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EGIPTOLOGÍA: F. Martín y T. Bedman
Blog de Tendencias21 sobre el Antiguo Egipto

Artículos y comunicaciones

Jueves, 26 de Julio 2007 - 18:32

Las pirámides de Egipto siempre constituyeron motivo de asombro para quienes tuvieron la oportunidad de contemplarlas, ajenos a las razones por las cuales dichos monumentos se habían construido.


Las pirámides de Guizeh
Las pirámides de Guizeh
Herodoto, que visitó Egipto en el siglo V a. de C., dio una imagen de las pirámides que, todavía hoy, se encuentra presente en el acerbo cultural de nuestra sociedad. Detrás de cada una de esas extrañas construcciones, parecía haber un tirano explotando a cientos de miles de seres humanos.

La misma o semejante idea se nos trasladó por los demás escritores clásicos.
Para el mundo islámico las pirámides resultaban ser el refugio de la ciencia y de la técnica antiguas, habiendo sido construidas ante el advenimiento del diluvio anunciado por Dios a los hombres.

Hoy, todavía nos debatimos para decidir si, las pirámides fueron enigmáticos centros iniciáticos en los que se desarrollaban oscuras ceremonias o, simples monumentos funerarios, erigidos bajo una incomprensible idea de divinidad, al servicio de un solo hombre.

Aún resuenan en el aire las palabras de los viajeros medievales que describían la gran pirámide de Kheops como un gran diamante recubierto de piedra viva, o como los graneros del faraón, ordenados construir por José, hijo de Jacob.
Sin embargo, nada de ello se ajusta, por lo que sabemos, a la realidad por la que dichos monumentos fueron concebidos y construidos.

Im-Hotep, el sabio constructor de escaleras celestes

Los reyes que integraron las dinastías Tinitas, se hicieron enterrar en complejos funerarios bajo tierra, cubiertos con una estructura parecida a unas bancadas de enormes dimensiones, que imitaba a los palacios que utilizaban en su vida diaria.

Avanzada la dinastía III (hacia 2649-2575 a. C.), un arquitecto real que, además, era astrónomo y médico, en suma, un hombre sabio, concibió la magnífica idea de superponer varias mastabas, unas encima de otras, para obtener una especie de escalera con peldaños por la que, (conforme a las creencias egipcias), el espíritu de su señor, el rey Dyeser, podría ascender hasta el cielo para unirse con el sol por toda la eternidad. Aparentemente, de esta idea surgió el primer proyecto conocido que acabaría dando lugar al prototipo de las auténticas pirámides.

Desde el punto de vista arquitectónico, la pirámide escalonada se concibió disponiendo una serie de estructuras decrecientes en su tamaño en seis elementos superpuestos. A su alrededor, se ordenó construir una serie de estructuras vinculadas a ella, rodeadas con un muro que recordaba la fachada del palacio real.

Dentro de este conjunto piramidal se incluyeron construcciones tales como el gran patio del festival Sed, lugar de entidad mágico-simbólica, donde el espíritu del rey difunto celebraría eternamente su regeneración; también estaban las casas del Sur y del Norte (que simbolizaban los dos reinos del Bajo y el Alto Egipto), el templo funerario donde el rey muerto y divinizado recibiría su culto funerario oficiado por los sacerdotes, y el patio del Serdab, capilla en la que el espíritu del rey podría contemplar, a través de su estatua, las estrellas del norte, llamadas las Imperecederas, porque nunca se ocultaban.

Todo el conjunto, edificado en hermosa piedra caliza, resultaba un esplendente espectáculo de un blanco radiante, engastado en el oro del desierto.
Tal fue la ciudad mágica que el sabio Visir Im-Hotep edificó para asegurar la vida eterna de su señor como rey del Alto y del Bajo Egipto en la sacrosanta necrópolis de Sakara.
Los sucesores de Dyeser también construyeron pirámides, si bien no alcanzaron su magnificencia.

Algo al sudoeste de la pirámide de Dyeser, el Horus Sejem-Jet se hizo construir otra escalonada, esta vez de siete gradas. Hoy no queda prácticamente nada de ella. El último monumento de estas características se construyó para otro rey, llamado Ja-ba, a siete kilómetros al norte de Sakara.

Sin embargo, las pirámides no fueron un fenómeno exclusivo de Menfis, la capital del Norte y sus alrededores; no es demasiado sabido que, en el lejano Sur de Egipto también se construyeron en esta época, al menos, otras siete pirámides escalonadas; la más meridional en la Isla de Elefantina; otras tres, en las localidades de Ombos, Edfú y Hieracónpolis; el resto, en las ciudades de Abidos, y en las actuales Zauiyet el-Mayitin y Seila, ésta última en las cercanías del Fayum.

Se trata de pequeñas edificaciones, quizás alzadas para albergar los cuerpos de esposas reales, aunque los arqueólogos no han concluido sus trabajos y conclusiones al respecto.


Meidum, la transición.

Esnefru, el último rey de la dinastía III o quizás el fundador de la IV, trasladó su capital norteña a las inmediaciones del lugar hoy conocido como Dashur, unos 10 kilómetros al sur de Menfis. Desplazándose unos kilómetros hacia el sur decidió concluir un proyecto de construcción piramidal que había sido iniciado por su antecesor, Huni.

Se trataba de la llamada pirámide de Meidum. Este monumento consistía en una estructura de tres grandes escalones, tal como hoy se puede contemplar. No obstante, los egiptólogos han estudiado la posibilidad de que estas hiladas estuvieran recubiertas por estructuras exteriores de piedra que, finalmente, darían al conjunto el aspecto de una pirámide convencional. En todo caso, parece que nunca fue concluida debido al hundimiento de la estructura exterior, lo que provocó el abandono de la construcción.

Resulta obvio que la pirámide de Meidum es el ejemplo claro de transición desde el tipo de las más arcaicas hasta las de la época clásica.

Allí se incluyó por primera vez un gran corredor, desde el centro de su cara norte hacia la cámara funeraria. En su interior se diseñó el llamado ‘techo en bancadas’, ingenio técnico que permitía distribuir adecuadamente las cargas de la presión de los bloques.
Pero, por razones que nos son desconocidas, Esnefru abandonó las obras de su pirámide en Meidum, eligiendo un nuevo punto hacia el norte, en Dashur, donde ordenó iniciar un nuevo ensayo.

Las pirámides anteriores a Esnefru habían sido construidas con unas pendientes que oscilaban entre los 72º y los 78º. Sin embargo, la nueva de Dashur se concibió ya con una inclinación de 60º que, por problemas estructurales sobrevenidos, debió ser corregida hasta dejarla reducida a 55º. Tras esta rectificación se impuso otra nueva, disminuyendo la pendiente hasta 44º, y así fue concluida.

He aquí la razón de la extraña forma, de aspecto romboidal, que la ha dado el nombre popular con el que hoy es conocida.

En su interior, se establecieron dos entradas desde las caras norte y oeste respectivamente. Ambas conducían a la cámara funeraria del rey. Conforme creían los antiguos egipcios, a través de estos corredores, el alma del faraón podría unirse a las estrellas del norte y compartir la navegación nocturna del sol por el mundo subterráneo.

Por primera vez conocida se identificó claramente la estructura del conjunto piramidal, tal como fue concebido en la llamada época clásica, durante la dinastía IV: una pirámide satélite, una capilla en la cara este, un recinto rodeando dichas construcciones, una calzada saliendo desde la cara norte y un templo funerario al que llegaba el agua del Nilo cuando la inundación cubría la tierra de Egipto.

El misterio de Esnefru

Incomprensiblemente este inquieto soberano que reinó mas de 24 años, renunció a ocupar las dos pirámides que se había hecho construir y, alrededor de su año treinta, ordenó comenzar una nueva obra algo mas al norte. ¿Se trataba solamente de ensayos constructivos? Algo así debió ser, porque la nueva se edificó con una pendiente constante de 43º 22', lo que la acercaba aún más a las que se construirían durante la dinastía IV.

Este fue el definitivo lugar de descanso eterno del rey Esnefru.
Finalmente, sus arquitectos habían conseguido elevar un edificio que quería representar a los rayos solares descendiendo del cielo, en forma de estructura pétrea que sería simbólicamente utilizada por el Ka real en su ascensión al cielo y en su descenso a la tierra.

El complejo funerario del rey Kheops.

La siguiente generación de reyes eligió para seguir construyéndose sus monumentos funerarios una meseta de piedra arenisca natural situada bastante mas al norte, en el lugar hoy llamado Guisha. Allí, el segundo rey de la dinastía IV decidió edificar la que sería la séptima maravilla del mundo: la Gran pirámide.

Es en Guisha donde las construcciones piramidales alcanzaron su apogeo al perfeccionarse el complejo funerario que las completaba. La llamada Gran pirámide quizás fue el sueño del más poderoso rey del Imperio Antiguo. Construida con cerca de 2.300.000 bloques de piedra que pesaban una media de 2,5 toneladas cada uno, se convirtió en la más importante construcción en piedra hecha por el hombre en la antigüedad.

Su base es un cuadrado de 230,33 metros de lado, alzándose hacía el cielo hasta una altura de 146,59 metros. Con todo, su más destacable característica reside en la inclinación de sus caras, con una pendiente de 51º 50' y 40'' y, lo que es aún más asombroso, por su orientación casi exacta con el llamado norte verdadero, respecto del que tan solo acusa una diferencia de 3' y 6''.

Kheops completó el complejo funerario de su pirámide ordenando construir otras tres, de más pequeñas dimensiones, dedicadas a enterrar a sus reinas, y aún, otra más pequeña, quizás para enterrar los vasos canopos en los que se depositaban las vísceras momificadas de las momias de dichas reinas; cada una de estas construcciones tenía su correspondiente barca funeraria, como las tenía también el propio rey.

El templo alto, que estaba adosado a la cara oeste de la pirámide, se unía, por medio de una magnífica calzada de casi dos kilómetros de largo, con el llamado templo del valle. Este templo, construido en los lindes de los cultivos con el desierto, era el lugar donde se recibía el cuerpo del rey difunto para llevar a cabo las operaciones de la momificación.

Tal fue el monumento ante el que la imaginación humana se paralizó siempre.
Esta enorme mole de asombrosa regularidad, forrada con losas de piedra caliza blanca, perfectamente pulidas y ensambladas entre sí, revelaba a quienes la contemplaban la grandeza de Egipto por los siglos de los siglos.

Expresión arquitectónica incomparable fue, y es también, la prueba de los grandes conocimientos matemáticos y astrofísicos de los egipcios del Imperio Antiguo.

Los constructores de las pirámides

No hace muchos años el azar quiso que un caballo descubriera al tropezar (método frecuente en la historia de los grandes descubrimientos arqueológicos), la ciudad de la muerte de los constructores de las pirámides.

Recientes excavaciones han permitido conocer el hábitat de los obreros que construyeron las pirámides de Guisha. Justo a los pies de las pirámides, algo al Sudeste de la Gran Esfinge, debajo de la moderna ciudad de Nazlet El-Saman se han encontrado restos de una enorme ciudad que fue habitada por los trabajadores que las construyeron.

Ahora sabemos que, aproximadamente una población de 30.000 habitantes colaboraba en todas las tareas que tan enorme proyecto exigía. Los restos de alimentos, cerámicas, cenizas y construcciones de ladrillo indican que, en ése lugar, vivieron y murieron los constructores de las pirámides.

Los excavadores han hallado tres zonas diferenciadas que muestran el perfil de esta gran ciudad: la zona habitada o ciudad propiamente dicha, su necrópolis, y la zona administrativa y de almacenes, donde se encontrarían los edificios que contenían los archivos documentales y las oficinas de la administración real, así como los depósitos de los materiales y herramientas necesarios para la obra.

En el cementerio se han encontrado los restos de obreros, artesanos, capataces, Jefes de Obras y otros funcionarios superiores que, todos juntos, constituyeron el formidable ejército de trabajo que alzó las impresionantes montañas de piedra que todavía hoy nos causan asombro y perplejidad.

Para que este ejército pudiera cumplir adecuadamente sus fines, la administración real se encargaba de hacer llegar cuanto era necesario para su subsistencia: alimentos, bebidas, aceites, tejidos y artículos así como enseres de todo tipo.

Por otra parte, las excavaciones han permitido conocer que los obreros y artesanos estaban organizados en equipos de trabajo y cuadrillas.

