FILOSOFIA: Javier del Arco
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El Tesoro de la alfombra mágica

La relatividad cultural extrema y los valores puramente heterárquicos han muerto de contradicción. Se va extendiendo la noción de que las distinciones cualitativas son inevitables y propias de la condición humana y que además estas distinciones cualitativas se pueden hacer de manera mejor o peor, pero se pueden hacer.


Riane Eisler
Riane Eisler
Hemos descrito hasta ahora lo que se entiende por una holarquía normal o natural, que consiste en el desarrollo secuencial o por etapas de redes más amplias de complejidad creciente, en las que las totalidades mayores o más amplias pueden ejercer su influencia sobre las totalidades menores. Pero no todo es pintar como querer.

Una holarquía, desafortunadamente, no siempre funciona correctamente y puede devenir entonces una patología. Si un nivel superior, que ejerce una influencia funcional normal sobre niveles inferiores, comienza a ser perjudicial para ellos, reprimiéndolos, alienándolos o incluso destruyéndolos, dicho nivel se ha convertido en patológico lo que revierte negativamente allí donde se dé la holarquía, ya sea en esferas individuales o sociales.

Precisamente ese carácter holónico del mundo, esa sucesión de esferas dentro de otras esferas, puede ser la causa primaria de sus patologías. Cuando una esfera se torna patológica, reverbera a través del sistema y lo distorsiona o lo destruye. El remedio tiene una propiedad común en todos los sistemas, independientemente de su naturaleza concreta: la extirpación –considerado este término en su sentido más amplio- de los holones patológicos con lo que la holarquía recobrará la armonía, esencial para su correcto funcionamiento.

No se trata de destruir, no se trata de deshacerse de toda una holarquía que, en lo social, equivaldría a destruir todo un sistema en el que lo social precede pero procede de lo natural. No se trata de derrumbar nada y generar un paisaje plano –paisaje bélico al fin y al cabo- sino de reformar y suprimir aquello que funciona mal tal y como hace la evolución biológica.

Los heterárquicos más radicales han sido en época reciente los marxistas-leninistas, los marxistas de credo soviético para puntualizar más exactamente. El fundamento de su equivocación y de su fracaso sociopolítico, ha sido, esencialmente, pretender desechar la jerarquía existente generando un modelo social y humano, unitario y unidimensional, en el que tras eliminar sistemática y totalmente una escala de valores defectuosa, y reemplazarla por otra propia totalmente artificiosa.

¿Filósofo de lo nuevo?

Marx leyó a Darwin, es cierto. Pero el marxismo soviético de Lenin y sobre todo de Stalin ignoró los principios fundamentales de la biología, ergo de la antropología, y sumió a todo un sector del mundo en la tiranía, en la miseria y lo que es peor: en un fracaso y en un callejón sin salida. Por ello me parecen delirantes las declaraciones del filósofo esloveno Slavoj Zizek efectuadas al suplemento cultural de El País, Babelia, en la que nada menos se autodeclara estalinista ortodoxo, lacaniano, dogmático y nada dialogante.

Semejante sujeto es definido, en el contexto de la entrevista, como “el filósofo de lo nuevo” cuando todo lo que dice apesta a naftalina y sangre humana vertida por su monstruo venerado, Stalin, uno de los seres más viles y repugnantes de toda la historia de la humanidad

La reparación para toda enfermedad vital o social –ya sabemos que lo social es parte de lo vital y que no hay filosofía ni sociología posible que no tenga en cuenta la biología como pars prima- pasa por extirpar los holones que han roto el equilibrio, conduciéndose con desorden, usurpando la posición de otros en el sistema general y abusando de su poder de causación ascendente o descendente.

