Tendencias 21. Ciencia, tecnología, sociedad y cultura



Tendencias 21. Ciencia, tecnología, sociedad y cultura





La escritura de mujeres, un capital simbólico que no se hereda

Sin embargo, enriquece la literatura y el mundo, mostrando un lado hasta ahora oculto y misterioso


Cuando las autoras se salen de la tradición y enfrentan caminos no trillados, la crítica oficial y canónica suele obviarlas. Como consecuencia, no pueden donar su “capital simbólico” –que conforma el imaginario colectivo que nutre a la humanidad- a las que vienen después. ¿Cómo podemos ayudar a remediar la situación? Por Juana Castro.




Fuera de campo es una expresión usada en los lenguajes audiovisual y cinematográfico. Cuando la cámara enfoca, limita el espacio y al encuadrarlo deja fuera parte de la realidad. Ese espacio invisible que rodea a lo visible no es neutro, tiene una función o más bien una significación expresivo-narrativa.

Con ese algo que la cámara oculta se consigue una mayor atención del espectador, hasta el punto de hacer que éste participe más activamente en la recreación del mundo irreal.

Las autoras. Los textos

Como muy bien ha observado Noni Benegas‎ en diversos estudios que tratan del “Hors champ”, en el mundo real encuadrado por lo que llamamos cultura, las actuales protagonistas autoras-escritoras y su escritura, sus textos están fuera de campo. Y lo están porque no cuentan, no tienen presencia ni poder, prácticamente es como si no existieran, a pesar de la importancia de su número y de su obra.

Empecemos por los textos. Lo que las mujeres escriben puede situarse en dos niveles: los textos que simulan ser asexuados o neutros (léase masculinos), y que por lo tanto se inscriben en temática y forma dentro de la tradición canónica, y los textos que parten de la propia experiencia femenina.

En el primer caso, esa escritura sí cuenta: está “en campo”. Pero es mínima, porque escribir desde la abstracción, prescindir de lo imprescindible como son el cuerpo y el género (la vida, la historia, las relaciones, la experiencia…) no deja de ser un imposible.

Cuando las autoras se salen de la tradición y enfrentan otros caminos no trillados, la crítica oficial y canónica suele obviarlas: son demasiados cambios y demasiada libertad como para que el mundo académico pueda tomarlas en serio. En temática, por ejemplo, se subvierten cuestiones o argumentos, se revisan roles y estereotipos, y los mitos se reescriben con una mirada nueva.

En cuanto al amor, se le da presencia a otras formas de relación como la lesbiana, mientras que en la heterosexual se truecan papeles, lenguaje, etc. Se escribe de temáticas hasta hace poco tiempo inéditas, como son la maternidad en la relación materno-filial, de la madre hacia la hija o de la hija hacia la madre, también las paterno-filiales, desde la hija al padre; el amamantamiento, el alumbramiento o parto, la visión de la hija cuidadora.

Pero, además y sobre todo, se incorpora la mirada y el sentir de la mitad de la población humana, la que estaba por decirse: en la educación, en la muerte, el tiempo, el envejecimiento, la guerra y cualquier otra situación cotidiana o extraordinaria del ser humano.

Escritura femenina

Cuando estas escrituras llamémosles “femeninas” llegan a la crítica y a los sectores académicos, las sienten extrañas, ajenas, fuera de campo. No están en la tradición, son marginales. Además, ellos no se sienten seguros: es como si el orden se trastocara, y viajar de un orden a otro desconocido causa cierto recelo, si no miedo. Por eso se resisten a considerar que lo femenino sea valioso, necesario y mucho menos canónico, porque si lo admiten el propio concepto de lo literario se tambalea.

Y sin embargo, cuánto atractivo posee lo extraño y cómo nos atrae lo marginal, precisamente porque es de lo que no se habla, de lo, en cierto modo, exótico. Por eso, a veces, un éxito de ventas viene a llevar la contraria a lo que dicta la crítica académica. La atención lectora, para sorpresa general, enfoca el “fuera de campo”.