En el caso de la pirámide de Mykerinos, los 2.000 trabajadores que, se supone, la construyeron, estaban organizados en dos equipos de 1.000 hombres cada uno; éstos estaban divididos, a su vez, en cinco 'filas' de 200 obreros, mientras que cada una de las 'filas' estaba integrada por 10 cuadrillas de 20 obreros.

Tenemos pruebas del sentido del humor de aquellos egipcios o, al menos, de la sensación de protesta frente al poder que nos han transmitido algunos de estos equipos de trabajadores que llevaban nombres tan poco respetuosos tales como 'la cuadrilla de los secuaces' o 'la cuadrilla: Mykerinos está borracho'.

En todo caso, se trataba de hombres que no eran esclavos sino trabajadores especializados que vivían de las retribuciones en especie tales como cerveza, grano de cereales, aceite, cebollas, ajos, piezas de tejido y otros elementos de consumo que la administración real para la construcción de la ciudad piramidal les hacía llegar puntualmente.

Los sucesores de Kheops.

Kefrén, sucesor de su padre, tras el reinado de su hermano Dyed-ef-Ra, decidió edificarse con el mismo planteamiento arquitectónico de la de su progenitor, la que sería la segunda pirámide de Guizé. Con una altura de 143,5 metros, alcanzó, sin embargo, una mayor inclinación que la Gran pirámide, con una pendiente de 53º 10'. A pesar de ello, desde lejos, da la impresión de ser la más grande de las tres de Guisha, por estar algo más elevada la meseta en el lugar donde fue erigida.

Esta pirámide permite hacerse una idea del aspecto original que debió tener el espléndido conjunto.

En efecto, todavía conserva en su vértice parte del revestimiento externo original, elaborado con blanca piedra caliza de Tura. Junto a la cara Sur se hizo construir otra pirámide satélite, sin duda para albergar sus estatuas, con el objeto de que su Ka real recibiera culto.

En la cara Oeste edificó un magnífico templo mortuorio, unido por una calzada de un kilómetro y medio de largo con el templo del valle. Junto a este templo, e integrada en el complejo funerario, probablemente se ordenó esculpir la más grande de todas las estatuas que se fabricaron durante el Imperio Antiguo: la Gran Esfinge.

Este símbolo solar, animal mítico con cuerpo de león y cabeza humana que representa seguramente el rostro del propio Kefrén, fue esculpido en un bloque de piedra caliza nummulítica, al pie de la calzada que unía ambos templos.
Pero ¿Cuál era el significado de esta descomunal escultura?.

Es lo cierto, que la esfinge simbolizaba el poder y la fuerza controladas por el espíritu del rey. Con los siglos fue identificada con el dios Horum, divinidad venida de fuera de Egipto; no obstante, este gigantesco león con cabeza humana fundamentalmente recibió culto a lo largo de toda la historia faraónica como una divinidad solar específica, el dios Hor-em-Ajet.
Llamada por los árabes ‘el Padre del Terror’, fue siempre objeto de veneración por los antiguos egipcios. Mucho se ha especulado acerca de su verdadera antigüedad, y tal parece que, la erosión que la corroe no hubiera sido producida por los vientos cargados con las arenas de los desiertos cercanos, sino por el agua.

Todos los arqueólogos que han excavado alrededor de la Esfinge, han tratado de buscar especiales secretos o revelaciones que desentrañaran su misterio. La posible existencia de pasadizos o cámaras bajo esta enorme escultura ha sido uno de los tópicos clásicos de este monumento. Ciertamente, en el lado septentrional de la Esfinge se descubrió un pasadizo con fondo ciego que penetraba por debajo del monumento, pero sus paredes no tenían ninguna inscripción.

Otra de las cuestiones que también ha preocupado al hombre en relación con la Gran Esfinge de Guisha ha sido su conservación. Se conocen restauraciones del monumento desde la dinastía XVIII, durante el Imperio Nuevo ( 1.550-1295 a.). Los arqueólogos modernos han seguido luchando desde el año 1925 hasta nuestros días. Sin embargo, cada restauración que se ha llevado a cabo, se ha mostrado insuficiente, siendo rechazados los bloques utilizados que han caído con el paso del tiempo. El revestimiento aplicado en 1980 se resquebrajó a partir de 1987 por las sales contenidas en la piedra y en el mortero usado.

La última restauración, comenzó en 1992, tomándose la decisión de sustituir todos los bloques de la anterior por otros nuevos; en esta ocasión se decidió reemplazar el mortero por resinas sintéticas que carecen de humedad, evitando así perjudicar la piedra original.
En la actualidad, se sigue trabajando en un nuevo proyecto restaurador del que forma parte la detallada observación de los factores medio ambientales dañinos, tales como el viento, la lluvia, la humedad atmosférica y la condensación. Desgraciadamente, hay que reconocer que, todavía, no se han encontrado las soluciones definitivas que impidan o retrasen la destrucción del monumento.

La Gran Esfinge se encuentra en peligro de desaparición. Ella, que ha resistido todos los embates de los hombres, del desierto y de la historia, hoy se hace polvo ante nuestros ojos por la contaminación y el gran aumento de la humedad en el aire del gran Cairo, que amenaza con tragarse toda la meseta de Guisha.
Pero, sigamos ahora con las pirámides.

Mykerinos, el último constructor de Guisha

La tercera y más pequeña de las tres existentes en Guisha, fue construida por orden del hijo de Kefrén, el rey Mykerinos. Su altura es sensiblemente menor que la de las otras dos; no sobrepasa los 66 metros, y su inclinación es solo de 51º 20'. Sus caras estuvieron recubiertas con bloques de granito hasta su primer tercio de altura y con piedra calcárea en los dos tercios superiores.

Alineadas frente a su cara sur se construyeron tres pequeñas pirámides satélites, destinadas a ser lugares de enterramiento para reinas. El conjunto funerario se completó, al igual que en el caso de las otras dos pirámides de Guisha, con un templo mortuorio construido contra la fachada Oeste del recinto piramidal, una calzada de algo más de un kilómetro y medio de longitud, y un templo del valle.

Con la construcción de la pirámide de Mykerinos, concluyó la época dorada de estos edificios. No obstante, estas típicas construcciones seguirían estando presentes en el paisaje de Egipto a lo largo de toda su historia.

La decadencia de las pirámides: Las dinastías V y VI

Los nuevos reyes, sucesores de los constructores de Guisha, desplazaron el lugar donde ubicar sus tumbas, algo al Sur de la zona anterior, a un punto hoy llamado Abusir.
Las pirámides de estos reyes de la dinastía V querían simbolizar aún más, si cabe, un refuerzo del culto solar.

Las dimensiones de los nuevos monumentos funerarios se redujeron sensiblemente en comparación con los de Guisha, y los propios materiales de construcción, antes sólidos sillares de piedra caliza, fueron sustituidos por fragmentos de piedra de inferior calidad, cortada en pequeños bloques. Para el revestimiento externo se siguió utilizando la piedra caliza de Tura, así como el granito rosa y el basalto, piedras especialmente duras que fueron empleadas para construir algunos lugares especiales del conjunto funerario, tales como el templo mortuorio o el templo del valle.

Algunos de los reyes de la dinastía V completaron la necrópolis añadiendo nuevos elementos arquitectónicos desconocidos hasta aquél momento. Así, Ni-user-Ra y User-ka-ef, ordenaron erigir en Abu Ghurab sendos templos solares donde recibirían culto divino, siendo asimilados al mismo dios Ra.

Como elemento arquitectónico esencial de estos templos solares se construyó un obelisco de mampostería, un altar para sacrificios, y una calzada destinada a unir, como era habitual, el templo alto con el templo del valle. Las pirámides de estos reyes solares nunca alcanzaron la magnificencia de las de sus antecesores; ninguna superó los 70 metros de altura, ni los 54º de pendiente.

Verdaderamente se trataba de monumentos que reflejaban la evidente decadencia de la realeza menfita, que trajo consigo el final del Imperio Antiguo. Dyed-Ka-Ra Isesi, penúltimo rey de la dinastía, construyó la primera pirámide en el Sur de Sakara. De pequeñas dimensiones, hoy está muy destruida.
Su sucesor, Unas, hizo edificar la suya entre los recintos de los reyes Dyeser y Sejem-Jet.

Con solo 43 metros de altura, sin embargo, resulta ser una de las más importantes, porque, en su interior, en la cámara funeraria, se hicieron grabar, por primera vez conocida, una serie de textos religiosos funerarios utilizados en beneficio del rey muerto, que los egiptólogos llamaron 'Textos de las Pirámides'.

Extinguida la dinastía V, los reyes de la VI escogieron, para construir sus tumbas piramidales, un área que iba de Norte a Sur, en el área de Sakara. Desde el reinado de Teti hasta el de Pepi II, el último de los reyes del Imperio Antiguo, todos hicieron incluir en las paredes de sus cámaras funerarias diversas versiones de los textos funerarios reales citados más arriba.

De cualquier manera, es claro que, los últimos reyes del Imperio Antiguo no consiguieron, finalmente, materializar las magníficas pirámides de sus antecesores, los reyes de la dinastía IV.


Pirámides y reyes

Las pirámides de Egipto siempre han fascinado a los hombres. La imaginación de la humanidad nunca ha dejado de sentirse atrapada por estos magníficos monumentos cuya función también se discute permanentemente. Pero aún existiendo más de ochenta en todo Egipto, las que más han llamado la atención siempre fueron las de Guiza.

Estas ‘montañas de piedra’ han provocado a través de los siglos admiración y asombro. Se dice que su masa indestructible ha conseguido fatigar al propio dios Cronos, el dueño de la eternidad. Durante gran parte de su existencia hasta nuestros días las pirámides han conseguido también abrir grandes brechas de polémica entre los personajes que se han acercado a ellas para estudiarlas. La ‘piramidología’ se ha convertido en una especie de ‘ciencia de las pirámides’ que ha tratado y trata de explicar desde su punto de vista el porqué de la existencia de la Gran Pirámide, haciendo extensivas sus conclusiones a las demás.

Por otro lado una pléyade de teorías esótericas han tratado, a su vez, de explicar la funcionalidad de estos magníficos monumentos. En medio de este maremagnum, el público ha permanecido confundido, a veces impresionado, y francamente atraído por las infinitas posibilidades que brinda la imaginación ante tan espectaculares e inexplicables obras de arquitectura.

Más cercanos en el tiempo, los intentos de arrancar a las pirámides sus misterios se han visto apoyados en las más novedosas tecnologías actuales. Los paralelismos indirectos que se han establecido entre la exploración de lejanos planetas y la de la Gran Pirámide, por ejemplo, son buena muestra de ello.

Sin embargo, los misterios, las preguntas sin respuesta, el secreto más íntimo de las pirámides siguen sin revelarse; o al menos, éso queremos seguir creyendo. No cabe duda de que es más atractivo mantener el misterio que desvelarlo; dejar algo en un rincón ignoto para especular de vez en cuando siempre permitirá al hombre escapar de los insoportables tedios y presiones de la vida diaria, tan cargada de tensiones y preocupaciones.

Para comenzar veamos qué es lo que pensaron algunos de los viajeros y escritores que, al pasar ante las pirámides en tiempos ya lejanos, quedaron tan absortos como nosotros lo estamos actualmente. El historiador El Masudi, que vivió en el siglo X de nuestra era, cuenta en sus escritos que, cuando en el año 820 el califa Al Maimun llegó hasta Egipto y visitó las pirámides, pretendió demoler una para saber lo que se encerraba dentro de ella. Se le dijo que era imposible abrirlas, de modo que se optó por excavar una brecha de acceso empleando para ello fuego, vinagre y palancas de hierro.

El trabajo fue durísimo ya que el espesor del muro donde se estaba practicando el orificio tenía más de veinte codos. Cuando llegaron al final de este muro hallaron al fondo del boquete una olla llena de monedas de oro cuyo valor, una vez calculado, resultó ser el mismo importe del dinero que se había gastado el califa en hacer aquél inútil daño a la gran pirámide.

La admiración de la pirámide ha producido, sin embargo, pensamientos más poéticos que los del ambicioso califa. Por ejemplo, el célebre viajero francés Vivant Denon visitó las pirámides de Guisha a principios del siglo XIX cuando, una vez al año, la inundación del Nilo todavía alcanzaba sus bases dejándonos escrita esta hermosa reflexión: ‘...mi alma estaba conmovida ante el gran espectáculo de estas enormes moles...ansiaba que llegase la noche para ver extender su velo sobre este paraje que impresionaba tanto a la vista como a la imaginación....’ .

