reino de Dios en el que se seguiría su voluntad, su Ley, y se haría comprendiendo el “espíritu” de esa Ley. Ese “espíritu” que ayudaría a hacer las cosas como se deben hacer.

La máxima complicación aparece cuando en ese reino en el que el pecado y la muerte no reinarán (Rom 5, 14, 17, 21 y 6, 12) no hemos de concebir a Jesús como rey. Para Pablo Jesús reinaría entre los tiempos finales del primer mundo y la instauración del segundo (1 Cor 15, 24-25: Luego, el fin, cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad. Porque debe él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies).
 
En definitiva, el reino terrenal de Jesús es transformado de dos maneras:

a) Jesús, el rey que traería ese reino (basileus en griego, la palabra odiada por Roma y que aparece en el título de la cruz) es transformado en un Kyrios (señor / monarca en griego, con menos connotaciones políticas) que sólo reinará durante el tiempo que medie entre este mundo y la nueva creación, el nuevo mundo - nuevo reino.

b) El nuevo reino será de una cualidad diferente: la muerte y la corrupción asociada a ella dejará de existir para los vivos, que serán "espirituales". Esto quiere decir que seguirán el espíritu de la legislación cósmica divina, que se atendrán sin necesidad de Ley a los artículos de la Ley universal, aquella que ya Noé cumplía sin haber Ley. Estos seres espirituales (en el sentido legislativo) serán lo que Adán debiera haber sido: en consecuencia, vivirán en un paraíso (distinto al proclamado por Jesús, que, recordémoslo, era un reino en esta tierra con abundancia de bienes) sin muerte y siempre, eso no cambia, felices.

Los ya muertos judíos que se hubieren atenido a la Ley divina (mosaica) o paganos que hubieren comprendido el espíritu de esa Ley, tendrán su recompensa con una nueva vida sin muerte ni corrupción. Será la resurrección. Quienes, en el momento en que vivía Pablo, siguieran el espíritu de esa Ley divina, es decir, fueran espirituales, no morirían puesto que el final de este mundo era inminente en su opinión y, transformados porque su cuerpo y alma ya no experimentaría la muerte-corrupción, ingresarían tan contentos en el nuevo mundo / nueva creación, paraíso de una nueva y última era, ajeno al mundo que conocemos, ajeno a Roma y su imperio.
 
Saludos cordiales.
Mi web.eugeniogomezsegura.es
 
Martes, 8 de Noviembre 2022

(Bloque 12: 1264 / 4-11-2022)


Escribe Antonio Piñero
 
Sigo comentando algunos aspectos del libro “Los cuatro Evangelios”  de Santiago Guijarro, de Editorial Sígueme. Por cierto: sobre  algunas de mis objeciones, ni sobre las alabanzas, ha tenido Guijarro la idea de comentar algo, que yo sepa.
 
 
El título de esta sección (“La tradición oral tuvo su origen en Jesús”) es acertado: no cabe duda de que la tradición sobre Jesús hubo de comenzar en vida de este. Sin duda, y creo que es un punto acertado en contra de la idea de que no hubo tradición alguna en época anterior a la muerte de Jesús (opinión propalada por la escuela “Historia de las Formas). Opino igualmente que no se explicaría bien el proceso histórico de la formación de los Evangelios, si no se admite que hubo tradición antes del tiempo de la creencia en la resurrección y exaltación de Jesús a los cielos, r en la vida terrena de Jesús. Y, por hipótesis misma, esta tradición en vida de Jesús ha de estar carente de elementos propios de la fe en torno a Jesús que se forma después de su muerte.
 
 
También creo acertada la idea de considerar que no todas las gentes que escuchaban a Jesús o asistían a sus exorcismos y sanaciones pertenecían a un bloque homogéneo. Está bien la idea de dividir la audiencia de Jesús en tres grupos:
 
 
1. Gente de contactos esporádicos con las enseñanzas y acciones de Jesús: la mayoría del pueblo que lo oía o escuchaba. Eran oyentes ocasionales.
 