Dos ejemplos: el cancer –biología- y el fascismo y comunismo -política-. En el primer caso, un holón maligno –célula cancerígena- comienza una proliferación desordenada rompiendo la holarquía establecida para el buen funcionamiento de un tejido u órgano, destruyendo sus patrones y pautas morfo-fisiológicas; el remedio sea quirúrgico, por radiación, quimioterapia, terapia génica o nuevas terapias de vehiculización de sustancias biológicas hasta los loci exactos de la enfermedad, se fundamenta en la supresión de los holones –células o genes- que se comportan incorrectamente.

Natural y bueno

En el caso del totalitarismo comunista o fascista, este surge en una sociedad deteriorada en el que unos sectores extremistas –holones sociales malignos- alcanzan por medios lícitos –Alemania y Méjico (muy chapuceramente, por cierto) o ilícitos –Rusia, Italia, España, Argentina, Chile…el poder político y el control de la sociedad, asfixiándola, sojuzgándola, llevando la criminalidad en su estricto sentido a la política y haciendo cómplices activos de esa criminalidad al poder militar, fuerzas de seguridad, sistema judicial y poderes económicos y mediáticos; resultan cómplices pasivos las confesiones religiosas, que optan por retirarse de lo temporal, y las clases medias que, en su ansia de estabilidad, olvidan que toda prosperidad a medio y largo plazo sólo es posible en un marco de libertad, democracia y pluralidad política. Pero no todo lo que es natural es bueno para el ser humano.

Hobbes y Nietzsche nos han dicho muy claramente como es la verdadera condición humana. La tentación totalitaria es propia de todos los mamíferos predadores y que sepamos el hombre será lo que se quiera, pero desde luego es eso: un primate predador gregario, cazador, que ataca, se defiende, se somete, arremete, lidera, se acobarda, espera su oportunidad…es tierno y asesino, esencialmente contradictorio.

Todo macho y en algunas especies, toda hembra vieja pero fuerte, tienen la tendencia a liderar el grupo con dureza, sin concesiones, pero también sin esfuerzo ni violencia inútil. Sólo el mamífero dominante, el ser humano, cuya característica más significativa es el exceso, usa de su potencial genético agresivo para la aniquilación de sus congéneres y ese tan terrible como característico rasgo del exceso hace que nuestro instinto territorial lo extrapolemos al deseo de dominación de todo el territorio posible para usar de él (rasgo biológico) y abusar de él (rasgo humano). El hombre es sólo en cierto sentido el producto evolutivo más perfilado; pero visto el humano desde otras muchas vertientes parece el mayor enemigo de sí mismo y de la propia evolución.

El caso de Riane Eisler

Retomando nuestro discurso, hemos de decir que la existencia de jerarquías patológicas no condena la existencia de las jerarquías en general. Y lo haremos examinando el caso singular de Riane Eisler.

Nacida en Viena, emigró a Estados Unidos donde estudió sociología y antropología en la Universidad de California, Los Ángeles, graduándose con honores y titulándose más tarde de abogada en la misma Universidad.

Es autora de numerosos libros tales como "El cáliz y la Espada", The Partnership Way, Placer Sagrado y Tomorrow's Children que aplica el modelo Partnership (relaciones solidarias) a la educación proporcionando una guía de educación desde el jardín de la infancia y a lo largo del toda la educación primaria. Todos sus libros han sido considerados por la crítica como un valioso aporte a la humanidad.

Riane Eisler es reconocida internacionalmente como una pensadora original y brillante cuya obra pionera es tal vez el primer estudio que permite una visión integrada de nuestro pasado, presente y futuro. Muchos la han calificado como una moderna mujer del renacimiento.

Es presidenta del Center for Partnership Studies que surgió de su trabajo. Es internacionalmente conocida por su identificación con el modelo Partnership versus el modelo Dominador como dos formas básicas de organización. Su desarrollo de la teoría de transformación cultural proporciona una nueva perspectiva sobre nuestro pasado, presente, y las posibilidades para nuestro futuro.

Ha impulsado campañas para que se legisle a favor de mujeres y niños y su labor como investigadora y educadora ha sido ya reconocida en la Primera Enciclopedia Mundial de la Paz. Sus conferencia en TV, universidades, centros comunitarios, etc., son seguidas con entusiasmo en todos los países que visita.

