LA ODISEA DE SHACKLETON: Javier Cacho




Blog de Tendencias21 sobre su legendaria expedición a la Antártida

12 de marzo de 1915
Cualquiera podría pensar que en un barco completamente rodeado de hielos los científicos no tendrían nada que hacer. Pues no es así: no paran de descubrir cosas sorprendentes como un agujero en el hielo de ocho metros de diámetro hecho por una ballena para respirar.


El impacto tuvo que ser tremendo para arrojar en todas direcciones bloques de hielo de varias toneladas de peso
El impacto tuvo que ser tremendo para arrojar en todas direcciones bloques de hielo de varias toneladas de peso
Cuando nos quedamos encerrados todos nos compadecimos de Wordie, el geólogo de la expedición. Lejos como estábamos del continente, y por lo tanto de las montañas y rocas que podrían asomar del hielo, creíamos que poco tendría que hacer. Sin embargo no ha parado de encontrar muestras geológicas y eso que estamos a más de 100 kilómetros de la costa. ¿A que no sabéis de dónde?

Pues unas de los estómagos de los pingüinos. Puesto que cazamos muchos por su carne y su grasa, al despiezarlos el cocinero se los entrega a Wordie que los observa amorosamente entre las manos como si fueran diamantes. Otras proceden del fondo marino y se los ha conseguido el biólogo Clark cuando hace sondeos con la red de arrastre.

Y por último, el otro día Wordie y Worsley, que estaban dando un paseo, encontraron unos guijarros, un trozo de musgo, una concha de bivalvo perfecta en uno de los témpanos de los alrededores del Endurance. Ése día llegaron al barco orgullosos con su tesoro que no dejaron de enseñar a todo el que se ponía en su camino.

Ese tipo de paseos, a los que el capitán Worsley es muy aficionado, siempre dan motivos de conversación. Hace unos días encontraron un agujero en el hielo de unos ocho metros de diámetros. Todo parecía indicar que lo había hecho una ballena para poder sacar la cabeza y respirar.

El impacto tuvo que ser tremendo puesto que el hielo tenía un metro de espesor, y había lanzado en todas direcciones bloques de hielo que podrían pesar varias toneladas.
Un cabezazo memorable.

9 de marzo de 1915
Desde que salimos de Buenos Aires el Endurance ha tenido una especie de “overbooking”. Pero incluso en un barco en la Antártida se puede aumentar la capacidad, aunque para eso hay que contar con un buen carpintero. Y nosotros lo tenemos.


El fotógrafo Hurley y uno de los médicos Macklin saboreando su nuevo hogar
El fotógrafo Hurley y uno de los médicos Macklin saboreando su nuevo hogar
Puesto que el barco sólo pretendía llevar al equipo de la expedición Transantártica hasta el continente, llevaba un número de personas superior al que cabía en los camarotes, lo que obligaba a que, durante el viaje, los expedicionarios tuvieran que dormir en la cámara de oficiales, que situada en el castillo de proa es bastante fría.

Sin embargo, como ahora vamos a tener que pasar todos juntos en el barco un buen número de meses, Shackleton ha decidido aumentar la superficie aprovechable del barco, dotándole de más camarotes. Para eso, después de consultar con el capitán y con el carpintero del barco, McNish, se ha decidido utilizar la antigua zona de almacenaje entre la cubierta, que es mucho más cálida, para aumentar la superficie de habitabilidad.

Durante un par de semanas, McNish, al que todos conocemos como Chippy, ha estado trabajando duro en la ampliación. El resultado son seis camarotes de distinto tamaño. La mayor parte sólo tienen un par de metros largo por metro y medio de ancho, que se cierran con cortinas para dar un poco de intimidad, donde se alojarán dos personas.

