EMPRESA Y SOCIEDAD: Francisco Abad
Blog de T21 sobre Empresa&Sociedad

Hay formas diferentes a las tradicionales de ver el envejecimiento. Quizá empezando por llamarlo de otra forma y relacionándolo con la gestión de la edad o la vida saludable. Sinceramente, creo que dentro de veinte años seré diferente a los que ahora tienen veinte años más que yo y viviré en un mundo mejor que el suyo de ahora.


Envejecer a todo color
Tras el artículo del pasado 1 de diciembre en El País de Miguel Angel García Vega, titulado Las canas revolucionan la economía , he asistido en primera persona a unas cuantas situaciones revolucionarias. Se empieza a poner encima de la mesa de la sociedad la verdad incómoda del envejecimiento, que todos conocemos pero que no afrontan como se merece los responsables políticos, los empresariales ni la sociedad civil. Será porque tampoco lo hacemos a nivel personal,  inmersos en un día que nos tiene colapsados y no nos permite ver la inminente quiebra del modelo de bienestar que nos conducirá a unas pensiones públicas que serán la mitad de las actuales en apenas una década si no lo cambiamos.
 
El detonante del artículo y del posterior debate han sido las proyecciones de la población 2013-2023 en España , presentadas por los expertos en demografía del INE unos días antes. Aunque apenas aportaban novedades respecto a las que hacen cada año por estas fechas, uno de sus titulares ha llamado mucho la atención a la opinión pública: el número de defunciones superará por primera vez al de nacimientos a partir de 2017. Algo que ya sabíamos, año arriba o año abajo. Porque la generación de mi hija pequeña, símbolo cuantitativo de nuestro baby-crash, es casi la mitad que la mía, en pleno baby-boom de nuestros padres, años en los que era un honor ser familia numerosa de las de antes.
 
Un debate radiofónico de esta mañana empezaba con el tono gris de varios tertulianos de perfil supuestamente científico, que alarmaban con el escenario de una sociedad envejecida y dependiente, sin pensiones, en manos del sector bancario y donde longevidad equivalía a enfermedad y a más gasto sanitario medido en puntos porcentuales del PIB. Por suerte había un verso suelto que defendía la mayor esperanza de vida como un logro de la humanidad, la importancia de que los años tengan más vida frente a que la vida tenga más años y la tendencia de siempre a vivir mejor, considerando ciclos largos. Al margen del PIB, que no recoge la vida real de la población ya que lo más importante de nuestra vida personal y comunitaria no se cuantifica, como el inmenso mundo de los cuidados que nos está permitiendo aguantar el fuerte chaparrón de estos años que nada tiene que ver con el decrecimiento oficial del 1 o el 2%. Porque es indudable que preferimos vivir en el siglo XXI que haberlo hecho en el X, por no discutir sobre el XX. Y presentaba el cambio demográfico como un reto para evolucionar, replanteándonos las calves vitales e innovar, por ejemplo generando productos y servicios básicos y universales de bajo coste, no como una amenaza por decrepitud generalizada en la que las rentas decrecientes apenas nos darán para sobrevivir. Puro aire fresco, que transformó el tono del programa, como ocurre siempre que nos situamos en clave de futuro y como ocurrió también entre los participantes en el programa y, supongo, entre oyentes como yo mismo.
 
Algo parecido viví la semana pasada en un foro de organizaciones sociales especializadas en atender a personas mayores en sus residencias y centros, no solo asistenciales. Debatían sobre su estrategia en el ámbito de los servicios y la dependencia, con un punto de partida poco halagüeño. Considerando varios estudios sobre el llamado tercer sector, el inicio del coloquio era del mismo color que el de los mencionados contertulios radiofónicos. Sobre todo por la sensación generalizada de que entre 2011 y 2013 el sector habrá perdido un tercio de su financiación, según una encuesta a sus directivos más cualificados. Pero las implicaciones de todo ello ya arrojaban algún hilo de esperanza. Empezaba a aparecer algo de color, ya que los asistentes coincidían en que las entidades sociales se habían convertido en más flexibles, más dependientes de los ciudadanos e independientes de los políticos, más enfocadas a lo prioritario y más colaborativas entre sí y con la sociedad civil, un cómplice imprescindible. Pero el cambio de frecuencia se produjo al abordar la situación concreta de las especializadas en las personas mayores.
 
