CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Hoy escribe Antonio Piñero

Seguimos con las razones del perseguidor.

Martin Hengel reconoce también que el relato lucano sobre Pablo como perseguidor de los judeocristianos sufre de otra contradicción, que nosotros hemos ya señalado repetidas veces. A saber, es muy improbable la imagen de unidad que ofrece Lucas de la comunidad judeocristiana primitiva de Jerusalén, reduciendo sus fricciones a meras disputas “sociales” sobre el cuidado de las viudas, y omitiendo las diferencias tanto de lengua (= mentalidad) como sobre todo teológicas, a saber, las discrepancias en torno a la función disminuida de la Ley en la nueva economía de la salvación traída por la muerte de cristianismo en la cruz, así como sobre el papel del Templo como lugar exclusivo de encuentro con Dios, y lugar también obligado para cualquier acción “sacramental” de perdón de los pecados.

Acepta Hengel que las escenas de la división meramente nominal o social de la comunidad cristiana jerusalemita son “escenas ideales”, literarias, redactadas por Lucas, que describe una situación que no se compagina en absoluto con

a) La descripción de las funciones dentro de la comunidad de los siete dirigentes de los “helenistas”, con Esteban a la cabeza, que son de predicación, enseñanza, estudio de las Escrituras y en nada funciones propias de “diáconos”, como los llama Lucas, encargados de tareas meramente sociales. Léase para ello el inicio del capítulo 6 de los Hechos de los apóstoles.

b) La diferencia de lengua materna llevaba a que los oficios religiosos propios de los judeocristianos, fuera del Templo, quizá el primer día de la semana, después del sábado y que consistía en la “fracción del pan” y rezar y leer las Escrituras juntos, se hacía por separado. Los helenistas por un lado y los hebreos, por otro.

c) Con las grandes diferencias teológicas que hubo de haber necesariamente, como hemos ya apuntado (Ley y Templo)

d) Con la gran persecución contra los judeocristianos helenistas de la que se habla en Hch 8,1. Los perseguidores , otros judíos helenistas, pero "ortodoxos, habían matado antes al jefe de los judeocristianos de lengua griega, Esteban, pero a los Doce apóstoles y a los que les seguían no les hicieron nada.

Hengel tiene que aceptar que esta pintura de Lucas, sobre todo d) es muy inverosímil. Hubo de ocurrir que la persecución a los judeocristianos helenistas por parte de los judíos “ortodoxos” –incluidos los de lengua griega, como los miembros de la “sinagoga de los libertos procedentes de Alejandría y de la Cirenaica, la actual Libia”- y luego por Pablo se debió a motivos teológicos muy profundos. Si dejaron al resto de los judeocristianos (“hebreos”) en paz, fue porque su teología sobre Jesús no les parecía tan peligrosa.

Una vez dilucidados, en lo posible, los motivos de la persecución, volvamos, por un momento, de nuevo al tema tratado en nuestra nota del día 07/02/2009, sábado (3-06-L) donde expusimos las razones por las cuales el texto de Gálatas 1,22 (“Personalmente no me conocían las Iglesias de Judea que están en Cristo”) me parece definitivo en contra de una estancia larga, como estudiante, del Pablo precristiano en la capital de Judea, Jerusalén, porque también afecta a la cuestión que ahora estamos tratando:

¿Sería posible mantener que la comunidad a la que Pablo perseguía era la “iglesia madre” de Jerusalén? Y si respondemos que sí, ¿podemos mantener al mismo tiempo que es verdad que “Personalmente no me conocían las iglesias de Judea que están en Cristo?”.

Respondemos:

· Ante todo afirmar que en Gálatas 1,13 (“Pues ya estáis enterados de mi conducta anterior en el judaísmo, cuán encarnizadamente perseguía a la iglesia de Dios y la devastaba”) no se nombra expresamente lugar alguno de persecución.

· Segundo: que no me parece posible que un individuo que sacaba a las gentes de sus casas, las llevaba a juicio, y luego las encerraba en las cárceles (Hch 8,3) en Jerusalén fuera un desconocido más tarde para esos pobres perseguidos en aquella ciudad.

· Tercero: que me parece posible que Pablo –según Hch 9,1- fuera momentáneamente a Jerusalén a ver el sumo sacerdote (no tuvo por qué verlo ninguno de los judeocristianos en esos momentos) para pedirle cartas para luego perseguir a esos judeocristianos en un lugar que –por el motivo que fuese- él conocía muy bien, Damasco, donde –según Lucas- no consiguió consumar persecución alguna:

Dicen los Hechos: “Saulo, respirando todavía amenazas y muertes contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, para que si encontraba algunos seguidores del Camino, hombres o mujeres, los pudiera llevar atados a Jerusalén” (9,1-2).

Lucas da por supuesto que antes hubo persecuciones de Pablo en Jerusalén, al igual que antes Pablo se había formado en la misma ciudad, pero eso es precisamente lo que estamos discutiendo: este punto de vista de Lucas que no nos parece correcto.

Cuarto: que como Gálatas 1 no nombra para nada a Jerusalén, no me parece convincente el argumento de M. Hengel de que Pablo “no dice toda la verdad”. “No nombra a Jerusalén por conveniencia y oculta algunos datos” (p. 278). Este razonamiento me parece muy peligroso y casi alcanza la categoría de “petición de principio”.

Quinto: que es muy plausible que Pablo tampoco llegara a consumar una persecución real en la ciudad de Damasco. Lucas dice que la “conversión” tuvo lugar en el camino, antes de llegar a la ciudad (Hch 9,1; 22,5, 26,12); y es muy improbable que si allí había perseguido Pablo a los fieles fuera luego recibido con los brazos abiertos.

Entonces la pregunta se reduce a lo siguiente: ¿Dónde fue, pues, el lugar de la persecución paulina?

Y la respuesta:

Ateniéndonos a Gál 1,13 (citado más arriba: no nombra lugar alguno) y 1 Corintios 15,9 (“Pues yo soy el último de los apóstoles: indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios”) donde tampoco nombra lugar alguno, la conclusión es: no lo sabemos.

Terminaremos en seguida con este tema del Pablo precristiano. Y cuando lo hagamos, efectuaremos un resumen global de lo dicho.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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Viernes, 13 de Febrero 2009

Notas

Nuevo interés por los HchAp
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Un poco de historia

En la historia de los HchAp tiene una importancia especial el testimonio del patriarca de Constantinopla, Focio (s. IX). Para aliviar los ocios de su hermano durante una campaña militar, escribió una obra enciclopédica conocida bajo el epígrafe de Biblioteca. Consiste en el análisis y resumen de muchas obras tanto clásicas como cristianas. Los distintos capítulos dedicados a las obras antiguas son denominados códices o códigos. El que hace el número 114 lleva como título Viajes de los apóstoles, y resume y explica los cinco primitivos Hechos Apócrifos de los Apóstoles de Pedro, Juan, Andrés, Tomás y Pablo, citados por este orden. La denominación de Viajes (períodoi) es uno de los títulos de los HchAp en competencia con el más corriente de Hechos (práxeis). El epígrafe de Viajes hace referencia a los movimientos geográficos precisos para que los apóstoles pudieran cumplir la orden de Jesús según el texto de Marcos 16,15: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”.

