HACIA UN NUEVO CONCILIO. Javier Monserrat
Blog de Tendencias21 sobre el paradigma de la modernidad en el cristianismo

No querría que pasara desapercibido el mensaje esencial que tengo la intención de transmitir. Si la Nueva Evangelización consiste en repetir el paradigma antiguo, aunque sea camufladamente, o en reducir la acción de la iglesia a una pura proclamación del kerigma, ignorando el esfuerzo hermenéutico, entonces “nueva” sólo puede entenderse en el sentido de “otra” insistencia en la forma de evangelizar al uso (que es la que en siglos pasados nos ha sumido en la más grave crisis de la religión que ha visto la historia). Pero no será “nueva” en el sentido de que aporte “novedad”, la novedad requerida y que la iglesia retóricamente, en segundo binario ignaciano, parece postular. Para que esto se produjera sería necesario que la iglesia abordara la grave cuestión pendiente desde siglos: la nueva hermenéutica de la modernidad. Por ello, en estos momentos, hablar de “nueva” evangelización” es, a mi entender, precipitado. ¿Por qué? Simplemente porque para que haya nueva evangelización hay que dar un paso previo, que supone un cierto proceso histórico, que todavía no se ha dado: la reflexión colectiva dirigida por la misma iglesia para llegar al paradigma de la modernidad. Sin una autocomprensión de la iglesia dentro de la modernidad no habrá nunca “nueva” evangelización. Hoy en día esto no se ha producido y, por tanto, es prematuro hablar de “nueva” evangelización. ¿Nos urge evangelizar? Entonces venzamos las resistencias y comencemos a dar los pasos que nos llevan hacia la evangelización requerida por los tiempos. Una vez que estemos en ella, y se abra ante nosotros la luz profunda con que el kerigma cristiano brilla en la modernidad, la misma iglesia entenderá que no puede escatimar medios para ofrecer el gran escenario histórico para proclamar en nuestro tiempo la fe cristiana y el sentido del plan de Dios al que el hombre puede libremente adherirse. Este escenario no podrá ser otro que el gran concilio universal de la iglesia, uno de los más importantes de su historia, en tiempos excepcionales de transición a un nuevo mundo.


La historia imaginaria de cómo se llegó al Nuevo Concilio:
cuándo comenzó a hacerse posible


Imaginemos lo que, en definitiva, ha venido produciéndose en los últimos siglos de historia cristiana. La iglesia consistía en la adhesión personal e intelectual a Jesús de Nazaret, cuyo mensaje era hecho presente en cada época como el kerigma de la fe de la iglesia. La iglesia intentó explicar quién era el hombre y por qué el kerigma iluminaba la profundidad del ser humano. Pero, ¿quién era el hombre? La iglesia dependía para entenderlo de la cultura y de la filosofía del tiempo. Tenía que hablar a la cultura de su época. Por ello, la iglesia comenzó un proceso hermenéutico que dependió del mundo greco-romano. La iglesia supo desde el principio que una cosa era el kerigma que Jesús había anunciado y otra distinta las hermenéuticas. Después de siglos y siglos de permanencia en este paradigma explicativo la iglesia se habituó porque la tradición de muchos años se había expresado usando sus instrumentos conceptuales.

Pasado el tiempo sucedió que la sociedad, la cultura, la ciencia y la filosofía, comenzaron a cambiar poco a poco su imagen del universo, de la materia, de la vida, del hombre y de la historia. Habían transcurrido quince siglos. Mucho tiempo. Pero el hecho es que el paradigma antiguo fue siendo abandonado por aquella sociedad en que la iglesia debía proclamar el kerigma. La iglesia no estaba comprometida esencialmente con el paradigma antiguo. De ahí que, al darse el cambio hacia una nueva imagen de la realidad la iglesia hubiera debido aceptar simplemente que la razón humana, que progresaba en la historia, ofrecía una imagen más profunda de aquella realidad que Dios había creado. En consecuencia hubiera debido elaborar pronto una nueva hermenéutica para entender con más profundidad el kerigma cristiano, caminando en paralelo al movimiento racional de la sociedad. Esto no podía entenderse como “venderse”, “ceder” o adaptarse estratégicamente a la modernidad (renunciando a las ideas por el beneficio inmediato del éxito social), sino simplemente como profundizar en el debido conocimiento del kerigma a medida que la historia avanzaba en el conocimiento de la realidad. La nueva hermenéutica no hubiera sido nunca oportunismo, sino deber intelectual de la teología cristiana.

