CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
LOS LIBROS DEL NUEVO TESTAMENTO. UN CAMBIO DE PARADIGMA /1

 Escribe Juan Curráis

A propósito de la cuarta edición hace unos meses de "Los Libros del Nuevo Testamento"
 
La libertad es la primera condición del trabajo científico (Alfred Loisy)

La editorial Trotta publicó a finales de 2021 un voluminoso libro cuyo título completo es Los libros del Nuevo Testamento. Traducción y Comentario, con un enfoque teórico muy distinto a las ediciones confesionales del Nuevo Testamento, acompañadas del preceptivo imprimatur  y nihil obstat.
 
El innovador libro de Trotta  aparece en la portada como edición de Antonio  Piñero y en el interior se cita un equipo de colaboradores, especialistas en la materia y coautores: Gonzalo del Cerro,  Gonzalo Fontana, Josep Montserrat, Carmen Padilla y el propio Antonio Piñero.  Todos ellos son doctores académicos, no Doctores de la Iglesia, como el Doctor Angelicus (Tomás de Aquino) o el Doctor Subtilis (Duns Escoto) entre otros.
 
Se trata, pues, de un Opus magnum (obra magna) de 1661 páginas y de carácter colectivo, donde los diversos autores se han repartido el arduo trabajo de traducción, las introducciones a cada libro y las notas aclaratorias al texto, con  tipos diferentes de letras para facilitar una lectura comprensiva más didáctica. La extensa e importante Introducción general (78 páginas) está realizada por Antonio Piñero, con una pequeña, per notable, aportación de Josep Montserrat. En la Introducción concreta a cada libro o grupo de libros viene indicada la aportación de cada uno de los autores en referencia a la traducción o comentario del texto, aunque la aportación más extensa al conjunto de la obra es la de Antonio Piñero, quien me ofertó de buen grado leer sus propios escritos antes de la edición, tanto la Introducción general como el tratamiento de los difíciles textos de la Carta a los Hebreos o la Revelación/Apocalipsis de Juan.
 
Todos los libros del Nuevo Testamento  están escritos en griego koiné (= común) la lengua culta del mundo helenístico y diferente del griego ático de Platón o de Jenofonte. La traducción está hecha a partir de la edición crítica del Novum Testamentum graece, 28ª edición, denominada “Nestlé-Aland”, publicada en 2012 por la Deutsche Bibelgesellschaft (accesible en Internet, sin aparato crítico). Este texto crítico, resultado de la colaboración de numerosos investigadores dentro de un Instituto de Münster,  está considerado por los expertos el mejor en la actualidad y el más próximo a un hipotético texto original, que no existe. No se parte, pues, del texto latino y confesional de la Vulgata de Jerónimo, la versión declarada canónica en el concilio de Trento.
 
Conviene señalar que los textos transmitidos del Nuevo Testamento son copias de copias de copias, con miles de variantes, que los investigadores del texto combinan mediante la informática. La no existencia de un texto original plantea un problema teológico, puesto que, admitida la tesis de la inspiración divina del texto sacro, resulta imposible determinar cuál sea el texto inspirado. Pero lo que es problema para un teólogo no lo es para un historiador o filólogo, que no puede tomar como premisas de su indagación las tesis dogmáticas de la inspiración divina de las Escrituras sacras y de la inerrancia bíblica (ausencia de errores) término propio de la jerga teológica. El investigador francés Alfred Loisy, pionero del estudio científico de la Biblia desde una metodología histórico-crítica, afirmaba en sus Memorias que la idea que concibe a Dios como autor de libros humanos no es más que un “mito infantil”.
 
En el Prólogo, Antonio Piñero afirma que es la primera vez que se publica en lengua castellana una obra de este tipo, con “una interpretación meramente histórica y efectuada con criterios estrictamente académicos”. Es decir, el estudio crítico considera los textos fundacionales del cristianismo que resultó vencedor, no desde una perspectiva singular y sacra, sino encuadrados en la historia de la variada literatura griega y judía, adoptando los métodos propios de la filología clásica. No debe olvidarse que cristianismos hay muchos. En su evolución histórica, no existe sólo el cristianismo declarado ortodoxo desde Nicea, sino muchos otros considerados heterodoxos, que fueron los derrotados, tachados de falsos y perseguidos durante siglos.
 