 
2. Gentes que se adherían al mensaje de Jesús, pero que no lo seguían físicamente en sus andanzas, es decir, en sus viajes en cumplimento de su misión primordial y profética. Esta consistía ante todo en proclamar la venida inmediata del reino de Dios y el comportamiento previo necesario para prepararse para tal venida (¡siempre futura!). Este grupo 2. sería el de sus amigos más íntimos y otros en cuyas casas Jesús se hospedaba frecuentemente; o incluso puede considerarse como de este grupo al conjunto de las mujeres que ayudaban económicamente a Jesús y su entorno (Lucas 8,3), pero no lo seguían todo el tiempo en sus andanzas.
 
 
3. Sus discípulos directos. Estos eran los Doce y algunos más, pocos. No creo que haya argumentos serios para dudar de la existencia de los Doce en tiempos de Jesús, y para pensar que eso de “Los Doce” es un invento de la Iglesia primitiva. No lo creo. Históricamente se explica mucho mejor todo lo ocurrido con Jesús si los Doce, y su simbolismo, fue un grupo formado por Jesús mismo.
 
Sostiene Guijarro que el grupo 1. se refleja:
 
a) en los relatos evangélicos de “milagros” multitudinarios (sean históricos o expandidos luego por la leyenda magnificante en torno al personaje), como la multiplicación de los panes;
 
b) en las gentes que se agolpaban en torno a las casas  donde Jesús se había alojado, o
 
c) en las multitudes (mucha gente o bien en número moderado) que dan a entender escenarios como el Sermón de la Montaña de Mateo 5-7.
 
La corroboración de esta idea de “mucha gente” en torno a la proclamación e Jesús es ofrecida también por el testimonio de Flavio Josefo (Antigüedades de los judíos XVIII 64…; eliminadas las interpolaciones), y en general por las narraciones evangélicas que presentan como escenario de la predicación de Jesús un grupo considerable de personas (no discutimos aquí si se magnifica el número o no). Lo cierto es que a un Jesús muy buen predicador / orador, a un Jesús buen exorcista y sanador (no hay tampoco por qué dudarlo históricamente) le seguía en ocasiones mucha gente.
 
Dentro del grupo 2. señala Guijarro que la mayoría de los casos en los que Jesús es acogido en casa de amigos tiene lugar en el entorno de Jerusalén: el caso de Zaqueo en Jericó; Lázaro y sus hermanas en Betania; y en la misma localidad el banquete en casa de Simón el ex leproso. Pero esto no excluye que lo mismo ocurriera en Galilea. Sin duda también que Jesús estableció con las gentes de este grupo 2. una relación más estrecha…; y no puede negarse que ya en vida de Jesús comentaran sus palabras y acciones… lo cual significa un inicio de tradición sobre Jesús.
 
Y respecto al grupo 3., sus discípulos íntimos, los Doce y alguno que otro más, como Matías o José, llamado el Justo tampoco hay dudas serias de que la relación con Jesús durante los meses que duró su ministerio público, incluía una Pascua (en mi opinión: ministerio que duró solo meses) fue muy intensa. Luego, por tanto hubieron de comentar, antes de su muerte, lo que decía y hacía el Maestro. Esto es también, sin duda un inicio de tradición en vida misma de Jesús.
 
(Un paréntesis: p. 122, línea13 desde arriba: Dice: “evoca algún rasgo importante del proyecto o misterio de Jesús”. Debe decir (en mi opinión): ““evoca algún rasgo importante del proyecto o ministerio de Jesús”
 
En conjunto hago algunas observaciones a esta división de gentes que oía a Jesús:
 
1 Es imposible prácticamente lo que afirman los Evangelistas que los Doce no entendieran a Jesús, ni que supieran nada seguro de su mesianismo, que era “sufriente”, muy diverso a la concepción del mesías del judaísmo de todos. Tal falta de comprensión sirve solo a los evangelistas para señalar el profundo sentido de la vida y misión de Jesús que solo se revelaría, y por el Espíritu Santo, tras la muerte o resurrección del Maestro. Esta opinión, que dibuja a un Jesús como pésimo maestro y a los discípulos como tontos, me parece, es pura teología. Una hipótesis poco plausible.
 
