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El Delta del Ebro está abocado a su desaparición

Ni un nuevo marco legal podría ya salvarlo


Históricas pérdidas de sedimentos, borrascas catastróficas debido al cambio climático, subida del nivel del mar, especies invasoras y la acción humana, abocan al Delta del Ebro a su total desaparición. Ni un nuevo marco legal podría ya salvarlo. Por Victoria López Rodas y Eduardo Costas (*).


Victoria López Rodas y Eduardo Costas.
27/01/2020

El Delta del Ebro, antes y después de la inundación. Imagen: COPERNICUS EMS.
El Delta del Ebro, antes y después de la inundación. Imagen: COPERNICUS EMS.
A lo largo de milenios, el río Ebro formó en su desembocadura uno de los deltas más extensos del Mediterráneo.
 
En general las zonas húmedas, como el Delta del Ebro, están entre los ecosistemas con mayor biodiversidad del mundo. En particular, el Delta es una de las zonas húmedas de mayor valor ecológico de la península ibérica. De hecho, es el segundo humedal más importante de España después de Doñana y en las costas del Mediterráneo Occidental solo la Camarga francesa lo supera.
 
No es de extrañar que, a la vista de su extraordinario valor, el Delta del Ebro cuente con un elevado nivel de protección legal: desde 1975 está incluido en un tratado intergubernamental para la conservación y uso racional de las zonas húmedas.
 
También está en la Lista de Zonas Húmedas de Importancia Internacional de la Convención Ramsar. Es Parque Natural, Espacio del PEIN y espacio de la Red Natura 2000, entre otras figuras normativas.
 
Pero los humedales están en grave peligro: en estos momentos se consideran los sistemas más amenazados a nivel mundial.
 
Solo durante el siglo XX se perdieron más de la mitad de las zonas húmedas de Europa por la construcción de infraestructuras, la sobreexplotación de los recursos hídricos y la contaminación. Más recientemente estos extraordinarios ecosistemas se están enfrentando a nuevos peligros como las especies invasoras, el calentamiento global o la subida del nivel del mar.
 
El Delta del Ebro no es una excepción a esta situación general: nos gusta creer que promulgada una ley de protección ambiental la situación está salvada. Pero, a pesar de tanta normativa, la situación real del Delta es calamitosa y, probablemente, irreversible.
 
Historia de un faro
 
La historia de un faro construido en el Delta del Ebro durante el siglo XIX resulta clarificadora:
 
Bajo el nombre de Faro de Buda, en 1864 entró en servicio el faro de cabo Tortosa en el Delta. Por previsión se construyó en pleno mar, alejado casi un kilómetro de la línea de la costa. Se hizo así para evitar que el faro quedara aislado, tierra adentro.
 
Por aquel entonces el Delta del Ebro crecía muy rápido, adentrándose en el mar. Cada año la línea de la costa se adentraba docenas de metros en el Mediterráneo. Con la llegada del siglo XX, el Faro de Tortosa ya se encontraba bien asentado en tierra. Pero el Delta seguía creciendo con rapidez.
 
Hacia 1918 el Delta había crecido tanto que ya no se veía el mar desde la base del faro de Buda. Había quedado aislado, tierra adentro, ya a mucha distancia del mar.
 
Pero la actividad humana invirtió esa tendencia muy pronto.
 
Así, a partir de los años 40 del siglo pasado, el desarrollismo del régimen franquista empieza a llevarse a la práctica con pocas concesiones a la conservación. En la cuenca del Ebro se impuso una estrategia que resumió magistralmente en un discurso en el año 2003 el entonces ministro de fomento Francisco Álvarez Cascos: "El agua del río Ebro que se vierte al mar es agua que se pierde”.
 
Complejas interacciones
 
La configuración del Delta del Ebro es el resultado de complejas interacciones entre los procesos de sedimentación, las corrientes marinas, el oleaje, la acción humana y el clima.
 
Y uno de los principales factores cambió drásticamente: el uso masivo del agua del Río Ebro, principalmente en regadíos y embalses, disminuyó drásticamente el caudal y la velocidad del agua que llega a su desembocadura. La cantidad de sedimentos que anteriormente transportaba el río se redujo en un 94%.
 
Concordantemente, el cambio climático tampoco ayuda: la subida del nivel del mar y el incremento de energía del mar Mediterráneo como consecuencia del calentamiento, contribuyen a alterar el delicado equilibrio que permite la existencia del Delta. Por si fuera poco, hasta el Delta del Ebro han llegado diversas especies invasoras que ponen su granito de arena alterando la cubierta vegetal y removiendo el sedimento.
 
El viejo faro de Buda describe a la perfección la situación actual del Delta del Ebro.
 
Hace tan solo 100 años, las crónicas de la época explicaban que el faro estaba tan lejos del mar que este no podía verse desde su base. Y eso que estaba elevaba casi un metro sobre el nivel del mar. Hoy la situación es bien distinta: el faro de Buda se encuentra a casi 4 kilómetros mar adentro. Y hay sondas de casi diez metros de profundidad a su alrededor.
 
Con tales antecedentes, la borrasca “Gloria” consiguió que el mar invadiese miles de hectáreas del Delta.

Lecciones reveladoras
 
De esta catástrofe podemos sacar lecciones muy reveladoras:
 
1. Que el mar haya engullido miles de hectáreas del Delta se debe a la concatenación de diversos factores: décadas de pérdida de sedimentos, borrascas mayores que antes debido al cambio climático, subida del nivel del mar…
 
2. Esta situación catastrófica fue fraguando poco a poco durante décadas. Se veía venir, pero nada se hizo por remediarla.
 
3. A pesar de que el Delta del Ebro no puede gozar de mayor protección legal, casi todos los indicios apuntan a que, en unas pocas décadas, el Delta del Ebro puede estar condenado a desaparecer. Sin duda se necesita un marco legal eficaz para intentar luchar contra la catástrofe del cambio global. Aún no las tenemos. Pero a estas alturas, ni siquiera eso será suficiente.
 
El futuro nos plantea un complejo desafío. Aún estamos a tiempo, pero tenemos que responder con todas nuestras fuerzas.
 
A nivel individual todos deberíamos preguntarnos: ¿Qué he hecho hoy para mitigar la catástrofe del cambio global?


(*) Eduardo Costas y Victoria López Rodas son Catedráticos de Genética en la Universidad Complutense de Madrid, donde llevan casi 30 años investigando juntos en genética evolutiva y biotecnología. Miembros del Consejo Editorial de Tendencias21, dirigen asimismo el Comité Científico del Club Nuevo Mundo .
 



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