NEGOCIACIÓN: Blas Lara

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En situaciones concretas y con miembros de la familia, con los amigos, en los negocios, ¿qué actitud de principio mantener? ¿La del perdón, la bondad, la empatía, o la de la firmeza y el despliegue del poder y la fuerza de que se disponga?



Argumento práctico en favor de la estrategia de la bondad: Más se consigue con una gota de miel que con un barril de hiel.
Argumento más metafísico en favor de la estrategia del poder: La ineluctable e inmisericorde ley de lucha en la vida. Como decía Nietzsche haciendo la apología de poder: “Cada vez que encuentro la vida encuentro una voluntad de poder”.
Por convicciones personales, algunos intentamos mantener unas actitudes de principio en nuestras relaciones con los demás. Pero no siempre es fácil ser consecuente con nuestras normas de vida. ¿Pueden tener valor absoluto esas normas?

EFICACIA VERSUS ETICA
¿Qué es más eficaz en las relaciones entre personas, la empatía o la fuerza del poder?
Se dirá con razón: la eficacia es una cosa, la ética otra.
Conocemos personas para las que sola la eficacia cuenta, y hasta puede que nos hayamos cruzado con alguna que otra rara avis para quien de verdad, y no de palabra, sola la ética cuenta.
La pregunta de hoy es si tiene sentido asumir una regla general de vida.
Una tal actitud - de hecho una metaestrategia - es la del Sermón de la Montaña, el mensaje cristiano del amor universal. No el ojo por ojo y el diente por diente, sino ofrecer la otra mejilla al que da una bofetada.
¿La empatía puede ser regla de vida? En nuestro tiempo hemos elevado al estatuto de héroes de ejemplaridad universal a personas como Gandhi, o la Madre Teresa.
En el plano de la teoría, pocos admitirían el poder como regla general de comportamiento. Porque nadie va a considerar como universalmente ejemplares a hombres que han ejercitado el poder como Napoleón, y menos aún a Hitler o a Stalin. Ni siquiera a Henry Ford. Pero cunde mucha hipocresía. Detrás de muchas ventanillas, debajo de muchas togas, uniformes y batas blancas, laten dictadorzuelos en potencia que usan cuanto pueden su particular parcela de poder.

Las formas bastardas del amor
La tan luminosa y limpia noción de amor cristiano y de bondad es como el cristal. Se empaña fácilmente.
No se la debe confundir con las actitudes de paños calientes blanduchas o paternalistas.
La bondad no debe ser un fácil camuflaje para la cobardía. Hay gente que no son malos, porque serlo no está a su alcance. Se necesita un cierto grado de inteligencia y de coraje para jugar a la larga el papel del duro.
La bondad puede también ser un tapujo para la pereza. Una forma barata de no comprometerse con la vida.
(Una curiosidad lingüística: la palabra “pánfilo”, viene del griego “pan” y “filos”, es decir, el que quiere a todo el mundo. La sabiduría popular la ha hecho deslizar semánticamente hasta significar “ el bondadoso bobo”).
Es absolutamente importante dejar bien claro que esas formas bastardas de bondad mal comprendida no permiten avanzar en la vida.
Estoy pensando en el lema americano: “Getting things done”, que las cosas lleguen a hacerse. Cualquiera que haya ejercido responsabilidades en la empresa o en las instituciones públicas, verá de lo que hablo. Una persona responsable no puede permitirse, ni permitir a otros, ni debilidades ni desidia, si se han alcanzar los cometidos razonables en la sociedad y en la empresa. Y hasta en el seno mismo de la familia.
Repetiré yo aquí, como tantos otros, la manoseada cita de Heráclito: “La guerra es el padre de todas cosas “. La creación de nuevas realidades económicas y empresariales requiere espíritu de lucha.
Pero también es cierto que sería impensable una sociedad humana convertida en una jauría de lobos. Como también es éticamente inadmisible la figura de unos pocos lobos en medio de un rebaño de corderos mansos, pasivos o adormilados. Figura que se acerca bastante a la realidad.

Distinguiendo

Bondad y poder, ¿son siempre compaginables en la práctica? ¿Pueden darse juntos en las relaciones entre personas?
Habrá quien responda: en unas circunstancias lo adecuado es la bondad y en otras la fuerza.
Quizás haya que considerar por un lado las negociaciones comerciales o políticas, y por otro las interacciones personales en el círculo familiar y social.
Y habrá tal vez que distinguir también entre la moral del individuo y la moral de las colectividades.

Conclusiones provisionales

• Adoptar como posición de vida la ley cristiana del amor es claramente no pertinente en determinadas ocasiones. Por ejemplo, ante el malintencionado, ante la persona de mala fe. Entonces no sirve el clavel contra el fusil.
• El panorama interior de las empresas y sus redes de relaciones entre colaboradores, nunca han sido tan degradadas y tan tensas como lo son hoy. Muchos piensan que es efecto de la ley de la fuerza predicada por las Escuelas de Business Administration americanas y difundida en la empresa por los consultores del mismo origen.
• Un cierto grado de altruismo es necesario hasta en la empresa, aunque solo sea para facilitar la fluidez de las relaciones, fluidez necesaria para una eficaz colaboración entre empleados.
• En otro plano más radical. Ya se sabe que el amor desinteresado de los padres a los hijos es una precondición indispensable para la continuación de la vida. Para que el planeta tierra siga girando en torno a sí mismo.