Pero esto no es lo que realmente sucedió. El hecho acontecido fue que la modernidad comenzó a pronunciarse de forma tanteante e imprecisa, poco madura, tanto en lo científico-filosófico como en lo socio-político. Es explicable que así fuera. La iglesia, además, en aquel tiempo, estaba instalada todavía en un dogmatismo muy fuerte y prepotente, tras años de cristiandad medieval. Tuvo la impresión de que aquellos primeros movimientos de la modernidad no se correspondían con la verdad y se atrevió a denunciarlos. El resultado fue que el movimiento de la modernidad que estaba creando el futuro, por una parte, y la ideología hermenéutica del movimiento eclesiástico anclado en el pasado, por otra, entraron en un proceso de disonancia y enfrentamiento que duró varios siglos. En realidad hasta nuestros días, con matices.

Imaginemos ahora que, después de cinco siglos de disonancia, que produjeron en la iglesia la inmensa tribulación de una crisis religiosa de una gravedad nunca vista, las circunstancias comenzaron a cambiar. ¿Qué es lo que sucedió? Muy sencillo, por una parte la modernidad fue madurando en su imagen del mundo, de tal manera que se llegó a un estado en que su visión de la materia, del universo, de la vida, del hombre y de la historia, fue limando las aristas y perfiles agudos que produjeron en siglos pasados heridas en la sensibilidad cristiana. Por otra parte, la iglesia comenzó a sentir el cansancio de siglos de enfrentamiento, de tribulación y la mala conciencia de ser responsable de la grave crisis religiosa de la sociedad moderna. La iglesia sintió la urgencia moral cristiana de intentar como fuera la Nueva Evangelización de aquella sociedad que ella misma –así podemos decirlo, aunque sea duro para la iglesia– había perdido. Había que llegar a diseñar una nueva proclamación del kerigma ante la sociedad descristianizada (en gran parte todavía religiosa en su interior). Esta proclamación debía hacerse con una calidad nueva y superior, de tal manera que la libertad humana en la modernidad pudiera verse atraída con fuerza hacia el enriquecimiento existencial de la fe. No sólo debía hacerse oír por la increencia, sino también por muchos otros hombres interiormente religiosos, aunque incapaces de expresar su religiosidad a través de aquella fe de la iglesia en disonancia con la modernidad.
LA NUEVA EVANGELIZACIÓN Y CONCILIO (VII): EL NUEVO CONCILIO COMO CULMINACIÓN HISTÓRICA DE LA EVANGELIZACIÓNDEL MUNDO MODERNO

Prosigue la historia: aparece la nueva alternativa

¿Qué hacer? El hecho es que las nuevas circunstancias, pasados cinco siglos de disonancia y de tribulación cristiana, propiciaron que se hiciera aquello que no pudo hacerse en el principio, en los siglos XVI-XVII, por las condiciones de inmadurez de los procesos históricos, tanto de parte de la modernidad como de la iglesia. Después de muchas tentativas de pensadores cristianos que no habían conducido a nada, sin capacidad de alterar la inercia del movimiento de la iglesia en su posición ancestral, llegó un tiempo en que las diversas variables del problema comenzaron a cuadrar entre sí: la iglesia comenzó a entender en profundidad la imagen madura de lo real en la ciencia y en la cultura de la modernidad, al mismo tiempo en que se comenzaba a intuir que aquellos rasgos de esa imagen moderna, lejos de oscurecer el kerigma cristiano, permitían iluminarlo con una sorprendente claridad. Poco a poco comenzaron a perfilarse con toda precisión los rasgos de la nueva alternativa hermenéutica que la modernidad hacía posible para entender y proclamar el kerigma cristiano.

