CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
El amor a los enemigos y el Jesús sedicioso. “Jesús y la resistencia antirromana” (LXV)
Foto: Richard A. Horsley, en su obra “Jesús y el Imperio” defendió bastante bien la hipótesis del Jesús sedicioso.
 
Hoy escribe Antonio Piñero


Se ha propuesto que si Jesús enseñó de verdad el amor a los enemigos, y de una manera absoluta, no hay manera de sostener la hipótesis de un Jesús sedicioso
 
Y a la vez que, al final de su vida, Jesús fue relativamente violento en el sentido de que nunca condenó la violencia y de que instó a armarse a sus discípulos (al menos para defenderse = Lc 22,36).
 
La dificultad es seria. Pero tiene respuesta. En primer lugar pongamos uno al lado de otro los textos en conflicto:
 
1. Mt 5, 38-39: « «Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente.  Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra».
 
 
2. Lc 22,36: « Y les dijo: «Cuando os envié sin bolsa, sin alforja y sin sandalias, ¿os faltó algo?» Ellos dijeron: «Nada.»  Les dijo: «Pues ahora, el que tenga bolsa que la tome y lo mismo alforja, y el que no tenga que venda su manto y compre una espada».
 
 
Son pasajes absolutamente contradictorios. Una solución para salvar la autenticidad del primero sería declarar espurio, falso, el segundo. ¿Pero es esto una solución? ¿Qué razones hay para declarar falso el segundo y no el primero? ¿Por qué no se declara que Jesús nunca ordenó el amor a los enemigos?
 
La respuesta: porque el texto de Mateo lo dice. Entonces puede replicarse: también hay 36 textos que indican que Jesús fue un sedicioso.
 
 
Lo único razonable es intentar dar cuenta de las dos posiciones encontradas y considerar que quizás no lo sean tanto.
 
 
I.  En primer lugar, hay que confesara que Jesús nunca amó a sus enemigos…, so pena que borremos también de las sentencias verdaderas:
 
 
a) Las feroces invectivas contra los fariseos;
 
 
b) Los ayes contra los ricos;
 
 
c) Los ayes contra las ciudades que no hicieron caso a su mensaje: “«¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que en sayal y ceniza se habrían convertido.  Por eso os digo que el día del Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras (Mt 11,21-22)
 
 
d) La invectiva contra Herodes Antipas, a quien no amaba de ningún modo: “Id  y decidle a ese zorro… no cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén” (Lc 13,32-33).
 
 
e) Al parecer tampoco amaba tanto a su familia: Está Jesús predicando. Su madre y sus hermanos lo buscan. Jesús no los recibe. Y luego los postpone a sus seguidores (Mc 3,31-35). Según el Evangelio de Juan, engaña a sus hermanos, que querían subir con él a Jerusalén para la fiesta, les da el esquinazo y luego sube solo: “ Subid vosotros a la fiesta; yo no subo a esta fiesta porque aún no se ha cumplido mi tiempo». Dicho esto, se quedó en Galilea. Pero después que sus hermanos subieron a la fiesta, entonces él también subió no manifiestamente, sino de incógnito” (Jn 7,8-10).
 
 
f) Cuando Jesús utiliza el término “enemigo” (griego echtrós; término del lenguaje de la versión de la Biblia de los Setenta para “enemigo en general” ya sea interno o externo, político o social) se refiere sobre todo a enemigos sociales.
 
 
Por ejemplo, en Mt 5,44: “«Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.  Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos”», sino a enemigos sociales. Igualmente a enemigos de la propia familia (Mt 10,36: “Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que conviven con él”) o a un campesino malvado (el que siembra cizaña: Mt 13,24-30).
 
 
De aquí se deduce que todo el conjunto del Sermón de la Montaña se refiere (y se entiende mucho mejor)  si se piensa que Jesús se refiere a las condiciones sociales de la gente del pueblo con el que convivía en Galilea, llena de  preocupaciones económicas, agobiadas por las deudas de los impuestos… y si estos que  recaudan los impuestos son los romanos, lo que Jesús está diciendo es que la mejor manera de resistir a esta opresión política del pueblo de Dios por los invasores extranjeros es construir unas relaciones sociales entre los oprimidos, de modo que en ellas prime el amor a los adversarios, que se les perdonen todas sus agresiones e impertinencias, que se les preste dinero sin saber si se puede recobrar el préstamo, que se les ayude en todo: ayuda mutua y espíritu de solidaridad.
 
