LA ODISEA DE SHACKLETON: Javier Cacho




Blog de Tendencias21 sobre su legendaria expedición a la Antártida

10 de febrero de 1915
Es normal que uno tenga ideas raras sobre lo que no conoce. Por eso, estoy seguro de que mis lectores se sorprenderían si pudiesen ver el ambiente que hay en el Endurance.


Uno de los camarotes de los científicos
Uno de los camarotes de los científicos
Cuando uno se encuentra en un lugar aislado con mucho tiempo para pensar, como me está ocurriendo ahora a mí mismo, se le ocurren las ideas más peregrinas. Precisamente esta mañana pensaba en qué responderían los lectores del periódico para el que estoy escribiendo estas crónicas, el Diario Crítica de Buenos Aires, si les preguntara su opinión sobre cómo sería el ambiente en una expedición a la Antártida.

Tengo la seguridad de que muchos pensarían que esto sería como un monasterio de clausura. En cierto modo tendrían razón, puesto que hay un cierto parecido, porque aquí ni hay mujeres, ni podemos salir para ir al pueblo más cercano a tomar una cerveza.

Otros pensarían que esto está lleno de científicos estirados y aburridos que, encerrados en sus camarotes, sólo piensan en leer gruesos libros académicos y en escribir ininteligibles textos.
O de marineros ceñudos, de torva mirada, que pasan las horas fumando en silencio mientras rumian sus recuerdos de tiempos mejores.

Nada más parecido a la realidad. No sé si otros científicos serán engreídos y reservados, pero estos son cercanos y siempre están dispuestos a explicar, en las palabras más sencillas, sus investigaciones a todo el que se lo pregunta. Y en cuanto a la tripulación, no sé si es que el ejemplo de Shackleton, siempre alegre y dispuesto a contar historias les ha contagiado, o es que eligió a personas dispuestas a disfrutar de lo que están haciendo. Pero aquí todos están dispuestos a disfrutar, hasta con lo más absurdo.

Y, si no se lo creen, esperen a mi siguiente crónica en que les demostraré que unas buenas risotadas puede romper el más duro de los hielos.

8 de febrero de 1915
La situación sigue igual. El hielo se rompe y se abre, pero o son pasajes muy estrechos o se cierra antes de que podamos ponernos en movimiento. Tenemos que armarnos de paciencia.


Las nevadas y el frío han soldado la placa de hielo
Las nevadas y el frío han soldado la placa de hielo


Tengo que reconocer que me admira la combinación de paciencia y sangre fría de algunos de mis compañeros, entre los que sobresale especialmente Shackleton, Los días pasan y el hielo que nos rodea no parece que se vaya a romper y, cada día, el invierno se acerca un poco más.
Desde mi anterior crónica la placa de hielo se ha abierto y cerrado en varias ocasiones. Hace dos días tuvimos la mejor ocasión al abrirse una grieta desde la proa del Endurance hasta el canal que había más adelante. Shackleton mandó poner en marcha las calderas, pero el conseguir potencia en el vapor lleva su tiempo y antes de poder comenzar a movernos la grieta se había cerrado.
Cada uno de estos episodios se viven con intensidad. Todos somos conscientes de nuestra situación y nos reconcome el tener que ser espectadores pasivos. Dado que no podemos hacer nada más que esperar.
Para complicar más las cosas estos días hemos tenido una copiosa nevada que ha durado un par de días, a lo que ha seguido un descenso de las temperaturas que han aproximado a los 20ºC bajo cero. Lo que ha soldado todavía todas las fisuras de la placa de hielo que nos rodea.
Pese a todo, los científicos siguen con sus trabajos y los sondeos de los últimos días han encontrados hielo glaciar a unos 1.000 metros de profundidad. Mientras la corriente nos sigue derivando hacia el Suroeste, lo que es bueno. Ayer la posición era 76º 57’ de latitud S y  35º 7’ de longitud Oeste.

Alexander V. O'Hara

5 de febrero de 1915
No quisiera herir la sensibilidad de mis lectores, pero hemos tenido que cazar varias focas para alimentar a los perros. Además, el descuartizarlas nos ha mantenido ocupados.


Los montículos de hielo permitían a las focas esconderse de los cazadores
Los montículos de hielo permitían a las focas esconderse de los cazadores
Los días pasan con una extraña monotonía. Todos nos animamos repitiendo las palabras de Shackleton de que hasta finales de febrero hay posibilidades de que una tempestad rompa el hielo y podamos continuar. Sin embargo, y aunque no queremos decirlo, tenemos miedo de que esa tempestad que no llegue y el invierno se eche encima.

Mientras tanto, hemos aprovechado estos últimos días para llenar la despensa con carne de foca. Ya habíamos cazado algunas desde que entramos en la banquisa, pero no he querido comentar nada en mis crónicas porque sé que muchos de los lectores del Diario Crítica no se sienten entusiasmados con la muerte a estos animales. Pero es necesario alimentar a los perros.

Así que, puesto que la superficie del hielo que nos rodea está llena de amontonamientos de hielo que no permiten ver a más de un centenar de metros, se no ha ocurrido que alguien con buenos prismáticos se instala en el nido de cuervo, y desde allí otee los alrededores. Cada vez que localiza una foca, en silencio y sirviéndose de un sistema de señales, indica el camino a los cazadores.