No basta con leer la Biblia para poder comprenderla. Es necesario estudiarla teniendo en cuenta  los resultados de la investigación histórica, especialmente a partir del siglo XVIII, realizada desde variados enfoques ideológicos, protestantes, judíos, católicos, agnósticos o ateos. Los investigadores independientes, a diferencia de los confesionales, tratan el cristianismo como verdadera religión, entre otras muchas (de salvación), pero no como religión verdadera, lo que implica un aserto de fe.
 
También en el Prólogo se  indica que esta edición de los 27 libros del Nuevo Testamento está hecha “desde una perspectiva puramente histórico-crítica y aconfesional”, lo que claramente la diferencia de las tradicionales versiones confesionales de la Biblia, realizadas con el pertinente imprimatur, exigido por la ortodoxia del magisterio eclesiástico. Pero la investigación histórica independiente no está sujeta a la servidumbre de la ortodoxia, propia de la visión hegemónica tradicional. Ha de ser autónoma per se y no sujeta a directrices teológicas.

Con razón Alfred Loisy, líder del modernismo teológico condenado por Pío X a comienzos del s. XX, afirmaba hace más de un siglo que “la libertad es la primera condición del trabajo científico”, no solo en el ámbito secular, sino también en el ámbito de la Escrituras consideradas sagradas, que de ningún modo son “intocables”. En la misma línea, el erudito Loisy, reivindicando la autonomía de la ciencia histórica y de la exégesis crítica con el fin de emanciparla de su sumisión a la teología, afirmaba que “la ortodoxia es uno de los mitos sobre los cuales se ha fundado el cristianismo tradicional” (Memorias, I), que intenta en vano convertir en inmutable y fijo lo que es cambiante. Tal pretensión es como detener el flujo libre del conocimiento, cual si fuera un río congelado, impidiendo su acceso al vasto océano de la ciencia.

Continuará la semana próxima.
Saludos de Juan Curráis
Catedrático jubilado de Filosofía de Enseñanza Media
Jueves, 30 de Mayo 2024
La pasión de Jesús. Lo que la Historia dice
Escribe Antonio Piñero
 
Deseo comentar brevemente la segunda edición de un libro que nación en 2007, que se ha mantenido vivo con ventas todos los años y que ahora sale a la venta en una edición en rústica, a un precio muy contenido.
 
La primera idea para realizar este libro surgió de Eugenio Gómez Segura, que nos reunió a las cinco personas que lo hemos escrito para celebrar un curso de fin de semana que había preparado para la Universidad Popular de Logroño.
 
El libro tiene una profunda unidad gracias a una idea directriz muy clara y valiosa, idea que tiene una doble faz: por un lado, el convencimiento de la importancia de la historia de la pasión de Jesús para la comprensión del desarrollo de los Evangelios y de la constitución de la teología cristiana. Por otro, parecía muy conveniente ofrecer al público un estudio sencillo y completo de ella que la abordara desde todos los ángulos posibles, incluso alguno impensado.
 
Otra idea directriz para plasmar por escrito las conferencias de aquel Curso fue la certidumbre de que no es posible entender a fondo la historia de la pasión de Jesús si no se la sitúa en su contexto adecuado, tanto amplio, las culturas religiosas del entorno –las religiones de Egipto y de Grecia-, como inmediato, el mundo judío del siglo I de nuestra era.
 
Estas dos ideas han conformado la estructura de este libro, a la que se añadió en el Curso de Logroño –y en el presente volumen– una interesantísima conferencia complementaria sobre la reinterpretación y reelaboración de la Pasión de Jesús en el cine, que ilumina muy poderosamente la mentalidad de los hombres de hoy, y también la de los antiguos, a la hora de asimilar el relato y el mensaje de lo que se narra en tal Pasión.
 
 
Como puede imaginarse,  la posible influencia del pensamiento religioso egipcio y grecorromano en la conformación del relato de la pasión y en la interpretación paulina de los últimos momentos de la vida de Jesús, es absolutamente fascinante, temas que van incluidos en una sección que trata del marco mediterráneo de la pasión de Jesús.
 
