Cambio climático e inseguridad


El ex presidente de EE.UU., Bill Clinton, será recordado por diversas cosas, pero una de ellas es por la frase de "…es la economía, idiota", que utilizó para criticar a Bush padre en campaña electoral. Cambiando la palabra "economía" por "cambio climático" tenemos la respuesta para los que busquen el principal motivo de preocupación actual:
“…es el cambio climático, idiota”…


22/12/2016

MANUEL SANCHEZ GÓMEZ-MERELO

Según la Organización para las Naciones Unidas (ONU), por cambio climático se entiende un “Cambio de clima atribuido directa o indirectamente a la actividad humana que altera la composición de la atmósfera mundial, y que se suma a la variabilidad natural del clima observada durante períodos de tiempo comparables”.


A estas alturas ya se sabe con certeza que no es una hipótesis ni una suposición agorera la gran importancia de la parte del cambio climático atribuible a la actividad humana, y que representa un peligro real de graves consecuencias para los países y sus ciudadanos, y se ha de enfocar como el gran reto ambiental y socioeconómico del siglo XXI.
 
Desde la revolución industrial, los efectos derivados de ese frenético crecimiento se han ido evidenciando de forma paulatina como una lacra, consecuencia directa de nuestro modelo de desarrollo: un cáncer que amenaza con engullir al organismo del que se alimenta. Sufrimos la fiebre, la angustia, la toxicidad y el deterioro orgánico que conlleva, sin que, paradójicamente, alcancemos todavía a percibir que es la más seria amenaza para nuestra sociedad, nuestra civilización y nuestras vidas.
 

Causas del cambio climático

Las causas del cambio climático atribuibles a la actividad humana son variadas, y van desde la contaminación en todas sus formas, especialmente la quema de petróleo, carbón y gas natural, que han causado un aumento del CO2 en la atmósfera creciente y sin precedentes a las emisiones de metano de la ganadería, además de otros gases de efecto invernadero, que producen el consiguiente incremento de la temperatura, desproporcionado desde el comienzo de la era industrial.

La Oficina Meteorológica Mundial (OMM), advertía ya en 2015 que la concentración media de CO2 en la atmósfera superará también globalmente las 400 partículas por millón (ppm), frente a las 278 de hace dos siglos y por encima de los 350 considerada por los científicos como la línea de “seguridad” para evitar un impacto incontrolable en el clima.  

El Acuerdo de París, recientemente ha entrado en vigor, por primera vez concitó el compromiso mundial por “mantener el aumento de las temperaturas por debajo de los 2 grados con respecto a los niveles preindustriales y perseguir los esfuerzos para limitar el aumento a 1,5 grados”, pero siguen siendo muchos los países que no sólo no renuncian a aminorar su velocidad de combustión sino que ni siquiera aceptan dejar de aumentar su velocidad en la loca carrera mundial hacia la nada.
 


Un dato que se desprende del trabajo realizado por la NASA, es que nueve de los diez años más calientes de la historia se registraron en el período 2000-2011, sin que esa cifra haya dejado de aumentar.
 
Los últimos años del siglo XX se caracterizaron por registrar sucesivas temperaturas medias que fueron siempre” las más altas del siglo”.
 
Rachel Kyte, vicepresidente para Desarrollo Sostenible del Banco Mundial anunció en el año 2013, que el costo económico por los desastres naturales que esto conlleva aumentó cuatro veces desde 1980.  

Consecuencias ambientales

Muchas son las consecuencias ambientales que ya se manifiestan a nuestros ojos y corroboran los científicos, pero no son el único peligro porque, frente a ellas se levantan los dramas poblacionales y la peligrosidad que conllevan los movimientos evitativos de quienes los padecen. Se puede representar como una amenazante pinza, que coloca a los seres humanos entre la espada de la fuerza destructiva de sus hogares, sus pueblos y sus familias, y la pared de indiferencia que estrangula su esperanza, condenándoles al peregrinaje en busca del espacio de paz y bienestar prometido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
 
El cambio climático se manifiesta en gran medida a través de su impacto en los recursos hídricos, es decir, catástrofes climáticas, inundaciones y sequías que son cada vez más evidentes en muchas partes del mundo y que amenazan a la vida vegetal, animal y humana y, con ello al propio desarrollo de los países.
 
Una situación que afecta a los países más desfavorecidos de forma especialmente aguda, si bien los países desarrollados también padecen sus efectos.
 
Según cifras de Unicef, más de 4.000 niños menores de 5 años mueren diariamente por causas directas o indirectas derivadas de la falta de acceso al agua potable, es decir, casi un millón y medio al año de muertes evitables, representan la más grave y evitable catástrofe humanitaria.  

Dimensionémoslo para hacernos una idea realista:

Imaginemos que cada noche se llena un campo de fútbol de criaturas tiradas, que agonizan ante los ojos de los espectadores, y que van muriendo lentamente y sin ayuda (una cada veinte segundos), mientras el público impasible aguarda la salida de los jugadores, recién fichados por cantidades astronómicamente superiores a las que salvarían la vida de éstos y de muchos otros millones niños… Sin embargo, con sólo 300 € se podría haber construido un pozo con brocal y abrevadero en cualquiera de sus poblados, recursos que no llegaron a tiempo ni llegarán a ver.
 
