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EGIPTOLOGÍA: F. Martín y T. Bedman
Blog de Tendencias21 sobre el Antiguo Egipto

Artículos y comunicaciones

Lunes, 17 de Septiembre 2007 - 20:54

Actualmente hay quien defiende que la ‘amarnología’ ha tomado carta de naturaleza dentro del campo de la ‘egiptología’ como una parte casi independiente de esta ciencia histórica. Los datos ofrecidos por la KV 55 resultan ser muy importantes dentro de los que se poseen para esclarecer el periodo amárnico en el momento de su extinción.


 Aj-en-Aton y el misterio de la KV 55


El herético de la ciudad del Horizonte

El faraón Ua-en-Ra, Aj-en-Aton, había finalizado su atormentada vida en medio de una gran polvareda histórica que empañaría y oscurecería los últimos años de la gloriosa dinastía XVIII. Después de la clamorosa desaparición del rey hereje, el universo Amárnico se desplomó en enormes pedazos que, como el derrumbe de un confuso y babélico edificio, engulló entre sus escombros para la historia a todos los personajes que habían protagonizado aquellos angustiosos tiempos.

Si tratamos de reconstruir los acontecimientos que siguieron a la muerte de Aj-en-Aton tendremos la impresión de que los salones de los palacios del Amarna debieron convertirse en el mismísimo reino del caos.

Enloquecidos personajes sin norte ni rumbo, conscientes de que la maldición de Amón les había alcanzado y no podían escapar a ella, protagonizaron y padecieron los esperpénticos acontecimientos de la convulsa agonía de aquel mundo.

Muy poco antes de la muerte de Aj-en-Aton parece que otro hijo del gran Amen-Hotep III, llamado Se-Menej-Ka-Ra, había sido alzado al trono para compartirlo con el herético en una forzada corregencia. Al mismo tiempo o muy poco después, una reina, que muchos identifican con Meryt-Aton, la hija de Aj-en-Aton, ocupó el trono en compañía del citado personaje y, cuando este murió, lo que sucedió en meses, lo hizo en solitario.

Recientemente se propuso identificar a Se-Menej-Ka-Ra con la propia reina Nefert-Ity, lo que aún añadió más confusión al problema.

Todo este barullo familiar tomó su orden y apariencia regulares ante los ojos de la historia con la subida al trono de otro probable hijo de Amen-Hotep III, el rey-niño Tut-Anj-Amón, quien desposó como reina a una hija de Aj-en-Aton llamada Anj-es-en-Pa-Aton, más tarde Anj-es-en-Amón.

Cuando el orden fue restaurado en todo el país, se impuso barrer las escorias del gran incendio amárnico, recoger los restos dispersos del naufragio familiar e histórico que acababa de concluir. En una palabra, ocultar lo acaecido y borrar para siempre de los anales y de la misma memoria de Egipto, que alguna vez hubieran sucedido los acontecimientos de la ciudad del Horizonte de Aton en Amarna.

Es seguro que los sacerdotes de Amón y los últimos miembros de la desaparecida familia real estuvieron de acuerdo, en que, una vez abandonada la Ciudad del Horizonte, tras la muerte de todos los personajes reales que la habían habitado, sus cuerpos, que habían sido enterrados en la Tumba Real del Amarna, deberían ser sacados de allí y transportados a la ciudad de Tebas, para reposar en la necrópolis tradicional de los reyes del Imperio Nuevo.

Así pues, bajo el reinado de Tut-Anj-Amón se llevó a cabo el cambio de ubicación de las momias de todos ellos. Se hicieron nuevas exequias y se excavó con urgencia, en el Valle de los Reyes, una tumba, casi un agujero, para cumplir de manera precipitada y con un mínimo decoro, las exigencias de la liquidación del mundo amárnico, tal como era lógico que fuera la voluntad del nuevo rey, al fin y al cabo, familiar directo de los difuntos.

Los sacerdotes encargados de tan delicada tarea la debieron desarrollar seguramente con gran aprensión. Podemos imaginar la repugnancia de aquellos miembros del clero de Amón a la hora de realizar los nuevos enterramientos de personajes que, política y religiosamente, les eran tan contrarios.

De hecho, se trataría más de un apresurado almacenamiento de cuerpos y ajuares funerarios en un lugar escondido e ignoto que, de un enterramiento de acuerdo con las costumbres y creencias funerarias del tradicional mundo egipcio.

De este modo, se decidió que una tumba sin concluir, excavada en un lugar del Valle de los Reyes, sería el lugar de compromiso para depositar el sarcófago y la momia de la esposa de Amen-Hotep III, y los cuerpos de Aj-en-Aton y de Se-Menej-Ka-Ra.

Ninguna pintura ritual en las paredes, ninguna inscripción funeraria, ningún cartucho o nombre en la tumba. En verdad, fue más un escondrijo que una tumba en toda regla.
Así quedó este escondite con sus ocupantes durante el reinado de Tut-Anj-Amón y, seguramente, de su sucesor el faraón Ay, el último personaje de la saga amárnica.

El descubrimiento

A principios de enero del año de 1907 el dueño efectivo de las exploraciones arqueológicas en el Biban El Muluk de la orilla occidental de Luxor era el abogado norteamericano Theodor. M. Davis. Después de largos años de dedicarse a los negocios y a los asuntos de su profesión, se había convertido en un hombre lo suficientemente rico como para trabajar en lo que realmente amaba: la exploración arqueológica del antiguo Egipto.

Los resultados favorables de sus campañas de excavación le habían animado a proseguir con sus trabajos en la necrópolis real más importante de Egipto. De hecho, sus hallazgos, consistentes en una magnífica tumba, cada año, desde 1902, le habían proporcionado una reputación de hábil excavador que no era muy bien vista por los llamados arqueólogos profesionales.

De este modo, se decidió por el Servicio de Antigüedades que, como distracción y diversión, el asunto ya había llegado demasiado lejos. Cuando Davis quiso reiniciar su habitual campaña de excavaciones en el año 1905, Arthur Weigall, a la sazón nuevo inspector del Servicio en el distrito, impuso al, según su pensamiento, ‘intruso arqueólogo aficionado’ del que tan solo parecía bueno su dinero, la permanente presencia del arqueólogo de su confianza, Edward Russell Ayrton.

Aceptada por Davis la presencia permanente de Ayrton en la excavación, se iniciaron los trabajos correspondientes. Davis había decidido, a partir de su conocimiento de la zona y de sus hallazgos en los años anteriores, que el aérea en la que se harían las prospecciones debería ser una colina formada con los evidentes restos de la excavación de la tumba de Ramsés IX y de las de Sethy I, Ramsés I, II y III.

En efecto, a poca distancia al oeste de la tumba de Ramsés IX, se produjo el hallazgo esperado. El 3 de enero de 1907, conforme a los datos proporcionados por el diario personal de Emma B. Andrews, familiar de Davis y presente en los trabajos, el equipo de excavadores egipcios descubrió ‘un hueco en la roca’ con restos de jarras, probablemente de la dinastía XX, que parecían proceder de alguna ceremonia de enterramiento.

Interesado en el hallazgo, Davis ordenó a Ayrton rastrear más detalladamente la zona. Tres días después, el 6 de enero, se descubría la entrada de la tumba que hoy conocemos como la KV 55.

Las primeras sorpresas

Lo primero que encontraron los excavadores, después de haber limpiado los tramos de una escalera de piedra que descendía hasta la puerta de la tumba, fueron los restos de un muro hecho de mampostería que llevaba los sellos del chacal con los nueve prisioneros.

Esta era la prueba de que la tumba había sido abierta en la antigüedad y, después, vuelta a cerrar bajo el control de los supervisores de la necrópolis. La impronta del sello así lo proclamaba.

Entonces, ¿no era un enterramiento intacto?. Y, en tal caso, ¿cuál podría ser la razón de su apertura y posterior cierre?. ¿Habría sido abierta para ser objeto del saqueo por los ladrones de tumbas?. Todas estas preguntas y muchas más se agolpaban, seguramente, en las cabezas de Davis y de Ayrton.

En todo caso era evidente que la abertura practicada en una parte de la pared primitiva era parcial; casi, como si se hubiera realizado sin aparente preocupación por parte de los profanadores. Su tarea parecía no depender de una desagradable e inesperada sorpresa, como habría sido el caso de los ladrones cogidos desprevenidos en el acto de la comisión de una sacrílega violación.

La segunda puerta vallada se vio que estaba parcialmente demolida. Una vez abierta por los excavadores se encontraron en un corredor de cerca de un metro ochenta centímetros de ancho relleno de fragmentos de piedra calcárea hasta una altura de un metro o un metro veinte centímetros del techo, a la entrada, y de algo menos de un metro ochenta centímetros al otro extremo del corredor.

Lo más chocante resultaba ser la construcción poco esmerada de una especie de camino en forma de rampa, destinada a facilitar el acceso, salvando el desnivel existente, entre la segunda puerta y la cámara sepulcral, a unos diez metros de distancia.

Esta obra, evidentemente ejecutada con ocasión de la violación antigua de la tumba, debería haber indicado a los excavadores que, algo anormal, algo no habitual ni de uso en las prácticas funerarias egipcias, se había producido en aquella extraña tumba hacía más de tres mil años

A pocos pasos de esta entrada y reposando sobre el camino hecho con cascotes de calcárea se encontraba un lateral de un santuario de madera dorada, sobre el que se había depositado una puerta que aún poseía sus goznes de cobre y que, con toda seguridad, había formado parte del mismo tabernáculo.

Al otro extremo del corredor se encontraba la cámara sepulcral. Tenía siete metros de largo por unos cinco de ancho y una altura de cuatro metros. El suelo de la cámara había sido excavado en la roca un metro más bajo que el del corredor.

A partir de la entrada, la rampa de cascotes de calcárea construida en el pasillo, proseguía hasta el interior de la sala. Sobre esta rampa y en medio de la entrada, estaba depositada la otra hoja de la puerta del santuario y un gran soporte para un vaso ritual hecho de alabastro.

Frente a esta entrada, en la pared, los excavadores pudieron ver Amontonados los otros paneles del santuario. Algo a la izquierda, entrando, se encontraba en el suelo la parte posterior del tabernáculo. Se trataba sin duda, a la vista de las inscripciones que se podían leer a duras penas, de la capilla de madera que había contenido el sarcófago de la reina Tiy, la esposa más importante del rey Amen-Hotep III.

Los muros de la cámara sepulcral habían sido enlucidos con yeso, pero no se había incluido en ellos ningún tipo de pintura o representación. En la parte sur de la cámara se había excavado otra pequeña estancia de un metro ochenta centímetros de alto, por uno treinta de ancho y uno cincuenta de largo, en cuyo interior se habían depositado cuatro vasos canopos de calcita egipcia con tapaderas en forma de cabeza humana y peluca de la época amarniense.

Delante de ellos, en el suelo, había el ladrillo mágico correspondiente al punto cardinal sur. Los otros dos, correspondientes al norte y al oeste, estaban depositados, ocupando sus lugares.

La momia de la discordia

Justo delante de la entrada a esta pequeña salita auxiliar se hallaba depositado sobre un lecho mortuorio adornado con cabezas de león que había caído al suelo, un ataúd de elegantes formas; era de un tipo que nunca se había visto hasta aquél momento. El sarcófago había quedado abierto a causa de la caída y, la momia, al descubierto.

Se parecía enormemente al segundo sarcófago interior de Tut-Anj-Amón que se descubriría cinco años después. La peluca era de la misma clase que la de las cabezas de los vasos canopos hallados en la salita sur y, sobre la frente tenía un úreus que indicaba a las claras el origen real del personaje momificado que estaba en su interior.

Otro ladrillo mágico, el correspondiente al Este, estaba bajo el lecho mortuorio. A los excavadores les llamó enormemente la atención el hecho terrible de que, la máscara de oro del sarcófago había sido, literalmente, arrancada de cuajo como si se tratara del propio rostro del difunto. La sensación era terrorífica.

Sin duda, se había pretendido suprimir la identidad del ocupante del sarcófago. Pero, no parecía tratarse de una actuación de ladrones, puesto que se había dejado en su lugar el úreus, también elaborado con materiales preciosos, el resto del sarcófago, las bandas de oro que rodeaban a la momia y un collar en forma de diosa buitre alada, también hecho de oro.

Para completar el ‘puzzle’ aparecieron un cuchillo ritual pesheskaf, utilizado para la ceremonia de la apertura de la boca, que llevaba el nombre de la reina Tiy, y varios sellos de barro cocido con el nombre de un rey hasta entonces desconocido, Tut-Anj-Amón.

Por lo demás, el enigma estaba servido. Ni el sarcófago, ni las bandeletas de la momia llevaban nombre alguno. Los cartuchos que, en su momento, estuvieron insertados en diferentes partes de la caja mortuoria, habían sido cuidadosamente suprimidos, arrancándolos de su lugar.

Las bandas de oro que rodeaban a la momia tenían también arrancados los cartuchos con los nombres reales que hubieran facilitado alguna pista sobre el cadáver.

El resto del evidente ritual execratorio se completaba a la vista de la supresión de parte de las inscripciones y relieves de alguno de los paneles de la capilla de madera de la reina Tiy, así como la falta de los úreus de los vasos canopos, o la sustracción de las figuras-amuleto que habían formado parte de los cuatro ladrillos rituales hallados en la cámara.

Se trataba de una destrucción selectiva que no podía ser pasada por alto.
Pero ¿y los restos humanos?. ¿A quien pertenecían? ¿a un hombre o a una mujer?, ¿qué edad aparentaba tener el cuerpo al momento de la muerte?. Todas estas preguntas quedaban sin aparente respuesta.

Davis, creía que se trataba del cuerpo de la propia reina Tiy. Weigall, opinaba que el cuerpo hallado pertenecía a Aj-en-Aton. Examinada la momia ‘in situ’ se llegó a la conclusión de que la pelvis era, desde luego, la de una mujer.

Así las cosas, se enviaron parte de los restos, para su estudio, al anatomista Elliot Smith, en El Cairo. Y ¡cual no sería la sorpresa, cuando el médico dictaminó que no se trataba de los huesos de una mujer mayor, sino de los de un hombre joven que parecía haber fallecido hacia los veintitrés años de edad.!

Este dictamen echó por tierra la posibilidad de que se estuviera ante la momia de la reina Tiy. De tal manera se comenzó a barajar con fuerza la posibilidad de que se tratase de los restos del mismísimo Aj-en-Aton. Pero la cronología fallaba. No era posible a la vista del número de años de reinado atribuido a este rey que aquél cuerpo fuera el suyo. Aj-en-Aton debió haber vivido hasta alcanzar, al menos, la edad de treinta o treinta y dos años.

Norman de Garis Davies avanzó entonces, en medio de la calenturienta discusión, la tercera posibilidad: aquellos restos humanos habrían pertenecido a un personaje no muy bien conocido, cuya ubicación en los tormentosos acontecimientos del mundo del Amarna era bastante controvertida. Su nombre era Se-Menej-Ka-Ra, cuya memoria había sido perseguida al igual que la de Aj-en-Aton.

Así quedó el asunto hasta que un nuevo examen de lo que quedaba de los restos hallados en su día en la KV 55, llevado a cabo por el Profesor Derry, concluyó a la vista de la fusión de las epífisis en el cuerpo hallado que, sin ninguna duda se trataba de los restos humanos de un varón no mayor de veintitrés años, aceptándose, así pues, la tesis de que la momia debía ser la de Se-Menej-Ka-Ra.

Otras pruebas complementarias aportaron datos sobre las vinculaciones biológicas entre Aj-en-Aton y Se-Menej-Ka-Ra, sugeridas por el aspecto de las representaciones conocidas en relación con las características anatómicas de la momia.

La última novedad sobre el misterio la aportó el egiptólogo británico Nicholas Reeves al defender la tesis últimamente propuesta por algunos estudiosos que negaba utilidad alguna a los datos aportados por los restos humanos hallados en la tumba para identificarlos como los de Se-Menej-Ka-Ra y defendía ardorosamente la idea de que podría ser los mismísimo Aj-en-Aton, permitiendo entonces la identificación de Se-Menej-Ka-Ra con Nefert-Ity.

¿El desenlace del enigma?

Parece que nunca se sabrá la verdad con certeza absoluta, si no se producen hallazgos decisivos que ayuden a ordenar todo este puzzle. Sin embargo, todos los indicios apuntan a que, transcurridos algunos años después de la desaparición de los últimos reyes de la dinastía XVIII se resolvió liquidar las cuentas pendientes entre el dios Amón y los heréticos de Amarna.

Se presume que, en tiempos de Sethy I o de Ramsés II y Mer-en-Ptah, el consejo de los sacerdotes de Amón, siguiendo las instrucciones de la casa real para borrar de la faz de la tierra la memoria del herético Aj-en-Aton, resolvió acabar con cuantos restos se encontrasen en Amarna o en cualquier otro lugar relacionados con aquel personaje.

Se desmontaron templos, se arrasó lo que quedaba de la ciudad de Aton, se borraron inscripciones y, según proponía el egiptólogo británico Cyril Aldred, probablemente se habría acordado sacar la momia de Aj-en-Aton de su último lugar de descanso.

En el interior de la tumba que nos ocupa se habrían depositado probablemente al menos tres momias: la de Tiy, la Se-Menej-Ka-Ra y la de Aj-en-Aton.
Aldred propuso muy sólidamente que quizás los sacerdotes de Amón decidieran que la esposa de Amen-Hotep III debería descansar en el interior de la tumba de este rey en el Valle de los Monos.

En cuanto a Aj-en-Aton procederían a sacar su momia y probablemente la destruyesen. Esto equivalía a la aniquilación definitiva. La Nada en medio de la Nada.
En cuanto a la tercera momia, la de Se-Menej-Ka-Ra se habría consentido que permaneciera en la tumba, pero también sometieron a la memoria de este personaje a las ceremonias execratorias de pérdida de la identidad para toda la eternidad.

Borraron sus nombres allí donde se encontraron, y muy especialmente en el sarcófago que lo albergaba. Arrancaron su rostro de oro. Le condenaron a vagar, según sus creencias, para padecer sed, hambre y todas las fatigas imaginables en el Más Allá, sin posibilidad alguna de volver a recuperar la conciencia de sí mismo, convertido, así, en una especie de zombi espiritual. Un espíritu que vagaría errante para siempre sin consuelo ni alivio en su sufrimiento.

Los sacerdotes sacaron de la tumba el ajuar de la reina Tiy. Borraron los nombres y las imágenes de Aj-en-Aton de los paneles de la capilla de la reina. Arrancaron los úreos protectores de los vasos canopos donde se encontraban las vísceras momificadas de Se-Menej-Ka-Ra.

Dejaron tras de sí un cuidado desorden en la tumba y, después, salieron cerrando de nuevo los muros de entrada para concluir precintándolos con el sello de la necrópolis...y la oscuridad y el silencio volvieron a reinar en aquella tumba anónima del Valle de los Reyes.....

Si, como Reeves soñó, el cuerpo de Nefert-Ity se hallase aún en el Valle de los Reyes podríamos aventurar un final satisfactorio para el enigma, aunque siempre quedarían huecos por tapar y rincones por iluminar...

Francisco J. Martín Valentín
Egiptólogo



Bibliografía básica

Aldred, C. Akhenaten, Pharaoh of Egypt. A New Study. Londres, 1968
Akhenaten, King of Egypt. Londres, 1988
Davies, Th. M. The Tomb of Queen Tiyi. Londres, 1910. 2ª Ed. San Francisco, 1990
Gabolde, M. D’Akhenaton à Toutânkhamon. Lyon, 1998
Redford, D. B. History and Chronology of the Eighteenth Dynasty. Seven Studies. Toronto, 1967
Akhenaten, the Heretic King. Princeton, 1984
Reeves, N. El falso profeta de Egipto. Akhenatón. Madrid, 2002




Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman

Artículos y comunicaciones

Viernes, 7 de Septiembre 2007 - 13:38

Desde el corazón de África, los dinastas meroitas, descendientes de los reyes negros de la dinastía XXV que volvieron a poseer territorios cercanos a la frontera sur de Egipto, en la Baja Nubia, dejaron sus improntas en diferentes proyectos arquitectónicos religiosos de inequívoco carácter egipcio, aunque provistos de sus especiales fidelidades religiosas, e influenciados por su particular concepto de la tradición, tan diferente por muchas razones de la idea ptolemaica de los dioses egipcios y de sus ritos.


Adijalamani ofreciendo Maat. Capilla de Adijalamani. Templo de Debod
Adijalamani ofreciendo Maat. Capilla de Adijalamani. Templo de Debod
Se ha hablado de los templos grecorromanos para referirse a los edificados, (o a las ampliaciones y reformas llevadas a cabo en otros de periodos anteriores), durante la monarquía alejandrina de los reyes ptolemaicos, y a partir de la presencia romana en Egipto.

En general, estos templos no gozaron del favor de los investigadores hasta bien entrado el siglo XX, hechas ciertas honrosas y bien conocidas excepciones. Sin embargo, con el tiempo, la consideración que estos magníficos monumentos fue mereciendo entre los egiptólogos, ha sido muy notable.

Una de las especiales características de los templos de esta época reside en la evidente intervención en ellos de gustos extranjeros, en cierto modo ajenos a la tradición egipcia que, al tiempo que influyeron y modificaron la propia sociedad del país del Nilo, cambiaron también sus tradiciones constructivas.

Se trataba, pues, de la expresión de formulas religiosas que se consideraron como ‘no genuinas’ y, en cierto modo, ajenas a lo clásico y a la antigua naturaleza del templo egipcio. De ahí la impresión de que estos templos representaban la decadencia frente a los clásicos santuarios del Imperio Medio o Nuevo.

No obstante, con el tiempo se ha comprendido que, al contrario de lo que antes se pensaba, estos edificios religiosos son la expresión de una exuberante y abigarrada realidad teológica, cuya mayor necesidad parece ser la de poner de manifiesto gran parte de los rituales que componían el culto divino y que, en los templos más antiguos no se explicitaban de igual modo.

Tal parece que los templos que se construyeron en Egipto desde el siglo III a C. al II d C. fueran como impresionantes libros de piedra, cuyos muros recogían una enorme cantidad de textos, elaboraciones teológicas y corpus rituales que, en los antiguos santuarios, estaban destinados a ser conocidos solo por el clero especialmente designado y preparado, y a partir de soportes más frágiles como el cuero o el papiro.

Esta nueva comunicación exóterica de los textos religiosos se vistió, no obstante, con una nueva capa de protección para hacerla solo accesible a los sacerdotes de cada templo. En efecto, es en este periodo cuando surge una innumerable lista de nuevos valores fonéticos para los signos jeroglíficos convencionales, e incluso nuevos signos jeroglíficos no conocidos anteriormente que, en el periodo romano, superarán el elevado número de siete mil.

Sin embargo, las influencias extranjeras en Egipto durante los tres últimos siglos antes de la era cristiana no fueron solo las procedentes del mundo griego (ptolemaicas) o del romano.

Desde el corazón de África, los descendientes de los reyes negros de la dinastía XXV que volvieron a poseer territorios cercanos a la frontera sur, en la Baja Nubia, también dejaron sus improntas en diferentes proyectos arquitectónicos religiosos de inequívoco carácter egipcio, aunque provistos de sus especiales fidelidades religiosas, e influenciados por su particular concepto de la tradición, tan diferente por muchas razones de la idea ptolemaica de los dioses egipcios y de sus ritos.

Especial naturaleza de la capilla de Adijalamani

La Capilla de Adijalamani, hoy una parte sensible de la arquitectura religiosa en el templo de Debod, representa un especial ejemplo dentro del catálogo de los templos pertenecientes al periodo cronológico del siglo II a C.

En efecto, parece que los programas constructivos religiosos desarrollados, sobre todo en el Alto Egipto, durante el periodo que hemos citado, obedeciesen a mandados de un clero omnipotente que se encontraba deliberadamente alejado de la realeza alejandrina, por más que se beneficiase de los privilegios que obtenían de ella para, a cambio, sujetar al campesinado oprimido por los excesivos impuestos y las brutales reclutas de soldados para sus ejércitos.

Sin embargo, la construcción de la capilla de Adijalamani obedeció a otras razones. Si los ptolomeos se encontraban presentes de un modo formal en las representaciones de los temas sacros, el rey meroíta Adijalamani y su antecesor, Arkamani, lo estaban por derecho divino y con voluntad de ejercer el sagrado papel que su juramento de fidelidad para con Amón, Isis o Thot, entre otros dioses, les exigía.

En este sentido podemos afirmar que los reyes de Meroe, ejercían de modo efectivo el tradicional papel de la realeza egipcia en el culto divino, mientras que los reyes griegos de Alejandría fueron representados en los templos desarrollando dramatizaciones cultuales que solo eran reales sobre los muros de piedra y, en modo alguno, por su propia convicción de desempeñar las funciones inherentes a la sagrada realeza egipcia.

La capilla de Adijalamani, en sí misma, consiste en un edificio con unas dimensiones, en su situación actual, de siete metros de largo por cinco metros con veinticinco centímetros de ancho, y cuatro metros con veinticinco centímetros de alto (Roeder da unas dimensiones interiores de 3,14 metros por 5,03 metros con muros de un metro de ancho, aproximadamente)

Consta de una sola planta que alberga una única sala y resulta, en lo que resta actualmente del diseño de sus relieves, algo netamente ajeno al proyecto decorativo religioso habitual de los reyes ptolomeos en la zona.

Originalmente su orientación principal era perpendicular al río, indicando que su eje longitudinal se mostraba vinculado a la dirección Este/Oeste. De otra parte, parece haber existido también un eje Norte/Sur, vistas las posibilidades de que la capilla albergase intencionalidad de constituirse en Mammisi, o ‘casa del nacimiento’ del infante real.

No sabemos si en el muro oeste tuvo una puerta, o uno o dos huecos para albergar las estatuas divinas de Amón e Isis, o, por el contrario, estuvo completamente cerrada. En el muro Este está la entrada, una puerta que se cerraba mediante dos hojas que giraban hacia el interior de la capilla.

En el sentido expuesto, la capilla de Adijalamani en el templo de Debod coincide con las características de los demás templos egipcios de esta época.