La Dra. Eisler fue galardonada como la única mujer entre veinte grandes pensadores que incluían a Vico, Hegel, Spengler, y Toynbee, Figura en Macrohistoria y Mascrohistoriadores, en reconocimiento a la perdurable importancia de su trabajo.

La autora de El cáliz y la espada: Nuestra historia, nuestro futuro, -libro proclamado por Ashley Montagu, antropólogo de la Universidad de Princeton, como el más importante desde El Origen de las Especies, de Charles Darwin-, una inquebrantable defensora de la heterarquía, ha escrito en esta obra imprescindible:

Se debe hacer una importante distinción entre jerarquías de dominación y de realización. El término jerarquías de dominación describe a jerarquías basadas en el uso de la fuerza o en la amenaza explícita o implícita de hacer uso de la fuerza. Tales jerarquías son muy diferentes del tipo de jerarquías que encontramos cuando progresamos desde órdenes de funcionamiento inferior hacia órdenes de funcionamiento superior, tales como, por ejemplo, la progresión de células a órganos en los organismos vivos. Estos tipos de jerarquías pueden ser caracterizados con el término jerarquías de realización porque su función es maximizar el potencial del organismo. Por el contrario las jerarquías humanas basadas en la fuerza o en la amenaza de su utilización, no sólo inhiben la creatividad personal sino que dan como resultado sistemas sociales en los que las cualidades sociales más bajas (degradantes) salen reforzadas y las aspiraciones más elevadas (rasgos de compasión. La empatía, la búsqueda de la verdad y la justicia) son suprimidas sistemáticamente.

Jerarquías de realización

Según la propia definición de Eisler lo que las jerarquías de dominación suprimen son de hecho las propias jerarquías de realización del individuo. En otras palabras, el remedio para la proliferación de las jerarquías patológicas son las jerarquías de realización, no las heterarquías que producirían más desordenes, acúmulos sin sentido y los terribles fragmentos que, por su propia naturaleza, son materiales de derribo.

No sólo cabe hablar pues de jerarquías patológicas o de dominación, sino también heterarquías de dominación que, por el hecho de serlo, son ellas mismas también patológicas. Nosotros pensamos que las jerarquías normales –holismo entre niveles- se tornan patológicas cuando hay una ruptura entre esos niveles y un determinado holón asume un papel represivo, opresivo y dominante, ya sea en el desarrollo de un individuo o de una sociedad. Simultáneamente una heterarquía normal –holismo dentro de cualquier nivel- se vuelve patológica cuando ese nivel se difumina o se fusiona con su entorno: un holón concreto no destaca lo suficiente, se mezcla mucho; no emerge sobre los demás, se funde con los otros; y toda distinción de valor o de identidad se pierde.

En la jerarquía patológica un holón asume el dominio en detrimento de los demás. Ese holón no asume su doble condición de todo y parte; asume tan sólo que es la totalidad. En la heterarquía patológica, los holones individuales pierden su valor e identidad distintivos, disueltos en una fusión comunal. El holón no asume tampoco su doble condición de totalidad y parte; se convierte sólo en parte de manera que renunciando a lo que le puede ser propio, se convierte tan sólo en un instrumento para uso de otros sin valor por sí mismo.

Vista así, la heterarquía patológica no significa unión sino fusión; no integración sino indisociación; no relación sino disolución. Todos los valores se igualan y homogenizan en una uniformidad desprovista de valores individuales e identidades; de nada se puede predicar que sea más profundo o más alto o mejor en algún sentido significativo; todo valor desaparece en una mentalidad de rebaño en la que los no definidos guían a los no definidos.

Distinciones cualitativas

Las jerarquías de realización suponen una graduación según una capacidad holística creciente –o incluso una clasificación de valor- que suele resultar molesta para quienes creen en la heterarquía extrema, los cuales rechazan de manera categórica cualquier tipo de categoría real o de juicio, sea el que sea.

