ESPAÑA SIGLO XX: Santos Juliá
Blog de Tendencias21 sobre la historia reciente de España




4votos

Bitácora



LORCA EN NUESTRO RECUERDO
Desde uno de esos grandes titulares que han acabado por imponerse en la prensa española, se preguntaba hace unos días: “¿Y ahora dónde estás, Federico?” (El País, 20 de diciembre de 2009). La autora del reportaje hablaba en tiempo presente: Federico no está allí, lamentaba, lo mismo que el ex presidente de la Asociación para la recuperación de la Memoria Histórica de Granada. Mientras tanto, uno de los historiadores que creía tener perfectamente localizado el lugar de su enterramiento confesaba sentirse enfermo y temía perder su salud mental si el poeta no aparecía. No faltó a esta cita la voz del presidente de la Asociación de la Memoria Histórica que, olvidándose de los derechos de los familiares en cuyo nombre se procede a la exhumación de los cadáveres de las víctimas, arremetía una vez más contra “los Lorca” –sin ellos, sin los Lorca, decía, ya habría aparecido- a la vez que recriminaba a las asociaciones de homosexuales o de escritores no haberse constituido en representantes del poeta asesinado para reclamar la exhumación de sus huesos.
Hay en estas preguntas, frustraciones y recriminaciones un supuesto común, herencia quizá de nuestra cultura católica: que Federico está donde estén sus huesos, de tal manera que si sus huesos no se encuentran, no encontraremos nunca a Federico. La conclusión, como decían todos, es obligada: hay que seguir buscando. Lo suscribía también la hija adoptiva del hijo del maestro asesinado junto a Lorca: que sigan buscando. Si por ellos fuera, toda la extensión de paraje de Alfacar en el que se supone que fue enterrado García Lorca tendría que ser removida hasta encontrar sus huesos. Esta es, al parecer, la única manera posible de “recuperar a Federico” y de devolverle su identidad, pegada al parecer a su cadáver, pasando incluso por encima de la voluntad de su familia, que siempre ha expresado el deseo de dejar en paz los huesos del poeta y mantener el lugar del crimen como lugar de su memoria y de la de todos los que sufrieron la misma muerte.
De verdad, ¿hay que seguir buscando? La Junta de Andalucía ya ha demostrado que no ahorra esfuerzos ni recursos en la tarea de exhumar cadáveres de asesinados por los rebeldes contra la República; los forenses y antropólogos han cumplido su tarea de manera ejemplar, según exigen los protocolos científicos; los periódicos no han escatimado espacio en el seguimiento de los trabajos de búsqueda; los historiadores han comprobado una vez más que los testimonios orales de presuntos y desinteresados testigos hay que tomarlos siempre con un grano de sal; en fin, los dirigentes de asociaciones para la recuperación de la memoria histórica por la vía de las exhumaciones, debían comprender que todo tiene un límite y que la pretensión de suprimir la presencia de “los Lorca”, o de nombrar al mismo Lorca unos “representantes”, atenta precisamente contra los derechos de las víctimas que dicen defender.
Podían tomarse todos un respiro mientras recuerdan esta verdad elemental: Federico García Lorca es literalmente inolvidable. Su personalidad, su poesía, su teatro, sus dibujos, sus canciones, su luminosidad, su gracia, su presencia: todo invitaba a no mover sus huesos del lugar en el que supuestamente yacían. El recuerdo vivo del poeta asesinado no necesita que nadie venga exigiendo recuperar su cadáver -propiedad pública, de todos los españoles, se ha llegado a decir- para trasladarlo a un monumento ante el que se organicen rituales de conmemoración. Y para mayor abundamiento, sus familiares, los únicos que han mostrado cordura en todo este episodio, que han tenido que soportar insultos de algunos profesionales de la historia y de la memoria, y que tienen algún derecho sobre su cadáver, habían expresado en repetidas ocasiones su voluntad: el lugar del crimen es el lugar de su memoria.
Y bien, es hora de que todos, políticos, periodistas, historiadores, presidentes de asociaciones, respeten la voluntad de la familia: la tierra ya está removida y el cadáver de Lorca no yace ahí. No es tampoco un desaparecido: Lorca fue asesinado, lo sacaron de su refugio, lo encarcelaron y se lo llevaron al monte, a matarlo; el día del crimen y todos aquellos, fueran de la CEDA, de Falange o militares, que lo facilitaron, apoyaron y perpetraron con conocidos. Conservar el lugar en que le dieron muerte como lugar de memoria, sin grandes alardes arquitectónicos y sin trivializarlo con alguna “intervención” vanguardista, es todo lo que nos queda por hacer, porque esa es la manera de perpetuar no ya su presencia, siempre viva, sino el recuerdo de los crímenes cometidos en aquellos parajes.
Y quien vuelva a preguntar, con esa ausencia de pudor y de respeto propia de los titulares sensacionalistas: “Federico, donde estás”, ya lo sabe: Federico no está en sus huesos, polvo y ceniza, Federico está entero y eterno en su poesía, en su teatro, en sus canciones, en su música… y en el recuerdo de todos los que alguna vez han llorado su muerte.
Santos Juliá
7 de enero de 2009

Santos Juliá
Jueves, 7 de Enero 2010 13:06

Facebook Twitter LinkedIn Meneame


Editado por
Santos Juliá
Eduardo Martínez de la Fe
Santos Juliá es catedrático del Departamento de Historia social y del pensamiento politico en la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Durante las últimas décadas ha publicado numerosos trabajos de historia política, social y cultural de España en el siglo XX: República y guerra civil, socialismo, Madrid, intelectuales, Azaña, franquismo, transición y cuestiones de historiografía han sido los principales campos de su trabajo. Premio Nacional de Historia de España 2005 por su libro Historias de las dos Españas, ha editado recientemente las Obras Completas de Manuel Azaña en siete volúmenes y ha publicado Vida y tiempo de Manuel Azaña, 1880-1940. Escribe también, desde 1994, comentarios de política española en el diario El País.



Archivo



RSS ATOM RSS comment PODCAST Mobile