Un detalle sorprendente en la opinión expresa de Focio es la consideración de los HchAp como colección o conjunto, que sería la obra de un solo autor, de nombre Leucio Carino. El dato es la prueba de la creencia de que los HchAp, a pesar de sus muchas diferencias, deben tener más cosas en común. De todos modos, las noticias de Focio indican que dispuso de unos textos distintos de los que ahora conocemos. El juicio y el análisis que aporta sobre esta “colección” no encaja con los Hechos que han llegado hasta nosotros. Por ello, se piensa que o bien analiza unas obras sensiblemente distintas de las que poseemos, o daba una opinión partiendo de criterios personales con bases diferentes.

Focio critica y censura los HchAp tanto por su forma como por su contenido. El estilo de estas obras es, dice, completamente desigual y extraño. Es verdad que el autor emplea a veces expresiones cultivadas, pero con frecuencia se sirve de un lenguaje pedestre. Es una forma de escribir distante de la que usan los escritos evangélicos y apostólicos. Estos libros están además llenos de insensateces (mōrías), contradicciones y oposiciones.

Defiende el autor de los Hechos que uno es el Dios malo del Antiguo Testamento, y otro el bueno del Nuevo que es Cristo. Afirma que el Hijo no se ha encarnado verdaderamente, sino sólo en apariencia. En consecuencia, Jesucristo no fue realmente crucificado, sino que lo fue otro en su lugar. Por eso, Jesús se mofa de los que le crucificaban, pues estaban equivocados. Los HchAp rechazan el matrimonio legítimo y consideran toda generación como obra del demonio. Interpreta la anécdota del retrato, que unos cristianos piadosos le hicieron al apóstol Juan y que el Apóstol rechazaba, como un rechazo a las sagradas imágenes en el sentido de los iconoclastas.

El docto patriarca concluye su informe diciendo que el libro de los Viajes de los Apóstoles, es decir, los cinco primitivos HchAp, son “la fuente y la madre de toda herejía”. Estas afirmaciones tan tajantes y exageradas han hecho pensar en unos textos que no han llegado hasta nosotros. Sin embargo, hemos de reconocer que varios HchAp contienen fragmentos ajenos a los primitivos originales. Esto es evidente en el caso de los Hechos de Juan, citados y condenados en el concilio II de Nicea (a. 787), el que trató precisamente el problema de los iconoclastas. El concilio citó no solamente la escena del retrato de Juan sino otros fragmentos de claro origen gnóstico.

Sin embargo, lo mismo que en otros aspectos de la cultura, fue el Renacimiento el que hizo renacer de olvidos, indiferencias y omisiones los Hechos Apócrifos de los Apóstoles. Pionero de estos estudios fue Jacques Lefèvre d’Étaples a principios del siglo XVI, con sus ediciones de textos apócrifos de índole muy diversa: Actas de los mártires, Hechos, Epístolas, etc. Su actitud de admirador ferviente de la antigüedad le hizo ver en esta literatura obras de indiscutible autoridad.

Un estudio más sereno y reposado de los textos llevó a los especialistas durante los siglos posteriores a posiciones de duda y escepticismo por lo que se refiere al valor doctrinal de los apócrifos, pero al convencimiento de que nos hallamos ante unos textos que pueden servir de testimonio del cristianismo real de los siglos II-III. O como quería el eminente editor del Codex Apocryphus Noui Testamenti, J. A. Fabricius (Hamburgo, 1703. 1719), si estos textos podían servir de escándalo a cierta clase de cristianos, contenían una inapreciable riquezaa para las personas instruidas.

Sobre estos detalles pueden consultarse los artículos siguientes publicados en el volumen Les Actes des Apôtres. Christianisme et monde païen, Ginebra, 1981, de F. Bovon y otros.

Eric Junod, “Actes Apocryphes et hérésie: Le jugement de Photius”, pp. 11-24.
Gérard Poupon, “Les Actes Apocryphes des Aportes de Lefèvre à Fabricius”, pp. 25-47.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro


Jueves, 12 de Febrero 2009


Hoy escribe Antonio Piñero

Nos preguntamos qué pudo llevar a Pablo fariseo a perseguir a los judeocristianos. La respuesta se deduce, por un lado, de leves indicaciones de sus cartas, y por otro de la mentalidad general del fariseísmo de la época, que conocemos por otras vías.

Si Pablo conoció a Jesús en vida, hubo de pensar de él lo que algunos judíos más tarde opinaron del Nazareno, hasta llegar a lo que se afirma en el Talmud [comentario a la Biblia por medio del comentario a las sentencias de los rabinos sobre ella] de Jesús siglos más tarde, entre el V y VII d.C . A saber,

· Que era un engañador, un seductor del pueblo judío que propalaba enseñanzas perversas

· Que era un mesías falso, porque había acabado su vida “colgado de un madero”, por tanto como maldito de Dios.

Ambas acusaciones se expresan, aunque con desigual claridad en el texto de [Gálatas 3,13]u:

« “Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros, pues dice la Escritura: Maldito todo el que está colgado de un madero, ” »

Pablo se refiere a Deuteronomio 21,22-23:

« “Un hombre, reo de delito capital, ha sido ejecutado y le has colgado de un árbol, no dejarás que su cadáver pase la noche en el árbol; lo enterrarás el mismo día, porque un colgado es una maldición de Dios. Así no harás impuro el suelo que Yahvé tu Dios te da en herencia”. »

Seguir a un judío sobre el que pesaban estas acusaciones era era un auténtico escándalo (1 Cor 1,23) para un fariseo no converso.

Y más escándalo era lo que por el contrario, afirmaban de Jesús sus primeros seguidores

· Que había resucitado de entre los muertos (lo que significaba que Dios validaba su mesianismo a pesar del aparente fracaso y que dejaba sin efecto la maldición de Dt 21,22-23, arriba transcrita),

· Que había sido elevado al poder de Dios,

· Que lo había designado no sólo mesías, sino “hijo de Dios” (empieza a considerarse ya que Jesús es divino de algún modo, aunque no se precisa aún el cómo) y futuro juez del Gran Juicio Final.

Esto era un escándalo de verdad para un fariseo. Mas esta teología (que se denomina “evangelio” o “proclamación”) fue asumida luego por Pablo como se refleja en el comienzo de la Epístola a los Romanos, que según la inmensa mayoría de los comentaristas refleja una confesión de fe ya tradicional, que Pablo recoge y acepta:

« “El Evangelio de Dios, que había ya prometido por medio de sus profetas en las Escrituras Sagradas, acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos, Jesucristo Señor nuestro”.  »

Ahora bien, señala M. Hengel (p. 267), y estoy de acuerdo con ello, que la oposición a estas ideas en un fariseo corriente no tendrían por qué haberlo conducido a una persecución sangrienta, una auténtica "cacería", como ocurrió con Pablo.