Los investigadores han captado el hecho de que, en los templos tardíos, en su arquitectura y su decoración, se encuentran reflejadas diversas metáforas del mundo egipcio.

La distribución bipartita de los relieves y de los textos no solo servía como manifestación estética para conseguir un cierto ritmo o equilibrio, sino que coincidía con la clásica división binaria de las cosmologías egipcias: el Este y el Oeste, el Norte y el Sur, el Alto y el Bajo Egipto, el Valle y el Delta: las Dos Tierras.

También se advierte en la capilla de Adijalamani, como en los otros templos grecorromanos, un cierto esquema vertical del mensaje cosmológico: la tierra con las plantas emblemáticas (el loto y el papiro); en la parte superior, el rey y los dioses; más arriba aún, el firmamento. Es decir, que el templo se muestra como la expresión del ordenado mundo egipcio, como símbolo del cosmos.

Los datos arqueológicos e históricos

Hecho probablemente determinante de las especiales características de esta capilla es, que su construcción fue llevada a cabo por el soberano meroítico Adijalamani (hacia el 200-185 a. C.), durante parte del periodo en el que gran parte del Alto Egipto, y la Baja Nubia, estuvieron fuera de la esfera de la soberanía de los reyes de Alejandría.

Ello no fue óbice para que, cuando la zona fronteriza de Siena volvió a ser controlada por los ptolomeos, y los meroítas abandonaron aquel territorio, la capilla de Adijalamani fuese respetada y quedase incluida dentro del proyecto ptolemaico de ampliación del templo. En cuanto a los datos puramente arqueológicos de los que disponemos acerca de la capilla, son lamentablemente escasos.

El topónimo nubio de Debod deriva probablemente del egipcio Ta-Hut, que significa ‘el templo’, y su emplazamiento, (hoy desaparecido bajo las aguas de la gran presa de Assuán), se encontraba, ya en tierra nubia, en una pequeña meseta en la orilla oeste del río Nilo, a unos dieciséis kilómetros hacia el sur de la actual ciudad de Assuán, apenas rebasada la primera catarata (exactamente a 15,4 kilómetros al sur de la isla de Filé ).

El área de Debod debió estar poblada desde la época predinástica, puesto que su necrópolis albergaba enterramientos datables en dicho periodo, y aún más adelante.

Durante el Imperio Medio, Debod debió ser un cruce en el camino de las rutas de las expediciones enviadas por los egipcios en busca de cobre y otros minerales existentes en el desierto. Concretamente, la expedición prusiana dirigida por Richard Lepsius encontró en Debod, el 31 de Agosto de 1844, una estela dedicada por un tal Intef relativa a una misión de transporte de cobre llevada a cabo durante el reinado de Amen-em-Hat II (1922-1878 a. de C.).

Es muy posible que, en el mismo lugar pudiera haber existido algún tipo de santuario o capilla dedicado al dios Amón, al menos, desde el Imperio Nuevo en adelante.

Nos consta la relativa importancia religiosa de Debod durante la dinastía XIX por haberse encontrado allí restos con inscripciones con el nombre del rey Sethy II (1201-1196 a. de C.).

También está documentada la existencia de enterramientos pertenecientes al mismo periodo. Aún conocemos dos pruebas más de la existencia de un santuario en la zona de Debod, antes de que fuera construida la capilla de Adijalamani.

Una, en la erigida por Arkamani (Ergamenes II) en el templo de Dakka, donde se menciona al dios Amón de Debod, de quien se dice: ‘el dios grande, el que preside la Enéada’ (Roeder, Dakke, I, 226, # 505). Otra, en la puerta romana del templo de Dendur, mención de tradición más antigua.

Así pues, todo parece indicar que, en la zona de Debod existió, con anterioridad a la construcción de la capilla de Adijalamani, otra edificación religiosa, presumiblemente dedicada al dios Amón y también, probablemente, a la diosa Isis.

También parece seguro que el lugar donde la capilla de Adijalamani se construyó era el punto donde se alzaba, desde tiempos antiguos, el santuario de una población, como era usual en Egipto.

La dedicatoria de la capilla de Adijalamani

La construcción erigida por Adijalamani estuvo claramente dedicada a dos divinidades principales: la mitad norte de la capilla, al dios Amón de Debod y, la mitad sur, a la diosa Isis del Abatón (en Filé).

En cuanto al dios Amón se refiere, la extensión de la dedicatoria de la capilla al dios se recoge en la gran inscripción esculpida en su muro Este, mitad Sur, de la que quedan restos mal conservados, que aún se pueden leer ‘...[Amón de]?.. Debod, junto con su enéada sobre su gran trono, en su [sagrada mansión], (y) tu belleza [en] la casa [(de) Amón] (de) Debod, junto con su enéada. (El que está) desvestido, es cubierto (con) el lienzo, el rostro misterioso de los dos dioses vestido...el dios Amón de Debod. Yo hago el camino, yo abro........' (Martín Valentín IJTD # 31. Roeder Debod # 135).

Por lo que hace a la diosa Isis, ella controlaba la mitad Sur de la capilla, ya se ha dicho.
El rey toca los sistros para su madre en el muro Oeste, mitad Sur: ‘Hacer (sonar) los dos sistros para su madre. (Hacer la) protección para su cuello; hecho (para que) él sea dotado de vida’ (Martín Valentín IJTD # 30. Roeder Debod # 195).

Adijalamani ofrece a la diosa en el muro Sur el collar Usej: ‘[Ofrecer] (el collar) Usej [a su madre, la que es poderosa de juventud. Hecho por él,] a fin de que le sea dada [toda] vida.’ (Martín Valentín IJTD # 39, c); Roeder Debod # 202). Y en el mismo muro Sur también la hace ofrendas de pan: ‘[Consagrando] las provisiones de pan blanco para su madre.’ (Martín Valentín IJTD # 34, d). Roeder Debod # 220).

Dedicando la capilla a estas dos emblemáticas divinidades Adijalamani pretendió, probablemente, perseverar en la tradición existente hasta el momento, sirviendo tal actuación como refrendo de la voluntad del rey meroítico en orden a subrayar su presencia en la zona, tal como lo hiciera también su antecesor en el trono, Arkamani (Ergamenes II).

Sin embargo, esta voluntad, materializada en la ubicación de la imaginería del dios Amón en los muros de la mitad Norte de la capilla, mientras que en los muros de la mitad Sur se colocaron los de la diosa Isis, implica otra importante clave, expresada deliberadamente por el proyecto constructivo y decorativo de la capilla.

Ello es que, el centro geográfico, vale decir ‘cósmico’, que Adijalamani contempló a la hora de construir la capilla y dedicarla a los dos dioses citados, se encontraba dentro de Egipto, Nilo abajo de Debod.

En efecto, Isis es, en Debod, una diosa (situada y rigiendo) territorio al sur (de Tebas), mientras que Amón se encuentra plasmado en la capilla de Adijalamani como dios regente y presente al norte (de Filé).

Así, ambas ciudades santas, ambos santuarios (el de Amón de Karnak y el de Isis de Filé), marcaban los puntos limítrofes entre los que se hallaba el ideal e ideado territorio para el planeado ejercicio de la soberanía de Adijalamani como pretendido rey de Egipto. Se trataba del territorio existente entre las místicas fronteras marcadas por Tebas, al norte, y Filé, al sur.

La dedicatoria de la capilla al dios Amón de Debod

Para llevar a cabo esta ceremonia, el rey es representado ciñendo en su cabeza la Corona Roja, emblema de soberanía sobre el norte de Egipto. Exhibe collar Usej, brazaletes en sus muñecas y en sus brazos. Viste con la falda Sendyit ceñida con la cola de toro, y porta barba ritual.

Según Roeder, existió una inscripción que decía ‘(La entrega del templo) a su Señor’. Roeder Debod # 146)

El templo está representado por la puerta de la capilla y, en realidad, lo que el soberano está haciendo es la ceremonia de la ‘golpear la puerta’ con la maza que lleva en la mano izquierda, mientras alza la derecha con el gesto ceremonial utilizado para entonar las frases rituales.

Delante, y sobre la cabeza del rey, se encuentra la siguiente inscripción:
'El rey del Alto y del Bajo Egipto ‘Imagen de Ra [elegido de los dioses]’. El hijo de Ra ‘Adijal[amani, eternamente viviente, amado de Isis’]. El buen dios lo (ha) hecho (como) [(su) monumento] para su padre Amón.' (Martín Valentín IJTD # 47, a) 1-3. )

La ceremonia de consagración de los templos

El dios Amón dice a Adijalamani:
‘(Yo) hago de modo [que tu rostro sea estable como Ra, en el firmamento]’]iDelante del dios Amón, una inscripción explica:
' Palabras dichas por Amón-[Ra que reside en De](bod), dios venerable en su espléndida imagen con la sagrada corona-de-las-dos-plumas estable en su cabeza, unida con la bandeleta a su bello rostro.'
Detrás del dios, se lee:

'[Amón de Debod, dotado de vida], El-de-larga-barba, [el hermoso] Medyai (señor) del Punt; el dios que se ha creado a sí mismo, (él es) infinito; su extensa totalidad, no (tiene) límite’. (Yo) te doy la duración del tiempo de vida de Ra en el firmamento.’ ( Martín Valentín IJTD # 47, b) 1-7 y d) 1)

La dedicatoria de la capilla a la diosa Isis del Abatón (Filé)

La dedicatoria de la capilla a la diosa Isis queda plasmada en la Jamba exterior sur de la misma, por medio de la siguiente inscripción, existente en su tiempo, y hoy, lamentablemente, casi completamente desaparecida:
'[El buen dios, el señor de las Dos Tierras, Adijalamani, eternamente viviente, amado de] Isis, dotada de vida, la señora del Abaton. Él construye para ella su puerta con bella (y) sólida piedra blanca. Él embellece…. ' (Martín Valentín IJTD # 23, 1-3)

La dedicatoria es coherente con la tradición del culto de la diosa Isis en Debod, aunque, como observó Roeder: ‘....En otros templos nubios se menciona ocasionalmente a Amón de Debod....pero nunca a Isis de Debod. La compañera de Amón de Debod es Satis, la protectora de Elefantina, una diosa nubia de origen...’

El reparto del santuario muestra también la dualidad de los dioses adorados en Debod. En el templo hubo dos naos durante la época ptolemaica y romana. Por ello, hay que pensar que pudieron existir otros dos naos en los tiempos de Adijalamani, probablemente sustituidas posteriormente por los dinastas alejandrinos, para colocar las suyas.

Como dice Roeder: ‘...Dos naos en un santuario son inhabituales y significan en el fondo, lo mismo que en el santuario de Kom Ombo: que en el templo son adorados dos dioses, y estos no pueden ser en Debod, según lo que sabemos, otros que, Amón de Debod, e Isis de Filé.’ Sin embargo, siendo esta observación acertada, pues es cierto que nunca existió una Isis de Debod como divinidad específica, ello demuestra que la diosa Isis adorada en Debod era la Gran Isis de Filé. No podría haber sido de otro modo. '

Paralelos arquitectónicos de la capilla de Adijalamani

Se ha propuesto más arriba la consideración de la capilla de Debod como uno de los ejemplos de la serie de templos de época ptolemaica que implicaba la presencia de elementos culturales ajenos a la tradición egipcia.

En este caso, no se trataba de la influencia griega o, mejor, ptolemaica, sino de la meroíta. Conocemos abundantes ejemplos de templos napateos y meroítas que pueden ilustrarnos a propósito de lo que podría haber sido la intención constructiva final de Adijalamani, cuando ordenó la edificación de su capilla en Debod.

El templo del sol en Meroe

El desarrollo arquitectónico de los templos kushitas se producía desde el centro hacia fuera, quedando la parte más sagrada ubicada en el centro arquitectónico del conjunto que lo albergaba, con un sistema semejante al de las capas que conforman una cebolla.

Por el contrario, los templos tradicionales egipcios se edificaban desde un punto determinado, hacia el exterior, en una perspectiva orientada linealmente.

Observando tal principio, es factible admitir que el plan arquitectónico original de nuestra capilla, recuerda vivamente al del ‘Templo del sol’ en Meroe, construido en época de Aspelta (siglos VII-VI a C.), y también, a los de otros santuarios edificados por los kushitas en dicha capital.

El ‘Templo del sol’ de Meroe, construido en la llanura desértica, a medio camino entre la ciudad y los cementerios de las pirámides reales, se alza sobre un podium que se apoya en una rampa inclinada, bordeada por una columnata períptera.

La citada capilla está inserta dentro de un templo dotado con pilono, todo ello, a su vez, dentro de un muro de rodeo al aire libre, con columnata períptera, y cerrado por otro pilono de mayor altura que el anterior, que acogía la puerta de acceso al recinto.

La entrada hacia el interior del templo se facilitaba por medio de una escalera, construida con escalones de escasa altura, a través del pilono, traspasado el cual, se entraba en lo que sería realmente el edificio religiososo, paralelo de nuestra capilla.

En el caso de Debod, se comprende que solo se llegó a construir la parte interior o capilla de lo que podría haber sido un complejo edificio, alzado en un estilo de construcción religiosa análogo al del citado ‘Templo del sol’, con lo que se puede establecer un perfecto paralelo entre ambas edificaciones religiosas.

Así pues, la capilla de Adijalamani habría llegado a ser, si las circunstancias políticas lo hubieran permitido, el núcleo central de un gran santuario como el del rey Aspelta en Meroe.

Un relieve existente en la parte trasera del muro de rodeo del ‘Templo del sol’ muestra el edificio, tal como aparecía, cuando aún estaba en pie. A la vista del mismo se comprueba la existencia de la columnata períptera interior. Hinkel, en su idea reconstructiva acerca del posible estado original del santuario, ha propuesto añadir otra semi-columnata períptera exterior que cubriría las fachadas frontal y laterales, dejando franca la puerta y la rampa ascendente de acceso al interior del santuario, situadas entre los masivos del pilono.


La capilla de Ergamenes en el Templo de Thot de Pnubs, en Dakka

La estructura de la capilla de Arkamani en Dakka, (Ergamenes II) (207/6-186 a C.), englutida en las ampliaciones posteriores del templo de tiempos de Ptolomeo IV, Filopator y de Ptolomeo VIII, Evergetes II, recuerda muy vivamente la tradición arquitectónica de los templos meroíticos y, por consecuencia, también a la de Adijalamani en Debod.

Los paralelos de esta capilla con la de Adijalamani en Debod, no solo se refieren a las hechuras arquitectónicas, sino a la presencia de representaciones de divinidades en su interior, que también están presentes en Debod.

Así, aparte del dios Thot de Pnubs, vemos (como en Debod) las imágenes de Im-Hotep, Upset, Ra Hor-Ajty y Hat-Hor, Satis, Osiris e Isis, Amón-Ra, Mut, el propio Amón de Debod, el Faraón de Biga y Anukis, Shu-Arensnufis y Sejmet/Tefnut, Harpócrates y Buto/Neith.


Otros templos en Mussawwarat Es Sufra y Meroe

En general, el trazado de los templos meroítas imitó el planteamiento de los templos dedicados al dios Amón durante la dinastía XXV. El templo de Amón en Meroe se comenzó en el siglo III antes de Cristo.

Los templos de Amón dotados con cámaras múltiples, construidos en Naka y Amara, el de Isis en Uadi ben Naka, o los templos B 1300 en Napata, o M 720, en la ciudad de Meroe, atestiguan la supervivencia de la estructura litúrgica de los cultos tradicionales.

Sin embargo, la principal clase o tipología de templo construido en los siglos del periodo meroítico era la de una sola sala, como en Debod o en Dakka antes de la ampliación ptolemaica.

Entre todos los templos nubios que se puedan señalar, probablemente el más cercano a la idea constructiva de la capilla de Adijalamani sea el ‘Templo del león’, dedicado al dios Apedemak, en Mussawwarat Es Sufra. Fue mandado edificar entre los años 235-221 a C., bajo el reinado del rey Arnejamani, antecesor de Arkamani (Ergamenes II).

De hecho, sus medidas (doce metros de largo por seis metros y medio de ancho) se asemejan, en las proporciones, a las de la capilla de Adijalamani, aunque esta última es de dimensiones más reducidas.

Lo que conocemos de este templo indica que la naturaleza de su estructura de una sola cámara, con pilono y entrada con columnas, permitía ejercer en ese limitado espacio, las mismas funciones rituales que se habrían desarrollado en los complejos tradicionales constituidos por la sala hipóstila, el pronaos, y el naos, que conformaban los templos con múltiples dependencias, al estilo tradicional del Alto Egipto. Este era el caso de la capilla-templo de Adijalamani en Debod.

Por otra parte, el tema central de los relieves del ‘Templo del león’, en Musarawwat Es Sufra, está constituido por los principales dioses asociados al mito de Estado: el dios Apedemak, que ocupa el lugar principal como la divinidad a la que los principales santuarios fueron dedicados, junto con otras no menos importantes tales como Amón, Arensnufis, Sebiumeker, Horus y las consortes de Apedemak y Amón.

El templo M 250 erigido sobre un podium por Aspelta en la ciudad de Meroe fue reconstruido como una capilla con doble podium por el príncipe Akinidad, a finales del siglo I después de Cristo.

En todo caso, queda claro que la capilla-templo de Adijalamani en Debod entra de lleno en la tipología de los templos meroíticos, llevada desde Nubia a la frontera con Egipto con motivo de la presencia de los soberanos de Meroe en dicha zona, entre los siglos III y II, a. de C.

Francisco J. Martín Valentín
Egiptólogo

Ver en este mismo blog el artículo : LAS INSCRIPCIONES JEROGLÍFICAS EN EL TEMPLO EGIPCIO DE DEBOD


BIBLIOGRAFÍA

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Almagro Basch, M., Griñó, R. y Almagro Gorbea, A. ‘Sobre la colocación de dos fragmentos de dinteles grabados con jeroglíficos de la puerta de la capilla de Azakheramon en el templo de Debod’. Trabajos de Prehistoria, 28 (1971)
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Welbsy, D. A.The Kingdom of Kush. The Napatan and Meroitic Empires. Londres, 1996

Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman

Artículos y comunicaciones

Viernes, 27 de Julio 2007 - 16:57

El objeto de esta conferencia, la primera dentro del ciclo “Debod, tres décadas de historia en Madrid”, organizado por el Museo de San Isidro del Excmo. Ayuntamiento de Madrid, en colaboración con el Instituto de Estudios del Antiguo Egipto, es tratar de recomponer la pequeña historia de las vicisitudes de este templo nubio, desde que se decidió por las autoridades egipcias, en cooperación con el Comité de la UNESCO para el salvamento de los monumentos de Nubia, que fuera desmontado en su emplazamiento original, a 16 kilómetros de Asuán, y transportado a la isla de Elefantina, hasta su llegada a España, así como su posterior reedificación en el solar del antiguo “Cuartel de la Montaña”, en el paraje llamado “Montaña del Príncipe Pío”.
Esta conferencia también quisiera ser un modesto homenaje y testimonio de admiración y respeto a la memoria de la persona gracias a cuyo particular esfuerzo y coraje, el Templo de Debod concluyó siendo patrimonio de todos los españoles y en especial, por su cercanía geográfica, de los madrileños, quienes hoy debemos sentirnos orgullosos de tener en nuestra ciudad el mayor templo egipcio existente fuera de Egipto. Me refiero al Profesor D. Martín Almagro Basch.


DOCUMENTACIÓN DEL TEMPLO DE DEBOD: SALIDA DE EGIPTO Y SU TRASLADO A ESPAÑA


La construcción de Saad El Aali

Cuando, en el año 1952, estalló en Egipto la revolución contra la monarquía, el mundo quedó atento a los cambios políticos y económicos que este proceso podría suponer para el ambiente internacional y para la propia evolución futura del pueblo egipcio.

Haciendo abstracción de los complejos problemas internacionales a los que afectaría tal acontecimiento, existía una gran cuestión pendiente de ser abordada por el nuevo gobierno egipcio.

Tal era la reforma agraria y la solución a los interrogantes de futuro planteados con motivo de la creciente presión demográfica del país y su tradicional escasez de terrenos cultivables. La profunda reforma social que se quería abordar por el nuevo régimen egipcio pasaba ineludiblemente por la solución de estas cuestiones, por otra parte, tradicionales en
Egipto.

Así pues, uno de los principales objetivos de la revolución consistía en generar un renacimiento económico y social en Egipto sin parangón, siendo uno de los principales medios para obtenerlo el proyecto para la construcción de la Gran Presa de Asuán.

En el mes de abril de 1953 ya se había seleccionado por un grupo de expertos el lugar, a unos siete kilómetros al sur de Asuán, donde se ejecutaría esta gran obra de ingeniería que iba a suponer la creación artificial de un gran mar de agua dulce de más de quinientos kilómetros de longitud. Para 1954 era, pues, ya claro que la Baja Nubia y el Valle del Nilo
desde algo más arriba de la primera catarata, en territorio egipcio, hasta cerca de Tangur, a medio camino entre la segunda y tercera cataratas, en el Sudán, deberían ser sacrificados en este proyecto.

La campaña de salvamento de los monumentos de Nubia

Mustafa Amer, Director del Servicio de Antigüedades en aquel momento, fue quien comunicó al ministro de Antigüedades su preocupación por los monumentos que quedarían irremediablemente destruidos a causa de la construcción de la Gran Presa. Así se ordenó enviar a Nubia, en diciembre de 1954, a un equipo de egiptólogos e ingenieros.

Estos expertos elaboraron un detallado informe que sería publicado en junio de 1955. En él se relacionaban los monumentos que debían ser salvados y los lugares que tenían que ser objeto de excavación. Repartido dicho informe por todas las instituciones científicas del mundo, se solicitó ayuda urgente para cooperar en la búsqueda y excavación para salvar
los lugares y monumentos que estaban en peligro.

Dentro de las medidas adoptadas para cooperar al salvamento de los monumentos de Nubia estaba la creación, con la cooperación económica de la UNESCO del Documentation and Study Center for the History of the Art and Civilization of Ancient Egypt en El Cairo, en 1955.

Con anterioridad a ello, ya en 1954, Mme. Desroches Noblecourt del Museo del Louvre, había sido convocada por la UNESCO y el Gobierno egipcio para crear un Centro que trabajase sobre los datos ofrecidos por los monumentos y antigüedades del Egipto faraónico. Su objeto era recopilar los datos existentes en las más de 400 tumbas conocidas en la orilla occidental de Luxor.

Sin embargo, la urgencia en el desarrollo del proyecto de la Gran Presa hizo necesario cambiar los objetivos citados por el más prioritario de salvar los monumentos nubios.

Por esa razón, durante la octava sesión de la Conferencia General de la UNESCO de Montevideo en 1954, se acordó poner en marcha por el recién creado Centro, las tareas necesarias para documentar y recoger la información de los lugares y monumentos de la Baja Nubia.

Lamentablemente, en los primeros momentos, a partir de la llamada de auxilio de las autoridades egipcias, la reacción internacional fue escasa.

En 1958, el director del Metropolitan Museum de Nueva York, Sr. Rorimer se había puesto en contacto con el Dr. Saroite Okasha, Ministro de Cultura de Egipto. Rorimer atrajo la atención del Ministro sobre la lamentable situación y futuro de los monumentos de Nubia. Con tal motivo el Dr. Okasha asumió personalmente la tarea de volver a incentivar el desarrollo de los trabajos de salvamento. En este contexto, el asistente del Director General de la UNESCO, Sr. Maheu se comprometió, tras una entrevista con el Ministro egipcio, para involucrar decididamente al organismo internacional en la campaña de salvamento. Tal extremo se ratificó a través del Director General y, una vez recibida la confirmación de este alto nivel, en enero de 1959, el proyecto contó con la aprobación del Presidente Gamal Abdel Nasser.

Resultaba, pues, evidente que se haría necesaria la cooperación, no sólo de los organismos internacionales, sino de los Gobiernos de los diferentes Estados del mundo, para poder conseguir la imprescindible ayuda económica y técnica vitales que permitiría desarrollar la gigantesca empresa que representaba el salvamento de la gran cantidad de templos y lugares arqueológicos de primer orden que existían en la zona y que quedarían irremisiblemente sumergidos bajo las aguas de la nueva presa.

La llamada oficial para una colaboración internacional fue lanzada por la UNESCO en una carta de 6 de Abril de 1959 por el entonces Director General Sr. Vittorino Veronese.

Fue a partir de este momento, cuando se ofreció a los Estados miembros de la UNESCO que desempeñasen una activa labor en esta campaña, darles facilidades para las operaciones arqueológicas en Nubia, pudiendo obtener hasta el 50% de todos los hallazgos realizados. Igualmente se empezó a considerar la posibilidad de donar a los países más involucrados en las tareas de salvamento ciertos templos y otros monumentos y antigüedades, en compensación por los trabajos realizados y los donativos entregados para la campaña.

En Octubre de 1959 se reunieron diversos expertos en El Cairo, bajo la dirección del arqueólogo americano Profesor Joe Brew. En la inauguración de las sesiones, el Dr.Okasha, Ministro egipcio de Cultura, confirmó el apoyo de su Gobierno al proyecto del salvamento de los monumentos nubios y la decisión de recompensar a los Estados miembros y a las instituciones que participasen en la campaña.

Se dieron seguridades de que Egipto entregaría ciertos templos nubios a los Estados que hubieran hecho las mayores contribuciones económicas. A estos fines un Comité de expertos del Servicio de Antigüedades y de la Universidad de El Cairo, habían seleccionado los templos de Taffa, Dendur, Derr, Ellesiya y Debod.

La capilla de Taffa, a unos 45 kilómetros al sur de Asuán cuyos restos apenasrepresentaban los cimientos del edificio y dos hiladas de bloques, era un edificio de época grecorromana que estuvo dedicado al culto de la diosa Isis.

El templo de Dendur, situado originalmente a unos 80 kilómetros al sur de Asuán había sido construido por orden del Emperador Augusto en honor de Pe-te-Isis y Pa-Hor, dos hijos de un jefe local nubio que habían sido divinizados en ese lugar.

El speos de Ellesiya, un lugar situado a unos 228 kilómetros al sur de Asuán, era un pequeño templo excavado en la roca por orden de Thutmosis III (hacia el 1450 a. de C.), dedicado al dios nubio Horus de Miam y a su esposa la diosa Satis. El templo de Derr, a 205 kilómetros al sur de Asuán, había sido construido por Ramsés II (hacia el 1298-1235 a. de C.), para dedicarlo al culto de los dioses Ra Hor-Ajty y Amón-Ra.