Por consiguiente …

• No se puede preconizar o prescribir el amor o la fuerza como reglas de vida universales y con valor absoluto para todo el mundo.
• Nadie tiene derecho a ejercer el poder sin cortapisas. Por el contrario, cada uno tiene derecho a optar por la generosidad sin medida - la más alta elegancia del espíritu- sin que por ello se le tache de imbécil.
• El término empatía me parece más adecuado que el de bondad o amor, porque estos últimos están contaminados.
• La noción de empatía puede más fácilmente entrar en coalición con la de energía, sustituto menos nietzscheano y noción más suave que la de ejercicio del poder.

ELEGANCIA Y JUEGO LIMPIO

Yo estoy por el fair play inglés. Es también una actitud general ante los demás, como la del amor cristiano o la del ejercicio deshinbido del poder. No es un concepto tan radical. Es una posición más moderada, más realista. El “fair play o juego limpio” es un concepto deportivo de la vida en la sociedad. Una forma de aristocracia del espíritu.
El juego limpio excluye la malicia. Pero acepta la obligada competencia al mismo tiempo que exige el respeto a las reglas del juego. Ganar a otro según las reglas es legítimo, incluso en boxeo. Aunque los golpes no sean precisamente manifestaciones de bondad. Pero aplastar sin misericordia al enemigo es “disgusting”, inelegante y por consiguiente inaceptable.
¿Cómo podría alguien no estar de acuerdo con esta noción de juego limpio? Argumentarían algunos que la vida no es un juego. Precisamente lo es en última instancia. La idea de juego conlleva un concepto metafísico de la existencia. Una suerte de cinismo, una relativización de los valores efímeros. Implica un sabio distanciamiento de las cosas, que además es tan útil para jugar racionalmente, sin dejarse llevar por emocionalidades malsanas y contraproductivas para obtener resultados.
El fair play no es incompatible con la empatía. Se compite mientras se juega, pero hay cosas tan serias como la dignidad, el dolor y la miseria de los demás con las que no se puede jugar.
La elegancia espiritual de jugar siempre limpio puede ser un ideal de vida. No tan extremista o utópico como la bondad universal o la lucha sin límites por el poder. Es más moderado, más realista. Más inglés también. Y es que nosotros, los europeos del sur, fácilmente nos revestimos de coraza y casco, y empuñamos la lanza quijotesca para defender las grandes nociones abstractas de justicia, amor del prójimo y caridad. Pero no nos engañemos. Esas sublimes actitudes las guardamos sobre todo para la teoría. Porque los criterios que gobiernan nuestra práctica del cada día no son tan gloriosos. De ahí una esquizofrenia radical en la estructura mental del homo ibericus. Me quedo con un modesto fair play, definitivamente, aunque sea british.


Blas Lara Martes, 6 de Julio 2010 - 19:06


Es triste constatarlo, pero así es. La enseñanza clásica de la negociación está en principio desprovista de toda connotación ética.
Esto es particularmente verdad hablando de la Teoría de juegos, donde, en el intento de modelización matemática de la competición humana, no entra jamás en consideración otra cosa que no sea "la ganancia que Yo puedo obtener siguiendo tal estrategia o tal otra". No interesa in recto lo que el Otro puede perder o los daños de toda clase que para el Otro puede significar una pérdida. Incluso en los juegos cooperativos, la ganancia del Otro me interesa en tanto en cuanto lo que el Otro gane conlleva también una ganancia para mí. Toda la jerga clásica: la filosofía win-win de Ury y Fisher, el efecto de sinergia; o el mantenimiento de una relación permanente con el Otro, con vistas a futuras ganancias.

Dos interrogaciones se nos plantean. La primera y más importante es la incidencia de las restricciones y frenos éticos sobre nuestro comportamiento. La segunda es de orden moral: Cómo escribir, enseñar y construir saber, con inteligencia y sentido de solidaridad humana, sobre temas de negociación e interacción.

Etica y racionalidad
¿Es racional la incorporación de los filtros éticos en el comportamiento?

A lo largo de la evolución de las especies, la autopercepción del propio cuerpo se va amplificando en los animales, hasta la eclosión deslumbrante de la conciencia humana. Con la conciencia aparece también la percepción emocional de los valores éticos. Estos valores vistos como entidades "absolutas" susceptibles de controlar en cada ocasión concreta, positiva y negativamente, la puesta en marcha o el freno de tal o cual programa de comportamiento.

Etica y racionalidad son algo que inhibe, selecciona o depura los comportamientos instintivos. Nace este filtro al nivel de la involución sobre sí mismo y la iluminación que supone en el cerebro la emergencia de la conciencia. En este sentido, la biología se asocia perfectamente a ese concepto amplio de racionalidad que aparece en el sentido kantiano de la obligación moral como praktische Vernunft (razón práctica).