Un primer capítulo “Comer y ser comido. La muerte del dios en el Egipto antiguo” ilustra al lector sobre los rasgos generales de la religión egipcia, entre los cuales se descubre cómo la comida es un elemento central en el culto de Osiris y su “resurrección” como rey y señor de mundo de los difuntos.
 
Un segundo capítulo muestra que hay también relatos de pasiones en el mundo grecorromano. Así en el ámbito de  Grecia y los cultos de misterios muy importantes para los espíritus deseosos de asegurarse la salvación e inmortalidad dentro del ambiente general de la religiosidad grecorromana. Ahí el lector puede ver los interesantes paralelos entre la revelación órfica que presenta la idea –crucial en la pasión de Jesús– de un dios que muere y resucita.
 
Otra sección preliminar importante se ocupa del contexto judío de la Pasión, dentro del cual tiene una función importantísima caer en la cuenta de que el Israel del siglo I formaba parte del Imperio Romano. Dentro de él una manifestación de origen puramente religioso pero que tuviera consecuencias políticas, como poner en duda la viabilidad del poder del Imperio en un futuro reino de Dios en el que este Imperio no tendría cabida, podría tener consecuencias muy negativas para la personalidad pública que representara esta opción judía frente a la validez jurídica del poder imperial romano.
 
Por eso esta sección trata de temas como las principales fiestas judías en tiempos de Jesús: la Pascua y los Tabernáculos; por ello es también muy oportuno que el lector se entere bien de cómo funcionaba el templo de Jerusalén en tiempos de Jesús, un santuario considerado como el centro del universo y del mundo religioso judío. Ahora bien, dentro de ese templo había un notable mercado de bienes y de dinero dentro del cual hay a considerar la expulsión de los mercaderes por parte de al menos aspirante a mesías, el concepto del mesianismo en tiempos de Jesús y, en este posible marco,  la entrada triunfal en Jerusalén.
 
La sección siguiente aborda directamente lo que puede reconstruirse, a base de la crítica literaria e histórica, de lo que pudo ser  la historia de la pasión de Jesús.  Hay que discutir importantes cuestiones de método y la hipótesis sobre la composición de la “Historia de la pasión de Jesús” que circuló antes del Evangelio de Marcos, para luego pasar al estudio de cada uno de sus episodios en concreto.
 
Naturalmente intenta descubrirse el sentido más probable de la unción en Betania, si Jesús consideraba lícito pagar el tributo al César o mantenía probablemente una postura contraria. ¿Fu la Última Cena de Jesús. ¿Una cena pascual? ¿Instituyó Jesús la eucaristía? Cómo debe entenderse el proceso judío contra Jesús?  Y luego el transfondo del episodio de Getsemaní, la entrega de Jesús a Pilato y el  proceso romano contra este; el camino hacia el Gólgota, la crucifixión, el descenso y sepultura de Jesús. Finalmente hay una sección importante sobre los diferentes calendarios de la Pasión en los tres primeros evangelios (Marcos, Mateo y Luca) y el Evangelio de Juan; los rasgos de la Pasión que consideran históricamente plausibles; lo que se considera históricamente muy dudosos y la fecha probable de la muerte de Jesús
 
Como puede observarse, el libro que presentamos tiene una profunda unidad gracias a una idea directriz clara y valiosa, idea que tiene una doble faz: por un lado, el convencimiento de la importancia de la historia de la pasión de Jesús para la comprensión del desarrollo de los Evangelios y de la constitución de la teología cristiana. Por ello parece muy conveniente ofrecer al público un estudio sencillo y completo de ella que la aborde desde todos los ángulos posibles, incluso alguno impensado. Y, por otro, la certidumbre de que no es posible entender a fondo la historia de la pasión de Jesús si no se la sitúa en su contexto adecuado, tanto amplio, las culturas religiosas del entorno –las religiones de Egipto y de Grecia–, como inmediato, el mundo judío del siglo I de nuestra era.
 
El estudio del relato cristiano de la Pasión, desde el punto de vista de estos contextos y con la aplicación de los métodos de la filología y de la historia antigua, descubre tantas perspectivas novedosas para el lector acostumbrado a otra impostación del tema –puramente confesional o con hincapié en la piedad personal- que resultará probablemente sorprendido por la cantidad de nuevos ángulos de visión y por las consecuencias que de esas perspectivas puede obtener.
 