Sin embargo, uno de ellos es mucho mayor, aunque en este caso servirá para cuatro.
La inauguración va a ser mañana, pero los futuros inquilinos se han apresurado a bautizarles con nombres bastante irónicos: Unos los llaman “El charco”, otros “El fondeadero”,  Cheetham y McNish le han llamado “El  descanso de los marineros”… y al conjunto -nada más, y nada menos- que “El Ritz”.

Como se ve, buen humor no nos falta.

Alexander V. O'Hara

5 de marzo de 1915
Todos los lectores de mi periódico Diario Crítica saben que los iglúes son las viviendas semiesféricas construidas de bloques de hielo en que, durante el invierno, habitan los esquimales. Por eso, seguro que se preguntarán que hacemos rodeados de iglúes.


Con unos trozos de hielo y buena voluntad enseguida construimos iglúes para los perros
Con unos trozos de hielo y buena voluntad enseguida construimos iglúes para los perros
Como mis lectores saben, cuando se descubrió la Antártida los exploradores esperaban encontrar pueblos autóctonos acostumbrados a vivir en este frío. Al igual que en el Ártico se habían encontrado poblaciones de esquimales. Hoy ya nadie espera hallar gente en la Antártida, y los iglúes que nos rodean los hemos construido nosotros… para los perros.

Pues sí, hasta ahora hemos tenido a los perros en cubierta, pero con vistas a los largos meses de invierno que tenemos por delante, es mejor disponer del mayor espacio posible. Por lo que Worsley decidió construir para ellos casas individuales, dado que el pasatiempos favorito de estos animales es enzarzarse en peleas lo más sangrientas posibles.

Estos pequeños edificios se construyeron con trozos de hielo y algunos trozos de madera o pieles de foca congeladas. Luego se restregó nieve por las junturas para que sellasen y, finalmente, se tiró agua por encima, que inmediatamente se congeló, y que hizo que la estructura quedase firme y sólida.

Como habíamos observado que algunos perros sufrían al dormir sobre la nieve, dado que el calor de sus cuerpos se fundía la nieve, y ésta se congelaba transformándose en hielo. En un alarde de sofisticación les pusimos colchones en el interior, hechos con bolsas llenas de paja.

Curiosamente, pese a estas “comodidades”, los perros prefieren dormir fuera a meterse dentro de su iglú, cosa que sólo hace cuando el tiempo es realmente infernal.

Todavía quedaba un detalle. Dado que tenemos que tener a los perros continuamente encadenados para que no alcancen al que tienen más próximo ¿dónde fijar la cadena? En el barco era muy sencillo, habíamos puesto argollas a la estructura, pero qué podíamos hacer aquí.

La solución no ha podido ser más sencilla: se entierra el extremo de la cadena unos 20 centímetros en la nieve, se presiona con algunos trozos de hielo y, a continuación, se le echa agua que en unos minutos se congela y queda un agarre que no hay perro que lo suelte. ¿Ingenioso, no? 

2 de marzo de 1915
En la Antártida el tiempo cambia tan rápidamente que una placida excursión para abastecernos de focas se puede convertir en una trampa mortal si no estás preparado.


Las partículas de nieve volaban a tal velocidad que cuanto te impactaban en la cara se clavaban como agujas
Las partículas de nieve volaban a tal velocidad que cuanto te impactaban en la cara se clavaban como agujas
El mes de marzo ha comenzado con un fuerte vendaval del noroeste y una bajada de las temperaturas que han alcanzado los 22ºC grados bajo cero. Todo ha sucedido tan rápidamente que a punto hemos estado de tener una desgracia. Ayer por la mañana salió un grupo a cazar. El tiempo era bueno y nada hacía prever que fuese a cambiar en pocas horas.

La cacería fue bien y pronto había abatido cinco focas de Weddell y dos cangrejeras. Aquello era suficiente y, afortunadamente, decidieron cargar los trineos con las focas y regresar al Endurance. Pero a punto estuvieron de no lograrlo, mientras los hombres arrastraban los trineos de vuelta estalló se levantó una ventisca que levantaba la nieve y la proyectaba con una virulencia que muchos no habían podido ni imaginar.