Señalan con buenas y quizá más que buenas, muy nobles razones, que la categorización es un juicio jerárquico que muchas veces se traduce en opresión social y desigualdad y que en el mundo de hoy –como en el de ayer- la justicia es exigua y requiere de una cierta dosis de radicalidad amplificadora, de una facilitación que alguno más extremista, deshumanizado o malvado, puede traducir por la implantación de un sistema igualitario constituido por una heterarquía de valores iguales.

A esto hay que responder que la afirmación radical de la heterarquía, es en sí misma un juicio jerárquico. En efecto, al considerar la heterarquía como algo que encarna mayor justicia, compasión y decencia, la comparan con las visiones jerárquicas que entienden como dominantes y denigrantes. En otras palabras, clasifican ambas visiones y perciben que una es mejor que la otra, es decir, tienen su propia jerarquía, sus propias categorías de valor.

Pero como niegan la jerarquía en sí, deben ocultar la suya y pretender que su jerarquía no es tal, cometiendo la contradicción de negar conscientemente lo que su postura real asume. En esencia, esta actitud se resume así: “tengo mis categorías pero tu no puedes tener las tuyas, y además eso que tengo que parecen categorías, no lo son en absoluto”.

Mediante la realización de juicios jerárquicos no recocidos, se evitan cuestiones dificultosas como, para empezar, averiguar de qué manera hacemos juicios de valor. También conviene indicar que la claridad del análisis sobre los juicios de valor de los demás que realizan los heterarquistas, no lo aplican a los suyos propios que permanecen en la oscuridad.

En nombre de la justicia y de la bondad, condenan a los demás sin explicar las fuentes y la estructura de su propia ética. Esta actitud, explicable en los periodos juveniles de la vida universitaria, en la que la radicalidad libera muchas tensiones personales y políticas vinculadas a ideales, debe luego remansarse en un proceso reflexivo en el que se puedan aclarar la naturaleza de los sistemas humanos, la naturaleza de aquello por lo cual los seres humanos elegimos lo bueno, lo verdadero y lo bello. Estas elecciones implican considerar escalas de valores que, de manera no explicita, los heterarquistas hacen y después niegan haber hecho.

Reformulación de la modernidad

Esta posición heterárquica entraña unas jerarquías sigililosas que evitan abordar aquellas cuestiones realmente profundas y difíciles: ¿Por qué los seres humanos siempre dejan huellas? ¿Por qué la búsqueda de valor en el mundo es inherente a la condición humana? ¿Por qué es inevitable que haya algún tipo de escala de valores? ¿Por qué las distinciones cualitativas están construidas dentro del mismo tejido de la orientación humana? ¿Por qué el tratar de negar los valores es en sí un valor? ¿Cómo podemos elegir de manera limpia, legítima y consciente nuestras inevitables jerarquías y no caer en la ética negativa del no-reconocimiento, de la supresión y del oscurantismo?

La emergencia de ciertos juicios de valor que niegan serlo, la visión del mundo que pretende no ser una visión del mundo, la emergencia de ciertas jerarquías que niegan ser jerarquías, ha sido sólidamente analizada por Charles Taylor en su obra Sources of the Self: The Making of the Modern Identity.

No tratamos aquí de exponer de forma sintética el pensamiento del filósofo quebequés y canadiense Charles Taylor. La filosofía política que ha desarrollado Taylor se enmarca dentro del más amplio debate entre comunitaristas y liberales en torno al sujeto, la sociedad, el Estado, la política ejecutiva y la naturaleza del Derecho, que se viene produciendo desde la década de 1980 en el ámbito de la Filosofía política. Pues bien, Taylor constituye uno de los representantes más emblemáticos de lo que se conoce como la teoría comunitarista.