La obra que presento es, por una parte, un esfuerzo de alta divulgación científica en el sentido de ofrecer al lector, ordenado y digerido, con espíritu didáctico, el material comparativo que se ha ido acumulando durante decenios en los libros de investigación. Pero, por otra, es una obra de tesis, ya que propone un enfoque general y una lectura, una interpretación de los hechos y del relato de la Pasión, que es en gran medida novedosa en el panorama español: es el fruto de una decantación de años dedicados al estudio del tema, que luego se destila en pocas páginas. En este sentido la obra presenta muchos elementos de interpretación del relato de la Pasión que son originales y, esperamos los autores, convincentes.
 
La ficha del libro es la siguiente: “La verdadera historia de la Pasión. Según la investigación y el estudio histórico”, EDAF, Madrid, 22024, 20x13 cms; 285 páginas; ISBN 978-84-414-4283-2. Precio 16 euros.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com
Martes, 21 de Mayo 2024

 Escribe Antonio Piñero
 
Los Hechos canónicos de los apóstoles es la más importante de las fuentes externas de las que disponemos sobre Pablo ya que los Hechos apócrifos de Pablo son totalmente legendarios (véase A. Piñero-G. del Cerro, Hechos apócrifos de los apóstoles, vol.  II pp. 685-722. BAC nº 656, Madrid 2005). Lo Hechos canónicos como fuente para entender a Pablo es una obra muy peculiar, ya  que entiende al personaje de una manera diferente a como se describe el Apóstol mismo en sus cartas canónicas. Sin embargo, debe tenerse muy en cuenta esta obra porque no hay otra a su altura, ya que el resto de documentes (aparte de los Hechos apócrifos) son claramente legendarios.
 
Las dificultades internas de los Hechos canónicos, según la mayoría de los comentaristas . Son en síntesis las siguientes:
 
• La fecha de composición tardía de los Hechos, deducible a partir del análisis de a) Su estructura eclesiástica y los objetivos que pretende; b) El dibujo de la sociedad que presenta; c) Su teología que corresponde más bien al siglo II; d) Su pintura continuamente negativa de los judíos como opuestos sistemáticamente al Apóstol.
 
• Las posibles noticias históricas sobre la vida y misión de Pablo están en este libro íntimamente unidas con leyendas populares. Hay, además contradicciones, algunas más evidentes que otras, entre Hechos y las cartas auténticas de Pablo:
 
1. La afirmación de una primera estancia en Jerusalén, junto con un aprendizaje estrictamente fariseo a los pies de Gamaliel, que parece contradecir Gál 1,21-22;
 
2. La mención de un segundo viaje de Pablo a Jerusalén antes del "Concilio de los Apóstoles": Hch 11,29; 12,25, que contradice a Gál 1,17-2,1;
 
3. La información de Hch 15,7-21, según la cual Santiago y Pedro fueron los primeros defensores de la misión a los paganos, que contradice a Gál 2,15ss;
 
4. La descripción del “concilio” o asamblea de Jerusalén en Hch 15, que no casa bien con el testimonio de Pablo de Gál 1,2-10. El contenido del decreto de este "concilio apostólico” de Hch 15,23-29 que contradice lo dicho en Gál 2,6;
 
5. Hch 7,58 sostiene que Pablo era un jovencito, griego neanías, cuando lapidaron a Esteban. Pero en la reconstrucción cronológica basada en las cartas de Pablo, este tendría entonces unos 25 o más años. Es dudoso que Lucas hubiera empleado el vocablo neanías para designar a un joven doctor y experto en la Ley de esa edad, que pululaba por la capital enseñando a los judíos que procedían de la diáspora.
 
• Es muy perceptible una doble tendencia apologética tanto respecto a la historia interna del grupo cristiano, que intenta presentarse como unitario, como hacia los lectores externos, extracristianos, ante los que se quiere ofrecer una imagen totalmente positiva de Pablo y del grupo cristiano.
 
• Existen en la imagen de Pablo ofrecida por Hechos rasgos ciertamente dudosos:
 
A.  La ciudadanía romana de Pablo;
 
B.  El fariseísmo de Pablo sin ningún tipo de matiz, pues sería posible, incluso a pesar de Flp 3,5, que más que fariseo estricto, afiliado a la secta, participante de sus comidas comunes, fuera más bien un simple convencido de las ideas fariseas, como hemos ya comentado.
 