El retorno se convirtió en una odisea, tanto para los del buque, que aterrorizados trataban de vislumbrar a sus compañeros en la tempestad, como los cazadores que tuvieron que abandonar  los trineos cargados con su preciado botín para salvar algo todavía más importante: sus vidas.

El susto fue mayúsculo para todos, aunque la alegría de recibirles a bordo, con las bromas características de estos momentos, nos hizo olvidarnos inmediatamente el mal rato pasado. A todos no. Vi como Shackleton llamaba al capitán Worsley e intercambiaban unas palabras.

Poco después, Worsley prohibió que nadie abandonase el barco sin autorización previa. En un barco nadie contradice las órdenes del capitán, pero en este caso mucho menos. Menos mal que entre los cazadores estaba Frank Wild que, en cuanto vio que la cosa se ponía fea, ordeno dejar los trineos y regresar al barco.

26 de febrero de 1915
Hemos hecho todo lo que hemos podido, pero el verano ha sido mucho más corto que lo esperado y los fríos han terminado por congelar el mar. No cabía otra más que aceptar nuestro destino.


Aquí pasaremos el invierno
Aquí pasaremos el invierno
Hasta hoy había flotado en nuestros ánimos la esperanza de que se abriese una vía de agua en esta costra de hielo que nos atrapa. Que pudiésemos escapar a su través y dirigirnos a esa costa que tenemos a la vista, donde todavía estábamos a tiempo de montar la base y que el barco regresase a la civilización.

La verdad es que poco a poco, y más cuando los últimos intentos de escapar han fracasado, nos hemos ido haciendo a la idea de que tendríamos que pasar el invierno todos juntos en el barco. Pero hoy hemos puesto “oficialmente” fin a nuestros sueños. Shackleton ha dado la orden de cambiar los horarios. A partir de ahora todos los hombres trabajarán durante el día y dormirán por la noche, es decir se ha terminado ese agotador turno de guardias de un barco cuando está navegando. Nos hemos convertido en “una estación de invierno” como la ha llamado Shackleton.

Lógicamente ha sido él quien ha reunido a la tripulación y nos ha comunicado su decisión. Ha tenido que ser un duro trago para él, puesto que desde que el barco quedó atrapado por los hielos, su optimismo y convencimiento –al compararlo con lo ocurrido en sus otras expediciones- nos alentaba la esperanza.

Sin embargo, lo ha comentado con naturalidad. No le ha quitado importancia, pero tampoco ha hecho un drama de la situación. Y su ha sonado firme cuando ha explicado que cuando llegue la primavera y el barco se libere, pondremos proa a la bahía  Vahsel  o a cualquier otro lugar de desembarco adecuado.

Después de la conversación que tuvo yo con él hace unos días, no creo que piense que eso sea muy posible, pero entiendo que quiera mantener en alta la moral de su tripulación.

En mi próxima crónica les contaré cómo se siente en el barco ese invierno que se aproxima. No puedo ocultar que la situación es psicológicamente muy delicada. Mientras que los expedicionarios se habían preparado para pasar un par de inviernos fuera de sus casas, el resto –entre los que me incluyo- pensaba estar de regreso a la civilización en unos meses.

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Editor del Blog
Javier Cacho
Eduardo Martínez de la Fe
Javier Cacho es científico y escritor especializado en historia de la exploración polar.
Fue miembro de la Primera Expedición Científica Española a la Antártida, a donde regresó en otras cinco ocasiones, las últimas como jefe de la base antártica Juan Carlos I. Recientemente ha publicado “Amundsen-Scott, duelo en la Antártida” (2011), y “Shackleton, el indomable” (2013). En el blog, recrea la expedición de Shackleton a través de un periodista imaginario, Alexander Vera O’Hara.


La obra definitiva sobre la odisea de Shackleton. No te la pierdas.


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