De manera resumida, podemos señalar que el pensamiento de Taylor no supone un rechazo de ciertos logros de la modernidad, que hace suyos; sin embargo, reformula ciertos aspectos de la misma, pues considera que una de las tradiciones políticas más representativa de la modernidad, el liberalismo, no ha tenido suficientemente en cuenta la relevancia de la comunidad en el debate filosófico-político contemporáneo.

Por lo que se refiere a la bibliografía de Taylor, podemos agruparla en torno a cuatro bloques temáticos. Un primer bloque de obras agrupa aquellos estudios realizados por Taylor acerca del pensamiento alemán desde el siglo XVIII hasta nuestros días, con especial referencia a la filosofía de Hegel. En este primer conjunto de obras, podemos destacar Hegel (1975) y Hegel and Modern Society (1979).

Un segundo grupo es el constituido por aquellas obras en las que Taylor se dedica al estudio de las ciencias sociales, el conocimiento y el lenguaje. Caben señalar: Philosophical Papers. Vol. I: Human Agency and Language; Vol. II: Philosophy and the Human Sciences (1985) y Philosophical Arguments (1995). Un tercer conjunto de obras es en el que Taylor lleva a cabo el proyecto de estudiar las fuentes de la identidad moderna. Podemos destacar: la ya mencionada Sources of the Self: The Making of the Modern Identity (1989), y lo que constituiría su epílogo, The Malaise of Modernity (1991).

Por último, el cuarto bloque de obras estaría constituido por aquellos ensayos que se refieren al estudio de la identidad de la comunidad y el problema de su reconocimiento. Entre éstas, cabe resaltar: Multiculturalism and “The Politics of Recognition” (1992), Reconciling the Solitudes: Essays on Canadian Federalism and Nationalism (1993), Multiculturalism: Examinig the Politics of Recognition (1994) y Multiculturalisme: différence et démocratie (1994).

Contextos diversos

Taylor comienza afirmando que realizar distinciones cualitativas es un aspecto inevitable de la condición humana. Simplemente nos encontramos existiendo en diversos contextos, en diferentes marcos de referencia -es decir, nosotros diríamos holones dentro de holones, contextos dentro de contextos-, y estos contextos constituyen irreversiblemente diversos valores y significados que están ensamblados en nuestra situación. Taylor dice:

Lo que he estado llamando marco de referencia incorpora una serie crucial de distinciones cualitativa –una jerarquía de valores-. Pensar, sentir y juzgar dentro de este marco de referencia es funcionar con el sentido de que algunas acciones, o modo de vida, o forma de sentir, es incomparablemente más elevado que los demás que tenemos a nuestra disposición. Uso aquí las palabras “más elevado” en sentido genérico.

El sentido de en qué consiste esa diferencia puede tomar muchas formas: puede que una forma de vida sea vista coma más plena, otra manera de sentir y actuar como más pura, un modo de sentir o vivir como más profundo, un estilo de vida puede ser más admirable, y así sucesivamente…

Incluso quien se adhiere a la heterarquía o al pluralismo radical, está realizando distinciones cualitativas muy profundas, aunque denuncie que las distinciones cualitativas son violentas y brutales, aunque niegue totalmente la existencia de la noción de marco de referencia. Taylor añade:

Pero esta persona no deja de tener un marco de referencia, por el contrario tiene un profundo compromiso con un cierto ideal de benevolencia. Admira a la gente que vive según ese ideal, condena a quienes no lo hacen o están demasiado confundidos incluso para aceptarlo, y se siente mal cuando él mismo no vive según ese ideal. Vive en un horizonte moral que no puede ser explicado por su propia teoría moral.

La cuestión es que, como Taylor expresa, aunque este individuo abrace la diversidad y la igualdad de valores, la idea no es nunca que “cualquier cosa que hagamos sea aceptable”. Taylor escribe:

Quiero defender la tesis extrema de que vivir sin marco de referencia nos es absolutamente imposible; dicho de otra manera, los horizontes dentro de los que vivimos nuestra vida y que le dan sentido tienen que incluir fuetes discriminaciones cualitativas (jerarquía de valores). Además, esto no es únicamente una verdad psicológica cambiante acerca de los seres humanos que podría llegar a no ser cierta en cualquier momento para algún individuo excepcional o un nuevo tipo humano, para un superhombre objetivamente desvinculado. Más bien, la afirmación es que vivir dentro de horizontes fuertemente cualificados constituye la condición humana…y no un extra excepcional del que podamos prescindir.