Para la inmensa mayoría de nosotros la opinión predominante es que el envejecimiento es también una verdad incómoda, una realidad morbosa y postergable que le ocurre solo a los demás, porque somos los que mejor estamos de nuestros compañeros de clase en el colegio. Las grandes empresas tampoco le prestan mucha atención, porque su día a día no les permite muchas luces largas y porque les parece un tema más relacionado con el sistema público de bienestar y pensiones que con ellas. Pues justo por eso los participantes atisbaban un campo de oportunidad, de grandes desafíos en lo personal, en lo empresarial y en lo institucional, tanto desde lo racional de los datos como de lo emocional y las ilusiones. Así lo reflejaron al introducir los cimientos de su estrategia, porque la base ideológica de cualquier organización es un sueño compartido, en este caso un sueño vocacional porque se trataba de entidades de carácter no lucrativo. La línea no es mantener los modelos actuales ni hacer más con menos, sino hacer cosas diferentes de manera distinta para alcanzar otros objetivos, decían. Con un plan operativo que permita lidiar con las dificultades cotidianas, pero también con un alma que emocione, inspire y permita dibujar un futuro ilusionante que contemple tendencias como la complicidad ciudadana, el trabajo colaborativo, las alianzas estratégicas, el cambio tecnológico, los emprendedores que permitan mejorar productos y servicios disminuyendo el coste o impulsar el debate público. Porque la sociedad parece que nos quita la voz según cumplimos años, pero esta tendencia a la difuminación no es sostenible si aumenta tanto el número de las personas de cierta edad. Sobre todo porque creo que a nosotros, a los que ahora disfrutamos del ecuador de nuestra vida, no creo que nadie nos silencie en un par de décadas. Ni en tres. Ahí está el reto, que no es solo intelectual. Y que requiere ir creando opciones, participar en iniciativas ciudadanas y tomar posiciones activamente.

El concepto de ciudad inteligente significa tanto que puede no significar nada. Por eso, si yo fuera alcalde pediría ayuda a mi equipo de gobierno para saber si mi ciudad debe posicionarse en el movimiento de las ciudades inteligentes, en el de las accesibles o en el de las amigables. Porque hay interesantes grupos formales de trabajo bajo cada uno de los adjetivos anteriores, todos ellos llamando a la puerta de todos los ayuntamientos para crecer en toda la geografía nacional.


Alcalde inteligente, ciudad inteligente
En primer lugar me intentaría documentar y vería que el diseño de la ciudad del futuro está hoy principalmente en manos de redes de ciudades en las que trabajan las grandes empresas, políticos y técnicos en el marco de las smart cities. Se trata de foros en los que prima la gestión de recursos de forma que se puedan concebir servicios innovadores, eficaces, eficientes y sostenibles de la mano de la tecnología. O sea, una especie de gestión electrónica de las ciudades para optimizar el alumbrado, el riego, el tráfico, el transporte, los trámites administrativos o los datos públicos. Foros en los que los municipios que los integran colaboran compartiendo conocimiento y experiencia para generar sinergias y economías de escala con los recursos de todos. Ya era hora. En los que se habla de aplicaciones para teléfonos móviles y tabletas que permitirán, por ejemplo, consultar el estado del tráfico, la disponibilidad de plazas de aparcamiento, el grado de contaminación o el tiempo que tardará en llegar el próximo transporte público. Es decir, foros sobre ciudades digitales.
 