El templo de Debod, situado a unos 16 kilómetros al sur de Asuán, era el mayor de todos los monumentos seleccionados para su donación. Construido en forma de capilla dedicada por el rey meroítico Adijalamani (hacia el 180 a. de C.) al dios Amón de Debod y a la diosa Isis, posteriormente fue sensiblemente agrandado por Ptolomeo VI Filometor y Cleopatra II, contando en su interior, en el momento de su desmantelamiento, con un naos dedicado por Ptolomeo XIII Neos Dionysos.

El templo es coetáneo del de la diosa Isis, en la isla de Filé. Ambos fueron construidos con aportaciones de los reyes meroíticos y de los soberanos ptolemaicos.

En Debod se hicieron también aportaciones por los emperadores romanos Augusto y Tiberio.

La construcción de la Gran Presa trajo consigo que la parte norte de Nubia perdiese su antiguo carácter y belleza pero, cuando todas las tareas de salvamento se concluyeron, la mayor parte de sus templos quedaron preservados para siempre.

Todos ellos, salvo tres (Gerf Hussein, capillas de Kasr Ibrim y el templo de Abu Oda), de los que sólo se removieron algunos elementos, fueron finalmente desmantelados y trasladados a otro lugar. Unos, en Egipto (los Templos de la isla de Filé a la isla Agilkia; los templos de Beit el Wali y Kalabsha y el Kiosco de Kertassi, cerca de la Gran Presa; los templos de Dakka, Maharraka y Uadi es Sebua, cerca del lugar de Uadi es Sebua; los templos de Amada y de Derr, cerca del lugar de Amada; los templos de Abu Simbel, en el mismo lugar donde estaban, pero 60 metros más alto); otros en Sudán (los templos de Aksha, Buhen, Semna este y Semna oeste, en los jardines del Museo de Jartum).

Además, Egipto donó finalmente, en muestra de gratitud, cuatro de los cinco templos seleccionados a tal fin: Taffa a Holanda, Dendur a los Estados Unidos, Ellesiya a Italia y Debod a España.

Fuera de este contexto, en agradecimiento por los trabajos de desmantelamiento, transporte y reconstrucción del templo de Kalabsha, llevados a cabo por la República Federal de Alemania en 1961-1963, también se haría entrega del pórtico ptolemaico de dicho templo al Museo de Berlín.

La Misión española en Nubia

La incorporación española a esta gran tarea de salvamento de los monumentos existentes en Egipto y Sudán amenazados por las obras de la Gran Presa, se produjo muy al principio de esta segunda fase del llamamiento internacional.

En 1960 se constituyó el llamado Comité Español para el salvamento de los tesoros arqueológicos de Nubia, cuya dirección técnica se encomendó al profesor D. Martín Almagro Basch.

En atención a ello, España colaboraría en esta tarea internacional excavando en yacimientos de la Nubia sudanesa y egipcia.

Como se ha dicho antes, el programa de trabajo del Centro de Documentación del Antiguo Egipto, complementaba sus labores de recopilación documental con la concesión de áreas de excavación arqueológica. Así, el Profesor Ricardo Caminos fue encargado de copiar los relieves y textos de los templos de Buhen y Semna. Los dibujos e inscripciones existentes en las rocas fueron colacionados, entre otros, por el Profesor alemán Fritz Hintze y por la Misión Arqueológica Española en Nubia bajo la dirección del Profesor Almagro Basch. A España le correspondería desarrollar varias campañas sucesivas para documentar todas las inscripciones rupestres existentes en las orillas del Nilo entre Korosko y Kasr Ibrim.

La primera concesión obtenida por España fue para excavar en la fortaleza de Sheij Daud cerca de Tumas. Más tarde se concedería a España la excavación de una necrópolis del Grupo X en Masmás, en el Alto Egipto.

A estas seguirían otras campañas de excavación durante los años 1961 al 1964, entre las localidades de Mirmad y Nag Sakoli, en la Nubia sudanesa. La Misión Española también solicitó y obtuvo concesiones para excavar en las islas de Kasr Ico y Abk Anarti, en la segunda catarata del Nilo, en el Sudán.

Al inicio de 1960 Egipto había comenzado el salvamento de los templos de Taffa, Debod y Kertassi, que concluyó durante el verano de ese año; en 1961 fueron desmontados los templos de Dakka y Maharraka, y en 1962 el de Dendur.

Para facilitar las operaciones de desmantelamiento de los templos y excavación de los lugares amenazados por la retención de las aguas, el Ministerio de Irrigación bajó, desde más arriba de Asuán, el nivel de las mismas a 101 metros, en relación con el del mar.

Previamente al desmontaje de los monumentos, se procedió a copiar todas las inscripciones
que los cubrían (en Debod la labor correspondió a François Daumas y a Philippe Derchain).
En cuanto a Debod se refiere, una vez desmantelado, se llevaron a cabo algunas excavaciones en sus cimientos y en los alrededores del edificio. Estos trabajos se realizaron a expensas de la UNESCO y fueron ejecutados por el Servicio de Antigüedades de Egipto, con la ayuda de algunos arqueólogos polacos.

Sin embargo, y según nos cuenta el Profesor Almagro, lamentablemente estos trabajos se hicieron con demasiada precipitación renunciándose a salvar elementos de la construcción que habrían sido esenciales, según su criterio, tales como las piedras de la fundación del edificio o aquéllas otras sobre las cuales arrancaban los muros. Se quejaba también el Profesor Almagro de la ausencia de memorias o descripciones de las tareas realizadas que, a pesar de haber sido reiteradamente requeridas por él, nunca le fueron facilitadas.

Finalmente, el templo desmontado fue trasladado a la isla Elefantina, frente a la ciudad de Asuán, en los primeros meses de 1961. Allí estaría depositado hasta el mes de abril de 1970, momento en que los bloques fueron transportados por el río hasta el puerto de la ciudad de Alejandría.

La adjudicación del Templo de Debod a España

Para cuando fueron desmantelados, tanto el Templo de Debod como la capilla de Kertassi, ambos muy cercanos entre sí, habían sufrido bastante a causa de las injurias del agua. En efecto, Debod, que como se ha dicho estaba construido a 16 kilómetros de Asuán, había sido condenado a permanecer prácticamente sumergido en el agua durante cerca de nueve meses al año desde que, en 1908, se construyese por los ingleses la primera presa de Asuán.

Por ello, el estado de su piedra arenisca era bastante delicado y la policromía había desaparecido totalmente después de estar sometido a cincuenta sucesivos lavados por el agua que lo cubría casi enteramente durante gran parte del año. Además, Debod arrastraba un estado de semiruina desde el terremoto que lo afectara gravemente en 1868.

Habría de pasar un siglo hasta que, en el año 1968 el templo fuese donado por el gobierno egipcio al pueblo español.

Desde que nuestro templo fue incluido en la serie de los que el gobierno egipcio había decidido que serían entregados a los países miembros de la UNESCO participantes de las operaciones de salvamento, se desató el interés internacional para conseguir su adjudicación, por ser el mayor de todos, así como por poseer gran interés en relación con la existencia documentada del rey meroítico Adijalamani. Este soberano, apenas conocido,
sólo estaba mencionado por algunas inscripciones existentes en la cámara funeraria de su pirámide, en Meroe, la capital de Napata, y por un fragmento de estela encontrado en el templo de Isis, en Filé.

Sin embargo, Debod era el monumento construido por él y el lugar donde la presencia de este rey meroítico era más abundante en los relieves e inscripciones de su capilla.

Lo cierto es que, cuando España se incorporó a las labores de salvamento de los monumentos nubios, probablemente ya se había considerado por el Profesor Almagro la posibilidad de que nuestro país se hiciera con alguno de los cuatro monumentos que serían exportados de Egipto.

No obstante, la solicitud de la concesión del templo de Debod no se formalizó por parte española ante el gobierno egipcio, hasta el mes de febrero de 1964.

Para justificar tal petición se contaba con la meritoria labor desempeñada por la misión arqueológica española en Nubia durante numerosas campañas de excavación, así como por la aportación económica entregada por el gobierno español para el salvamento de dos importantes monumentos nubios, los templos de Abu Simbel y de Filé.

Para los primeros se entregaron 325.000 dólares USA y para los segundos 200.000 dólares USA, lo que supuso un total de 525.000 dólares. El donativo fue bastante generoso a la vista de las aportaciones de otros países que poseían una declarada tradición egiptológica, como fue el caso de Gran Bretaña, que tan sólo aportó 212.926,21 dólares USA, para el salvamento de los templos de Abu Simbel.

Hay que decir que, muy probablemente, éste fue un requisito importante, pero que, el profundo tesón y la encomiable labor del Profesor Almagro y de personas como D. Constantino Fronista, Canciller de la Embajada de España en El Cairo, fueron también factores determinantes para poder obtener como resultado final la adjudicación del templo a favor de España.

Hay que considerar que, por ejemplo, Estados Unidos había aportado para estos proyectos la muy respetable suma de 18.500.957,74 dólares, lo que unido a su indudable influencia política, hubiera justificado que el templo hubiera ido a parar a este país.

Lo mismo cabe decir de países como Francia o Alemania (entonces República Federal). Francia aportó 1.267.700,61 dólares USA y la República Federal de Alemania 678.165,70 dólares USA.

Holanda e Italia, los otros dos países que solicitaron y recibieron un monumento a cambio de su aportación económica, donaron la suma de 556.591,42 dólares, y 1.175.797,10 dólares, respectivamente, aunque hay que considerar que la donación italiana fue algo interesada, puesto que sería la empresa italiana Condotte-Mazzi, la adjudicataria para llevar a cabo el desmontaje y reconstrucción de los templos de la isla de Filé.

No obstante, también debieron pesar en la decisión final del gobierno egipcio otras consideraciones, vinculadas a las propias circunstancias que la política exterior egipcia contemplaba en dicho momento; por ejemplo, pudiera haber sido trascendente el destacado papel mediador y de apoyo a los países árabes que España ejercitaba en aquel momento en la crisis de Oriente Medio.

En todo caso es seguro que la petición española no debió ser vista con muy buenos ojos por los integrantes no egipcios del comité para el Salvamento de los Monumentos de Nubia.

Concretamente la francesa Madame Desroches-Noblecourt y el británico Profesor Walter B. Emery tratarían, como luego se verá, de oponerse a la petición española.

Tenemos constancia por una carta enviada desde El Cairo el 2 de Junio de 1966 por el Sr. Fronista al Profesor Almagro, del estado de las gestiones en relación con el asunto del templo cerca de las autoridades egipcias.

De la misma se desprende que se había invitado a ciertos funcionarios egipcios para visitar España. Además se refería en dicha carta el Sr. Fronista al problema del reparto de los hallazgos en Nubia y a las dificultades que oponían a la petición española países como Holanda y Alemania que también tenían solicitada la entrega de templos, sin que sus peticiones hubiesen sido aprobadas.

Las autoridades egipcias pedían, por favor, que no se interrumpiesen las labores españolas en Nubia y que se volviese a enviar la misión arqueológica en el mes de Julio de dicho año para la campaña de 1967, prometiendo que todo ello contaría en el momento de la discusión del otorgamiento del templo de Debod y ello, porque España estaba llevando a cabo importantes trabajos que estarían realizados para dicho momento, y así, entonces, se podría hacer saber a los otros países que España no había tenido compensación ninguna por dichos trabajos.

La cuestión de la aportación económica española también tuvo su pequeña historia.

En una visita realizada por el Profesor Almagro en compañía del Sr. Fronista al Sr. Sawi, Ministro de Educación y Antigüedades encargado de los asuntos de Nubia y Presidente del Comité Consultivo, se ponderó altamente por éste último la labor llevada a cabo en Nubia por el Profesor Almagro y su equipo, así como el nivel de las publicaciones de la
Misión española. Abordado el tema de la obtención por España del templo de Debod en compensación de sus trabajos, el Ministro Sawi que, al parecer, era partidario de la petición española, hizo un resumen de las discusiones habidas al respecto en el seno del Comité Consultivo, integrado por miembros del gobierno egipcio y de la UNESCO.

Según el Ministro, una de las objeciones planteadas frente a la petición española era que había que premiar más a aquellos países que habían concedido una mayor contribución económica para salvar los templos de Abu Simbel.

Como consecuencia de ello se indicó al Profesor Almagro y al miembro de la embajada española, la posibilidad de crear un clima favorable dentro del comité a favor de España si se garantizaba que se pudiese anunciar para una próxima reunión del mismo, que tendría lugar en el mes de Septiembre de 1966, que la contribución española iba a ser aumentada desde los 270.000 dólares, inicialmente propuestos, a una cifra que se acercase a la contribución holandesa, cercana a los 500.000 dólares.

El contenido de la reunión, recogido en una nota informativa del Sr. Fronista, recuerda a los regateos de un mercado más que otra cosa. Simplemente, el Sr. Sawi, procedió a echar números con papel y lápiz concluyendo que, si España ofrecía 80.000 dólares más, pasando de 270.000 a 350.000 dólares, entonces él defendería ante el comité la ineludible necesidad de otorgar dicho templo a España.

El Profesor Almagro propuso entonces como fórmula eventual para poder obtener parte de los fondos requeridos, la posibilidad de que las joyas de Tut-Anj-Amon se exhibieran en España, ya que iban a ser enviadas para su exposición en el Museo del Louvre, en París.

Ante tal petición, el ministro egipcio contestó con una evasiva relacionada con la dificultad del transporte de las piezas. La realidad era otra. Los franceses querían la exclusiva de dicha exposición y no estaban dispuestos a compartirla con nadie. Así se privó a nuestro país de una excepcional oportunidad cultural en el mundo de la egiptología.

En resumen, tras la realización de siete campañas arqueológicas españolas en Egipto y Sudán, con la publicación de ocho volúmenes de memorias de los trabajos realizados, más una destacada aportación española de fondos para el salvamento de los templos de Abu Simbel, las expectativas españolas quedaron defraudadas en la reunión del Comité
consultivo de la RAU y de la UNESCO celebrada en Marzo de 1966, en la que se confirmó la cesión del templo de Dendur a los Estados Unidos y el de Ellesiya a Italia, sin hacer siquiera mención de la petición española para obtener la concesión de Debod.

Al parecer, en este retraso tuvieron responsabilidad los dos miembros de la UNESCO que integraban el Comité Consultivo con voto sobre los monumentos de Nubia: el Profesor Emery, y la Dra. Desroches Noblecourt. A consecuencia de ello, el Profesor Almagro se entrevistó personalmente con ambos egiptólogos para pedirles explicaciones por su
actitud; ellos trataron de trasladar la responsabilidad del retraso a los miembros egipcios del Comité Consultivo.

Pero los acontecimientos de la calle ya habían determinado el final de esta aventura puesto que tanto la prensa egipcia como la española habían anunciado en el mes de marzo que el templo sería entregado a España: ¿Cómo deshacer este asunto sin incurrir en un desaire diplomático?

Finalmente, durante la reunión del Comité Consultivo del 15 de Septiembre de 1966, tal como había prometido el Ministro Sr. Sawi, se accedió a la petición española de obtener la donación del templo de Debod para nuestro país.

Afortunadamente, el Sr. Sawi había sido el valedor final de dicha decisión frente a las oposiciones formuladas por los egiptólogos europeos.

Elevada la propuesta correspondiente a las autoridades egipcias, el 30 de Abril de 1968 se dictaba un decreto de la Presidencia de la RAU por el que se ofrecía “el templo de Debod al Gobierno español y a su pueblo en consideración a sus esfuerzos en la contribución a la salvaguarda de los templos de Abu Simbel “.

Madrid, el lugar finalmente elegido

Como se ha dicho antes, los bloques del templo, embalados en cajas, habían sido enviados en 1961 a la isla Elefantina. Allí estuvieron depositados hasta que, tramitados todos los requisitos después de la donación a España, lo que llevó unos dos años, se acordó su partida para el puerto de Alejandría en el mes de abril de 1970.

El 24 de dicho mes se realizó la supervisión del embalaje y el recuento de los bloques por D. Raimundo Griñó y el funcionario de la Embajada de España en El Cairo Sr. Georgiades, quien también era el encargado de realizar el embalaje y transporte de los mismos hasta Alejandría.

Conocemos el costo de las operaciones de traslado de las cajas de embalaje desde Debod hasta la Isla Elefantina y desde allí al puerto de Alejandría, a través de la comunicación oficial realizada por el Subsecretario de Estado del Ministerio de Cultura de la entonces República Arabe Unida, dirigida el 12 de enero de 1969 al Profesor Almagro; en ella
que se hacía referencia al Decreto de 30 de Abril de 1968 de donación del Templo.

Se indicaba que el Gobierno español tendría que abonar al Ministerio de Cultura egipcio la suma de 25.000 dólares, 1.700.000 pesetas al cambio, como resto de la aportación convenida para la salvación de los templos de Abu Simbel, que aún no había sido satisfecha. Dicha suma se abonó con los fondos de la propia misión arqueológica.

También se hacía referencia en dicho escrito a la suma de 9.890 Libras Egipcias, cuyoequivalente en pesetas era de 1.626.905, y que suponía el costo del desmontaje, embalaje y transporte de los bloques desde Debod hasta la Isla Elefantina.

Se calculaban en otras 500.000 pesetas, unas 3.000 LE, el importe de los gastos del transporte fluvial de los bloques hasta Alejandría y se hacía indicación de que el Gobierno español debería asumir los gastos de transporte y seguros del Templo desde Alejandría a España. En total 3.826.905 ptas.

El resto de los gastos del transporte del templo por mar, desde Alejandría hasta Valencia, y por tierra, desde allí hasta Madrid, se calculó importaría alrededor de 1.173.095 pesetas. Todo ello haría el total de 5.000.000 de pesetas presupuestadas en su momento que fueron íntegramente satisfechas por el Ayuntamiento de Madrid.

El 23 de octubre, el Profesor Almagro solicitaba del Ayuntamiento, conforme a lo convenido, el libramiento de la primera partida de dinero, 1.750.000 ptas., para hacer frente al pago del resto del canon de compensación otorgado por España para el salvamento de los monumentos de Nubia. Dicho importe se satisfizo el 28 de noviembre del mismo año.

El resto de la aportación ya entregada con anterioridad al gobierno egipcio, ascendente a la suma de 500.000 dólares, 35.000.000 ptas., habría sido satisfecha por el Ministerio de Educación y Ciencia y por el Comité del Patrimonio Artístico Nacional.

El 15 de enero de 1969 se abonó por el Ayuntamiento al gobierno egipcio 1.626.905 ptas. para pago de los gastos de traslado del templo hasta la isla de Elefantina. El mismo día se libró otra suma por importe de 500.000 ptas. a favor del Profesor Almagro para hacer frente a diversos gastos del viaje a Egipto para hacerse cargo del templo y otros conceptos
tales como los derivados del transporte del templo hasta Alejandría, suma
que sería justificada en febrero de 1970.

A los 5.000.000 de pesetas. que había satisfecho el Ayuntamiento en esta primera fase, hubieron de añadirse posteriormente otros 4.474.891,54 ptas., como resto de liquidación de los producidos en Egipto más los del transporte por carretera hasta Madrid.

La tarea del transporte de nuestro templo podría ser comparable, por citar los eventos de esta naturaleza más cercanos a nosotros en el tiempo, a las del obelisco del Luxor, hoy en la Plaza de la Concordia, con un peso de 74 toneladas, o del de Thutmosis III, que hoy se encuentra en el Central Park de Nueva York, de 69,6 toneladas.

Ciertamente las dificultades técnicas del traslado de estas magníficas piezas fueron superiores por su fragilidad y por los medios técnicos empleados en el momento de su remoción, pero el del templo de Debod suponía organizar el viaje de 1359 cajas que contenían 1724 bloques cuyo peso rondaba las mil toneladas. Es fácil comprender lo complejo y delicado del trabajo asumido por los responsables de esta tarea.

Al mismo tiempo que se producía la donación del templo por el gobierno egipcio, en abril de 1968, en España se daban los pasos precisos para recibir el monumento en las mejores condiciones posibles.

La noticia de la concesión, despertó a su vez, la consiguiente carrera para obtener, por parte de distintas ciudades españolas, la adjudicación de la custodia y exposición del monumento. Elche, Almería y Barcelona solicitaron que el templo se reconstruyese en sus términos municipales respectivos. Sin embargo, parece que el profesor Almagro avaló la tesis de que el monumento debía alzarse preferentemente en Madrid en tanto
que esta ciudad era la capital de España.

El 6 de Abril de 1968, veinticuatro días antes de la firma del Decreto de donación, el entonces Alcalde de Madrid Sr. Arias Navarro, manifestaba ya por escrito al Director General de Bellas Artes del Ministerio de Educación y Ciencia la petición del pleno del Ayuntamiento madrileño para que se aceptara la propuesta de que el templo de Debod quedase asentado en la capital de España. El Director General contestó el 30 de
Septiembre al Alcalde Presidente de Madrid con su conformidad a la propuesta que recibiría el apoyo económico del Ministerio.

El 4 de Octubre de 1968 se adoptó por la Comisión Municipal de Gobierno del Ayuntamiento de Madrid el acuerdo favorable para la instalación del templo de Debod en su término, así como para conceder los créditos suficientes para afrontar los gastos de transporte a Madrid y su posterior reedificación.

En abril de 1970, el Profesor Almagro marchó a Egipto con una comisión de trabajo integrado por diversas personas entre las que se hallaba D. Raimundo Griñó, a fin de supervisar y organizar el traslado del templo desde Elefantina hasta Alejandría, donde fue embarcado en el vapor “Benisa” que zarpó hacia España el día 6 de junio de 1970; el barco arribó al puerto de Valencia el día 18 del mismo mes y año, quedando, finalmente, bloques del templo depositados en el solar del Cuartel de la Montaña entre los días 20 al 28 del citado mes, tras ser transportados por carretera por la compañía “S. I. T. Transportes Internacionales, S. A.”

Con carácter previo a la salida del templo de territorio egipcio, en mayo de 1970, se había producido la preceptiva aceptación de la donación del templo por un acuerdo del Consejo de Ministros, dictándose el 9 de julio del mismo año el Decreto 2233/70 por el Ministerio de Hacienda (Dirección General del Patrimonio del Estado), por el que se confiaba al Ayuntamiento de Madrid bajo la supervisión de la Dirección General de Bellas Artes la reconstrucción del templo sobre el antiguo solar del Cuartel de la Montaña.

El 20 de mayo de 1970 se solicitó por el Alcalde Presidente de Madrid al Ministerio de Hacienda la preceptiva autorización para que el templo de Debod se pudiera alzar en el solar del antiguo Cuartel de la Montaña y se le confiara la responsabilidad de la reconstrucción del mismo.

La reconstrucción del templo

Como el Profesor Almagro confiesa, la reconstrucción de Debod planteó algunos problemas. El equipo de trabajo de la reconstrucción y el asesoramiento arquitectonico del recinto del monumento estuvo bajo la supervisión del Arquitecto Municipal D. Vicente Batzán, Jefe de monumentos municipales, actuando en la organización e identificación de los bloques D. Raimundo Griñó, como hombre de confianza del Profesor Almagro.

De entrada, parece que, cuando se hizo entrega del templo tan sólo se acompañó por el Servicio de Antigüedades un plano del monumento y un croquis de los alzados con una numeración de la situación de los bloques. Los planos se completaron con una colección de fotografías, hechas por el Centro de Documentación del Antiguo Egipto sin ninguna referencia escrita.

En palabras del Profesor Almagro: “Nosotros pacientemente tuvimos que ir interpretando las signaturas y subsanando algunos errores pues había bloques que tenían la misma referencia topográfica y fue preciso averiguar pacientemente cual era su verdadero sitio…”.

Además, cerca de cien de los bloques perdieron su numeración y otros cuatrocientos fragmentos llevaban una signatura incorrecta con arreglo a los números atribuidos en el plano entregado en su momento a la misión española, lo que complicó aún más las labores de reconstrucción.

Una vez montados los bloques originales sobre una base de piedra que aislase al conjunto del contacto directo con el suelo, se optó por reconstruir el resto del edificio con la técnica de la “anastylosis”, para lo que se utilizó piedra blanda de diferente color, procedente de Salamanca, que permitiera en el futuro la perfecta distinción entre las partes antiguas y las nuevas del edificio reconstruido.

La técnica de la anastylosis consistía en la total reconstitución del aspecto original del edificio. Ello garantizaba un adecuado resultado didáctico a los visitantes que, de este modo se harían una exacta idea del monumento y, además, procuraba una adecuada protección para las partes originales del edificio que quedarían encerradas dentro de la nueva construcción.

La terraza del templo fue cubierta como protección frente a la climatología, a la vez que los bloques originales que, necesariamente debían quedar expuestos a la intemperie, eran tratados químicamente para conseguir su reforzamiento y protección.

Para crear una atmósfera estable y seca, parecida al clima de Nubia se instaló aire acondicionado caliente en el interior del edificio.

Delante del templo se reconstruyeron dos de los tres portales de piedra que el recinto del templo tuvo y que, probablemente, facilitaban el acceso a lo largo de la vía procesional, a través de tres pilonos de adobe. Rodeando esta vía se construyó un estanque de poca profundidad que reprodujese el ambiente fluvial en el que el templo se hallaba.

Los jardines que rodeaban a la edificación fueron especialmente diseñados y plantados con palmeras para recrear el paisaje nubio, bajo la dirección del Arquitecto Municipal D. Manuel Herrero Palacios.

Finalmente, después de dos años de intensos trabajos para llevar a cabo las obras de reconstrucción del templo y la habilitación de su entorno, el monumento fue inaugurado el día 18 de julio de 1972.

Los problemas legales y de conservación

Como lógico complemento de todos los trámites legales relativos a la acogida del Templo de Debod en España, la Dirección General del Patrimonio Artístico del Ministerio de Educación y Ciencia, había puesto en marcha, a finales del año 1970, el correspondiente expediente para su declaración de Monumento Histórico Artístico Nacional.