C.  Que Pablo comenzara siempre su misión en las ciudades que visitaba por primera vez predicando solo a los judíos, y que luego se tornara a los paganos una vez que los judíos rechazaban su mensaje (Hch 13,46);
 
D.  Los milagros atribuidos a Pablo parecen legendarios.
 
E.  La imagen del Apóstol como garante de la unidad y de las doctrinas tradicionales de todo el grupo cristiano en su conjunto;
 
F. La omisión del grave conflicto de Antioquía entre Pedro y Pablo que probablemente marcó toda la posterior carrera misional del segundo;
 
G. Que el autor de Hechos ignore absolutamente que Pablo fue, ante todo, un autor de cartas de poderoso contenido teológico. No solo está ausente esta faceta literaria y organizativa de Pablo sino también su radical mensaje teológico. No parece posible que un historiador que escribe sobre uno de sus héroes principales, de 30 a 50 años después de su muerte, ignore por completo una actividad tan fundamental pues sabemos además que se hacían copias de sus cartas para enviar a otras iglesias.
 
 
La imagen de Pablo es, pues, sorprendente en Hechos. Por el contrario hay otros detalles que son relevantes aunque algunos sean parcialmente discutibles:
 
· Presenta al Apóstol como judío observante de la Ley (celebra de las festividades de Pentecostés (20,16), del Yom Kippur o Día de la expiación (27,9), observa el sábado, visita las sinagogas (por ejemplo, 13,14, etc.);
 
· Circuncida a Timoteo (16,1-4);
 
· Algunas partes de sus discursos podrían haber sido pronunciadas más por Pedro (por ejemplo, 13,16-41; 28,17-20) que por Pablo mismo;
 
· Es un fariseo practicante (22,3-4; 23,6);
 
· Los fariseos defienden a Pablo (23,9), pero a la vez no ofrece al lector la doctrina esencial del héroe de su historia  respecto a temas fundamentales de su teología, por ejemplo, los fundamentos de la admisión de los gentiles en la salvación, ni tampoco las carencias de la Ley (salvo quizás 13,38-39 y 15,10), la justificación por la fe, etc.
 
En síntesis: el crítico histórico, en conjunto, no se siente seguro transitando por los Hechos de los apóstoles, pero debe utilizarlos como fuentes para entender a Pablo con las debidas cautelas.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com
 
 
Martes, 14 de Mayo 2024

Notas

Escribe Antonio Piñero
 
Pablo no dice en ningún lugar de sus cartas que fuera ciudadano romano, pero sí lo sostiene Hechos de apóstoles. He aquí os textos:
 
A) 16,37:
 
Pablo les dijo: Después de azotarnos en público, sin previo juicio, a nosotros que somos ciudadanos romanos, nos arrojaron en la cárcel, ¿y ahora nos sacan de aquí a escondidas? Pues no, sino que vengan ellos mismos y nos saquen; 38 Los lictores anunciaron estas palabras a los pretores, quienes se llenaron de miedo al oír que eran ciudadanos romanos. 39 Llegaron, pues, suplicantes, los sacaron y les rogaron que se marcharan de la ciudad. 40 Tras salir de la cárcel, entraron en casa de Lidia, vieron a los hermanos, los consolaron y se marcharon.
 
B) 22,25-29:
 
“Mientras gritaban, rasgaban sus vestiduras y arrojaban polvo al aire.  24 Él tribuno ordenó que fuera introducido en el cuartel y que lo interrogaran con azotes para averiguar por qué motivo clamaban contra él. 25 Cuando ya lo estiraban con las correas, dijo Pablo al centurión que estaba presente: –¿Os es lícito azotar a un ciudadano romano, y sin haber sido juzgado y condenado? 26 Al oír esto el centurión, se dirigió al tribuno y le dijo: ¿Qué vas a hacer? Porque este hombre es romano. 27 Llegó el tribuno y preguntó a Pablo: Dime, ¿eres tú romano? Él contestó: Sí. 28 Replicó el tribuno: Yo adquirí esta ciudadanía por una gran suma de dinero. Pablo dijo: Yo la tengo de nacimiento. 29 Enseguida se apartaron de él los que iban a interrogarlo. El tribuno se llenó de miedo cuando supo que era ciudadano romano y que lo había encadenado.
 