Vería que una de las asignaturas pendientes para muchos de los miembros de dichos foros (no para todos, gracias a Dios) es la duda sobre si el ciudadano sabrá utilizarlos. ¿Habrá ciudadanos digitales para optimizar su vida en la ciudad digital? ¿Habrá que formarlos para que sean usuarios avanzados o simplemente intentar evitar la temida brecha digital? ¿Para que lo vean tan atractivo que no solo lo usen sino que lo paguen (porque los fondos siempre salen de sus bolsillos)? ¿O da igual, porque son contribuyentes en cualquier caso, y las alianzas públicos-privadas impondrán tasas obligatorias y se repartirán después los ingresos?
 
Es posible que a continuación descubriera que hay iniciativas de otro tipo, más cercanas al hardware que al software de la ciudad, en torno a la accesibilidad y la movilidad. Menos numerosas y con menos participantes. Y, en tercer lugar, las que parecen hoy el patito feo del sistema: las ciudades amigables, entre las que destaca el de las ciudades amigables con los mayores que promueve la OMS a nivel mundial y nuestro querido CEAPAT-IMSERSO en España. Una amigabilidad que suena a más humana que las anteriores.
 
A continuación quizá optaría por la mejor forma de situar a mi Ayuntamiento, si como digital, accesible o amigable con todos los votantes y sus hijos. Incluyendo todo tipo de combinaciones. Y ¡problema resuelto!
 
Pero si cambiara las luces de posición por las largas, me daría cuenta de que el análisis es pobre, incompleto e incluso antiguo. Porque lo que procede en los nuevos tiempos que corren es salir de la burbuja político-empresarial y acercarse a los ciudadanos con más frecuencia, no sólo cada cuatro años. Es una de las cosas que se deduce de los últimos barómetros del Centro de Investigaciones Sociológicas, que reflejan unas preocupaciones de la gente que deberían preocupar a un alcalde joven, con visión y carrera por delante, como yo.
 
Es decir, tras un primer análisis institucional tocaría averiguar qué piensan los ciudadanos. No los japoneses, los coreanos ni los de Silicon Valley, sino nosotros, que no somos tan raros. Sobre todo los que intentamos no ser solo habitantes, sino que tenemos conciencia cívica, de lo común, de la sociedad y la comunidad, y la ejercemos porque no sólo como hombres buenos votando al final de cada periodo electoral y obedientes administrados y contribuyentes el resto del tiempo. Pues resulta que hay contenidos sobre este capítulo en los laboratorios ciudadanos que están inaugurando las grandes urbes y en las redes sociales más relacionadas con la economía colaborativa y la participación. Contenidos que se pueden resumir en que su opción es por una ciudad más humana frente a la sobre todo digital pretendida por los gurús.
 
No soy alcalde (todavía) y la juventud es un agradable recuerdo, pero apuesto por las personas comprometidas. Por eso he explorado las redes sociales y dos foros electrónicos de opinión y participación que empiezan a ser de referencia. Ahí el discurso es otro.
 
Para los más implicados resulta que ciudad inteligente equivale a accesible, respetuosa con el medio ambiente, con un transporte integrado y un reducido consumo energético. Con unos mejores servicios públicos y una comunicación e información fáciles, sobre todo para los mayores y las personas con discapacidad. Es decir, con un entorno más amigable, sostenible y humano.
 
Aunque coinciden en que el cambio estará generado sobre todo por la tecnología, manifiestan que también afectarán las nuevas formas de trabajar y –cómo no- los intereses empresariales. Y dicen explícitamente que se debería tener mucho más en cuenta la opinión de las personas que la de las empresas y los políticos, que son quienes ahora lideran sin conceder la misma autoridad a otras opiniones, entre ellas las de los que acabarán pagando la fiesta. Además, presentan propuestas muy diversas en diversos ámbitos para conseguir unos mejores entornos comunes.
 
Son conscientes de que la ciudadanía participa y opina poco, pero proponen realizar una pedagogía básica sobre el concepto de espacio inteligente como punto de partida para poder contar con los usuarios desde el principio y fomentar su participación activa.
 