Escritoras: Impacto y Repercusión

En cuanto a las escritoras, ¿qué pasa con las escritoras? Sucede lo que yo llamo impacto, no repercusión. Existe impacto porque hay un momento de su vida, en su trayectoria creativa, en la que de pronto, por circunstancias internas o externas, aparte de su calidad literaria, que yo aquí les presupongo, se ponen de moda.

Se les hacen entrevistas y su imagen, vida y costumbres son carne televisiva, mediática, y en eso el hecho se diferencia del éxito de los escritores hombres. Ellas son jóvenes, atractivas, quizá un poquito descaradas: ejercen, porque lo son, de estrellas, y el mercado las ve como mujeres (a las que hincarles el diente en todos los sentidos) más que como escritoras.

Luego, con el tiempo, el mercado se cansa de aquella chica que causó impacto, ¿y qué hace? Olvidar a la primera y aupar a una segunda: más joven, más sexi, más inteligente o más deslenguada. Y así vamos, con valores literarios femeninos que son casi siempre eso, flor de un día.

Porque el mercado, pero sobre todo los críticos y el orden académico no las tomó en serio, se detuvo y fijó más en su condición personal y de moda que en la creación. Digamos que hoy día, a estas alturas del Siglo XXI, todavía una mujer “adorna”, está bien aupar a una, o a tres, para simular que vivimos en la “igualdad” o, como dice Laura Freixas‎, en “Las autoras acaparan los premios” u otro titular de prensa semejante, con lo cual se “simula” que hay muchas autoras y que cuentan.

Pero, si se analizan las listas de los libros más vendidos, las críticas aparecidas en suplementos literarios, los premios ganados y el número de autoras en comparación con el de autores, podemos comprobar que en cuanto a “presencia” estamos todavía en torno a un 20 % del total, aunque en la realidad y por observación sabemos que somos la mitad.

Premios y Reconocimientos

Cuanto más alta es la dotación de un premio, más crudo lo tenemos las mujeres: pongamos que gana una mujer cada 7-10 años: el Loewe, el Ciudad de Torrevieja, el García Lorca de Granada en poesía, el Planeta en narrativa…

Lo peor son los reconocimientos oficiales, ahí ya estamos todavía mucho más por debajo: las autoras no ganan los premios que otorga el Ministerio de Cultura: Premios Nacionales (de Poesía, Narrativa, Teatro, Ensayo, Cine…), Premio de las Letras, Príncipe de Asturias, Reina Sofía (de Poesía), Cervantes… Y si nos vamos fuera ¿cómo queda el Nobel?

Un poco de historia

Un grupo de poetas iniciamos en los comienzos del siglo XXI un movimiento para conseguir que las mujeres autoras formaran parte de los jurados, al menos de los premios que se pagan con dinero público.

Le escribimos una petición razonada a la entonces ministra de Cultura, Carmen Calvo, y conseguimos que la ley cambiara, para establecer la constitución de jurados paritarios. Aquello fue en 2001, y hoy seguimos sin que la ley se cumpla: los jurados suelen ser de 8 a 3 ó de 8 a 4.

La causa, que al tener que estar representadas distintas instituciones (Asociación de Escritores, Asociación de Críticos, Reales Academias (Española, Gallega, Vasca, Instituto Catalán…), las diferentes directivas sostienen que no hay suficientes mujeres miembros para designarlas, y no debe ser posible repetir cada año a las mismas, sino ir a la rotación.

Sin embargo, y a pesar de esa minoría, en 2003 conseguimos que una mujer ganara por primera vez, en los 25 años de democracia, el Premio Nacional de Poesía: fue la sevillana Julia Uceda, con su obra En el cielo, hacia el mar. En cuatro años conseguimos tres Premios Nacionales: Chantal Maillard‎ en 2004 y Olvido García Valdés‎ en 2007.

Después no ha habido otra hasta 2011, Paca Aguirre‎; aunque también, ese mismo año, ganó una mujer el Premio Nacional de Poesía Joven, Laura Casielles‎.

Fundaciones y más

En cuanto a fundaciones, hay un centenar de Fundaciones en España, todas con nombre de varón, exceptuando las de María Zambrano, Rosalía de Castro, Gloria Fuertes y Carmen Conde. A diferencia de las que llevan nombre de varón, que muchas se crean en vida del autor, las cuatro que existen de titularidad mujer son todas de autoras fallecidas.