Los reflejos éticos constituyen de nuevo un filtro para el hombre, y para la parte actuante de su cerebro, al mismo título que el de la racionalidad. Pero ¿dónde situar la ética en el cerebro?
Con un sentido más restringida se habla en la Teoría de Juegos (y sus prolongaciones económicas). Es una racionalidad que prescinde de los valores y de la ética. Esta última racionalidad de se inscribe seguramente en esa corriente científica de la independencia absoluta de la ciencia; en la naturaleza absoluta y casi divina del saber como horizonte ilimitable, y en la asunción gratuita de su carácter aséptico y éticamente neutro. En función de estos a priori los físicos desarrollaron primero la teoría y después las bombas nucleares. O los geneticistas entraron en la manipulación genética.

Afortunadamente, nuestra época va tomando conciencia poco a poco de los límites voluntarios que han de ser impuestos al desarrollo de las ciencias de la naturaleza. La cuestión de los límites es probablemente más clara, y desde hace tiempo, en lo que se refiere a las disciplinas de las ciencias humanas. Por dar un ejemplo, ya Max Weber apuntaba que siempre hay un reverso ético en las ciencias económicas.

¿Cómo puede un profesor justificarse moralmente de explicar a sus estudiantes, en el marco de las lecciones de Teoría de la negociación, la manera de convertirse en agresores de los otros, en los verdaderos depredadores?
Una primera y simple respuesta consiste en decirse que no hay que olvidar que los depredadores más o menos solapados existen por todas partes. No es posible vivir en sociedad ignorando la existencia de esa clase de personas. Hay que hablar de sus agresiones, y estudiar sus artilugios y sus maniobras éticamente deshonestas.

Queda sin embargo aún abierta la verdadera cuestión: ¿Es éticamente compatible el jugar a ganar y estar en paz con la propia conciencia?
Enfoquémosla desde tres perspectivas en pugna y en busca de equilibrio.

La energía
El aporte de energía

Ningún principio, ningún prejuicio filosófico justifica el que ignoremos o neguemos la base animal de la especie humana. Hobbes escribió la tantas veces repetida frase (que viene de Plauto) Homo homini lupus (El hombre es un lobo para todo hombre).
Más aún: ciertas formas de bondad no son más que una máscara o artificio para camuflar la propia debilidad. Hay gente que es (o parece) buena porque ni su fuerza ni su inteligencia les permite ser otra cosa.
Al menos cuando las finalidades perseguidas son honorables y dignas - y menos las del adversario- hay que entrar a fondo en el combate. Lo contrario es pereza o es mediocridad.

La ética
La corrección (fairness) con el Otro.

Amor, juego o combate: he aquí tres aspectos del problema. El juego, en lo que tiene de deporte, no está ni más allá ni más acá de la ética. Cae fuera de ella. No se le aplican sus reglas por lo que el juego deportivo tiene de "no verdad", de no serio. Pero no así la guerra o el combate.

Estamos ante un grave problema. Un campo en el que se confrontan todas las morales y sus posiciones diversas. Lo grave es que no podamos encontrar un sólido fundamento de la moral y que no encontremos justificación satisfactoria para un “imperativo categórico” del deber.
No es lo mismo la actitud de Jesús que la de Mahoma o la de Buda. La moral de un Alioscha en Los hermanos Karamazov de Dostoiewski, o de un Francisco de Asís, no tienen nada que ver con el Oráculo Manual de Baltasar Gracián o con El Príncipe de Macchiavelli o con el Contrato social de J.J. Rousseau.

Uno de los debates clásicos giraba en torno a la bondad de los fines y al uso de los medios. ¿El fin justifica los medios? Recuérdese la moral comunista. Y en cuanto a la bondad en los medios, ¿es legítimo que uno se apoye en la imbecilidad del Otro, o como en el jujitsu, en la fuerza, el poder, en la ambición, en los villanos defectos del Otro?
El Otro es también una persona. Y hasta puede que sea una pobre persona. No hay derecho a destruirlo psíquica o materialmente para satisfacer mi ambición por lo superfluo, o para satisfacer la vanidad de haber obtenido una victoria física o intelectual.
Como, en el plano de la competición comercial, y en nombre del sacrosanto liberalismo capitalista, tampoco hay derecho a taparse los ojos ante las personas - como si fueran números- que sufren las consecuencias de las guerras comerciales despiadadas.

Para su estabilidad, para poder seguir adelante, el mundo tiene necesidad del ingrediente de la bondad. Pero también de inteligencia. Sin ellas la Gran Bola no da sus vueltas correctamente. Si nos guiamos solamente por nuestros instintos de depredadores la sociedad se convierte en un infierno. Jesús contra Darwin.
Para el que ve las cosas desde el ángulo de la trascendencia, y no forzosamente desde una fe particular, la obra de Dios sobre la tierra es sembrar el bien, y nosotros debemos ser su prolongación y su instrumento.