Ya más cercanos a nosotros en el tiempo se han producido diferentes investigaciones científicas de las pirámides que han sido llevadas a cabo por Von Minutoli, Perring, Von Bissing, Alexander Badawy o Jean-Philippe Lauer por no citar sino algunos. Actualmente Mark Lehner y Zahi Hawass cierran la enorme lista de investigadores que se han acercado a estos monumentos con la intención de desentrañar sus enigmas.


Pero las pirámides de Egipto han sido muchas, no solamente tres. Además se puede seguir su evolución como proyectos arquitectónicos ensayados repetidas veces por los egipcios hasta conseguir la forma perfecta, la arquetípica pirámide del rey Kheops. A estas alturas de nuestros conocimientos, no parece posible dudar de que las pirámides fueron construidas con la finalidad de ser el lugar del enterramiento de los reyes de Egipto. Las investigaciones arqueológicas que se han llevado a cabo desde hace más de un siglo y medio así lo demuestran. Fueron ensayos repetidos para salvaguardar la momia del rey con el fin de garantizar su supervivencia en el más allá.


Por regla general, la pirámide incluía siempre en su estructura una cámara central, dentro de la masa piramidal, (o situada al fondo de un profundo pozo), en la que se depositaba un sarcófago de piedra dura. Una de las polémicas más debatidas reside en sostener que el sarcófago de la llamada ‘cámara del rey’ de la pirámide de Kheops no es tal. Sin embargo, aunque su tapa ha desaparecido, los rebordes de la cuva de piedra muestran un dispositivo de encastramiento que es la prueba de que existió tapa y que, por tanto, aquella estuvo destinada a estar cerrada para contener algo: sin duda, el cuerpo momificado del rey.

Lo mismo sucede con las demás pirámides del Imperio Antiguo y del Imperio Medio que conocemos. En todas ellas se han encontrado restos de los sarcófagos y de sus tapas. Además, la pirámide es un monumento específicamente egipcio. En todo caso las pirámides de Egipto son las más antiguas que se conocen en el mundo con una diferencia de miles de años sobre cualquiera otra.


Parece que su primera aparición se pudo haber producido en Sakara, la gran necrópolis menfita, hacia el 2700 a de C. Se trata de la pirámide escalonada del rey Dyeser. Es un edificio construido en gradas sucesivas por el arquitecto de aquél rey llamado Im-Hotep.
La evolución de este nuevo tipo de edificio funerario se produjo a partir de la mastaba (superestructura en forma de banco con las aristas inclinadas que se utilizó en los primeros enterramientos reales anteriores a las pirámides). Superponiendo hasta seis gradas sobre la original y primera mastaba que configuraba la tumba del rey al principio, se obtuvo la primera pirámide.

Los sucesores del rey Dyeser continuaron construyendo pirámides escalonadas para hacerse enterrar en ellas. Veánse los monumentos de Sejem-Jet o Ja-Ba. Incluso Huni, el último rey de la dinastía III se hizo edificar en la entrada de la región de El Fayum, en Meidum, su pirámide como un proyecto inicialmente desarrollado en siete gradas, después ampliadas a ocho, que finalmente fueron recubiertas por orden de su hijo Esnefru con un paramento que le daba por primera vez el aspecto de la pirámide convencional de caras planas.

Quizás se trató de un artificio arquitectónico para plasmar un concepto religioso como era la necesidad de que el espíritu del rey pudiera ascender más fácilmente hacia el sol para identificarse con él eternamente.


Esnefru se construyó para sí mismo, en Dashur, la primera pirámide en el estricto sentido del término. Esta pirámide ha sido denominada como ‘romboidal’ a causa de su cambio de pendiente. Sin embargo, los estudios que se han llevado a cabo en su interior han demostrado plenamente que aquellas variaciones se diseñaron por los arquitectos a fin de poder aliviar la sobrecarga que sufrían las bóvedas de las salas interiores, como consecuencia de la presión de la masa piramidal con la inclinación originalmente prevista.

El monumento muestra fisuras y corrimientos de piedra que indican que el resultado final se consideró inadecuado por los antiguos egipcios para albergar el cuerpo del rey después de la muerte. Por esta razón Esnefru se hizo construir más al norte otra pirámide con la base más grande, una altura muy parecida y, en consecuencia, una pendiente asumible que no plantearía problemas de resistencia.


Sería Kheops quien haría construir la pirámide por excelencia. En ella se materializó el éxito final de los ensayos tan larga y costosamente llevados a cabo por los arquitectos de sus antecesores. En origen alcanzó los 146 metros de altura y 232,77 metros de lado, en la base. La masa de piedra empleada en su construcción se ha calculado en 2.521.000 metros cúbicos y la orientación de sus aristas coincide con una escasísima diferencia con la de nuestros cuatro puntos cardinales actuales en función del norte magnético actual de la tierra.

Los proyectos concebidos y ejecutados con posterioridad a la Gran Pirámide nunca volverían a emular su esplendor y magnificencia. Las otras dos de Guiza son de inferior tamaño y para su construcción se han empleado materiales menos sólidos (al menos en la de Mikerinos).

Los reyes de la dinastía V siguieron con la tradición de hacerse construir pirámides para ser utilizadas como lugar de enterramiento, pero nunca llegaron a superar las técnicas constructivas de los primeros tiempos. Sus pirámides eran de un tamaño en mucho inferior a las clásicas y su sistema constructivo abandonó el uso de grandes y sólidos bloques de piedra para sustituirlo por material de relleno forrado con planchas de piedra. Hoy son poco más que un montículo de piedras y arena. Los reyes del Imperio Medio (2055-1650 a. C.) volvieron a construir pirámides en la región de Menfis, en Lisht, Dashur, Lahun y Hawara.

Más grandes que las de la dinastía VI, de finales del Imperio Antiguo, sus estructuras fueron igualmente rellenas a base de cascajos, cascotes y arena, lo que llevó aparejada su ruina temprana. Los reyes del Imperio Nuevo (1550-1069 a. C.) siguieron haciendo suyo el monumento piramidal en sus enterramientos, aunque de diferente manera a la empleada por los reyes del Imperio Antiguo.

Por ejemplo, Ah-Mosis, el fundador de la dinastía XVIII, erigió en Abidos un cenotafio, o falsa tumba, con forma de pirámide. Los reyes posteriores optaron por cobijar sus tumbas bajo la protección de la pirámide natural que constituye la gran colina tebana en Luxor oeste que recibe el nombre de El Korn. En el lejano Sudán los reyes egipcianizados que conquistaron Egipto fundando la dinastía XXV (747-656 a. C.), se hicieron enterrar en monumentos que también llevaban incorporadas pirámides, aunque de mucho menor relieve que las egipcias.


Así pues, desde el punto de vista funerario, las pirámides eran solo parte de un gran conjunto edificado al servicio de la supervivencia del rey difunto en el mundo de los muertos. En líneas generales estos conjuntos piramidales comprendían los siguientes elementos: Un templo alto, normalmente dispuesto sobre la cara este de la pirámide; una pirámide auxiliar, situada poco más o menos hacia el sur de la pirámide principal; un recinto que rodeaba las dos pirámides y el templo alto; un edificio de acogida, también llamado templo bajo, normalmente situado en el límite de la zona desértica y, finalmente, una vía de acceso o calzada funeraria que después sería cubierta y que unía el templo alto y el templo bajo.

En las cercanías de la pirámide principal se solían excavar en el suelo grandes fosas destinadas a contener barcas funerarias desmontadas, o simplemente esculpidas en el lecho rocoso, como elementos mágico-simbólicos utilizables por el rey divinizado en su navegación mística por los cielos.


Por sorprendente que pueda parecer y aún estando perfectamente datadas en momentos históricos constatables, las pirámides del Imperio Antiguo pertenecen, por la técnica empleada en su construcción y por los instrumentos utilizados, al periodo eneolítico. Es decir, que no se conocían en aquel momento otros metales que no fueran el oro o el cobre, en principio muy blandos para trabajar la piedra. Pero, sin embargo, no hay duda de que la primera tentativa de una construcción en piedra se produce en Sakara, bajo los reyes de la dinastía III.

Desde el punto de vista técnico la ejecución de obras en piedra era perfectamente realizable. Por un lado, como se ha observado por eminentes egiptólogos como Jean Ph. Lauer, en Egipto existía una antiquísima tradición que acredita que los obreros utilizaban ya el utillaje lítico y los diferentes métodos que permitían la extracción, talla y pulimentado de las piedras más duras que se conocen. Así lo testimonian las vajillas de piedra cuyos numerosos ejemplares muestran pertenecer a una época anterior a las primeras pirámides conocidas, puesto que llevan inscritos los nombres de reyes de las primeras dinastías egipcias.


Además, se han descubierto instrumentos de piedra utilizables para trabajar la misma materia. Tal es el caso de mazas o martillos de diorita o dolerita, y de las bolas de piedra calcárea con las que se reducían a polvo trozos del mismo material para utilizarlo como mortero en los trabajos de albañilería de los revestimientos de las pirámides. Los sílex y las cuarcitas completaban los materiales con los que se fabricaban instrumentos para trabajar sobre piedras normalmente más blandas que aquéllas.

A esto se ha de añadir la utilización de sierras de hoja de cobre usadas junto con granos de cuarzo humedecidos con agua. Este sistema permitía dilatar el desgaste prematuro del cobre utilizando el cuarzo como elemento mordiente complementario. Así se serraban los bloques de granito rosa.


Otro instrumento basado en semejante principio era el berbiquí metálico. Hecho con un cilindro de cobre que se hacía pivotar sobre granos de cuarzo o de arena, permitía taladrar la piedra aunque fuese de las más duras que se conocen. Además, las impurezas del cobre de la época harían a este metal más resistente que el actual, mucho más puro.

A todo ello hemos de añadir el relativamente reciente descubrimiento de la ciudad de los obreros de las pirámides, situada al sudeste de la pirámide de Mikerinos. Esta pequeña ciudad con los restos de sus casas, sus edificios administrativos y, sobre todo, su necrópolis, prueba bien a las claras quienes construyeron las pirámides de Guisha.

Allí se han encontrado tumbas que albergan cuerpos de obreros que muestran graves lesiones producidas por el tipo de trabajo propio de la construcción de pirámides tales como lesiones de columna, miembros con graves traumatismos y otras evidencias análogas.

Que las pirámides sean edificios elevados por hombres con medios técnicos apropiados y racionales no quita para admitir que el estudio de la construcción y de la arquitectura de estos monumentos ha permitido constatar ciertos datos de orden astronómico y matemático allí presentes. Tales son, la precisa orientación de las tres de Guisha y, desde el punto de vista matemático, la existencia de destacables propiedades geométricas, así como ciertas relaciones de orden numérico que han sido debidamente señaladas por los investigadores: hablamos de la existencia del ‘número de oro’, o número fi =1,618, y de una asombrosa aproximación al valor del número pi griego con la valencia = 3,1428.
En fin, las pirámides han sido, son y serán objeto de nuestro constante asombro y admiración.

Francisco J. Martín Valentín
Egiptólogo
Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman

Artículos y comunicaciones

Miércoles, 18 de Julio 2007 - 20:01

Recuerdo mi viaje a la ciudad de Amarna, en el Egipto Medio, durante el verano del 2003, como una especie de ensoñación histórica.....


Anades en los marjales (Amarna). Museo Egipcio de El Cairo
Anades en los marjales (Amarna). Museo Egipcio de El Cairo

Algo antes de las cinco de la mañana, los primeros resplandores del sol comenzaban a enrojecer el cielo, al otro lado del río. Había que a cruzar la corriente del Nilo desde la orilla occidental, en algún punto unos cinco kilómetros antes de llegar a Deir Mawass.

El lugar indicado para embarcar en el transbordador estaba marcado por un puesto de policía que también despertaba con los pájaros, los árboles y el río. Un campesino calentaba agua en un fogón de petróleo para preparar el té. En la otra orilla, una masa azulado rosada iba destacándose más allá de la corriente, espejo de plata bruñida en el que se reflejaban la luz irisada del amanecer.

Muy cerca se hallaba la antigua Ajet-Aton, la mágica ciudad del rey Aj-en-Aton.
Al llegar a la extensa planicie en la que antaño se había erigido la gran ciudad del sol, se hizo expreso el gran silencio de la emoción.