Y así ocurrió con los demás fariseos, menos con Pablo. Esta suerte de tranquilidad de los fariseos ante el fenómeno de la aparición de una nueva corriente teológica (el judeocristianismo) dentro del judaísmo se refleja en la reacción del rabino Gamaliel, quien se manifestó como contrario, no partidario de tomar medidas disciplinares contra los judeocristianos, dejando a la mano de Dios el juicio sobre su verdad:

g[ Os digo, pues, ahora: desentendeos de estos hombres [Pedro y otros apóstoles arrojados en la cárcel por orden del sumo sacerdote ] y dejadlos. Porque si esta idea o esta obra es de los hombres, se destruirá; pero si es de Dios, no conseguiréis destruirles. No sea que os encontréis luchando contra Dios.» Y aceptaron su parecer. Entonces llamaron a los apóstoles; y, después de haberles azotado, les intimaron que no hablasen en nombre de Jesús. Y les dejaron libres (Hch 5,38-49) ]g


¿Qué ocurrió entonces con Pablo? Sencillamente que, aunque el vocablo sea duro, él era una serte de fanático, una persona para quien la religión significaba más que para los demás.

Por otro lado, él insiste en asumir toda la responsabilidad de la persecución. Así se refleja en textos como

· 1 Corintios 15,9 (“Pues yo soy el último de los apóstoles: indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios”)

· Gálatas 1,22-233 (“las Iglesias de Judea que están en Cristo. Solamente habían oído decir: «El que antes nos perseguía ahora anuncia la buena nueva de la fe que entonces quería destruir»”).

En ninguna parte de sus cartas leemos que comparta con nadie ese “antiguo pecado” de haber sido perseguidor de la Iglesia.

Hengel deduce que para asumir él solo esa “tarea” de perseguidor, Pablo debía de haber tenido algún cargo importante en alguna sinagoga de Jerusalén. Esta propuesta es hipotética, pero plausible, siempre que se admita –y es lo que hemos estado discutiendo en las notas anteriores- que Pablo se formó como “experto en la Ley" en Jerusalén. Ya saben los lectores que soy muy escéptico al respecto.

Ese cargo no podía ser otro que el “rabino” o maestro de la Ley. Pero el ser "rabino" no le facultaba pra perseguir a los disidentes. De ningún modo podría conllevar la potestad de condenar a muerte a nadie por su diferente teología, puesto que los romanos habían quitado a los judíos, incluso en las más altas esferas (= sumo sacerdocio; sanedrín de Jerusalén) la potestad de condenar a muerte por cualquier motivo.

Sobre la clase de persecución a los juedeocristianos por parte de Pablo se expresan así los Hechos de los apóstoles:

• 8,3: conducir a los judeocristianos a la cárcel

• 22,19: condenar a los judeocristianos a latigazos dentro de la sinagoga (cuarenta golpes menos uno)

• 22,4; 26,10b y 9,1: condenar a muerte a los convictos judeocristianos de herejía.

• Intentar de cualquier modo acabar con sus reuniones y con los fieles si fuere posible: 9,21: “perseguía encarnizadamente” (griego epórthei, del verbo porthéo, “aniquilar”).

Y en este punto incluso M. Hengel, tan defensor dell evangelista, piensa que Lucas no es veraz, que exagera por motivos de retórica (conducir la narración de las persecuciones anticristianas a un clímax total, la muerte) y que muy probablemente está retroproyectando a tiempos del primer Pablo unas circunstancias que sólo fueron históricas más tarde, es decir, en tiempos de Agripa I. en efecto, este rey –amigo del emperador Claudio-, para contentar a los judíos anticristianos, hizo asesinar a los dos hijos del Zebedeo, Juan y Santiago el mayor (años 41-44); y en el año 62, el entonces sumo sacerdote Anás (Ánano), abusando de sus poderes, asesinó a Santiago, el hermano del Señor. Por ello fue depuesto por el procurador romano, Porcio Festo (Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica II 23, 1-5; Flavio Josefo, Antigüedades de los judíos XX 200).

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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Miércoles, 11 de Febrero 2009
Hoy escribe Antonio Piñero


Decíamos que sea como fuere, tres años más arriba o abajo, Pablo era joven cuando “se convirtió”… Se calcula que entre la muerte de Jesús y el hecho de la "llamada" debieron de pasar entre un año y medio y tres años… Veemos más abajo que esto nos lleva a suponer que Pablo tendría unos 26 años..., edad bastante madura para la época que consideramos. Es un tanto extraño que Lucas lo llame "joven" en los Hechos de los apóstoles 7,58.

Este cálculo deja en la oscuridad si Pablo conoció o no a Jesús y si presenció o no su muerte, dependiendo si se acepta, como hemos discutido, si Pablo se formó o no como fariseo en Jerusalén.

El pasaje de 2 Corintios 5,16 dice al respecto:

« Así que, en adelante, ya no conocemos a nadie según la carne. Y si conocimos a Cristo según la carne, ya no le conocemos así. »

La expresión, tan hebrea, de “conocer según la carne” se interpreta normalmente como ”conocer personalmente a alguien”. Es, por tanto muy plausible que esta oscura frase en apariencia diga que Pablo conoció efectivamente a Jesús cuando éste se hallaba aún vivo. Sin más precisiones.

Volvamos al cómputo de la edad del Apóstol cuando recibió la "llamada":

Hengel indica que hay indicios en la literatura cristiana primitiva de que sólo transcurrieron 18 meses desde la muerte de Jesús hasta la “llamada” de Pablo. Estos indicios son fundamentalmente que un escrito apócrifo del Antiguo Testamento, pero compuesto en su forma actual por los cristianos, llamado la “Ascensión de Isaías” (9,16), afirma que Jesús estuvo en la tierra 18 meses entre su resurrección y ascensión enseñando más cosas a sus discípulos. Y, segundo, que había escritos de la secta de los gnósticos que afirmaban más o menos lo mismo. Esto lo dice Ireneo de Lyón en su obra Contra las herejías I3,2 y I 3,12.

Pues bien, según Hengel, éstos textos son un indicio –él lo afirma siguiendo a A. von Harnack, aunque no veo muy bien por qué- de una tradición cristiana que sabía del espacio de tiempo que pasó entre la muerte de Jesús y la llamada/conversión de Pablo, que había coincidido –según estos cristianos- con la ascensión de Jesús, es decir, cuando concluyó su tarea de enseñanza a sus discípulos en la tierra.

Sea de ello como fuere, Hengel señala también que si transcurrieron tan pocos meses entre la muerte de Jesús y la “conversión” / "llamada" de Pablo, no hubo espacio temporal para que se fueran formando “tradiciones comunitarias sobre Jesús” dentro del ámbito del judeocristianismo helenístico (es decir, de lengua materna griega, no hebrea) fuera de Jerusalén.

Con otras palabras, no cree Hengel que hubiera mucho tiempo para que la comunidad judeocristiana de Antioquía de Siria, nacida como resultado de la persecución desatada contra los seguidores judíos de Jesús de lengua griega en Jerusalén (Hechos 8,1-3), formara sus propias tradiciones sobre Jesús, independientemente de la comunidad madre de la capital, Jerusalén. Piensa Hengel que el desarrollo de la teología cristiana no iba tan deprisa. Y piensa también que al fin y al cabo se puede denominar "judeocristianismo helenístico”, aunque fuera de lengua hebrea, al que había en Jerusalén bajo el mando de Santiago, el hermano del Señor.