La inteligencia
Buenos, sí. Pero no tontos.

Si no hay razón para dejarse ganar por los otros en bondad y generosidad, tampoco para dejarse ganar en inteligencia. Hay una competición que es noble: la del trabajo. Como es noble el compromiso con los grandes ideales sociales y el empeñarse a fondo en batallas sociales por una causa elevada.
Abrir los ojos, saber lo que sucede en torno a sí mismo, estar atento a las astucias de los otros, saberlas interpretar e interceptar, es una forma superior de inteligencia. No hay que resignarse a ser el pichón sobre el que tira cualquiera.
Yo puedo ser muy moral, pero el Otro no siempre lo es. Ni en cuanto persona, ni en sus objetivos, ni en sus tácticas de comportamiento negociador. En esos casos quizás quede justificado el uso de la inteligencia, y hasta quizás el de la fuerza, para defenderse o para alcanzar objetivos elevados.
Las situaciones de interacción humana que se ofrecen a nuestro análisis, presentan una vasta gama de variaciones. La guerra militar es una cosa. La competición comercial o los conflictos de familia, son otra. Por ello, el negociador inteligente se dota de una panoplia de respuestas de un tenor ético en correspondencia con cada tipo de situación.
Hay confrontaciones en las que las dos partes tienen su parte de razón, y los objetivos de los negociadores pueden ser tan honorables los de uno como los de otro. En ese caso, ¿por qué no aceptar la idea misma de una lucha honorable, que se mantenga dentro de un código de moralidad limitado por unas reglas? Es ese el campo de choque de dos inteligencias, con tal de que respeten unas reglas de juego que limiten los riesgos y el daño que se puede infligir al adversario.

¿Cómo conciliar la ética, la energía y la inteligencia?

La integración de las tres dimensiones del comportamiento humano da lugar a un dificilísimo equilibrio entre fuerzas contrapuestas. Es cómoda, sin duda, la visión simplista desde uno solo de los tres enfoques. Pero también es inaceptable.
La ética, la energía y la inteligencia imponen ciertamente barreras y entredichos que no hay que traspasar. ¿Pero dónde se ha de situar el individuo y qué posición ha de tomar en el interior del campo delimitado por esos tres polos? ¿Es una cuestión de "mesotes", (término griego que designa el término medio, equilibrio o prudencia de posiciones intermedias. Como decía el viejo maestro Aristóteles ("Pan metrion, ariston", lo mejor es lo mesurado)? ¿O, por el contrario, la ética es una posición de excelencia o "acrotes" como decía el mismo Aristóteles y apunta el filósofo Nicolai Hartmann?

Penetremos algo más en las contradicciones que la cuestión nos plantea.
¿Los valores que fundamentan la ética pueden ir contra el principio de la supervivencia? ¿Pueden erigirse contra esa ley universal (¿divina?) de la economía general de la organización de lo viviente que impone sobrevivir, tanto la especie como el individuo, gracias a la muerte y la destrucción de otros organismos inferiores?
Por otro lado, los valores son, como decía Max Scheler "objetos intencionales del sentir", fundados en a priori emocionales. En términos más claros, puros sentimientos. El entendimiento es ciego a los valores.
El sentimiento de lo que es bueno y lo que es malo, y hasta el sentimiento estético de la acción noble, ¿podrían ser la sola motivación para abandonar las actitudes egoístas, para sensibilizarnos al mal que infligimos al Otro cuando perseguimos ciegamente nuestros intereses personales?
Un ingrediente de racionalidad comienza ya a aparecer desde el momento en que consideramos la dimensión social de la acción del individuo. El principio de la solidaridad humana es necesario para la estabilidad del mundo y para el bien de la especie, en contra tal vez del bien del individuo. No podemos aceptar la aparente lógica de ese evidente sofisma del capitalismo cuando pretende que hay que competir por ser ricos, porque "haciéndonos ricos hay menos pobres".
Se dan sin embargo con mucha frecuencia formas espurias de ética que son pura cobardía. Son más bien un refugio confortable para los que no se arriesgan participando a la lucha que impone la ley universal de la competición a la que hemos aludido anteriormente.
Como también hay pretextos aparentemente éticos que inducen a algunas personas a actitudes peligrosamente mesiánicas con respecto a los demás. El mesianismo puede ser una variante sutil y refinada de narcisismo, además casi siempre es una autoexaltación totalmente irrealista e infundado.

Las consideraciones que preceden muestran al menos la dificultad de atinar con una posición justa. No podemos tampoco olvidar que la moralidad es una cuestión personal. No porque no existan valores absolutos, que todos debemos respetar, sino porque sería estúpido ignorar el relativismo que impone la evolución de las normas éticas a través de la historia de las culturas.
En suma, ni imperativo categórico, ni siquiera una fundamentación religiosa con carácter universal. Optamos por la búsqueda permanente de una plenitud de sentido con la que llenar cada hora y cada interacción humana. La altura ética de los comportamientos viene de la conformidad con nuestra verdad ontológica de seres sociales, solidarios con nuestros compañeros de viaje sobre la tierra y en el tiempo efímero que vivimos. Lo que induce en la acción del hombre la jerarquía de los valores que nos motivan, una apertura a la trascendencia y esa plenitud de sentido a la vez ético y estético que le dan sabor y sustancia al cada día.


