Notas
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Hablábamos el otro día de las dos fuentes clásicas de la revelación según el punto de vista de la teología: la Biblia y la Tradición. La Biblia es un concepto concreto y bien definido. Comprende la relación de los libros reconocidos como sagrados. Una relación que abarca 73 libros en el cómputo católico o 66 en el protestante. El término “libros” es bastante elástico por lo que se refiere a los elementos que componen la Sagrada Escritura. En el número de los 73 van incluidos “libros” tan diferentes como la Carta a Filemón del Nuevo Testamento y el Eclesíástico, del Antiguo. La evolución del término “Biblia” ha sufrido una evolución que va desde el femenino býblos (papiro), relacionado con la ciudad homónima de Fenicia. Su forma de diminutivo con el morfema desinencial más corriente en el griego clásico daba el neutro byblíon, escrito finalmente como biblíon. Su plural neutro era y sigue siendo biblía (los libros), en el sentido de que hace referencia al libro de los libros, calificado normalmente con el adjetivo calificativo hágia (santos). Su desinencia en la terminación más corriente del femenino que es la a hizo que fuera entendida como un femenino del singular. La evolución lingüística es paralela a la que ha sufrido otro término griego como íntybos (lechuga o escarola), cuyo diminutivo era el neutro intýbion y su plural intýbia, que ha sido luego interpretado como un femenino en razón de su terminación en –a. La pronunciación postclásica de intýbia era “indibia”, que ha producido la palabra femenina castellana endibia. Pero si la Biblia abarca muchos “libros”, la literatura apócrifa comprende un abanico muy amplio de títulos, paralelos a sus homónimos bíblicos. Como decía Orígenes, los Evangelios eran muchos más de los cuatro canónicos, integrados en el Nuevo Testamento. Antonio Piñero está preparando una edición en castellano, en un solo volumen, de todos los evangelios (que son en total 76), que comprenderá tres secciones fundamentales: los evangelios canónicos, los apócrifos y los gnósticos. Lo mismo podemos afirmar de los Apocalipsis con el argumento definitivo de otro libro de Antonio Piñero, publicado el año pasado, que recoge textos y recuerdos de 45 Apocalipsis. Por lo que se refiere a los Hechos Apócrifos de los Apóstoles, Antonio Piñero y yo mismo hemos publicado ya la edición crítica de los cinco primeros Hechos Apócrifos primitivos en dos volúmenes de la BAC. Y en la actualidad tenemos ya preparado el tercer volumen que comprende las historias noveladas de trece apóstoles y otros discípulos de Jesús. No voy a defender el valor estrictamente histórico de esos relatos. Pero quiero destacar la idea de que sus textos han dejado en la historia de la teología y de la piedad cristiana tradiciones que se han materializado en monumentos arqueológicos, fiestas y recuerdos concretos. Roma, la ciudad “inmortal de mártires y santos” conserva templos, cuya razón documental es producto de la literatura apócrifa. Tales son la basílica de San Pedro en el Vaticano, donde fue sepultado San Pedro; la iglesia de San Pedro “in Montorio” en el monte Janículo, donde fue crucificado; la de San Juan Ante portam Latinam, donde San Juan evangelista fue arrojado a una caldera de aceite hirviendo; la capilla del Quo vadis? en la Vía Appia, que recuerda el encuentro de Jesús con Pedro; el santuario de las Tres Fuentes, en la Vía Ostiense, donde San Pablo fue decapitado; las catacumbas de San Sebastián en la Vía Appia o de Santa Domitila, en la Vía Ardeatina, recordadas en los hechos apócrifos de los Apóstoles. Los datos que han motivado la edificación de todos estos monumentos y su recuerdo en los textos litúrgicos y en el santoral cristiano son una aportación de la literatura apócrifa. No necesito recordar que dogmas como el de la Asunción de la Virgen al cielo en cuerpo y alma tiene su apoyo documental únicamente en los apócrifos. De ellos mana la tradición que acabó en la definición dogmática del año 1950. Por ejemplo, la importancia de Santo Tomás en el evangelio apócrifo del Pseudo José de Arimatea Tránsito de la Bienaventurada Virgen María está expresada fielmente en el texto del Misteri de Elche, dedicado como es sabido a la Asunción de la Virgen María. Los apócrifos griegos se refieren a esa tradición como a la Dormición (kóimēsis) de María, mientras que los latinos hablan preferentemente del Tránsito. Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Jueves, 27 de Noviembre 2008
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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