No estoy seguro de ninguna de estas dos afirmaciones en lo que respecta a

1) que la cristología cristiana fuera de lento desarrollo

2) Que en la comunidad de Jerusalén también se desarrrollara una cristología avanzada, como pudo ocurrir en Antioquía y que fue la base del pensamiento teológico del Pablo cristiano.

Más bien opino lo contrario en los dos apsectos:

1. Los Hechos de los apóstoles nos dan a entender que la teología cristiana se desarrolló muy deprisa,

y 2. creo que en discurso de Esteban y en su prolongación en el pensa,miento de sus "colegas" que se dispersaron a Antioquía por la persecución está el germen del pensamiento paulino.

La idea de Hengel, por el contrario, supone también que el joven converso Pablo iba a aportar a la comunidad judeocristiana, la que lo recibió en su seno después del episodio del camino de Damasco (su “llamada”), muchas más ideas teológicas nueva sobre Jesús de lo que se piensa. Con otras palabras: la comunidad antioquena no fue tan precursora de las ideas de Pablo sobre Jesús como se sostiene. Además, como indicaré, Pedro también tuvo su parte -según Hengel- en el desarrollo de la teología que sustentaba la apertura a los gentiles, es decir la posibilidad de su salvación al igual que los judíos. Tamopoco estoy convencido de que esta tesis sea correcta.

Pero volviendo a la cronología de la “conversión” / "llamada" paulina, en síntesis puede decirse:

· Pablo debió de recibir la “llamada” (“se convirtió”) entre año y medio / tres años después de la muerte de Jesús. Dijimos que éste murió en el año 33 probablemente, y que tendría unos 36/39 años.

· Probablemente Pablo era unos diez años más joven que Jesús. Por tanto Pablo se convirtió entre los años 35/36 de nuestra era, cuando debía de tener unos 26/29 años.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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Martes, 10 de Febrero 2009



Hoy escribe Antonio Piñero

Estamos ya en la última cuestión que nos ocupa acerca del Pablo precristiano. La primera observación respecto a la llamada "conversión de Pablo" afecta al vocabulario. No debemos emplear el término “conversión”, porque Pablo nunca lo hace y porque para él el concepto que expresa el vocablo no es apropiado. Él designaba como “llamada” ese cambio de mente que aceptó a Jesús como mesías y que csmbió radicalmente su vida.

Escribe en Gálatas 1,14-16:

« "Yo sobrepasaba en el Judaísmo a muchos de mis compatriotas contemporáneos, superándoles en el celo por las tradiciones de mis padres. Mas, cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles” »

En este pasaje se ve claro que la “conversión” fue más bien una llamada hacia el profetismo, es decir el paso de ser un particular muy “celoso” de la religión judía a convertirse en "proclamador / profeta" de que Jesús, el que había muerto ignominiosamente en la cruz, era el mesías.

Esa llamada se produce en un momento determinado, pero estaba “planeada” por Dios desde siempre. Al hablar Pablo que estaba predestinado por la divinidad “desde el seno de su madre” para esta misión se compara a sí mismo nada menos con el profeta Isaías (el “segundo” profeta que lleva ese nombre, caps. 40-55; pero en época de Pablo no se sabía esto: era el profeta Isaías sin más), que dice:

«  ¡Oídme, islas, atended, pueblos lejanos! Yahvé desde el seno materno me llamó; desde las entrañas de mi madre recordó mi nombre. Hizo mi boca como espada afilada, en la sombra de su mano me escondió; hízome como saeta aguda, en su carcaj me guardó. Me dijo: "Tú eres mi siervo (Israel), en quien me gloriaré" (Is 49, 1-3). »

Con otras palabras: la denominada conversión sólo fue caer en la cuenta de que los judeocristianos perseguidos tenían razón cuando proclamaban en Jerusalén y Galilea –en contra de todas las expectativas y creencias judías- que el ajusticiado Jesús era en verdad el mesías. Además, la "llamada" llevó a Pablo a aceptar también que como a Jesús, en su vida terrenal y por las circunstancias de la maldad del pueblo, no se le había permitido cumplir plenamente la misión a él otorgada por la divinidad, él tendría que venir de nuevo a la tierra a llevarla a cabo en su totalidad. Esta llamada le designaba como mensajero y proclamador de esta verdad a todos, primero a los judíos naturalmente, pero si éstos no oían a los gentiles, si estaban dispuestos a escuchar.

Es interesante a esta luz leer el comienzo de la Epístola a los Romanos:

« “Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios, que había ya prometido por medio de sus profetas en las Escrituras Sagradas” »

¿Cuándo se produjo esta "llamada"?

Creo que he dicho ya que para calcular cronológicamente en qué fecha se produjo esta “llamada”, los estudiosos hacen referencia a la primera estancia de Pablo en Corinto según nos cuentan Hch 18. Una vez calculada la fecha de esta estancia, como veremos ahora, se empieza a calcular hacu¡ia delante y hacia atrás.

Allí, en Corinto, tuvo Pablo un incidente con los judíos de la ciudad, a quienes les molestaba su predicación Los judíos lo acusaron de desórdenes públicos ante el procónsul de la provincia romana de Acaya –cuya capital era Corinto- llamado Galión.

Una inscripción tallada en griego sobre una piedra de mármol, hallada en Delfos a mediados del siglo pasado, dice que Galión fue procónsul de Acaya desde junio del 50 d.C. a junio del 51 d.C. (durante el reinado del emperador Claudio). A partir de ahí se calcula que la llamada reunión o “concilio de Jerusalén”, descrito en Hch 15, tuvo lugar en el año 49.

Luego basándose en los datos, más o menos imprecisos del capítulo 1 de Gálatas se piensa que entre la “llamada” y la estancia de Pablo en Corinto pasaron unos 15-17 años.

Luego se calcula la muerte de Jesús como referencia básica. Como sólo dos opciones parecen posibles (tuvo que caer la luna llena a mediados del mes de nisán, cuando fue crucificado Jesús, pues era muy cerca de la Pascua), a saber o bien 7 de abril del año 30, o bien 3 de abril del año 33.

La mayoría de los autores se decanta por esta última fecha porque el Evangelio de Juan da a entender que quizá Jesús tuviera al morir algún año más que los que, benévolamente, supone Lucas. Según Juan, le dice a Jesús un adversario dialéctico: “Aún no tienes cincuenta años…” (Jn 8, 57). Por tanto, podemos elegir la última fecha, año 33, momento en el que Jesús tendría entre 36-39 años (no 33), es decir más cerca de los cincuenta.

Si la muerte de Jesús fue en el año 33, y la estancia de Pablo en Corinto coincide con los años 50-51… y entre ésta y el inicio de su vida como cristiano pasaron unos 15/17 años, hubieron de pasar unos dos o tres años desde el acontecimiento de la cruz y su denominada "conversión".

Por tanto: ésta debió de ocurrir entre los años 35/36 de nuestra era. Y Pablo debió de morir hacia el 64, en Roma, a manos de Nerón, cuando este emperador inició una persecución local contra los cristianos a quienes acusó del incendio de Roma, que él mismo había provocado.