Blas Lara Domingo, 2 de Mayo 2010 - 01:20

Tengo uno de esos pocos amigos del alma con el que hablo por teléfono dos o tres veces por semana. Cada vez que hablamos me cuenta exactamente lo mismo que me había dicho la última vez. Y siempre se toma la precaución de empezar con la misma cantinela: «Esto a lo mejor te lo he contado ya». (¡Vaya si me lo has contado! Doscientas y pico veces). Y después añade un comentario lleno de humor y de filosofía: «¿Ves tú? A mí el Alzheimer no me da miedo. Si me viene el Alzheimer, tanto mejor. Así me olvidaré rápidamente de los malos tragos de cada día. Además, tendré la satisfacción de estar viendo siempre caras nuevas».

A todos nos llega, con los años, la pérdida de memoria. Y a muchos también el miedo a la pavorosa enfermedad de Alzheimer. Dice el Profesor Beaulieu, conocido neurólogo francés (1), que a los 85 años el 50% de las personas padece alguna forma de demencia senil. Si fuera estadísticamente probado, habría razones para tener miedo al envejecimiento.

Pero ahora, una nota positiva. Leí hace unos meses que la aún más conocida bióloga y premio Nobel Rita Levi-Montalcini (2), a sus cien años, andaba por el mundo dando conferencias y diciendo además que su cerebro se conserva como a los veinte años. Tal vez exagere un poco (3).

Supongo que Beaulieu y Rita Levi deben tener cada uno su parte de verdad.
El envejecimiento produce alteraciones en las conexiones entre neuronas, a causa de determinados cambios en la bioquímica del cerebro. Por ejemplo, la disminución de la síntesis de ciertos neurotransmisores como la dopamina.

¿Degradación del cerebro? Sí. Y la Imaginería por Resonancia Magnética muestra claramente las áreas afectadas, de manera notoria en los casos de Alzheimer.
El cerebro necesita mantenimiento. En efecto, el cerebro es como un músculo que sin ejercicio se degrada y que se refuerza con el ejercicio.

¿Qué ejercicio? ¿Los crucigramas y los sudokus? ¿Por qué no? Pero me refiero particularmente a las nuevas terapias cognitivas. ¿En qué consisten? En el mantenimiento de la parte “inteligente” del cerebro. En activar ciertos territorios cerebrales de una determinada manera.

Hablando en términos muy generales, la evolución nos ha dejado una parte encargada de reacciones y respuestas automáticas ante las solicitaciones o agresiones del entorno. (El cerebro que Kessler llamaba reptiliano, y el límbico de Mac Lean y otros).
Pero lo más distintivo de nuestro cerebro humano es su parte “inteligente”, la que crea salidas ante problemas nuevos. Es la parte creativa, particularmente sita en la corteza prefrontal.

¿Cómo realizar esos ejercicios que proponen las nuevas terapias cognitivas?

A causa de su capacidad creativa, única entre las especies, el cerebro humano es como la escena de un gran teatro en el que cabe inventar representaciones de lo real altamente subjetivas, y fabricar escenarios futuros imaginados. Y de esa manera encontrar nuevos caminos de salida para situaciones inéditas, complejas e innovadoras, que desbordan los esquemas automáticos y repetitivos.

Es más que sabido que en las estructuras “hard” nucleares del cerebro, además de la herencia genética, vamos almacenando desde la primera infancia un capital de esquemas cognitivos primitivos y de respuestas automáticas.

Lo que añaden las áreas neocorticales, especialmente la corteza prefrontal, es la elasticidad (resilience), la capacidad de adaptarse, flexibilizarse, encontrando escapes imaginativos a situaciones taponadas para las respuestas automáticas, de alguna manera ya preconfeccionadas.

Evitar el envejecimiento cerebral

¿Es posible regenerar el cerebro destruido? Cuando al entrenador de un equipo de fútbol le expulsan a un jugador, no hay manera de remplazarlo, pero sí de remodelar la estrategia global sobre el campo para recuperar las funciones de ataque o de defensa. Lo mismo sucede con el cerebro. Puede que no existan aún posibilidades de reparación de un territorio cerebral destruido. (Por ahora. Veremos qué sorpresas nos reservan las células madre).

¿Cómo esquivar el envejecimiento cerebral? La plasticidad neuronal hace muchas veces posible la reorganización de las estructuras y la sustitución funcional de la parte destruida, reordenando y densificando las redes existentes.

Reactivando el cerebro inteligente se suplen las funciones deterioradas. Lo que las nuevas terapias cognitivas subrayan es que eso se puede y se debe hacer «de manera intencional y consciente». Hay que quererlo. Con opciones deliberadas.