La nueva alternativa hermenéutica –no podía ser de otra manera– comenzó a ser propuesta por autores concretos. Aunque era algo muy sencillo e intuitivo, si se quería proponer seriamente, suponía una cierta complejidad intelectual. Por ello, exigía la fuerza del concepto, la decisión de tomarse en serio algo y estudiarlo. Esto no siempre ha sido fácil de conseguir porque todas las personas tienden a dejarse llevar por la inercia. Por ello muchos no prestaron la atención debida a la nueva alternativa que se abría camino, sin darse cuenta de que su prepotencia ante la novedad les iba a ser juzgada duramente por la historia a no mucho tardar. No obstante, las tendencias impulsadas inevitablemente por la lógica de la historia acaban por imponerse. ¿Por qué? Pues por lo de siempre: porque no todos viven en la insensibilidad administrativa o en la prepotencia del rol social vacío del puro intelectual, sino que hay muchos que honestamente sienten la urgencia moral cristiana de buscar la verdad coyuntural que conduzca con al mejor diseño para la Nueva Evangelización.

Prosigue la historia: la Nueva Evangelización hace inevitable el concilio

Una vez que en la iglesia se fue tomando conciencia de que la alternativa que se buscaba desde siglos estaba ya a la mano, todos los elementos del problema, las dudas, las disonancias, las contradicciones, comenzaron a encajar entre sí produciendo la alegría sobrevenida de haber hecho luz en el proceso de la historia cristiana. Luz reafirmante sobre la esencialidad del kerigma cristiano. Luz sobre el curso de la historia pasada de la iglesia bajo la influencia del teocentrismo y del teocratismo derivados del paradigma greco-romano. Luz sobre la forma excelente en que el kerigma se había vivido durante siglos, aun dentro de la coyunturalidad histórica del paradigma antiguo. Luz sobre la nueva imagen de la realidad en la ciencia y en la cultura de la modernidad, sobre su mundo enigmático de incertidumbres metafísicas que constituían el escenario grandioso de la autonomía, de la libertad y de la dignidad humana. Luz sobre la grandiosidad de un universo monista que nace de la ontología divina y en el que la presencia divina abarca interiormente todo el campo de la realidad. Luz sobre el diseño divino de un universo autónomo, evolutivo, creativo, puesto en manos del hombre bajo la guía de la razón. Luz sobre el misterio del eterno designio divino para la creación que un universo que hace posible la libertad del pecado y de la santidad. Luz sobre el eterno misterio trinitario de la Redención que lleva a la kénosis del Verbo en la Encarnación, y culmina en el silencio y en el sufrimiento de la cruz. Luz ante el misterio de la historia sufriente que será liberada por la resurrección. Luz sobre el sentido absoluto del logos cristológico que explica la creación y la historia de salvación. Luz sobre la nueva forma de proclamar el kerigma cristiano de siempre ante la nueva experiencia existencial del hombre en la modernidad. Luz y consuelo sobre la potente fuerza intelectual de la nueva hermenéutica que debía ser el eje que permitiera por fin la Nueva Evangelización, cuya exigencia era sentida y deseada por la iglesia.

Por tanto, cuando la iglesia cristiana acabó cayendo en la cuenta de la luz extraordinaria que hacía posible entender el kerigma cristiano desde la modernidad, entendió al mismo tiempo que estaba viviendo tiempos excepcionales. Después de veinte siglos de permanencia en el paradigma antiguo, y cinco siglos de grave tribulación por la crisis religiosa y la disonancia con la modernidad, la iglesia tenía conciencia de que se entraba en una nueva época: aquella que quedaba inaugurada por la entrada en la nueva hermenéutica del paradigma de la modernidad. La intuición gozosa de la existencia de la alternativa buscada, que iba a permitir el diseño del gran proyecto de Nueva Evangelización, surgía en un tiempo en que la iglesia no sólo estaba replegada en el puro kerigma, por carecer de lenguaje ante el movimiento triunfante de la modernidad, sino que coincidía con una profunda postración por los graves escándalos morales acontecidos y por las muchas tensiones y disidencias en el seno de la iglesia. Por ello, la coyuntura histórica excepcional que se vivía, en que se iba a producir el primer gran cambio hermenéutico después de veinte siglos de historia cristiana en el mundo antiguo, entrando por fin en el mundo moderno, no podía ser resuelta por dos o tres documentos eclesiásticos. La Nueva Evangelización pedía producirse a través del instrumento de mayor calidad, espiritual e intelectual, disponible por la iglesia para escenificar los grandes momentos de su historia y para proclamar ante el mundo con nueva fuerza el gran mensaje del kerigma cristiano. Tras una tribulación tan larga y con la sociedad en su mayor parte descristianizada, la iglesia era consciente de que ya no podía regatear medios para dar a la Nueva Evangelización, pendiente desde siglos atrás, su medio más potente de escenificación: el concilio ecuménico. El Vaticano III. Un concilio llamado a ser uno de los hitos más importantes en la historia hermenéutica de la iglesia cristiana.
LA NUEVA EVANGELIZACIÓN Y CONCILIO (VII): EL NUEVO CONCILIO COMO CULMINACIÓN HISTÓRICA DE LA EVANGELIZACIÓNDEL MUNDO MODERNO

