HACIA UN NUEVO CONCILIO. Javier Monserrat
Blog de Tendencias21 sobre el paradigma de la modernidad en el cristianismo

Nos referimos aquí en este escrito al libro de Roger Penrose “Cycles of Time: An Extraordinary New View of the Universe” (2010), cuya versión en inglés y en español (noviembre 2010) ha sido publicada un poco después del ensayo de Hawking titulado El Gran Diseño. Hawking, años atrás, presentó en “Historia del Tiempo”, una visión cíclica del universo que en 2010 parece haber sido sustituida por una cosmología de multiversos. Sin embargo, la concepción cosmológica de Penrose en 2010 parece más similar (aunque distinta) a la primitiva cosmología de Hawking y del mismo Penrose en el momento de su conjunta contribución relativista al concepto de singularidad y a la teoría de los agujeros negros. La edición en español (“Ciclos del Tiempo. Una extraordinaria nueva visión del universo”, Debate, Barcelona 2010) ha hecho llegar de inmediato al público en lengua española estas nuevas propuestas de Penrose. En el fondo, Penrose quiere también hablarnos de multiversos, pero no parecen ser los multiversos de Hawking, ni los universos “burbuja” ordinarios en la cosmología moderna, sino otros multiversos “cíclicos” que permitirían también ofrecer una explicación a las evidencias del Principio Antrópico. Las especulaciones de Penrose son sin duda intelectual, científica y filosóficamente, no sólo legítimas sino también lógica y argumentativamente viables, aunque den la impresión de hallarse en un estadio bastante inmaduro. No dejan de presentar problemas (que el mismo Penrose reconoce) y, además, distan mucho de poderse considerar probadas por las evidencias empíricas o experimentales. Se trata, como ocurre también con la propuesta de multiversos en Hawking, de una pura especulación. Posible, eso sí, pero que no puede exigir en lógica científica que le concedamos el estatuto de realidad, ni de “verdad” científica, mucho más cuanto que no se trata de una especulación única, sino que tiene otras alternativas especulativo-metafísicas (vg. la de Hawking) que son también viables y que tienen el derecho de ser respetadas como propuestas racionales alternativas para desentrañar el enigma de un universo cuya metafísica fundante todavía desconocemos.


LOS MULTIVERSOS CÍCLICOS DE ROGER PENROSE Hawking y Penrose, dos modelos alternativos de multiuniversos
El mismo Penrose es consciente de que su propuesta es sólo una alternativa teórica, de que se trata de una visión cíclica del universo y de que la sucesión de ciclos o eones que en ella se contempla puede equivaler a una teoría cíclica de multiversos. En la concepción de Penrose, como en general para la ciencia, nuestro universo es el único hecho empírico existente en cuya función podemos especular sobre su naturaleza, sus orígenes y su previsible futuro. Es la argumentación científica construida pues desde el universo fáctico la que permite pensar en un futuro cuyo estado equivaldría a un pasado. Las condiciones de un estado final que equivaldrían a las condiciones de un estado inicial. Comienzo y fin, pasado y futuro coincidirían en el ámbito de las “singularidades” (de un “estado intermedio singular”) y el discurrir entre ellos sería el presente cósmico. El final de un eón se constituiría en comienzo de otro. Nuestro universo sería uno de los eones, o tiempos cósmicos, que estaría precedido y continuado por otros eones que, en conjunto, serían una infinitud de multiversos que se sucederían unos a otros. Para que uno de estos universos pudiera tener por azar las propiedades que nos permiten hablar (y este es el caso en nuestro universo) del Principio Antrópico, debería entenderse que cada uno de los universos nacientes pudiera tener unas leyes y unos valores de sus variables diferentes. Si no fuera así –es decir, si el universo naciente en cada uno de los eones fuera similar, es decir, de ontología y valores similares–, entonces esa ontología debería tener en todos ellos los sorprendentes valores del Principio Antrópico (porque el nuestro, uno de los eones, de hecho las tiene). Lo sorprendente del Principio Antrópico quedaría, pues, sin el azar que lo explicaría por ser un caso único dentro de la infinitud de un conjunto de valores en eones diversos.

Diversidad conceptual de los multiversos en Hawking y en Penrose

En la propuesta de Penrose se transluce una voluntad explícita de que su idea de los multiversos permita resolver por azar el sorprendente cuadro de valores del Principio Antrópico. Sin embargo, su concepción es marcadamente distinta de la de Hawking. En realidad es distinta de la teoría ordinaria de multiversos, anterior a Hawking, y a la que este pretende adherirse en su obra de 2010, El Gran Diseño, dando de ella una interpretación especial propia.

