TRABAJO Y EMPLEO

Bitácora

26/03/2008

“¿Cómo pueden ayudar los telecentros a ganarse la vida a quienes viven en la pobreza?” Esta es la cuestión fundamental del Informe que glosamos en esta serie de artículos, y su razón de ser. Porque está muy bien eso de facilitar el acceso a las TICs a las personas que no tienen posibilidades y enseñarles a utilizarlas. Pero, ¿hasta que punto?

Muchas políticas de alfabetización digital –incluso en países desarrollados- se autojustifican poniendo a disposición de personas que no tienen los medios para ello, el acceso durante sólo unas cuantas sesiones, en las que no hay tiempo para enseñar más que los rudimentos. ¿Pero luego, qué?

Todos tenemos la experiencia de la insuficiencia de los primeros pasos en la tecnología y de la sensación de desamparo ante la imposibilidad de comprar los equipos necesarios o ante la realidad de toparse con las dificultades del software. Por ello, los telecentros tienen que contar con los suficientes recursos económicos y formativos para llevar a los alumnos al punto en que puedan caminar por sí mismos.

En el campo del hardware, se pueden asociar las campañas de formación a la instrumentación de líneas de crédito asequibles para la compra de un ordenador y de una línea de acceso. En el del software, no se debería de dar por concluida ninguna campaña sin que los alumnos sepan valerse por si mismos.

Pero tampoco termina ahí la función del telecentro. Antes de crearlo, se deberían plantear una serie de cuestiones relacionadas con las características de la población y del entorno a que pretende servir: ¿Qué niveles de acceso tiene la población? ¿Con qué recursos cuentan las personas a las que se pretende formar? ¿Qué niveles de formación? ¿Cuáles serían las actividades, asequibles a esta población, en las que las personas formadas pudieran ganarse la vida? ¿Qué profesorado sería el adecuado para enseñarlas? ¿Cuánto cuesta un programa así? ¿A quien se puede acudir para aportar recursos: instancias gubernamentales, organismos multilaterales, empresa privada? ¿Cuál sería el punto de rentabilidad de la experiencia?

No partir de estos interrogantes, y de su solución, suele llevar a las angustias de una vida en precario del telecentro y al desengaño, no solo de la población a la que pretende servir, sino, lo que es más grave del los responsables de los recursos aportados, como ya expusimos para el caso del Banco Interamericano de Desarrollo. Lo que sentimos decir, porque la mayor parte de los telecentros están promovidos y dirigidos por personas de buenísima intención y gran entusiasmo.

Por ello señala el tan citado informe que “Los telecentros pueden, por ejemplo, apoyar el desarrollo de capacitaciones técnicas y empresariales proveer acceso a información clave, facilitar el acceso a los servicios gubernamentales y a recursos financieros y proporcionar apoyo (y conocimientos, añadimos nosotros) para actividades de micro emprendimiento”.

Francisco Ortiz Chaparro


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