Teóricos “parasitarios”

Sin embargo, según Taylor, hay una visión moderna que:

Se siente tentada a negar estos marcos de referencia en conjunto. Mi tesis en este caso es que esta idea está profundamente equivocada…y profundamente confundida. Supone que la afirmación de la vida y de la libertad implica repudiar las distinciones cualitativas, un rechazo de los bienes constitutivos como tales, pues son en sí mismos reflejos de distinciones cualitativas y presuponen un concepto de bienes caritativos.

Si hacemos un seguimiento a través de la historia de la emergencia de esta curiosa postura, Taylor señala que:

Cuanto más se examinan los motivos, lo que Nietzsche llama genealogía, de estas teorías, tanto más extrañas resultan. Parecen estar motivadas por los ideales morales más sólidos y robustos como libertad, altruismo, pluralismo universal…Estos ideales son nucleares en el contexto de las aspiraciones morales de la cultura moderna, los bienes supremos –jerarquías fuertes- que la distinguen. Sin embargo, estos ideales llevan a los teóricos a la negación de los valores mínimos. Están atrapados en una extraña contradicción pragmática, por la que los mismos bienes que les mueven, les impulsan a negar o desnaturalizar tales bienes. Su propia constitución les incapacita para exponer con claridad las fuentes profundas de su propio pensamiento. Este, entonces, resulta inevitablemente estrecho.

Según Taylor el agente sin marco de referencia resultante es un monstruo, motivado por la profunda incoherencia y auto ilusión que esta negación implica. Esta jerárquica negación de la jerarquía implica una ética de la supresión por que son necesarios muchos “estratos de supresión” para esconder de uno mismo, de manera tan completa, las fuentes de su propio pensamiento.

Taylor es aún más duro y califica a estos teóricos del heterarquismo como “parasitarios”. Veamos: al no poder aclarar las raíces profundas de su pensamiento, viven necesariamente sólo de la denuncia de aquellas visiones en las que son incapaces de reconocer conscientemente sus propias distinciones cualitativas. Como sus fuentes morales son innombrables se dedican principalmente a las polémicas y las denuncias. Viven tan sólo para atacar y refutar, por eso este tipo de filosofía no sólo es auto ocultadora sino también parasitaria.

Los pluralistas radicales o heterarquistas, están motivados por los valores de libertad, altruismo o benevolencia universal y pluralismo universal. Estos son juicios profundamente jerárquicos que, además y con toda la razón del mundo, rechazan otras modalidades de juicios de valor y de jerarquías que han aparecido a lo largo de la historia. Rechazan con toda energía la llamada ética del guerrero, la de la élite aristocrática, la ética de sólo-hombres, la del esclavo-dueño, por citar sólo algunas. En otras palabras, sus valores heterárquicos se mantienen en su sitio por juicios jerárquicos con los que además estamos mayoritariamente de acuerdo.

Relativismo cultural

Los mismos problemas, y reconocemos que esta es una cuestión mucho más delicada, rodean al relativismo cultural. Y me detengo, porque sé que vamos a tocar algo sensible para el público europeo. Estos -los heterarquistas-, mantienen que el conjunto de los diversos valores culturales es igualmente válido y que no son posibles los juicios de valor universal. ¿Pero no es este juicio en sí mismo claramente universal? Sí, porque sostiene como universalmente verdadero que ningún juicio es universalmente verdadero. De este modo, el tema crucial de cómo hacer juicios universales válidos se ignora completamente y a cualquier afirmación de carácter universal se le niega la acepción afirmativa.