El Nuevo Concilio

El Papa, al convocar el concilio como cabeza de la iglesia, y la iglesia misma, se pusieron en manos del Espíritu de Dios, confiando en una iglesia que para proclamar en la historia el kerigma cristiano fue inspirada para redactar las Escrituras y siguió asistida por la Providencia Divina en cada momento de su caminar por los siglos hasta el presente. En los años anteriores al concilio una gran actividad intelectual en toda la iglesia preparó las ideas que debían hallar el respaldo del concilio. Un talante de novedad y creatividad guiaba la acción de todos, venciendo los temores al cambio apoyados en la razón filosófica y teológica, así como en la confianza en el Espíritu, sentida en tiempos de grave responsabilidad y de excepcionales esperanzas. La iglesia no era ya aquella institución que dejaba que los intelectuales pensaran al mismo tiempo que los ignoraba, mientras ella misma se refugiaba en el incompromiso hermenéutico sin diálogo con el logos del tiempo y en la pura proclamación kerigmática de los grandes contenidos de la fe.

La convocatoria y celebración del concilio recabó la atención de todo el mundo y sus resultados fueron difundidos a través de posiciones de privilegio en los medios de comunicación. Era un espectáculo intelectual único ver a una institución religiosa de dos mil años de existencia repensando su teología desde la modernidad y proyectando sobre el mundo un mensaje, antiguo y nuevo, de profundidad sorprendente. A través del concilio, la iglesia, en disposición ya del paradigma de la modernidad, lograba proyectar sobre la sociedad un mensaje inteligible que mostraba la profunda coherencia del mundo de las religiones en el conjunto armónico de la historia y del conocimiento humano. Aquel concilio, además, constituía el motor de una Nueva Evangelización que se transmitiría fecundamente en todos los niveles pastorales de la iglesia.

La iglesia sale de la perplejidad y afronta su responsabilidad histórica

Debemos entender en toda su fuerza lo que en realidad estaba pasando desde el momento en que la iglesia como tal cayó en la cuenta de que su conciencia moral cristiana le exigía afrontar plenamente su responsabilidad con la historia y con la Nueva Evangelización, no retórica sino real, fundada en los cambios que debían afrontarse.

¿Qué había antes de este cambio de actitud en la iglesia? Por una parte, desde mucho tiempo atrás, había intelectuales católicos que intentaban aportar ideas, más o menos profundas, más o menos cercanas a la alternativa final que acabaría configurándose como la integración cristiana en el mundo moderno. Pensemos en mi obra Hacia el Nuevo Concilio: ideas referentes a la armonía de la fe con la ciencia, con la cultura de la modernidad, propuestas de cambio en diversos sentidos… Pero, por otra parte, la imagen de una iglesia que sigue imperturbable, que soporta e ignora el esfuerzo de los intelectuales, cerrada en un llamativo incompromiso hermenéutico, dando muestras de una evidente inseguridad y desconcierto, refugiada en una pura proclamación del kerigma, sin logos de conexión con la cultura y por tanto, en el fondo, ininteligible para la modernidad.