De manera general, uno de los factores más destructivos es el estrés subsiguiente a la pérdida de integración social. La sociedad arrincona lentamente a los que van envejeciendo.

Pues bien. Se trata de hacer lo contrario. Decretar que el día de hoy va a ser lo más feliz posible. El de hoy, porque el futuro no existe. Mañana será otro día.

Poner la imaginación y el deseo para construir contactos sociales. Reactivar con intensidad los deseos y de ninguna manera ceder al aburrimiento. Poner en marcha la originalidad, buscando vías nuevas. Por ejemplo, las llamadas terapias mediante el arte. (Hacer lo que se pueda: bailar, pintar, componer, escribir). La vida está ahí para ayudarnos. La vida reconstruirá la vida en nosotros. A ver si somos capaces de morirnos vivos. Sí señor.

Un ejemplo entre otros miles y una sugerencia que me permito hacer al lector es la de asomarse al vasto mundo a través de internet y colaborar en sitios web como este mismo que está leyendo. ¿Por qué no crear y participar en foros activos, que nos abran al mundo? El mundo es grande y cada vez más abierto. No vamos a replegarnos ahora que el reloj de la vida nos está dejando cada vez menos tiempo para aprovecharlo.

NOTAS
(1) Inventor de DHEA, el famoso producto farmacéutico para el rejuvenecimiento.
(2) Rita Levi-Montalcini es entre otras cosas, la descubridora de la apoaptosis o programa de la muerte celular y también del factor de crecimiento (NGF) que determina el crecimiento y la diferenciación de fibras y neuronas del sistema periférico. Le valió su Nobel. Ver pássim en internet para más detalles.
(3) El año pasado dio una conferencia en un congreso internacional Edgar Morin, conocido sociólogo y autor francés de 89 años. Habló dos horas sin mirar un papel, cosa que yo, algo más joven, no pude hacer como siguiente conferenciante. Los conferenciantes fuimos después a un restaurante y el profesor Morin comió y bebió como si tuviese treinta años.

Blas Lara Martes, 30 de Marzo 2010 - 23:04

Meditación indolente sobre el “todo fluye” de Heráclito, para calmar el espíritu



Mirando a través de la ventana hacia el lago y la montaña, hago mi ejercicio físico. Pongo un minutero de cocina en marcha. Porque me he prometido una media hora diaria de gimnasia. ¡Lo que me aburre esta gimnasia! Se hace infinito el tiempo, una sucesión de instantes sin sentido. Pensando ya en lo que voy a hacer después.

¡Error! Hay que vivir el instante, y buscarle plenitud y sentido. Gozarlo. El instante es un tiempo para sentir “la casa del ser” (Heidegger). Tiempo para sentirse cuerpo, mi cuerpo. Respirar, ir sintiendo poco a poco los músculos desde la punta de los pies, la cavidad abdominal, la cavidad torácica… Un yoga a mi manera, para llenarse de conciencia de corporeidad y para habitar de lleno en ella.

Borrar todo deseo, todo pensamiento que lleve una referencia al futuro. Llenarse del presente. Por eso, pongo ahora el minutero de cocina para que él se encargue de señalarme el después de los treinta minutos de gimnasia. Por ahora el tiempo presente está vallado por el minutero.

b[El tiempo hecho añicos ]b

El minutero. Oír cómo avanza, inexorablemente, sin repetirse, machacando los segundos, sin piedad por el tiempo, mi tiempo de vida, lo único que realmente poseo. No vuelve nunca atrás. Golpe que da, golpe dado. No se repite, no admite recuperación. Y sigue martilleando mis oídos y mi cerebro sin aportar un gramo de sentido.

No se detiene el minutero. Como el tiempo gobernado por la inexorable carrera de la bola de tierra, a cuyo borde navegamos, y que rueda sobre su órbita a 300 kilómetros por segundo. (Sin contar la rotación, ni los movimientos del sistema solar, ni de la galaxia, ni de la expansión del universo. Pero de nada de eso nos damos cuenta. ¿Movimientos hacia dónde? Tampoco nos importa mucho. Sí que sabemos, y eso nos importa mucho, que mientras la bola avanza sin fin y sin fin, nuestro tiempo biológico se despliega hacia el término inexorable e indeterminado de nuestra carrera).

Nada vuelve atrás. En lo que ahora pienso es en este tiempo. El que el artificio chirriante del minutero rompe en pedazos como un vaso de cristal precioso. Las horas de nuestro tiempo biológico se van desmenuzando en fragmentos vacíos, sin por qué ni sentido.

Ideas parásitas

Sólo las ideas que me fabrica el cerebro llenan de sentido al átomo temporal que es el instante. Mi placer personal, el crear ideas. El mayor. Crear ideas para qué, si no es para compartirlas. Para hacerse la ilusión de ofrecerlas a otros, que leyéndote u oyéndote te regalarán a su vez un fragmento de su vida, de su tiempo, movilizando su cerebro para poner sus ideas en sincronía con las tuyas. (¡Pero mi cerebro no puede aceptar sino sensaciones!¡Tengo que aprender a desterrar todas las ideas durante esta media hora de ejercicio!).