La teoría común de multiversos, o de los “universos burbuja”, sostiene que existe una infinitud de universos (en el sentido de “innumerables”). Pero no es que surjan uno del otro (en el sentido aproximado de que al morir uno se produzca otro). Los universos no se tienen así unos a otros como referencia de origen. La teoría de multiversos, al contrario, considera que los infinitos universos se refieren siempre a (o se fundan en) un metasistema de realidad (o, si se quiere, un metauniverso o una metarrealidad) en que son producidos y en que en alguna manera quedan reabsorbidos. Para que nazca un universo “burbuja” no es necesario que muera un universo anterior y que esto sea el detonante que lleve al nacimiento del otro. Los universos pueden nacer en paralelo sin referencia entre sí. Su única realidad de referencia es el metauniverso que los genera y los reabsorbe, una vez que ha transcurrido “su tiempo” o eón. Nuestro universo habría nacido pues dentro de un metasistema de realidad en la forma de un big bang (tal como se puede argumentar desde los hechos que conocemos en nuestro universo), discurriría en el tiempo producido por el cambio de sus estados internos y acabaría disolviéndose en estados finales de alta entropía que serían reabsorbidos por el metauniverso en que tienen su origen fundamental. Con los “tiempos propios” cada uno, el metauniverso habría producido otros muchos universos independientes que no interferirían entre sí. Estos universos podrían ser paralelos y no coincidentes: en realidad sus “tiempos” estarían aislados sin forma alguna de interferencia. Para esta teoría no tendría sentido decir que unos salen de otros.

LOS MULTIVERSOS CÍCLICOS DE ROGER PENROSE Hawking y Penrose, dos modelos alternativos de multiuniversos
En cambio, la propuesta de Penrose parece hablar de un único universo en el que se producen diferentes ciclos del tiempo. Es un universo que produce un eón, un tiempo, y al morir o diluirse su estado final se convierte en inicio productor de otro eón, otro ciclo del tiempo. Los infinitos universos de Penrose son así sucesivos y uno nace de las cenizas del otro. La imagen de este proceso podría ser dos sinusoides desfasadas en 1800, de tal manera que el punto de coincidencia de las dos ondas sería el tránsito de un eón a otro; el área entre los dos sinusoides sería el espacio en que se desplegarían los estados del tiempo de cada uno de los eones. Habría un tiempo creciente de expansión del área (hasta el punto de mayor amplitud de ambos sinusoides) que daría tránsito a una reducción que llegaría a cero en el punto en que coincidirían las dos ondas: ese punto sería, al mismo tiempo, final del eón anterior y comienzo del nuevo. Penrose entiende que el estado final de un eón equivaldría a una singularidad en que las leyes del espacio-tiempo del eón muriente dejarían de tener vigencia y, por ello, el nuevo eón naciente estaría ontológicamente libre frente al eón anterior (aunque sólo en parte como después explicaremos). Entre eón y eón habría un “estado intermedio singular”.

¿Es congruente la teoría de Penrose? ¿Qué teoría es más aceptable, la teoría común de multiversos paralelos, por ejemplo, tal como la concibe Hawking, o la teoría de multiversos cíclicos propuesta por Penrose? Inclinarse por una u otra visión depende obviamente de las argumentaciones que las apoyan. Y estas dependen de los hechos empíricos que las avalen. Lo que ocurre es que, en realidad, ni una ni otra tienen evidencias empíricas a su favor. Por ello son concepciones teóricas posibles, pero que no cuentan con evidencias científicas que las respalden. Por consiguiente, la discusión de estas propuestas de multiversos, para juzgar cuál de ellas está mejor concebida en teoría, dependerá de su consistencia lógica interna; es decir, de que el sistema de realidad que proponen sea consistente internamente, más o menos congruente con los hechos empíricos y su existencia sea por ello más verosímil. Se tratará, por tanto, de una discusión sobre la consistencia teórica de ambos modelos.

En otro escrito he presentado mi opinión sobre la congruencia de la hipótesis de multiversos propuesta por Hawking en El Gran Diseño. Debería leerse antes de abordar aquí lo que ahora debemos comentar, a saber, sólo a la propuesta de Penrose. Como veremos, su universo oscilante o cíclico no deja de tener serios problemas de consistencia interna. Por ello, aun tratándose en ambos casos de pura especulación teórica, tal como argumentaremos, tenemos la opinión de que la propuesta clásica de multiversos, a la que parece adherirse la versión propia de Hawking, presenta una mayor consistencia formal. En el fondo es difícil negar que la propuesta de Penrose sea en absoluto posible, aunque se presente con lagunas e inmadurez que el mismo Penrose admite. Pero la visión de Penrose es difícil de mantener y su crítica nos conduce la la teoría ordinaria de multiversos que acabaría llevándonos a admitir una dimensión de metarrealidad que debería producir universos paralelos e independientes en lugar de universos cíclicos.

Universos oscilantes o cíclicos

Penrose es pues consciente de ofrecer una visión alternativa a la teoría clásica de los multiversos, antes mencionada. Además, tampoco acepta la teoría de supercuerdas que es hoy para muchos autores (entre ellos Hawking) un apoyo teórico de importancia en su concepción de los multiversos. Pero su propuesta de un universo cíclico cuyo futuro es un pasado, un fin que es un comienzo, no equivale al tipo de universo oscilante que propuso ya Stephen Hawking en “Historia del Tiempo”. Para Hawking la fuerza de expansión del universo presente sufriría un frenado gravitatorio que invertiría la línea del tiempo hacia un proceso de concentración que terminaría en un big cranch, una singularidad que eliminaría el espacio-tiempo y sus leyes, produciendo el nuevo big bang que abriría una nueva fase de tiempo expansivo que acabaría también frenándose y precipitándose a un nuevo big cranch. Esta concepción halló en su momento problemas teóricos y experimentales serios, como fueron la falta de masa crítica que produjera el colapso gravitario capaz de vencer la fuerza expansiva y la misma dificultad teórica de entender una eterna oscilación que evitara la degradación progresiva del sistema.