Inexplicablemente dicho expediente, a pesar de haber sido informado favorablemente por las autoridades competentes del Ayuntamiento de Madrid no concluyó nunca su resolución positiva.

Actualmente se ha iniciado el expediente para la declaración del Templo de Debod como 'Bien de Interés Cultural', por la Comunidad de Madrid.

Transcurridos treinta años desde que el templo llegara a nuestra capital hoy se puede afirmar que, aunque todas las situaciones son, en general, mejorables, la responsabilidad asumida en su día frente a la UNESCO y a Egipto para conservar adecuadamente y exhibir al público el monumento nubio que fue entregado a nuestro país, han sido objetivos ampliamente cumplidos, a pesar de que no siempre se ha contado por parte de los responsables con los medios económicos y humanos necesarios para optimizar la conservación y rentabilidad cultural del monumento.

Actualmente constituye una importante preocupación de los técnicos encargados de la conservación y del público interesado, el peligro que la dura climatología de Madrid junto con los crecientes factores de contaminación ambiental y acústica de la ciudad, suponen como elementos de agresión diaria para las débiles piedras del Templo.

Conviene también destacar cómo este templo nubio, procedente de un lugar tan lejano y ajeno a la tradición cultural del pueblo de Madrid se ha ganado un carácter emblemático que identifica a nuestra capital tanto como lo puedan hacer la Puerta de Alcalá o el Palacio Real. El lugar de Debod quedó sumergido bajo las aguas del Nilo, en la Presa de Asuán, sin
embargo, el topónimo de Debod ha resucitado para dar nombre a un lugar con personalidad propia en la ciudad de Madrid.

Es de confiar en que actos como el que hoy se inaugura, ayuden a reforzar el interés de los ciudadanos y, por ende, el de los políticos y técnicos responsables de la cultura y de los bienes histórico-artísticos de nuestro país, como es el templo de Debod, para que desde las instancias adecuadas se procure lo necesario para asegurar la supervivencia y conservación de este legado de la humanidad del que todos nos debemos sentir orgullosos, beneficiarios y responsables.

Francisco J. Martín Valentín

(Conferencia impartida en el Museo de San Isidro de Madrid el día 2 de noviembre de 2000)



Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman

Artículos y comunicaciones

Jueves, 26 de Julio 2007 - 18:32

Las pirámides de Egipto siempre constituyeron motivo de asombro para quienes tuvieron la oportunidad de contemplarlas, ajenos a las razones por las cuales dichos monumentos se habían construido.


Las pirámides de Guizeh
Las pirámides de Guizeh
Herodoto, que visitó Egipto en el siglo V a. de C., dio una imagen de las pirámides que, todavía hoy, se encuentra presente en el acerbo cultural de nuestra sociedad. Detrás de cada una de esas extrañas construcciones, parecía haber un tirano explotando a cientos de miles de seres humanos.

La misma o semejante idea se nos trasladó por los demás escritores clásicos.
Para el mundo islámico las pirámides resultaban ser el refugio de la ciencia y de la técnica antiguas, habiendo sido construidas ante el advenimiento del diluvio anunciado por Dios a los hombres.

Hoy, todavía nos debatimos para decidir si, las pirámides fueron enigmáticos centros iniciáticos en los que se desarrollaban oscuras ceremonias o, simples monumentos funerarios, erigidos bajo una incomprensible idea de divinidad, al servicio de un solo hombre.

Aún resuenan en el aire las palabras de los viajeros medievales que describían la gran pirámide de Kheops como un gran diamante recubierto de piedra viva, o como los graneros del faraón, ordenados construir por José, hijo de Jacob.
Sin embargo, nada de ello se ajusta, por lo que sabemos, a la realidad por la que dichos monumentos fueron concebidos y construidos.

Im-Hotep, el sabio constructor de escaleras celestes

Los reyes que integraron las dinastías Tinitas, se hicieron enterrar en complejos funerarios bajo tierra, cubiertos con una estructura parecida a unas bancadas de enormes dimensiones, que imitaba a los palacios que utilizaban en su vida diaria.

Avanzada la dinastía III (hacia 2649-2575 a. C.), un arquitecto real que, además, era astrónomo y médico, en suma, un hombre sabio, concibió la magnífica idea de superponer varias mastabas, unas encima de otras, para obtener una especie de escalera con peldaños por la que, (conforme a las creencias egipcias), el espíritu de su señor, el rey Dyeser, podría ascender hasta el cielo para unirse con el sol por toda la eternidad. Aparentemente, de esta idea surgió el primer proyecto conocido que acabaría dando lugar al prototipo de las auténticas pirámides.

Desde el punto de vista arquitectónico, la pirámide escalonada se concibió disponiendo una serie de estructuras decrecientes en su tamaño en seis elementos superpuestos. A su alrededor, se ordenó construir una serie de estructuras vinculadas a ella, rodeadas con un muro que recordaba la fachada del palacio real.

Dentro de este conjunto piramidal se incluyeron construcciones tales como el gran patio del festival Sed, lugar de entidad mágico-simbólica, donde el espíritu del rey difunto celebraría eternamente su regeneración; también estaban las casas del Sur y del Norte (que simbolizaban los dos reinos del Bajo y el Alto Egipto), el templo funerario donde el rey muerto y divinizado recibiría su culto funerario oficiado por los sacerdotes, y el patio del Serdab, capilla en la que el espíritu del rey podría contemplar, a través de su estatua, las estrellas del norte, llamadas las Imperecederas, porque nunca se ocultaban.

Todo el conjunto, edificado en hermosa piedra caliza, resultaba un esplendente espectáculo de un blanco radiante, engastado en el oro del desierto.
Tal fue la ciudad mágica que el sabio Visir Im-Hotep edificó para asegurar la vida eterna de su señor como rey del Alto y del Bajo Egipto en la sacrosanta necrópolis de Sakara.
Los sucesores de Dyeser también construyeron pirámides, si bien no alcanzaron su magnificencia.

Algo al sudoeste de la pirámide de Dyeser, el Horus Sejem-Jet se hizo construir otra escalonada, esta vez de siete gradas. Hoy no queda prácticamente nada de ella. El último monumento de estas características se construyó para otro rey, llamado Ja-ba, a siete kilómetros al norte de Sakara.

Sin embargo, las pirámides no fueron un fenómeno exclusivo de Menfis, la capital del Norte y sus alrededores; no es demasiado sabido que, en el lejano Sur de Egipto también se construyeron en esta época, al menos, otras siete pirámides escalonadas; la más meridional en la Isla de Elefantina; otras tres, en las localidades de Ombos, Edfú y Hieracónpolis; el resto, en las ciudades de Abidos, y en las actuales Zauiyet el-Mayitin y Seila, ésta última en las cercanías del Fayum.

Se trata de pequeñas edificaciones, quizás alzadas para albergar los cuerpos de esposas reales, aunque los arqueólogos no han concluido sus trabajos y conclusiones al respecto.


Meidum, la transición.

Esnefru, el último rey de la dinastía III o quizás el fundador de la IV, trasladó su capital norteña a las inmediaciones del lugar hoy conocido como Dashur, unos 10 kilómetros al sur de Menfis. Desplazándose unos kilómetros hacia el sur decidió concluir un proyecto de construcción piramidal que había sido iniciado por su antecesor, Huni.

Se trataba de la llamada pirámide de Meidum. Este monumento consistía en una estructura de tres grandes escalones, tal como hoy se puede contemplar. No obstante, los egiptólogos han estudiado la posibilidad de que estas hiladas estuvieran recubiertas por estructuras exteriores de piedra que, finalmente, darían al conjunto el aspecto de una pirámide convencional. En todo caso, parece que nunca fue concluida debido al hundimiento de la estructura exterior, lo que provocó el abandono de la construcción.

Resulta obvio que la pirámide de Meidum es el ejemplo claro de transición desde el tipo de las más arcaicas hasta las de la época clásica.

Allí se incluyó por primera vez un gran corredor, desde el centro de su cara norte hacia la cámara funeraria. En su interior se diseñó el llamado ‘techo en bancadas’, ingenio técnico que permitía distribuir adecuadamente las cargas de la presión de los bloques.
Pero, por razones que nos son desconocidas, Esnefru abandonó las obras de su pirámide en Meidum, eligiendo un nuevo punto hacia el norte, en Dashur, donde ordenó iniciar un nuevo ensayo.

Las pirámides anteriores a Esnefru habían sido construidas con unas pendientes que oscilaban entre los 72º y los 78º. Sin embargo, la nueva de Dashur se concibió ya con una inclinación de 60º que, por problemas estructurales sobrevenidos, debió ser corregida hasta dejarla reducida a 55º. Tras esta rectificación se impuso otra nueva, disminuyendo la pendiente hasta 44º, y así fue concluida.

He aquí la razón de la extraña forma, de aspecto romboidal, que la ha dado el nombre popular con el que hoy es conocida.

En su interior, se establecieron dos entradas desde las caras norte y oeste respectivamente. Ambas conducían a la cámara funeraria del rey. Conforme creían los antiguos egipcios, a través de estos corredores, el alma del faraón podría unirse a las estrellas del norte y compartir la navegación nocturna del sol por el mundo subterráneo.

Por primera vez conocida se identificó claramente la estructura del conjunto piramidal, tal como fue concebido en la llamada época clásica, durante la dinastía IV: una pirámide satélite, una capilla en la cara este, un recinto rodeando dichas construcciones, una calzada saliendo desde la cara norte y un templo funerario al que llegaba el agua del Nilo cuando la inundación cubría la tierra de Egipto.

El misterio de Esnefru

Incomprensiblemente este inquieto soberano que reinó mas de 24 años, renunció a ocupar las dos pirámides que se había hecho construir y, alrededor de su año treinta, ordenó comenzar una nueva obra algo mas al norte. ¿Se trataba solamente de ensayos constructivos? Algo así debió ser, porque la nueva se edificó con una pendiente constante de 43º 22', lo que la acercaba aún más a las que se construirían durante la dinastía IV.

Este fue el definitivo lugar de descanso eterno del rey Esnefru.
Finalmente, sus arquitectos habían conseguido elevar un edificio que quería representar a los rayos solares descendiendo del cielo, en forma de estructura pétrea que sería simbólicamente utilizada por el Ka real en su ascensión al cielo y en su descenso a la tierra.

El complejo funerario del rey Kheops.

La siguiente generación de reyes eligió para seguir construyéndose sus monumentos funerarios una meseta de piedra arenisca natural situada bastante mas al norte, en el lugar hoy llamado Guisha. Allí, el segundo rey de la dinastía IV decidió edificar la que sería la séptima maravilla del mundo: la Gran pirámide.

Es en Guisha donde las construcciones piramidales alcanzaron su apogeo al perfeccionarse el complejo funerario que las completaba. La llamada Gran pirámide quizás fue el sueño del más poderoso rey del Imperio Antiguo. Construida con cerca de 2.300.000 bloques de piedra que pesaban una media de 2,5 toneladas cada uno, se convirtió en la más importante construcción en piedra hecha por el hombre en la antigüedad.

Su base es un cuadrado de 230,33 metros de lado, alzándose hacía el cielo hasta una altura de 146,59 metros. Con todo, su más destacable característica reside en la inclinación de sus caras, con una pendiente de 51º 50' y 40'' y, lo que es aún más asombroso, por su orientación casi exacta con el llamado norte verdadero, respecto del que tan solo acusa una diferencia de 3' y 6''.

Kheops completó el complejo funerario de su pirámide ordenando construir otras tres, de más pequeñas dimensiones, dedicadas a enterrar a sus reinas, y aún, otra más pequeña, quizás para enterrar los vasos canopos en los que se depositaban las vísceras momificadas de las momias de dichas reinas; cada una de estas construcciones tenía su correspondiente barca funeraria, como las tenía también el propio rey.

El templo alto, que estaba adosado a la cara oeste de la pirámide, se unía, por medio de una magnífica calzada de casi dos kilómetros de largo, con el llamado templo del valle. Este templo, construido en los lindes de los cultivos con el desierto, era el lugar donde se recibía el cuerpo del rey difunto para llevar a cabo las operaciones de la momificación.

Tal fue el monumento ante el que la imaginación humana se paralizó siempre.
Esta enorme mole de asombrosa regularidad, forrada con losas de piedra caliza blanca, perfectamente pulidas y ensambladas entre sí, revelaba a quienes la contemplaban la grandeza de Egipto por los siglos de los siglos.

Expresión arquitectónica incomparable fue, y es también, la prueba de los grandes conocimientos matemáticos y astrofísicos de los egipcios del Imperio Antiguo.

Los constructores de las pirámides

No hace muchos años el azar quiso que un caballo descubriera al tropezar (método frecuente en la historia de los grandes descubrimientos arqueológicos), la ciudad de la muerte de los constructores de las pirámides.

Recientes excavaciones han permitido conocer el hábitat de los obreros que construyeron las pirámides de Guisha. Justo a los pies de las pirámides, algo al Sudeste de la Gran Esfinge, debajo de la moderna ciudad de Nazlet El-Saman se han encontrado restos de una enorme ciudad que fue habitada por los trabajadores que las construyeron.

Ahora sabemos que, aproximadamente una población de 30.000 habitantes colaboraba en todas las tareas que tan enorme proyecto exigía. Los restos de alimentos, cerámicas, cenizas y construcciones de ladrillo indican que, en ése lugar, vivieron y murieron los constructores de las pirámides.

Los excavadores han hallado tres zonas diferenciadas que muestran el perfil de esta gran ciudad: la zona habitada o ciudad propiamente dicha, su necrópolis, y la zona administrativa y de almacenes, donde se encontrarían los edificios que contenían los archivos documentales y las oficinas de la administración real, así como los depósitos de los materiales y herramientas necesarios para la obra.

En el cementerio se han encontrado los restos de obreros, artesanos, capataces, Jefes de Obras y otros funcionarios superiores que, todos juntos, constituyeron el formidable ejército de trabajo que alzó las impresionantes montañas de piedra que todavía hoy nos causan asombro y perplejidad.

Para que este ejército pudiera cumplir adecuadamente sus fines, la administración real se encargaba de hacer llegar cuanto era necesario para su subsistencia: alimentos, bebidas, aceites, tejidos y artículos así como enseres de todo tipo.

Por otra parte, las excavaciones han permitido conocer que los obreros y artesanos estaban organizados en equipos de trabajo y cuadrillas.

En el caso de la pirámide de Mykerinos, los 2.000 trabajadores que, se supone, la construyeron, estaban organizados en dos equipos de 1.000 hombres cada uno; éstos estaban divididos, a su vez, en cinco 'filas' de 200 obreros, mientras que cada una de las 'filas' estaba integrada por 10 cuadrillas de 20 obreros.

Tenemos pruebas del sentido del humor de aquellos egipcios o, al menos, de la sensación de protesta frente al poder que nos han transmitido algunos de estos equipos de trabajadores que llevaban nombres tan poco respetuosos tales como 'la cuadrilla de los secuaces' o 'la cuadrilla: Mykerinos está borracho'.

En todo caso, se trataba de hombres que no eran esclavos sino trabajadores especializados que vivían de las retribuciones en especie tales como cerveza, grano de cereales, aceite, cebollas, ajos, piezas de tejido y otros elementos de consumo que la administración real para la construcción de la ciudad piramidal les hacía llegar puntualmente.

Los sucesores de Kheops.

Kefrén, sucesor de su padre, tras el reinado de su hermano Dyed-ef-Ra, decidió edificarse con el mismo planteamiento arquitectónico de la de su progenitor, la que sería la segunda pirámide de Guizé. Con una altura de 143,5 metros, alcanzó, sin embargo, una mayor inclinación que la Gran pirámide, con una pendiente de 53º 10'. A pesar de ello, desde lejos, da la impresión de ser la más grande de las tres de Guisha, por estar algo más elevada la meseta en el lugar donde fue erigida.

Esta pirámide permite hacerse una idea del aspecto original que debió tener el espléndido conjunto.

En efecto, todavía conserva en su vértice parte del revestimiento externo original, elaborado con blanca piedra caliza de Tura. Junto a la cara Sur se hizo construir otra pirámide satélite, sin duda para albergar sus estatuas, con el objeto de que su Ka real recibiera culto.

En la cara Oeste edificó un magnífico templo mortuorio, unido por una calzada de un kilómetro y medio de largo con el templo del valle. Junto a este templo, e integrada en el complejo funerario, probablemente se ordenó esculpir la más grande de todas las estatuas que se fabricaron durante el Imperio Antiguo: la Gran Esfinge.

Este símbolo solar, animal mítico con cuerpo de león y cabeza humana que representa seguramente el rostro del propio Kefrén, fue esculpido en un bloque de piedra caliza nummulítica, al pie de la calzada que unía ambos templos.
Pero ¿Cuál era el significado de esta descomunal escultura?.

Es lo cierto, que la esfinge simbolizaba el poder y la fuerza controladas por el espíritu del rey. Con los siglos fue identificada con el dios Horum, divinidad venida de fuera de Egipto; no obstante, este gigantesco león con cabeza humana fundamentalmente recibió culto a lo largo de toda la historia faraónica como una divinidad solar específica, el dios Hor-em-Ajet.
Llamada por los árabes ‘el Padre del Terror’, fue siempre objeto de veneración por los antiguos egipcios. Mucho se ha especulado acerca de su verdadera antigüedad, y tal parece que, la erosión que la corroe no hubiera sido producida por los vientos cargados con las arenas de los desiertos cercanos, sino por el agua.

Todos los arqueólogos que han excavado alrededor de la Esfinge, han tratado de buscar especiales secretos o revelaciones que desentrañaran su misterio. La posible existencia de pasadizos o cámaras bajo esta enorme escultura ha sido uno de los tópicos clásicos de este monumento. Ciertamente, en el lado septentrional de la Esfinge se descubrió un pasadizo con fondo ciego que penetraba por debajo del monumento, pero sus paredes no tenían ninguna inscripción.

Otra de las cuestiones que también ha preocupado al hombre en relación con la Gran Esfinge de Guisha ha sido su conservación. Se conocen restauraciones del monumento desde la dinastía XVIII, durante el Imperio Nuevo ( 1.550-1295 a.). Los arqueólogos modernos han seguido luchando desde el año 1925 hasta nuestros días. Sin embargo, cada restauración que se ha llevado a cabo, se ha mostrado insuficiente, siendo rechazados los bloques utilizados que han caído con el paso del tiempo. El revestimiento aplicado en 1980 se resquebrajó a partir de 1987 por las sales contenidas en la piedra y en el mortero usado.

La última restauración, comenzó en 1992, tomándose la decisión de sustituir todos los bloques de la anterior por otros nuevos; en esta ocasión se decidió reemplazar el mortero por resinas sintéticas que carecen de humedad, evitando así perjudicar la piedra original.
En la actualidad, se sigue trabajando en un nuevo proyecto restaurador del que forma parte la detallada observación de los factores medio ambientales dañinos, tales como el viento, la lluvia, la humedad atmosférica y la condensación. Desgraciadamente, hay que reconocer que, todavía, no se han encontrado las soluciones definitivas que impidan o retrasen la destrucción del monumento.

La Gran Esfinge se encuentra en peligro de desaparición. Ella, que ha resistido todos los embates de los hombres, del desierto y de la historia, hoy se hace polvo ante nuestros ojos por la contaminación y el gran aumento de la humedad en el aire del gran Cairo, que amenaza con tragarse toda la meseta de Guisha.
Pero, sigamos ahora con las pirámides.

Mykerinos, el último constructor de Guisha

La tercera y más pequeña de las tres existentes en Guisha, fue construida por orden del hijo de Kefrén, el rey Mykerinos. Su altura es sensiblemente menor que la de las otras dos; no sobrepasa los 66 metros, y su inclinación es solo de 51º 20'. Sus caras estuvieron recubiertas con bloques de granito hasta su primer tercio de altura y con piedra calcárea en los dos tercios superiores.

Alineadas frente a su cara sur se construyeron tres pequeñas pirámides satélites, destinadas a ser lugares de enterramiento para reinas. El conjunto funerario se completó, al igual que en el caso de las otras dos pirámides de Guisha, con un templo mortuorio construido contra la fachada Oeste del recinto piramidal, una calzada de algo más de un kilómetro y medio de longitud, y un templo del valle.

Con la construcción de la pirámide de Mykerinos, concluyó la época dorada de estos edificios. No obstante, estas típicas construcciones seguirían estando presentes en el paisaje de Egipto a lo largo de toda su historia.

La decadencia de las pirámides: Las dinastías V y VI

Los nuevos reyes, sucesores de los constructores de Guisha, desplazaron el lugar donde ubicar sus tumbas, algo al Sur de la zona anterior, a un punto hoy llamado Abusir.
Las pirámides de estos reyes de la dinastía V querían simbolizar aún más, si cabe, un refuerzo del culto solar.

Las dimensiones de los nuevos monumentos funerarios se redujeron sensiblemente en comparación con los de Guisha, y los propios materiales de construcción, antes sólidos sillares de piedra caliza, fueron sustituidos por fragmentos de piedra de inferior calidad, cortada en pequeños bloques. Para el revestimiento externo se siguió utilizando la piedra caliza de Tura, así como el granito rosa y el basalto, piedras especialmente duras que fueron empleadas para construir algunos lugares especiales del conjunto funerario, tales como el templo mortuorio o el templo del valle.

Algunos de los reyes de la dinastía V completaron la necrópolis añadiendo nuevos elementos arquitectónicos desconocidos hasta aquél momento. Así, Ni-user-Ra y User-ka-ef, ordenaron erigir en Abu Ghurab sendos templos solares donde recibirían culto divino, siendo asimilados al mismo dios Ra.

Como elemento arquitectónico esencial de estos templos solares se construyó un obelisco de mampostería, un altar para sacrificios, y una calzada destinada a unir, como era habitual, el templo alto con el templo del valle. Las pirámides de estos reyes solares nunca alcanzaron la magnificencia de las de sus antecesores; ninguna superó los 70 metros de altura, ni los 54º de pendiente.

Verdaderamente se trataba de monumentos que reflejaban la evidente decadencia de la realeza menfita, que trajo consigo el final del Imperio Antiguo. Dyed-Ka-Ra Isesi, penúltimo rey de la dinastía, construyó la primera pirámide en el Sur de Sakara. De pequeñas dimensiones, hoy está muy destruida.
Su sucesor, Unas, hizo edificar la suya entre los recintos de los reyes Dyeser y Sejem-Jet.

Con solo 43 metros de altura, sin embargo, resulta ser una de las más importantes, porque, en su interior, en la cámara funeraria, se hicieron grabar, por primera vez conocida, una serie de textos religiosos funerarios utilizados en beneficio del rey muerto, que los egiptólogos llamaron 'Textos de las Pirámides'.

Extinguida la dinastía V, los reyes de la VI escogieron, para construir sus tumbas piramidales, un área que iba de Norte a Sur, en el área de Sakara. Desde el reinado de Teti hasta el de Pepi II, el último de los reyes del Imperio Antiguo, todos hicieron incluir en las paredes de sus cámaras funerarias diversas versiones de los textos funerarios reales citados más arriba.

De cualquier manera, es claro que, los últimos reyes del Imperio Antiguo no consiguieron, finalmente, materializar las magníficas pirámides de sus antecesores, los reyes de la dinastía IV.


Pirámides y reyes

Las pirámides de Egipto siempre han fascinado a los hombres. La imaginación de la humanidad nunca ha dejado de sentirse atrapada por estos magníficos monumentos cuya función también se discute permanentemente. Pero aún existiendo más de ochenta en todo Egipto, las que más han llamado la atención siempre fueron las de Guiza.

Estas ‘montañas de piedra’ han provocado a través de los siglos admiración y asombro. Se dice que su masa indestructible ha conseguido fatigar al propio dios Cronos, el dueño de la eternidad. Durante gran parte de su existencia hasta nuestros días las pirámides han conseguido también abrir grandes brechas de polémica entre los personajes que se han acercado a ellas para estudiarlas. La ‘piramidología’ se ha convertido en una especie de ‘ciencia de las pirámides’ que ha tratado y trata de explicar desde su punto de vista el porqué de la existencia de la Gran Pirámide, haciendo extensivas sus conclusiones a las demás.

Por otro lado una pléyade de teorías esótericas han tratado, a su vez, de explicar la funcionalidad de estos magníficos monumentos. En medio de este maremagnum, el público ha permanecido confundido, a veces impresionado, y francamente atraído por las infinitas posibilidades que brinda la imaginación ante tan espectaculares e inexplicables obras de arquitectura.

Más cercanos en el tiempo, los intentos de arrancar a las pirámides sus misterios se han visto apoyados en las más novedosas tecnologías actuales. Los paralelismos indirectos que se han establecido entre la exploración de lejanos planetas y la de la Gran Pirámide, por ejemplo, son buena muestra de ello.

Sin embargo, los misterios, las preguntas sin respuesta, el secreto más íntimo de las pirámides siguen sin revelarse; o al menos, éso queremos seguir creyendo. No cabe duda de que es más atractivo mantener el misterio que desvelarlo; dejar algo en un rincón ignoto para especular de vez en cuando siempre permitirá al hombre escapar de los insoportables tedios y presiones de la vida diaria, tan cargada de tensiones y preocupaciones.

Para comenzar veamos qué es lo que pensaron algunos de los viajeros y escritores que, al pasar ante las pirámides en tiempos ya lejanos, quedaron tan absortos como nosotros lo estamos actualmente. El historiador El Masudi, que vivió en el siglo X de nuestra era, cuenta en sus escritos que, cuando en el año 820 el califa Al Maimun llegó hasta Egipto y visitó las pirámides, pretendió demoler una para saber lo que se encerraba dentro de ella. Se le dijo que era imposible abrirlas, de modo que se optó por excavar una brecha de acceso empleando para ello fuego, vinagre y palancas de hierro.

El trabajo fue durísimo ya que el espesor del muro donde se estaba practicando el orificio tenía más de veinte codos. Cuando llegaron al final de este muro hallaron al fondo del boquete una olla llena de monedas de oro cuyo valor, una vez calculado, resultó ser el mismo importe del dinero que se había gastado el califa en hacer aquél inútil daño a la gran pirámide.

