CONO SUR: J. R. Elizondo

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La diplomacia y lo intangible José Rodríguez Elizondo
En la diplomacia, el manejo exacto del lenguaje es un requisito esencial. A mayor precisión, menos posibilidades de que algún interlocutor lance el temible calificativo "inaceptable", que en ese ámbito equivale casi a una mentada de madre.

Por eso, pido respetuosamente al Presidente de Bolivia, Evo Morales, que explique mejor qué quiere decir cuando habla de "diplomacia ciudadana" hacia Chile. Lo hago porque "apelar a la amistad de los pueblos", pasando por sobre sus representantes políticos y diplomáticos no es precisamente una manifestación de amistad. Cualquier relación que se quiera pacífica y cooperativa debe partir por respetar las normas y formas que se han dado las democracias para interactuar.

Cualquiera entiende que en el origen de esa "diplomacia ciudadana" está la manifestación del 10 de marzo en el Estadio Nacional, donde unos cinco mil chilenos corearon "mar para Bolivia". Obviamente, muchos bolivianos quieren entenderla como opinión mayoritaria del pueblo de Chile, pero, como planteó el editorial de La Tercera del domingo pasado, "aquello sería irresponsable". Es que, en rigor y sin menoscabar su importancia, todos sabemos que fue una opinión minoritaria. Lo novedoso está en que, a contrapelo de la tradición, la simpatía por la aspiración boliviana se expresó públicamente y no en cenáculos restringidos o en los textos doctrinarios de las izquierdas internacionalistas.

Si Evo Morales persiste en apoyarse, pública y activamente, en esa minoría transparentada, quiere decir que su "diplomacia ciudadana" sería sólo un disfraz semántico. Su objetivo real sería apelar a nuestras minorías opositoras, postulando una especie de democracia directa internacionalizada. Cosa que, por cierto, induciría a la ambigüedad estratégica y favorecería la intervención foránea en la politica doméstica de nuestros países.

Como contrapartida, los chilenos deberíamos reconocer que tampoco somos muy prolijos con el lenguaje cuando canonizamos los tratados internacionales.

Por eso, en una columa en La Tercera, el pasado 23 de marzo, dije, al pasar, que estábamos usando mal el adjetivo "intangible". Si aceptamos, como la clásica Rosa Moliner, que ello alude a "lo que no puede ni debe ser alterado", debemos concluir que la intangibilidad es sólo propiedad de los dioses. Nadie cuerdo intentaría una modificación de la Biblia ni aún invocando el patrocinio de todos los monoteístas del mundo.

Aplicando una perspectiva jurídico-terrenal, cualquier chileno sabe que la Constitución Política es revisable o modificable. Su texto, incluso, indica cómo hacer para "tangibilizarla". Ergo, si puede modificarse la Grundnorm -Norma Fundamental-, también pueden modificarse los estatutos de jerarquía inferior, como los tratados. Bastaría con que las partes se pusieran de acuerdo en el marco que les fija la Constitución y eventualmente otros tratados. Tal sería el caso del Tratado de 1904 con Bolivia, que está vinculado con el de 1929 con Perú. Hablar de "intangibilidad", en estos casos, sería sólo una forma metafórica de hablar para enfatizar que ningún país puede desconocer unilateralmente los tratados que ha firmado.

Por eso tienen razón los juristas bolivianos y peruanos, al desconcertarse cuando decimos, con mística seriedad, que los tratados de 1904 y 1929 son intangibles. Al absolutizar la metáfora, soslayamos la racionalidad jurídica, subimos el pelo jerárquico de esos instrumentos y los ponemos al nivel de los libros sagrados.

Ante este fenómeno, sería bueno recordar, con Vicente Huidobro, que cuando el adjetivo no da vida, mata. Por analogía, la metáfora que no convence, perfectamente puede ridiculizar. En definitiva, sería mejor para todos si dejáramos la "diplomacia ciudadana" en el campo de los trucos políticos y la intangibilidad en el campo de los dioses. Actuando así, nuestras diferencias con los bolivianos se entenderían mejor, no se empantanarían en la retórica ni generarían expectativas peligrosas.