Según M. Hengel (pp. 265-6), se debe adelantar la muerte de Jesús al año 30, manteniendo a la vez las fechas insinuadas por el capítulo 1 de Gálatas. Por tanto, según esta hipótesis, Pablo tuvo unos tres años más de vida misionera (hasta el 64 d.C.): era tres años más joven cuando recibió la llamada. Y ya dijimos que Pablo era un “joven” (no sabemos cómo hay que entender exactamente esta palabra), según Lucas en Hch 7,58, cuando estuvo presente en la lapidación de Esteban. ¿Cuántos años tendría Pablo como "joven"?

1 Corintios 15,3-8 deja entrever que pasó un cierto tiempo entre la muerte de Jesús y la “conversión de Pablo”, pero que no fueron muchos años. He aquí el texto:

« Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; 4 que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; 5 que se apareció a Cefas y luego a los Doce; 6 después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron. 7 Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles. 8 Y en último término se me apareció también a mí, como a un abortivo. 9 Pues yo soy el último de los apóstoles: indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios. »


Seguiremos con los cálculos en la próxima nota. Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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Lunes, 9 de Febrero 2009
Hoy escribe Antonio Piñero


En nuestra opinión, y a pesar del denodado esfuerzo de Hengel por demostrar lo contrario, el centro del problema en torno a la primera estancia jerosolimitana de Pablo -testimoniada sólo por Lucas/Hechos de los apóstoles y de la que hemos estado hablando en notas anteriores- permanece aún sin resolver.

La bien trabada argumentación del profesor Hengel (me parece admirable la solidez de su reconstrucción partiendo de ciertos supuestos) no nos llega a convencer en su conjunto. Afirmamos que el núcleo de la dificultad radica en la discusión de Gál 1,13ss y en especial de 1,17-23. De la conclusión que se obtenga de este texto depende si merece la pena o no seguir argumentando largamente en pro de esa estancia previa de Pablo en Jerusalén y de su formación sinagogal farisaica en lengua griega, en la ciudad santa.

A pesar del hilo argumentativo del libro que comentamos, y del que nos hemos hecho eco hasta ahora, las claras palabras del Apóstol en Gál 1,17ss: "Ni subí a Jerusalén...", "Personalmente era desconocido de la iglesias de Judea que vivían en Cristo..." (v. 22) me siguen pareciendo imposibles de casar con el relato de los Hechos de los apóstoles canónicos.

Es evidente que en una iglesia en sus orígenes, tan exigua en su número de adeptos, se conocían prácticamente todos los miembros de ella, sobre todo aquellos sobresalientes por su celo y temperamento y elaboración ideológica, precisamente como Pablo. El v. 22 de Gál 1 ha de referirse sobre todo a la iglesia de Jerusalén, la más notable entre las pocas que había a la sazón en Judea (había otras en Galilea, pero sobre ellas apenas si tenemos noticias).

Tampoco me resulta absolutamente claro que Rom 15,19b sea una argumento definitivo en pro de esa primera estancia de Pablo en Jerusalén. El texto dice así:

« "De forma que desde Jerusalén y, describiendo un círculo, hasta el Ilírico, he llevado el evangelio de Cristo hasta el final" (Rom 15,19b) »

Hengel refiere estas palabras a Hch 9,26-28:


« “Llegó Pablo a Jerusalén e intentaba juntarse con los discípulos; pero todos le tenían miedo, no creyendo que fuese discípulo. Entonces Bernabé lo tomó y lo presentó a los apóstoles y les contó cómo había visto al Señor en el camino y que le había hablado y cómo había predicado con valentía en Damasco en el nombre de Jesús. Pablo andaba con ellos por Jerusalén, predicando valientemente en el nombre del Señor ”. »

En mi opinión, las discusiones de Pablo con los judeocristianos "helenistas" en Jerusalén descritas en ese texto no encuentran hueco entre los acontecimientos descritos en Gál 1,17-22.

Y el texto de Rom 15,19b tampoco es una prueba en este sentido, es decir, que refrende la idea de una estancia formativa de Pablo en Jerusalén durante años y empezara allí mismo, en la capital de Judea, su etapa de predicador cristiano. El pasaje de Romanos tiene un sentido global, generalizante, en la acepción de "desde un extremo a otro", pero no es una prueba irrefutable (de modo que haya que forzar y reinterpretar Gálatas) de una primera etapa en Jerusalén, es decir, que Pablo empezara allí a predicar a Jesús.

Por tanto, la frase “Desde Jerusalén y en todas direcciones hasta el Ilírico he dado cumplimiento al Evangelio de Cristo” no hay que entenderla como una indicación que Jerusalén fue su punto de partida para su tarea misionera, de su ligazón personal con esa ciudad que había desempeñado en su vida una función especialísima, y a la que desea volver, a pesar de los peligros que comporta para su vida, antes de viajar al lejano occidente.

No veo ningún argumento constriñente para entenderlo así, a pesar que gustosamente hay que conceder que Jerusalén desempeñó una función especial en su vida, como se deduce por otra parte de Gálatas 1 y 2, puesto que la comunidad originaria de donde procedía el cristianismo estaba allí, allí residían los apóstoles también originarios (Pedro y Juan) y allí se había celebrado el llamado “concilio de Jerusalén” (Hch 15).

El texto de Hch 8,1-5 que habla de una persecución de Pablo "a la iglesia" permite una exégesis diversa a la propuesta por Hengel. El pasaje es el siguiente:

« Saulo aprobaba su muerte (la de Esteban, narrada en el capítulo 7). Aquel día se desató una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén. Todos, a excepción de los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria. Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron gran duelo por él. Pero Saulo hacía estragos en la Iglesia; entraba por las casas, se llevaba por la fuerza hombres y mujeres, y los metía en la cárcel. Los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando la Buena Nueva de la Palabra. Felipe bajó a una ciudad de Samaria y les predicaba a Cristo. Llegados a Salamina anunciaban la Palabra de Dios en las sinagogas de los judíos. Tenían también a Juan que les ayudaba. »

Como se observa, Lucas sitúa también a Pablo en el contexto de la primera persecución “anticristiana” que comienza contra la iglesia de Jerusalén (propiamente sólo contra la rama judeocristiana helenista).

Pero –obsérvese también- después de “hicieron gran duelo por él”, el pasaje sigue con un “Pero” (en griego: de que significa aquí tanto “pero” como “entretanto”, como traduce la Biblia de Jerusalén). Además tras la dispersión de los creyentes por "Judea y Samaría", la frase adquiere un tono general: se habla de Samaría y Salamina de Chipre. De ello concluyo que todo el episodio de la persecución de Saulo/Pablo del que habla el texto arriba transcrito de los Hechos de los apóstoles no tiene por qué referirse precisa y exclusivamente a la iglesia en Jerusalén.

Ciertamente, esta persecución es histórica en el sentido de que Pablo la admite en sus cartas y se denomina a sí mismo "perseguidor"( Gál 1,13s), pero lo que está en juego en la discusión en torno a la fiabilidad histórica de los Hechos de los Apóstoles es precisamente esa estancia previa de Pablo en Jerusalén que parece negada por la epístola a los Gálatas.

Todo este conjunto nos lleva de la mano a tratar con más detenimiento el último aspecto del Saulo/Pablo precristiano: su faceta de perseguidor de la Iglesia.