La iglesia, en el tiempo en que el concilio comenzó a admitirse como proyecto exigido por los tiempos, había caído en la cuenta de que no podía simplemente decir: ya hay pensadores tolerados por la iglesia que piensan y escriben libros, reflexionan sobre la compatibilidad de la fe con la ciencia, sobre la presencia de la fe cristiana en la modernidad…, ya que la influencia en la masa de esta obra intelectual de frencotiradores, ignorados por la iglesia, era mínima. La iglesia había entendido que era ella misma, con su prestigio y con toda la capacidad de proyección sobre los creyentes y sobre la sociedad, la que debía afrontar y liderar el gran esfuerzo hermenéutico que el tiempo exigía, asumiendo y completando la aportación previa de los intelectuales que habían creado el marco intelectual que hacía posible que la iglesia, llegado el momento, afrontara finalmente su responsabilidad histórica.

El mensaje del concilio al mundo moderno

Pero, ¿qué temas constituían el mensaje esencial del concilio? Esta pregunta ha sido tratada con amplitud en mi obra Hacia el Nuevo Concilio. En el capítulo octavo he trazado incluso una simulación de los documentos que podrían ser el eje de lo que, a mi entender, debería ser el Nuevo Concilio. A esta obra me remito. Aquí presento, sin embargo, un breve perfil de algunos de los grandes temas que deberían constituir el eje del Nuevo Concilio. Cada concilio, en la historia de la iglesia, es soberano para diseñarse y para contribuir de una forma específica a la historia de su tiempo. El Nuevo Concilio debería ser por ello un concilio hermenéutico (no dogmático) en que la iglesia orientara sobre las grandes líneas de la hermenéutica del kerigma cristiano en nuestro tiempo. Es evidente que el concilio no absolutizaría una hermenéutica determinada (abierta en la historia a seguir perfeccionándose). Simplemente debería avalar la nueva hermenéutica para explicar el kerigma en nuestra época, dictaminando como iglesia que la forma en que la modernidad nos hace entender el kerigma es compatible con el contenido del mismo kerigma y lo entiende con una nueva profundidad histórica.
LA NUEVA EVANGELIZACIÓN Y CONCILIO (VII): EL NUEVO CONCILIO COMO CULMINACIÓN HISTÓRICA DE LA EVANGELIZACIÓNDEL MUNDO MODERNO

1) La iglesia presenta su propia historia ante los hombres. Tras veinte siglos de paradigma antiguo, y cinco de la grave tribulación de la disonancia con la modernidad, la iglesia debería explicar qué es lo que en realidad ha acontecido. Qué es la iglesia como depositaria del kerigma, qué fue la permanencia en el paradigma antiguo, cómo se formó la modernidad, cuáles fueron las causas de la larga disonancia con el mundo moderno, y, finalmente, qué ha pasado para que la iglesia haya llegado por fin a entender que debe entrar en el paradigma de la modernidad. La iglesia, en definitiva, debería explicar qué es el concilio, cuál es su posición en la historia de la iglesia y cómo procede a proclamar la hermenéutica del cristianismo en la modernidad, en tiempos excepcionales, como llamada a la libertad humana para plenificarse en la creencia en Jesús y en el plan de salvación diseñado por Dios desde el eterno designio divino.

2) La iglesia entra en consonancia con la ciencia y la cultura moderna. El concilio debería ser el momento solemne en que la iglesia se reconcilia con la imagen de la realidad en la ciencia y en la filosofía de la modernidad. En el tiempo de la penosa tribulación y disonancia con la modernidad uno de los ejes del desprestigio intelectual del mundo cristiano había sido la percepción general, todavía hoy extendida, de que la iglesia y la ciencia tenían visiones de la realidad irreconciliables. Es verdad que muchos autores cristianos habían ya escrito sobre la armonía entre ciencia y fe cristiana; en el mismo Vaticano existía una Academia Pontificia de las Ciencias. Sin embargo, la posición indefinida, difusa y titubeante de la iglesia, al mismo tiempo estando y no-estando en el paradigma antiguo, exigía una toma de posición oficial sin titubeos e inequívoca que reconciliara globalmente a la iglesia con la ciencia (piénsese que la admisión que Juan Pablo II hizo del evolucionismo darwiniano, en dos líneas, fue celebrada como algo extraordinario). El concilio debería hacerse eco de la imagen de la realidad en la ciencia (en sus grandes rasgos y perfiles, obviamente) y debería proclamar que la iglesia tiene simplemente la imagen de la realidad que la razón honesta de la ciencia propone en cada tiempo histórico.

