ESPAÑA SIGLO XX: Santos Juliá
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Nacido en Granada, de donde son sus primeros recuerdos: un carmen, un jardín, una tapia, Francisco Ayala emigró, muy joven todavía, con su familia a Madrid, donde cursó la carrera de Derecho y devoró a los autores españoles que aún no habían entrado en su casa granadina. Un paraiso, lo ha llamado en sus recuerdos. Y eso era Madrid, como un paraiso, cuando tres generaciones de intelectuales, coincidiendo en una urbe de dimensiones familiares, protagonizaron un momento cultural que sorprende todavía hoy por su creatividad, la diversidad de sus campos y la riqueza de sus producciones. En los años diez y veinte, Madrid se llenó de científicos, médicos, investigadores, arquitectos, ingenieros, filósofos, novelistas, poetas, músicos, pintores. Madrid hierve, recordaba José Moreno Villa en el exilio, "mis amigos quieren superarse. Todos, todo un enjambre. Hay un rumor renacentista que los mantiene en vilo. ¡Qué maravilla! Durante veinte años he sentido ese ritmo emulatorio y he dicho: así vale la pena vivir".

Por ese enjambre comenzó a moverse muy pronto el joven Francisco Ayala, que entra en La Granja El Henar, va a Pombo, frecuenta Revista de Occidente y la redacción de El Sol. Como tantos lectores ávidos, será enseguida un escritor precoz: cuando aun no ha cumplido 20 años, tiene ya en los escaparates su primera novela, Tragicomedia de un hombre sin espíritu. Madrid era una ciudad, más que abierta, incitante; quien tuviera algo que decir podía estar seguro de encontrar un camino hasta el público. Ayala no tardó en encontrarlo: en 1930, había terminado sus estudios de derecho y ganado merecida reputación de escritor. Lo más apropiado habría sido presentarse a alguna oposición que le permitiera seguir el curso de un literato seguro de su estilo e integrado en el cogollo de la producción cultural madrileña. Pero precisamente en este momento se siente impulsado a cumplir una exigencia de aquella generación lectora de clásicos. Feliz y seguro en su paraiso, decide salir a Alemania, un "rito de iniciación" del que dejó espléndida huella en su último relato vanguardista, Erika ante el invierno, presagio de las tormentas que se cernían sobre Europa.

A los pocos meses de su regreso de Berlín, se proclama en España la República, y Ayala abre un paréntesis en su creación literaria para trabajar en la cátedra de Adolfo Posada. Gana dos oposiciones en tres años: letrado de las Cortes y catedrático de Derecho Político; publica su primer estudio jurídico-político y traduce y presenta al público español, en un lenguaje que conserva hoy toda su vigencia, Teoría de la Constitución, de Carl Schmitt. Parece definitivamente orientado hacia la ciencia política, pero su cercanía a Posada le lleva a descubrir la sociología, pariente pobre de la extraordinaria eclosión cultural del primer tercio de siglo. Con otros tres colegas de Universidad, Enrique Gómez Arboleya, Luis Recaséns Siches y José Medina Echavarría, se contará entre los padres fundadores de la nueva disciplina en España.

Nunca hombre de partido, aunque se afiliara al dirigido por Manuel Azaña, Ayala mantuvo siempre su lealtad a la República, a la que sirvió durante la guerra civil, junto a Luis Jiménez de Asúa, desde la embajada en Praga. Allí pudo percibir la dimensión internacional de la guerra que desgarraba a España y la indiferencia de las potencias democráticas hacia esta excéntrica nación. El problema de España se le habría de representar entonces de forma mucho más acuciante: la misma guerra demostraba que España ocupaba una situación marginal en el conjunto de la cultura moderna. Ese descubrimiento fue como una nueva luz que proyectará sobre "el problema que desde la Contrarreforma hubo de amargar a tantos españoles". Más cerca de Américo Castro que de Claudio Sánchez Albornoz, Ayala percibió que el esencialismo romántico, que Castro había expulsado por la puerta al afirmar que la nación no es la concreción de ninguna esencia, se le había vuelto a colar por la ventana con su concepto esencialista de morada vital.

Tachada por Sánchez Albornoz su intervención en la célebre polémica poco menos que como un documento de la Anti-España, tampoco Castro se mostró complaciente: molestaba a los dos grandes historiadores que un tercero en discordia, veintitantos años más joven que ellos, viniera desde la sociología a enmendarles la plana. Pero en esa disputa sobre el ser de España, era Ayala quien llevaba razón. Si una nación se define como una esencia intemporal –escribió- sólo caben dos actitudes: de aceptación, entusiasta o resignada; o de hostilidad dirigida a su exterminio. Y entonces, afirmaba, ya estamos otra vez en la lucha de España contra Anti-España, que era precisamente lo que se trataba de evitar. Desde su exilio, fue un adelantado en el análisis sociológico de la nación como una construcción histórica, temporal, desvinculando su significado de cualquier conexión con una esencia, un alma, un carácter, una identidad, un espíritu. Demasiado había sufrido en su propia vida y en su familia los estragos causados por el espíritu nacional y por la exaltación de la identidad colectiva como para sucumbir de nuevo a sus encantos.

Liberal en los oscuros tiempos de ascenso de los totalitarismos y humanista en tiempos de especialización, Francisco Ayala, escritor de inolvidables relatos, politólogo, autor de un Tratado de sociología, nos devuelve lo mejor de nuestra historia. La generación de españoles nacida cuando él y miles como él se vieron forzados a tomar el camino del exilio, creció en medio de aquel "silencio húmedo" bajo el que los muertos entablaron "su soterrado diálogo" del que dejó testimonio en su Elegía española. No había nada por ninguna parte, escribió en 1939, nada, sino silencio. "No había nada, nada sobre la tierra y, bajo ella, muertos infinitos yacían en confusión". Cuando los nacidos después de la guerra civil mirábamos hacia atrás, solo veíamos un gran hueco en nuestra reciente historia: los usurpadores nos incitaban a saltar hasta los Reyes Católicos y desechar todo lo demás, como desperdicio y basura liberal y extranjera. Así crecimos, cortados de nuestra historia. Luego, a trancas y barrancas, comenzamos a descubrir que venimos de un pasado no tan deleznable; que antes de la destrucción que fue la guerra civil valía la pena vivir en aquel enjambre de liberales y humanistas, entre los que encontró un sitio propio y una voz personal Francisco Ayala. Su centenaria vida nos devuelve aquella historia, nos entronca a nuestras raíces y nos permite recordar que si hoy nos enfrentamos con mirada menos metafísicamente dolorida a nuestro pasado lo debemos, en primer lugar, a que en él habitaron gentes como Francisco Ayala.

Santos Juliá
Jueves, 12 de Noviembre 2009 10:51

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Editado por
Santos Juliá
Eduardo Martínez de la Fe
Santos Juliá es catedrático del Departamento de Historia social y del pensamiento politico en la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Durante las últimas décadas ha publicado numerosos trabajos de historia política, social y cultural de España en el siglo XX: República y guerra civil, socialismo, Madrid, intelectuales, Azaña, franquismo, transición y cuestiones de historiografía han sido los principales campos de su trabajo. Premio Nacional de Historia de España 2005 por su libro Historias de las dos Españas, ha editado recientemente las Obras Completas de Manuel Azaña en siete volúmenes y ha publicado Vida y tiempo de Manuel Azaña, 1880-1940. Escribe también, desde 1994, comentarios de política española en el diario El País.



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