La propuesta de Penrose no concibe un universo cíclico de este estilo, girando en torno a la fuerza gravitatoria. Su universo, en principio el nuestro (como un eón de una serie infinita), terminaría desapareciendo en una muerte energética por disipación de sus partículas, al llegarse a un estadio final del eón en que dominaría la entropía del sistema que habría alcanzado un máximo al degradar totalmente el orden producido en el tiempo de ese universo. Penrose no concibe, por tanto, un frenado gravitatorio, un big cranch consecuente y un nuevo big bang emergente, al estilo de Hawking. Lo que sucederá en nuestro universo (y en esto Penrose es congruente con lo que parecen decir las evidencias empíricas en el “modelo cosmológico estándar”) es una “muerte entrópica” de su orden y de su energía. Al desaparecer nuestro universo su energía quedaría “plegada” (la expresión es nuestra) como en un punto y el nuevo universo emergente sería el despliegue de esa energía latente. Por decirlo así, existiría una única energía, un único universo, que nacería y moriría sucesivamente, plegándose y desplegándose indefinidamente en diferentes eones o universos, con propiedades y tiempos diferentes (variedad necesaria para explicar el Principio Antrópico, de una forma similar a como se explica en la teoría ordinaria de multiversos y en la de Hawking). El esquema esencial de esta visión del universo cíclico nos permite ya entender con toda sencillez cuáles son los problemas teóricos a los que Penrose deberá hacer frente (y, digamos de paso, no de una forma sencilla y pedagógica, ya que, así como la obra de Hawking es muy clara, divulgativa y conceptualmente precisa, la de Penrose es todo lo contrario). Seguidamente nos referiremos a estos problemas fundamentales.

Penrose entiende que su propuesta ha tenido ya versiones anteriores, que él sin duda pretende mejorar. En uno de los epígrafes de Cycles of Time (3.3) hace una sumaria revisión de algunas propuestas “pre-big-bang” que considera precedentes de la suya propia; entre ellas no cita obviamente el universo cíclico por colapsos gravitarios, como el de Hawking en “Historia del Tiempo”, ya que, como decíamos, se trata de otra concepción teórica marcadamente diferente.

“Entre los primeros modelos cosmológicos compatibles con la relatividad general de Einstein, a saber, los que propuso Friedmann en 1922, había uno que llegó a ser conocido como el universo oscilante”. “[Su] curva se extiende más allá del único arco que describiría un universo espacialmente cerrado que se expande a partir de su big bang y luego colapsa a su big cranch; ahora tenemos una sucesión de arcos semejantes y podemos considerar que el modelo representa una sucesión interminable de eones”. “Por supuesto, el “rebote” que tiene lugar en cada etapa en la cual el radio espacial se hace cero ocurre en una singularidad espaciotemporal (donde la curvatura del espacio se hace infinita) y las ecuaciones de Einstein no pueden utilizarse de la manera ordinaria para describir una evolución razonable” (167). Poco después “en 1934, el distinguido físico estadounidense Richard Tolman describió una modificación del modelo de Friedmann”. En ella se introduce el aumento de entropía y “los sucesivos eones tienen duraciones cada vez más largas y radios máximos cada vez mayores” (168-169). Eones que Tolman concibió fundamentalmente como llenos de radiación frente al concepto de polvo cósmico de Friedmann.

Ahora bien, los sucesivos eones, ¿deberían tener necesariamente las mismas leyes de la física? Penrose observa que una respuesta negativa fue ya sugerida por la idea de John A. Wheeler “cuando presentó la intrigante propuesta de que las constantes adimensionales de la naturaleza podrían alterarse cuando el universo pasa por un estado singular, como sucede en los momentos de radio cero que ocurren en estos modelos de tipo oscilante. Por supuesto, puesto que las leyes dinámicas normales de la física han tenido que ser abandonadas para que el universo atraviese estos estados singulares, parece que no hay ninguna razón para no ceder un poco más ¡y dejar que también varíen las constantes básicas!” (172). Estas variaciones podrían dar lugar a la diversidad de eones, uno de los cuales podría responder por azar a los valores del Principio Antrópico. Sea dicho esto sin perder de vista que Penrose, como veremos, se ve obligado también a admitir que deberían darse constantes (como la geometría conforme) y un conjunto de similaridades entre los diferentes eones generados sucesivamente.

Lee Smolin habría propuesto también la idea de que el colapso gravitatorio en los agujeros negros, por efectos cuánticos desconocidos, podría producir una forma de “rebote” que fuera semilla de un nuevo universo en expansión. También desde el punto de vista cuántico se ha tratado de argumentar la posibilidad de un “rebote”; y en especial, aplicando algunas ideas especulativas sacadas de la teoría de cuerdas, autores como Gabriele Veneziano, o Paul Steinhardt y Neil Turok, que son mencionados por Penrose con reservas, ya que, como es sabido, este no ha admitido nunca la viabilidad de la teoría de supercuerdas o teoría M, tan esencial en la teoría de multiversos de Hawking. Además, nos dice Penrose, “existen numerosos intentos de utilizar ideas procedentes de la gravedad cuántica para conseguir un “rebote” desde una fase previa de universo en colapso a una fase posterior de universo en expansión”. “En estos términos, Ashtekar y Bojowald han conseguido una evolución cuántica que atraviesa lo que clásicamente sería una singularidad cosmológica” (175-176). Esto permitiría pensar que el estado final de la evolución cósmica fuera un estado cuántico que equivaliera al concepto de singularidad (en la que, en alguna manera, la realidad escaparía a las leyes del eón anterior).