Después de esta doble aproximación, se puede concluir que la virtud puede ser una combinación de todo lo anterior. Las personas reclaman un mayor protagonismo en la generación de ideas y en la toma de decisiones que ahora están casi exclusivamente en el terreno de las grandes empresas y los responsables políticos. Ya hay formas de colaborar, desde las formalmente establecidas para facilitar la participación pública abierta y continua hasta las asociaciones de mayores o de personas con discapacidad o los laboratorios ciudadanos. Estos grupos suelen ser parte del equipo de trabajo de las iniciativas relacionadas con la accesibilidad, la movilidad o las ciudades amigables con los mayores, pero no tanto en las vinculadas a las smartcities.
 
Contar más con las personas ayudaría a acercar los conceptos de ciudad digital y ciudad humana, en línea con una de las megatendencias sociales. Me refiero a la ciudadanía colaborativa y participativa directa, llamada a desarrollarse como factor de enriquecimiento del actual sistema de lo público, lo privado y el tercer sector. Se trata de pasar de la colaboración bípeda público-privada a la más estable público-privada-ciudadana, en la que las personas tengan un protagonismo directo (no indirecto) sobre el futuro del entorno del que son vecinos. Aunque los nuevos teléfonos tabletas se inventaran de otra forma, pero eso es otro territorio.

Más información, en el Foro Empresa y Sociedad

(Colaboración para el número de otoño de la revista Madurez Activa) 

Me resisto a caer en el tópico de que la actual burbuja emprendedora se limite a lo que nos transmiten los programas de las principales empresas. ¿Nadie está pensando en reinventar productos, servicios y actividades que hoy consideramos tradicionales?


¿Ningún emprendedor va a crear un banco?
Había una vez un emprendedor que quería inspirar un nuevo sistema financiero. Para generar un ecosistema diferente, incorporando las lecciones aprendidas en España durante estos años.
 
Sus encorbatados asesores le recomendaron consultar con expertos en responsabilidad social, pero les pidió que consultaran ellos y que le contaran. Las imaginables conclusiones incluían que había que impulsar un nuevo cumplimiento de los estándares de la industria de la sostenibilidad, entre ellos los códigos de buen gobierno, los derechos humanos, los cambios en la regulación financiera, la lucha contra el fraude y la corrupción, los fondos éticos, la igualdad y no discriminación por género, raza o religión o el efecto multiplicador de considerar criterios medioambientales en sus inversiones crediticias. Sin olvidar la acción social, la fundación bancaria ni la vinculación con alguna de las más prestigiosas escuela de negocios. A través de anuarios, estadísticas, artículos y boletines. Todo ello unido a un plan de comunicación con el mismo presupuesto que el total de las actividades directas para que todo se conociera bien entre el gran público, que al final es quien paga la fiesta.
 
Mientras tanto, el emprendedor prefirió consultar en fuentes más ciudadanas que financieras y hablar con visionarios del futuro más que con sus consultores tradicionales, con el mundo de las ideas más que con el de los procedimientos, con el de la intuición más que con el del análisis.
 