(Artículo publicado en La Tercera

José Rodríguez Elizondo
Miércoles, 5 de Abril 2006



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20votos
El mar pasa por Perú José Rodríguez Elizondo
Evo Morales
Evo Morales
Estamos viviendo un momento entusiasmante y delicado con Bolivia. Lo primero, porque, tras las crisis del sexenio pasado, los dioses de la polémica están cansados y la opinión pública binacional disfruta del carisma andino de Evo Morales y la calidez humana de Michelle Bachelet. Todos entienden que es mejor conversar sobre la aspiración marítima boliviana desde la amistad formalizada -con relaciones diplomáticas- que desde la enemistad informal que nos manifestara Carlos Mesa.

Pero como solía advertir el ex canciller Carlos Martínez Sotomayor, para no reincidir en el error estratégico de crear expectativas infundadas, lo delicado está en regular los entusiasmos. Así lo recordó ayer el canciller Alejandro Foxley, al apuntar que "para no frustrar a nuestros pueblos" no hay que confundir una meta con un primer paso.

Aun aceptando que el Tratado de 1904 es revisable de común acuerdo (intangible sólo es la divinidad), nadie debe olvidar los dos puntos básicos de cualquier negociación: a) una salida "soberana y útil" para Bolivia sólo podría hacerse por territorios ex peruanos y b) para ceder esos territorios no nos mandamos solos: requerimos la voluntad de Perú, en virtud de una cláusula del Tratado de 1929 propuesta, al parecer, por el ex canciller chileno Conrado Ríos Gallardo.

Para no volver a los exasperantes juegos del pasado, debemos recordar que el "abrazo de Charaña" de 1975, con militares gobernando en los tres países concernidos, marcó un momento de máximo sinceramiento. En lo principal, mostró que Chile podía negociar una salida soberana al mar para Bolivia. Pero también mostró, de manera simultánea, que el Perú rechazaba la alternativa simple de decir "sí o no". Su gobernante, el general Francisco Morales Bermúdez, aprovechó la coyuntura para manifestar aspiraciones propias sobre Arica, bajo la forma de un polo de desarrollo trinacional.

Por cierto, la creación de expectativas infundadas se vincula con la carencia de una doctrina nacional en forma respecto de la pretensión de Bolivia. A fines del sexenio pasado, tal déficit se manifestó en la invocación de la bilateralidad como una suerte de dogma diplomático y en la relativa pasividad de los partidos de la Concertación ante las visitas de Ricardo Lagos a Bolivia y de Evo Morales a Chile.

Por ese vacío se coló la manifestación con que nuestra minoritaria izquierda extrasistémica recibió al Presidente boliviano. Ese 10 de marzo, con el terreno político a su disposición, cinco mil personas lo ovacionaron y su eslogan "mar para Bolivia" recorrió el mundo. Muchos chilenos se sorprendieron ante tan estupendo regalo internacionalista. La sorpresa aumentó cuando el ex jefe naval y senador UDI, Jorge Arancibia, se manifestó dispuesto a negociar una salida soberana al mar.

En rigor, la izquierda extrasistémica sólo demostró que no tenemos una posición monolítica sobre un tema "duro" de conquista y soberanía. Sin embargo, el canciller boliviano, David Choquehuanca, entendió su gesto como una posición global del "pueblo chileno", concordante con "el apoyo total" que recibieron de los otros invitados a la transmisión del mando. El Presidente Morales, por su lado, ya comunicó a sus diplomáticos que las relaciones con Chile deben vincularse a la solución del problema marítimo.

Por lo señalado, y aunque la emergencia de Ollanta Humala parezca una mala señal, Chile debiera explorar la posibilidad previa de una política común con el Perú. Al respecto, es sabio el reconocimiento anterior del ex canciller Gabriel Valdés sobre la "trilateralidad" del problema. También es preciso estudiar la conveniencia de someter cualquier eventual acuerdo a la ratificación ciudadana, como dijo el diputado y ex diplomático Jorge Tarud.

En definitiva, nuestra Presidenta tendrá que persuadir a su colega Morales de que el restablecimiento de relaciones diplomáticas es un must para Chile, pero no nos permite ir más allá de lo que es legal y políticamente posible. El espacio decisorio es estrecho para expectativas demasiado anchas.