Seguiremos, pues. Saludos cordiales de Antonio Piñero.

ww.antoniopinero.com

Sábado, 7 de Febrero 2009
Hoy escribe Antonio Piñero

Seguimos con la discusión del sentido de ciertas frases paulinas, conforme a lo que dijimos –y transcribimos- en la nota del día anterior. Según M. Hengel, en el siglo I un judío piadoso sólo se podía formar como fariseo estrictamente en Jerusalén, no en la Diáspora.

Primer argumento:

Según este investigador, la descripción de Gálatas 1,14

« "Cómo sobrepasaba en el Judaísmo a muchos de mis compatriotas contemporáneos, superándoles en el celo por las tradiciones de mis padres", »

Es decir, Pablo:

• Hacía progresos en el judaísmo
• Sobrepasaba en estos progresos a sus contemporáneos judíos
• Era celoso en las tradiciones de sus padres
• Era un farise impecable (a partir del texto de Flp 3,4b-6. Especialmente el v. 6: “En cuanto a la justicia de la Ley, intachable”),

(Repito: según M. Hengel, en el siglo I un judío piadoso sólo se podía formar como fariseo estrictamente en Jerusalén, no en la Diáspora), o dicho de otro modo: apenas es concebible antes del año 70, cuando fue destruido el Templo, sere fariseo fuera del ámbito de Jerusalén: “Antes de tal destrucción el único lugar para que un fariseo estricto pudiera estudiar la ley de Moisés fuera de la capital de Judea” (Hengel, p. 222 de la edición alemana, que estamos comentando).

Respuesta:

Opino que este argumento tiene cierta fuerza, pero que no es definitivo. Pienso, por ejemplo, en los estrictísimos judíos de Alejandría, en donde había incluso un grupo parecido a los esenios (los denominados “terapeutas”, descrito por Filón de Alejandría en su obra “Sobre la vida contemplativa), una ciudad donde se había producido el fenómeno del surgimiento de las obras de ese mismo Filón, el cual era superjudío y fidelísimo a su fe y a las “tradiciones de sus padres” sin necesidad de salir de Alejandría y sin ni siquiera saber apenas hebreo los judíos; y pienso en los judíos que dieron su vida por su fe en los diferentes pogromes antijudíos de los que nos habla el mismo Filón en su “Contra Flaco” y “Embajada a Gayo (Calígula)”.

Y pienso también en los judíos de la Cirenaica (la actual Libia que promovieron a principios del siglo II una gran revuelta judía contra el Imperio Romano) y en los de Chipre, que habían producido judíos tan estrictos como Bernabé (Hch 4,36), compañero de Pablo durante mucho tiempo (Hch 14,12), etc., para quedar convencido de que se podía ser judío estricto, “intachable según la Ley”, fuera de Judea.

Segundo argumento:

El problema respecto a ser “estricto fariseo” fuera de Judea es, como señala M. Hengel en p. 225, que no tenemos ni un solo texto que nos indique que “fuera de Judea” hubiera fariseos estrictos…, o ¡ni siquiera fariseos!

Se apunta a que un pasaje de ese estilo podría ser Mt 23,15:

“«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y, cuando llega a serlo, le hacéis hijo de condenación el doble que vosotros!”

Que podría indicar un cierto espíritu misionero fuera de Judea por parte de los fariseos anteriores al año 70. Pero en general, se suele opinar que tal pasaje de Mateo se refiere no a un fariseísmo constituido como tal en la Diáspora, sino sólo a casos aislados.

Respuesta:

Opino, sin embargo, que aunque el pasaje de Mateo no valga ciertamente para sostener rotundamente que existían fariseos en la Diáspora, no deja de ser un puntal seguro para afirmar que podían darse casos aislados de fariseísmo en familias piadosas fuera de Judea. El caso de Pablo podría ser uno de ellos. No puede excluirse.

Tercer argumento

Opina Hengel que e no vale para argumentar la existencia de fariseos en la Diáspora el pasaje de Flavio Josefo, Antigüedades 20,34-38, que habla de la conversión al judaísmo del rey Izates de Adiabene, puesto que también es un hecho aislado y en el pasaje en cuestión no se habla de fariseos, sino de conversión al judaísmo en general.

Respuesta:

Estoy de acuerdo

Cuarto argumento

Lo que caracterizaba a los fariseos estrictos era su deseo de transportar a la vida diaria la pureza cultual que todo judío piadoso vivía, sobre todo los sacerdotes, cuando se ponía en contacto con el Templo de Jerusalén. Por ello, un fariseo estricto es difícil que pudiera vivir en tierras no judías, rodeados por doquier de paganos, que –por ejemplo por el contacto con los muertos y por sus prácticas sexuales- estaban en continuo estado de impureza ritual y contaminaban de esa impureza a los judíos observantes que vivían a su lado.

Respuesta

Puede ser verdad; pero también es verdad que los fariseos de la diáspora vivían en guetos totales, en ocasiones, como en Alejandría. Dentro del guetto estaban como en otro estado: podíasn er tan puros ritualmente como qusieran.

Quinto argumento

En las fuentes llegadas hasta nosotros no hay pruebas de fuera de Israel hubiera –antes del año 70- escuelas de fariseos, en cuyo entorno se pudiera aprender las maneras de interpretar y vivir la Ley y la tradición al modo fariseo.

Respuesta:

También es cierto que lo que hemos afirmado de Alejandría podría extenderse por inducción, aunque no haya pruebas estrictas a otras ciudades de la Diáspora con fuertes colonias de judíos observantes, como Antioquía o incluso Roma.



Por último, aunque ya hemos dedicado alguna nota anterior a la posibilidad de que Pablo pudiera haber recibido una cierta formación en griego, tanto acerca de la Biblia, como de la interpretación de ella, en la misma Jerusalén, tengo la impresión de que el dominio del griego en Pablo –a pesar de su estilo un tanto raro para los gustos de los puristas de entonces- es de tal calibre, y su utilización preferente de la Biblia de los LXX, es decir, en su versión alejandrina, es tan sobresaliente y constante –se la sabia seguro de memoria- que es difícil pensar que todo ello lo aprendió en la capital de Judea.

En síntesis, opino que no es en absoluto inverosímil que Pablo pudiera ser “en cuanto a la justicia de la Ley, intachable” (Flp 3,6) sin haber tenido que estudiar en Jerusalén y sin haber tenido que vivir allí, ni haber estado mucho tiempo “a los pies de Gamaliel” como argumenta Hch 22,3…, ya que todos esos argumentos -a los que además he respondido- ceden el paso a una comprensión sencilla de Gálatas 1,22, que es un pasaje absolutamente clave:

“Personalmente no me conocían las Iglesias de Judea que están en Cristo”.

Lo veremos el próximo día.


Saludos cordiales de Antonio Piñero.

www.antoniopinero.com
Viernes, 6 de Febrero 2009
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Corrientes literarias en la literatura apócrifa

Como iremos viendo a lo largo de nuestros comentarios, los escritores cristianos,
también los autores de los Hechos Apócrifos, están imbuidos en el espíritu y en la letra de los libros canónicos hasta extremos insospechados. Como lo estaba Pablo cuando escribía sus cartas o predicaba sus discursos de misión. Las expresiones estaban ya hechas para muchos conceptos, algunos de ellos nuevos. El contexto en que se movían era para ellos natural; la terminología resultaba inevitable. Cuando, más adelante, empezaron a proliferar las obras de cuño cristiano, el fenómeno se extendió con tanta mayor fuerza cuanto que al estilo de los LXX se añadía el respeto que por él manifestaban los escritos del NT.

