Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Seguimos con la serie "¿Dijo Jesús de sí mismo que era Dios?" y en concreto con el subtema de la nota anterior, comentando los pasajes de los que puede deducirse que Jesús se sentía realmente “hijo especial de Dios”, por tanto al menos aparentemente se sentía como hijo real, no metafórico, de Dios: El parecer de los rabinos un poco posteriores a Jesús, de época tanaítica (se denomina así a los rabinos de los años en los que se está reuniendo el material de la Misná: siglo II d.C.) sostenía lo siguiente: la persona que fuera en verdad mesías, o tuviera conciencia de serlo -como Jesús al menos al final de su vida- debía tener una conciencia especial de ser “hijo de Dios” de una manera sobresaliente, pero sin dejar por ello de ser un mero hombre. Tal conciencia debía generarse –argumentaban los rabinos- porque estaba escrito en el Salmo 2,7-8: “Voy a anunciar el decreto de Yahvé: El me ha dicho: «Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra”. Este salmo se lo aplicaban tanto al rey –teórico en esta época- como al mesías que había de venir. Y es bien sabido que los rabinos tanaítas jamás pensaron en otro mesías que no fuera una figura simplemente humana. Eso sí, “hijo especial de Dios”, con especial asistencia divina dadas las características del cargo especial que debía cumplir. Por tanto, pienso que la conciencia de “especial filiación respecto a Dios” del rabino Jesús encaja perfectamente en este marco judío. No se puede deducir de la personalidad de Jesús ninguna atisbo de “filiación” real o físico respecto a Dios, que es de lo que aquí tratamos. Se trataba de una “filiación divina” al fin y al cabo metafórica. Queda también fuera de consideración en este blog, que es en verdad de filología y de historia (antigua, de las ideas, de Jesús y del cristianismo primitivo), una consideración teológica de la cristología del “hijo de Dios” o de la divinidad de Jesús que llaman “ascendente” o “descendente”. Ambas parten de un punto de vista teológico-confesional. La “descendente” supone la existencia de Dios –que aquí en este blog ni se discute ni se afirma- de la existencia desde toda la eternidad del Hijo, Logos, Pensamiento o Palabra del Padre y de su “descenso” en Jesús. La “ascendente” supone la realidad histórica de la resurrección de Jesús (sea como fuere como se entiende), y su “ascenso” cabe Dios y su constitución como Hijo (sea como fuere como se entiende). Estos son temas confesionales y no pertenecen a la historia. Dejo su discusión para los teólogos. Hay un pasaje en Mateo (11,25-27) que parece indicar también esta conciencia de “hijo especial” que tenía Jesús. Dice así: « En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. » ¿Cómo interpretar este texto? En primer lugar, es un pasaje que se parece muchísimo a la teología del Cuarto Evangelio, por lo que ya a primera vista es en extremo sospechoso: tal teología es muy tardía; se conforma plenamente unos 60-70 años después de la muerte de Jesús. Por tanto es sumamente improbable que pueda adscribirse al Jesús histórico. Según el parecer de la mayoría de los intérpretes es una creación, tras la muerte del Maestro, de la comunidad primitiva la cual –por boca de un profeta cristiano que hablaba en nombre de Jesús- puso estas palabras en boca del Nazareno cuando aún vivía sobre la tierra. El proceso cómo la comunidad primitiva adscribió a Jesús una teología de “Hijo de Dios” en sentido real es difícil de explicar en sus detalles más pequeños (y éste es el objetivo de esta serie de “notas”), aunque no es difícil trazar un cuadro general de la evolución, a saber del proceso en sus líneas generales y maestras del paso “Jesús de la historia y su sentido de la filiación –era simplemente ‘hijo’ especial sin dejar de ser un hombre- por su contacto particular con Dios ya que era el heraldo del reino de Dios y obrador de prodigios ‘por el dedo de Dios’ a Jesús resucitado hijo de Dios real’. Expresaré el sentir general de muchos investigadores independientes con una larga cita de G. Vermes, tomada de su obra “Jesús el judío” (Muchnik Editores, Barcelona). Aunque este volumen es de 1971, poco han cambiado las perspectivas: « Es un hecho el que a Jesús se le llama a menudo hijo de Dios en el Nuevo Testamento. Lo