En la actualidad, unos 1.800 millones de personas beben agua contaminada por la bacteria e-coli, 2.400 millones carecen de retretes adecuados y casi 1.000 millones defecan al aire libre. No llegan a soñar con un trabajo, un coche o poder pagar la universidad de sus hijos, sino simplemente con agua potable segura y suficiente para satisfacer necesidades tan básicas como su higiene, bebida y alimentación, evitando ser víctimas de la altísima mortalidad por enfermedades infecciosas tan superadas en nuestros mundo desarrollado como la disentería, el dengue, el tifus o el cólera.  


No es de extrañar que esos padres (cualquier padre o madre lo haríamos) emigren para buscar solución a su supervivencia y la de los suyos, y vengan a pedirnos su parte del pastel del progreso. Su miseria es amenaza sobre sus propias vidas y tenaza sobre nuestras conciencias, y sus movimientos por escapar de esa miseria han de contar con nuestra más efectiva ayuda porque, si no lo hacemos por fraternidad y compasión, el cambio climático que torció su destino resecando su tierra y su piel hasta volverla cuero, habrá resecado nuestro corazón hasta volverlo inservible.

Crecimiento de la demanda y los problemas

La agricultura es el principal consumidor de agua y se espera que, en la mayoría de los países su demanda supere al 70 por ciento del consumo actual.



En este sentido, mientras que la población mundial ha aumentado rápidamente hasta más de 7 billones, y estimándose en más de 9 billones para el año 2050, el uso del agua para consumo humano, agrícola, industrial y otros usos se ha sextuplicado.
 
Para adaptar los recursos a este rápido crecimiento poblacional, la producción de alimento tendrá que duplicarse, pero la cantidad de agua y tierra cultivable disponible seguirá siendo la misma o disminuirá.
 
UNICEF nos confirma que los más vulnerables son de nuevo esos casi 160 millones de niños menores de 5 años que, a nivel mundial, viven en zonas de alto riesgo de sequía, sin olvidar que alrededor de 500 millones viven en zonas de frecuentes inundaciones.

El cambio climático y la inseguridad

Podemos concluir que el cambio climático genera una crisis creciente con importantes repercusiones en las economías, la salud y la producción alimentaria, entre otras, y las consecuencias de los efectos de este fenómeno ambiental tendrán incidencia en ámbitos sociales, afectando a los distintos escenarios geopolíticos y geoestratégicos, y representando un problema de seguridad humana y ciudadana de consecuencias aún imprevisibles que afectarán a la sostenibilidad global, que ya se está haciendo patente, sobre todo, a través de migraciones hacia los grandes núcleos urbanos.



El cambio climático suele entenderse como un problema exclusivamente ambiental pero la realidad es que los efectos producidos tienen un impacto significativo, pernicioso e irreversible en todos los ámbitos de desarrollo de la sociedad. Por todo ello, hay que percibirlo como un “generador de peligros” y, por tanto, hablar de nuevos riesgos y amenazas cuyos potenciadores son la pobreza y las desigualdades, la posible debilidad de las instituciones encargadas de la ordenación de los recursos y la solución de los conflictos, las divisiones entre las comunidades y las naciones, así como la falta de acceso suficiente a la información o los recursos, una amenaza real para la seguridad humana y un desafío para la seguridad nacional y la estabilidad internacional.
 
Por sus dimensiones, el cambio climático ha rebasado los círculos científicos para convertirse en una cuestión de preocupación social con alto potencial desestabilizador, y es incuestionable que ha de formar parte del debate político y, consecuentemente, recibir una especial atención y responsabilidad por parte los medios de comunicación.
 
Ya hace tiempo que hemos sido advertidos de que el cambio climático amenaza con provocar una nueva “época de violencia”. Así lo dijo el presidente de la Internacional Socialista (IS), George Papandreou, que predijo que el cambio climático amenaza con desatar una “época de violencia nunca vista” hasta ahora.
 
Igualmente, en la Cumbre del Milenio, fueron destacados como factores amenazantes derivados de esta circunstancia: la persistencia de la pobreza, el hambre y las enfermedades; el rápido crecimiento de los asentamientos urbanos ilegales con viviendas insalubres e infraestructura y servicios inadecuados; las altas tasas de desempleo, especialmente entre los jóvenes; y la escasez cada vez mayor de tierras, agua y otros recursos necesarios para frenar estas nuevas amenazas y riesgos.  

