FILOSOFÍA SOCIAL: A. Montesdeoca

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Jueves, 14 de Noviembre 2013
Tajinastes
Tajinastes
Todo lo que está oculto se autoprotege, hasta la llegada de buenas condiciones en su entorno que le permita su emergencia. Cuando llega su tiempo, las semillas, los huevos, los vientres eclosionan y, de esa eclosión, surge una nueva expresión de la vida que en el silencio y en la invisibilidad cuidó la gestación de su criatura. Una gestación que, tras el nacimiento, requerirá un tiempo de protección –más o menos largo según sea la naturaleza de lo recién nacido- a causa de su fragilidad inicial.

La evolución es el proceso por el cual se van creando condiciones nuevas de vida, soportadas por aquella realidad anterior que en su momento también estuvo oculta. Cada emergencia adquiere una categoría de acontecimiento que para ser requerirá romper la cápsula en la que estuvo oculta la realidad emergente, acomodarse a las condiciones en las que va a vivir y desarrollarse; experimentar su existencia con las facultades que va descubriendo de sí misma, en las posibilidades que el medio le permiten y que se le resistirá asimismo, porque ese medio que le recibe procede de un espacio-tiempo anterior a su llegada. El aprendizaje, objeto fundamental de la existencia, es tanto para el que llega como para el que recibe: el primero dando pasos hacia el futuro, el segundo resistiéndose al cambio de nuevas categorías que le complejizan su existencia pero las cuales terminará asimilando hasta renacer a una nueva etapa.

Este recorrido, o movimiento, es el mismo para la pequeña semilla que acabará siendo roble o encina; para el pollo de ave que terminará surcando los cielos; para la longeva tortuga, despertada en medio de la arena y que llegará hasta el mar, si las condiciones de su aventura lo permiten, acompañada por miles de hermanas de su especie, así como para las criaturas que gestan los mamíferos.

También están sometidos a las mismas leyes, los procesos de conocimiento de la realidad que ponen en marcha los seres humanos a partir de intuitivas ideas, gestadas en cada experiencia cotidiana, cualquiera que sea la cultura que las generen, las paran o las acunen.

A este modelo de comportamiento, trato de traer la reflexión sobre los siglos de invisibilidad en los que se ha ocultado lo femenino, y con ello la mujer como el ser que más genuinamente lo porta, para poder explicar la negación que se ha hecho de ello –lo femenino y de ellas (nosotras) las mujeres-, a lo largo de la historia, y hasta el momento presente, a pesar de sus indudables aportaciones a la reproducción, cuidado y mantenimiento de la especie humana, al conocimiento científico, a la cultura, a las artes, a la convivencia..., al mejor vivir.

Hoy se designa al siglo XXI de “siglo de la mujer”. Un tiempo que merece ese calificativo por las manifestaciones, indiscutibles ya, de su presencia. Pero un tiempo, también, que pone de manifiesto las resistencias que existen en casi todas las sociedades a los cambios que tienen como protagonistas a las mujeres. Esta resistencia se traduce en casos extraordinarios de violencia (no extraordinario por su número –muy alto en todas las sociedades y culturas- que aunque fuera uno solo le daría esa categoría de extraordinario), normalmente ejercida contra las mujeres por hombres del entorno más cercano a ellas, y de los cuales se hacen eco los medios de comunicación, por las graves consecuencias que tienen para las víctimas.

Sin embargo, también existe una pertinaz resistencia silenciosa, menos aireada porque impregna todo el panorama cultural y social de nuestra Tierra, que se manifiesta en la incapacidad a concebir un mundo también femenino. Esto se pone de manifiesto en la pervivencia de formas culturales tradicionales que hombres y mujeres no cuestionan y en la que se asumen hábitos generalizados, frutos de una distribución de responsabilidades y tareas, hijas de patrones viejos que no se cuestionan y a los que, por conveniencia “para que todo siga igual”, se le dan categoría de naturaleza. Sin embargo, dichos patrones condicionantes no dan más bienestar ni más felicidad. Las formas culturales de relacionarnos los unos con las otras (y viceversa), en esta sociedad del siglo XXI sobrecargan y anulan, aún más si cabe, las capacidades de las mujeres y a los hombres les incapacita para despertar a las facultades que poseen pero que hasta ahora le han sido negadas.

La buena nueva es que, a pesar de las resistencias, “eclosiona” lo femenino y con ello las capacidades humanas para vincular la diversidad y las diferencias, para cooperar con el otro, para acoger lo múltiple, para empatizar con todos los corazones, para nutrir lo que la racionalidad abandona, para trascender la materia e intuir lo no manifestado, para vivir con las certezas soportadas por el amor y construir con ellas nuevas vidas imaginadas desde el impulso de la capacidades creadoras y desde la innovación.

Y ahí estamos las mujeres, despertando también a este nuevo tiempo que libera nuestras energías domesticadas por siglos de negación. Descubriendo nuestras verdaderas galas, renunciando a la “acción protectora” del paternalismo patriarcal que buscaba su justificación en argumentos jerárquicos y de “orden necesario”.

Es probable que las condiciones evolutivas de la sociedad humana no permitieran, hasta hoy, la comprensión de que lo femenino y lo masculino integran una realidad única, expresada en todo, como cualidades que porta la vida y cuya naturaleza llama a la complementación y a la colaboración para el buen fin: dar vida, más vida y más que vida, como diría George Simmel

Es el tiempo de primavera humana, única estación que lleva artículo femenino. Florezcamos las mujeres, despojémonos de los “hilos de seda” que nos cubrían, mientras fuimos crisálidas, y llenemos de luz y de infinitos matices y colores el mundo que amanece cada día. Es nuestro tiempo de manifestación y es el tiempo de transformación de lo masculino. Lo que fuimos nos ha traído hasta aquí como sociedad humana, gracias a nuestra presencia creadora y a nuestra complicidad y apoyo desinteresado.

Ya no más racionalismo, jerarquías dominantes, divisiones, enfrentamientos, acumulación, competitividad, linealidad… Es tiempo de relación, cooperación, vinculación, empatía, cuidados, distribución equitativa, reconocimiento de la dignidad de todos, de todas, de cada una, de cada uno. Porque el nuevo estadio de consciencia a alcanzar está en una realidad que se ha desplegado con mayor complejidad y de eso –de complejidad- las mujeres sabemos mucho y hemos gestionado mucho.

Alicia Montesdeoca


Editado por
Alicia Montesdeoca
Montesdeoca Rivero Alicia
Licenciada en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, Alicia Montesdeoca es consultora e investigadora, así como periodista científico. Coeditora de Tendencias21, es responsable asimismo de la sección "La Razón Sensible" de Tendencias21.

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