Aparecieron temas de otro tipo. En primer lugar, sobre el servicio al cliente. Para no repetir situaciones como la de las preferentes, las cláusulas y prácticas abusivas a quienes no las entienden ni saben cómo defenderse, los fondos de pensiones con comisiones estratosféricas considerando su coste, volumen y rentabilidad, o las hipotecas inversas en condiciones incalificables. Contemplando una banca alternativa que incorporara un ángulo social con no menos peso que el medioambiental, o una banca comercial más cercana a las personas, con modelos colaborativos como los que están surgiendo en comunidades que se organizan para prestarse entre sí o para financiar ideas que les parecen interesantes a través del crowdsourcing, integrando monedas virtuales y bancos de tiempo como una parte complementaria a las actividad bancaria tradicional. En segundo lugar, un grupo de ideas relacionadas con la longevidad, porque parece que viviremos más años y con menos renta personal. Desde la planificación y el ahorro a largo plazo a costes razonables para el ahorrador, hasta los nuevos servicios para los mayores, universales y de bajo coste gracias a la tecnología, o la incorporación de la gestión de las plantillas considerando su edad, la gran ignorada en España de las políticas de igualdad. En tercero, un tema sobre el que todo el sector pasa de puntillas a pesar de su efecto multiplicador en la evasión de recursos públicos del sistema empresarial, no sólo del bancario. ¿Adivinan cuál es? Efectivamente, se trataría de dejar de operar en paraísos fiscales ni para sí mismos ni para sus clientes de banca privada y grupos internacionales. El cuarto tendría relación con la retribución de los altos ejecutivos, estéticamente sorprendente si se considera que una parte procede de prácticas inapropiadas como las que hemos conocido en muchas de las antiguas cajas de ahorros. Y el quinto es de puro sentido común, de pura inteligencia económica de cualquier actividad: buscar la inspiración en expertos en tendencias de futuro, con un peso especial de los no muy cercanos a la actividad financiera ni al análisis macroeconómico, suficientemente conocidos por los bancarios y cuya visión anticipada de lo que se nos avecina ha demostrado estar menos desarrollada que la interpretación a posteriori de lo ocurrido, sobre la que tampoco hay demasiadas coincidencias. En cuanto a la comunicación, se trataría de trabajar en contenidos y formas de comunicarlos que consideren los nuevos hábitos de los usuarios, más ajustados la demanda de conocer y aprender cuándo y como quieran a través de sistemas participativos multiplataforma y multidispositivo, sin que el banco deje de efectuar un seguimiento de la trazabilidad de los contenidos para mejorarlos continuamente. Con más peso de fórmulas audiovisuales gestionables intuitivamente por usuarios cada vez más duchos en el uso de tabletas y smartphones. Y con la ventaja de que, además, la inversión la hacen ellos no el banco.
 
No soy capaz de pronosticar el camino finalmente elegido por el emprendedor ni sobre la reacción del sistema. Sobre todo porque sería un pronóstico de alguien que no cree en los pronósticos. Especialmente si son de largo alcance. Pero le ayudaría con todas mis fuerzas si eligiera la opción más divertida.

¿Cuáles son tus prioridades cuando acabe tu etapa laboral? ¿Es verdad que "tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor"?


Quiero ser como tú
 Ya lo dijo Loui, el rey mono, la marchosa canción del Libro de la Selva de Walt Disney para niños y no tan niños: en Quiero ser como tú . En este caso, mi aspiración es, además de parecerme a Mowgli un poco, algo que parece más aburrido pero que al pensarlo un poco me ha resultado inspirador: ser como la persona que retrata el Foro Empresa y Sociedad en un reciente informe sobre la participación de los mayores en una sociedad para todas las edades.
 
Una persona que considera que lo más importante cuando se acabe su vida laboral es la salud, por lo que vive una vida sana que incluye de alimentación y ejercicio físico. Después, no ser una persona dependiente. Pero entendiendo por dependencia no solo la pérdida de autonomía a nivel individual sino también dejar de ser activa y útil para la sociedad. A continuación, familia y amigos. Un poco menos le preocupa la pensión y su situación económica, a pesar de que todos sabemos cuál la situación actual y que en algún momento las pensiones se reducirán a la mitad si mantenemos el actual sistema de reparto. Y también menciona la espiritualidad, una espiritualidad no exclusivamente vinculada a religiones, para sorpresa de todos los que creen que está en declive. Seguro que es un punto que explicará muy bien una de las autoras de nuestro próximo libro, Dentro de Quince Años, que se presenta como teóloga laica ecofeminista.
 
Una persona que cree que para que se tenga cada vez más en cuenta la opinión y participación de las personas mayores, quienes deben tomar la iniciativa son los responsables políticos, en línea con la todavía tradición de que las instancias públicas lo resuelvan todo. Con esto me identifico menos pero lo entiendo, dado el poder que acumulan. Sin embargo me resulta esperanzador que aparezca en segunda posición la iniciativa individual de cada persona. Por delante de las organizaciones de mayores, los medios de comunicación y la sociedad civil organizada.
 
