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Una sociedad inteligente es la base de una comunidad digital

Aprende y se corrige como hace nuestro cerebro


Una sociedad inteligente se adapta, es flexible y capaz de auto aprender y auto corregirse, tal y como lo hace nuestro cerebro. Incluso es capaz de desaprender y olvidar en almacenes neuronales aquellas experiencias que ya no son relevantes para el día a día. Por Javier Marín Mauri (*).


Por Javier Marín Mauri.
01/01/2020

Creo que fue John Donne, poeta metafísico del Imperio de su majestad del siglo XVII, quien dijo que la mitad de los errores que cometemos en la vida se debe a que cuando debemos pensar sentimos, y que cuando debemos sentir pensamos: cognición y emoción.
 
No hace mucho también, pensamiento versus emoción. Lo que hay dentro de nuestro cráneo se empieza en integrar en base a la bioquímica y como tal funciona de forma organizada y coherente. Es, a mi juicio, la esencia de lo humano: lo orgánico.
           
Sin perder esto de vista, a saber: cognición, emoción, organización y coherencia, se pueden explicar muchos procesos mentales, los cuales, extrapolados de forma concreta a la construcción de una comunidad inteligente, nos tenemos que encontrar necesariamente precisamente con eso: inteligente, otro factor más que viene a ampliar los materiales o herramientas de construcción o diseño de una sociedad convertida en una comunidad inteligente.
 
Una sociedad inteligente se adapta, es flexible y es capaz de auto aprender y auto corregirse, tal y como lo hace nuestro cerebro. Incluso es capaz de desaprender y olvidar en almacenes neuronales aquellas experiencias que ya no son relevantes para el día a día.
 
Comunidad digital
 
¿Cómo verter estas herramientas en la elaboración del diseño de una comunidad digital en inteligente? Tomemos como ejemplos tres de estos diseños que ya están en marcha: El proyecto denominado Celtiberia que engloba cuatro comunidades autónomas a saber, Aragón, Castila  y León, Castilla La Mancha y la Rioja. Se incluyen pues ocho provincias: Burgos, Cuenca, Guadalajara, Rioja, Segovia, Soria, Teruel y Zaragoza.
 
El proyecto Astur-León, enmarcado dentro de estas zonas del país y el proyecto. Por último y no menos importante el proyecto e-Canarias, centrado en las islas Canarias.
 
Estas tres comunidades inteligentes o naciones digitales no pueden entenderse como tres cerebros distintos, sino más bien como tres estructuras de un mismo cerebro interconectado a través de tres sistemas de redes neuronales específicas y con diferente tipo de información circulante.
 
La naturaleza de esa información es específica para cada comunidad o unidad de información, la cual viene dada por las peculiaridades distintivas de cada una, tanto históricas como sociales y económicas. Cada una con servicios y transacciones diversas que le son propias.
 
Tanto el flujo de información comercial o de cualquier otro tipo ha de organizarse en función de los principios de coherencia (trasmisión de información y conocimientos de manera lógica).
 
Llegados a este punto, hemos de recurrir a la forma que nuestro cerebro tiene de analizar la información que procesa, por ello hemos de diferenciar tres niveles de análisis de la información, en función del tipo de ésta.
 
Un nivel es el primario, en donde se procesaría y analizaría la información estructurada. Un nivel secundario procedería al procesamiento de la información no estructurada.  Y un tercer nivel es donde la información recibida y procesada sería mixta, estructurada y no estructurada.

Organización de la información
 
Con ello conseguimos una segunda herramienta: la organización de la información que circula por nuestras tres comunidades inteligentes o naciones digitales.
 
Estas unidades de análisis a tres niveles, deberían ubicarse en forma de centros coordinados en aquellas administraciones más próximas al ciudadano a saber de más preferente a más preferentes, en función de su existencia física o bien virtual: Ayuntamientos, pedanías o Diputaciones.
 
Bien es cierto que toda estructura física estaría llamada a extinguirse conforme se extendiera el proceso de digitalización, quedando solo como centros de análisis de información y no como centros de gestión, ya que la misma pasaría a la comunidad inteligente.
 
De igual forma que el cerebro actúa de forma solidaria y mancomunada y lo hace para adaptarse, podríamos pensar en otras estructuras (tal vez las unidades de innovación social),  o tal vez otras, en donde el ciudadano aprendiera las nuevas formas de innovación dentro de sus propios recursos o de otros pertenecientes a otros territorios y dentro de la comunidad inteligente en donde desarrolle su vida.
 
De esta forma el conocimiento de su territorio, de sus riquezas y de su entorno, serían compartibles con otros de otras comunidades o naciones digitales.
           
De la misma manera, la nación digital o comunidad inteligente no solo cobra valor por sus riquezas tecnológicas, por ejemplo Astur- León puede ofrecer ciberseguridad a eCanarias. Está segunda poner en contacto y gestionar contactos de empresas más allá del atlántico a Celtiberia, la cual además puede ofrecer y gestionar las vacaciones en turismo rural pro ejemplo, sostenible y natural a Astur-León y e-Canarias.
 
Con todo ello, no debemos olvidar lo que nos hace fundamentalmente humanos y lo que a la vez transciende: el ciudadano en relación simbiótica con una nueva forma de percibir y de utilizar las nuevas tecnologías.
 
El factor humano
 
Precisamente esto es lo que hace inteligente a la nación digital y lo que da valor a la misma, el factor humano, el cual, mediante la expansiones de sus emociones y capacidades cognitivas, hace posible una sociedad digitalizada y flexible en forma de comunidad que se adapte a cada entorno en donde se desarrolle.
 
La imagen de un sistema con presencia masiva de inteligencias artificiales sin más es terrorífica porque precisamente anula el máximo valor y lo que da sentido a toda cultura, el ser humano.
 
No podemos permitir que ni la historia ni la cultura las construyen las máquinas, que más bien deben ayudar al humano a crearlas.
 
La comunidad inteligente o la nación digital, no es sino el instrumento y no el fin, para conseguir un mayor y mejor desarrollo de las personas que están en ella, en definitiva un modelo de civilización no más sostenible, sino sostenible, no más humano sino humano.
 
Una civilización en donde el factor persona sea tenido en cuenta por nivel de aportación, por sus capacidades y no por otras propiedades tan temporales como externas a él.
 
                       
(*) Francisco Javier Marín Mauri es Neuropsicólogo, doctor en Psicología clínica.



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