Ritmar el tiempo

Espacio vacío que voy modulando con la aritmética del ritmo. Sólo los ritmos pegan los pedazos del tiempo roto en añicos. Sin pensar en nada, el ritmo militar, con su aritmética, uno-dos-tres, polariza y reorienta las limaduras del tiempo. Da sentido al ir viviendo. Curiosa manera de recomponer el tiempo en una aparente estulticia. De ello se dieron cuenta los militares para descerebrar los soldados en los desfiles. Imponerle ritmos al cerebro. Es una curiosa manera, pero útil, para desviar la atención de la fatiga y el dolor físico. Y para vencer el insomnio. Imponer ritmos a la vida, y a sus días, sirve para amueblar el vacío de nuestras existencias. Que se lo pregunten a los empleados de una empresa. O a Kant. Ritmar los días es buen consejo para jubilados en lucha con el ectoplasma del tiempo.

Pero, además, están ahí los ritmos musicales, que también agregan los pedacitos de tiempo. El ritmo musical acapara nuestra biología entera, aborda los arcanos del sistema límbico y lo enciende con los sentimientos. Y de ahí se derrama el ritmo en catarata por el soma entero, del corazón a los riñones.

La música es esa pretensión, probablemente, seguramente, pretensión ilusoria de orden total y de belleza y de armonía. Una de nuestras búsquedas fundamentales. Tanto es así que en los ritmos musicales ahogamos muchos pesares profundos y ansiedades del alma.

El tiempo, nuestra sustancia, se desgrana sin conmiseración. Por momentos, el fogonazo de una idea moviliza grupos de neuronas, los sentimientos se encienden y los ritmos recomponen nuestros relojes biológicos, dando sentidos instantáneos y fragmentarios a la ciega y rápida carrera del vivir.


Blas Lara Martes, 30 de Marzo 2010 - 01:15

En la teoría y en la vida, todo juego social es injusto desde el momento en que se constata un exagerado desequilibrio de poder entre los jugadores o actores. ¿Cómo podría ser justo obligar un niño de cinco años a enfrentarse con una persona mayor? En muchas ocasiones, un enfermo grave entra en un hospital tan indefenso como un niño de cinco años, y tiene que confrontarse a ciegas contra una burocracia incomprensible, y contra los abusos y faltas de profesionalismo del personal


El hospital: la entrada de un enfermo en una mecánica fatal

Para algunos enfermos que sufren de una enfermedad grave, y quizás de diagnóstico difícil, entrar en un hospital es entrar en un dédalo kafkiano en el que se pierden, porque nada comprenden de él. Tienen que declinar en la puerta de entrada del hospital sus capacidades de análisis lógico y, lo que es peor, su autonomía.

El enfermo se va a encontrar con personal de diferentes categorías, y con servicios cuyas competencias no son claras ni evidentes para el recién llegado. Además, se le requiere confianza ciega y absoluta tal como no se pide en ninguna otra institución de la sociedad, si no es quizás en el ejército, y supongo que en los monasterios de monjas de corte decimonónico.

Gigantescos hospitales donde además te invade una terrible impresión de taylorismo deshumanizado e irresponsable de gran fábrica. "Una macchina infernale". Soledad, desatención, faltas de coordinación, improvisaciones,… (Y ¡qué precios!, aunque los pague el seguro).

Los hospitales modernos tienden a ser una empresa como cualquier otra. Pero con dos diferencias mayores. La empresa está organizada no para la gloria y el confort de la dirección, sino para ofrecer al cliente los productos y servicios de la mejor calidad. Si así fuera también en los hospitales, habría que organizar la “producción” en torno a los enfermos y para su mejor servicio. Y no en torno a la mayor comodidad del personal médico y paramédico. Prueba de ello son las intolerables esperas de los enfermos, frecuentemente fútiles e injustificadas, como es tan fácil de comprobar en el funcionamiento diario de la máquina hospitalaria.

La segunda gran diferencia del hospital con la empresa es el enorme despilfarro del dinero público y la falta del sentido de la gestión económica de los recursos materiales y humanos que se constata en los hospitales.

Abusos y desviaciones en la relación con el personal

Indefenso se encuentra también ante el personal. Ante los descuidos, las faltas profesionales de personas, las evidentes faltas de coordinación entre ellas. Puede haber errores y los hay, pero de una cierta manera son más comprensibles que las improvisaciones, las contradicciones, la sensación de arbitrariedad sin inhibición ninguna.

Permítaseme, en honor a la verdad, recordar la extraordinaria dedicación, sensibilidad y competencia de algún personal. Pero eso no nos puede hace olvidar los abusos del poder y el tan extendido contagio del autoritarismo.