3) La iglesia describe la condición metafísica del hombre moderno. El concilio debería también aparcar definitivamente el teocentrismo del paradigma antiguo. El enigma del universo y la antropología moderna de la incertidumbre metafísica deberían admitirse como una consecuencia inevitable de la imagen moderna de la realidad. Un universo donde Dios no se impone y donde queda abierta la libertad y la dignidad humana para diseñar el sentido de la vida. Pero un universo donde es posible construir racionalmente una metafísica teísta y también una metafísica ateísta, o agnóstica. El concilio debería aceptar la incertidumbre metafísica natural del hombre en la modernidad que, en relación a un posible fundamento teísta del universo, estaría existencialmente abierto a las dos grandes preguntas para decidir el sentido de la vida, desde el interior de un universo enigmático y en el que tiene lugar el drama de la historia por el sufrimiento humano: a saber, la pregunta por el silencio divino (¿es real y existente un Dios que permanece lejano y en silencio?) y la pregunta por el Dios liberador (¿es real y existente un Dios que se manifestará como Dios liberador de la historia?). Es, en definitiva, la pregunta por la posible realidad de un Dios oculto y liberador.
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4) La iglesia explica el sentido de la “religión universal”. El concilio debería también explicar cómo la antropología metafísica del hombre moderno, que es una consecuencia de la imagen de la realidad en la modernidad, hace posible una forma nueva de entender la religiosidad del ser humano. En efecto, el hombre religioso es aquel que, abierto el enigma del universo y al drama de la existencia por el sufrimiento, da un voto de confianza a Dios y cree que se oculta y permite el sufrimiento de acuerdo con un plan de salvación que llevará al hombre a la liberación. Todo hombre religioso cree en el Dios oculto y en el Dios liberador. Esta creencia es el logos de la religiosidad natural humana y es la esencia de la religión: es la religión universal en que coinciden todas las religiones. Las diversas religiones –judaísmo, hinduísmo, budismo o islamismo como principales religiones– habrían traducido esta religiosidad universal en diversas tradiciones historicistas locales que conformarían lo específico de sus creencias. El concilio debería profundizar en la teología de estas religiones para mostrar la presencia en ellas de la religión universal.

5) La iglesia explica su proclamación del kerigma cristiano. La misión más importante del concilio de la iglesia cristiana sería la proclamación del kerigma de una forma inteligible en nuestra época. Son cristianos aquellos que se adhieren al mensaje de Jesús, lo aceptan y creen que en él se ha producido una revelación del Dios creador del universo. El entendimiento del kerigma desde la iluminación del mundo moderno, es decir, aceptando que la modernidad nos hace entender cómo es realmente el mundo creado por Dios, debería llevar a mostrar cómo el mensaje de Jesús nos dice en esencia que el Dios creador del universo es un Dios que diseña un plan de salvación desde la libertad que responde al logos cristológico, el eterno designio de ocultar su presencia y aceptar el drama de la historia, tal como se realiza en el Misterio de Cristo, en su Muerte y Resurrección. En el cristianismo Dios habría revelado su plan de salvación diciéndonos que es real el Dios oculto y liberador –Muerte y Resurrección–, cuya aceptación constituye la esencia de la religión universal. Por ello entre cristianismo universal y religión universal habría una profunda armonía. El cristianismo es una llamada a la creencia liberadora de que es real el Dios oculto y liberador que se manifiesta en el Misterio de Cristo. La nueva profundización teológica en el logos cristológico de la creación, fundada en la teología de la kénosis, ha sido explicada con amplitud en Hacia el Nuevo Concilio.

LA NUEVA EVANGELIZACIÓN Y CONCILIO (VII): EL NUEVO CONCILIO COMO CULMINACIÓN HISTÓRICA DE LA EVANGELIZACIÓNDEL MUNDO MODERNO
6) La iglesia diseña la convergencia interconfesional cristiana. Al entenderse a sí misma en la historia por el paradigma de la modernidad, la iglesia estaría en condiciones de abordar una nueva forma de concebir ecuménicamente la convergencia interconfesional cristiana, tal como he expuesto en el capítulo sexto de Hacia el Nuevo Concilio.

