INNOVACIÓN: Mónica Edwards Schachter


La vida parece subsumida al encanto de la innovación o, como se dijo en un artículo publicado en el periódico The Times el 23/01/2008, la innovación es un tópico candente que, además de describir el éxito del Sueño Americano, resulta indispensable para la futura prosperidad de la economía global. Se habla de la importancia de la innovación para el crecimiento económico y el supuesto progreso de los pueblos, de redes densas y dispersas de innovación, de las claves para gestionar la innovación, de sistemas de innovación, de innovaciones radicales e incrementales, de organizaciones innovadoras, de actitudes innovadoras y hasta del espíritu innovador. La innovación se asocia a la creación de riqueza y mayores niveles de calidad de vida y, sobre todo, a la incesante producción de los publicitados commodities (bienes de consumo).



El imperio de la innovación
Nadie duda que la ciencia y la tecnología aportan el principal sustento a los mercaderes de la innovación. Así parece expresarlo la estatua Spirit of innovation, exhibiendo la imagen de un científico como la misma personificación de la Aventura Americana en el pabellón World Showcase del parque temático al que Walt Disney bautizó como Epcot (Epcot alude a la visión del también innovador cineasta que pensó en un "prototipo experimental de la comunidad del futuro”, Experimental Prototype Community Of Tomorrow). Su bata y los artilugios de laboratorio que lo rodean nos hacen pensar, ¿qué nuevo invento se trae entre manos este señor?

Palabras como genialidad, invención y creatividad suelen asociarse indiscriminadamente a la capacidad para innovar. Pero, ¿es esa la definición de innovación? Si a etimologías nos remitimos, innovar proviene del latín innovare, que significa cambiar o alterar las cosas introduciendo novedades. El diccionario de la Real Academia Española coincide con esta conceptualización. No obstante es la economía quien, como un lujurioso sátiro, se ha apoderado de su esencia de ninfa y también de su paternidad, definiéndola como: la introducción por primera vez con éxito en el mercado, la sociedad o la comunidad de una idea, en forma de nuevos o mejorados productos, procesos, servicios o técnicas de gestión y organización.

El manual de Frascati, publicado en 1992 por la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) viene a decir más o menos lo mismo, indicando que la innovación es la transformación de una idea en un producto vendible nuevo o mejorado o en un proceso operativo en la industria y en el comercio o en un nuevo método o tipo de servicio social. En otras palabras, la innovación es todo cambio, basado en el conocimiento, que genera valor o, dicho en forma aún más simple, una idea que se vende.

Fue el economista austríaco Joseph Alois Schumpeter el primero en destacar la importancia de los fenómenos tecnológicos en el crecimiento económico, diferenciando qué es y qué no es innovación. Desde su punto de vista, sólo se consideran innovaciones tecnológicas la introducción en el mercado de un nuevo bien o de un nuevo método de producción o una nueva forma de tratar comercialmente un nuevo producto, aunque también representen innovaciones la apertura de un nuevo mercado, la conquista de una nueva fuente de suministro de materias primas o la implantación de una nueva estructura en un mercado, como por ejemplo, la creación de una posición de monopolio.

Impensable imaginar un mundo en el que no se hubieran inventado, fabricado (y vendido) automóviles, aeroplanos, refrigeradores, teléfonos, televisores, ordenadores… por mencionar algunas de las innovaciones tecnológicas más importantes de nuestra historia. O, yendo aún más lejos, ¿dónde estaríamos sin innovaciones como la agricultura, la rueda y el compás de navegación?
Resulta apasionante hurgar hechos y fenómenos que a lo largo de los siglos han contribuido a mutar esto que llamamos realidad.

¿Quién hubiera pensado que en un manuscrito de Herón de Alejandría o algún discípulo cercano que llevaba por título Spiritalia seu Pneumatica estaba el germen de un descabellado experimento que provocaría una gran revolución: la máquina de vapor?, ¿que los prehistóricos signos xilográficos de piedra y madera mutarían en la imprenta de Gutenberg o que los códigos binarios deambularían en los infinitos hormigueros comunicativos de la galaxia Internet?

Convivimos con la innovación, pero no somos demasiado conscientes de ello. Compramos en el supermercado una nueva propuesta innovadora: 3 lonchas de jamón empaquetadas de forma individual o un huevo cocido en un blister individual herméticamente cerrado, sin reflexionar demasiado sobre su alto impacto ecológico. Al mismo tiempo, vamos a despedirnos casi sin darnos cuenta de algo que en su momento fue otra revolución de los ambientes cotidianos: las lámparas de filamento incandescente (que, por cierto, Edison no inventó). Luego de casi 150 años de reinado, su uso será definitivamente prohibido para el año 2012 y reemplazado por las nuevas aspirantes a la corona: las “bombillas” que funcionan con diodos emisores de luz, o LEDs.