Artículo publicado en el diario chileno La Tercera el 23-03-2006.

José Rodríguez Elizondo
Viernes, 24 de Marzo 2006



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Bitácora

18votos
Michelle Bachelet y sus vecinos José Rodríguez Elizondo

Hay que cambiar la estrategia diplomática hacia Bolivia y Perú para armonizar las agendas del futuro y superar los recelos del pasado


Michelle Bachelet y sus vecinos
La experiencia dice que el perfil geopolítico de Chile no garantiza un apacible pasar y que su imagen nacional acusa un déficit de cariño, en América Latina. Dado que algún conflicto, con algún vecino, suele estar en su horizonte, en Bolivia y Perú acuñaron la imagen de "el Israel de América del Sur". Eso, que es preocupante para quienes conocemos la realidad del Medio Oriente, implica que los periodos de bonanza son raros. Uno de esos periodos se produjo bajo el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, predecesor de Ricardo Lagos. Según el chileno José Miguel Insulza, actual líder de la OEA, entonces se logró "el nivel más alto de la historia" en las relaciones con los países vecinos.

Quizás por no profundizar en ese momento y creer que tal bonanza era irreversible, en el corto plazo el fantasma del aislamiento nos volvió a espantar a los chilenos. El boliviano Carlos Mesa promovió un bloqueo energético exigiendo "mar por gas". El argentino Néstor Kirchner cortó parte importante del gas natural que exportaba a Chile y declaró una guerra personal a su canciller Ignacio Walker. El peruano Alejandro Toledo hizo el trabajo pesado: dinamitó el proyecto de un enclave chileno para un gasoducto boliviano; desenterró una acusación de 1995 sobre trasiego de armas para Ecuador durante la guerra, y desarchivó un pleito de límites marítimos. Más al norte, el venezolano Hugo Chávez cobró cuentas a Lagos por no haber condenado el frustrado golpe de Estado de abril del 2002, sugiriendo que se había puesto de acuerdo con George W. Bush y José María Aznar. Además, desde su isla, el incombustible Fidel Castro mantuvo su antipatía por la democracia y las izquierdas sistémicas de Chile.

El sentido profundo de esa dura y reciente experiencia debe ser decodificado, con urgencia, por la presidenta Michelle Bachelet y el nuevo canciller, Alejandro Foxley. Una primera clave estaría en no ilusionarse con el cariño que pueden encontrar en los gobiernos de las ligas mayores. Otra sería hacer docencia interna sobre las limitantes geopolíticas del país. Éstas indican que, sin una excelente relación vecinal, Chile no puede convertirse en la plataforma económica intercontinental que pretende. El riesgo-país sería disuasivo para los inversionistas foráneos.

Por lo mismo, los chilenos no debemos ceder a la tentación de mantener los viejos comportamientos diplomáticos, arguyendo que los vecinos no nos quieren de puro envidiosos.

Más bien debemos entender la necesidad de una estrategia diplomática diferenciada hacia Bolivia y Perú, en especial, que armonice las agendas del futuro y el tratamiento de los recelos del pasado. Y esto sólo será posible si Bachelet logra convencer a sus homólogos de ambos países sobre la obviedad más obvia: el estado de tensión no beneficia a nadie y perjudica a todos, pues a esta altura de la historia la cooperación negociada es infinitamente más rentable que la disuasión amenazante. Además, ya pasó la época en que, con la soberanía absoluta en ristre, los gobiernos vivían más ocupados del cambio de sus mapas que de las posibilidades de la integración para el desarrollo.

¿Que cómo se hace eso?... Pretencioso sería dar recetas. Sólo cabe anotar que la reestructuración de la Cancillería chilena está tardando demasiado. Pero, como contrapartida, la presidenta Bachelet dispone de un ejército renovado, cuyo liderazgo comprende bien la necesidad de una nueva manera de relacionarse con sus vecinos.


Este texto fue publicado hoy 14 de marzo en el diario La Vanguardia de Barcelona.