Sin embargo, aunque estos modelos se acercan más a la propuesta de Penrose, distan todavía mucho de haber abordado en profundidad los verdaderos problemas que se plantean en la concepción físicamente correcta de un universo oscilante similar a lo que Penrose pretende aportarnos. Veamos en qué consiste.
LOS MULTIVERSOS CÍCLICOS DE ROGER PENROSE Hawking y Penrose, dos modelos alternativos de multiuniversos

El problema del orden y entropía en el universo cíclico de Penrose

El problema fundamental se plantea por la Segunda Ley de la termodinámica que constata el aumento de entropía de los sistemas. El universo debería diluirse en un máximo de entropía final que daría entrada en un estado en el que el espacio-tiempo y las leyes de nuestro eón perderían vigencia en una singularidad. Ahora bien, tras el momento de disolución final en la singularidad debería mantenerse la energía del universo (ya que ésta ni se crea ni se destruye). Por tanto, si el universo desaparece, la energía (que ha producido el eón final y producirá el siguiente) debería estar como “plegada” o “autocontenida en algún sitio”. Otra cosa no tendría sentido físico. Si al diluirse un eón, su energía no quedara en algún sitio, replegándose, y desapareciera absolutamente, entonces no habría energía para el siguiente eón: no podríamos concebir que de un universo saliera otro, ya que de la nada nada podría salir. Por ello Penrose concibe que existe una continuidad entre un eón y el otro.

“Cuando el universo entra en esa aparentemente etapa final… Los sucesos más excitantes previos a esta Era habrían sido los pops finales de los últimos remanentes minúsculos de agujeros negros, que finalmente desaparecen (se supone) después de haber perdido poco a poco toda su masa mediante el proceso penosamente lento de radiación de Hawking… Un universo que en otro tiempo habría parecido tan excitante… pero todo esto desaparecerá finalmente…” (147-148). Sin embargo, que nuestro universo acabe en una singularidad y que el próximo eón comience por otra, con la consiguiente desaparición de las leyes físicas que han regido en uno y otro, no quiere decir que para Penrose no exista relación entre un eón y otro. “Una cosa de la que podemos estar seguros, si la Cosmología Cíclica Conforme es correcta, es que la geometría espacial general de nuestro propio eón debe empalmar con la del eón previo. Si el eón previo fuera espacialmente finito, por ejemplo, así debería serlo el nuestro” (211). Por tanto, la geometría conforme (después me referiré a ella) debería mantenerse de un eón a otro; pero no sólo, ya que el sistema de eones sucesivos debería mantener siempre la misma energía que pasaría de uno a otro, de acuerdo con las leyes de la termodinámica.

Penrose tiene claro que el eón desaparecerá por aumento de la entropía. Pero sabe también que debe reconocer que un eón, por ejemplo el nuestro, puede poseer, y de hecho posee, un alto grado de orden: por ejemplo, en el nuestro, el complejo orden organizativo de la materia en el mundo físico y en el biológico. Por ello muchos autores han reconocido la existencia de fuerzas “negantrópicas” (es decir, entropía negativa que produce la organización y la complejidad). Penrose por ello admite con flexibilidad el concepto de entropía en la Segunda Ley. “Hay momentos excepcionales u ocasionales en los que hay que considerar que la entropía realmente se reduce… pese a que la tendencia general es hacia el aumento de entropía” (10).

Un curso del tiempo apropiado en un eón podría consistir en el inicio por un big bang que contuviera un orden que fuera degradándose por el aumento de entropía hasta un final de colapso por disolución absoluta del orden. Esto es lo que parece defender Penrose. “Deberíamos tener en cuenta que tiene que haber una extrema organización presente en el big bang, como consecuencia directa de la Segunda Ley, y los argumentos de este libro apuntan a que esta organización tenga un carácter que permite que nuestro big bang se extienda de manera conforme a un eón previo al nuestro, y que esta extensión esté gobernada por una evolución determinista muy específica” (211). Penrose se refiere aquí a que de un eón a otro se mantiene una geometría conforme. Pero en todo caso es manifiesta la necesidad de continuidad de un eón a otro y el mantenimiento de ciertas constantes (vg. la geometría conforme ya mencionada o, a nuestro entender, la energía del sistema). Pensemos que, si la energía fuera disminuyendo, disipándose, llegaría un momento en que ya no habría energía suficiente para el nacimiento de nuevos eones.

Sin embargo, a nuestro juicio, la forma de entender el orden y la entropía en Penrose dista mucho de estar bien argumentada. En gran parte todo depende de la forma de explicar en qué consiste este “estado intermedio singular y conforme” del universo entre eones, es decir, la ontología de la singularidad final de un eón y el comienzo del siguiente.