La admiración de la pirámide ha producido, sin embargo, pensamientos más poéticos que los del ambicioso califa. Por ejemplo, el célebre viajero francés Vivant Denon visitó las pirámides de Guisha a principios del siglo XIX cuando, una vez al año, la inundación del Nilo todavía alcanzaba sus bases dejándonos escrita esta hermosa reflexión: ‘...mi alma estaba conmovida ante el gran espectáculo de estas enormes moles...ansiaba que llegase la noche para ver extender su velo sobre este paraje que impresionaba tanto a la vista como a la imaginación....’ .

Ya más cercanos a nosotros en el tiempo se han producido diferentes investigaciones científicas de las pirámides que han sido llevadas a cabo por Von Minutoli, Perring, Von Bissing, Alexander Badawy o Jean-Philippe Lauer por no citar sino algunos. Actualmente Mark Lehner y Zahi Hawass cierran la enorme lista de investigadores que se han acercado a estos monumentos con la intención de desentrañar sus enigmas.


Pero las pirámides de Egipto han sido muchas, no solamente tres. Además se puede seguir su evolución como proyectos arquitectónicos ensayados repetidas veces por los egipcios hasta conseguir la forma perfecta, la arquetípica pirámide del rey Kheops. A estas alturas de nuestros conocimientos, no parece posible dudar de que las pirámides fueron construidas con la finalidad de ser el lugar del enterramiento de los reyes de Egipto. Las investigaciones arqueológicas que se han llevado a cabo desde hace más de un siglo y medio así lo demuestran. Fueron ensayos repetidos para salvaguardar la momia del rey con el fin de garantizar su supervivencia en el más allá.


Por regla general, la pirámide incluía siempre en su estructura una cámara central, dentro de la masa piramidal, (o situada al fondo de un profundo pozo), en la que se depositaba un sarcófago de piedra dura. Una de las polémicas más debatidas reside en sostener que el sarcófago de la llamada ‘cámara del rey’ de la pirámide de Kheops no es tal. Sin embargo, aunque su tapa ha desaparecido, los rebordes de la cuva de piedra muestran un dispositivo de encastramiento que es la prueba de que existió tapa y que, por tanto, aquella estuvo destinada a estar cerrada para contener algo: sin duda, el cuerpo momificado del rey.

Lo mismo sucede con las demás pirámides del Imperio Antiguo y del Imperio Medio que conocemos. En todas ellas se han encontrado restos de los sarcófagos y de sus tapas. Además, la pirámide es un monumento específicamente egipcio. En todo caso las pirámides de Egipto son las más antiguas que se conocen en el mundo con una diferencia de miles de años sobre cualquiera otra.


Parece que su primera aparición se pudo haber producido en Sakara, la gran necrópolis menfita, hacia el 2700 a de C. Se trata de la pirámide escalonada del rey Dyeser. Es un edificio construido en gradas sucesivas por el arquitecto de aquél rey llamado Im-Hotep.
La evolución de este nuevo tipo de edificio funerario se produjo a partir de la mastaba (superestructura en forma de banco con las aristas inclinadas que se utilizó en los primeros enterramientos reales anteriores a las pirámides). Superponiendo hasta seis gradas sobre la original y primera mastaba que configuraba la tumba del rey al principio, se obtuvo la primera pirámide.

Los sucesores del rey Dyeser continuaron construyendo pirámides escalonadas para hacerse enterrar en ellas. Veánse los monumentos de Sejem-Jet o Ja-Ba. Incluso Huni, el último rey de la dinastía III se hizo edificar en la entrada de la región de El Fayum, en Meidum, su pirámide como un proyecto inicialmente desarrollado en siete gradas, después ampliadas a ocho, que finalmente fueron recubiertas por orden de su hijo Esnefru con un paramento que le daba por primera vez el aspecto de la pirámide convencional de caras planas.

Quizás se trató de un artificio arquitectónico para plasmar un concepto religioso como era la necesidad de que el espíritu del rey pudiera ascender más fácilmente hacia el sol para identificarse con él eternamente.


Esnefru se construyó para sí mismo, en Dashur, la primera pirámide en el estricto sentido del término. Esta pirámide ha sido denominada como ‘romboidal’ a causa de su cambio de pendiente. Sin embargo, los estudios que se han llevado a cabo en su interior han demostrado plenamente que aquellas variaciones se diseñaron por los arquitectos a fin de poder aliviar la sobrecarga que sufrían las bóvedas de las salas interiores, como consecuencia de la presión de la masa piramidal con la inclinación originalmente prevista.

El monumento muestra fisuras y corrimientos de piedra que indican que el resultado final se consideró inadecuado por los antiguos egipcios para albergar el cuerpo del rey después de la muerte. Por esta razón Esnefru se hizo construir más al norte otra pirámide con la base más grande, una altura muy parecida y, en consecuencia, una pendiente asumible que no plantearía problemas de resistencia.


Sería Kheops quien haría construir la pirámide por excelencia. En ella se materializó el éxito final de los ensayos tan larga y costosamente llevados a cabo por los arquitectos de sus antecesores. En origen alcanzó los 146 metros de altura y 232,77 metros de lado, en la base. La masa de piedra empleada en su construcción se ha calculado en 2.521.000 metros cúbicos y la orientación de sus aristas coincide con una escasísima diferencia con la de nuestros cuatro puntos cardinales actuales en función del norte magnético actual de la tierra.

Los proyectos concebidos y ejecutados con posterioridad a la Gran Pirámide nunca volverían a emular su esplendor y magnificencia. Las otras dos de Guiza son de inferior tamaño y para su construcción se han empleado materiales menos sólidos (al menos en la de Mikerinos).

Los reyes de la dinastía V siguieron con la tradición de hacerse construir pirámides para ser utilizadas como lugar de enterramiento, pero nunca llegaron a superar las técnicas constructivas de los primeros tiempos. Sus pirámides eran de un tamaño en mucho inferior a las clásicas y su sistema constructivo abandonó el uso de grandes y sólidos bloques de piedra para sustituirlo por material de relleno forrado con planchas de piedra. Hoy son poco más que un montículo de piedras y arena. Los reyes del Imperio Medio (2055-1650 a. C.) volvieron a construir pirámides en la región de Menfis, en Lisht, Dashur, Lahun y Hawara.

Más grandes que las de la dinastía VI, de finales del Imperio Antiguo, sus estructuras fueron igualmente rellenas a base de cascajos, cascotes y arena, lo que llevó aparejada su ruina temprana. Los reyes del Imperio Nuevo (1550-1069 a. C.) siguieron haciendo suyo el monumento piramidal en sus enterramientos, aunque de diferente manera a la empleada por los reyes del Imperio Antiguo.

Por ejemplo, Ah-Mosis, el fundador de la dinastía XVIII, erigió en Abidos un cenotafio, o falsa tumba, con forma de pirámide. Los reyes posteriores optaron por cobijar sus tumbas bajo la protección de la pirámide natural que constituye la gran colina tebana en Luxor oeste que recibe el nombre de El Korn. En el lejano Sudán los reyes egipcianizados que conquistaron Egipto fundando la dinastía XXV (747-656 a. C.), se hicieron enterrar en monumentos que también llevaban incorporadas pirámides, aunque de mucho menor relieve que las egipcias.


Así pues, desde el punto de vista funerario, las pirámides eran solo parte de un gran conjunto edificado al servicio de la supervivencia del rey difunto en el mundo de los muertos. En líneas generales estos conjuntos piramidales comprendían los siguientes elementos: Un templo alto, normalmente dispuesto sobre la cara este de la pirámide; una pirámide auxiliar, situada poco más o menos hacia el sur de la pirámide principal; un recinto que rodeaba las dos pirámides y el templo alto; un edificio de acogida, también llamado templo bajo, normalmente situado en el límite de la zona desértica y, finalmente, una vía de acceso o calzada funeraria que después sería cubierta y que unía el templo alto y el templo bajo.

En las cercanías de la pirámide principal se solían excavar en el suelo grandes fosas destinadas a contener barcas funerarias desmontadas, o simplemente esculpidas en el lecho rocoso, como elementos mágico-simbólicos utilizables por el rey divinizado en su navegación mística por los cielos.


Por sorprendente que pueda parecer y aún estando perfectamente datadas en momentos históricos constatables, las pirámides del Imperio Antiguo pertenecen, por la técnica empleada en su construcción y por los instrumentos utilizados, al periodo eneolítico. Es decir, que no se conocían en aquel momento otros metales que no fueran el oro o el cobre, en principio muy blandos para trabajar la piedra. Pero, sin embargo, no hay duda de que la primera tentativa de una construcción en piedra se produce en Sakara, bajo los reyes de la dinastía III.

Desde el punto de vista técnico la ejecución de obras en piedra era perfectamente realizable. Por un lado, como se ha observado por eminentes egiptólogos como Jean Ph. Lauer, en Egipto existía una antiquísima tradición que acredita que los obreros utilizaban ya el utillaje lítico y los diferentes métodos que permitían la extracción, talla y pulimentado de las piedras más duras que se conocen. Así lo testimonian las vajillas de piedra cuyos numerosos ejemplares muestran pertenecer a una época anterior a las primeras pirámides conocidas, puesto que llevan inscritos los nombres de reyes de las primeras dinastías egipcias.


Además, se han descubierto instrumentos de piedra utilizables para trabajar la misma materia. Tal es el caso de mazas o martillos de diorita o dolerita, y de las bolas de piedra calcárea con las que se reducían a polvo trozos del mismo material para utilizarlo como mortero en los trabajos de albañilería de los revestimientos de las pirámides. Los sílex y las cuarcitas completaban los materiales con los que se fabricaban instrumentos para trabajar sobre piedras normalmente más blandas que aquéllas.

A esto se ha de añadir la utilización de sierras de hoja de cobre usadas junto con granos de cuarzo humedecidos con agua. Este sistema permitía dilatar el desgaste prematuro del cobre utilizando el cuarzo como elemento mordiente complementario. Así se serraban los bloques de granito rosa.


Otro instrumento basado en semejante principio era el berbiquí metálico. Hecho con un cilindro de cobre que se hacía pivotar sobre granos de cuarzo o de arena, permitía taladrar la piedra aunque fuese de las más duras que se conocen. Además, las impurezas del cobre de la época harían a este metal más resistente que el actual, mucho más puro.

A todo ello hemos de añadir el relativamente reciente descubrimiento de la ciudad de los obreros de las pirámides, situada al sudeste de la pirámide de Mikerinos. Esta pequeña ciudad con los restos de sus casas, sus edificios administrativos y, sobre todo, su necrópolis, prueba bien a las claras quienes construyeron las pirámides de Guisha.

Allí se han encontrado tumbas que albergan cuerpos de obreros que muestran graves lesiones producidas por el tipo de trabajo propio de la construcción de pirámides tales como lesiones de columna, miembros con graves traumatismos y otras evidencias análogas.

Que las pirámides sean edificios elevados por hombres con medios técnicos apropiados y racionales no quita para admitir que el estudio de la construcción y de la arquitectura de estos monumentos ha permitido constatar ciertos datos de orden astronómico y matemático allí presentes. Tales son, la precisa orientación de las tres de Guisha y, desde el punto de vista matemático, la existencia de destacables propiedades geométricas, así como ciertas relaciones de orden numérico que han sido debidamente señaladas por los investigadores: hablamos de la existencia del ‘número de oro’, o número fi =1,618, y de una asombrosa aproximación al valor del número pi griego con la valencia = 3,1428.
En fin, las pirámides han sido, son y serán objeto de nuestro constante asombro y admiración.

Francisco J. Martín Valentín
Egiptólogo
Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman

Artículos y comunicaciones

Miércoles, 18 de Julio 2007 - 20:01

Recuerdo mi viaje a la ciudad de Amarna, en el Egipto Medio, durante el verano del 2003, como una especie de ensoñación histórica.....


Anades en los marjales (Amarna). Museo Egipcio de El Cairo
Anades en los marjales (Amarna). Museo Egipcio de El Cairo

Algo antes de las cinco de la mañana, los primeros resplandores del sol comenzaban a enrojecer el cielo, al otro lado del río. Había que a cruzar la corriente del Nilo desde la orilla occidental, en algún punto unos cinco kilómetros antes de llegar a Deir Mawass.

El lugar indicado para embarcar en el transbordador estaba marcado por un puesto de policía que también despertaba con los pájaros, los árboles y el río. Un campesino calentaba agua en un fogón de petróleo para preparar el té. En la otra orilla, una masa azulado rosada iba destacándose más allá de la corriente, espejo de plata bruñida en el que se reflejaban la luz irisada del amanecer.

Muy cerca se hallaba la antigua Ajet-Aton, la mágica ciudad del rey Aj-en-Aton.
Al llegar a la extensa planicie en la que antaño se había erigido la gran ciudad del sol, se hizo expreso el gran silencio de la emoción.

El nombre actual del lugar es Tell el Amarna, una llanura de dos kilómetros y medio de extensión a lo largo del Nilo, al norte de la población de Hagg Kandil. Su nombre procede de la tribu beduina de los Beni Amram que ha habitado, y habita aún, en aquellos parajes.

Entre las reverberaciones del aire, caliente ya por los primeros rayos del sol, que hacían vibrar la atmósfera al pie del suelo desértico, casi se podía percibir la imagen etérea de una ciudad blanca, inmensa, cuyo rectilíneo trazado contrastaba con la altura de los muros de sus blancas edificaciones. ¿En verdad la ciudad del Horizonte de Aton, seguía allí?.

Ajet-Aton de Amarna entre la leyenda y la búsqueda arqueológica

Los antiguos textos nos dicen que el rey Amen-Hotep IV, décimo soberano de la dinastía XVIII ( hacia el 1358-1341 a. de C.), había decidido construir en aquél lugar una ciudad real que sirviese de sede para el culto de su nuevo dios, el disco solar Aton en cuya realidad confluía todo lo que había sido, era, y sería en el futuro.

El lugar elegido se hallaba a medio camino entre Menfis y Tebas, las dos grandes capitales del norte y del sur, centros neurálgicos de la vida de Egipto.

Se trataba de un área dotada con una rica zona de cultivos en su parte oeste, al otro lado del Nilo, mientras que, en el este, una enorme llanura, espacio liso hábil, permitía la construcción de una ciudad de gran extensión.

Aquella región nunca había estado habitada antes; éste pudo haber sido uno de los motivos esenciales para su elección por el rey.

Aj-en-Aton declaró en las estelas erigidas para marcar los límites de su nueva ciudad que el territorio no pertenecía a ningún dios o diosa, y que el mismo Aton le había revelado el emplazamiento donde debería alzarla.

Las razones por las que Aj-en-Aton había decidido dar vida a aquélla nueva ciudad son sobradamente conocidas. Antes de fundarla, el rey llevaba el nombre de Amen-Hotep, que significa ‘el dios Amon está satisfecho’. Conocemos, por los documentos encontrados, la enorme resistencia que se produjo en la ciudad de Tebas contra su nueva religión. Así pues, en el quinto año de su reinado decidió abandonar la antigua capital de Tebas y fundar su nueva metrópoli.

No tenemos constancia como sucedieron los acontecimientos puntuales, pero sí se sabe que el rey renunció a su nombre de nacimiento, que él no había elegido e implicaba su sometimiento al dios Amon, su enemigo irreconciliable. Decidió que, en adelante, él sería Aj-en-Aton, nombre que significaba ‘El espíritu luminoso de Aton’, o según otras versiones ‘El que es útil a Aton’.

El resultado de su nueva voluntad fue la construcción de una ciudad completa, cuyos límites, en la época de mayor apogeo, abarcaron una extensión aproximada de 16 kilómetros a lo largo del río por 13 de ancho hasta la falda de las estribaciones de cadena arábiga. Ese era el sagrado recinto situado entre las catorce estelas de frontera con las que cerró mágicamente los límites de la ciudad.

Esta nueva urbe llegó a albergar una población de, entre, 20.000 y 50.000 habitantes.
Todas aquéllas almas parecían estar presentes todavía vagando por la gran llanura llena de luz, aunque vacía, sin embargo, como solo está vacío el desierto.

El trazado urbanístico de Amarna

A pesar de que la ciudad fue alzada en una franja del desierto absolutamente llana, los arqueólogos opinan que no debió haber ningún proyecto de diseño previo del conjunto antes de proceder a su edificación. El centro del desarrollo urbanístico fue, como era habitual en las ciudades egipcias, el área de los templos. En este caso, se estableció además una especial consideración a los palacios de la familia real y a los edificios administrativos, que dieron como resultado la creación de un marco urbano especial no conocido antes en la tradición arquitectónica egipcia..

El eje principal de la nueva ciudad consistía en una larga avenida, llamada en los textos ‘camino real’, que unía la parte central de la ciudad con el barrio norte.
Es muy claro que este ancho camino, una gran vía, estaba destinado a ser el cordón umbilical que uniría las dos partes más altas del área urbana, los extremos de la ciudad, cuya ubicación había venido condicionada por la topografía del lugar.

En este camino procesional se desarrollaron casi a diario, durante el reinado de Aj-en-Aton en su universo de Amarna, los esplendorosos desfiles del rey y su familia, subidos en su carro de electrum, resplandenciente como el mismo Disco solar para ser adorado por sus súbditos. El rey y la bella Nefert-Ity bendecían a su pueblo mientras los habitantes de la ciudad participaban de la arrobante contemplación del ‘Aton Viviente’. En la comitiva que seguía a la familia real se podía ver a los grandes funcionarios como el Visir Najt, el General Ra-Mose o el escultor Tut-Mes.

El barrio norte.

El área septentrional de la ciudad estaba construida alrededor de un enorme y sólido edificio, el Palacio de la Ribera Norte, que estaba protegido por una gran muralla de fortificación. Allí residía el monarca, era su morada privada.

De este modo el rey, totalmente separado y retirado del bullicio del resto de la ciudad, podía encontrar el místico contacto con su padre ‘El dios Ra Hor-Ajty, quien se regocija en el Horizonte en su nombre de luz solar que está en el (disco) Aton’.

Entre la muralla y el palacio había almacenes y otros edificios, los cuales pudieron haber sido los barracones del cuerpo de guardia del faraón. Al otro lado del camino se encontraban las residencias de algunos de los cortesanos de más alto rango en Palacio, los más cercanos al rey y su familia. Grandes villas con sus dependencias, graneros, jardines, viviendas para los servidores, cuadras y cuanto se pudiera esperar del más refinado confort.

Un gran edificio para la administración, construido en terrazas al final de las laderas de las colinas, cerraba por el norte esta barrio de la ciudad. En su interior se albergaba un enorme grupo de almacenes para guardar productos diversos; así se proveía a aquel distrito de cuanto pudiera necesitar, poniéndolo al resguardo de las escaseces y de eventuales faltas de aprovisionamiento.

En el camino hacia el centro de la ciudad se construyó un palacio, hoy llamado por los arqueólogos Palacio del Norte, residencia real independiente que miraba hacia el río. En su interior había amplios salones oficiales de recepción, dependencias privadas que constaban de un dormitorio y una sala de baño y un templo solar al aire libre con jardines y patios, cuyas paredes se adornaban con escenas de brillantes colores inspiradas en la naturaleza. Allí se guardaban animales y aves. Su dueña era, según todos los indicios la bella Hija Real Merit-Aton.

Pasado el palacio, el camino real atravesaba finalmente la primera de las zonas con gran concentración de edificios, el barrio norte, e iniciaba una suave ascensión hacia la meseta baja sobre la que se alzaba la ciudad central.

El barrio central.

La ciudad central se alzaba sobre una de estas altiplanicies, y estaba distribuida en torno al extremo del tramo principal del camino real .Allí se alzaba la gran masa de las viviendas de los habitantes de Amarna. La gran mayoría de los nobles, los representantes de la burguesía y los más humildes convivían de modo extraño en un entramado urbanístico que mezclaba todas las realidades sociales de la ciudad. Las casas de Amarna se desarrollaban hacia el interior de sí mismas. Se puede considerar que existía cierto concepto ‘igualitario’ entre las moradas ricas y las más modestas que solo se diferenciaban por el tamaño y la complejidad de la distribución.

La vivienda arquetípica era de planta cuadrada y en ella se distinguían claramente la parte pública de la privada. Una amplia sala central con columnata y una galería estaban dedicadas a recibir a los visitantes y a hacer la vida común de familia; bancos de ladrillo, braseros, mesas de ofrendas y amplios nichos para colocar las imágenes de los reyes o las estelas de culto al Aton amueblaban esta zona. Las dependencias privadas se desarrollaban en torno a la sala central. Los dormitorios, los cuartos de baños y las letrinas ocupaban esa zona de la casa.

El Gran Palacio.

El Gran Palacio se encontraba junto al extremo oeste de la ciudad y posiblemente alcanzaba toda la extensión del terreno actual hasta el río. Contenía una zona privada con acogedoras salas y patios, pintados de brillantes colores. Pero el eje del edificio en dirección norte-sur lo constituía un enorme patio en el que se habían incluido colosales estatuas de Aj-en-Aton; a su alrededor se alzaba un dédalo de salas, patios menores y otros monumentos.

Pórticos, rampas de acceso entre estancias, columnas, todo ello estaba construido con piedra de diferentes clases; este esplendor se completaba con pavimentos de alabastro traslúcido y, en otras ocasiones de barro seco sobre el que se habían insertado finas pinturas sobre estuco que, con sus brillantes colores y representaciones reflejaban un inigualable impulso de vida.

En el año decimoquinto del reinado este edificio, que parece que estaría dedicado a las recepciones y al despacho con los funcionarios de la administración, fue ampliado en su parte sur. Allí se construyó una sala posiblemente para realizar los ritos de la coronación de Se-Menej-Ka-Ra, sucesor y corregente de Aj-en-Aton que contenía 544 columnas de ladrillo mientras que sus paredes estaban decoradas con placas de cerámica vidriada esmaltada en diferentes y vivos colores.

El Gran palacio se encontraba comunicado con la Casa del faraón, una residencia más pequeña a la que se accedía por un puente que cruzaba sobre el camino real. Era el lugar de despacho del monarca y estaba dotado con un gran mirador, llamado ‘La Ventana de las Apariciones’; allí se realizaban magníficas ceremonias en las cuales eran recompensados los más fieles funcionarios y adeptos a la nueva religión quienes recibían del rey y su familia magníficos collares de oro y otras distinciones.

El Gran Templo del dios Aton.

Contrapuestos al Palacio Real, albergando entre ellos la Casa del faraón , y al otro lado del camino real se hallaba la gran zona de los templos de la ciudad.

El más septentrional era el Gran Templo del dios Aton. Ocupaba una enorme superficie de 229 metros de ancho por 730 de longitud. Estaba orientado en dirección este-oeste. Se penetraba en él traspasando dos pilonos construidos con de ladrillo, tras los cuales se alcanzaba el interior de un edificio de dos construido con bloques de piedra, y que los textos llaman ‘Casa del Júbilo’.

Una sala hipóstila servía de acceso a una serie de patios construidos al aire libre que configuraban el segundo edificio que llevaba el nombre de ‘Guem-Aton’, el lugar donde el dios Aton residía. Allí se alzaban trescientas sesenta y cinco altares cuadrangulares construidos en piedra y destinados a recibir las ofrendas cada día del año.

Dentro del recinto del gran Templo de Aton existía otra dependencia que recogía en su centro un altar tronco-piramidal en cuya parte superior se alzaba una especie de dolmen erecto, pulido y con la punta redondeada, la llamada piedra Ben-Ben que evocaba el símbolo sagrado del sol existente en el templo de Heliópolis, en el norte de Egipto.

El pequeño Templo de Aton

Pasada la Casa del faraón, en dirección al sur y siguiendo el camino real se alzaba otro templo de menores dimensiones dedicado al dios Aton, denominado ‘La Residencia del Aton’. Edificado junto a la Casa del faraón, se trataba de una réplica a menor escala del Gran Templo de Aton, quizás dedicado a la celebración de culto privado para el faraón y su familia y allegados. Con un muro perimetral dotado de regularmente de especie de torres, la entrada principal estaba protegida por dos pilonos. En el centro del primer patio había una gran plataforma de las llamadas ‘toldo’. Traspasados otros dos pilonos se accedía al santuario de piedra, semejante al del Gran Templo.

El Maru-Aton.

La ciudad tenía su límite final a la altura de la actual aldea de El-Hagg Kandil. A partir de aquella zona existía otro gran espacio urbano sin construir que alcanzaba hasta las estelas fronteras de la zona sur y que , seguramente, se había reservado para edificar otros edificios que se harían necesarios más adelante. Entre estos edificios aislados destaca el llamado ‘Maru-Aton’. Estructurado en dos grandes patios protegidos por grandes muros, contenía unos estanques de clara finalidad ritual, dada su escasa profundidad. A su alrededor había otros pabellones y un grupo de santuarios, en medio de unos hermosos jardines; dentro de los santuarios se alzaba un grupo de mesas de ofrendas situadas, a su vez, en una isla artificial rodeada por un foso poco hondo.

Los otros lugares de la ciudad.

El resto de las edificaciones y zonas urbanas de la ciudad del Amarna consistían en algunas estructuras dispersas tales como otro edificio religioso, el llamado Templo Sur, junto a la actual Kom El-Nana, cuyo elemento central era una construcción de piedra, parcialmente rodeada por un jardín con árboles. Acogía en su interior una serie de construcciones destinadas a albergar diferentes servicios tales como una panadería y talleres destinados a fabricar diversos artículos.

Otras estructuras componían el conjunto de la gran ciudad del rey Aj-en-Aton. Al norte, entre el Gran Palacio privado y las escarpaduras de las colinas se había alzado una gran estructura de barro y adobe que se destinó a celebrar la Gran recepción llevada a cabo por el rey, a la muerte de su padre el gran Amen-Hotep III. Allí se dio cita toda la corte, para que el rey recibiese la pleitesía de todos los embajadores y representantes de los reyes y príncipes vasallos del mundo conocido.

La ciudad de los obreros se alzaba, como una especie de barriada aparte en la zona este de la ciudad. Se trataba de recinto cuadrado, de setenta metros de lado, con una sola calle de acceso en su parte sur, que contenía las viviendas destinadas a albergar los obreros que construyeron la gran ciudad y sus necrópolis. Una ciudad egipcia siempre tenía en su cercanía su necrópolis.

