El agotamiento de los recursos, la agonía en la que se desenvuelven ciertas instituciones; el cansancio, el aburrimiento, la rutina que parecen acompañar muchas vidas, todos son síntomas de un modelo que se agota y al que se exprime cuando se pretende hacerlo perdurar más allá de su tiempo. Al modelo social moderno se le siente estrangulado porque ya no fluye y no responde a las nuevas necesidades de la conciencia humana.
Los hijos de la modernidad, absortos en el día a día, no se percatan de que se está al final de un ciclo: el síntoma de esto que afirmamos es ese deterioro progresivo de los principios que cimentaron el pensamiento modernista, las formas de producción en que se concretó, las instituciones que lo defendieron. En definitiva, el modelo económico, político y cultural que lo nutrió agoniza en sus contradicciones, por el afán que se tiene en conservarlo, a pesar de que la experiencia y las vivencias que se construyeron a partir de él ya han originado realidades nuevas.
Ese conservadurismo hoy se llama egoísmo, deseos de control, ansias de poder, acaparamiento de las riquezas, concentración de las fuentes de producción: la otra cara de la modernidad.
Todo eso genera, en buena parte de la población, sentimientos de desesperanza y de falta de fe en la bondad humana, al ponerse en evidencia el lado más tenebroso de la capacidad creadora de la sociedad de hoy:
- Se maltrata y hasta se mata en nombre y en defensa de la civilización
- Se impide la diversidad de opiniones, en defensa de la democracia
- Se usa el desarrollo científico y tecnológico para ejercer presión política y no para acabar con el hambre, la enfermedad y la pobreza que debieran ser los objetivos fundamentales de tanto esfuerzo
- Se intensifica la producción de recursos naturales, en la hipertrofia de acumularlos en los “silos” de los mercados especulativos, mientras hay escasez en las miserables despensas de las tres cuartas parte de la humanidad
- Se prevé, con exactitud científica, las reacciones de los mercados internacionales y de sus bolsas, a corto, medio y largo alcance, y no se asegura en el presente la producción de recursos suficientes para cubrir las necesidades de todos los habitantes de este planeta
- Se estimula el ahorro de energía, el ahorro monetario, las pensiones para la vejez, las pólizas de seguro, todo en nombre de un supuesto futuro sin problemas.
- No se persigue que el suelo que cultivamos siga teniendo sus nutrientes, las aguas que bebemos sean suficientes y potables, los mares que surcamos mantengan la vida animal y vegetal de la que dependemos, la atmósfera que nos envuelve siga siendo una capa protectora con un oxígeno respirable para llenar de vida nuestros pulmones. ¡Eso sí sería prever ese futuro.
El resultado es la apropiación de las instituciones económicas, políticas, científicas, culturales, religiosas por parte de lo que se empeña en sobrevivir, aunque ya no tenga razón que lo justifique. Así se lucha por la propiedad de los recursos naturales y se hace la guerra por aquellos estratégicos para el viejo modelo.
Porque este interés por acaparar no encierra ninguna razón sublime, aunque se argumente con palabras llenas de justificaciones. No se pretende una mejor administración, un más justo reparto de oportunidades, lo que se persigue es acaparar privilegios, sin cuestionarse si se merecen, si se está a la altura de tal dignidad, o, si por el contrario, ese acaparamiento es el factor que lo esquilma todo.
¡Fuerte contradicción!
Cuando ahogamos algo, no es porque le necesitemos, es que queremos vivir a sus expensas, sin asunción alguna de responsabilidad. Esto agota la vitalidad del objeto, del recurso natural o de los seres humanos así tratados.
Todo eso porque se quiere poseer en el afuera lo que no buscamos en el adentro. Las supuestas carencias son fruto de la creencia de que poder es sinónimo de posesión. Pero no, poder es comprensión de lo que somos, libertad para reconocernos en nuestras posibilidades, capacidad para aceptar el devenir de la vida que se manifiesta en procesos de nacimiento, muerte, nacimiento y que se organiza en ciclos, estaciones, proyectos y realizaciones. Poder es capacidad para crear y capacidad para que lo creado crezca independiente, se manifieste, se socialice, fluya y sea patrimonio de todos.
Porque no somos propietarios de nada, ni apropiarse de los recursos nos hace eternos. La vida no se manifiesta en todo su esplendor cuando a las criaturas se las somete según los criterios de los que se erigen en sus propietarios.
Y todo eso a causa de no enfrentarnos a nuestro devenir, a nuestra temporalidad. Pasar de una estación a otra, pasar de una edad a otra, pasar de un proyecto que ya está maduro para cuidar por sí mismo, a otro que está gestándose dentro de nosotros y que ya quiere salir. Saber que hoy somos semillas, mañana árbol; hoy crisálida y mañana mariposa; hoy niño y mañana anciano, es participar y gozar de la esencia de la vida.
Vivir con dignidad el proyecto que somos supone no aferrarnos a ninguna etapa, saber que cada una de ellas está llena de aventuras por vivir, pero que esas ocasiones de aventuras tampoco somos nosotros.
El ser humano es sólo el viento que hace pasar las hojas del libro de la historia. Por eso no puede pararse en ningún momento, porque ello paraliza su apertura de conciencia hacia lo que es, conformándose con la ilusión de que puede controlar los procesos que le atraviesan y que no esperan por su decisión.
Procesos que le llaman al despertar consciente y si, a pesar de esta llamada que a veces es un grito desgarrado, se persiste en el sueño esos mismos procesos se transforman en dolor. El dolor no es otra cosa que la resistencia que ejerce el ser humano para no aceptar lo que es: una chispa más en un haz de luz, en un universo sin fronteras ni propietarios.