Estos escritos, en los que confluían las tendencias de los LXX y las propias fórmulas novedosas de la nueva fe, eran el mundo literario y religioso en el que se mueven los escritores de los nuevos tiempos. A estos dos fenómenos hemos de añadir, por lo que se refiere a los HchAp, el influjo literario de los sistemas de moda impuestos por la Segunda Sofística así como los hábitos literarios de la novelística de aquella época.

Interés renacido por los Hechos Apócrifos

Por todo ello, y el hecho ya comentado de que muchas tradiciones cristianas, teológicas, litúrgicas, iconográficas y hasta folclóricas, hunden sus raíces en las páginas de estos Hechos, la ciencia moderna les presta en la actualidad una atención que obviamente escapa a los ojos profanos. Menciono, a modo de ejemplo, al equipo de estudiosos de la “Suisse romande”, que estudia los Hechos Apócrifos de los Apóstoles de forma paralela al equipo francés que desde hace unos años han tomado la decisión de traducir, comentar y publicar los Evangelios Apócrifos. Ya aludimos en otra ocasión a la organización AELAC (Asociación para el Estudio de la Literatura Apócrifa Cristiana), surgida en 1981. Parte de sus métodos y objetivos aparece en el interesante volumen publicado bajo los auspicios de la universidad de Ginebra y la dirección de F. Bovon, Les Actes Apocryphes des Apôtres. Christianisme et monde païen, Ginebra, 1981.

Diversos aspectos de los HchAp fueron abordados durante el encuentro celebrado en el Instituto Patrístico de Roma en 1983. Varios estudiosos especialistas de la antigüedad cristiana trataron sobre “Los apócrifos cristianos y cristianizados”. Sus conclusiones fueron publicadas en la revista Augustinianum, XXIII, 1983.

En el año 1986, dedicaba la revista Semeia un volumen monográfico al tema de los HchAp con el título genérico The Apocryphal Acts of the Apostles. En él se estudian aspectos nuevos de la investigación de estas obras y se presta una atención especial al mundo social en el que surgen. Una mujer, Virginia Burrus, profundiza en el sentido que podría tener la reiterativa actitud encratita de las heroínas de los Hechos. La Profesora Burrus se pregunta si la conducta de las mujeres coprotagonistas de los HchAp se debería más a un afán de autonomía que a un deseo ascético de perfección.

Ese mismo interés justifica la atención que dedica a los HchAp la colección enciclopédica Aufstieg und Niedergang der römischen Welt (Ascenso y decadencia del mundo romano) al recoger varios artículos de grandes especialistas sobre la literatura apócrifa. Junod-Kaestli escriben sobre los Hechos de Juan; G. Poupon, sobre los de Pedro; J. M. Prieur, sobre los de Andrés; y Y. Tissot, sobre los de Tomás. De la misma manera la editorial de Brepols Turnhout en su afán por crear una Migne moderna, ha publicado ya los Hechos de Juan (1983), de Andrés (1989) y de Felipe (1999).

Esta actitud de la ciencia moderna corrige el injustificado silencio de siglos, motivado por las sospechas de los Padres y las condenas a que estos libros se vieron sometidos por parte de la iglesia oficial. Recordamos una vez más la emitida por el Concilio II de Nicea, VII de los ecuménicos, celebrado el año 787, y en el que se debatió el tema sobre el culto de las imágenes contra la postura de los iconoclastas. No es que fuera un tema importante en el contexto de los HchAp, pero la extrema dureza con que el Concilio se expresó contra los Hechos de Juan salpicó a los demás. Además, la calificación de “apócrifos” marcó estos libros, como ya hemos visto, con un estigma negativo de inauténticos y hasta de falsos.

Pero es una realidad que, a pesar de todo, la literatura apócrifa en general fue portadora de tradiciones que llegaron a constituir doctrinas y prácticas firmes en la historia de la Iglesia. Dogmas, devociones, prácticas, costumbres y la abundancia de copias de los libros apócrifos demuestran que ni las condenas oficiales ni los juicios peyorativos lograron anular su influjo. Repetimos, pues, una vez más que quien quiera profundizar en el conocimiento del desarrollo del cristianismo no puede prescindir de esta literatura.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro



Jueves, 5 de Febrero 2009
Hoy escribe Antonio Piñero


Seguimos con el tema crucial de la formación de Pablo como fariseo antes de su llamada “conversión”. No ponemos en duda que el Pablo precristiano fuera un fariseo convencido. Ni por un instante abrigamos dudas respecto al pasaje clave de Filipenses 3,4-6:

« “Si algún otro cree poder confiar en la carne, más (puedo confiar) yo: circuncidado el octavo día; del linaje de Israel; de la tribu de Benjamín; hebreo e hijo de hebreos; en cuanto a la Ley, fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la Iglesia; en cuanto a la justicia de la Ley, intachable.” »

Para interpretar este pasaje clave prescindimos metodológicamente de las noticias de los Hechos de los apóstoles 22,3 y 26, 4-5 que transcribimos en nuestra nota del sábado 27/12/2008 ( = 3-06-E) porque precisamente lo que estamos discutiendo es si esas noticias son verdaderas o no por contraposición a Gál 1,22 (“Personalmente no me conocían las Iglesias de Judea que están en Cristo”).

Repetimos los textos de los Hechos de los apóstoles para mayor comodidad:

Hch 22,3-5:

« Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero educado en esta ciudad (Jerusalén, donde está arrestado), instruido a los pies de Gamaliel en la exacta observancia de la Ley de nuestros padres; estaba lleno de celo por Dios, como lo estáis todos vosotros el día de hoy. Yo perseguí a muerte a este Camino, encadenando y arrojando a la cárcel a hombres y mujeres, como puede atestiguármelo el Sumo Sacerdote y todo el Consejo de ancianos. De ellos recibí también cartas para los hermanos de Damasco y me puse en camino con intención de traer también encadenados a Jerusalén a todos los que allí había, para que fueran castigados. »

Hch 26,4-5:

« Todos los judíos conocen mi vida desde mi juventud, desde cuando estuve en el seno de mi nación, en Jerusalén. Ellos me conocen de mucho tiempo atrás y si quieren pueden testificar que yo he vivido como fariseo conforme a la secta más estricta de nuestra religión.  »


Volvamos, pues, al pasaje de Filipenses. En primer lugar en este texto nada dice Pablo estrictamente a favor ni en contra de que su actividad como fariseo fuera en Tarso de Cilicia, su ciudad natal, o en Jerusalén.

La construcción sintáctica del pasaje muestra una doble estructura:

A: Circuncidado el octavo día; del linaje de Israel; de la tribu de Benjamín; hebreo e hijo de hebreos;

B: En cuanto a (griego, katá) la Ley, fariseo; en cuanto al (griego, katá) celo, perseguidor de la Iglesia; en cuanto a (griego, katá) la justicia de la Ley, intachable.