La ontología “singular” y “conforme” del universo entre eones

Roger Penrose concibe pues un único universo que va produciendo universos o eones sucesivos. En el momento en que nuestro universo, en un futuro lejano, se haya ido disolviendo en partículas aisladas (muchas de ellas provenientes de la radiación de Hawking que disuelve los agujeros negros), que primero perderán su masa hasta quedar reabsorbidas en un estado de referencia que se ha escapado al espacio-tiempo y a las leyes físicas vigentes en nuestro eón, se estará gestando el nacimiento de un nuevo eón, el nuevo “universo” que provendrá del “nuestro”, de la misma manera que nosotros provenimos del previo, dentro de un universo infinito que engendra los eones de cada tiempo finito. Ese estado intermedio entre eón y eón es una “singularidad” porque en él no rigen ya nuestro espacio-tiempo y sus leyes. Además, debe contener “plegada sobre sí misma” (la expresión es nuestra) la energía del eón anterior para poder generar la energía del próximo y debe responder, tal como argumenta Penrose, a una “geometría conforme” (epígrafe 2.3) conservada en el estado intermedio y que estaría vigente en uno y otro eón.

La “geometría conforme” se funda en los ángulos y describe la pura estructura del espacio de una forma no-métrica. Así, por ejemplo, nuestro universo o eón podría desaparecer métricamente (las partículas se diluirían y se llegaría a un radio cero como ocurre al terminar un eón) y, sin embargo, conservar una geometría conforme que se mantendría en el estado singular intermedio entre eones. La geometría conforme puede intuirse en las figuras de Escher (Penrose reproduce algunas en su libro) en que una misma estructura se reproduce reduciéndose hasta el infinito con la misma forma, hasta perder incuso sus propiedades métricas (algo así podría pensarse también en algún sentido de los fractales). Esta geometría estaría presente en todos los eones y, en alguna manera, daría razón de la organización extrema, en opinión de Penrose, que cabría atribuir al momento del big bang que hace nacer un nuevo eón. Por ello entiende Penrose su teoría, y así la nombra, como una Cosmología Cíclica Conforme (CCC). A su vez argumenta también sobre la estructura del espacio de fases en el big bang, de acuerdo con la geometría conforme, para justificar ese orden inicial en el universo tal como lo postula (del que se pasaría después a la entropía final dominante).

El “modelo cosmológico estándar” presenta una imagen del universo que nace con el big bang y acabará en una muerte térmica a medida que el dominio de la entropía se extiende anulando la energía de las últimas partículas residuales. Se trata de una imagen obviamente insuficiente para dar razón de que realmente sea real y existente. Por ello la ciencia, en parte ayudada por la reflexión científico-filosófica, necesita concebir la existencia del universo en el marco de una realidad autosuficiente y absoluta que pueda mantener eternamente su propia realidad. Pero, ¿de qué realidad autosuficiente se trata? En la ciencia debe argumentarse a partir de los hechos que constatamos en nuestro universo. Si el universo nace como una explosión de enorme energía (que debe mantenerse) y, con sorpresa nuestra, acabará en una disolución o muerte energética final, entonces se debe dar razón del origen y estacionamiento final de la energía. Si un eón (en la concepción de Penrose) desaparece y da lugar a un “estado intermedio singular y conforme”, debe pensarse que en ese estado físico queda “replegada” la energía que se “desplegó” en el big bang que le dio origen. El universo debería tener un fondo continuo y constante de energía que explica su aparecer y su desaparecer energético; sería algo así como un fondo de referencia que ya intuyó Paul Dirac en los años veinte con sus operadores de creación y de aniquilación.

Penrose hace un gran esfuerzo argumentativo, del que tomamos nota, para justificar que nuestra imagen real del universo actual, según las leyes físicas existentes, nos lleva a admitir que lo anterior, el pasado, y lo posterior, el futuro, deben concebirse como eones que se producen a trevés de un estado intermedio singular y conforme. Este estado intermedio, por una parte, conservaría algunas propiedades estables como la geometría conforme (que podría conservarse tras la desaparición métrica del eón anterior y que condicionaría el orden del big bang futuro) y como el fondo energético “plegado” que no puede desaparecer (puesto que ya no habría energía para nuevos eones). Pero, por otra parte, el estado intermedio, aun conservando estas constantes, no estaría atado a las leyes de la física del eón anterior (Wheeler) y el nuevo eón podría generar un universo diferente cada vez (pudiendo coincidir por azar uno de ellos con los valores sorprendentes del Principio Antrópico). De esta manera el universo cíclico autosuficiente consistiría en un sistema sucesivo de eones que se extenderían eternamente, creando cada uno de ellos su propio tiempo (cycles of time).

¿Metarrealidad con multiversos o universo cíclico?

Sin embargo, el estado de referencia necesario para justificar el origen del big bang y para dotar a nuestro universo de un “lugar” que acoja el repliegue de su energía, ¿debe concebirse necesariamente como un proceso continuo a través del “estado intermedio singular y conforme” entre eones, al que se atribuye una geometría conforme de fondo que sería transmitida? No necesariamente, aunque Penrose haga todo lo posible para argumentar qué es así como debemos pensarlo, según las leyes de la física. Hay otra manera de concebir ese fondo de referencia del que nace y en que queda reabsorbido nuestro universo: es simplemente la metarrealidad o metauniverso que se concibe en la teoría ordinaria de multiversos y en la teoría especial de Hawking. Sería un fondo de realidad, concebido como un mar de energía fontanal (que podría conectar con las ideas físicas actuales sobre el vacío cuántico o con el orden implicado de Bohm).