 
En su libro «Fe cristiana, Iglesia y poder», Madrid, 1991, escribe G. Puente Ojea que
 
 
"La ética de Jesús es doble pero perfectamente articulada en el contexto de la dinámica del espíritu mesiánico del primer siglo de nuestra era. Jesús predicó una ética de amor incondicionado hacia dentro, para la conducta en el seno de la comunidad mesiánica, y una ética de lucha sólo hacia fuera, para la conducta con los adversarios políticos del Dios de Israel, los paganos de las naciones. Es decir, perdón y amor al inimicus, el enemigo privado; lucha y hostilidad frente al enemigo público, el hostis, categoría en la que también entraban los cómplices judíos del poder romano, especialmente muchos miembros del estamento sacerdotal" (pp. 89-90).
 
 
Y respecto al amor a los enemigos escribí hace ya bastantes años:
 
 
“La verdadera dificultad reside en el texto de Mt 5,38.41, "presentar la otra mejilla", o "el que te obligue a andar una milla, ve con él dos", puesto que parece que los dos ejemplos se refieren expresamente a prácticas vejatorias de los romanos con la población judía sometida. Por tanto, si el pasaje de Mateo  es auténtico, y parece tener todos los visos de serlo, tendríamos el hecho de que Jesús manda amar realmente a los enemigos de Israel, que practican tales vejaciones. Hay que confesar que este texto es anómalo en todo el conjunto de lo que podemos reconstruir de Jesús y que requiere una explicación. Ésta puede hallarse tan sólo, creemos, en la consideración del contexto en el que se halla inserto. Si se observa bien, el conjunto del Sermón de la Montaña se refiere a relaciones privadas, al ámbito de la moral de rango personal: comenzando por la biena­ventu­ranzas (las dos reconocidas como totalmente auténticas: Lc 6,20-21) y siguiendo por la observancia de la Ley, el discurso insiste en las relaciones entre dos particulares: no encolerizarse con el hermano, ni siquiera desear la mujer del prójimo, prohibición del divorcio, del perjurio y de la venganza, la limosna, la oración y el ayuno.
 
 
En el centro de esta constelación se halla el precepto del amor. ¿Debe considerarse roto el marco de las relaciones privadas para pensar que Jesús proclamó el amor a los enemigos públicos y oficiales del Reino de Dios? No parece verosímil. Y si Jesús lo hubiese querido afirmar de modo expreso, y ante tamaña novedad en el seno de Israel ¿no esperaríamos una formulación mucho más clara? Como no es éste el caso, podemos sostener, siempre dentro del ámbito de lo verosímil, que Jesús se refería en este texto aparentemente anómalo –lo mismo que en la parábola del Buen Samaritano– a una extensión inusual del concepto de prójimo: desprovisto de su carácter de ofensor o impedimento para la venida del Reino, y en otro contexto, el mismo fariseo, o saduceo, que antes era "raza de víboras" podía y debía ser objeto de amor.
 
 
Este texto del Sermón de la Montaña, por consiguiente, no rompería la afirmación de que la ética de Jesús es doble: amor incondicionado hacia dentro, hacia el seno de la comunidad mesiánica, y una ética de lucha y oposición sólo hacia fuera, hacia los adversarios político-religiosos del Dios de Israel” (Fuentes del cristianismo, Córdoba, El Almendro, 1993, 292).
 
 
II. En segundo lugar: Jesús al final de su vida tuvo un cierto cambio: se declaró claramente mesías y rey y se vio implicado en actos de violencia:
 
 
F. Bermejo apunta, apoyándose en argumentos de Robert Eisler y en Richard Horsley que del texto arriba mencionado de Lc 22,36 (léase de nuevo, por favor) supone un cambio –muchas veces señalado– al final de la vida de Jesús. En esos momentos es cuando Jesús, quizás impulsado por los más violentos de sus discípulos, cambia de actitud y parece aceptar que, por ejemplo, en la acción de la purificación del Templo, era necesaria una cierta violencia”. Jesús solo se declara abiertamente mesías-rey de Israel solo al final de su vida. No es esta una perspectiva absurda y los cambios en sí son normales en las gentes. Comenta Bermejo en la p. 93 de su artículo:
 
 
“A lo largo de la historia “muchos cristianos, incluidos papas y cardenales, que han abrazado teóricamente la doctrina del amor a los enemigos como su rasgo distintico como cristianos, han odiado, perseguido, hecho la guerra y asesinado a sus enemigos, aunque presumiblemente lo hayan realizado de buena fe”.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.ciudadanojesus.com 

Viernes, 31 de Marzo 2017


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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