C) 23,25-30:
 
25 Y (el tribuno) escribió una carta de este tenor: 26 «Claudio Lisias al excelentísimo gobernador Félix, salud. 27 A este hombre, apresado por los judíos y a punto de ser eliminado por ellos, presentándome con la tropa, lo liberé al saber que era ciudadano romano. 28 Queriendo conocer la causa por la que lo acusaban, lo hice llevar a su sanedrín, 29 y hallé que lo acusaban por disputas acerca de su Ley, pero que no tenía ninguna acusación digna de muerte o de prisión. 30 Pero al llegarme el aviso de que iba a haber una conspiración contra él, te lo he enviado inmediatamente ordenando también a sus acusadores que formulen los cargos contra él en tu presencia».
 
Ciertamente se podía ser tarsiota y ciudadano romano a la vez.
 
Pero hay autores modernos que tampoco se fían de esta afirmación lucana, puesto que Pablo sufrió muchos castigos durante su vida (cárceles, azotes, apedreamientos: 2 Corintios 11,24ss), que hubiera podido evitar manifestando que él era ciudadano romano.
 
Hay quien argumenta que la razón principal para defender que Pablo lo fuera es su apelación al César: Hechos 25,10-12:
 
“Pablo respondió: Ante el tribunal del César estoy, que es donde debo ser juzgado. Ningún daño hice a los judíos, como tú muy bien sabes. 11 Ahora bien, si he cometido injusticia o he hecho algo digno de muerte, no rehúso morir. Pero si no hay nada de lo que estos me acusan nadie puede entregarme a ellos. Apelo al César. 12 Entonces Festo, después de hablar con el consejo, respondió: Al César has apelado, al César irás.
 
Pero hay un contrargumento: cualquier habitante libre del Imperio podía apelar al Emperador fuea o no ciudadano romano. Luego este último texto no sirve de prueba.
 
Ahora bien, si se afirmaba que lo era y luego se demostraba que la atribución a sí mismo de la ciudadanía romana era falsa, el afirmante podía ser ejecutado. Por tanto, podría aceptarse el dato de Hechos, aunque con algunas dudas, aunque sería posible incluso que su ciudadanía fuera un invento de la tradición manejada por Lucas para que el proceso de Pablo en Roma fuera explicable.
 
La postura de los investigadores depende de su criterio general respecto de la fiabilidad de Hechos. Si se cree en su valor histórico en general, se acepta la ciudadanías romano de Pablo /. Y si se tienen dudas, vale más el argumento expuesto arriba: Pablo sufrió muchos castigos durante su vida, cárceles, azotes, apedreamientos, y podría haberlos evitado (sobre todo el apedreamiento era un riesgo serio para la conservación de a vida)
 
 
En sí la cuestión de la ciudadanía romana importa poco para comprender el contexto de la vida de Pablo.
 
 Fuera o no ciudadano romano, son variados los aspectos de la vida de Pablo que apuntan a un “ciudadano” urbanita del Imperio, tuviera o no estrictamente la categoría y prebendas de la ciudadanía jurídica: la cultura griega de su ciudad natal, afamada por su devoción a la retórica, las artes y las letras, su innegable psicología ciudadana, ya que no hay rasgos en Pablo de cultura campesina, y su talante universalista como ciudadano de un mundo amplio, el Imperio, entre cuyas nacionalidades no había verdaderamente fronteras.
 
Su “llamada”, desde su postura como celoso defensor de las tradiciones de los padres a una secta marginal de mesianistas, y su fuerte anhelo por cumplir su misión de extender su “evangelio” entre cuantos más gentiles mejor, da el último toque a los elementos que determinan su personalidad. Los componentes sociológicos y religiosos de la vida de Pablo conforman una mentalidad urbana y universalista que tiene poco que ver con el mundo galileo y rural de Jesús de Nazaret.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com
Martes, 7 de Mayo 2024

Escribe Antonio Piñero
 
TTermino hoy la cuestión de por qué pudo Pablo, que ere un judío muy fiel a su religión, pudo hacerse un fiero perseguidor de la nueva secta mesiánica de los “nazarenos”, seguidores de Jesús que en sus momentos iniciales no se diferenciaban de otras sectas judías, en especial el fariseísmo más que en la creencia de que el Mesías había venido ya a la tierra y que este era Jesús de Nazaret, mesías a pesar de haber muerto crucificado por los romanos. Un mesías fracasado era, sin embargo, el verdadero mesías.
 