Los hijos de la modernidad, absortos en el día a día, no se percatan de que se está al final de un ciclo: el síntoma de esto que afirmamos es ese deterioro progresivo de los principios que cimentaron el pensamiento modernista, las formas de producción en que se concretó, las instituciones que lo defendieron. En definitiva, el modelo económico, político y cultural que lo nutrió agoniza en sus contradicciones, por el afán que se tiene en conservarlo, a pesar de que la experiencia y las vivencias que se construyeron a partir de él ya han originado realidades nuevas.
Ese conservadurismo hoy se llama egoísmo, deseos de control, ansias de poder, acaparamiento de las riquezas, concentración de las fuentes de producción: la otra cara de la modernidad.
Todo eso genera, en buena parte de la población, sentimientos de desesperanza y de falta de fe en la bondad humana, al ponerse en evidencia el lado más tenebroso de la capacidad creadora de la sociedad de hoy:
- Se maltrata y hasta se mata en nombre y en defensa de la civilización
- Se impide la diversidad de opiniones, en defensa de la democracia
- Se usa el desarrollo científico y tecnológico para ejercer presión política y no para acabar con el hambre, la enfermedad y la pobreza que debieran ser los objetivos fundamentales de tanto esfuerzo
- Se intensifica la producción de recursos naturales, en la hipertrofia de acumularlos en los “silos” de los mercados especulativos, mientras hay escasez en las miserables despensas de las tres cuartas parte de la humanidad
- Se prevé, con exactitud científica, las reacciones de los mercados internacionales y de sus bolsas, a corto, medio y largo alcance, y no se asegura en el presente la producción de recursos suficientes para cubrir las necesidades de todos los habitantes de este planeta
- Se estimula el ahorro de energía, el ahorro monetario, las pensiones para la vejez, las pólizas de seguro, todo en nombre de un supuesto futuro sin problemas.
- No se persigue que el suelo que cultivamos siga teniendo sus nutrientes, las aguas que bebemos sean suficientes y potables, los mares que surcamos mantengan la vida animal y vegetal de la que dependemos, la atmósfera que nos envuelve siga siendo una capa protectora con un oxígeno respirable para llenar de vida nuestros pulmones. ¡Eso sí sería prever ese futuro.
El resultado es la apropiación de las instituciones económicas, políticas, científicas, culturales, religiosas por parte de lo que se empeña en sobrevivir, aunque ya no tenga razón que lo justifique. Así se lucha por la propiedad de los recursos naturales y se hace la guerra por aquellos estratégicos para el viejo modelo.
Porque este interés por acaparar no encierra ninguna razón sublime, aunque se argumente con palabras llenas de justificaciones. No se pretende una mejor administración, un más justo reparto de oportunidades, lo que se persigue es acaparar privilegios, sin cuestionarse si se merecen, si se está a la altura de tal dignidad, o, si por el contrario, ese acaparamiento es el factor que lo esquilma todo.
¡Fuerte contradicción!
Cuando ahogamos algo, no es porque le necesitemos, es que queremos vivir a sus expensas, sin asunción alguna de responsabilidad. Esto agota la vitalidad del objeto, del recurso natural o de los seres humanos así tratados.
Todo eso porque se quiere poseer en el afuera lo que no buscamos en el adentro. Las supuestas carencias son fruto de la creencia de que poder es sinónimo de posesión. Pero no, poder es comprensión de lo que somos, libertad para reconocernos en nuestras posibilidades, capacidad para aceptar el devenir de la vida que se manifiesta en procesos de nacimiento, muerte, nacimiento y que se organiza en ciclos, estaciones, proyectos y realizaciones. Poder es capacidad para crear y capacidad para que lo creado crezca independiente, se manifieste, se socialice, fluya y sea patrimonio de todos.
Porque no somos propietarios de nada, ni apropiarse de los recursos nos hace eternos. La vida no se manifiesta en todo su esplendor cuando a las criaturas se las somete según los criterios de los que se erigen en sus propietarios.
Y todo eso a causa de no enfrentarnos a nuestro devenir, a nuestra temporalidad. Pasar de una estación a otra, pasar de una edad a otra, pasar de un proyecto que ya está maduro para cuidar por sí mismo, a otro que está gestándose dentro de nosotros y que ya quiere salir. Saber que hoy somos semillas, mañana árbol; hoy crisálida y mañana mariposa; hoy niño y mañana anciano, es participar y gozar de la esencia de la vida.
Vivir con dignidad el proyecto que somos supone no aferrarnos a ninguna etapa, saber que cada una de ellas está llena de aventuras por vivir, pero que esas ocasiones de aventuras tampoco somos nosotros.
El ser humano es sólo el viento que hace pasar las hojas del libro de la historia. Por eso no puede pararse en ningún momento, porque ello paraliza su apertura de conciencia hacia lo que es, conformándose con la ilusión de que puede controlar los procesos que le atraviesan y que no esperan por su decisión.
Procesos que le llaman al despertar consciente y si, a pesar de esta llamada que a veces es un grito desgarrado, se persiste en el sueño esos mismos procesos se transforman en dolor. El dolor no es otra cosa que la resistencia que ejerce el ser humano para no aceptar lo que es: una chispa más en un haz de luz, en un universo sin fronteras ni propietarios.
Alicia Montesdeoca
Editado por
Alicia Montesdeoca
Licenciada en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, Alicia Montesdeoca es consultora e investigadora, así como periodista científico. Coeditora de Tendencias21, es responsable asimismo de la sección "La Razón Sensible" de Tendencias21.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850
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