En Amarna el rey ordenó construir las tumbas para sus fieles y funcionarios excavando hipogeos en la ladera de la montaña oriental. Allí agrupada en dos concentraciones, la de la parte norte y la del extremo sur, se dispusieron las moradas de eternidad de los habitantes de la ciudad del Disco.

El rey y su familia se harían enterrar en una gran tumba excavada al final de un Uadi que hoy recibe el nombre de Darb El-Melek, en referencia al mismo faraón.
Allí seguiría reinando, según sus planes, durante toda la eternidad sobre su Horizonte de Aton en Amarna.

El sol comenzaba su declive al otro lado del Nilo. Era el momento en que todos los habitantes de la mágica ciudad de Amarna se retirarían a su moradas nocturnas. Era, también, el momento de concluir la visita de aquél extraño lugar y retornar a la realidad.
La noche acogió a los peregrinos de Egipto a la espera de otro amanecer por el oriente.



Teresa Bedman
Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman

Artículos y comunicaciones

Lunes, 16 de Julio 2007 - 16:31

¿Continuaron sobreviviendo el antiguo Egipto, y sus costumbres religiosas, después de la anexión a Roma del país del Nilo, tras la derrota de Cleopatra VII y Marco Antonio en la batalla de Actium?.


Momia de Artemidoro, el joven. Museo Británico
Momia de Artemidoro, el joven. Museo Británico




Los dioses en el Egipto romano

Cuando tradicionalmente se ha hablado para el Egipto romano de divinidades de ‘origen griego’, frente a divinidades de ‘origen egipcio’, se ha cometido una gran imprecisión.

Tratar de hacer una clasificación del panteón egipcio de época romana con arreglo a tales divisiones, no parece adecuado. Los egipcios siempre fueron tolerantes en materia religiosa (hecha excepción del paréntesis amárnico).

Esta tolerancia egipcia, mestizada con la tradicional aceptación romana de los cultos extranjeros, lleva a pensar que, tanto en las aldeas egipcias, como en las capitales administrativas o ‘nomos’, nadie distinguía en modo alguno entre religión grecorromana o religión egipcia como, si cada una de ellas fueran consecuencia de diferentes expresiones piadosas.

El proceso que en realidad se produjo, fue la consecuencia de una asimilación de los antiguos principios divinos con los recién venidos, procedentes del mundo griego, a través del mundo helenístico, y de éstos, con los conceptos religiosos romanos.

Este fenómeno se inició en las colonias griegas de Egipto cuyos integrantes adoraban dioses egipcios bajo una forma helenizada. El hábito de asimilar divinidades comenzó a practicarse desde la época de los primeros asentamientos griegos en Egipto, durante los siglos VII -VI a. C., momento en el que los comerciantes y mercenarios griegos se instalaron en el Delta y en Menfis, a requerimiento de los reyes de Sais. (dinastía XXVI).

Lo más sorprendente es que, andado el tiempo, las principales divinidades nilóticas eran vulgarmente conocidas bajo dos nombres: el tradicional egipcio y el novedoso griego, a través del cual se buscaba la asimilación de dichas divinidades con las del panteón helénico. Así, el dios Amón, era Júpiter-Zeus, y los dioses Osiris e Isis, equivalentes a Baco-Dionisos y Ceres-Deméter.

Otro fenómeno habitual residía en la costumbre de asimilar una ciudad o nomo con un dios. Así, Menfis era conocida como la ciudad de Hefaistos, es decir del dios Ptah. Thot de Hermópolis, era denominado Hermes.

Tal práctica funcionó activamente en tiempo de los Ptolomeos y, naturalmente, prosiguió bajo el dominio romano. Estrabón explica que, debajo de los nombres griegos de los dioses y ciudades egipcias, subyacían los egipcios de siempre.

El proceso de integración siguió bajo Roma. Por ejemplo, era muy habitual que si alguien procedía de la ciudad de Edfu, donde se adoraba al dios Horus, asimilado a Apolo, el individuo en cuestión adoptase el nombre de Apollonios, es decir, ‘el de Apolo’.

Otro ejemplo del proceso de asimilación fue el del dios cocodrilo Sobek, cuyo nombre fue helenizado como ‘Sucos’. Sin embargo, también era llamado, según de qué localidad egipcia se tratase Soknebtunis, en Tebtunis, Sokonokonnis en Bacchias, Petesukos en Karanis y así, otras variantes documentadas en diferentes localidades egipcias.

Algo análogo sucedía con la diosa Ta-Ueret, monstruoso ser, medio león, medio hipopótamo. Era la deidad tutelar de la localidad de Oxyrhyncos , y allí era asimilada a la diosa griega Atenea. También se la conocía por el nombre egipcio helenizado ‘Thueris’ y su templo era denominado el Thuereion.

De igual modo pueden constatarse casos netamente diferentes, consistentes en el fenómeno contrario: hubo divinidades muy localizadas, con un gran arraigo en su lugar de implantación, que no pudieron ser asimiladas a ninguna divinidad extranjera. Tal, el caso de Mandulis, divinidad nubia adorada en el distrito de la zona de primera catarata, en Talmis.
Se han encontrado graffiti escritos en lengua griega, en honor de este dios, pertenecientes a la época que oscila entre Domiciano y Antonino Pío, de los que parece fueron autores soldados romanos, integrados en las guarniciones de la zona.

En cualquier caso el culto a los animales sagrados que practicaban los egipcios siempre horrorizó a los romanos. Para ellos se trataba de incomprensibles prácticas propias de bárbaros.

Y hubo casos en los que naturaleza de ciertas divinidades se ‘humanizó’ a través de las ideas de los ocupantes grecorromanos. Por ejemplo el dios Nilus y su esposa Euthenia. Si bien el primero podría tener su origen en el egipcio Hapy, personificación divinizada del río, su divina esposa de época grecorromana no tiene paralelo o antecedente claro en el panteón netamente egipcio.

Lo más chocante es que las divinidades más importantes de Egipto eran conocidas e invocadas indistintamente por su nombre egipcio, o por su nombre grecorromano. Es indiscutible que, para cuando los romanos conquistaron Egipto, existía ya desde hacía por lo menos tres siglos una clase social letrada que pensaba en Hat-Hor y hablaba de Afrodita, o invocaba a Pan y se estaba dirigiendo a Min.

La religión egipcia en Roma

Es indiscutible que, bajo la influencia romana, la religión egipcia no experimentó los avances evolutivos que había conocido bajo los Ptolomeos. Pero, sin embargo, se produjeron notables casos de extensión de cultos originalmente egipcios que sufrieron sensibles modificaciones, aportadas por el genio romano, los cuales trajeron consigo curiosos efectos.

En cualquier caso, si los romanos adoptaron e importaron a la península italiana algún culto egipcio fue después de haberlo ‘traducido’ y acoplado a los esquemas propios de la religión romana.

De hecho, tres grupos sociales romanos fueron los principales vehículos de la extensión de estos cultos nilóticos en el orbe romano: los militares, los comerciantes y los esclavos. De estas influencias tenemos constancia, incluso en la Península Ibérica.

El establecimiento de unidades militares como la Legio VII, por ejemplo, procedente de acantonamientos tan distantes entre sí como la frontera del Danubio, el Rin o el norte de Africa, propició la extensión por tan diferentes lugares del Imperio de los cultos nilóticos reformados. De otra parte, el beneplácito imperial también fue un factor determinante para la difusión e implantación de estos cultos prácticamente por todos por los territorios del Imperio, fuera de Egipto.

Como se ha dicho más arriba, la tolerancia romana hacía de estos cultos ‘religiones aceptadas’ que, primero, se modificaron y, finalmente, terminaron imponiéndose a los ciudadanos. Los cultos isiacos y de Serapis habían llegado hacia el año 150 a. C. hasta la Campania, por medio de los comerciantes italianos de Delos: Puzzoles y Pompeya eran las cabezas de puente de esa infiltración.

Hacia el año 100 los cultos de origen egipcio están ya en Roma y se introducen en los ámbitos populares. Su implantación en la urbe se produjo en tiempos de Sila, quien favoreció a estas cofradías por su arraigo popular, aunque fueran perseguidos y prohibidos en varias ocasiones. Por ejemplo, en los años 59, 58 y 53 a C. el Senado ordena la destrucción de los altares elevados a los dioses egipcios; en el 50 el Senado ordena demoler un templo de Isis y Serapis, cuya localización se desconoce. En el 48, después del asesinato de Pompeyo en Pelusio, un prodigio sucedido en el Capitolio inclina a tomar la decisión, a causa de los augurios, de destruir definitivamente el templo de los dioses egipcios.

Un notable ejemplo de tal fenómeno fue el caso del dios Serapis. Este dios ya era conocido y adorado en tiempo de los griegos. De hecho, fue implantado como patrono de Alejandría por Ptolomeo I, Soter.

Su inicial aspecto egipcio (expresión del sincretismo del dios Osiris y del toro sagrado Apis) fue rápidamente superado por una representación completamente antropomorfa de corte absolutamente helenístico. Los romanos veían en él a los dioses Hades, Júpiter-Zeus o Neptuno-Poseidón. A partir de la época romana este dios, egipcio de origen, transformado en divinidad helenística, fue adoptado por los conquistadores, extendiéndose su culto a otros lugares diferentes de Alejandría. Incluso en occidente y en la Urbe, su implantación alcanzó notables niveles.

Roma potenció el papel de este dios como divinidad tutelar de Alejandría y consiguió que su culto se expandiera por todo el Imperio bajo una forma de culto sincrético que recibió el nombre de Zeus-Helios-Serapis.

¡Que decir de los cultos isíacos!. En el caso de la diosa Isis podemos hablar de la asunción por Roma de un culto extranjero como si siempre le hubiera sido propio. Su papel de ‘madre universal’ será bien comprendido por Roma y asimilado con prontitud.

A partir de la segunda mitad del siglo I y la primera del II, los emperadores manifestaron una actitud filoegipcia que favoreció el crecimiento del culto a Isis y a Serapis Sería con Calígula cuando, asimilada a Venus, el culto isíaco se implantase en la urbe de modo definitivo.

De esta época data un templo que se erigió a la Isis Campensis en el Campo de Marte. Los emperadores Domiciano y Caracalla seguirían el ejemplo del anterior. Este último hará edificar en el 217 un templo la diosa Isis en el interior Pomaerium.

La importancia que cobró el culto de esta divinidad egipcia en el orbe imperial se demuestra por la gran cantidad de pequeños Isieion que salpicarían Roma y las principales ciudades del Imperio, como centros de culto a la diosa. De su culto surgiría pronto la religión iniciática por excelencia.

Sus fieles se reclutaban entre los egipcios que vivían en la península italiana pero también fueron sus acólitas mujeres libertas de origen oriental.

En Roma se practicarían cultos a diversos aspectos de Isis (la Isis lactans, la Isis Triunfante, la Isis Maga). Ella y el niño Horus-Harpocrátes serían objeto de actividad cultual muy destacada a lo largo de los siglos II-III de C.

Hay un tercer caso de desarrollo de teología egipcia helenizada bajo la influencia de Roma. Se trata del dios Thot. La creciente influencia de los cultos egipcios en el orbe romano fue un campo abonado para la implantación de la nueva teología de este dios, patrón de los escribas y de la escritura, la ciencia sagrada detentada por los hierográmmatas. Bajo el nombre de Hermes Trimegistos se hizo de él un profeta, atribuyéndosele facultades iniciáticas y capacidades de revelación divina.

Veamos ahora una pequeña relación de algunos dioses egipcios con sus identificaciones romanas:
Venus-Hathor; Apollon-Horus; Marte-Onuris; Diana-Bastet; Minerva-Neith; Saturno-Gueb; Ceres-Isis; Baco-Osiris; (Helios) Sol-Ra; Vulcano-Ptah; Juno-Mut; Hércules-Jonsu; Mercurio-Thot; Heron-Atum; Leucothea; Nejebet; Latona-Uadyit; Pan-Min; Tifón-Seth; Júpiter-Amón.

La iconografía faraónica en los cultos grecorromanos en Egipto

Este es otro interesante campo abierto para la investigación. La tradición faraónica quería que los dioses debían ser representados de modos específicos ‘a la egipcia’. Los Ptolomeos conservaron la misma manera de hacer con la representación de las imágenes divinas en los templos.

Los romanos continuaron esta tradición. Sin embargo, lo que en los muros de los templos subsiste, varía claramente en el interior de los monumentos funerarios del siglo II de C. en adelante, como es el caso de las catacumbas de Kom El Shugafa, en Alejandría. Allí, puede verse la mesa de ofrendas tradicional y las sillas egipcias, sustituidas por el triclinium para acomodar a los familiares del difunto durante la comida funeraria.

A partir de dicha fecha desaparecerán del comercio de la imaginería sagrada los bronces típicos egipcios, para ser sustituidos por terracotas y bronces que representan divinidades vestidas ‘a la romana’ o ‘a la griega’. La transformación de la iconografía de las divinidades desde lo netamente egipcio a lo claramente romano se observa de modo creciente, por ejemplo, en las imágenes de las Isis vestidas con túnicas dispuestas y plisadas al estilo helenístico.

Otro caso, la patrona de la ciudad de Sais, la diosa Neith, cuyos símbolos eran dos flechas y un escudo, fue representada a partir del siglo II, en alguna ocasión, con atributos propios de Minerva-Atenea, la diosa de la guerra.

Hay muchos más casos, y todos ellos vienen a demostrar que la comunidad de convivencia en Egipto, durante el dominio de Roma, admitía sin problemas que las divinidades locales y las nacionales fuesen las mismas para griegos, romanos o egipcios, y que todos los cultos, estaban establecidos para reforzar al faraón-emperador (kaisaros autokrator) como intermediario entre los dioses y los hombres, y como garantía de la buena marcha y expresión del buen estado de salud política del Imperio.

Los cultos romanos en Egipto

No hay demasiados restos de los cultos romanos en el Valle del Nilo.

Los nombres de divinidades romanas aparecen ocasionalmente en ciertas inscripciones. Por ejemplo, Júpiter cerca de la primera catarata, Júpiter Optimus Maximus en Coptos, o Mercurio en Pselkis. La razón de la escasez de estas menciones es que, en tales casos se ha utilizado el latín para realizar las inscripciones y, es sabido que el mundo romano en Egipto se expresó preferentemente en lengua griega.

El único dios de origen romano que sí parece haber recibido culto en Egipto es el Júpiter Capitolino, a quien se elevó un templo en Arsinoe. Sin embargo, los actos de culto realizados en este templo parece que estaban más, vinculados con la Casa Imperial o con la diosa Roma, que con la propia divinidad del emperador.

De lo que sí existe abundante referencia, es de la existencia de templos dedicados al culto de varios emperadores y emperatrices. Se conocen templos en Alejandría, Arsinoe, Oxyrhyncos, Hermópolis, Elefantina y File. Los beneficiarios fueron Augusto, Trajano, Hadriano, Antonio Pío y Faustina.

No obstante, no parece que existiera una consideración de los emperadores como dioses propiamente dichos, sino en ciertos casos como el de Calígula, adorado como tal solo por los ciudadanos alejandrinos, o Vespasiano, también en Alejandría.

También parece haberse producido una asimilación indirecta de un emperador con una divinidad: es el caso de Augusto adorado como Zeus(Júpiter)-Eleutherios. Algo parecido sucedió con Nerón, adorado como dios genio del mundo, vinculado con el Agathodaemon, a quien se dio culto en Alejandría. La emperatriz Plotina también fue asimilada, en esta especie de seudo-deificación, con una nueva Venus-Afrodita procedente de Tentyris.

Las estatuas de los emperadores que fueron erigidas en los templos no se podrían calificar exactamente como imágenes divinas. Lo mismo se puede decir acerca de la constancia que tenemos de los festivales celebrados en los aniversarios imperiales, los cuales estaban dirigidos, más a ensalzar la figura humana del emperador, que a realizar ningún acto de culto.

Se hicieron consagraciones dedicatorias al genius del emperador, lo que se reconoce como fórmula típicamente romana. El culto al genius del emperador dado en Egipto parece tener ciertas conexiones con el de la diosa Roma pero, aunque, la figura de esta divinidad aparece en ciertas monedas acuñadas en Alejandría, no hay constancia de que se la haya dado culto divino en Egipto.

La organización clerical en el Egipto romano

Los romanos, de acuerdo con su tradicional política de tolerancia religiosa, no interfirieron notablemente en el ejercicio de las antiguas devociones egipcias o griegas en Egipto. De hecho, la religión egipcia tradicional considerada en su aspecto de ‘religión oficial’ y, como tal mantenida en los templos por los colegios sacerdotales, no supuso ningún declive, sino más bien, al contrario un momento de especial esplendor en Egipto.

La mayor preocupación de Augusto, después de incorporar Egipto a Roma como provincia senatorial, tras la batalla de Actium, fue asegurarse de que el clero egipcio no sería un centro de reivindicación nacionalista, como fue el caso bajo el dominio de los Ptolomeos. Esto lo consiguió colocando los dominios afectos a los templos, y el ejercicio de la actividad religiosa, bajo el control de un oficial romano como alto responsable del clero, con categoría de Sumo Sacerdote de todos los cleros en Alejandría, y en todo Egipto.

En efecto, el sistema romano de control del clero egipcio fue riguroso y nada conciliador con el relajamiento de las costumbres o consentidor de ningún tipo de concentración de poder sacerdotal.

Por comparación con los tiempos de los Lágidas la situación varió enormemente. En tiempo de los Ptolomeos, por ejemplo, los Sumos Sacerdotes del dios Ptah de Menfis no habían cesado de acrecentar su poder político y económico, hasta el punto de haber llegado a ser verdaderos co-gobernantes de Egipto con los monarcas alejandrinos. Era el dios Ptah el que entregaba la corona de Egipto a los monarcas griegos.

Alrededor del 20 a. C. murió un Supremo Sacerdote de Ptah, llamado Psenamunis. No tuvo sucesor, de modo que la supervisión de ese clero egipcio y la de sus numerosos bienes pasó a ser ejercida por el control romano. Por un Decreto del Prefecto Petronio, dictado en el año 19-20 a. C., se confiscaron las tierras pertenecientes a los templos. Despojados de sus bienes e ingresos, los sacerdotes perdieron también el poder político que habían poseído hasta entonces.En el mencionado decreto se otorgaba a los sacerdotes, a cambio de la expropiación sufrida, una de estas dos posibilidades para subvenir a sus necesidades económicas: o bien aceptar un salario anual, o dejarles la libre propiedad de una parcela de tierra, calculada en función de la importancia del templo, y fijada según un baremo muy estricto.

Atacados en su poder económico los sacerdotes no tardaron en ver afectado también su estatuto personal. En el año 4 a. C. otro edicto del prefectorio impuso a los templos la obligación de entregar todos los años una lista de los miembros que integraban su clero.
Todos los que no eran de origen sacerdotal cuando se dictó dicho decreto fueron excluidos del régimen de exenciones fiscales, debiendo pagar sus impuestos a Roma. Solo se respetó el beneficio de exención del impuesto a los sacerdotes de alto rango, de modo que todos los integrantes del clero inferior, debieron hacer frente a sus obligaciones para con el fisco romano.

A partir de este momento, el ‘ideologos’ ejerció la magistratura superior del clero en Egipto. Su actuación ha quedado muy detallada gracias a la recopilación de resoluciones, consecuencia del ejercicio de su función, que eran aplicadas como precedentes, cuyo conjunto se denominaba el ‘Gnomon’ (se conoce una copia datable en el 150 d. C.). El ‘Gnomon’ constituye para la época del dominio romano en Egipto, el equivalente al papiro conocido como ‘Onomastica’, de la dinastía XIX (1292-1196 a C.). Se trata de un catálogo que refiere minuciosamente cómo se ejercía la función sacerdotal en sus mínimos detalles.

La jerarquía, el desempeño de las funciones, el vestido de los sacerdotes y otras materias semejantes estaban minuciosamente reguladas en esa colección de preceptos. Los inspectores visitaban los templos y realizaban encuestas sobre el exacto desempeño de las funciones sacerdotales, deteniendo y llevando a Alejandría a los remisos y a los transgresores. Era una expresión más del ‘ordo romanus’.

La dirección de los templos estaba bajo el control de un ‘collegium’ de notables, elegido anualmente entre los sacerdotes.

El cargo de ‘sacerdote’ pertenecía al Estado, y cuando se producía una vacante, por ejemplo, uno a quien su hijo no podía sucederle o, si el puesto era de nueva creación por decisión administrativa, se ponía a venta pública hasta que el magistrado responsable consideraba que se había alcanzado un precio razonable para proceder a su adjudicación.

Esta situación duró hasta el establecimiento del Senado local en el 200 de C. A partir de este momento los templos fueron regulados por el sistema municipal y sus recursos fueron entonces controlados por curatores designados por el Senado.

La organización clerical de los templos egipcios se dividió básicamente en dos grandes grupos: el superior, integrado por los sacerdotes o profetas en sentido estricto; el inferior, constituido por los miembros auxiliares de los primeros. A su vez, estos cuerpos sacerdotales, superior e inferior, se dividían en castas o clases. Los de más alto nivel eran los ‘profetas’ y los ‘estolistas’. También se hallaban entre esta clase superior del clero, los ‘portadores de plumas’, los ‘escribas sagrados’, los ‘portadores del sello’ y los ‘observadores del firmamento’.

En la parte inferior del clero se hallaban los servidores (por ejemplo los pastophoroi, encargados de transportar la barca sagrada del dios). Eran gentes que, de ordinario, compatibilizaban el ejercicio de sus funciones religiosas con sus oficios y trabajos seglares. Otros, estaban dedicados al cuidado de los animales sagrados; o bien desempeñaban las funciones de músicos o cantores del dios.

En cuanto al programa constructivo religioso de los emperadores en Egipto, el asunto resulta, cuanto menos, espectacular.

Bajo Augusto y Tiberio se ejecutaron muy amplios trabajos de construcción, decoración, restauración y preparación de toda clase en los templos de Egipto. Los trabajos prosiguieron bajo los Antoninos, hasta el reinado de Commodo (180-192), con una actividad especial bajo Antonino Pío. En tiempos de la dinastía Severa los trabajos se redujeron enormemente, hasta cesar por completo.

Durante el siglo que duró la dinastía Julio-Claudiana (Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón), desde el 30 a. C. al 68 de C., los nombres de estos emperadores aparecen por todo Egipto: Antínoe, Assuan, Athribis, Berenike, Coptos, Dakka, Dendur, Debod, Deir El-Hagar, Deir El-Medineh, Dendera, Edfu, Esna, Hu, El-Kala, Kalabsha, Karanis, Karnak, Kom Ombo, Luxor, Medamud, Medinet Habu, Filadelfia, Filé, Shenhur, Uannina.

Los efímeros emperadores Galba y Otón (68-69) dejaron sus trabajos en Deir El-Sheluit.
Durante la era Flavia (69-96) con Vespasiano, Tito y Domiciano, se hicieron trabajos de cierta importancia en Assuan, Deir El-Sheluit, Deir El-Hagar, Dendera, Dush, Esna, Karnak, Kom Ombo, Kom el-Resras, Medamud, Medinet Habu, Nag El-Hagar, Filé y El Kasr.

Bajo los antoninos (Nerva, Trajano, Adriano, Antonio Pío, Marco Aurelio y Commodo) se trabajó demostrando una gran actividad en Antaepolis, Asfun El-Matana, Assuan, Deir El-Sheluit, Dendera, Dush, Armant, Esna, Guiza, Hu, Kalabsha, Karanis, Kom Ombo, Komir, Luxor, Medamud, Nadura, Panópolis, Filé, Kasr El-Zayán, Theadelfia y Tod.

A partir de este momento, después del 180, parece que los trabajos en los templos de Egipto quedaron casi completamente interrumpidos. Solo consta la ejecución de algunos relieves en el templo de Esna, donde se leen los nombres de Septimio Severo, Caracalla, Alejandro Severo y, más tardíos, los de Filipo el Arabe y Trajano Decio (249-251).

Se puede concluir que, durante el dominio romano en Egipto la religión indígena se vio caracterizada por dos notas esenciales: gran auge de las construcciones de los templos, y control efectivo y el debilitamiento del clero, para controlar y neutralizar su poder e influencia sobre el pueblo indígena.

Contando con estas limitaciones, podemos decir que los principios fundamentales de las tradiciones religiosas egipcias fueron garantizadas al modo romano, permaneciendo en ejercicio y vida constantes, hasta los inicios del siglo IV.

Francisco J. Martín Valentín

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Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman

Artículos y comunicaciones

Viernes, 22 de Junio 2007 - 22:31

Hasta no hace mucho tiempo se ha contemplado el periodo histórico de El Amarna como algo aislado, sin antecedentes ni, casi, consecuentes. En suma, como una suerte de “Seta de la Historia”. Sin embargo, el estudio en detalle de este especial momento de la historia de Egipto evidencia la existencia de una gran conjura. Hoy se puede seguir el plan urdido desde dentro de las estructuras de la familia reinante, planeado y ejecutado desde el corazón de la mismísima casa real para llevar a cabo lo que podría llamarse “golpe de Estado institucional”. Este conspiración político-religiosa dio paso a uno de los períodos más atractivos de la historia del antiguo Egipto: el amárnico, tiempo de herejía y turbulencias. Sin embargo, apenas fue un suspiro en la historia: se gestó, triunfó, llegó a su cénit y se desintegró en un lapso de tiempo de unos setenta y cinco años: hacia 1399-1325 a.C.


Amen-Hotep III. Museo de Arte Egipcio de Luxor
Amen-Hotep III. Museo de Arte Egipcio de Luxor


Días de esplendor

El Imperio Nuevo egipcio (1543-1080 a. C) conoció uno de los más brillantes momentos de la historia de aquélla civilización. La dinastía XVIII (1543-1292 a. C) fue, sin ningún género de dudas, la más importante de cuantas forman parte de aquel período. Sus reyes heredaron un país que había superado una gran guerra de liberación nacional frente a los invasores hicsos, gracias a la tutela y protección del gran dios Amón de Tebas.