No desearía caer en la generalización injusta y simplista. Es difícil hablar con ponderación sobre este tema, y es penoso, porque entre el personal de salud, vuelvo a decirlo, hay profesionales excelentes y hasta heroicos, que son un ejemplo para la humanidad. Aunque, por otra parte, son raros los médicos, aún los excelentes, que no ceden a la tentación de defensa corporativista cuando advierten comportamientos menos encomiables de un compañero. Pero lo que de verdad me importa son los silencios de los enfermos, y sus miedos a la inatención y al desinterés como represalias. Miedos que en muchas ocasiones son probablemente infundados.

Se viene al hospital para recuperar la salud. Y cuando de él se sale con la salud, agradecido y contento, se olvidan las muchas trasgresiones a las reglas más elementales del respeto a la persona que se han sufrido como si fuera un mal necesario. Que no lo es. El médico no debe ocuparse del enfermo como si fuera un mecánico que tiene entre sus manos un coche, un “objeto técnico” sin sensibilidad, ni inteligencia, ni capacidad crítica, ni dignidad personal. El paciente tiene derecho a que se respete su capacidad lógica.

No hablamos aquí de la curación, que se conseguirá o no, y que es, bien entendido, el objetivo primero y evidente de la consulta.

Hablamos del juego social de interacción entre dos personas de dignidad comparable e igualmente respetables.

Y hablaré de tres amenazas para el ejercicio de la profesión médica: el abuso del Poder, el abuso del Tiempo, la atracción del Dinero.

Los abusos de poder

En la interrelación médico-enfermo se da un desequilibrio de poder cuyas razones principales son:

1. El inmenso poder del médico, casi de vida y muerte, agrandado seguramente por la imaginación del enfermo, que además extiende ese poder al personal hospitalario sin claras distinciones. Un poder que, en situaciones graves, es reforzado intensamente por el miedo al dolor y a la muerte, la emoción más intensa que el cerebro humano puede experimentar.

2. El desequilibrio normal de conocimientos teóricos en el campo de la medicina entre médico y paciente. El médico padece la casi irresistible tentación de arrogancia, de una manera como se ve en muy pocas otras profesiones. Alguno que otro llega a confundir su superioridad en el campo preciso de su competencia, con una superioridad personal en todos los dominios. La impenetrable alambrada del vocabulario técnico y el misterio de que está rodeado el saber médico, agrandan la distancia entre paciente y médico, desequilibrando tremendamente la relación de poder. En esas condiciones, el juego es desequilibrado ya de principio.

Manifestaciones del abuso de poder

1. El desequilibrio de poder se manifiesta de manera muy común en las técnicas y maneras del uso y abuso del control de la comunicación en la interacción médico paciente, en particular en la consulta. (Recordar al respecto, por ejemplo, la Teoría de la comunicación de la Escuela de Palo Alto). No es raro que el médico viole las reglas más elementales de ética que gobiernan los procesos de comunicación con el Otro (1). Ejemplos: cortar la palabra, no escuchar, no admitir la puesta en duda de sus posiciones, etc. Con tales prácticas abusivas, el juego de por sí desequilibrado tiende ya a ser injusto.

2. La dificultad de admitir por parte del médico el concepto más moderno de partnership con el enfermo para la resolución conjunta del problema que es la enfermedad. No todos aceptan con agrado que su paciente se haya informado antes en internet o en la literatura médica sobre sus problemas. (2)

3. Las dificultades de algunos médicos para admitir sus propias limitaciones y fallos, especialmente para canalizar prontamente al enfermo hacia otros profesionales más especializados. (Con el falso pretexto de la confianza del paciente se favorece su curación).

Los abusos del Tiempo

Otra de las manifestaciones más corrientes del carácter sesgado de la interacción médico-enfermo es el abuso del tiempo del paciente. Que lo admitan o no los médicos, el paciente es un cliente con el que se ha cerrado un contrato económico, según el cual, el médico le vende tiempo, - ya que no siempre está a su alcance venderle la salud. Por el contrario, el tiempo del paciente ni se valora ni se respeta. En algún momento hay que denunciar esta asimetría inaceptable.

La atracción por el Dinero corrompe la vocación humanitaria

Hay mucha hipocresía en lo que toca al dinero.

El tablero que sigue corresponde a un sondeo realizado entre estudiantes de los últimos años de carrera de diferentes Facultades, en una Universidad centroeuropea. A partir de una encuesta, se ha realizado un Análisis Factorial en Componentes Principales. Dada la talla y la escasa representatividad de la muestra, estos resultados tienen un valor científico muy limitado. Hechas esta salvedad, es curioso notar, entre otras cosas, que el interés de los estudiantes de Medicina por el dinero es casi tan alto como el de los estudiantes de Ciencias Empresariales.

Pesos medios de las motivaciones (sobre los ejes principales).
Blas Lara Miércoles, 3 de Marzo 2010 - 16:08

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Blas Lara
Blas Lara
Actividades profesionales ejercidas: Catedrático de la universidad de Lausanne, Jefe del departamento de Informática, Investigación Operativa y Estadística de Nestlé (Vevey). Libros principales: The boundaries of Machine Intelligence; La decisión, un problema contemporáneo; Negociar y gestionar conflictos.

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