CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Crítica a la religión en los siglos XVII y XVIII.  Escrituras divinas, escrituras humanas (I)

Hoy escribe Francisco Socas
 
 
En la Europa de los siglos XVII y XVIII surgió una corriente que ha venido en denominarse literatura clandestina que hizo circular un número considerable de escritos heterodoxos. Entre ellos se halla un tratado anónimo que lleva el título despistante de Symbolum sapientiae / La clave de la sabiduría (ed. bilingüe de Francisco Socas, Universidad de Huelva, 2016). Tiene tres partes en las que 1) presenta a la religión como una impostura urdida en alianza por los poderes civiles y la clerecía; 2) defiende la licitud intelectual y moral del ateísmo; y 3) propone un orden moral y político basado en la ley natural y el pacto. En este blog, al que tan amablemente me da acceso el profesor Antonio Piñero, me ocuparé del escrutinio de las Escrituras que el anónimo autor incluye en la primera sección del Symbolum.
 
 
    Estamos ante alguien para quien la religión es un engaño nocivo. Por tanto, no se reserva para sí ni siquiera el respeto que muchos incrédulos profesan a la Biblia como gran literatura. Son vanos sus prestigios artísticos o poéticos, y hay que ver en ella más bien desorden, confusión, falta de estilo, maldad y necedad a veces. El texto bíblico podía al menos haber sido claro, pero las propias polémicas de los teólogos y la aparición de herejías innumerables dejan ver su frecuente ambigüedad y, por ahí, su falta de inspiración. El anónimo establece que son andamiajes postizos los apoyos que busca la apologética cristiana en la antigüedad de los libros, la entereza de los mártires, los milagros, el cumplimiento de las profecías, la suficiencia de la doctrina bíblica. Él parte de dos principios básicos: que la razón es la norma y piedra de toque de la Biblia, y no al revés, y que jamás hay que creer a testigos implicados en la propia causa. Luego se adentra en un repertorio de puntos chocantes y controvertidos de las Escrituras, como son el descarado carácter político de la república mosaica, el diluvio, las edades increíbles de los patriarcas, la caída de Adán injustamente amortizada por la humanidad entera, el carácter absurdo de algunos milagros, los errores cronológicos y las contradicciones. Un marco moral más amplio que el extraído de la fe revelada permite denunciar sus errores morales que van desde las órdenes de exterminio que emite Dios sobre poblaciones enteras a la postergación de la mujer defendida por Pablo. Para un buen conocedor de la Biblia -nos dice- son falsas y caprichosas las alegaciones del Antiguo Testamento que hacen los autores del Nuevo y el propio Cristo. La llamada ‘analogía de la fe’, como criterio de interpretación, constituye una flagrante petición de principio, pues lanza luz desde el Nuevo hacia el Viejo Testamento.
 
 
   Cuando el anónimo se adentra en su extenso análisis de las Sagradas Escrituras maneja las armas de la erudición histórica y gramatical, pero sobre todo ejerce el poder irresistible de una razón muy próxima al sentido común, íntimo baluarte que muchos hombres conservan sin guarniciones teológicas. Se trata de una mezcla de inteligentes deducciones y de certeros apuntes filológicos, ya que, si la palabra de Dios se transmite a través de un texto, ese texto queda sometido inmediatamente a todos los avatares que podría sufrir cualquier otro y, salvo que renunciemos a entenderlo, será objeto de estudio y examen: "todas las polémicas desembocan a la postre en cuestiones de gramática" (cuncta enim litigia in grammaticalia se tandem resolvunt, I §16).    
 
 
   Al indagar en la historia de las Escrituras, nos dice el Symbolum, pronto se echa de ver que no conocemos a los autores ni podemos establecer el origen y la época de muchos textos. Tenemos copias, fragmentos, traducciones de muchas obras. El autor discute algunos problemas críticos muy filológicos y concretos del libro de Samuel, de los evangelios de Juan y Marcos. No falta aquí una alusión al famoso comma Iohanneum, interpolación evidentísima que introduce en una carta apostólica el tardío dogma de la Trinidad, tan escandalosamente ausente en todas las Escrituras. Y luego están las alteraciones materiales del texto. Hay quienes en un vano intento niegan una por una todas las pegas que plantean esas corruptelas. Otros las admiten, pero aseguran que el sentido del conjunto se salva. Esto, que en un texto meramente humano tiene plena validez, es peligroso aplicarlo al texto divino, toda vez que en él una variante supone acaso un nuevo dogma, punto de apoyo de alguna herejía. Y sabemos -insiste- que a pesar de la escrupulosidad de los judíos en el Antiguo Testamento se alteraron interesadamente o por accidente muchos pasajes.
 
 
   Al ocuparse de la constitución del canon afirma que no se sabe quién hizo el canon del Antiguo Testamento y es legendaria la milagrosa reconstrucción de la Biblia tras la cautividad de Babilonia; fueron los fariseos del Templo Segundo los que administraron esos escritos. Las críticas del anónimo al canon tradicional del Nuevo Testamento apuntan a la fuente o autoridad que lo configuró, esto es, los concilios. Ahora bien, los concilios no fueron asambleas santas e independientes del poder político. La verdadera imagen histórica de los concilios la dan los relatos de los propios autores cristianos: unas asambleas tumultuosas llenas de obispos corruptos y vendidos al poder.
 
 
     El capítulo acaba con una breve exhortación a la racionalidad y la tolerancia. Se da por sentado que el único lugar de encuentro que pueden hallar los hombres para una convivencia está delimitado por la razón. Es necesario, pues, acogerse a ella, pero cuidarse de que esa razón conductora no se extravíe a su vez y cruce las lindes de la cordura; tal es el sentido de la expresión  ex sola ratione sana (I §16).
 
 
   La historia da lugar a paralelismos irónicos: si la cristianización, –la construcción del cristianismo paulino para ser más precisos–, fue un acto intelectual consistente en una habilidosísima reinterpretación del Viejo Testamento en apoyo de un Jesús divinizado, el acercamiento a una visión más exacta del Jesús histórico que llevan a cabo algunas sectas reformistas y finalmente textos ya no cristianos como el Symbolum fueron también labor de filología y reinterpretación de las Escrituras. Podemos recordar aquí el sucinto e hiperbólico veredicto de George de Santayana: "El cristianismo es una mala interpretación literal de metáforas judías".
 
 
Saludos cordiales de Francisco Socas
Catedrático de Filología Latina
Universidad de Sevilla

Miércoles, 19 de Julio 2017

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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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