La admirable combinación de madurez cultural y nuevas influencias asiáticas y mediterráneas, que en aquellos momentos florecieron de un modo especial, habían dado como resultado el nacimiento dentro de Egipto de un proceso civilizador sin parangón. Las actividades cultural, artística y económica, desarrolladas durante los primeros decenios de este período habían tenido su principal apoyo en dos pilares fundamentales: el poder religioso del dios Amón y las campañas militares llevadas a cabo por los soberanos guerreros de esta dinastía fuera de las fronteras de Egipto para crear zonas de seguridad, comercio y vasallaje. La actividad militar alcanzó su máximo desarrollo en el reinado de Thutmosis III (hacia 1479-1424 a.C).

Sin embargo, durante los reinados de sus sucesores, Amen-Hotep II y Thutmosis IV, el número de las expediciones militares exteriores fue decreciendo a media que se fueron asegurando los intereses egipcios en sus zonas de influencia. Los tratados de paz sustituyeron a los enfrentamientos bélicos. Comenzaron a establecerse alianzas de familia por medio de matrimonios del faraón con las hijas de los reyes de los principales estados que rodeaban al valle del Nilo.

La paz, la amplitud territorial, el progreso y la riqueza de Egipto llegaron a su cenit durante el reinado de Amen-Hotep III (hacia 1387-1348 a. C).

No había sido fácil: el rey era un niño cuando falleció su padre, Tutmosis IV, pero el país se mantuvo en paz y fue ejemplar la estabilidad política, gracias a los pactos establecidos entre las fuerzas solares del Atón y las del todo poderoso sacerdocio del dios Amón, dominador de Tebas.

Hasta ese momento, los reyes de la dinastía que habían precedido en el trono a Amen-Hotep III, habían oscilado en su relación con los poderes religiosos desde la sumisión a la tutela del dios Amón de Tebas, hasta la franca hostilidad y distanciamiento de este dios y de su clero amparándose en los antiguos cultos solares egipcios. Ese distanciamiento era ya palpable en época de Tutmosis IV y aumentaría durante el reinado de Amen-Hotep III. En este contexto se produjo el enfrentamiento entre los dos grandes poderes del momento: el del clero tebano de Amón y el de la casa real.


Un príncipe casi desahuciado

Amen-Hotep III, hijo y sucesor de Thutmosis IV, fue el noveno faraón de la XVIII dinastía. Estaba casado con Tiy, hija de Tuia, que llevó el título de Ornamento real, lo que implicaba una posible relación familiar con Thutmosis IV. Tiy, pues, quizá fue hija biológica de ese soberano y, por tanto, medio-hermana de su futuro esposo, Amen-Hotep III.

Oficialmente, sin embargo, los padres de la reina Tiy fueron la noble dama Tuia y Yuia, general de los carros del faraón. Este, según todas las evidencias, era de ascendencia extranjera, mientras que Tuia pertenecía a la nobleza del Egipto medio. Estas especiales características en los representantes de la dinastía debieron influir notablemente en las relaciones familiares y en la personalidad del futuro heredero del trono.

Amen-Hotep III y Tiy, primera gran esposa real, fueron los padres del príncipe Amen-Hotep, cuya fecha de nacimiento se ignora. De su niñez se conoce sólo un documento donde se le cita como príncipe: un tapón de jarra que lleva la inscripción “Dyeda (grasa) del dominio del Hijo Real Verdadero Amen-Hotep”. No es raro: las fuentes egipcias no solían ocuparse de vicisitudes de los príncipes reales antes de que alcanzaran la condición de herederos al trono. Es posible que naciera en el palacio real que entonces existía en las cercanías del actual Medinet Abu Ghurob. Otros opinan que nació en el palacio real de Malkata, en la orilla occidental de la ciudad de Tebas.

Es de suponer, a partir de las muchas imágenes que se han conservado de este personaje, que reinó como Amen-Hotep IV y, al final, como Aj-en-Atón, que fue un niño enfermizo y débil. Se ha supuesto que padecía el síndrome de Frölich, trastorno endocrino que altera las características sexuales de los individuos. Recientes investigaciones suponen, sin embargo, que la enfermedad congénita que delatan sus imágenes sería el síndrome de Marfan, lo que explicaría que sus descendientes también padecieran los mismo problemas deformantes tal como muestra en la iconografía de la familia real de Amarna.

Parece más lógico asumir la hipótesis de una tara física que la de una simple moda de representación estética para explicar el anormal aspecto físico de Aj-en-Atón. Así pues, y habida cuenta que la tasa de mortalidad infantil en el Egipto faraónico era muy elevada, la supervivencia de este príncipe debió de estar siempre en peligro. En cualquier caso, no era un asunto de estado relevante, pues el enfermizo príncipe Amen-Hotep no estaba destinado a ocupar el trono. En los planes de sucesión, el heredero era el príncipe Thutmosis, posiblemente fruto de la unión de Amen-Hotep III con Kilu-Hepa, hija del rey de Mitanni. La primogenitura de Thutmosis, junto con la poderosa influencia que los pactos de familia con Mitanni tenían en aquel momento, eran razones sobradas para que este príncipe fuese el llamado a ocupar el trono de Egipto.

Sin embargo, existe un detalle desconcertante: los nombres impuestos a los príncipes. Durante la dinastía XVIII, Thutmosis fue el patronímico tradicionalmente otorgado a los príncipes reales hijos de mujer que no era la primera gran esposa real. Amen-Hotep, por el contrario, parece haber sido el nombre impuesto a los príncipes que, por su ascendencia materna o por otras circunstancias, estaban destinados de antemano a la sucesión del trono.

Es curioso que, en este caso, se modificó la regla tradicional: el varón primogénito, aparentemente destinado a suceder a Amen-Hotep III, no era hijo de Tiy, la primera gran esposa, en tanto que el segundo hijo varón de Amen-Hotep III, a pesar de llevar el nombre de su padre y de ser hijo de la primera esposa real, no estaba destinado a ocupar el trono de Egipto.

¿Crimen de Estado?

Tiy, no debía encontrarse especialmente feliz, dado que no había podido dar al rey el primer hijo varón, aunque de ella había nacido la princesa real Sat-Amón, la primogénita de los hijos reales. El príncipe Thutmosis estorbaba sus planes... hasta que falleció. Esa muerte debió acontecer en torno al año 26 del reinado de su padre.
Muerto su hermano mayor, Amen-Hotep se convirtió en heredero del trono.

Por entonces, no se sabe si antes o después de esos acontecimientos, Amen-Hotep fue instruido en la ciudad santa de Heliópolis acerca de las antiquísimas doctrinas solares que hacían del dios Atum-Ra el creador del mundo. A la muerte de Thutmosis es probable que su hermanastro heredase todas las funciones y cargos que habían pertenecido al príncipe muerto.

Basándose en estas consideraciones se supone que Amen-Hotep habría ocupado también el puesto de Sumo Sacerdote del clero del dios Ptah de Menfis, lo que le otorgaba el título de “El más grande de los artesanos”, que le responsabilizaba del diseño o supervisión de trabajos artísticos de todo tipo. Durante su estancia en Heliópolis debió estar bajo la tutela de un cortesano de toda confianza, como era tradicional; éste pudo haber sido un tal May, escriba Superior de las Tropas e Inspector jefe del ganado del Templo de Ra.

Es obvio, por todo ello, que la muerte de Thutmosis desvió absolutamente la trayectoria de los acontecimientos políticos y religiosos de Egipto. El partido de la ortodoxia del dios Amon se quedó sin representante frente a los designios de la reina Tiy y su familia.

Atón se impone

Las investigaciones más recientes dejan claro que el acceso al trono del príncipe Amen-Hotep tuvo lugar en pleno incremento de la influencia de los cultos solares que habían comenzado a introducirse durante los dos reinados anteriores y estaban incidiendo profundamente sobre la situación religiosa. Amen-Hotep III y su entorno familiar habían otorgado, ya a partir de una iniciativa de su padres, un predominio al culto solar, en detrimento de los intereses del clero tebano del dios Amón.

Se estaban imponiendo, también, como política de Estado las ideas de universalidad y asimilación del rey con el propio dios Amón-Ra. Esta teología del poder, recogida en unas inscripciones existentes en la cara este del tercer pílono del templo de Karnak y denominada doctrina del Amón imperial, aumentó progresivamente durante el segundo decenio del reinado de Amen-Hotep III. Pero dentro de esa deificación faraónica, se constata la creciente importancia del Atón (o Disco Solar), como objeto de culto. Por ejemplo, el texto del escarabeo conmemorativo del undécimo año de Amen-Hotep III, consigna que “... Su Majestad celebró el Festival de la apertura de los lagos en el tercer mes de Ajet... (cuando) Su Majestad paseaba dentro de la barca solar Atón Resplandece”.

Para referirse a Amen-Hotep III, las inscripciones hablan de Neb-Maat-Ra: “El Disco (Atón) Solar Resplandeciente”. Incluso en el templo de Luxor, el rey se hacía llamar “Soberano como Atón, duradero como Atón es duradero, corredor veloz como Atón.” Esta divinización de Amen-Hotep III alcanzó su punto culminante con motivo de la celebración de su primera Fiesta Jubilar en el año 30 del reinado. A partir de ella se convirtió, definitivamente, en una nueva y poderosa divinidad: “el Atón Resplandeciente” o en “El Gran Atón Viviente, el que está en la Fiesta Sed”.

Esa era la situación cuando accedió al trono de Egipto Amen-Hotep IV, como corregente junto a su padre. No debía tener más de quince o dieciséis años cuando fue coronado en Hermonthis, la llamada “On del Sur”, ciudad solar del Alto Egipto, tal como parece indicar el contenido de su titulatura real: “Aquel que lleva puesta las Coronas en On del Sur” , que hace referencia a tal acontecimiento. En Hermonthis se rendía culto a Montu, dios guerrero tebano, que tenía en su conformación teológica grandes implicaciones solares. Obviamente, fue utilizado por la casa real en el desarrollo de su estrategia de aislamiento del dios Amón y de su clero.

La artífice de la conspiración parece haber sido la reina Tiy, que había infiltrado a sus parientes en todas las esferas del poder civil y religioso. Así logró que se designara a su hermano Aanen, que ya era Sumo Sacerdote del dios Montu, para ocupar el cargo de Segundo Sacerdote del dios Amón. Fue precisamente este Aanen el encargado de dirigir los oficios religiosos de la coronación de Amen-Hotep IV, en el templo del dios
Montu. Todo quedaba en la familia.

Al tiempo, su labor política respecto a Amon debió estar en abierta oposición a los intereses del clero de este dios, tanto que sería cesado en tales funciones sacerdotales muy poco después... La confrontación interna por el poder religioso y político hacía saltar chispas.

El poder absoluto

Con la coronación de su hijo, la conspiración en la que Tiy parecía mover los hilos (probablemente también otros poderes coordinaban sus movimientos desde las sombras) estaba a punto de lograr sus objetivos. No es demasiado complicado suponer como se había ido tejiendo silenciosa y lentamente el entramado de la revolución religiosa que, finalmente, estallaría de forma incontrolada.

Su desarrollo obedeció a un proyecto lógico y perfectamente coherente. Thutmosis IV, abuelo de Aj-en-Atón, había sido elegido por el dios solar Ra-Hor-Ajty para reinar, según el mismo declara en las inscripciones de sus monumentos. En consecuencia, su hijo Amen-Hotep III, procedía de la sangre de un elegido del dios sol y se convertía en el disco solar resplandeciente. En virtud de tal principio, podía divinizarse a sí mismo como imagen del sol. A su vez, su hijo y sucesor, el futuro Amen-Hotep IV -Aj-en-Atón, sería el hijo en la tierra del propio disco solar resplandeciente hecho hombre y, además, su Sumo Sacerdote.

Es seguro que la persona o personas que concibieron este diseño de estrategia político-religiosa para alcanzar el poder absoluto poseían una mentalidad divorciada con la tradición egipcia... Debe recordarse que por las venas de la reina Tiy corría sangre extranjera.

Jubileo antagónico

Con motivo del trigésimo aniversario del reinado de Amen-Hotep III, el clero de Amón decidió organizar la celebración de la primera fiesta jubilar del rey, su primer Heb-Sed. Con esa fiesta, dentro de la mejor tradición faraónica, se regeneraría mágicamente el poder y la vitalidad del viejo rey, para seguir rigiendo las Dos Tierras.

En la misma fecha la familia real decretó la celebración de otro festival Sed, éste dedicado por el rey corregente, Amen-Hotep IV, a su nuevo dios y padre, el Atón viviente. Esta fiesta Sed era de una naturaleza especial, puesto que Amen-Hotep IV no había llegado, obviamente, al término de los treinta años en el trono que tradicionalmente se necesitaban para proceder a dicha celebración. Coincidiendo ella se acordó inscribir el nombre del nuevo dios Atón en un cartucho real: “El Viviente Ra Horus de los Horizontes que se regocija en el horizonte en su nombre de luz (Shu) que está en el disco (solar), el Viviente, el Grande, Aquél que está en Jubileo, el Señor del Cielo y de la Tierra”.

Dichas ceremonias se celebraron en la zona este del templo Karnak y en alguna otra edificación construida al efecto en las cercanías de aquél lugar. Con este motivo se ordenaron impuestos extraordinarios a todos los cultos y templos de Egipto para pagar los gastos de las fiestas.

Así pues, al mismo tiempo que viejo el rey era rejuvenecido y renovado por el oficial “sistema amoniano” para seguir reinando bajo la protección del dios tebano, la reina Tiy, su hijo y el resto de sus familiares y allegados organizaron una ceremonia paralela para consagrar al anciano rey como el propio dios Atón viviente, para sustraer al soberano del influjo de los sacerdotes del dios Amón.

El viejo Amen-Hotep III debía estar plenamente de acuerdo porque después de la celebración de este jubileo gustó autonombrarse como “Iten Tchehen” (El disco solar resplandeciente). El sería un dios y, por tanto, no necesitaría de la ayuda divina de ningún otro.

La confirmación de esta idea la proporcionó el hallazgo, a finales de enero de 1989, de una magnífica escultura de cuarcita roja en el ángulo sudoeste del patio solar del templo de Luxor. La estatua, datable en el primer jubileo del rey, muestra a Amen-Hotep III viviente y bajo el aspecto de dios solar Ra-Hor-Ajty-Atum. Es decir, al faraón convertido en el propio dios Ra.

A pesar de que el texto inscrito en la estatua está dirigido a honrar al dios Amón-Ra, puesto que fue elaborada, para alzarse en su templo de Luxor, todas sus características evidencian muy claramente la identificación del soberano con el dios solar en cada uno de sus diferentes aspectos teológicos.

La coexistencia de los dos mundos antagónicos, el de la reforma solar propiciada por la reina Tiy y su hijo Amen-Hotep IV, y el tradicional del dios Amón, que pujaban por obtener el monopolio del poder religioso de Egipto, no podría sostenerse por mucho más tiempo.

La consumación del golpe

Los conjurados ya estaban preparados para asestar el golpe de gracia a la estructura del poder amoniano. Para ello debían deshacerse de los servidores de Amen-Hotep III que se contaran entre los seguidores del dios tebano. En primer término había que eliminar al hombre clave: Amen-Hotep, hijo de Hapu, eminencia gris de aquel reinado, que representaba el poder de Amón frente a los designios de Tiy y su familia.

El día 26 del primer mes de la estación Ajet (inundación) del año 31 del rey (hacia finales de nuestro mes de agosto del años 1357 a.C), cuando aún no habían transcurrido tres meses desde el Jubileo de Amen-Hotep III, una trágica noticia sacudió Tebas y todo Egipto: el sabio Amen-Hotep, hijo de Hapu, ojos y oídos del faraón, corazón latiente de la Tierra Negra, había muerto.

Desaparecido el sabio Amen-Hotep hijo de Hapu, el país del Nilo iba a cambiar de rumbo. Con él serían enterrados los poderes del clero de Amó y las posibilidades de impedir la ruptura entre el clero amoniano y la Casa Real, ya largamente anunciada. El propio rey debió asistir a las honras fúnebres de su leal consejero. Se sabe que presidió personalmente el solemne acto de dictar el decreto fundacional del templo funerario de
Amen-Hotep.

Nada mas morir Amen-Hotep comenzaron las persecuciones de algunos altos funcionarios de la corte. A partir de ese momento fueron cesados en sus puestos una serie de nobles cortesanos que habían estado unidos al viejo gobernante y que habían participado en la celebración del Festival Sed del faraón. Uno de ellos fue el visir del Sur, Ra-Mose.

Probablemente, ambos personajes estaban unidos por lazos de parentesco. La destitución de Ra-Mose debió producirse durante los mismos funerales de Amen-Hotep hijo de Hapu. De hecho, ya no era visir cuando se otorgó el decreto de la fundación funeraria de su protector y amigo. Su muerte debió producirse inmediatamente después.

Del estado de ejecución de su tumba en Gurnah (TT 55) se deduce que hubo de habilitarse rápidamente para su enterramiento, a pesar de estar sin concluir.

Otro importante personaje, también llamado Amen-Hotep, mayordomo del rey en Menfis, fue el siguiente en ser cesado en sus cargos. Era medio hermano de Ra-Mose. Se sabe que su hijo Ipy ocupaba sus puestos en la corte antes de que concluyera en el año 31, por tanto, debió fallecer casualmente entre los años 30 y 31 del reinado del faraón.

Durante la celebración del segundo y tercer jubileos de Amen-Hotep III, en los años 34 y 37 de su reinado, se sucedieron nuevas y terribles persecuciones de nobles tebanos. Sus tumbas fueron asaltadas, borrándose donde fueron hallados los nombres de los dioses Amón, Mut ,su esposa, y Jonsu, el hijo de ambos.

En el año 36 del reinado parece que el viejo Amen-Hotep III se encontraba muy enfermo y ya apartado de todo en sus aposentos, bajo la vigilancia de su esposa, la reina Tiy. Se le envió una imagen de la diosa Ishtar de Nínive con pretendidas propiedades curativas que no pudo obrar milagro alguno contra la verdaderas causas del mal que le aquejaba.

Amen-Hotep III murió, probablemente al inicio de su año 39 de reinado, coincidiendo con el duodécimo año del de su hijo, que ya para entonces había cambiado de nombre y se llamaba Aj-en-Atón “El espíritu luminoso de Atón”.

La conspiración había triunfado. La familia de Tiy, de evidente origen extranjero, se había instalado en el trono de Egipto. Desde esta atalaya había colocado a sus miembros en los más importantes puestos de la realeza, el clero, el ejército y la administración, llevando a cabo una auténtica purga en las estructuras de poder del dios Amón, a quien la dinastía debía las victorias sobre los extranjeros y su propia grandeza.

De esa manera se sustrajo al faraón del poder tutelar del dios y de su clero, poniendo el destino de la tierra de Egipto en manos de gentes ajenas al mundo egipcio.

Las consecuencias de la maniobra política descrita están a la vista: Tiy hizo casar a su hijo, Amen-Hotep IV - Aj-en-Atón con su sobrina Nefert-ity, que era, hija de otro hermano de la reina, el Padre Divino Ay. Este proceloso personaje pudo haber estado implicando en el posible asesinato del joven rey Tut-Anj-Amón, sucesor de los monarcas heréticos, y se apropió sin legitimidad alguna del trono de Egipto. El circulo estaba cerrado.

Se hizo necesaria la intervención de un general, el futuro faraón Hor-em-Heb, para restaurar el orden vulnerado de Egipto.

Como puede verse, ninguna cosa nueva bajo el sol.

Francisco J. Martín Valentín


Para saber más:

Martín Valentín, F. J. Amen-Hotep III, el esplendor de Egipto. Madrid, 1998.
Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman

Artículos y comunicaciones

Miércoles, 13 de Junio 2007 - 13:39

Tradicionalmente se ha hablado de 'la ciudad del Horizonte del Disco' (Ajet Aton), para referirse de modo unívoco a la ciudad construida por el rey Aj-en-Aton (hacia 1352-1336 a. C.) en las planicies del lugar que hoy conocemos como Tell El Amarna. Los hallazgos que se continúan llevando a cabo en Egipto nos obligan a plantear si realmente hubo varias ciudades u 'Horizontes del Disco (Aton)' en diferentes partes de Egipto.


Estatua de Mery-Neith y su esposa. Museo Egipcio del Cairo.
Estatua de Mery-Neith y su esposa. Museo Egipcio del Cairo.
El reinado de Aj-en-Aton comenzó en el ejercicio de una probable corregencia con su padre, Amen-Hotep III. Los especialistas se dividen a propósito de si ésta fue larga o corta, o si, realmente, la misma nunca se produjo.

Se ha hablado de un ‘periodo tebano’ de Amen-Hotep IV, refiriéndose al lapso de los primeros cinco años de su reinado, por contraposición al periodo de tiempo del mismo que se desarrolló en la ciudad del Amarna, computable a partir del año sexto hasta el décimoséptimo, último del reinado respecto del que se han hallado datos del reinado de Aj-en-Aton.Hoy parece que sería más acertado empezar a hablar simplemente del periodo anterior a la fundación de la ciudad del Horizonte del Disco, Ajet-Aton, en Amarna.


Con independencia de la solución que se quiera dar a esta importante cuestión histórica es un hecho que, durante los cinco primeros años en el trono, Aj-en-Aton, entonces Amen-Hotep IV, estableció un programa de reinado que, pensando en la instauración de los cultos solares por encima de los demás existentes en Egipto, supuso el encumbramiento, sobre las demás divinidades, del dios Ra Hor-Ajty y, después, del dios Aton.



Las obras en Tebas

La primera gran obra ordenada en su reinado fue la construcción de un templo para el dios Ra Hor-Ajty en el mismo recinto del dios Amón en Karnak. El comienzo de las operaciones constructivas nos es conocido a partir de una inscripción existente en las canteras del Guebel El-Silsila, fechada en el año 1. Allí, Amen-Hotep IV, aunque aparece haciendo ofrendas al dios Amon, lleva ya el título de ‘Primer Profeta de Hor-Ajty que se alza en el cielo en su nombre de Shu (luz solar) que está en el Disco (Aton).’


Por otra parte, la primera representación conocida del disco solar con los brazos consta en un bloque existente en el Museo de Berlín, y probablemente procedente del templo que el rey comenzó a construir en Karnak a favor del dios Ra-Hor-Ajty, pero que no concluyó.


La otra representación, casi de la misma época, hacia el año 2 del reinado, se encuentra en la TT 55 de Ramose. Allí, en la mitad norte del muro oeste de la capilla están representados Amen-Hotep IV y Nefert-Ity en la Ventana de las Apariciones del Guemet-Pa-Iten de Karnak. Esta representación muestra parte del conjunto de templos que, a favor del nuevo dios solar, hizo construir el soberano en Tebas.


El ambiente religioso y político de las celebraciones del primer festival Sed de su padre, Amen-Hotep III, en su año 30 de reinado, facilitó el camino para los cambios religiosos previstos. La celebración del Jubileo de Aton del año dos supuso la puesta en marcha de un gran proceso constructivo en Tebas.


En efecto, poco después del inicio del reinado se ordenó construir al Este de Karnak un monumento decididamente diferente al templo de Ra Hor-Ajty: El Guemet-Pa-Iten.
En primer término se decidió la construcción del Guemet-pa-Iten, (‘El lugar donde se halla el Disco’) antecedente de la arquitectura religiosa de la futura ciudad de El Amarna.

En la zona de Luxor se han identificado, no menos de ocho templos dedicados o relacionados con el culto atoniano. Además del Guemet-Pa-Iten se conocen el Hut Ben-Ben, el Rudi Menu, el Teni Menu, el Hay-em-Ajet y el Maru Septentrional de Aton.


El periodo en el que la corte de Amen-Hotep IV residió en esta gran capital del Sur de Egipto, vio el desarrollo de un proyecto teológico que, finalmente no prosperó, lo cual conocemos por el texto de la estela de Fundación de la nueva ciudad del Disco en la zona del Amarna.

Los proyectos arquitectónicos religiosos de Aj-en-Aton

El planteamiento de la orientación política asumida por el nuevo soberano era sutil y, a la vez, muy efectiva.


Como consecuencia de las ceremonias jubilares celebradas para Amen-Hotep III en Menfis, Malkata, Soleb y otros lugares de Egipto, la naturaleza humana del viejo monarca se transformaría hipostáticamente. Convertido en el dios Aton viviente, su hijo, el Primer Profeta de Ra Hor-Ajty, celebraría un Jubileo en honor de la nueva deidad y lo haría en el recién construido Guemet-pa-Iten.


La documentación de que disponemos deja entrever que Amen-Hotep IV concibió durante estos primeros años de reinado una tesis teológica, todavía por desentrañar completamente, que parece mostrar la voluntad de extender el nuevo culto solar por todo Egipto. En realidad, todo parece indicar que el rey había pensado que, tanto Menfis, en el norte, como Tebas, en el sur, serían, dada su condición de magnas urbes con una muy antigua tradición, las capitales religiosas de su nuevo dios.


Hasta el presente, esta idea se veía con cierta precaución dado que solo se conocían los datos de varias inscripciones, documentadas en diversos objetos hallados en la zona tebana. Tal, una silla perteneciente al obrero de Deir El Medina, Najy, que perteneció a la antigua colección Mansur y cuyo paradero hoy es desconocido. En la misma el personaje utiliza el título de ‘el Servidor en el Lugar de la Verdad sobre el occidente de Ajet-Aton, Najy’. Resulta evidente que, el Ajet-Aton al que la inscripción se refiere es Tebas, puesto que la ciudad obrera de Deir El Medina se encuentra en la orilla occidental de dicha ciudad, hoy Luxor.


Otros datos referidos al Horizonte del Disco o Ajet-Aton en Tebas se han hallado en varios altares procedentes de Karnak, siendo documentados por el gran egiptólogo que fue Labib Habachi.


Sin embargo, en febrero del año 2001, la misión egipcio-holandesa patrocinada por el Departamento de Egiptología de la Universidad de Leyden y el Museo Nacional de Antigüedades de la misma capital holandesa, cuyos Directores de Campo eran el Profesor Maarten J. Raven y el Dr. René Van Walsem descubrieron, al explorar una pequeña zona situada justo al Sur de la tumba de Hor-em-Heb, en Sakara, un gran hallazgo que cambiaría las concepciones hasta el momento existentes en cuanto a la estructura político-religiosa de los primeros años del reinado de Amen-hotep IV.