En alguna manera, tanto el “estado intermedio singular” de Penrose como el metauniverso o metarrealidad de la teoría ordinaria de multiversos (vg. en Hawking) deben referirse al concepto físico de vacío cuántico, de constante uso en la mecánica cuántica. El vacío cuántico en la mecánica cuántica ordinaria es un fondo de referencia para los sucesos (creación y aniquilación de partículas) que tienen lugar de forma continua dentro ya de nuestro universo (o eón). Sin embargo, el “vacío cuántico” de la física de “nuestro tiempo eónico” puede ser extrapolado para suponer que el “estado intermedio singular” o el “metauniverso” fueran como un mar de energía fontanal en que pudieran producirse diferentes universos (en la teoría ordinaria de multiversos) o eones sucesivos (en el universo cíclico), de una forma semejante a las fluctuaciones en el vacío cuántico de que hace uso la mecánica cuántica ordinaria. Sin embargo, aun admitiendo que ambas teorías, multiuniversos ordinarios o multiversos en un universo cíclico, son puramente especulativas, ¿cuál de las dos parece mejor construida, más consistente, más simple y lógicamente congruente? En definitiva, ¿cuál de ellas se presenta como más posible? ¿Cuál de ellas se hace más verosímil? Es claro que como constructo teórico ambas teorías parecen verosímiles y, por tanto, cada una tendrá sus seguidores: es lo que vemos en la divergencia entre Penrose (único universo cíclico, sin teoría M) y Hawking (multiuniversos con teoría M). En principio, no podemos excluir la viabilidad teórica de ninguna. Pero en la valoración respectiva de ambas teorías también nosotros tenemos derecho a tener una opinión. Y nos inclinamos claramente por la teoría de multiversos ordinaria (o por la misma teoría de multiversos especial de Hawking).
LOS MULTIVERSOS CÍCLICOS DE ROGER PENROSE Hawking y Penrose, dos modelos alternativos de multiuniversos

Por consiguiente, habida cuenta de que ambas teorías son especulativas y de que por ello no podemos tener sino una mera preferencia teórica “débil”, ¿por qué sin embargo preferimos la teoría ordinaria de multiversos? Primero porque es una teoría más general, no restrictiva y por ello ofrece más posibilidades abiertas en la forma de entender la realidad y la variedad de universos que podrían producirse. Segundo porque el nacimiento de nuestro universo, así como los otros posibles, pueden ser explicados perfectamente como simples fluctuaciones en el mar de energía fontanal de referencia, dentro de un espectro amplísimo en la variación de sus propiedades ontológicas. Tercero porque cabe entonces concebir la existencia de infinitos universos paralelos sin interferencia (unos con unas ontologías y otros con otras, con o sin teoría M), que de manera simple nacen y mueren (como se constata en nuestro universo según el “modelo cosmológico estándar”). Cuarto porque una metarrealidad de ontología no restringida y abierta permitiría especular mejor sobre el nacimiento de universos con ontologías diferentes, cabiendo en este marco mejor el azar en que situar el universo con propiedades antrópicas (el nuestro). Quinto porque si sólo existe un universo cíclico y el “estado intermedio singular y conforme” es el único universo existente entre eones, aunque “replegado en sí mismo” como una singularidad sin espacio-tiempo métrico y sin leyes físicas (pero manteniendo en estado latente la energía y la estructura de la geometría conforme), es entonces mucho más difícil teóricamente argumentar a) el tránsito indefinido de un eón a otro, b) la conservación del orden sin degradación, sin llegar a puras eclosiones de energía sin orden, y c) las condiciones que permiten un cambio radical de las leyes físicas de un eón a otro (como sería necesario para dar razón por azar del Principio Antrópico), ya que la geometría conforme sería un condicionamiento mantenido que debería unificar la semejanza fundamental entre un eón y el otro.

A nuestro entender, la teoría ordinaria de multiversos (o la especial de Hawking) es mucho más simple conceptualmente, más general y abierta, menos restringida a ciertas condiciones básicas (como la energía limitada de nuestro universo y la geometría conforme), más especulativa y por ello mismo más verosímil en su posible realidad. El sistema de metarrealidad sería un mar de energía ilimitada, podría general ontologías y sistemas físicos variadísimos en desarrollo paralelo sin interferencias, y en una de sus fluctuaciones energéticas habría producido nuestro universo. El flujo de energía que se desplegaría entonces respondería a unas propiedades determinadas (fueran las de la teoría M, como piensa Hawking, o no, como piensan Smolin y el mismo Penrose). Esas propiedades de la materia germinal (la ontología de la radiación germinal) contendrían la raíz ontológica del orden futuro del universo, pero el flujo energético no tendría orden inicial ya que sería pura radiación sin orden (quizá en estado de coherencia cuántica). Pero poco a poco las propiedades ondulatorias de la radicación habrían producido el nacimiento del orden de la materia fermiónica (de los cuerpos estables, físicos y biológicos, donde las partículas mantienen su función de onda sin diluirse en un plasma de coherencia cuántica). La fuerza energética inicial impulsaría la creación de estados de orden posibles por la ontología ondulatoria de la radiación generada en el big bang de nuestro universo. Aparecerían el orden físico y biológico estable. Pero a medida que el orden quedara constituido por esta energía negantrópica (productora de orden), en el curso del tiempo producido en ese mismo universo, se iniciaría un continuo proceso de aumento de entropía que conduciría al inexorable final de ese universo que quedaría reabsorbido en el sistema de metarrealidad que lo generó. Nuestro universo tendría así su principio y su final, manteniéndose la autosuficiencia estable en el metauniverso o metarrealidad de referencia, sin necesidad de construir la compleja argumentación para mostrar que nuestro universo muriente se transformará, como el Ave Fénix, en otro eón (al estilo de la compleja argumentación de Penrose).