1. Se ha sostenido que si Pablo conoció a Jesús en vida (2 Cor 5,16: opinión probable; pero no se interesó por él), hubo de pensar de él lo que muchos judíos de su época, a saber, que era un mesías falso porque había acabado su vida como un fracasado, no apoyado por Dios, “colgado de un madero”, por tanto como maldito de Dios: Gálatas 3,13 + Deuteronomio 21,22-23. Esto podría ser un auténtico escándalo (1 Cor 1,23) para alguien de mentalidad farisea.
 
 
Ahora bien, el rechazo de estas ideas mesianistas no tendría por qué haber conducido a Pablo a una oposición tan sangrienta como para condenar a muerte a los que lo seguían. Era normal que los fariseos permanecieran tranquilos ante el fenómeno de la aparición de una nueva corriente teológica (en este caso la fe en Jesús Mesías) dentro del judaísmo. Ello se refleja en la reacción del gran rabino Gamaliel, quien se manifestó no partidario de tomar medidas disciplinares contra los apóstoles, dejando a la mano de Dios el juicio sobre su verdad (Hch 5,38-49).
 
2. Se ha supuesto también que eran motivos doctrinales deducibles de lo que cuentan los capítulos 6-7 de Hechos. Aunque la investigación reciente ha argumentado con seriedad que este relato podría ser ficticio (de “historia” teológica como muchos incidentes de los Evangelios de la infancia de Mateo y Lucas) y que no hay tal martirio de Esteban, a pesar de ello puede suponerse que algunos judeocristianos helenistas de la capital criticaban, siguiendo a Jesús, algunos aspectos de la Ley, a la vez que no se mostraban especialmente ardorosos en su piedad respecto al Templo, a lo que habría que añadir que al ser judíos de la diáspora no tenían inconveniente en hablar de Jesús con los gentiles que visitaban Jerusalén.
 
Si se cree a Hechos, tal teología, que afectaba a la Ley y a la religiosidad del Templo, era molesta o peligrosa para otro tipo de judíos, porque cuando se expulsó a esos judeocristianos helenistas de Jerusalén (Hch 8), las autoridades no tocaron a los apóstoles; sólo persiguieron a unos cuantos. Por tanto, la teología de los apóstoles sobre Jesús debió de parecerles inocua, pero no la de los expulsados. Así que los motivos teológicos contra los judeocristianos helenistas podrían constituir una razón plausible de la persecución.
 
Pero este caso es también dudoso. ¿Es creíble esta pintura lucana de unos jefes religiosos que persiguen a la masa de los creyentes, pero dejan libres a los cabecillas? ¿Se puede perseguir a muerte por discutir sobre la Ley y no tener una religiosidad notoria respecto al Templo? O ¿por hablar de Jesús a los gentiles?
 
 
3. Plausible podría ser también el que Pablo temiera las nuevas consecuencias políticas de la aparición de una secta nueva que seguía proclamando que Jesús era el Señor, el Mesías, que iba a establecer un reino a pesar de haber muerto en una cruz. ¡El mesías anunciado era un sedicioso contra el Imperio, como implicaba su clase de muerte! Y tal proclamación era a la vez religiosa y política: los romanos podrían endurecer su represión contra el pueblo judío ante la exaltación de un rey mesiánico, aunque ya hubiera fallecido.
 
 
Con ciertas dudas podría decirse que Pablo, quien en sus cartas da a entender que operaba solo, intentara evitar que se echara más leña al fuego antirromano de la población, lo cual era peligrosísimo para el pueblo, como de hecho ocurrió: tal incendio llevó a la Gran Rebelión del 66-70 d.C. Con esta postura de prudencia, Pablo hacía en realidad el juego a los intereses del Imperio romano.
 