El nombre actual del lugar es Tell el Amarna, una llanura de dos kilómetros y medio de extensión a lo largo del Nilo, al norte de la población de Hagg Kandil. Su nombre procede de la tribu beduina de los Beni Amram que ha habitado, y habita aún, en aquellos parajes.

Entre las reverberaciones del aire, caliente ya por los primeros rayos del sol, que hacían vibrar la atmósfera al pie del suelo desértico, casi se podía percibir la imagen etérea de una ciudad blanca, inmensa, cuyo rectilíneo trazado contrastaba con la altura de los muros de sus blancas edificaciones. ¿En verdad la ciudad del Horizonte de Aton, seguía allí?.

Ajet-Aton de Amarna entre la leyenda y la búsqueda arqueológica

Los antiguos textos nos dicen que el rey Amen-Hotep IV, décimo soberano de la dinastía XVIII ( hacia el 1358-1341 a. de C.), había decidido construir en aquél lugar una ciudad real que sirviese de sede para el culto de su nuevo dios, el disco solar Aton en cuya realidad confluía todo lo que había sido, era, y sería en el futuro.

El lugar elegido se hallaba a medio camino entre Menfis y Tebas, las dos grandes capitales del norte y del sur, centros neurálgicos de la vida de Egipto.

Se trataba de un área dotada con una rica zona de cultivos en su parte oeste, al otro lado del Nilo, mientras que, en el este, una enorme llanura, espacio liso hábil, permitía la construcción de una ciudad de gran extensión.

Aquella región nunca había estado habitada antes; éste pudo haber sido uno de los motivos esenciales para su elección por el rey.

Aj-en-Aton declaró en las estelas erigidas para marcar los límites de su nueva ciudad que el territorio no pertenecía a ningún dios o diosa, y que el mismo Aton le había revelado el emplazamiento donde debería alzarla.

Las razones por las que Aj-en-Aton había decidido dar vida a aquélla nueva ciudad son sobradamente conocidas. Antes de fundarla, el rey llevaba el nombre de Amen-Hotep, que significa ‘el dios Amon está satisfecho’. Conocemos, por los documentos encontrados, la enorme resistencia que se produjo en la ciudad de Tebas contra su nueva religión. Así pues, en el quinto año de su reinado decidió abandonar la antigua capital de Tebas y fundar su nueva metrópoli.

No tenemos constancia como sucedieron los acontecimientos puntuales, pero sí se sabe que el rey renunció a su nombre de nacimiento, que él no había elegido e implicaba su sometimiento al dios Amon, su enemigo irreconciliable. Decidió que, en adelante, él sería Aj-en-Aton, nombre que significaba ‘El espíritu luminoso de Aton’, o según otras versiones ‘El que es útil a Aton’.

El resultado de su nueva voluntad fue la construcción de una ciudad completa, cuyos límites, en la época de mayor apogeo, abarcaron una extensión aproximada de 16 kilómetros a lo largo del río por 13 de ancho hasta la falda de las estribaciones de cadena arábiga. Ese era el sagrado recinto situado entre las catorce estelas de frontera con las que cerró mágicamente los límites de la ciudad.

Esta nueva urbe llegó a albergar una población de, entre, 20.000 y 50.000 habitantes.
Todas aquéllas almas parecían estar presentes todavía vagando por la gran llanura llena de luz, aunque vacía, sin embargo, como solo está vacío el desierto.

El trazado urbanístico de Amarna

A pesar de que la ciudad fue alzada en una franja del desierto absolutamente llana, los arqueólogos opinan que no debió haber ningún proyecto de diseño previo del conjunto antes de proceder a su edificación. El centro del desarrollo urbanístico fue, como era habitual en las ciudades egipcias, el área de los templos. En este caso, se estableció además una especial consideración a los palacios de la familia real y a los edificios administrativos, que dieron como resultado la creación de un marco urbano especial no conocido antes en la tradición arquitectónica egipcia..

El eje principal de la nueva ciudad consistía en una larga avenida, llamada en los textos ‘camino real’, que unía la parte central de la ciudad con el barrio norte.
Es muy claro que este ancho camino, una gran vía, estaba destinado a ser el cordón umbilical que uniría las dos partes más altas del área urbana, los extremos de la ciudad, cuya ubicación había venido condicionada por la topografía del lugar.

En este camino procesional se desarrollaron casi a diario, durante el reinado de Aj-en-Aton en su universo de Amarna, los esplendorosos desfiles del rey y su familia, subidos en su carro de electrum, resplandenciente como el mismo Disco solar para ser adorado por sus súbditos. El rey y la bella Nefert-Ity bendecían a su pueblo mientras los habitantes de la ciudad participaban de la arrobante contemplación del ‘Aton Viviente’. En la comitiva que seguía a la familia real se podía ver a los grandes funcionarios como el Visir Najt, el General Ra-Mose o el escultor Tut-Mes.

El barrio norte.

El área septentrional de la ciudad estaba construida alrededor de un enorme y sólido edificio, el Palacio de la Ribera Norte, que estaba protegido por una gran muralla de fortificación. Allí residía el monarca, era su morada privada.

De este modo el rey, totalmente separado y retirado del bullicio del resto de la ciudad, podía encontrar el místico contacto con su padre ‘El dios Ra Hor-Ajty, quien se regocija en el Horizonte en su nombre de luz solar que está en el (disco) Aton’.

Entre la muralla y el palacio había almacenes y otros edificios, los cuales pudieron haber sido los barracones del cuerpo de guardia del faraón. Al otro lado del camino se encontraban las residencias de algunos de los cortesanos de más alto rango en Palacio, los más cercanos al rey y su familia. Grandes villas con sus dependencias, graneros, jardines, viviendas para los servidores, cuadras y cuanto se pudiera esperar del más refinado confort.

Un gran edificio para la administración, construido en terrazas al final de las laderas de las colinas, cerraba por el norte esta barrio de la ciudad. En su interior se albergaba un enorme grupo de almacenes para guardar productos diversos; así se proveía a aquel distrito de cuanto pudiera necesitar, poniéndolo al resguardo de las escaseces y de eventuales faltas de aprovisionamiento.

En el camino hacia el centro de la ciudad se construyó un palacio, hoy llamado por los arqueólogos Palacio del Norte, residencia real independiente que miraba hacia el río. En su interior había amplios salones oficiales de recepción, dependencias privadas que constaban de un dormitorio y una sala de baño y un templo solar al aire libre con jardines y patios, cuyas paredes se adornaban con escenas de brillantes colores inspiradas en la naturaleza. Allí se guardaban animales y aves. Su dueña era, según todos los indicios la bella Hija Real Merit-Aton.

Pasado el palacio, el camino real atravesaba finalmente la primera de las zonas con gran concentración de edificios, el barrio norte, e iniciaba una suave ascensión hacia la meseta baja sobre la que se alzaba la ciudad central.

El barrio central.

La ciudad central se alzaba sobre una de estas altiplanicies, y estaba distribuida en torno al extremo del tramo principal del camino real .Allí se alzaba la gran masa de las viviendas de los habitantes de Amarna. La gran mayoría de los nobles, los representantes de la burguesía y los más humildes convivían de modo extraño en un entramado urbanístico que mezclaba todas las realidades sociales de la ciudad. Las casas de Amarna se desarrollaban hacia el interior de sí mismas. Se puede considerar que existía cierto concepto ‘igualitario’ entre las moradas ricas y las más modestas que solo se diferenciaban por el tamaño y la complejidad de la distribución.

La vivienda arquetípica era de planta cuadrada y en ella se distinguían claramente la parte pública de la privada. Una amplia sala central con columnata y una galería estaban dedicadas a recibir a los visitantes y a hacer la vida común de familia; bancos de ladrillo, braseros, mesas de ofrendas y amplios nichos para colocar las imágenes de los reyes o las estelas de culto al Aton amueblaban esta zona. Las dependencias privadas se desarrollaban en torno a la sala central. Los dormitorios, los cuartos de baños y las letrinas ocupaban esa zona de la casa.

El Gran Palacio.

El Gran Palacio se encontraba junto al extremo oeste de la ciudad y posiblemente alcanzaba toda la extensión del terreno actual hasta el río. Contenía una zona privada con acogedoras salas y patios, pintados de brillantes colores. Pero el eje del edificio en dirección norte-sur lo constituía un enorme patio en el que se habían incluido colosales estatuas de Aj-en-Aton; a su alrededor se alzaba un dédalo de salas, patios menores y otros monumentos.

Pórticos, rampas de acceso entre estancias, columnas, todo ello estaba construido con piedra de diferentes clases; este esplendor se completaba con pavimentos de alabastro traslúcido y, en otras ocasiones de barro seco sobre el que se habían insertado finas pinturas sobre estuco que, con sus brillantes colores y representaciones reflejaban un inigualable impulso de vida.

En el año decimoquinto del reinado este edificio, que parece que estaría dedicado a las recepciones y al despacho con los funcionarios de la administración, fue ampliado en su parte sur. Allí se construyó una sala posiblemente para realizar los ritos de la coronación de Se-Menej-Ka-Ra, sucesor y corregente de Aj-en-Aton que contenía 544 columnas de ladrillo mientras que sus paredes estaban decoradas con placas de cerámica vidriada esmaltada en diferentes y vivos colores.

El Gran palacio se encontraba comunicado con la Casa del faraón, una residencia más pequeña a la que se accedía por un puente que cruzaba sobre el camino real. Era el lugar de despacho del monarca y estaba dotado con un gran mirador, llamado ‘La Ventana de las Apariciones’; allí se realizaban magníficas ceremonias en las cuales eran recompensados los más fieles funcionarios y adeptos a la nueva religión quienes recibían del rey y su familia magníficos collares de oro y otras distinciones.

El Gran Templo del dios Aton.

Contrapuestos al Palacio Real, albergando entre ellos la Casa del faraón , y al otro lado del camino real se hallaba la gran zona de los templos de la ciudad.

El más septentrional era el Gran Templo del dios Aton. Ocupaba una enorme superficie de 229 metros de ancho por 730 de longitud. Estaba orientado en dirección este-oeste. Se penetraba en él traspasando dos pilonos construidos con de ladrillo, tras los cuales se alcanzaba el interior de un edificio de dos construido con bloques de piedra, y que los textos llaman ‘Casa del Júbilo’.

Una sala hipóstila servía de acceso a una serie de patios construidos al aire libre que configuraban el segundo edificio que llevaba el nombre de ‘Guem-Aton’, el lugar donde el dios Aton residía. Allí se alzaban trescientas sesenta y cinco altares cuadrangulares construidos en piedra y destinados a recibir las ofrendas cada día del año.

Dentro del recinto del gran Templo de Aton existía otra dependencia que recogía en su centro un altar tronco-piramidal en cuya parte superior se alzaba una especie de dolmen erecto, pulido y con la punta redondeada, la llamada piedra Ben-Ben que evocaba el símbolo sagrado del sol existente en el templo de Heliópolis, en el norte de Egipto.

El pequeño Templo de Aton

Pasada la Casa del faraón, en dirección al sur y siguiendo el camino real se alzaba otro templo de menores dimensiones dedicado al dios Aton, denominado ‘La Residencia del Aton’. Edificado junto a la Casa del faraón, se trataba de una réplica a menor escala del Gran Templo de Aton, quizás dedicado a la celebración de culto privado para el faraón y su familia y allegados. Con un muro perimetral dotado de regularmente de especie de torres, la entrada principal estaba protegida por dos pilonos. En el centro del primer patio había una gran plataforma de las llamadas ‘toldo’. Traspasados otros dos pilonos se accedía al santuario de piedra, semejante al del Gran Templo.

El Maru-Aton.

La ciudad tenía su límite final a la altura de la actual aldea de El-Hagg Kandil. A partir de aquella zona existía otro gran espacio urbano sin construir que alcanzaba hasta las estelas fronteras de la zona sur y que , seguramente, se había reservado para edificar otros edificios que se harían necesarios más adelante. Entre estos edificios aislados destaca el llamado ‘Maru-Aton’. Estructurado en dos grandes patios protegidos por grandes muros, contenía unos estanques de clara finalidad ritual, dada su escasa profundidad. A su alrededor había otros pabellones y un grupo de santuarios, en medio de unos hermosos jardines; dentro de los santuarios se alzaba un grupo de mesas de ofrendas situadas, a su vez, en una isla artificial rodeada por un foso poco hondo.

Los otros lugares de la ciudad.

