Solamente en un mundo asentado en raíces biofilosóficas, la Tierra tiene aún una oportunidad de salir adelante, porque en el Homo Sapiens, absolutamente todos sus hechos, tienen naturaleza biológica. Una contribución para el Club Nuevo Mundo.
El humanismo clásico se ha convertido en un espectáculo de masas en el que el fútbol ha sustituido al circo romano. El Homo Sapiens recupera los instintos propios del primate depredador que es. Y el mundo globalizado forma una remezcla de la que surge el subhumano, adorador del dios dinero, ahora envuelto en un manto tecnológico.
El nihilismo, que otorga a la vida valor de nada, no es hoy un fenómeno exclusivo de Occidente, sino que incluye todo el pensamiento religioso negativo y expresa la lógica decadente del pensamiento humano. Señala una vida gobernada por unos valores suprasensibles e intangibles que se encarnan en la sacralización del poder político y en las más modernas formas de terrorismo.
La condición humana está marcada hoy por la avaricia y la codicia, convertidas en valores por el pensamiento liberal dominante. Su implantación ha dado lugar a la corrupción política, consagrada por las mayorías parlamentarias. Este comportamiento tiene una arquitectura cerebral que las neurociencias podrían explicar y atemperar.
La caída de la Modernidad empezó en Auschwitz y se aceleró con la caída del Muro de Berlín. El Homo ya piensa poco. Goza, sobrevive, malvive o muere en un mundo injusto y muy desigual que carece de sentido. El estado general por el que atraviesa hoy la humanidad y su casa, esto es la Tierra, es de agotamiento. Estamos al final de algo que afecta al Homo Sapiens y a Gaia.
Gracias a las dificultades de la vida nuestra especie ha alcanzado el cerebro más grande de los mamíferos. Una combinación de entornos difíciles y procesos culturales causó la expansión del encéfalo humano. La cooperación y la competencia entre grupos no han aumentado el tamaño del cerebro, sino que lo han disminuido.
Asistimos a una revolución asimétrica de proporciones colosales que apunta a una gran conmoción, a una puntuación de la especie humana. Tan sólo el conocimiento tecno-científico podrá rescatar lo rescatable y hacer emerger una nueva humanidad necesariamente muy diferente de la actual: la posthumanidad.
La muerte de la muerte es el atrevido título de un libro que promete revolucionar el mundo de las ideas sobre la posibilidad de alargar la vida hasta límites insospechados. Plantea que la ciencia puede convertir la fatalidad de la muerte en una opción. Una apuesta no exenta de polémica, bien documentada en investigaciones e iniciativas, que está alumbrando una nueva industria.
Lo mismo que una partícula elemental ensaya todos los caminos posibles, especies y sociedades hacen lo mismo. La evolución biológica es una onda retardada: los cambios del organismo van detrás de los cambios del medio. La historia social es –puede ser- una onda avanzada: el individuo se adelanta a los cambios del medio. Los dispositivos de aprendizaje permiten colapsar las ondas en sus puntos improbables: alargar, por ejemplo, la vida de una partícula, un organismo o un individuo.
Los sociólogos y psicólogos que se pretenden científicos (los “cuantivistas”) toman la física como ciencia modelo. Lo malo es que toman como modelo la física de Newton, sin tener en cuenta las revoluciones relativista y cuántica. Pero, al final (y gracias a los sociólogos “cualitativistas”), estas dos revoluciones están sacudiendo la sociología y la psicología porque distorsionan la relación entre sujeto y objeto.