7) La iglesia diseña la convergencia interreligiosa. Igualmente, el paradigma de la modernidad que hace posible la idea de la religión universal y su armonía con el cristianismo universal, haría posible un nuevo enfoque en el diálogo y la convergencia con las grandes religiones. La forma de abordar ese nueva relación con las religiones ha sido también expuesta en el capítulo sexto de Hacia el Nuevo Concilio.

8) La iglesia diseña el compromiso interreligioso con la sociedad civil. Otra de las grandes tareas del concilio debería ser la definición de la posición de la iglesia frente al orden civil, pasando del teocratismo antiguo al compromiso civil de las religiones. La nueva teología política de la iglesia nacería como un desarrollo lógico del paradigma de la modernidad y llevaría a establecer un proceso de convergencia interconfesional cristiana e interreligiosa en orden a un diseño del compromiso civil de los ciudadanos religiosos para promover en el mundo una nueva forma de lucha contra el sufrimiento humano y promoción de la justicia. También he expuesto mi opinión del proceso emergente hacia un Nuevo Mundo en el capítulo séptimo de Hacia el Nuevo Concilio, y en otras publicaciones comentadas en mi blog de Tendencias21, titulado Hacia un Nuevo Mundo.

Concilio y Nueva Evangelización

Esta serie de posts contiene en conjunto mi valoración del movimiento de Nueva Evangelización promovido hoy en la iglesia, en respuesta a la llamada de Benedicto XVI en consonancia con una inquietud nacida ya en el pontificado de Juan Pablo II. Es claro que, como cristiano, veo con aprecio y simpatía todo lo que la iglesia hace por responder a la conciencia moral cristiana de evangelizar. Pienso que es positivo y algún fruto sin duda se sacará. Sin embargo, desde mi valoración racional y teológica de la situación histórica de la iglesia y de lo que exigiría hoy un proceso de evangelización que respondiera a esa situación, no puedo dejar de entender que no se está haciendo lo que la historia exige que debiera ser hecho. Exponer mi valoración es un servicio a la iglesia. No es tanto una crítica cuanto una propuesta para elevar el nivel cualitativo de lo que debiera ser la Nueva Evangelización hoy requerida.

Lo que, en definitiva, he venido a decir es que lo que se está diseñando para responder a ese encomiable deseo de evangelizar –como se constata en los documentos para el próximo Sínodo de los Obispos– no es tanto algo nuevo cuanto un proyecto de revitalización repetitivo de la posición kerigmática de la iglesia, característica de las últimas décadas. La impresión es que se trata de un nuevo montaje retórico que contentará nuestra conciencia, ayudará a algunos grupos eclesiásticos y minorías, pero nos dejará donde estábamos; es decir, en la posición que, en los últimos siglos, nos ha hundido en la más grave tribulación histórica por la que ha pasado la iglesia, a saber, en la descristianización de la sociedad moderna.

¿Qué hacer entonces? ¿Cómo evangelizar? Creo que he expuesto con claridad lo que, a mi entender, es la raíz del problema que, una vez diagnosticado, es el que debe establecer las pautas o criterios de sanación, en nuestro caso de evangelización. Los análisis históricos, filosóficos y teológicos de que disponemos hacen muy probable atribuir la crisis moderna de la religión a la disonancia entre modernidad y fe cristiana de los últimos siglos. El paradigma antiguo fue superado por la modernidad y cabe suponer, en principio, que la imagen de la realidad que ha propuesto es honesta y más cercana a la verdad que la antigua. Aceptarlo es de sentido común. Por ello, el problema que la iglesia ha tenido en los últimos siglos ha sido un problema de anquilosamiento en el mundo antiguo y de carencia del nuevo paradigma de la modernidad que debía permitir hablar significativamente del cristianismo en nuestro tiempo.