El resto de las edificaciones y zonas urbanas de la ciudad del Amarna consistían en algunas estructuras dispersas tales como otro edificio religioso, el llamado Templo Sur, junto a la actual Kom El-Nana, cuyo elemento central era una construcción de piedra, parcialmente rodeada por un jardín con árboles. Acogía en su interior una serie de construcciones destinadas a albergar diferentes servicios tales como una panadería y talleres destinados a fabricar diversos artículos.

Otras estructuras componían el conjunto de la gran ciudad del rey Aj-en-Aton. Al norte, entre el Gran Palacio privado y las escarpaduras de las colinas se había alzado una gran estructura de barro y adobe que se destinó a celebrar la Gran recepción llevada a cabo por el rey, a la muerte de su padre el gran Amen-Hotep III. Allí se dio cita toda la corte, para que el rey recibiese la pleitesía de todos los embajadores y representantes de los reyes y príncipes vasallos del mundo conocido.

La ciudad de los obreros se alzaba, como una especie de barriada aparte en la zona este de la ciudad. Se trataba de recinto cuadrado, de setenta metros de lado, con una sola calle de acceso en su parte sur, que contenía las viviendas destinadas a albergar los obreros que construyeron la gran ciudad y sus necrópolis. Una ciudad egipcia siempre tenía en su cercanía su necrópolis.

En Amarna el rey ordenó construir las tumbas para sus fieles y funcionarios excavando hipogeos en la ladera de la montaña oriental. Allí agrupada en dos concentraciones, la de la parte norte y la del extremo sur, se dispusieron las moradas de eternidad de los habitantes de la ciudad del Disco.

El rey y su familia se harían enterrar en una gran tumba excavada al final de un Uadi que hoy recibe el nombre de Darb El-Melek, en referencia al mismo faraón.
Allí seguiría reinando, según sus planes, durante toda la eternidad sobre su Horizonte de Aton en Amarna.

El sol comenzaba su declive al otro lado del Nilo. Era el momento en que todos los habitantes de la mágica ciudad de Amarna se retirarían a su moradas nocturnas. Era, también, el momento de concluir la visita de aquél extraño lugar y retornar a la realidad.
La noche acogió a los peregrinos de Egipto a la espera de otro amanecer por el oriente.



Teresa Bedman
Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman

Texto del discurso pronunciado en la sede de la Consejería de Cultura de la Embajada de la República Árabe de Egipto en España, el día 23 de mayo de 2007 por el Dr. D. Francisco J. Martín Valentín, con motivo de la celebración del décimo aniversario de la fundación del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto.




Ilustrísimo Sr. Director del Instituto Egipcio de Estudios Islámicos de Madrid, Dr. M. Abd El Fattah, Profesor Abd El Jalim Nur El Din, Señoras y Señores, queridos amigos todos:

Fue en el mes de Junio de 1997, cuando un grupo de fieles amigos que habían trabajado conmigo en la Junta Directiva de la Asociación Española de Egiptología desde el año 1987, decidimos juntos fundar el Instituto de Estudios del Antiguo Egipto.

Detrás de nosotros quedaban más de diez años de duro y fecundo trabajo en la Asociación Española de Egiptología, de la que fui fundador con otros entusiastas que se unieron a la iniciativa en el primer momento.

En total, hasta el día de hoy, veinte años de trabajo callado y esfuerzo colectivo en pro de la institucionalización de la egiptología en España. Diez rigiendo los destinos de la Asociación Española de Egiptología, y otros diez, al frente del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto.

En el año 1995, el Profesor Nur el Din aceptó nuestra invitación para acudir a Madrid y recibir el homenaje de la naciente egiptología española. Fueron unos días de intenso placer y alto honor en los que este insigne personaje de la egiptología universal nos atendió de modo ejemplar, como él sabe hacerlo.

Dos años después vino mi cese al frente de la Junta Directiva de la Asociación Española de Egiptología, por voluntad propia, y en el convencimiento de que esa institución había tocado techo en cuanto a sus posibilidades de profundización en la egiptología se refería.

Después, se abrió delante del reducido grupo de entusiastas y leales amigos que continuaron conmigo un largo, y a la vez, ancho campo de trabajo en el que todos soñábamos con cumplir lo que, por unas razones u otras, no había sido posible hacer durante la etapa anterior.

Todo estaba por hacerse. Nunca quisimos mezclar ambas instituciones, puesto que la Asociación Española de Egiptología, mi hija dilecta, tenía su propio camino que habíamos trazado quienes creímos en todo lo que había que hacer en pro de la egiptología en nuestro país.

Sin embargo, todo lo que sucedió inmediatamente me recordó dolorosamente a ciertos fragmentos de uno de los textos literarios más dramáticos del Antiguo Egipto: Las enseñanzas del rey Amen-em-Hat I a su hijo Sesostris I , recogidas en el Papiro Millingen.

En ellas, de manera increíble, se relataban las reflexiones del fundador de la gloriosa dinastía XII, principio del Imperio Medio, a propósito de su amarga experiencia sobre la lealtad humana:

Dice el texto:

‘(Hijo mío) desconfía de tus subordinados cuando suceda algo que tú no conozcas y cuyo peligro te aceche.

No intimes con ellos, no confíes en un hermano, no conozcas amigos, no hagas confidentes , pues no sirve para nada.

Cuando reposes, que sea tu propio corazón quien tenga cuidado de ti, porque ningún hombre tiene amigos en el día de la desgracia.

Yo dí al mendigo, eduqué al huérfano, hice prosperar al que nada tenía, y al que era rico.


Pero fue el que comió mi comida quien reunió a los traidores contra mí; aquel a quien abrí mis brazos, fue quien se aprovechó de ello para crear el terror a mi alrededor. Los que habían sido vestidos con el fino lino que les había regalado, me increparon como si les hubiera negado el pan. Aquellos que se habían perfumado con la mirra que yo les había dado, orinaron sobre mí...'

Como le sucedió al ilustre rey del Imperio Medio este fue todo el legado que recibí de mis antiguos colaboradores

Sin embargo, y de la mano de los entrañables amigos que eligieron acompañarme en la nueva singladura, el Instituto de Estudios del Antiguo Egipto, nació como un espléndido proyecto, preñado de posibilidades y expectativas, apoyado incondicionalmente por un nutrido grupo de personas honestas y leales a las que hoy quiero rendir homenaje. GRACIAS A TODOS.

Diez años para insertar socialmente la necesidad de la egiptología en nuestra sociedad habían sido bastante.

En lo sucesivo, vendrían otros diez, de momento, para ejercer la egiptología llevándola a los niveles más profesionales y especializados que fuera posible hacerlo.

En su conjunto, se trataba de arraigar el estudio y la investigación de esta ciencia en nuestra sociedad, tan atrasada en este campo al principio de nuestra singladura; tanto, que bastaban tres o cuatro nombres de españoles para cubrir a duras penas el panorama de lo que nuestro país podía ofrecer al mundo en esta materia.

Desde entonces hasta el día de hoy, la cosecha de nuestro trabajo duro, profesional, comprometido y apasionado, ha dado sus frutos:

• una misión arqueológica en Egipto, desarrollando el Proyecto Sen-en-Mut (TT 353);

• la fundación de la primera cátedra de egiptología en la Universidad, la cátedra ‘José Ramón Mélida' desde la que se que imparte enseñanza egiptológica de modo especializado, y a nivel académico, desde el año 2006,

• la práctica de más de una cincuentena de cursos de egiptología por toda España,

• la colaboración en el estudio y la preservación de nuestro patrimonio egiptológico con organismos como el Ayuntamiento de Madrid,

• la organización y celebración de una exhibición de arqueología egipcia como fue la exposición ‘Azules egipcios' con los fondos egiptológicos del Eton College que mereció, entre otras, la felicitación de la Real Academia de la Historia, son frutos, todos ellos, que colman los sueños más ambiciosos que se pudieron concebir al principio de nuestro camino al frente del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto.

• Y,......, por si todo ello fuera poco, finalmente está en el día de hoy, el reencuentro con lo que fue nuestra casa madre: El Instituto Egipcio de Estudios Islámicos,

Querido Profesor Nur El Din, estimado Dr. Abd El Fatah, Director del Instituto Egipcio de Estudios Islámicos, hoy celebramos el décimo aniversario de la fundación del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto , y ha querido la fortuna que nos volvamos a reencontrar todos juntos, como si la vida quisiera mostrarnos que, en verdad, el camino andado desde entonces hasta hoy, es el verdadero camino que conduce a la exaltación del auténtico trabajo en pro de Egipto y de la egiptología.

Hoy doy las gracias a nuestro egregio invitado y nuestros amigos, todos, por estar aquí todos juntos.

A cambio, formulo la pública promesa de que continuaremos en nuestro camino de trabajo y entrega, a fin de que la egiptología siga prosperando en nuestro país colaborando preferentemente con nuestros queridos amigos egipcios, que siempre han estado tan cerca de nosotros.

Muchas Gracias.


Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman

El pasado miércoles dia, 4 de Julio ha dado comienzo la 2ª edición del CURSO DE INICIACION A LA EGIPTOLOGIA, dentro del amplio abanico de cursos, que la ESCUELA COMPLUTENSE ofrece desde hace años a los estudiantes de todo el mundo, siendo el de este año uno de los mas participativos pues entre los alumnos que integran esta segunda edición de los cursos de egiptología, encontramos estudiantes venidos de Egipto, Colombia, Irán, México. Y desde España, Toledo, Valencia, y Madrid.



Serán como en ediciones pasada, cien horas lectivas donde alumnos y los profesores departirán, durante todas las mañanas del mes de Julio, sobre historia, religión, mitos, escritura jeroglífica.... Además, los alumnos contarán con talles específicos de prácticas que se desarrollarán tanto en el Templo de Debod así como en el Museo Arqueológico Nacional.



El cuadro de profesorado pertenecen a la propia Universidad Complutense y al Instituto de Estudios del Antiguo Egipto y se enmarca dentro de las actividades de la Cátedra de Egiptología José Ramón Mélida
Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman

Noticias

Lunes, 16 de Julio 2007 - 19:04



Mientras gobiernos y ciudadanos se están moviendo para elegir las nueve siete maravillas del mundo a instancias del millonario Bernard Weber, no deja de ser curioso que las pirámides de Giza no hayan sido ni postuladas. Pero en los Cursos de Verano de la Complutense no va a perder su bien merecido lugar.

“Imaginemos un concurso de belleza en el que siempre hay una concursante fuera de concurso porque las supera a todas”, dice el Director del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto, Francisco Martín Valentín, codirector junto a Federico Lara Peinado del curso El Egipto faraónico en su proyección mediterránea: tres milenios de historia.

Este año, la Cátedra de Egiptología José Ramón Mélida, dedica su tradicional curso a la proyección de la cultura egipcia en la cuenca mediterránea. “Siempre se ha dicho que Egipto vivía sobre sí mismo, viendo crecer el Nilo, pero los más recientes hallazgos arqueológicos demuestran que esto no fue así como Manfred Bietak expuso ayer en su conferencia” explica Martín Valentín.

Federico Lara Peinado resume en tres las aportaciones más importantes de la cultura egipcia a las civilizaciones mediterráneas: “El concepto de mortalidad, su arquitectura y su plástica. Concretamente, la escultura”.

Y es que la expansión de la civilización de los faraones no se basó en una superioridad militar, sino e las relaciones comerciales imbuidas de “mestizaje cultural” y siempre planteadas en términos de igualdad. “Los egipcios creían que cada ser humano tenía una parte de divinidad en sí, por eso no fue un pueblo militar rotundo, porque no se concebía atentar contra una vida humana” recuerda Lara Peinado.

“Ojalá se tuviera en cuenta todavía esta aportación en la zona”, terminó el egiptólogo.

Por Rosa Díaz.

Fuente: COMPLUTENSE, Año III, nº 73

El Escorial, 27 de Junio de 2007.
Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman

Artículos y comunicaciones

Lunes, 16 de Julio 2007 - 16:31

¿Continuaron sobreviviendo el antiguo Egipto, y sus costumbres religiosas, después de la anexión a Roma del país del Nilo, tras la derrota de Cleopatra VII y Marco Antonio en la batalla de Actium?.


Momia de Artemidoro, el joven. Museo Británico
Momia de Artemidoro, el joven. Museo Británico




Los dioses en el Egipto romano

Cuando tradicionalmente se ha hablado para el Egipto romano de divinidades de ‘origen griego’, frente a divinidades de ‘origen egipcio’, se ha cometido una gran imprecisión.