Podemos citar las más recientes de Rafael Alberti, Camilo José Cela, Caballero Bonald, Vicente Núñez, José Hierro, Antonio Gala, Ángel González, Francisco Ayala… Las fundaciones perpetúan el nombre y la memoria de un autor, además de ser útiles, claro, como mercado de clientelismo e intercambio de favores, pero entre ellos.

Porque ellos, los autores, tienen algo muy valioso de lo que las mujeres carecemos: referentes, padres, maestros. Cada “hijo” cita a su maestro, y además, también las mujeres los citan: una amiga mía lo comprende y lo disculpa: –¿Pero cómo no lo van a hacer, si son ellos quienes tienen el prestigio? –dice. Y el poder, digo yo.

Ahora mismo hay tres o cuatro autores que forman parte de todos los jurados. De vez en cuando, algún escándalo, que siempre se salda con silencio, y aquí no pasa nada, porque se cumplieron las bases. Las bases rezan que un pre-jurado hará una selección previa de los libros que pasarán a la final para ser examinados por el jurado.

Hace unos meses saltó la noticia de una impugnación, precisamente por parte del pre-jurado. Fue en el Premio Ciudad de Burgos de Poesía, y la denuncia la hicieron los autores-profesores que hicieron la preselección, porque se había premiado un libro no seleccionado.

Con lo cual el cuento de la plica y el anonimato sabemos que es eso, un cuento o una simulación: cuando los jurados repiten, y los autores lo saben, también saben a quién dirigirse para, amablemente, comunicar que “me he presentado a tal premio, como tú estás en el jurado…” Deducimos, pues, que un premio es tanto más “limpio” cuanto menor sea su dotación económica.

El capital “simbólico”

Es un concepto ya popularizado que trató por primera vez Noni Benegas. Si las autoras carecemos de reconocimientos valiosos, no podemos donar “capital simbólico” a las que vienen después, y es por eso que ellas, las más jóvenes, no reconocen tener ni citan a maestras, madres ni otras referencias femeninas, a no ser las muertas, entre las cuales están las pocas únicas que reconoce el canon.

El canon es el conjunto de obras valiosas, aquellas que formarían los títulos imprescindibles que todo el mundo medianamente culto, o que aspire a serlo, debería leer. Hay un canon establecido, que puede ir enriqueciéndose con algunos nombres actuales en donde no cabe ninguna mujer viva. Quizá, Ana María Matute, que para eso obtuvo el Cervantes.

Cuando una autora joven, que empieza a abrirse camino, no cita entre sus preferencias a ninguna autora está obrando así porque: ha leído a pocas mujeres (no estaban en las bibliotecas, ni en los planes de estudio, ni en las antologías); si conoce a algunas sabe que no tienen prestigio, que no cuentan, y no quiere exponerse, es más seguro apostar a caballo ganador; porque no hay fundaciones con el nombre de autoras; y porque en los manuales, currículos, libros de estudio, medios, suplementos, premios, etc, se reconocen unos cuantos nombres: ¿de quién? Pues de hombres, que para eso se sientan en la Academia.

Capital simbólico no es asunto baladí. Forma y conforma el imaginario colectivo, del que cultura y humanidad se nutren, y lo trasladan y trascienden de generación en generación. Pero…

Así andamos todas, huérfanas de madres literarias y sin capital simbólico que llevarnos a la boca. Si alguna se atreve a darle el título de “maestra” a otra alguna, ese insólito hecho sucede únicamente cuando se le ha reconocido al nivel más alto. Y esto es como el velo de Penélope o como los trabajos de Sísifo: no tiene fin y siempre estamos re-comenzando. Una antología de las mujeres del 27. “Pero si esto ya lo escribí yo en la revista Ínsula hace… veinte años”, me comenta otra amiga. Pues nadie lo leería.

No sólo hay que desempolvar/desenterrar a las autoras olvidadas y vueltas a olvidar, hay que seguir rastreando, redescubriendo. Y, aunque nadie quiera, se siguen pergeñando antologías “de género” porque las pretendidamente neutras no incluyen a mujeres, como no sea en un ridículo 10 %, algo que no se corresponde con la calidad ni la cantidad de autoras actuales.