Nos informan que el blue-ray, un disco óptico con una capacidad de almacenamiento de 50 GB acaba de ganar la batalla por el almacenamiento de datos y quizás en menos tiempo de lo que pensamos, nuestros DVDs quedarán tan anticuados como en su momento pasó con los discos de pasta y los magazines. Sin embargo, las conservadoras cerillas que llevan varios siglos acompañándonos, continúan pernoctando plácidamente en los escaparates de los supermercados; todavía no son víctimas de la muerte por obsolescencia.

A pesar, de esta especie de fiebre en torno a la convergencia de las tecnologías y a la búsqueda de otras aplicaciones, no sólo de artefactos vivimos las personas. ¿Será este el sentido más pleno de la palabra innovación? O como ha dicho Jan Fageberg, la innovación es tan vieja como la humanidad misma y se corresponde con la tendencia intrínsecamente humana a pensar de nuevas y mejores maneras de hacer cosas y a intentarlas y ponerlas en práctica para modificar la realidad.

Una aproximación más prosaica y a la vez más intuitiva nos hace pensar en innovación como sinónimo de la enorme capacidad del ser humano para inventar, para crear, para soñar, para modificar, para promover nuevas utopías… no sólo en relación a la ciencia y la tecnología.

Podemos encontrar innovación en la comercialización de la lechuga (precortada, lavada y lista para servir), en el ejercicio de partidos políticos (democracia innovadora), en la cocina y hasta en las funerarias (podemos adquirir ataúdes de los formatos más inverosímiles). Pero también Calder corporizó la innovación a través de sus esculturas dotadas de movimiento, Picasso lo hizo con sus musas pictóricas y Peter Gabriel con sus investigaciones musicales.

Y, aún escandalizando a los economistas y a más de un biólogo, es un hecho que innovaciones ocultas, que trascienden nuestra humana pretensión de gestionarla, forman parte de la vida y de nuestra condición en el planeta. Cuando aquellas parientes lejanas, las cianobacterias, “inventaron” una variante de la fotosíntesis (la fotosíntesis oxigénica) sentaron las bases de nuestro futuro éxito evolutivo.

En mi opinión, aunque el cambio no perdona a nadie en la postmodernidad, se acelera a ritmos vertiginosos y nos con-vence de que sólo la innovación puede hacernos merecedores del triunfo o salvaguardarnos de la ruina económica, la vida no es el mercado. Hay una amplia diversidad de niveles en esto que llamamos realidad y en el tercer entorno que Javier Echeverría bautizó como Telépolis no vivimos todos los habitantes del planeta.

Muchos apenas alcanzamos a entrever que hay un mundo de fascinantes tecnologías prometedoras de un futuro tan dorado como virtual, otra abrumadora mayoría puede apenas percibir los destellos de sus ráfagas desde los precarios escenarios coexistentes en los “otros” entornos, los territorios de la pobreza y la exclusión. Y aquí cabría decir: la innovación del sur también existe.

Redactado por Mónica Edwards el Martes, 11 de Marzo 2008 a las 20:50 | Comentarios


Comentarios

1.Publicado por Mejia el 13/03/2008 17:12
Me encanta la forma en que expresa el desinteres de las personas del mundo cambiante. Y realmente la vida, asi como todo lo que hacemos esta lleno de detalles. Detalles que no son percibidos a menos que tengas consciencia de lo que podrias hacer para combiar tu vida economicamente o porque sencillamente quieres tener el placer de ver tus pensamientos plasmados en algo tangible y que ademas se de cuenta la sociedades de ellos.

2.Publicado por Luis G. el 14/03/2008 17:07
El problema de la innovación es que los políticos y las instituciones hablan de la innovación y de la I+D sin saber realmenta las implicaciones de la I+D+i. Sin ir más lejos, el líder del PP en uno de los debates televisados afirmó que era prioritario "el I+D+i" para España. No lo hizo una sola vez, por lo que no se puede achacar su error a nuestra condición humana, sino a su desconocimiento del término. Tu post me parece interesante pues explica de manera sencilla qué es la innovación, el problema es que el futuro no es tan dorado para España y Europa como cabría esperar. Los motivos:

El modelo europeo de innovación cada vez tiene más hacia la financiación de las ideas innovadoras a través del "capital riesgo" (copiando el modelo americano, una gran innovación...). Pero no se tiene en cuenta que en Europa y sobre todo en España, el fracaso impide segundas oportunidades. Es decir, aquí sólo se financia un proyecto si la "idea" y el producto/servicio desarrollado serán rentables. Así que en España jamás se financiará un proyecto innovador porque se exige una rentabilidad que NO puede ser asegurada en 9 de cada 10 proyectos de innovación.

En USA tienen claro que la innovación es un negocio de riesgo. Y una empresa que ha fracasado seguirá recibiendo capital riesgo bajo la premisa de que un fracaso implica conocimiento y, en consecuencia, un porcentaje mayor de éxito en la innovación planteada. Si en españa fracasas serás un fracasado, no un emprendedor.

Aquí el capital riesgo debería llamarse "capital asegurado". Y debemos recordar que correr un riesgo es, según la RAE: "Estar expuesto a perderse o a no verificarse".