Tratar de hacer una clasificación del panteón egipcio de época romana con arreglo a tales divisiones, no parece adecuado. Los egipcios siempre fueron tolerantes en materia religiosa (hecha excepción del paréntesis amárnico).

Esta tolerancia egipcia, mestizada con la tradicional aceptación romana de los cultos extranjeros, lleva a pensar que, tanto en las aldeas egipcias, como en las capitales administrativas o ‘nomos’, nadie distinguía en modo alguno entre religión grecorromana o religión egipcia como, si cada una de ellas fueran consecuencia de diferentes expresiones piadosas.

El proceso que en realidad se produjo, fue la consecuencia de una asimilación de los antiguos principios divinos con los recién venidos, procedentes del mundo griego, a través del mundo helenístico, y de éstos, con los conceptos religiosos romanos.

Este fenómeno se inició en las colonias griegas de Egipto cuyos integrantes adoraban dioses egipcios bajo una forma helenizada. El hábito de asimilar divinidades comenzó a practicarse desde la época de los primeros asentamientos griegos en Egipto, durante los siglos VII -VI a. C., momento en el que los comerciantes y mercenarios griegos se instalaron en el Delta y en Menfis, a requerimiento de los reyes de Sais. (dinastía XXVI).

Lo más sorprendente es que, andado el tiempo, las principales divinidades nilóticas eran vulgarmente conocidas bajo dos nombres: el tradicional egipcio y el novedoso griego, a través del cual se buscaba la asimilación de dichas divinidades con las del panteón helénico. Así, el dios Amón, era Júpiter-Zeus, y los dioses Osiris e Isis, equivalentes a Baco-Dionisos y Ceres-Deméter.

Otro fenómeno habitual residía en la costumbre de asimilar una ciudad o nomo con un dios. Así, Menfis era conocida como la ciudad de Hefaistos, es decir del dios Ptah. Thot de Hermópolis, era denominado Hermes.

Tal práctica funcionó activamente en tiempo de los Ptolomeos y, naturalmente, prosiguió bajo el dominio romano. Estrabón explica que, debajo de los nombres griegos de los dioses y ciudades egipcias, subyacían los egipcios de siempre.

El proceso de integración siguió bajo Roma. Por ejemplo, era muy habitual que si alguien procedía de la ciudad de Edfu, donde se adoraba al dios Horus, asimilado a Apolo, el individuo en cuestión adoptase el nombre de Apollonios, es decir, ‘el de Apolo’.

Otro ejemplo del proceso de asimilación fue el del dios cocodrilo Sobek, cuyo nombre fue helenizado como ‘Sucos’. Sin embargo, también era llamado, según de qué localidad egipcia se tratase Soknebtunis, en Tebtunis, Sokonokonnis en Bacchias, Petesukos en Karanis y así, otras variantes documentadas en diferentes localidades egipcias.

Algo análogo sucedía con la diosa Ta-Ueret, monstruoso ser, medio león, medio hipopótamo. Era la deidad tutelar de la localidad de Oxyrhyncos , y allí era asimilada a la diosa griega Atenea. También se la conocía por el nombre egipcio helenizado ‘Thueris’ y su templo era denominado el Thuereion.

De igual modo pueden constatarse casos netamente diferentes, consistentes en el fenómeno contrario: hubo divinidades muy localizadas, con un gran arraigo en su lugar de implantación, que no pudieron ser asimiladas a ninguna divinidad extranjera. Tal, el caso de Mandulis, divinidad nubia adorada en el distrito de la zona de primera catarata, en Talmis.
Se han encontrado graffiti escritos en lengua griega, en honor de este dios, pertenecientes a la época que oscila entre Domiciano y Antonino Pío, de los que parece fueron autores soldados romanos, integrados en las guarniciones de la zona.

En cualquier caso el culto a los animales sagrados que practicaban los egipcios siempre horrorizó a los romanos. Para ellos se trataba de incomprensibles prácticas propias de bárbaros.

Y hubo casos en los que naturaleza de ciertas divinidades se ‘humanizó’ a través de las ideas de los ocupantes grecorromanos. Por ejemplo el dios Nilus y su esposa Euthenia. Si bien el primero podría tener su origen en el egipcio Hapy, personificación divinizada del río, su divina esposa de época grecorromana no tiene paralelo o antecedente claro en el panteón netamente egipcio.

Lo más chocante es que las divinidades más importantes de Egipto eran conocidas e invocadas indistintamente por su nombre egipcio, o por su nombre grecorromano. Es indiscutible que, para cuando los romanos conquistaron Egipto, existía ya desde hacía por lo menos tres siglos una clase social letrada que pensaba en Hat-Hor y hablaba de Afrodita, o invocaba a Pan y se estaba dirigiendo a Min.

La religión egipcia en Roma

Es indiscutible que, bajo la influencia romana, la religión egipcia no experimentó los avances evolutivos que había conocido bajo los Ptolomeos. Pero, sin embargo, se produjeron notables casos de extensión de cultos originalmente egipcios que sufrieron sensibles modificaciones, aportadas por el genio romano, los cuales trajeron consigo curiosos efectos.

En cualquier caso, si los romanos adoptaron e importaron a la península italiana algún culto egipcio fue después de haberlo ‘traducido’ y acoplado a los esquemas propios de la religión romana.

De hecho, tres grupos sociales romanos fueron los principales vehículos de la extensión de estos cultos nilóticos en el orbe romano: los militares, los comerciantes y los esclavos. De estas influencias tenemos constancia, incluso en la Península Ibérica.

El establecimiento de unidades militares como la Legio VII, por ejemplo, procedente de acantonamientos tan distantes entre sí como la frontera del Danubio, el Rin o el norte de Africa, propició la extensión por tan diferentes lugares del Imperio de los cultos nilóticos reformados. De otra parte, el beneplácito imperial también fue un factor determinante para la difusión e implantación de estos cultos prácticamente por todos por los territorios del Imperio, fuera de Egipto.

Como se ha dicho más arriba, la tolerancia romana hacía de estos cultos ‘religiones aceptadas’ que, primero, se modificaron y, finalmente, terminaron imponiéndose a los ciudadanos. Los cultos isiacos y de Serapis habían llegado hacia el año 150 a. C. hasta la Campania, por medio de los comerciantes italianos de Delos: Puzzoles y Pompeya eran las cabezas de puente de esa infiltración.

Hacia el año 100 los cultos de origen egipcio están ya en Roma y se introducen en los ámbitos populares. Su implantación en la urbe se produjo en tiempos de Sila, quien favoreció a estas cofradías por su arraigo popular, aunque fueran perseguidos y prohibidos en varias ocasiones. Por ejemplo, en los años 59, 58 y 53 a C. el Senado ordena la destrucción de los altares elevados a los dioses egipcios; en el 50 el Senado ordena demoler un templo de Isis y Serapis, cuya localización se desconoce. En el 48, después del asesinato de Pompeyo en Pelusio, un prodigio sucedido en el Capitolio inclina a tomar la decisión, a causa de los augurios, de destruir definitivamente el templo de los dioses egipcios.

Un notable ejemplo de tal fenómeno fue el caso del dios Serapis. Este dios ya era conocido y adorado en tiempo de los griegos. De hecho, fue implantado como patrono de Alejandría por Ptolomeo I, Soter.

Su inicial aspecto egipcio (expresión del sincretismo del dios Osiris y del toro sagrado Apis) fue rápidamente superado por una representación completamente antropomorfa de corte absolutamente helenístico. Los romanos veían en él a los dioses Hades, Júpiter-Zeus o Neptuno-Poseidón. A partir de la época romana este dios, egipcio de origen, transformado en divinidad helenística, fue adoptado por los conquistadores, extendiéndose su culto a otros lugares diferentes de Alejandría. Incluso en occidente y en la Urbe, su implantación alcanzó notables niveles.

Roma potenció el papel de este dios como divinidad tutelar de Alejandría y consiguió que su culto se expandiera por todo el Imperio bajo una forma de culto sincrético que recibió el nombre de Zeus-Helios-Serapis.

¡Que decir de los cultos isíacos!. En el caso de la diosa Isis podemos hablar de la asunción por Roma de un culto extranjero como si siempre le hubiera sido propio. Su papel de ‘madre universal’ será bien comprendido por Roma y asimilado con prontitud.

A partir de la segunda mitad del siglo I y la primera del II, los emperadores manifestaron una actitud filoegipcia que favoreció el crecimiento del culto a Isis y a Serapis Sería con Calígula cuando, asimilada a Venus, el culto isíaco se implantase en la urbe de modo definitivo.

De esta época data un templo que se erigió a la Isis Campensis en el Campo de Marte. Los emperadores Domiciano y Caracalla seguirían el ejemplo del anterior. Este último hará edificar en el 217 un templo la diosa Isis en el interior Pomaerium.

La importancia que cobró el culto de esta divinidad egipcia en el orbe imperial se demuestra por la gran cantidad de pequeños Isieion que salpicarían Roma y las principales ciudades del Imperio, como centros de culto a la diosa. De su culto surgiría pronto la religión iniciática por excelencia.

Sus fieles se reclutaban entre los egipcios que vivían en la península italiana pero también fueron sus acólitas mujeres libertas de origen oriental.

En Roma se practicarían cultos a diversos aspectos de Isis (la Isis lactans, la Isis Triunfante, la Isis Maga). Ella y el niño Horus-Harpocrátes serían objeto de actividad cultual muy destacada a lo largo de los siglos II-III de C.

Hay un tercer caso de desarrollo de teología egipcia helenizada bajo la influencia de Roma. Se trata del dios Thot. La creciente influencia de los cultos egipcios en el orbe romano fue un campo abonado para la implantación de la nueva teología de este dios, patrón de los escribas y de la escritura, la ciencia sagrada detentada por los hierográmmatas. Bajo el nombre de Hermes Trimegistos se hizo de él un profeta, atribuyéndosele facultades iniciáticas y capacidades de revelación divina.

Veamos ahora una pequeña relación de algunos dioses egipcios con sus identificaciones romanas:
Venus-Hathor; Apollon-Horus; Marte-Onuris; Diana-Bastet; Minerva-Neith; Saturno-Gueb; Ceres-Isis; Baco-Osiris; (Helios) Sol-Ra; Vulcano-Ptah; Juno-Mut; Hércules-Jonsu; Mercurio-Thot; Heron-Atum; Leucothea; Nejebet; Latona-Uadyit; Pan-Min; Tifón-Seth; Júpiter-Amón.

La iconografía faraónica en los cultos grecorromanos en Egipto

Este es otro interesante campo abierto para la investigación. La tradición faraónica quería que los dioses debían ser representados de modos específicos ‘a la egipcia’. Los Ptolomeos conservaron la misma manera de hacer con la representación de las imágenes divinas en los templos.

Los romanos continuaron esta tradición. Sin embargo, lo que en los muros de los templos subsiste, varía claramente en el interior de los monumentos funerarios del siglo II de C. en adelante, como es el caso de las catacumbas de Kom El Shugafa, en Alejandría. Allí, puede verse la mesa de ofrendas tradicional y las sillas egipcias, sustituidas por el triclinium para acomodar a los familiares del difunto durante la comida funeraria.

A partir de dicha fecha desaparecerán del comercio de la imaginería sagrada los bronces típicos egipcios, para ser sustituidos por terracotas y bronces que representan divinidades vestidas ‘a la romana’ o ‘a la griega’. La transformación de la iconografía de las divinidades desde lo netamente egipcio a lo claramente romano se observa de modo creciente, por ejemplo, en las imágenes de las Isis vestidas con túnicas dispuestas y plisadas al estilo helenístico.

Otro caso, la patrona de la ciudad de Sais, la diosa Neith, cuyos símbolos eran dos flechas y un escudo, fue representada a partir del siglo II, en alguna ocasión, con atributos propios de Minerva-Atenea, la diosa de la guerra.

Hay muchos más casos, y todos ellos vienen a demostrar que la comunidad de convivencia en Egipto, durante el dominio de Roma, admitía sin problemas que las divinidades locales y las nacionales fuesen las mismas para griegos, romanos o egipcios, y que todos los cultos, estaban establecidos para reforzar al faraón-emperador (kaisaros autokrator) como intermediario entre los dioses y los hombres, y como garantía de la buena marcha y expresión del buen estado de salud política del Imperio.

Los cultos romanos en Egipto

No hay demasiados restos de los cultos romanos en el Valle del Nilo.