2. Lo que afirma Guijarro (p. 122) que “algunas de estas acciones fueran acompañadas en los evangelios por una invitación a repetir o recordar un rito” –en especial las palabras y acciones de Jesús en la Última Cena en el texto de Marcos 14,17-25– me parece absolutamente inverosímil en un Jesús que predicaba el inmediato advenimiento de un reino de Dios, cuyo contenido nunca fue explicado por Jesús. Sí aclaró éste algunas de sus características externas, como la rapidez de su venida, o los signos de los que iría acompañada, pero no su contenido. Ese “reino de Dios” de Jesús era el aclarado o mencionado, directa o indirectamente, en  muchas ocasiones, por los profetas de la Biblia, y en ese Reino no se  contemplaban las repeticiones de ritos instaurados por el agente mesiánico (sea como fuere como se imaginaba), un Reino que tendría lugar  cuando ya hubiese ocurrido el Gran Juicio y se hubiera instaurado el gobierno de Dios en el mundo. Como ya he dicho a menudo a tradición sobre la Última Cena, interpretada como institución de la eucaristía, no es histórica y no puede proceder de un mesías estrictamente judío.
 
3. Toda presunta tradición formada antes de la muerte de Jesús hubo de ser estrictamente judía, si es que se está de acuerdo –como lo indica el consenso de la investigación actual, incluida la católica– en que Jesús fue estrictamente judío, no quebrantó la Ley y ni siquiera la reformó, sino que ahondó en la necesidad de su cumplimento profundo, y que él no pretendió fundar religión nueva alguna.
 
 
Por tanto, mi conclusión al comentar estos tres grupos de “acompañantes de Jesús” durante su ministerio público, antes de su muerte, es que esa tradición en vida de Jesús hubo de tener un cariz y contenido estrictamente judío, carente en absoluto de las consideraciones y magnificaciones del personaje, Jesús, que luego emprenden los evangelios unas veces a las claras, y otras muy sutilmente.
 
 
En síntesis, la tradición que pudo formarse sobre Jesús en vida de este no supone fundamente alguno, por lo puramente judía que era, para la especulación teológica sobre el sentido de la muerte y resurrección del mesías, especulación que es el meollo de la futura religión cristiana y que solo se forma después de la muerte y la creencia en la resurrección de Jesús con sus consecuencias salvadoras, unidas al perdón de los pecados de toda la humanidad hasta el momento.
 
 
Hubo, pues,  “una fe discipular” (p. 123) en Jesús como el profeta, judío, del Reino que habría de venir, o en el mejor de los casos sobre Jesús como el mesías, también judío, que habría de desempeñar un papel importante en el futuro, pero inminente, reino de Dios, con base en Israel, pero con repercusiones mundiales, según habían predicho los profetas de la Biblia hebrea de Jesús…. Pero tal tradición discipular era meramente judía, no cristiana.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com.
 
 
Añado dos enlaces a dos entrevistas en diálogo conmigo y sobre los últimos libros "Viaje a Tierra Santa” y “Los libros del Nuevo Testamento”
 
Realizada por Miguel Becerra:
 
https://youtube.com/watch?v=5QY0FIVouA0&feature=share
 
2 Realizada por Jordi Torres Serra, México:
https://us02web.zoom.us/rec/share/cDQwz3i-2nere8uOjZfc1GsOEPNQQAfCLTcfHrk0HbWx1uPJCYPCsoLkfCXmYarp.3Z-OhDI0GvnUia4i
Código de acceso: b1AC0dP$

 
 
 
3 La misma entrevista, sin código de acceso, en el canal de Carla Díaz, Investigando la Historia: https://youtu.be/RJb1DWAwkFw
 
 
 
 
 
Viernes, 4 de Noviembre 2022


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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