Deslumbrar no es el objetivo; las luces lejanas de la ciudad nada nos cuentan de lo que se cuece en el interior de ella, que es lo importante del conocer.
Tener conciencia no es tener poder, es crear las condiciones para que se ponga de manifiesto el tesoro escondido que nutre e impulsa nuestra capacidad de creación. Es cuidar, en el silencio de su gestación, la obra que nos llama a ser concebida con esmero, dedicación amorosa y respeto hacia el significado que trae para este instante creador.
Dar tiempo a lo que se quiere materializar es respetar el proceso que la hace concebir, nacer, crecer y madurar hasta que ponga de manifiesto su identidad.
Todo edificio construido en función de una fachada está destinado a terminar siendo una ruina. La edificación que permanece es aquella que permite el desarrollo de una vida en su interior. El tamaño y los adornos externos no hablan de sus posibilidades de cobijar, que es su verdadera función.
Los edificios más altos, los que aspiran a tocar el cielo, son los menos habitables y, aunque se vean desde todos los puntos cardinales, no producen deseos de imitación; son elementos solitarios que se alejan sin sombra alguna.
Cuidar lo que somos, descubrir nuestras cualidades, construir la identidad a partir de ellas, buscar el lugar idóneo donde podamos potenciarlas y madurarlas es lo que nos permite definir el lugar que ocupamos en el proyecto colectivo y, dentro de él, reconocer las posibilidades de los otros, también su lugar, junto al enriquecimiento que supone para todos las aportaciones de todas y de todos.
La esencia de lo que somos y la potencia de las cualidades de ese mundo interno que portamos es lo que toca, ya, poner de manifiesto sin condicionantes externos, individual y colectivamente, si queremos seguir evolucionando como individuos plenos, y también como especie y como sociedad.
Es imprescindible, por lo tanto, que la presencia de lo espiritual sea evidenciada como la verdadera fuerza creadora, que salga del anonimato a la que la racionalidad la ha postergado, que seamos rutinariamente conscientes de la trascendencia creadora de todos nuestros actos, que esa rutina diaria se transforme en cultura, llevada a la vida de las aulas, a los talleres, a las industrias y a los servicios; a la política y a la economía y a todo tipo de relaciones. Sólo así, lo invisible se manifiesta y transforma lo visible.
Alicia Montesdeoca
Editado por
Alicia Montesdeoca
Licenciada en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, Alicia Montesdeoca es consultora e investigadora, así como periodista científico. Coeditora de Tendencias21, es responsable asimismo de la sección "La Razón Sensible" de Tendencias21.
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