Estudios de género. Encuentros de mujeres

Hace años que en EE.UU. se instauraron los estudios de género, algo que en España sólo llevamos de 10 a 15 años haciéndolo, y todavía marginalmente, sin que los profesores varones participen ni lo tomen en serio.

Hay asociaciones de profesoras de instituto reivindicando ante las editoriales de manuales educativos que se cite a las autoras con sus compañeros de generación, pero… Sale más barato y se acaba antes copiando lo que dijeron los anteriores compiladores: Los novísimos en los 70, luego los poetas de la poesía de la experiencia, la “irrupción de las mujeres”, y ahí termina la historia. “La poesía femenina” o “las mujeres”, así, en un continuum indiscriminado, olvidando la época y el movimiento en que se inscribirían, y olvidando la diversidad inherente al ser humano.

Ana Rossetti‎ y Blanca Andreu‎ tuvieron gran impacto en los 80, pero hoy ¿tienen seguidoras? ¿Han recibido un premio nacional? Esos críticos y amigos que las aupaban, ¿dónde están hoy? Procurándose un sitio en la foto para la posteridad, junto a los maestros, claro.

Les digo a mis compañeras-amigas poetas que deberíamos hacernos homenajes. Ir en peregrinación laica a El Ferrol, a Jerez, a Málaga, a Murcia, a Madrid para visitar a Julia Uceda, a Pilar Paz Pasamar, a María Victoria Atencia‎, a Dionisia García‎, a Francisca Aguirre, las mayores en poesía.

Amigas poetas –o poetisas, que en el término no hay consenso– que desde el año 1997 hasta 2005 vinimos realizando anualmente Encuentros de Mujeres Poetas en Vigo (1996) Córdoba (1997), Lanzarote (1998), Málaga (1999), Barcelona (2000), San Sebastián (2001), Granada (2002), Vitoria-Gasteiz (2005)…

Encuentros en los que se rindió homenaje a María Teresa León y las Poetisas del 27 , a Elena Martín Vivaldi, a Pino Ojeda, a Josefina de la Torre, a Ernestina de Champourcin, a Rosa Leveroni… Se estudió la obra de muchas mujeres del pasado y de la actualidad, autoras españolas y de otras nacionalidades y lenguas, pero esa actividad, de la que los medios apenas se hicieron eco a pesar de su trascendencia, aún queda por historiar.

Rich (dcha.), con las escritoras Audre Lorde (izq.) y Meridel Le Sueur (centro) en Austin, Texas, 1980. Imagen:  K. Kendall. Fuente: Wikimedia Commons.
Rich (dcha.), con las escritoras Audre Lorde (izq.) y Meridel Le Sueur (centro) en Austin, Texas, 1980. Imagen: K. Kendall. Fuente: Wikimedia Commons.
Recetario de urgencia (con Adrienne Rich al fondo)

¿Cómo podemos ayudar a remediar la situación? Podemos dar unas pautas a modo de programa para alzar el vuelo, o de cuidados paliativos para ir cambiando, poco a poco, el mundo:

* Citar a mujeres-maestras: En encuentros, ciclos, entrevistas, en la red…

* Establecer alianzas: como el affidamento en Italia. La palabra affidamento tiene raíces de otras como fe, fidelidad, confiarse, confiar. Es una práctica de lealtad, compromiso y confianza entre mujeres. Una práctica de libertad “femenina”, pues se construye en oposición a la ley paterna que exige, a cambio del “estar”, la desvinculación, la sospecha y la desidentificación entre mujeres. En el affidamento una mujer reconoce la autoridad de otra mujer para construir lazos de solidaridad, amor y respeto, acto que ya en sí mismo desestabiliza el orden del padre.

La poeta y ensayista Adrianne Rich, en EEUU, ha llamado a esta práctica de amor, cuidado o confianza entre mujeres continuum lesbiano. A partir de un análisis parecido al de las italianas, propone una lectura del lesbianismo como práctica de relación entre mujeres sin la intervención masculina.