es también el que incluso lectores no cristianos de los Evangelios, influidos persistentemente y aun sin su voluntad por el dogma de la Iglesia, tienden a identificar con toda naturalidad el título de hijo de Dios con la idea de divinidad. Dentro y fuera del cristianismo, aceptado como artículo de fe o rechazado, se supone que cuando los evangelistas aplican esto a Jesús le están reconociendo como igual a Dios. En otras palabras, la tendencia, consciente o no, es inyectar en los primeros documentos cristianos y, más allá de ellos, en una tradición que brotó del suelo judío, la doctrina profundamente antijudía del Concilio de Nicea: «Jesús Cristo, el unigénito Hijo de Dios ... Dios de Dios ... que es de una sustancia con el Padre». Para analizar este título cristológico, último y más influyente, deben formularse y responderse las preguntas cronológicas, históricas y exegéticas usuales. ¿Puede demostrarse por las pruebas neotestamentarias que Jesús proclamaba paternidad divina? ¿Afirmaron y aceptaron esto sus discípulos inmediatos, judíos galileos? ¿O se impuso esto entre sus seguidores de la segunda generación, en Palestina o en la cristiandad judía helenística? Por último, ¿cuál fue su significado original; experimentó algún cambio sustancial al pasar del mundo judío al helenístico gentil? En cuanto a la primera cuestión, si se acepta la teoría de que Jesús rechazó el título de «Mesías el hijo de Dios» con ocasión de la confesión de Pedro y la pregunta del sumo sacerdote, no hay el menor indicio en los Evangelios Sinópticos de que se haya arrogado esta relación gloriosa. Autores que desean mantener que él se consideró «el hijo de Dios en un sentido preeminente» se ven obligados a basarse en lo que es claramente última fase de la evolución del título, la sustitución de «el Hijo» por hijo de Dios, y pretender que es histórica y auténtica. Pero, unos cuantos conservadores aparte, todos los intérpretes más abiertos, con independencia de sus creencias cristianas, se abstienen de una afirmación tal. Para citar sólo unos cuantos ejemplos de opinión erudita más reciente, B. M. F. van Iersel admite que Jesús jamás se refirió a sí mismo como hijo de Dios, y C. K. Barrett declara sin vacilación que la doctrina de la filiación no jugó ningún papel en la proclamación pública de Jesús. H. Conzelmann, tras subrayar que el título nunca figura en una narración, siempre en confesiones, deduce de su atento examen que todos los ejemplos son antihistóricos y que «según los textos que tenemos, Jesús no utilizó el título». Los especialistas en el Nuevo Testamento distinguen, siguiendo a Rudolf Bultmann, dos etapas en la evolución del concepto hijo de Dios. La primera está adscrita a la comunidad palestina, donde se aplicaba la antigua fórmula oriental de adopción real divina, «Tú eres mi hijo», a Jesús en cuanto Rey Mesías. La segunda etapa la representa la predicación de la Iglesia helenística gentil. Aquí, el significado judío de hijo de Dios sufrió una metamorfosis esencial hasta venir a indicar no el oficio de Jesús sino su naturaleza, concibiéndose ésta luego por analogía con el vástago, mitad divino mitad humano, de las deidades de la mitología clásica renombradas por sus proezas y actos redentores. Para Ferdinand Hahn la fusión de elementos helenísticos y mesiánicos en la idea hijo de Dios se produjo en tres etapas: Se utiliza primero en la comunidad palestina «postpascual» como título adecuado a un Mesías cuya vida en el mundo había terminado y que había sido ya adoptado por Dios y entronizado en el cielo. Como siguiente paso, la judeo-cristiandad helenística, pasando de la existencia celeste de Jesús a su vida en la tierra, le vio como taumaturgo y exorcista de dotes sobrenaturales cuya concepción en el vientre de una virgen se debía a intervención directa de Dios. Y por último, la filiación divina de Jesús se reconoció principalmente como resultado de una apoteosis, una deificación que también implicaba preexistencia y, como si dijésemos, una filiación física debida a la parte atribuida a Dios en su peculiar forma de concepción. » Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Miércoles, 10 de Diciembre 2008
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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