Los relativistas culturales extremos mantienen que la verdad es básicamente aquello en lo que esta de acuerdo cualquier cultura y así, ninguna verdad es inherentemente mejor que la otra. Este tipo de pensamiento, que algunos califican de oscurantista, tuvo su mayor apogeo en las décadas de los 60 - 70 de nuestro siglo. Pero su naturaleza profundamente contradictoria se puso en evidencia, sobre todo con los trabajos de Michel Foucault, gran santón de la filosofía francesa de las postrimerías del siglo XX, y de un indiscutible mérito intelectual, se esté o no de acuerdo con sus opiniones, que también fueron evolucionando en el discurrir de su obra.

Foucault afirmó que aquello que el ser humano llega a llamar verdad es simplemente un juego de poder y una convención arbitraria, destacando las diversas épocas en las que la verdad parecía depender completamente de los cambiantes y los convencionales. Entramos así en el importante concepto de episteme o campo epistemológico -sobre el más adelante volveremos a insistir- que no es sino la estructura subyacente e inconsciente que delimita el campo del conocimiento y las maneras de cómo los objetos son percibidos, agrupados y definidos.

La episteme no es una historia global ni siquiera historia de las ideas; para Foucault episteme es Arqueología. Es algo que se instala en las ciencias humanas y que hace que se den formaciones discursivas gobernadas, no por la verdad, sino por principios de transformación excluyentes. En otras palabras, toda verdad era en última instancia arbitraria. Recomendamos la lectura de obras de Foucault como “Las palabras y las cosas: una arqueología de las ciencias humanas” y “La arqueología del saber”.

La idea del filósofo francés además de brillante parecía muy persuasiva y tuvo amplia resonancia. Sin embargo, subyacía una cuestión: si toda verdad es arbitraria, ¿era la propia exposición de Foucault verdadera?

Como todos los relativistas, Foucault se había autoexcluido de los mismos criterios que aplicaba a los demás. Hacía una serie de afirmaciones verdaderas que negaban toda afirmación verdadera (excepto su propia posición) y por tanto su postura como señalaron sus críticos desde Habermas a Taylor, era incoherente. Foucault abandonó el relativismo extremo de su inicial trabajo arqueológico y evolucionó hacia un planteamiento más equilibrado que incluía continuidades y abruptas discontinuidades -sobre todo en “Saber y verdad”, Endymión, 1991-.

Nadie niega que muchos aspectos de la cultura sean obviamente diferentes e igualmente valiosos. La cuestión es que esta misma postura es universal y rechaza las teorías que catalogan a las culturas según una inclinación etnocéntrica, lo cual esta bien, pero al pretender que toda catalogación es mala o arbitraria, no pueden explicar convincentemente su propia postura y el proceso de su propio y no reconocido sistema de catalogación. Y la catalogación inconsciente, es defectuosa e inconsistente.

Jürgen Habermas ha lanzado una crítica demoledora contra estas posturas señalando que todas ellas implican una “contradicción intrínseca”: otra manera de decir que están presuponiendo implícitamente validez universal a afirmaciones de las que niegan incluso su existencia.

En resumen, la relatividad cultural extrema y los valores puramente heterárquicos han muerto de contradicción. Se va extendiendo la noción de que las distinciones cualitativas son inevitables y propias de la condición humana y que además estas distinciones cualitativas se pueden hacer de manera mejor o peor, pero se pueden hacer.


Javier Del Arco
Sábado, 22 de Abril 2006
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Editado por
Javier Del Arco
Ardiel Martinez
Javier del Arco Carabias es Dr. en Filosofía y Licenciado en Ciencias Biológicas. Ha sido profesor extraordinario en la ETSIT de la UPM en los Masteres de Inteligencia Ambiental y también en el de Accesibilidad y diseño para todos. Ha publicado más de doscientos artículos en revistas especializadas sobre Filosofía de la Ciencia y la Tecnología con especial énfasis en la rama de la tecno-ética que estudia la relación entre las TIC y los Colectivos vulnerables.




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