Sólo vemos un punto en que el modelo de Penrose es superior al de multiversos. En este último es muy difícil pensar que puedan hallarse pruebas empíricas ordinarias de la existencia de otros universos (e incluso pruebas de la teoría M, tan esencial para Hawking). Se trata de universos paralelos, independientes y sin interferencia. Sin embargo, el universo cíclico de Hawking concibe la dependencia de unos eones de otros a través del “estado intermedio singular y conforme”. Por ello, podrían más fácilmente concebirse posibles pruebas (o contrastaciones empíricas) que permitieran atisbar la existencia del eón precedente (por la continuidad entre eones que se postula). Penrose reconoce que estas pruebas no existen en la actualidad, e incluso que cabe pensar que la enorme temperatura del big bang inicial (aunque se produjera dentro del orden de la geometría conforme) habría borrado todas las posibles huellas del eón anterior. Sin embargo, en la última sección de su obra (3.6), estudia las posibles implicaciones observacionales de su visión del universo pudiera tener, volviendo a especular sobre posibles circunstancias igualmente difíciles de llegar a ser asequibles.

La metafísica teísta cristiana desde la ciencia

Hagamos algunos comentarios conclusivos.

Primero. Viabilidad de una cosmología sin Dios.Es un hecho que el universo existe y que ha producido evolutivamente la realidad humana, incluida la razón. Es esta la que establece el supuesto básico de que, si el universo (y nosotros) existe, es porque puede existir: es decir, porque es el real en un ámbito de suficiencia en orden a poder ser real. La razón científico-filosófica (ya que la pura ciencia no puede abordar las últimas preguntas según su propio método) intenta construir explicaciones que “den razón” de la realidad del universo. Si este fuera un universo único, y además con las propiedades empíricas del nuestro, sería muy difícil atribuirle la suficiencia (suficiencia en el sentido de eterna consistencia y estabilidad). Ha habido muchas teorías de “universo único”, pero se han abandonado por los muchos problemas que planteaban. Por ello, en la actualidad, quienes se esfuerzan es ofrecer una teoría cosmológica autosuficiente lo hacen por lo general en el marco de los multiversos. Es el caso de la teoría ordinaria de multiversos, y de la versión especial de Hawking, o de la teoría de multiversos en una “cosmología cíclica conforme”, propia de la versión de Roger Penrose (con los precedentes que él menciona y que antes hemos aludido). Si el universo aparece como autosuficiente en orden a justificar su propia realidad, se trata entonces de una metafísica última que no necesita a Dios para justificar la realidad del universo. Son cosmologías ateas, cosmologías sin Dios. Sin embargo, advirtamos que una cosmología atea (esto es, “sin Dios”) no implica siempre necesariamente la negación de la existencia de Dios. En otras palabras: que el universo pudiera ser explicado sin Dios no significa eo ipso que Dios no exista, ya que Dios pudiera haber qurido crear un universo que pudiera ser explicado sin Él.

Segundo. El enigma persistente del universo. El problema de una cosmología de multiversos (en unas versiones u otras) lleva siempre consigo el problema de ser una pura construcción teórica especulativa. No existen pruebas empíricas que nos induzcan a pensar y admitir que cuanto dicen estas teorías cosmológicas sea efectivamente la verdadera realidad. No tenemos así evidencias disponibles para saber si es verdad (si se corresponde con la realidad existente) lo que dice Hawking o lo que dice Penrose. Sin embargo, aunque podamos considerar la teoría de Hawking o la de Penrose mejor o peor construida, y nos inclinemos hacia una u otra (como nosotros hemos hecho), no parece posible negar que ambas son posibles como pura teoría. No es posible excluir que lo afirmado por Hawking o por Penrose pudiera ser realidad; naturalmente, no las dos cosas al mismo tiempo, sino la una o la otra. Por consiguiente, en resumidas cuentas, ¿cuál es la metafísica fundante del universo? El hecho hasta el momento incontrovertible es que, al razonar científico-filosóficamente desde su interior a partir de nuestra experiencia fenoménica, no tenemos acceso a una explicación única. El “modelo cosmológico estándar”, fundado en las evidencias empíricas de la ciencia, es fragmentario, muy problemático, y no llega al fondo metafísico del universo. La especulación científico-filosófica permite pues diversas hipótesis, que se formulan con legitimidad lógica (como es el caso de las visiones de Hawking y Penrose) y por ello tiene sentido decir que el universo se nos presenta como un enigma metafísico. Se trata de algo hasta tal punto complejo que se nos presentan diversos constructos especulativos posibles que, en el fondo, no desvelan un enigma final del universo que persiste sin resolverse.