En un sólo día se han cazado cuatro focas cangrejeras y tres de Weddell, lo que supone más de una tonelada de carne para los perros. Puede parecer mucho, pero no se pueden imaginar cómo comen 69 perros, y eso que los cachorros que nacieron hace unas semanas todavía los alimenta su madre.

Podríamos haber cazado un par de focas más, pero Shackleton, el Jefe como aquí le llaman, se negó a que fueran a por ellas. Dado que el hielo que había entre medias no ofrecía muchas garantías y temía que se pudieran caerse en una grieta. En cualquier caso, estuvimos bastante ocupados trasladando en los trineos por aquella superficie los cuerpos de unos animales, puesto que algunos pesaban casi 200 kilogramos y estaban a más de 3 kilómetros de distancia.

Alexander V. O'Hara

2 de febrero de 1915
Después de preparar una antena gigantesca que colgaba de los mástiles, no fue posible recibir las emisiones de radio procedentes de las Malvinas.


La antena se sujetó a la parte más alta de los mástiles
La antena se sujetó a la parte más alta de los mástiles
Nos encontramos a 3.000 kilómetros de las islas Malvinas, donde está instalado el emisor que todos los primeros días de mes nos va a enviar señales de radio, en código Morse, con información sobre el pronostico meteorológico, la situación del hielo y –como les decía en mi última crónica- referencias para ajustar nuestros cronómetros.

Puesto que la distancia es tan grande, Shackleton ordenó a  Hudson, el oficial de derrota, que junto con uno de los científicos, James, se las ingeniaran para aumentar la capacidad de recepción del equipo. Para ello añadieron más de 55 metros de alambre a la antena, lo colgaron de los mástiles y soldaron todas las conexiones para disminuir los ruidos y mejorar la recepción.

Cuando llegó la noche un pequeño grupo de hombres nos reunimos alrededor del aparato receptor, que se había instalado en la cámara de oficiales. Cuando se hicieron las 3:20 am,  hora en que se había establecido que realizarían las emisiones, todos guardaron un silencio sepulcral. Pero lo único que se escuchó fueron los chasquidos eléctricos producidos por las interferencias atmosféricas.

Y allí seguimos durante varias horas sin que se pudiese escuchar nada audible, hasta que nuestras cabezas parecían a punto de estallar por aquellos ruidos infernales que salían del radiotelégrafo.

Podría pensarse que el no lograr conectarse con el exterior iba a contribuir al desaliento de la tripulación, pero no fue así. Todos ellos, acostumbrados a surcar los mares durante meses sin poder comunicarse con tierra, no confiaban en absoluto en aquel invento moderno que, como comentaban algunos, de poco le había servido al Titanic. Por lo que recibieron la noticia simplemente como una confirmación de algo que ellos ya sabían que iba a suceder.

Alexander V. O'Hara

31 de enero de 1915
Los técnicos en equipos electromagnéticos se han pasado el día preparando una inmensa antena que nos permita captar las emisiones de radio de Malvinas.


Reginal James, a la izquierda, ajustando uno de sus equipos para la recepción de la radio.
Reginal James, a la izquierda, ajustando uno de sus equipos para la recepción de la radio.
Hace unos días, Shackleton me fue refiriendo, para que se lo trasladase a los lectores de nuestro periódico bonaerense, Diario Crítica, las diferentes innovaciones que incorpora nuestra expedición. Desde las nuevas raciones de comida para las marchas, preparadas desde un punto de vista nutricional por los mejores expertos universitarios, al nuevo modelo de trineo motorizado diseñado por Orde-Lees.

Entre ellas hizo referencia al aparato de radio que incorpora el Endurance. Por supuesto me hizo especial hincapié en que únicamente se trata de un equipo de recepción y eso dio lugar a una larga charla en la que también intervino Reginal James, el joven físico que se encarga del equipamiento geomagnético de la expedición.

Estuvimos charlando durante horas sobre la importancia que la radio va a tener en el futuro del  mundo al facilitar la comunicación entre lugares distantes del planeta. Bien es verdad que por ahora es muy limitada y el Endurance únicamente lleva un receptor, porque para poder transmitir con la potencia suficiente para llegar a Malvinas, hubiera sido necesario un equipo carísimo, complejísimo de operar y que hubiera ocupado medio castillo de proa.

Precisamente hoy se ha preparado todo para poder recibir las emisiones que, cada primer día de mes, está previsto que realicen desde las Malvinas. En las que nos informarían de las condiciones del hielo y del pronóstico meteorológico para la zona del mar de Weddell y, más importante todavía, nos mandarían una señal con la que calibrar nuestros cronómetros. Dado que los utilizamos para calcular nuestra posición geográfica (longitud y latitud), y una desviación progresiva en la hora podría acarrear unas consecuencias catastróficas para la expedición.

Mañana les contaré si hemos podido recibir los mensajes de Malvinas.

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Editor del Blog
Javier Cacho
Eduardo Martínez de la Fe
Javier Cacho es científico y escritor especializado en historia de la exploración polar.
Fue miembro de la Primera Expedición Científica Española a la Antártida, a donde regresó en otras cinco ocasiones, las últimas como jefe de la base antártica Juan Carlos I. Recientemente ha publicado “Amundsen-Scott, duelo en la Antártida” (2011), y “Shackleton, el indomable” (2013). En el blog, recrea la expedición de Shackleton a través de un periodista imaginario, Alexander Vera O’Hara.


La obra definitiva sobre la odisea de Shackleton. No te la pierdas.


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