Los nombres de divinidades romanas aparecen ocasionalmente en ciertas inscripciones. Por ejemplo, Júpiter cerca de la primera catarata, Júpiter Optimus Maximus en Coptos, o Mercurio en Pselkis. La razón de la escasez de estas menciones es que, en tales casos se ha utilizado el latín para realizar las inscripciones y, es sabido que el mundo romano en Egipto se expresó preferentemente en lengua griega.

El único dios de origen romano que sí parece haber recibido culto en Egipto es el Júpiter Capitolino, a quien se elevó un templo en Arsinoe. Sin embargo, los actos de culto realizados en este templo parece que estaban más, vinculados con la Casa Imperial o con la diosa Roma, que con la propia divinidad del emperador.

De lo que sí existe abundante referencia, es de la existencia de templos dedicados al culto de varios emperadores y emperatrices. Se conocen templos en Alejandría, Arsinoe, Oxyrhyncos, Hermópolis, Elefantina y File. Los beneficiarios fueron Augusto, Trajano, Hadriano, Antonio Pío y Faustina.

No obstante, no parece que existiera una consideración de los emperadores como dioses propiamente dichos, sino en ciertos casos como el de Calígula, adorado como tal solo por los ciudadanos alejandrinos, o Vespasiano, también en Alejandría.

También parece haberse producido una asimilación indirecta de un emperador con una divinidad: es el caso de Augusto adorado como Zeus(Júpiter)-Eleutherios. Algo parecido sucedió con Nerón, adorado como dios genio del mundo, vinculado con el Agathodaemon, a quien se dio culto en Alejandría. La emperatriz Plotina también fue asimilada, en esta especie de seudo-deificación, con una nueva Venus-Afrodita procedente de Tentyris.

Las estatuas de los emperadores que fueron erigidas en los templos no se podrían calificar exactamente como imágenes divinas. Lo mismo se puede decir acerca de la constancia que tenemos de los festivales celebrados en los aniversarios imperiales, los cuales estaban dirigidos, más a ensalzar la figura humana del emperador, que a realizar ningún acto de culto.

Se hicieron consagraciones dedicatorias al genius del emperador, lo que se reconoce como fórmula típicamente romana. El culto al genius del emperador dado en Egipto parece tener ciertas conexiones con el de la diosa Roma pero, aunque, la figura de esta divinidad aparece en ciertas monedas acuñadas en Alejandría, no hay constancia de que se la haya dado culto divino en Egipto.

La organización clerical en el Egipto romano

Los romanos, de acuerdo con su tradicional política de tolerancia religiosa, no interfirieron notablemente en el ejercicio de las antiguas devociones egipcias o griegas en Egipto. De hecho, la religión egipcia tradicional considerada en su aspecto de ‘religión oficial’ y, como tal mantenida en los templos por los colegios sacerdotales, no supuso ningún declive, sino más bien, al contrario un momento de especial esplendor en Egipto.

La mayor preocupación de Augusto, después de incorporar Egipto a Roma como provincia senatorial, tras la batalla de Actium, fue asegurarse de que el clero egipcio no sería un centro de reivindicación nacionalista, como fue el caso bajo el dominio de los Ptolomeos. Esto lo consiguió colocando los dominios afectos a los templos, y el ejercicio de la actividad religiosa, bajo el control de un oficial romano como alto responsable del clero, con categoría de Sumo Sacerdote de todos los cleros en Alejandría, y en todo Egipto.

En efecto, el sistema romano de control del clero egipcio fue riguroso y nada conciliador con el relajamiento de las costumbres o consentidor de ningún tipo de concentración de poder sacerdotal.

Por comparación con los tiempos de los Lágidas la situación varió enormemente. En tiempo de los Ptolomeos, por ejemplo, los Sumos Sacerdotes del dios Ptah de Menfis no habían cesado de acrecentar su poder político y económico, hasta el punto de haber llegado a ser verdaderos co-gobernantes de Egipto con los monarcas alejandrinos. Era el dios Ptah el que entregaba la corona de Egipto a los monarcas griegos.

Alrededor del 20 a. C. murió un Supremo Sacerdote de Ptah, llamado Psenamunis. No tuvo sucesor, de modo que la supervisión de ese clero egipcio y la de sus numerosos bienes pasó a ser ejercida por el control romano. Por un Decreto del Prefecto Petronio, dictado en el año 19-20 a. C., se confiscaron las tierras pertenecientes a los templos. Despojados de sus bienes e ingresos, los sacerdotes perdieron también el poder político que habían poseído hasta entonces.En el mencionado decreto se otorgaba a los sacerdotes, a cambio de la expropiación sufrida, una de estas dos posibilidades para subvenir a sus necesidades económicas: o bien aceptar un salario anual, o dejarles la libre propiedad de una parcela de tierra, calculada en función de la importancia del templo, y fijada según un baremo muy estricto.

Atacados en su poder económico los sacerdotes no tardaron en ver afectado también su estatuto personal. En el año 4 a. C. otro edicto del prefectorio impuso a los templos la obligación de entregar todos los años una lista de los miembros que integraban su clero.
Todos los que no eran de origen sacerdotal cuando se dictó dicho decreto fueron excluidos del régimen de exenciones fiscales, debiendo pagar sus impuestos a Roma. Solo se respetó el beneficio de exención del impuesto a los sacerdotes de alto rango, de modo que todos los integrantes del clero inferior, debieron hacer frente a sus obligaciones para con el fisco romano.

A partir de este momento, el ‘ideologos’ ejerció la magistratura superior del clero en Egipto. Su actuación ha quedado muy detallada gracias a la recopilación de resoluciones, consecuencia del ejercicio de su función, que eran aplicadas como precedentes, cuyo conjunto se denominaba el ‘Gnomon’ (se conoce una copia datable en el 150 d. C.). El ‘Gnomon’ constituye para la época del dominio romano en Egipto, el equivalente al papiro conocido como ‘Onomastica’, de la dinastía XIX (1292-1196 a C.). Se trata de un catálogo que refiere minuciosamente cómo se ejercía la función sacerdotal en sus mínimos detalles.

La jerarquía, el desempeño de las funciones, el vestido de los sacerdotes y otras materias semejantes estaban minuciosamente reguladas en esa colección de preceptos. Los inspectores visitaban los templos y realizaban encuestas sobre el exacto desempeño de las funciones sacerdotales, deteniendo y llevando a Alejandría a los remisos y a los transgresores. Era una expresión más del ‘ordo romanus’.

La dirección de los templos estaba bajo el control de un ‘collegium’ de notables, elegido anualmente entre los sacerdotes.

El cargo de ‘sacerdote’ pertenecía al Estado, y cuando se producía una vacante, por ejemplo, uno a quien su hijo no podía sucederle o, si el puesto era de nueva creación por decisión administrativa, se ponía a venta pública hasta que el magistrado responsable consideraba que se había alcanzado un precio razonable para proceder a su adjudicación.

Esta situación duró hasta el establecimiento del Senado local en el 200 de C. A partir de este momento los templos fueron regulados por el sistema municipal y sus recursos fueron entonces controlados por curatores designados por el Senado.

La organización clerical de los templos egipcios se dividió básicamente en dos grandes grupos: el superior, integrado por los sacerdotes o profetas en sentido estricto; el inferior, constituido por los miembros auxiliares de los primeros. A su vez, estos cuerpos sacerdotales, superior e inferior, se dividían en castas o clases. Los de más alto nivel eran los ‘profetas’ y los ‘estolistas’. También se hallaban entre esta clase superior del clero, los ‘portadores de plumas’, los ‘escribas sagrados’, los ‘portadores del sello’ y los ‘observadores del firmamento’.

En la parte inferior del clero se hallaban los servidores (por ejemplo los pastophoroi, encargados de transportar la barca sagrada del dios). Eran gentes que, de ordinario, compatibilizaban el ejercicio de sus funciones religiosas con sus oficios y trabajos seglares. Otros, estaban dedicados al cuidado de los animales sagrados; o bien desempeñaban las funciones de músicos o cantores del dios.

En cuanto al programa constructivo religioso de los emperadores en Egipto, el asunto resulta, cuanto menos, espectacular.

Bajo Augusto y Tiberio se ejecutaron muy amplios trabajos de construcción, decoración, restauración y preparación de toda clase en los templos de Egipto. Los trabajos prosiguieron bajo los Antoninos, hasta el reinado de Commodo (180-192), con una actividad especial bajo Antonino Pío. En tiempos de la dinastía Severa los trabajos se redujeron enormemente, hasta cesar por completo.

Durante el siglo que duró la dinastía Julio-Claudiana (Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón), desde el 30 a. C. al 68 de C., los nombres de estos emperadores aparecen por todo Egipto: Antínoe, Assuan, Athribis, Berenike, Coptos, Dakka, Dendur, Debod, Deir El-Hagar, Deir El-Medineh, Dendera, Edfu, Esna, Hu, El-Kala, Kalabsha, Karanis, Karnak, Kom Ombo, Luxor, Medamud, Medinet Habu, Filadelfia, Filé, Shenhur, Uannina.

Los efímeros emperadores Galba y Otón (68-69) dejaron sus trabajos en Deir El-Sheluit.
Durante la era Flavia (69-96) con Vespasiano, Tito y Domiciano, se hicieron trabajos de cierta importancia en Assuan, Deir El-Sheluit, Deir El-Hagar, Dendera, Dush, Esna, Karnak, Kom Ombo, Kom el-Resras, Medamud, Medinet Habu, Nag El-Hagar, Filé y El Kasr.

Bajo los antoninos (Nerva, Trajano, Adriano, Antonio Pío, Marco Aurelio y Commodo) se trabajó demostrando una gran actividad en Antaepolis, Asfun El-Matana, Assuan, Deir El-Sheluit, Dendera, Dush, Armant, Esna, Guiza, Hu, Kalabsha, Karanis, Kom Ombo, Komir, Luxor, Medamud, Nadura, Panópolis, Filé, Kasr El-Zayán, Theadelfia y Tod.

A partir de este momento, después del 180, parece que los trabajos en los templos de Egipto quedaron casi completamente interrumpidos. Solo consta la ejecución de algunos relieves en el templo de Esna, donde se leen los nombres de Septimio Severo, Caracalla, Alejandro Severo y, más tardíos, los de Filipo el Arabe y Trajano Decio (249-251).

Se puede concluir que, durante el dominio romano en Egipto la religión indígena se vio caracterizada por dos notas esenciales: gran auge de las construcciones de los templos, y control efectivo y el debilitamiento del clero, para controlar y neutralizar su poder e influencia sobre el pueblo indígena.

Contando con estas limitaciones, podemos decir que los principios fundamentales de las tradiciones religiosas egipcias fueron garantizadas al modo romano, permaneciendo en ejercicio y vida constantes, hasta los inicios del siglo IV.

Francisco J. Martín Valentín

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Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman

Noticias

Martes, 3 de Julio 2007 - 09:57

Recientemente se ha comunicado a la prensa la identificación oficial de la momia de la Reina Hatshepsut, según las autoridades del Supreme Council of Antiquities of Egypt (SCAE). Por su interés reproducimos aquí un fragmento del libro 'Sen-en-Mut, el hombre que pudo ser rey de Egipto', (Madrid, 2004) relacionado con dicho asunto.


momias del hombre anónimo 'C' y de la reina Hatshepsut
momias del hombre anónimo 'C' y de la reina Hatshepsut


El misterio de la momia de Sen-en-Mut

Otro misterio por resolver es la razón por la cual no se ha encontrado resto alguno identificado del enterramiento o de la momia de Sen-en-Mut. Esto ha dado fundamento a ciertas especulaciones relacionadas con un posible desenlace trágico, en base a las cuales el noble anciano habría sido privado de un digno funeral con arreglo a los ritos tradicionales. Se ha hablado de que pudiera haber perecido ahogado y su cuerpo, desaparecido.

Sin embargo, recientemente se ha propuesto la identificación con Sen-en-Mut de una momia anónima, conocida hasta ahora como la del ‘Unknown Man C’, encontrada en el año 1881 por Émile Brugsch en la Cachette de las momias reales de Deir El-Bahari (DB320).

Esta momia, depositada en el sarcófago de un personaje de la dinastía XXI, llamado Neb-Seni, se atribuyó por Gaston Maspero a dicho personaje, pero más tarde, Elliot Smith rectificó dicha opinión, en la medida que el tratamiento del cuerpo momificado en cuestión, tenía todas las características de las momias de principios de la dinastía XVIII y, más precisamente, podía ser datada, por afinidad en las técnicas de momificación, en el periodo correspondiente a las momias de Thutmosis I, Thutmosis II, y el príncipe Ah-Mes Sa-Pa-Ir, halladas también en dicho lugar.