 
4. Finalmente otros opinan que hay que atribuir explícitamente su persecución a la Iglesia a su “celo por las tradiciones patrias”, tal como Pablo mismo afirma (vv. 13-14):
 
Sería un celo por Yahvé que intentaba mantener las líneas divisorias entre Israel y los gentiles…, un celo que podría implicar violencia y derramamiento de sangre… y que los judíos que vivían su judaísmo en ese mesías falso eran “quintacolumnistas” dentro de Israel. Así el celo persecutorio de Pablo no provendría simplemente del afán de que guardasen las disposiciones de la Torá (celo por la Ley), sino de una radical determinación de defender la santidad de Israel, tratando de destruir (vv. 13-23) a aquellos judíos que desde su punto de vista y por lo que fuera empezaban a derribar las barreras que mantenían a Israel como pueblo aparte” (James Dunn, The Theology of Paul the Apostle 2012, I 410).
 
Abandonar las “tradiciones patrias” supondría para Pablo que el pueblo elegido perdía sus marcas de identidad. En especial criticaría la comensalidad de judíos con gentiles, que era notoriamente ofensiva para un “fariseo”, pues significaba impureza y dejación en la práctica de la segregación necesaria entre los “elegidos”, los judíos piadosos (bastantes entre ellos defendían en la época que los gentiles eran intrínsecamente impuros ritual y moralmente, debido a su idolatría y falta de ética: Hch 10,28: Vosotros sabéis que a un judío no le está permitido unirse o acercarse a un extranjero; pero Dios me ha manifestado que no debo llamar profano o impuro a ningún hombre) y la “massa damnata”, los gentiles pecadores (Gál 2,15), o quizás también la admisión de gentiles a sus reuniones de seguidores de Jesús sin obligarles a circuncidarse... Lo malo de esta hipótesis es la imposibilidad de concretar cuáles eran las tradiciones patrias, abandonadas por los nazarenos de Damasco que podrían provocar una persecución sangrienta.
 
 
Sea como fuere, porque ninguna de estas razones parece suficiente para una persecución a muerte, muchos estudiosos sostienen que Pablo mismo exagera sus afanes persecutorios, en su deseo de mostrar a los gálatas (1,13) y a los filipenses (3,6) la potencia de la intervención divina en su persona, en el cambio de perseguidor a proclamador de la fe en Jesús Mesías. Lo más probable, de acuerdo con el espíritu fariseo, es que el Apóstol se opusiera a los judeocristianos mediante la palabra, esto es, que hablara contra ellos y los desautorizara públicamente o que incluso los denunciara, en ciertos casos, ante las autoridades judías, pero no mucho más. Sin embargo, el vocabulario paulino es muy duro, permite o incluso incita a pensar en una persecución sangrienta.
 
Se ha defendido también que Lucas, al igual que el Apóstol, podría exagerar la persecución (Hch 8,3; 9,1-2; 22,4-5; 26,4.9-11.19) por motivos de retórica --conducir la narración de las persecuciones anticristianas a un clímax total, la muerte-- al incluir la pena capital entre los propósitos del perseguidor. Lucas estaría quizás retroproyectando a tiempos del primer Pablo unas circunstancias que solo fueron históricas más tarde. Así, en tiempos de Herodes Agripa I (años 41-44), cuando este rey –amigo de los emperadores Calígula y Claudio--, para contentar a los judíos anticristianos hizo asesinar a uno de los hijos del Zebedeo, Santiago el mayor (Hch 12,2), y cuando en el año 62, el entonces sumo sacerdote Anás (Ánano), abusando de sus poderes, hizo asesinar al otro Santiago, el hermano del Señor. De creer a Josefo, la ejecución de Santiago (y otros) se produjo en el período de vacío de control romano tras la muerte de Festo. El procurador siguiente, Albino, depuso a Ánano.
 
 
En síntesis: Lo más probable es que Pablo no se formara en Jerusalén rabínicamente ni persiguiera allí a los seguidores de Jesús, sino en Damasco. Las posibles razones por las que Pablo persiguió al nuevo grupo mesianista de seguidores de Jesús no justifican una persecución sangrienta. El porqué y la cuestión  misma quedan oscuros.
 
Salvo descubrimiento de algún documento nuevo no podemos avanzar más que la exposición de posibles motivos.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com
 
 
Miércoles, 1 de Mayo 2024


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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