Tercero. Otra hipótesis alternativa: el teísmo científico-filosófico. Que las hipótesis de Hawking o Penrose, u otras, sean lógico-científica-filosóficamente viables no quiere decir que la hipótesis tradicional del teísmo (con una historia mucho más larga e importante socialmente) no sea también viable. Es decir, no hay ningún argumento científico-filosófico que la excluya. Se trata, evidentemente, de otra hipótesis que está también dentro de la especulación (al igual que Hawking, Penrose o la Magic Theory). Pero es una especulación posible. La hipótesis teísta considera que el universo que constatamos pudiera tener su fundamento metafísico suficiente (la suficiencia última metafísica) en un Ser Divino, personal e inteligente, que por vía de creación habría producido el universo visible. La idea de Dios que se argumenta está construida en función del papel creador que Dios debe jugar como fundamento del universo (ya que sólo para serlo se considera justificado postular su existencia real). Esta hipótesis considera, por tanto, que la dimensión de metarrealidad que funda nuestro universo es un Ser Divino Creador. Es la alternativa a un sistema de metarrealidad ciego (que es el metauniverso de la teoría ordinaria de multiversos). El teísmo es perfectamente conforme con todo lo afirmado en el “modelo cosmológico estándar”. Ofrece una explicación a) al problema de la consistencia y estabilidad del universo, b) al problema del origen de la racionalidad y orden del universo en lo físico y en la vida, c) ofrece una explicación desde la ontología fundante, holística y sensible de Dios al hecho de que se hayan producido en la evolución física la sensibilidad y la conciencia, con las propiedades fenomenológicas propias del psiquismo. El teísmo no se impone, es especulativo, no es la hipótesis única, pero es lógicamente viable como hipótesis científico-filosófica que entra en congruencia con la gran tradición religiosa de la humanidad.

Cuarto. Ateísmo dogmático y teísmo teocéntrico. El hecho de que la cultura de la modernidad lleve a reconocer que el universo es un enigma al que se pueden dar dos interpretaciones últimas viables (teísta y ateísta) representa un problema tanto para el dogmatismo ateo (principalmente decimonónico, pero que todavía persiste hoy en algunos), como también para el teísmo dogmático teocéntrico, como ha sido (y todavía sigue siendo en amplios sectores) lo que he llamado el “paradigma greco-romano” como enfoque hermenéutico antiguo en el cristianismo.

Quinto. El paradigma de la modernidad en el cristianismo. Pero el cristianismo no está necesariamente identificado con la hermenéutica del paradigma antiguo greco-romano, tal como he argumentado en mi obra Hacia el Nuevo Concilio. El paradigma de la modernidad aborda la hermenéutica del cristianismo desde la manera de entender el mundo creado por Dios, de acuerdo con la ciencia moderna y la cultura de la modernidad. Aparece así una nueva hermenéutica moderna que hace posible una profundización en el sentido actual del cristianismo. Dios ha querido un mundo para la libertad qu se manifiesta en el eterno designio divino al crear en el logos cristológico, manifiesto en el Misterio de su Muerte y Resurrección. Es lo que he explicado en Hacia el Nuevo Concilio.

Sexto. Multiversos y cristianismo. Como hemos dicho, el teísmo cristiano no tiene por qué identificarse, en las actuales circunstancias de alta especulación, con la teoría de multiversos. Le basta argumentar la verosimilitud de que el universo descrito en el “modelo cosmológico estándar” pudiera haber sido creado por Dios y que hay una argumentación objetiva que lo avala. Sin embargo, no es excluible ni repugna a la teología cristiana, construida desde el paradigma de la modernidad, que Dios, para no imponer su presencia en la realidad, hubiera querido crear un universo que bien diera pié a construir una teoría especulativa de multiversos (como parece ser el caso), bien incluso hubiera sido creado a través de una creación real de multiversos. Esta forma de creación no impediría que la razón humana siguiera descubriendo argumentos de verosimilitud para un Dios que hubiera emprendido la creación a través de una realidad de multiversos. A ello me he referido también en Hacia el Nuevo Concilio (capítulo IV).

Javier Monserrat
Miércoles, 27 de Abril 2011

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Javier Monserrat
Javier Monserrat
Javier Monserrat es jesuita y profesor en la Universidad Autónoma de Madrid. Estudia psicología y filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, donde se doctora con una tesis sobre Hegel. Estudia también teología en la Philosophische-Theologische Hochschule Sank Georgen, Frankfurt am Main. Entre otras estancias en universidades extranjeras, en 1992-1993 permanece un año como visiting researcher en la University of California, Berkeley, en el Institute of Cognitive Studies estudiando ciencia de la visión. Es miembro del Seminario X. Zubiri y Director de la revista PENSAMIENTO. Es también asesor de la Cátedra Ciencia, Tecnología y Religión, en la Escuela Técnica Superior de Ingeniería de la Universidad Comillas. Es también editor de los primeros cuatro volúmenes de la serie especial Ciencia, Filosofía y Religión (2007-2010) de la revista PENSAMIENTO y editor de Tendencias de las Religiones en Tendencias21. Su docencia e investigación en la UAM, y en las facultades eclesiásticas de la Universidad Pontificia Comillas, ha versado sobre percepción, ciencia de la visión, epistemología, filosofía y psicología de la cultura, filosofía política, filosofía de la religión y teología. En los dos blogs de TENDENCIAS21 se limita al comentario de tres de sus últimas obras: Dédalo. La revolución americana del siglo XXI, Biblioteca Nueva, Madrid 2002; Hacia un Nuevo Mundo. Filosofía Política del protagonismo histórico emergente de la sociedad civil, Publicaciones UPComillas, Madrid 2005; Hacia el Nuevo Concilio, El paradigma de la modernidad en la Era de la Ciencia, San Pablo, Madrid 2010. El blog titulado Hacia un Nuevo Mundo se centra en filosofía política de la sociedad civil; el blog titulado Hacia el Nuevo Concilio aborda los temas filosóficos y teológicos.



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