¿Evangelizar? Ciertamente es el objetivo. Pero, para hacerlo, primero, debe darse un paso previo: buscar y encontrar el nuevo paradigma de la modernidad. Evangelizar sin nuevo paradigma no será “nuevo”, será sólo estar “en lo de siempre”; se producirá una cierta revitalización en grupos selectos, pero no se irá más allá “de lo de siempre”. La búsqueda será el intento de acercarse a la alternativa hermenéutica real que debe sustituir los enfoques hermenéuticos del pasado. Ese trabajo de búsqueda será el verdadero trabajo de evangelización. Será ir a la Nueva Evangelización por el itinerario correcto que conduce a ella. Será un camino difícil recorrido inicialmente por intelectuales que poco a poco irán aumentando en número; estos grandes cristianos, que saldrán de todas partes pero principalmente de entre obispos y jerarquía eclesiástica, no pensarán en clave personalista sino para dar una respuesta moral cristiana a las grandes cuestiones que están ahí, ante nosotros, que no son propiedad de nadie y nos impelen a la urgencia de evangelizar hallando fuerza para vencer las resistencias por la confianza en el Espíritu. Es claro que habrá resistencias, pero no es menos claro que la historia acabará poniendo cada cosa en su punto y atribuyendo con justicia a cada cual su responsabilidad histórica.

En todo caso, el proceso que nos lleva a instalar el cristianismo en el mundo moderno es imparable. ¿Por qué? No porque lo diga yo, claro está. Sino porque la historia tiene una dinámica objetiva que nadie puede frenar. Un elemento de esta dinámica serán sin duda los perfiles precisos e inteligibles de la alternativa que comenzará a entenderse y que dejará abierto un horizonte de futuro sin comparación muy superior y más fecundo para la iglesia que la permanencia numantina en el paradigma antiguo. Esta dinámica histórica llevará a los creyentes cristianos a una gran consolación, al hacerles ver que, tras larga tribulación, comienza el amanecer de la luz ante ellos. Este entusiasmo intelectual hará entender que el tránsito y proclamación del kerigma desde la nueva hermenéutica es un hito tan transcendente en la historia de la iglesia, después de veinte siglos sin apenas cambios, que exige la convocatoria moderna universal de un gran concilio de la iglesia católica, uno de los más importantes de su historia, que constituya el escenario grandioso para la culminación de la Nueva Evangelización pendiente desde cinco siglos atrás.
LA NUEVA EVANGELIZACIÓN Y CONCILIO (VII): EL NUEVO CONCILIO COMO CULMINACIÓN HISTÓRICA DE LA EVANGELIZACIÓNDEL MUNDO MODERNO

Javier Monserrat
Domingo, 8 de Julio 2012

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Javier Monserrat
Javier Monserrat
Javier Monserrat es jesuita y profesor en la Universidad Autónoma de Madrid. Estudia psicología y filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, donde se doctora con una tesis sobre Hegel. Estudia también teología en la Philosophische-Theologische Hochschule Sank Georgen, Frankfurt am Main. Entre otras estancias en universidades extranjeras, en 1992-1993 permanece un año como visiting researcher en la University of California, Berkeley, en el Institute of Cognitive Studies estudiando ciencia de la visión. Es miembro del Seminario X. Zubiri y Director de la revista PENSAMIENTO. Es también asesor de la Cátedra Ciencia, Tecnología y Religión, en la Escuela Técnica Superior de Ingeniería de la Universidad Comillas. Es también editor de los primeros cuatro volúmenes de la serie especial Ciencia, Filosofía y Religión (2007-2010) de la revista PENSAMIENTO y editor de Tendencias de las Religiones en Tendencias21. Su docencia e investigación en la UAM, y en las facultades eclesiásticas de la Universidad Pontificia Comillas, ha versado sobre percepción, ciencia de la visión, epistemología, filosofía y psicología de la cultura, filosofía política, filosofía de la religión y teología. En los dos blogs de TENDENCIAS21 se limita al comentario de tres de sus últimas obras: Dédalo. La revolución americana del siglo XXI, Biblioteca Nueva, Madrid 2002; Hacia un Nuevo Mundo. Filosofía Política del protagonismo histórico emergente de la sociedad civil, Publicaciones UPComillas, Madrid 2005; Hacia el Nuevo Concilio, El paradigma de la modernidad en la Era de la Ciencia, San Pablo, Madrid 2010. El blog titulado Hacia un Nuevo Mundo se centra en filosofía política de la sociedad civil; el blog titulado Hacia el Nuevo Concilio aborda los temas filosóficos y teológicos.



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