También quería hacer mención a la burocratización del proceso innovador. Los que nos dedicamos a la Gestión de la I+D+i, hemos pasado de gestionar ideas a gestionar papeles, montañas de papeles (miles de árboles) y es que la delegación de muchas competencias en materia de innovación a las comunidades autónomas redunda, salvo honrosas excepciones, en un fracaso del caduco sistema de I+D+i español. Un sistema basado en indicadores -no en acciones concretas-, excesivamente cuadriculado -no es posible cuadricular la innovación- y que premia a las grandes empresas, con capital suficiente como para no depender de las ayudas públicas, ignorando los pequeños proyectos innovadores que conducen a innovaciones radicales.

Y no hablemos del personal investigador español. El estatuto del Personal Investigador en Formación sigue siendo un chiste, pues se han vuelto a delegar competencias y cada uno hace lo que quiere con el mismo. Resulta curioso cómo son algunos Organismos Públicos los primeros en inventarse formas jurídicas para evitar que sus investigadores puedan acogerse al EPIF. Un chiste de país en el que se habla de fuga de cerebros... Si quieren ponemos la cabeza bajo la guillotina también, hipotecando nuestro futuro por una beca de investigación de 900€ con 29 años, sin haber cotizado ni un solo mes a la SS. La mayoría de estos investigadores cuando encuentran un buen trabajo remunerado huyen de la investigación que tanto amaban y que tanto han llegado a odiar.

La gestión de la I+D+i en la Universidad sigue siendo de risa. Recuerdo el caso de una universidad que prohibió que, hasta pasados 4 años, una spin off patentara un sistema electrónico. Se creerían que en 4 años la tecnología no evolucionaría. Un modelo caduco basado en estatutos de la época terciaria y en sistemas retributivos que premian la figura del becario esclavo malpagado, el número de publicaciones (haciendo inútil las patentes) y las investigaciones en consonancia con los dictámenes de los departamentos. ¿Cuántas universidades dan facilidades a los estudiantes para que investiguen por sí mismos, utilizando las infraestructuras universitarias?

Si los que tienen que tomar las decisiones no conocen cómo funciona realmente el sistema, sólo se conseguirán iniciativas que contribuyen positivamente a los indicadores (no a los resultados), políticas que no se adaptan a la realidad, creación de un enrevesado mapa de entidades de asesoramiento/financiación que se pasan la pelota entre ellas, subvenciones que premian lo mediocre, planes de I+D+i en base a objetivos poco realistas e inalcanzables (como los Objetivos de Lisboa), una legislación que enlentece la innovación (adiós al Time to Market), proyectos de millones de euros para que las grandes empresas sean aún más grandes...

Un desastre que no parece que vaya a mejorar en un futuro cercano, con lo que España seguirá a la cola europea en innovación aunque se aumenten los presupuestos en I+D+i (ojalá esa fuese la solución), seguirá despreciando a sus investigadores, seguirá fracasando en la colaboración Universidad-Empresa, seguirá hartando a las empresas que han apostado por introducir la figura del Gestor de la I+D+i en su estructura, seguirá sin innovar en las AAPP... Y, en definitiva, fracasando en crear un marco adecuado para impulsar que las ideas terminen convirtiéndose en productos/servicios que rompan los mercados, que se creen redes de conocimiento y que se introduzcan innovaciones en gestión y procesos en las organizaciones.


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Mónica Edwards
Monica Edwards Schachter
Mónica Edwards Schachter es investigadora, educadora, consultora, escritora y emprendedora, aunque prefiere definirse como una mujer apasionada por aprender y compartir proyectos para mejorar el mundo. Doctora Cum Laude por la Universidad de Valencia con la tesis doctoral ‘La atención a la situación del mundo en la educación científica’ (2003) y Especialista en Proyectos de Ingeniería e Innovación por la Universidad Politécnica de Valencia (2006). Es Ingeniera en Electrónica, Licenciada en Matemática y Física y posee Diplomas de pos-grado en Gestión del Conocimiento por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (México) y Planificación, Gestión y Evaluación de Proyectos Educativos (Universidad Nacional de Córdoba, Argentina). Con más de 20 años de experiencia en formación y consultoría, ha participado en más de 20 proyectos de investigación a nivel nacional e internacional. Es autora y co-autora de más de un centenar de publicaciones, entre libros, capítulos de libros y artículos en prestigiosas revistas científicas en temas de innovación tecnológica e innovación social, innovación colaborativa, empoderamiento, living-labs, innovación educativa, educación científica y desarrollo y evaluación de competencias, especialmente creatividad, innovación y emprendimiento. Ha recibido seis distinciones literarias en poesía y en 2004 le fue concedido el segundo premio en el Concurso de Ensayo Manuel Castillo (patronato Nord-Sud de la Universidad de Valencia) con la obra “Redes para la Paz”, publicado en 2007 por el Seminario Gallego de Educación para la Paz y la Fundación Cultura de Paz.




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