Señala la manera en que el sistema patriarcal se fundamenta en la “heterosexualidad obligatoria”, institución mediante la cual las mujeres abandonamos el deseo por la madre, por la otra, y aprendemos desde temprana edad a depender emocional, física y económicamente del varón.

Ya a principios de los setenta Adrienne Rich, en una obra de referencia titulada Sobre mentiras, secretos y silencios y editada en España por Icaria en 1983, reflexiona sobre las relaciones de amistad profunda entre mujeres, práctica que aunque poco extendida en su época, había sido conocida en décadas anteriores; la propone como un modelo simbólico de relación entre mujeres, que podría considerarse un ejercicio de máxima libertad, en la medida en que instituye espacios fuera de la mirada y la omnipotencia masculina.

A ninguna de nosotras se nos ha enseñado la necesidad de cuidar especialmente las relaciones con otras mujeres y de considerarlas un recurso de fuerza personal, de originalidad mental, de seguridad social. Y es difícil incluso hacerse una idea de su necesidad, porque en la cultura recibida se han conservado algunos productos de origen femenino pero no su matriz simbólica. Hasta que una experiencia política de relaciones entre mujeres nos ha llevado a mirar mejor los hechos del pasado.

Así hemos descubierto, maravilladas, que desde los tiempos más antiguos han existido mujeres que han trabajado para establecer relaciones sociales favorables para sí y para sus semejantes. Y que la grandeza femenina se ha nutrido a menudo (¿o quizás siempre?) de pensamiento y de energías que circulan entre mujeres. Ejemplos de ello son las figuras de Hildegarda de Bingen, Virginia Wolf, sor Juana Inés de la Cruz, Margarita Porete, Hadewichj de Amberes, María de Francia… Es algo que hemos conocido tarde, a través de la filósofa italiana Luisa Muraro y de la medievalista Maria Milagros Rivera Garretas.

* Recomendar a otras autoras: Cuando nos invitan a un ciclo, cuando nos piden nombres…

* Hacer homenajes: Reconocer la grandeza, la importancia de la obra de una/varias mujeres y hacerlo con todos los medios, públicos y privados, a nuestro alcance.

* Conseguir que los jurados de TODOS los premios y reconocimientos sean paritarios: usualmente son de 5-2 (5 miembros, 2 mujeres); 7-2 (mayoría masculina siempre). Exigirlo, puesto que lo incluye la ley de igualdad, sobre todo en los Premios oficiales, como el Reina Sofía, los Premios Nacionales, el de las Letras, el Príncipe de Asturias, el Cervantes…

¿Escritura femenina?

¿Existe una escritura femenina o de mujeres? Es la pregunta que solían hacernos en los 70, los 80, los 90… y que todavía hoy se sigue haciendo, aunque la mayoría de las autoras huyan –la rehúyan– como a alma que lleva el diablo.

Existe, aunque la mayoría de las autoras le tengan “alergia” al término, una manera de acallar el miedo a “no salir en la foto”.

Escritura femenina es la que escriben las mujeres cuando escriben con conciencia de género, o sea de mujer en cuerpo y experiencia de mujer. Y eso no es malo, no es negativo, no tiene por qué rebajar la calidad, porque la escritura depende del vehículo: del lenguaje y su manejo.

Escribir como, de y sobre mujeres viene a enriquecer la literatura y el mundo, a mostrar ese lado oculto, misterioso, tan necesario para completar el plano, la película, la historia, hasta ahora “fuera de campo”.


Texto publicado originalmente en "Mujerarte, Premios Literarios 2012", Excmo. Ayuntamiento de Lucena, Delegación de Igualdad, Lucena 2013. Se reproduce con autorización de su autora‎.


Viernes, 21 de Junio 2013
Juana Castro
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Nota

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1.Publicado por Eugenia Cabral el 07/10/2013 18:26
Hola, Juana Castro. Vivo en Córdoba, Argentina. Vos estuviste en esta ciudad hace muchísimos años y luego nos comunicamos por carta. Años aquellos. No volví a poder comunicarme con vos, pero te sigo en lo posible por internet. Un gusto leer tu análisis sobre la escritura femenina. Eugenia Cabral

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