José Rodríguez Elizondo
Martes, 14 de Marzo 2006



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Bitácora

19votos
Cheyre y la ordenanza José Rodriguez
el general Juan Emilio Cheyre.
el general Juan Emilio Cheyre.
Aunque Chile suele ser ingrato con sus mejores hijos, todo indica que eso no sucederá con el general Juan Emilio Cheyre. Con el mínimo necesario de perspectiva histórica, todos tenemos claro que el comandante en jefe que se va fue un actor clave en el capítulo final de nuestra transición. Pudo serlo porque reunió, en el momento necesario, las virtudes del gran intelectual y del paradigmático militar de honor. Gracias a ello, supo reconocer la realidad de su institución sin anteojeras corporativas y liderar su plena reinserción en la sociedad.

Esa misión suponía caminar sobre huevos… y también quebrarlos, si era imprescindible. Tras la experiencia traumática -nacionalmente divisiva, internacionalmente aislante- vivida bajo la jefatura de Pinochet, Cheyre no podía ser "espadita de oro". Recuperar el Ejército para todos los chilenos y reconocer responsabilidades institucionales lo obligó a enfrentarse con parte importante de la "familia militar", resignarse a la malquerencia de los militaristas civiles y sufrir la incomprensión de quienes seguían percibiendo a los uniformados como sus enemigos.

En medio de esa batalla cívica, Cheyre abordó el meollo doctrinal, planteando que el moderno profesionalismo castrense obligaba a terminar con el juego de los ciclos. Ese juego que ha "columpiado" a los militares chilenos entre el reduccionismo cuartelero (pastelero a tus pasteles) y lo que él denominó "protagonismo impropio" (léase golpe o pronunciamiento). Quiso el general que la propia sociedad, a través de sus representantes políticos, se pronunciara sobre el Ejército que quería.

No hubo caso. A esa altura la clase política percibía, como en el tango, que todo estaba en calma y el músculo dormía. Tras el pasmoso derrumbe de Pinochet, dirigentes y líderes ya podían dedicarse a lo suyo y dejar el tema de la naturaleza de las Fuerzas Armadas a los sociólogos y especialistas en temas militares. Sin decirlo, estimaban que era un tema "simplemente" académico.

Ante esa victoria de la contingencia sobre la urgencia, Cheyre se sintió con las manos libres para formular su propio diseño de Ejército, desde sus atribuciones, en la línea de las democracias desarrolladas y con base en los modernos teóricos militares. Además, acorde con su talante estético, lo hizo recuperando el formato de las ordenanzas españolas del siglo XVIII.

Desde esta perspectiva, la Ordenanza General del Ejército de Chile, solemnemente promulgada el pasado 22 de febrero, es el nuevo reglamento del Ejército. Y, aunque habrá militares tradicionalistas dispuestos a negarlo, contiene un cambio doctrinal decisivo. En efecto, sobre la base de "un profundo proceso de cambios", sin mengua del respeto a la Constitución, la disciplina y el cumplimiento de su misión primaria, el Ejército aparece, ahora, como un actor reconocible en misiones internas de Estado y contribuyente a los objetivos de política exterior. Esto, sobre la base de un humanismo de clara raigambre cristiana, una explícita valoración de los derechos humanos, un rotundo encuadre en el sistema democrático y un postergado rescate del integracionismo vecinal o'higginiano.

Según la Ordenanza, este cambio se sintetiza en el concepto "profesionalismo militar participativo" y se basa en la convicción de que la actividad castrense no debe limitarse al arte de administrar medios humanos y materiales para guerras que, racionalmente, nadie puede desear. Dicho en positivo, la alta capacidad orgánica y tecnológica del Ejército de Chile debe ser un recurso disponible y sin signo partidista, para que el poder democrático cumpla sus funciones de bien común.

El general Oscar Izurieta, que hoy despide y sucede a Cheyre, será el primer encargado de ejecutar tan valioso legado doctrinario. Haciéndolo, consolidará la reinserción del Ejército en la sociedad, dejando sin coartada a los civiles antimilitares y a los militares y civiles golpistas.

Hasta siempre, general.


José Rodriguez
Sábado, 11 de Marzo 2006



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Editado por
José Rodríguez Elizondo
Ardiel Martinez
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.





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