La tumba de Mery Neith

Si nos aproximamos dejando a nuestras espaldas la cara Sur de la pirámide escalonada de Dyeser, cruzando la calzada del rey Unas, detrás de una pequeña colina, llegaremos al lugar donde Raven y Van Walsem encontraron la tumba de un personaje llamado Mery-Aten. La existencia de dicha tumba era ya conocida a través de los fragmentos de relieves existentes en distintos museos que provenían de ella, pero se había perdido su localización exacta en el desierto de Sakara.


En los alrededores del lugar donde se hizo el descubrimiento, sólo había galerías subterráneas excavadas durante la Dinastía II, (hacia el 2800 a.C.), es decir, mucho más antiguas que la tumba descubierta. De hecho, todos los indicios apuntaban, en opinión de los arqueólogos, a que la tumba en cuestión sería un antiguo pozo funerario de época del Imperio Antiguo, reutilizado por nuestro personaje.


Lo sorprendente del hallazgo, aparte del nombre del dueño, es que, tanto los muros que rodeaban la entrada a la tumba, (hechos con ladrillo crudo y cubiertos con planchas de piedra caliza que contenían escenas de Mery-Aten y su familia adorando al disco solar), como las paredes de la cámara funeraria, (excavada al final de un pozo de 6 metros de profundidad, recubierta de planchas de calcita egipcia, con imágenes funerarias de ofrendas a favor de Mery-Aten y otras escenas de la vida cotidiana), están decorados con la iconografía y estilo típicos de la época de El Amarna.


Todo indicaba que la tumba, podría datarse dentro de los cinco primeros años del reinado, antes de que Aj-en-Aton abandonase Tebas para fundar su nueva capital. Así parece deducirse del estilo típico de transición, desde el inicio del reinado hasta la época amárnica, que muestran los relieves de la tumba.


Investigaciones posteriores han permitido deducir que el propietario fue originalmente un sacerdote de la diosa Neith, por lo que su nombre original fue el de Mery-Neith. Cuando se produjeron los cambios religiosos a favor del nuevo culto de Atón, Mery-Neith cambió su nombre por el de Mery-Aten.


Sin embargo, los investigadores opinan que Mery-Aten, que llevó el título de Gran sacerdote de Atón, nunca concluyó su tumba ni fue enterrado en ella. De hecho, se esperaba haber encontrado otra tumba suya en la necrópolis de la ciudad de Amarna.


La circunstancia de no haberse encontrado ningún resto de la momia, ha inducido a los excavadores a pensar que, o bien el dueño debió marchar a la nueva ciudad de El Amarna con su señor Aj-en-Aton, dejando abandonada su tumba en Sakara o, al término de la herejía amarniense, fue obligado a renegar del culto a Atón, siendo perseguido por ello.
De hecho, en uno de los relieves, se ha encontrado la imagen del disco solar Atón destruida probablemente al término del periodo amarniense por los restauradores de los cultos tradicionales.

El grupo escultórico de Mery-Neith y su esposa.

Otro hallazgo interesantísimo encontrado en la tumba es un grupo escultórico que representa a Mery-Neith y su esposa Iuy. Esculpida en un magnífico estilo, datable en el período final de la dinastía XVIII, representa a nuestro personaje y a su esposa, conservando gran parte de su policromía original. Hoy resulta ser una pieza maestra entre las muchas que se exhiben en el Museo Egipcio de El Cairo.


Lo más notorio del monumento se desprende de la inscripción dorsal, en la parte que se refiere a Mery-Neith. Allí se puede leer uno de los títulos que llevó nuestro personaje: ‘Escriba del templo de Atón, en el Ajet-Aton en Menfis’.


Esta evidencia documental viene a confirmar la idea expuesta más arriba de que, durante los primeros años del reinado de Amen-Hotep IV, se establecieron, al menos, dos Horizontes del Disco (Ajet-Aten), en Egipto; uno, en la orilla Este de la ciudad de Tebas; otro, en algún punto no conocido hasta ahora de la ciudad de Menfis. En dichos Horizontes del Disco se construyeron templos solares al dios Atón.


Con el cambio de su nombre, por parte de Amen-Hotep IV, para adoptar el de Aj-en-Aton, lo que sucedió durante el año 5 de su reinado, y con la decisión de abandonar Tebas y fundar una nueva ciudad en el lugar hoy conocido como El Amarna, se produjo el establecimiento del Ajet-Aten, por excelencia, el 'Horizonte del Disco en Amarna'.

¿Ajet-Aten o ‘los Ajet-Aten’?

La cuestión pues, está abierta.

Consta que hubo más templos dedicados al culto del dios Aton en Heliópolis, Luxor, Ashmunein, Assuán y Nubia. ¿Pudiera haber existido un Ajet-Aten en cada una de esas localidades?. Parece lógico pensar que así fuera, puesto que tal nombre haría referencia a un punto cardinal, no importa de qué ciudad, el Este del Horizonte, elevado a categoría teológica, por ser el lugar por donde, todas las mañanas, salía el Disco solar.


Producida la ruptura, Aj-en-Aton fundaría 'la ciudad del Horizonte del Disco' (Ajet-Aten) en El Amarna. Mientras tanto, los templos de Atón en las demás localidades de Egipto, probablemente seguirían funcionando, incluso después de la restauración de los antiguos dioses por Tut-Anj-Amon y Hor-em-Heb.


El papel preponderante de Menfis durante el periodo de El Amarna va quedando, día a día, más claro gracias a los descubrimientos realizados en las diferentes necrópolis del Imperio Nuevo en Sakara, basta recordar el hallazgo de la tumba de Aper-El en la zona del Bubasteion.

Todo ello nos obliga a reconsiderar muchos de los términos generalmente aceptados a la hora de estudiar este apasionante periodo de la historia de Egipto.

Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman
del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto
(Artículo publicado en Revista de Arqueología, nº 253. Año 2002, nº 23, págs. 38-43.)

Bibliografía:
Aldred, C. Akhenaten King of Egypt. Londres, 1988.
Martín Valentín, F. J. Amen-Hotep III el esplendor de Egipto. Una tesis de reconstrucción histórica. Madrid, 1998.
Redford, D. B. Akhenaten. The Heretic King. Princeton. Nueva Jersey, 1984.
The Akhenaten Temple Project. Warminster y Toronto, 1976-1994.
Reeves, N. Akhenaton, el falso Profeta de Egipto. Madrid, 2002.
Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman

Artículos y comunicaciones

Martes, 12 de Junio 2007 - 12:05


La Uhem Mesut (Era del renacimiento) y la dinastía XXI (hacia 1.069-747 a. C.), trajeron cambios radicales de poder en Egipto que quedó dividido desde el punto de vista del ejercicio de la soberanía efectiva en dos partes netas: el Norte con capital en Tanis y el Sur, con capital en Tebas.


Una nota para la historiografía del antiguo Egipto
A finales de la dinastía XX se observa como el poder e influencia del Sumo Sacerdote de Amón sobre Tebas y el Alto Egipto en general se incrementó de manera notable. Los síntomas más claros aparecieron ya desde la época del Primer Sacerdote de Amón, Amen-Hotep. Este personaje, por ejemplo, se hizo representar en Karnak a la misma escala que el rey Ramsés IX.

Por otra parte, una serie de condicionantes sociales y económicos favorecieron que paulatinamente se llegase a la definitiva escisión entre el poder faraónico del Bajo Egipto y el sacerdotal en el Alto Egipto.

Los sacrilegios producidos durante la revuelta del General Pai-Nehesi hacia el año 1084 a.C., y la aparición en escena de nuevos hombres fuertes procedentes del estamento militar durante la Uhem Mesut (Era del renacimiento), darían el golpe definitivo para consumar esta ruptura.

La nueva dinastía de sacerdotes tebanos se inició con el General Pai-Anji, que prosiguió su lucha contra Pai-Nehesi en Nubia. Tras éste siguió Heri-Hor, tal vez hermano suyo, quién, probablemente, llegó a coronarse en Tebas como rey a la muerte de Ramsés XI, en 1069 a.C., coincidiendo con el ascenso al trono de Tanis de Smendes.

Heri-Hor será el primer Primer Sacerdote de Amón que sin proceder de la casa real tomará los títulos de la realeza y toda la parafernalia real. Sin embargo, será Pai-Nedyem I, hijo de Pai-Anji, el que más lejos llegará en estas intenciones.

Durante su mandato como Primer Sacerdote de Amón, Pai-Nedyem I proseguirá con el desmantelamiento del Valle de los Reyes, al tiempo que su actividad en el Alto Egipto mostrará sus intenciones de erigirse, como Heri-Hor, con el título real.


A diferencia de este último, sin embargo, Pai-Nedyem I gozará de un amplio reconocimiento, pues incluso en Tanis se han hallado documentos en los que este personaje aparece con los títulos reales. Por otra parte, durante su reinado cederá el título de Primer Sacerdote de Amón, sucesivamente, a tres de sus hijos.

Por la documentación que ha llegado a nosotros es posible interpretar que el Sumo sacerdote de Amón Masaharta muriese tras una enfermedad, y su sucesor, Dyed-Jonsu-ef-Anj pudo haber sido asesinado durante una revuelta en Tebas en el año 25 de Smendes.


El pontificado de Men-Jeper-Ra fue el más largo, cerca de medio siglo que discurrió prácticamente contemporáneo al reinado de su hermano Psusennes I en Tanis. Su llegada a Tebas hacia 1044 a.C. queda claramente expresada en la Estela de los Desterrados, por la que llegamos a entender la difícil situación que vivía Tebas, dividida entre dos partidos opuestos.

Men-Jeper-Ra, a finales de su gobierno tebano hará uso del título real e incluso contabilizará los años de reinado como lo hacían los faraones. De igual modo, como sucedió con su padre, cederá el sumo pontificado del dios Amón de Tebas a dos de sus hijos, siendo el primero de éstos Nesu-Ba-Neb-Dyed, que apenas se mantuvo unos años en el poder.


Con Pai-Nedyem II y el último Primer Sacerdote de Amón de la dinastía XXI, Psusennes, se organizarán las principales Cachettes (enterramientos colectivos en tumbas ocultas) de la época, como la DB 320 y Bab el-Gasus. Será entonces cuando los principales faraones del Imperio Nuevo hallarán su último reposo, desprovistos ya de toda riqueza después de haber sido sistemáticamente despojados de sus ajuares funerarios y violadas sus tumbas.
José Lull
Del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto y
de la Universidad de Tübingen

Para saber más :

Lull, José. Los sumos sacerdotes de Amón tebanos de la Uhem Mesut y dinastía XXI. BAR (Oxford, 2006)


José Lull

Artículos y comunicaciones

Viernes, 8 de Junio 2007 - 17:24


Durante los trabajos de campo llevados a cabo durante las campañas de los años 2004 al 2006, en desarrollo del Proyecto Sen-en-Mut en la TT 353, hipogeo situado al pie del templo de la reina Hatshepsut en Deir El Bahari, se han descubierto interesantes datos que llevan al equipo de trabajo del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto a cuestionarse un nuevo enfoque de este magnífico monumento, altamente representativo del arte religioso de la dinastía XVIII, durante el Imperio Nuevo y, al mismo tiempo, lugar emblemático de la arqueología en Egipto.



Sen-en-Mut. Camára 'A'. Muro este, mitad sur. TT 353
Sen-en-Mut. Camára 'A'. Muro este, mitad sur. TT 353
Un poco de historia

En el mes de enero del año 1927 el arqueólogo norteamericano Herbert Winlock, director de la misión arqueológica del Metropolitan Museum of Art of New York en el área de Deir El Bahari, descubría, al proceder a la limpieza de una hondonada situada junto al ángulo noroeste de la primera terraza del templo de la reina Hatshepsut, una entrada excavada en una de las paredes del pequeño farallón, tapiada con doble murete hecho con mortero de adobe con cascotes que iniciaba un corredor descendente con escalones hasta una sala llena de lascas de caliza, casi hasta el techo.

La gran sorpresa del arqueólogo americano fue comprobar que los relieves que se podían contemplar en los muros de la sala donde desembocaba el estrecho pasadizo mostraban a uno de los hombres más misteriosos y, el mismo tiempo, significativos de la historia de Egipto. El Mayordomo de Amón Sen-en-Mut.

De este modo, la perplejidad del intrépido arqueólogo fue enorme al producirse el inesperado hallazgo del hipogeo excavado literalmente bajo el templo de la reina Hatshepsut. Después de las primeras investigaciones y al desescombrar pacientemente el monumento se reveló que la primera cámara, después de un descenso de ochenta y seis escalones, tenía dibujado en su techo un esplendente e increíble mapa del cielo. ¡Se trataba del techo astronómico más antiguo de la historia de la humanidad!. Los muros, estaban materialmente cubiertos de jeroglíficos deliciosamente tallados, desde el techo hasta el suelo.

Terminados los trabajos de excavación se comprobó que el monumento, dotado con tres cámaras comunicadas por un pasadizo, de las que solo la primera estaba decorada, profundizaba 90,00 metros en el corazón de la roca, llegando hasta 42,00 metros bajo la superficie, dentro del recinto del templo.

En la última habitación, la que parecía ser especial por su configuración arquitectónica, pues tenía su techo excavado en forma de bóveda simbolizando probablemente el firmamento, se hallaron, dentro de un pequeño pozo situado en el rincón noroeste, diversos objetos que aumentaron la sorpresa de los excavadores. Entre ellos, la tapa de un vaso canópico con forma de cabeza humana. Este detalle significaba para los arqueólogos que aquél lugar habría podido estar destinado a ser depósito de las vísceras momificadas de una eventual momia, quizás la del propio Sen-en-Mut.


El hecho es, que se sabía que Sen-en-Mut se había hecho construir su tumba casi en la cumbre de la colina de Gurnah, y que dicho monumento había sido visitado, entre otros, por el egiptólogo alemán Karl R. Lepsius a mediados del siglo XIX. Esto planteaba un enigma de difícil solución. Si, como era comúnmente admitido, la TT 71 fue la tumba de Sen-en-Mut, entonces ¿qué explicación y finalidad podía tener el hipogeo que acababa de descubrir?.


Con intención de encontrar la clave del misterio, Winlock excavó y limpió durante la campaña del año 1930-1931 la tumba número 71. Allí encontró, destruido en miles de fragmentos, el sarcófago de cuarcita amarilla que el poderoso Sen-en-Mut se había hecho labrar para acoger a su momia. Igualmente, descubrió bajo la entrada del monumento funerario otra pequeña cámara subterránea que albergaba, inviolada, los cuerpos momificados de sus padres, Ra-Mose y Hat-Nefer.


Todo ello llevó a pensar a los miembros del equipo norteamericano que la TT 353, junto a Deir El Bahari era, sin duda, la segunda tumba conocida de un mismo personaje: El Mayordomo de Amón Sen-en-Mut.


El asunto era realmente insólito. No se conocían casos anteriores en los que una misma persona de origen no real se hiciera construir dos tumbas para sí mismo.
El enigma se resolvió aceptando que la primera tumba (la nº 71 de Sheij Abd El Gurnah) habría sido comenzada al principio del periodo en el que el Mayordomo de Amón alcanzó sus mayores cotas de poder junto a la reina-faraón Hatshespsut.

Después, por razones no conocidas, Sen-en-Mut decidiría suspender la construcción de su antigua morada de eternidad, ordenando la excavación y decoración otra nueva: la TT 353.
De este modo, quedó admitido en el mundo de la egiptología que la TT 71 era la primera tumba de Sen-en-Mut, en tanto que la segunda, era la TT 353.

Las primeras sorpresas

En noviembre del año 2003 comenzó la primera campaña de trabajos de ejecución del Proyecto Sen-en-Mut de reexcavación, limpieza y estudio de la TT 353, encomendado por el SCA de Egipto al Instituto de Estudios del Antiguo Egipto.

Los trabajos de dicha campaña consistieron básicamente en la exploración detallada del lugar donde se encontraba situado el monumento, y en el interior del monumento mismo.
Una primera aproximación a la TT 353 y al área arqueológica circundante, abrió numerosos interrogantes acerca de la verdadera naturaleza del hipogeo. Tras las primeras comprobaciones y mediciones provisionales se hizo manifiesto que existían serias dificultades para introducir un sarcófago de las dimensiones de las del de Sen-en-Mut, reconstruido y exhibido en el Metropolitan Museum of Art de New York, por el estrecho pasadizo de descenso. Semejantes objeciones fueron formuladas por los arquitectos del equipo en cuanto a las posibilidades prácticas de manipular el sarcófago dentro del monumento con intención de depositarlo, como sería lo lógico, en la tercera de las cámaras del hipogeo.


En las jornadas dedicadas a la exploración del entorno arqueológico también se observó la peculiar disposición del la entrada de la TT 353 penetrando hacia las entrañas del templo de Hatshepsut. Desde el camino de los obreros de Deir El Medina hacia el Valle de los Reyes, en las alturas que sobrevuelan majestuosamente el conjunto de los templos reales excavados y construidos en el circo de Deir El Bahari, se hacía patente que la TT 353 era como una especie de capilla anexa secreta, no evidente, del templo construido en terrazas para la reina Hatshepsut.


Rápidamente, observando desde las alturas el extraordinario conjunto arquitectónico desplegado a nuestros pies reconstruimos en nuestra mente el que pudo haber sido el pensamiento de Sen-en-Mut antes de iniciar para su soberana la construcción del Esplendor de los Esplendores. Allí, albergados por el semicírculo formado por los farallones de la montaña tebana se podrían contemplar el templo funerario del gran rey Neb-Hepet-Ra Montu-Hotep, de la dinastía XI, con su pasadizo con cripta situado delante del edificio-santuario propiamente dicho y, algo a su izquierda, en el lugar que luego ocuparía la primera terraza del de Hatshespsut, el modesto templo funerario construido con adobe para Dyeser-Ka-Ra Amen-Hotep I, el segundo soberano de la dinastía XVIII.


Probablemente por razones políticas, Sen-en-Mut decidió elegir aquel lugar, justo enfrente del Gran Templo del dios Amón de Karnak, al otro lado del Nilo, para albergar el templo de su Señora. Desmontaría el templo funerario de Amen-Hotep I, y así, quedarían juntos dentro del espacio físico del magnífico circo, el templo del unificador de Egipto al término de la crisis del Primer Periodo Intermedio, y el de la reina y sus antepasados, con una especialísima presencia del dios Amón en su interior, padre carnal de Hatshepsut y protector de la realeza ejercida por la mujer-faraón.
¿Y él?. ¿Por qué no construirse para sí mismo una capilla con la que estar en contacto permanente con el área sagrada, lugar exclusivamente destinado a dar culto a los dioses y a sus hijos terrenales, los reyes de Egipto?.


De todas las observaciones realizadas y de los trabajos llevados a cabo se impuso que, además de las tareas de excavación y limpieza del interior de la TT 353, en las campañas siguientes habría que abordar el detallado estudio topográfico del área y la realización de precisas labores técnicas tendentes a determinar con exactitud la ubicación, orientación y dimensiones del monumento.


También se revelaron como tareas imprescindibles la exploración con toma de dimensiones y orientaciones de monumentos circundantes relacionados con la TT 353, principalmente la TT 71 y ciertas partes del interior del Templo de Hatshepsut.

Las dudas se convierten en certezas

Así las cosas, durante la campaña del año 2004 se llevaron a cabo los trabajos acordados por el equipo. Comprobadas las dimensiones de la entrada al monumento arrojaban entre 0,755 m. y 0,990 m. de anchura en los escalones exteriores a la entrada y en el hueco de acceso, propiamente dicho. El sarcófago poseía una anchura de 0,880 m. lo que hacía prácticamente imposible su acceso al interior del pasadizo, en el estado de excavación del mismo.

Mayores dificultades se planteaban en el interior del monumento. El pasadizo en su entrada a la cámara ‘A’ dio una dimensión de 0,650 m.; en el acceso a la segunda, la ‘B’, 0,675 m. y 0,800 m. para la tercera, la cámara ‘C’.


De esta manera se imponía descartar absolutamente la utilidad pura y exclusivamente funeraria de la TT 353. Nunca se pensó albergar el sarcófago de Sen-en-Mut en el interior del monumento.


La comprobación de la orientación del eje longitudinal del hipogeo arrojó nueva luz sobre nuestras investigaciones. Estableciendo como elemento principal de la primera cámara la estela de falsa puerta existente en el muro oeste, se observó y comprobó, con la alegría y alborozo propios de un importante descubrimiento que los dos ojos existentes en la parte superior de estela se encontraban perfectamente alineados con otros dos ojos, rodeados en sendos óvalos que se pueden ver esculpidos en la mitad norte de la fachada exterior de capilla de la diosa Hat-Hor, en el interior del recinto del templo. ¡Apenas una inapreciable desviación norte de 26,50 cms. separa el centro del par de ojos esculpidos en la pared de TT 353 y los existentes en el muro de la capilla de la diosa Hat-Hor, distantes entre sí 238 m.!. Esta línea continua por enmedio de otros dos ojos existentes en el segundo muro interior de la capilla de la diosa Hat-Hor.


Esta averiguación obligó a plantear la hipótesis de que la primera cámara del hipogeo estaba ‘conectada en su orientación’ con la capilla de Hat-Hor. Pero, y dentro de ese edificio sagrado, ¿adónde nos conducía la línea ideal que habíamos localizado?. Pues bien, se comprobó por los arquitectos del equipo con los instrumentos técnicos adecuados que dicha línea pasa exactamente por el lugar donde se muestra una efigie arrodillada de Sen-en-Mut, esculpida y, prácticamente escondida a la vista profana, en el muro de unas de las pequeñas capillas del interior del santuario.

Al propio tiempo, procediendo al examen epigráfico de la cámara ‘A’, en una primera lectura de los jeroglíficos allí inscritos se pudo comprobar que, en el muro sur, se habían incluido las invocaciones nº 220 a 222 de los Textos de las Pirámides.

Esto significaba que Sen-en-Mut se había procurado para su uso personal fórmulas cuyo contenido había estado tradicionalmente destinado a ser incluido en los muros de las salas del sarcófago existentes dentro de las pirámides construidas para los reyes del Imperio Antiguo.


Las invocaciones hablan de la capacidad que tiene el sujeto a cuyo nombre están inscritas para convertirse en el dueño de la Corona Roja, símbolo de la realeza del Bajo Egipto. En la mentalidad egipcia esto equivalía a la verdadera posibilidad de controlar el poder que se suponía que dicha corona otorgaba al rey.


La presencia de los nombres de Sen-en-Mut alineados en igual tamaño con los de sus padres y los de la propia reina-faraón Hatshepsut ofreció otra evidencia a propósito de la anomalía protocolaria y funcional que se recoge en la decoración del hipogeo. Un simple cortesano no podría incluir sus nombres al mismo tamaño que los de su reina que, al fin y al cabo, eran los de un ser de naturaleza divina, sin una razón de peso. Por otra parte, este tipo de inscripción era extraña a las utilizadas normalmente en las capillas funerarias de particulares.


Aún quedaba algo por comprobar. A todo el equipo le llamó la atención el hecho de que en el templo de la dinastía XI situado junto al de Hatshepsut existiera una galería excavada bajo el patio, en dirección al corazón del templo, con una longitud de 110 m.


Fue descubierta por Howard Carter en 1907 y, al final de la misma, se hallaba una cámara con el techo abovedado, (como el de la tercera cámara de la TT 353). En el interior de dicha cámara se descubrió una magnífica estatua del rey Neb-Hepet-Ra Montu-Hotep, (hoy exhibida en el Museo Egipcio de El Cairo), cubierta por un lienzo, ataviada con el vestido blanco de Jubileo real, y tocada con la Corona Roja, símbolo de la realeza del Bajo Egipto.


Rápidamente se impuso la necesidad de comprobar los datos de las mediciones y orientaciones de este otro hipogeo, construido para un rey que había derrotado a los monarcas heracleopolitanos, destruyendo la capital del Bajo Egipto y apoderándose por derecho de conquista de la Corona Roja, con lo que reunió en su persona la condición antigua de rey del Alto y del Bajo Egipto.

Tal monumento estaba claramente destinado a perpetuar el derecho de posesión y propiedad de la Corona Roja a favor del rey que, con su conquista guerrera había dado los primeros pasos para conseguir la reunificación de las Dos Tierras, después de la caída del Imperio Antiguo.

¿Quizás pretendió Sen-en-Mut emular de algún modo a aquel antiguo rey?.


Todas estas observaciones han abierto el camino para tratar de desentrañar la verdadera naturaleza del hipogeo TT 353 en el que sigue trabajando el equipo del IEAE de Madrid.


Hoy, nos encontramos en situación de poder afirmar que el templo de la reina Hatshepsut en Deir El Bahari tenía una dependencia oculta, pero que formaba parte ritual del mismo, excavada por orden y para el servicio religioso del Mayordomo de Amón, Sen-en-Mut.

Dicha dependencia es el hipogeo numerado como TT 353, y que, en consecuencia, el mismo no es la segunda tumba de Sen-en-Mut, puesto que solo tuvo una que conozcamos hasta el momento, y esta es la TT 71.

La campaña del año 2007, en el desarrollo de los trabajos del Proyecto Sen-en-Mut, que se iniciará en el próximo mes de octubre permitirá continuar las investigaciones científicas que concluyan tan apasionante investigación.

Francisco Martín Valentín
Director del Proyecto Sen-en-Mut


Más conocimiento sobre el tema se encontrará en:

http://www.institutoestudiosantiguoegipto.com/senenmut/es/presentacion.shtml

Bedman, T. y Martín Valentín, F. Sen-en-Mut. El hombre que pudo ser rey de Egipto. Ed. Oberon, Madrid, 2004.
Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman
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Editado por
Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman
Francisco  J. Martín Valentín y Teresa Bedman
Francisco J. Martín Valentín es egiptólogo. Director del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto. Director de la Misión Arqueológica Española en Asasif, (Luxor Occidental Egipto), desarrollando actualmente el “Proyecto Visir Amen-Hotep. TA 28". Director de la Cátedra de Egiptología ‘José Ramón Mélida’. Teresa Bedman es egiptóloga. Gerente del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto. Co-directora de la Misión Arqueológica Española en Asasif, (Luxor Occidental Egipto), desarrollando actualmente el “Proyecto Visir Amen-Hotep. TA 28”. Secretaria de la Cátedra de Egiptología ‘José Ramón Mélida’.





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