Repercusiones

Con todo ello, el cambio climático tiene y tendrá graves repercusiones para la seguridad humana y ciudadana, específicamente, por:
  La vulnerabilidad que desencadena, pues el cambio climático representa una amenaza para la seguridad alimentaria y la salud humana, y aumenta el grado de exposición de los seres humanos a fenómenos extremos; Las consecuencias para el desarrollo, porque, produce una desaceleración o una reversión del proceso de desarrollo, y aumenta la vulnerabilidad y la incapacidad de los gobiernos para mantener la estabilidad socioeconómica; Las imprevisibles reacciones a la inseguridad ciudadana percibida por el incremento de la migración, sobre todo en las grandes ciudades; Los potenciales conflictos sociales locales o nacionales, derivados de lucha por la escasez de recursos; Los potenciales conflictos internacionales que pueden repercutir en la cooperación internacional.
En cualquier caso, todos los datos indican que el cambio climático provocará una serie de problemas económicos al afectar negativamente al crecimiento y erosionar la base de la gestión de los recursos, con lo que el coste económico puede llegar a ser muy elevado y se abre un escenario de posibles problemas de grandes dimensiones.


Su relación con la seguridad
La combinación de los factores indicados evidencia que el cambio climático amenaza no sólo con incrementar las diferencias sociales y agravar la pobreza sino con desencadenar y propagar múltiples conflictos y, por ello, ha de contemplarse como un problema de seguridad global que podría llegar a afectar a derechos fundamentales en oposición e incrementar los conflictos.
 
En el ámbito de las Naciones Unidas, en 2009, el Secretario General presentó un documento a la Asamblea General de la ONU sobre “El cambio climático y sus posibles repercusiones para la seguridad”, donde se le percibe como un “multiplicador de amenazas” (exacerbando las causas ya existentes de conflictos e inseguridad) y se señalan varios “reductores de amenazas”, es decir condiciones y medidas, políticas e institucionales, que son deseables por sí mismas, pero que también ayudan a disminuir el riesgo de inseguridad relacionado con el clima, aliviando esas tensiones.


En este planteamiento y a este nivel, cabe destacar diversos aspectos que vinculan el cambio climático con la seguridad global y local.
 
La magnitud de determinadas amenazas concretas, la resiliencia y el poder de recuperación de las personas, las comunidades y las sociedades, así como su capacidad de adaptarse efectivamente a esas amenazas, inciden en las repercusiones del cambio climático para la seguridad.
 
Así, un primer aspecto vincula los efectos del cambio climático con las amenazas para el bienestar de las comunidades más vulnerables, especialmente, hacia el desarrollo económico. Desde esta perspectiva, la interrupción de las ayudas o una fuerte desaceleración del crecimiento a causa del propio cambio climático podría entrañar una grave amenaza para la seguridad de los países en desarrollo, además de incrementar la pobreza y la desigualdad.
 
Otro aspecto importante es el que vincula el cambio climático con los cambios en la disponibilidad de recursos naturales y la posibilidad de acceder a éstos, así como con la competencia resultante y las posibles implicaciones territoriales entre países.  

Acciones y tendencias imprescindibles

En primer lugar, y ante todo, han de concienciarse los gobiernos de la necesidad inmediata de intervención eficaz de cara a la eliminación a corto plazo del consumo de combustibles fósiles, potenciando las energías alternativas, el consumo inteligente, el reciclaje y la cultura del bien común y el desarrollo sostenible. Sin este urgente cambio de paradigma no seremos más que palomos ciegos conduciendo un velocísimo tren de locos hacia el abismo.
 
Los científicos ya están de acuerdo en que no hay tiempo que perder, el punto de no retorno está ya encima y sólo atajando las causas podremos ser eficaces en el tratamiento de las consecuencias.
 
Aunque ahora mismo nos despertáramos de la embriaguez suicida que padecemos, ya tendríamos tarea para los próximos mil años pues las acciones del hombre ya han producido un impacto sobre el equilibrio medioambiental suficiente para que tengamos que vérnoslas con catástrofes ciclónicas, contaminación de aire, suelo y agua, nuevas corrientes submarinas, deshielo inusitado de glaciares y zonas polares, desertización galopante, incendios e inundaciones nunca antes vistas en muchas zonas, etc.
 
En este sentido, podemos concluir que estamos ante un problema global que sólo puede afrontarse con soluciones globales, con unos acuerdos mundiales sobre seguridad climática y cooperación entre los distintos países que hoy, más que nunca, es fundamental.
 
En primer lugar, es imprescindible luchar contra la cultura del derroche e introducir en los sistemas educativos la asignatura del consumo inteligente y el bien común, que permita enseñar desde la infancia a valorar el crecimiento responsable.
 
Hay que tomar conciencia y difundir la necesidad de una nueva cultura del agua, del aire y de la tierra, concebirlos como regalos sagrados y no como recursos, y realizar acciones y campañas de sensibilización de amplia visibilidad y compromiso.


Debemos unir esfuerzos para alcanzar un modelo de desarrollo que sea compartido y sostenible, que fomente el equilibrio, la paz y la seguridad entre las naciones, que impulse la cooperación y la solidaridad y que, como consecuencia, aleje los conflictos. En definitiva, un desarrollo humano que se construya sobre un nuevo paradigma basado en cuatro condiciones irreductibles: el bien común, la justicia, la libertad y la seguridad. Sólo desde esa base lograremos el sueño de vivir en un mundo mucho más saludable, sostenible y seguro.