Una persona que opina que las actuaciones más interesantes para favorecer la participación de las personas mayores son el acceso universal a la sanidad, denunciar activamente cualquier discriminación por edad y romper tópicos negativos sobre el envejecimiento. Pero no se olvida de la importancia de la formación permanente a todas las edades ni de la de adaptar las condiciones de trabajo a la edad. Por cierto, mi opinión personal es que a ver si alguna empresa empieza a ponerlo en práctica, al menos de las que se autodenominan líderes en RSC, aunque sea un contenido que trasciende la RSC y aunque en el párrafo anterior dice que las empresas tienen poca importancia para favorecer un papel más activo de los mayores. Será porque no quieren clientes en el último tercio de la vida de sus clientes, ni siquiera las dedicadas al gran consumo.
 
Una persona que, además de opinar, presenta propuestas para que mejore la participación de las personas mayores en la sociedad. De todo tipo. Algunas tan simpáticas como articular una gran campaña publicitaria con sentido del humor bajo un lema como “Algún día tú también serás mayor” o enseñar Mundología, una asignatura cuyo profesorado fueran mayores con sabiduría, experiencia y criterio singulares. Otras más serias, como asumir que la longevidad nos afecta a todos, por lo que es bueno preparar nuestro envejecimiento a lo largo de toda la vida. O cuantificar los efectos de la valiosa e ingente actividad de los mayores, ignorada porque no se refleja en el PIB. Planteando en medios de comunicación la longevidad y el envejecimiento en clave de oportunidad, rompiendo tópicos negativos sobre la edad e incluyendo casos reales inspiradores de cambios. Con ideas como incluir líderes de todas las edades en todas las iniciativas relevantes para la sociedad, especialmente en las estructuras de toma de decisiones, o crear Consejos de Edad consultivos en instancias políticas, administraciones públicas, empresas y organizaciones sociales. Sin olvidar la importancia de la educación: incorporar contenidos sobre envejecimiento activo y solidaridad intergeneracional en el sistema educativo así como la edad como un ángulo más de la diversidad en las empresas y organizaciones, flexibilizando funciones, tareas y responsabilidades a lo largo de la vida. No podía faltar la mención a los emprendedores, ya que también propone vincular más directamente emprendimiento con edad, tanto para que haya más emprendedores mayores como para que los mayores apoyen a los emprendedores más jóvenes.
 
Este es el perfil que reflejan los resultados de una encuesta en la que han participado 839 miembros del Foro Empresa y Sociedad (repito, 839). Un grupo creciente, abierto y variado, principal pero no exclusivamente del ámbito empresarial y de mayores de 45 años, unidos porque comparten inquietudes sociales y compromiso por mejorar la realidad de quienes más lo necesitan y quieren compartir su criterio. Personas interesadas por aportar temas de debate a la sociedad sobre temas que afectan a “lo común”, en un momento en que las ideas son especialmente necesarias.
 
En la canción el rey mono dice que quiere ser hombre, gozar de la ciudad y dominar el rojo fuego. Hasta ahí, bueno. Pero también dice que es para tener poder, ya que le hace sufrir que, como mono, ya no va a llegar más alto. Esto ya no me convence tanto. Me ilusiona más formar parte de esa creciente mayoría, todavía silenciosa por educada, de los que apostamos por la importancia creciente de la participación ciudadana directa (no sólo la organizada) en la vida comunitaria. Que no es ni el sector privado, ni el público ni el tercer sector. Sino esa otra dimensión que concentra lo mejor de nuestra vida, aunque tenga alguna conexión con las anteriores.
 
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Editado por
Francisco Abad
Eduardo Martínez de la Fe
Coautor del libro "Dentro de 15 años", impulsor de cambios considerando megatendencias sociales (envejecimiento, comunicación hipermedia, emprendedores) y consejero independiente de empresas (www.abest.es). Fundador de la Fundación Empresa y Sociedad. @FranciscoAbadJ


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