Distingue Pablo, por tanto dos momentos de su vida:

· El momento A.: tiene que ser en Tarso, donde nació (él no lo dice expresamente nunca; pero no hay motivos para dudar de este hecho testimoniado en Hch 21,39: “Pablo dijo: «Yo soy un judío, de Tarso, ciudadano de una ciudad no oscura de Cilicia”) y que en principio no revestiría una importancia mayor.

· Del momento B no dice Pablo ninguna situación geográfica expresa, pero por la construcción sintáctica (tres “en cuanto a”, = griego katá, seguidos) indica que se refieren a su época de persecución de la Iglesia. Según los Hch 22,3-5, citado arriba, tiene que ser Jerusalén y, complementariamente, Damasco.

Pero este momento “B” no habla de su formación como fariseo, sino de su momento de persecución al cristianismo naciente. Por consiguiene no vale para argumentar que su formación fariesa hubo de ser necesariamente en Jerusale´n

El siguiente pasaje que se refiere a este momento relacionado con la persecución es Gálatas 1,13-14:

« “Pues ya estáis enterados de mi conducta anterior en el judaísmo, cuán encarnizadamente perseguía a la Iglesia de Dios y la devastaba, y cómo sobrepasaba en el judaísmo a muchos de mis compatriotas contemporáneos, superándoles en el celo por las tradiciones de mis padres”. »

De este pasaje no se puede deducir nada respecto a su período de formación como fariseo, si en Tarso o en Jerusalén. Sólo vemos en ella una confirmación de la noticia “B” de Filipenses 3,4-6.

El problema radica en dilucidar si las frases del texto de Filipenses 3 -“hebreo e hijo de hebreos; en cuanto a la Ley, fariseo; en cuanto a la justicia de la Ley, intachable”- implican que hubo de formarse como fariseo estrictamente en Jerusalén porque en otros lugares, fuera de Israel, no se podía ser fariseo ni formarse en cuanto a tal, y si “hebreo, hijo de hebreos” sólo se entiende como referencia indirecta a Jerusalén.

En mi opinión, empezando por esto último, diría que aquí “hebreo” significa judío y que la frase la puede pronunciar cualquier judío en cualquier lugar del mundo. Imaginemos un judío de Nueva York. Éste puede decir “Soy judío de padres judíos” siendo de Nueva York y sin apuntar ni siquiera ninguna relación con el Israel actual.

Hengel añade al testimonio de Filipenses 3,4-5 el de 2 Cor 11,22 y Rom 11,1. Veámoslos:

• "¿Que son hebreos? También yo lo soy. ¿Que son israelitas? ¡También yo! ¿Son descendencia de Abrahán? ¡También yo!" (2 Cor 11,22)

• “¡También yo soy israelita, del linaje de Abraham, de la tribu de Benjamín!” (Rom 11,1).

Reunidos los predicados de Pablo tomados de estos dos textos más Flp 3,4-5, se ve que todos ellos son los siguientes:

• Circuncidado al octavo día
• Hebreo, hijo de hebreos
• Israelita
• Del linaje de Abrahán
• De la tribu de Benjamín

Pues bien, de todos estos predicados no se deduce nada, ni a favor ni en contra, de una estancia en Jerusalén para formarse como fariseo por parte de Pablo .

Más problemático es lo que hemos afirmado de la formación farisea fuera de Jerusalén y si se podía cumplir la ley de Moisés intachablemente fuera de esa ciudad en la Diáspora.

Pero de esto discutiremos en la siguiente nota.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.


www.antoniopinero.com
Miércoles, 4 de Febrero 2009
Hoy escribe Antonio Piñero


Decíamos en la nota anterior que en Jerusalén podían los judíos cultos de lengua nativa griega no sólo aprender la Ley, sino también el modo de discutir sobre ella técnicamente, es decir, aprendían un cierta “retórica” y la leyes de la “diatriba” (discusión con preguntas y respuestas, en la que el escritor se imagina que está dialogando con un adversario que tiene presente ante sus ojos).

Opina el citado M. Hengel que este estilo de diálogo/diatriba y el estilo retórico que emplea Pablo, con frases breves y cortantes y agudas antítesis, es muy distinto a la retórica general que los griegos normales de la Hélade aprendían en sus escuelas a partir de modelos literarios clásicos. Tal “retórica” se parecía más a la llamada “asianista” (de Asia Menor, la actual Turquía) que se preocupaba menos de la belleza puramente formal y más de la capacidad de discutir correctamente y de la gravedad y seriedad del discurso.

Todo ello –argumenta Hengel- se corresponde muy bien con la “retórica” que se percibe en las cartas auténticas de Pablo, en la que se nota un desprecio soberano por la mera forma bella y se va “al grano”, a la discusión efectiva y a los argumentos bien construidos y contundentes. Pablo escribía en sus cartas tal como hablaba y discutía en su enseñanza misionera.

Y sostiene Hengel que todo ello se aprendía en las sinagogas de lengua griega de Jerusalén, por lo que es probable –si es que llega a demostrarse que su formación fue en Jerusalén- que lo aprendiera allí y no en Tarso de Cilicia. Al fin y al cabo, la familia de Pablo no era pobre de solemnidad ni mucho menos y hubo de tener medios económicos para sostener a su hijo en la capital, sobre todo teniendo en cuenta que una tía de Pablo tenía casa allí.

Por último, es posible argumentar que también en Jerusalén, estos judíos piadosos de lengua helénica aprendían a usar una traducción de la Biblia al griego, no tal cual se había empezado a confeccionar en Alejandría siglos antes, sino una versión revisada respecto al texto hebreo original. Tenemos testimonios de que para la época de Pablo existía tal revisión del texto griego bíblico, en concreto de los libros de Isaías, Job y 1 Reyes. Este hecho explicaría por qué Pablo utiliza a veces en sus discusiones -tal como aparece en sus cartas- un texto griego que se parece más al hebreo que a la famosa edición/traducción de los “Setenta”.

En síntesis: según Hengel, no es imposible que toda la formación superior (la que iba más allá de leer, escribir y algunas reglas matemáticas) de Pablo puede explicarse porque el futuro Apóstol de los gentiles tuvo la posibilidad de recibirla, en griego, nada menos que en Jerusalén, pues esta ciudad no era solo “hebrea”, sin también griega. Sostiene además ese estudios que tal formación, era muy probablemente de signo fariseo, muy distinta en su retórica dura y cortante a la normal de las escuelas helénicas del continente europeo, y que –parafraseando Gálatas 5,11: “…Si siguiera predicando aún la circuncisión…”- servía para transmitir una concepción farisea de la ley de Moisés como maestro, lector de la Ley y predicador de sermones en la sinagoga, los sábados.

Pero el problema radica –como indicamos al principio de esta miniserie- en si es realmente posible que Pablo se hubiese formado en Jerusalén… como afirman los Hechos de los Apóstoles en 22,3 y 26,4-5 y que a la vez, como sostiene el mismo Pablo en Gálatas 1,22: “Personalmente no me conocían las Iglesias de Judea que están en Cristo”… ¿Tantos años allí, en el corazón y la capital de Judea y las (poquísimas) iglesias cristianas de la zona no lo conocían?

De este problema trataremos un tanto más extensamente en las notas que siguen.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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Martes, 3 de Febrero 2009
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.







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