Smith describió la momia como perteneciente a un hombre vigoroso de 1,739 m. de altura, con cabellera abundante y negra, con canas, y con la apariencia de ser de avanzada edad cuando murió. Comparando los rasgos faciales de esta momia con los de los retratos conocidos de Sen-en-Mut y, más especialmente, con los que muestran los dibujos en tinta de la TT353 y del óstracon MMA 31.4.2, se podría afirmar que el hombre anónimo del que hablamos bien podría ser Sen-en-Mut.

Si esta propuesta pudiera confirmarse algún día, a partir de la práctica de las correspondientes pruebas de ADN, para comparar los resultados con los que se obtuvieran de las momias de los padres de Sen-en-Mut, sería factible deducir que el Arquitecto Jefe recibió enterramiento en alguna tumba real, de donde se extraería su momia en tiempos de los sacerdotes de la dinastía XXI para protegerla, como se hizo con las de otros personajes reales.

Así las cosas, es posible que a la muerte de Sen-en-Mut su momia fuese enterrada en la KV 20, dado que su tumba en Gurnah estaba sin concluir, y sabemos que su sarcófago quedó sin utilizar.

La tumba del Valle de los Reyes que, Hatshepsut había determinado, sería el lugar de enterramiento de su padre y de ella misma, la KV 20, acabó siendo también el lugar de reposo eterno de Sen-en-Mut por personal decisión de la reina.

Es posible que, a la muerte de Hatshepsut, también su cuerpo fuera depositado en principio en la misma tumba y, la momia de Thutmosis I, extraída por orden de Thutmosis III para ser enterrada en un nuevo sarcófago, en la tumba KV 38, ordenada excavar especialmente por el nieto para su abuelo.

En un momento determinado, la tumba KV 20 fue saqueada, y las momias que estaban depositadas en su interior, la de Hatshepsut y la de Sen-en-Mut, violadas, para robarles las joyas y ajuares que tuvieran encima. Esto pudo suceder en la época de los últimos ramésidas, en la que están documentados múltiples violaciones y robos de tumbas reales.

Hacia el año mil, los sacerdotes de Amón recogieron las momias de muchas tumbas reales violadas para protegerlas y ocultarlas en el interior de diferentes ‘escondites’. Es posible que la de Sen-en-Mut siguiera los pasos de las de algunos reyes del Imperio Nuevo, yendo a parar a la DB320.

La momia de Hatshepsut

En cuanto a la de Hatshepsut, si pudiera confirmarse la identificación con ella de la momia anónima hallada en la KV 60, según la propuesta de Elizabeth Thomas , habríamos obtenido la solución completa al enigma planteado.

Los sacerdotes de Amón entendieron que un buen lugar para proteger la momia de la reina de la destrucción fatal, sería la tumba de la que había sido su nodriza o madre de leche, la dama Sat-Ra.

Cuando la tumba fue descubierta y explorada por Howard Carter en la primavera del año 1903, allí estaban las dos momias, una junto a la otra. La de Sat-Ra fue transportada al Museo de El Cairo, puesto que había sido identificada; la anónima, fue dejada en el lugar donde había reposado los últimos dos mil años.

En el mes de junio de 1989, el egiptólogo americano Donald P. Ryan volvió a limpiar el monumento y, al examinar las características de la momia que aún seguía allí, recordó la teoría de Thomas, a propósito de la posible identificación de dicho cuerpo con los restos mortales de la reina Hatshepsut.

En efecto, el brazo derecho cruzado por encima del pecho era una de las características típicas de las momias de reinas durante la dinastía XVIII. Además se trataba de una mujer de edad avanzada, como lo sería Hatshepsut cuando murió. El hallazgo de una máscara de madera perteneciente sin duda a un sarcófago real de mujer, dotado, sin embargo, de un agujero para insertar una barba ritual, también dio que pensar a Ryan. ¿Quizás fuera un importante fragmento del sarcófago de Hatshepsut como rey de Egipto?. El exacto contexto cronológico facilitado por la tumba podía hacer el resto.

Cuando todo hubiera fallado, cuando el boato y los esplendores de un gran reinado no fueran más que cenizas esparcidas por el viento de la historia ¿dónde descansaría mejor una hija de leche, sino junto a su nodriza y ama de cría?.

De este modo, es muy probable que la gran hija de Amón, el rey del Alto y del Bajo Egipto, Hatshepsut Maat-Ka-Ra, hallase refugio junto a los amorosos brazos que la sostuvieron para alimentarla cuando solo era una indefensa y hermosa criatura.

Ahora, los cuerpos de Hatshepsut y Sen-en-Mut nos imploran seguir reposando juntos. Sería un hermoso gesto colocarlos, uno junto al otro, en el lugar que se designe para su conservación por los siglos venideros. ¡La eternidad cerraría de este modo uno de sus infinitos ciclos, uniendo de nuevo lo que antaño también estuvo unido!.

Fragmento del libro de Teresa Bedman y Francisco J. Martín Valentín, Sen-en-Mut, el hombre que pudo ser rey de Egipto. Ed. Oberon, Madrid, 2004.
Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman

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Viernes, 29 de Junio 2007 - 00:14

Sesión del 28 de Junio de 2007. Crónica IV


Cursos de Verano de El Escorial 2007.  Egiptología (4)

El Dr. Santiago Montero Herrero, profesor del Departamento de Historia Antigua de la Facultad de Geografia e Historia de la Universidad Complutense de Madrid, nos empezó hablando de cómo ciertos cultos egipcios pasaron a Roma. Él afirmó que serían precisamente los comerciantes los que se llevan a Roma y a todos los puertos del Mediterráneo el culto a la diosa Isis.

Pero será a partir del año 88 a C., cuando encontraremos estos cultos instalados en Roma ya que, según nos relató, fue en esta fecha cuando Mitrídates saqueó Delos, masacrando a más de 150.000 romanos. Los pocos supervivientes que quedaron marcharon rápidamente a Roma llevándose lo poco que les quedaba y entre sus cosas va el culto Isíaco.

Ya en época de Sila se sabe que en Roma ya había templos dedicados al culto de la diosa Isis en Roma.

Posiblemente, como ha afirmado el Dr. Montero, el culto de la diosa Isis prendió rápidamente en el pueblo romano porque estos cultos ofrecían una vida después de la muerte, mientras que los cultos romanos no.

Isis como adivinadora y gran maga, será otro de los factores, gracias al que se arraigó este culto de una forma muy rápida.

La mañana ha continuado con la intervención del Dr. Alberto Bernabé Pajares, Catedrático del Departamento de Filología Griega de la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid, que nos ha ilustrado sobre los paralelos enre los dioses Osiris y Dionisos. Caminos de ida y vuelta.

Para los griegos, según nos ha informado el profesor Bernabé, los egipcios eran reconocidos como un pueblo de gran antigüedad y sabiduría. El mito de Dionisos está influido claramente por el mito de Isis y Osiris. Curiosamente nos ha mostrado cómo, en época ptolemaica, los mitos griegos de egiptizaron.

Por la tarde hemos tenido un interesante debate en el que han intervenido el Profesor Lara Peinado como moderador, el Dr. Santiago Montero, el Dr. Bernabé; el Dr. Martín Valentín, Teresa Bedman y el Dr. Javier Cabrero Piquero, profesor de Historia Antigua de la UNED.

Teresa Bedman




Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman

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Jueves, 28 de Junio 2007 - 23:52

Sesión del día 27 de junio de 2007. CRONICA III


Cursos de Verano de El Escorial 2007. Egiptología (3).
Hoy ha continuado el curso con la intervención del Dr. Julio Trebolle, Catedrático del departamento de Hebreo y Arameo de la Facultad de Filología de la Universidad Complutense, que nos ha ilustrado sobre el siempre interesante mundo entre Egipto y Canaán .

Nos habló de patriarca Abraham y de José, de la cuestión del Éxodo: si hubo uno, o fueron varios, como parece que nos indica la Biblia cuando, en la primera parte se menciona al patriarca Abraham, se habla de Elohim mientras que en la época de Moisés será Yahvé.

Apoyándose en los textos hemos ido repasando una a una las claves para entender el monoteísmo, buscando su huella en las raíces egipcias. Esto nos llevó al Amarna, y al periodo de Aj-en-Aton donde muchos sitúan el arranque del monoteísmo, aunque como ha dejado claro el profesor Trebolle este monoteísmo solo fue fruto de Aj-en-Aton y su entorno. porque cuando el mundo amarniense sucumbió este supuesto monoteísmo desapareció.

Por la tarde se suscitó un interesante debate sobre este interesante tema y la participación fue muy alta. El tema de Moisés ha sido uno de los mas debatidos, intentado aclarar cuanto hay de mito y cuanto de realidad en este asunto. Es decir, si Moisés fue un solo individuo, o el recuerdo de una memoria colectiva.

Teresa Bedman
Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman

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Miércoles, 27 de Junio 2007 - 16:43

Sesión del día 26 de junio de 2007


Cursos de verano de El Escorial 2007. Egiptología (2)
CRÓNICA II.
26 de Junio de 2007.

La relaciones de Egipto con el Mediterréneo oriental durante los reinados de Amen-Hotep III y Aj-en-Aton, ha sido el punto de inicio para esta segunda jornada de Egiptología dentro de los Cursos de Verano de la Complutense, y que ha sido magistralmente desarrollado por el profesor Martín Valentín del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto y coordinador de la Cátedra de Egiptología José Ramón Mélida, promotores de este curso.

Términos como Keftiu (Creta), Mnw (Minos), Isy (Chipre) son algunos de los nombres con los que los egipcios denominaron a las islas que se encontraban “en el gran verde”, como ellos denominaban al Mediterráneo. Diecisiete de estos nombres fueron recogidos en la base de una estatua hallada en el templo funerario de Amen-Hotep III en Kom El Heittan.

Pero también, según expuso Martín Valentín, han sido muchos los restos arqueológicos que se han encontrado en estas islas y que pertenecen a este periodo, lo que es prueba de las grandes relaciones comerciales que existieron entre los pueblos de estas regiones.

Son famosas la vasijas provenientes de Chipre que traían ricos aceite perfumados, otros con opiáceos, etc, lo que viene a demostrar que Chipre se erigió en este momento histórico como el gran comerciante del Mediterráneo.

En la segunda intervención de la mañana, el profesor Federico Lara Peinado continuó hablando de esas relaciones de Egipto con el Mediterráneo Oriental durante los siglos XIV –XII a dC.

A partir de textos conocidos como el “Viaje de Unamón” donde se relatan una serie de aventuras de este personaje que intentaba comprar madera para hacer barcos. Con este texto, que para algunos egiptólogos viene a demostrar “la decadencia de Egipto” , el profesor Lara nos hizo reflexionar justamente en todo lo contrario y nos hizo ver como Egipto aun mantenía un peso específico en la zona.

Por la tarde, y ya en la Mesa Redonda, que hoy estuvo formada por el profesor Federico Lara Peinado como moderador; Francisco Martín Valentín como Egiptólogo del I.E.A.E, Francisco Vivas Fernández, Egiptólogo del I.E.A.E y Teresa Bedman, también Egiptóloga y de la misma institución, se abrió un fuerte debate entre las posibles rutas comerciales que siguieron los egipcios para aprovisionarse de todos los elementos que necesitaban para sus ritos; con que comerciaban ellos, si tenían que importar desde el lapislázuli hasta la madera. Se incidió sobre la cuestión del oro egipcio en esta época, de dónde los importaban y cuales pudieron ser su principales fuentes de suministro.
Después de tres horas de un fuerte e interesante debate se cerró la sesión hasta el día siguiente.

Teresa Bedman
Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman
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Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman
Francisco  J. Martín Valentín y Teresa Bedman
Francisco J. Martín Valentín es egiptólogo. Director del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto. Director de la Misión Arqueológica Española en Asasif, (Luxor Occidental Egipto), desarrollando actualmente el “Proyecto Visir Amen-Hotep. TA 28". Director de la Cátedra de Egiptología ‘José Ramón Mélida’. Teresa Bedman es egiptóloga. Gerente del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto. Co-directora de la Misión Arqueológica Española en Asasif, (Luxor Occidental Egipto), desarrollando actualmente el “Proyecto Visir Amen-Hotep. TA 28”. Secretaria de la Cátedra de Egiptología ‘José Ramón Mélida’.





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