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El franquismo se escudó en un falso rigor científico para reducir la prostitución

La ‘base científica’ servía como coartada para detener a estas mujeres y justificar su reclusión, revela un estudio de la UCM


El franquismo se escudó en un falso rigor científico para reducir la prostitución, una actividad que se incrementó durante la grave depresión económica que vivió España tras la Guerra Civil. Un estudio de la UCM ha revelado cómo, en concreto, el régimen aprovechó los informes de tres expertos en psicología y psiquiatría para justificar el internamiento indiscriminado de prostitutas en cárceles y reformatorios.


UCM
24/11/2015

Imagen: Irene Cuesta/SINC.
Imagen: Irene Cuesta/SINC.
La grave depresión económica vivida en España tras la Guerra Civil empujó a muchas mujeres a recurrir a  la  prostitución como  único  medio de  subsistencia.  “Eran  mujeres  completamente   normales.   Pobres, sencillamente”,   explica   Javier Bandrés, profesor de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid (UCM).

En un estudio publicado en Universitas Psychologica, Bandrés y otros  dos  investigadores  de la  UCM han analizado de qué forma utilizó la dictadura  trabajos  sobre  psicología de   la prostitución para frenar el crecimiento  descontrolado  de  esta actividad.

La    República    había    abolido    su práctica reglamentada en 1935, pero las  autoridades franquistas  anularon el decreto en 1941, por lo que el comercio sexual volvió a ser legal. Esta luz verde y la  desesperada  situación  económica  del  país  provocaron  que  la  prostitución  fuera mucho más allá de los prostíbulos, donde las mujeres eran controladas por la policía.

Calles, cines o pensiones también se utilizaban para esas prácticas. Su expansión fue unida a un aumento de las enfermedades de transmisión sexual, lo que provocó que las autoridades detuvieran y recluyeran a muchas mujeres, de forma arbitraria, con el fin de limitar la actividad.

Para ello, la dictadura utilizó las cárceles convencionales (para prostitutas acusadas de  algún  delito),  los  reformatorios  del  Patronato  de  Protección  a  la  Mujer  (para adolescentes)  y  las  Cárceles  Especiales  para  Mujeres  Caídas  (para  prostitutas adultas ‘problemáticas’).

Un decreto firmado por Francisco Franco en 1941, referido al Patronato de Protección a  la  Mujer,  permitía  que  cualquier  menor  sospechosa  de  ejercer  la  prostitución pudiera ser internada en los reformatorios a propuesta de jueces, policías o incluso simples particulares.

En cuanto a las cárceles para ‘mujeres caídas’, otro decreto permitía a la policía recluir  hasta  dos  años,  sin  proceso  judicial,  a  las  prostitutas  que  se  consideraran molestas o problemáticas.

“Ambos  textos  compartían  un  hilo  argumental  esencial:  las  autoridades  no  se enfrentaban a un problema social o económico, sino de conducta moral desviada. El problema no era la prostitución sino la prostituta”, afirma Eva Zübieta, coautora del estudio.

Base científica sin rigor

Tres especialistas en psicología y psiquiatría justificaron y confirmaron este punto de vista con  informes  médicos:  Antonio  Vallejo  Nágera  y  sus  colaboradores,  Eduardo  Martínez Martínez y Francisco J. Echalecu y Canino. “La base científica servía como coartada  para  detener  a  estas  mujeres,  para  justificar  la  necesidad  de  recluir  y reeducar a algunas de ellas”, asegura Bandrés.

El rigor científico de todos estos trabajos era nulo, según el autor. “No hay análisis estadísticos  ortodoxos  ni  ningún  otro  rastro  de metodología respetable”, denuncia. “En la posición de absoluto control que tenían, no necesitaban justificar sólidamente nada”, añade.

Los tres expertos eran afines al régimen. En plena guerra, Vallejo Nágera –entonces jefe de los servicios psiquiátricos del ejército rebelde– publicó el libro Eugenesia de la Hispanidad y Regeneración de la Raza (1937), en el que se refería a las prostitutas en estos términos: “Más del 50% de las rameras son deficientes mentales, unas eréticas (irritables), otras apáticas, algunas sensitivas, casi todas amorales”.

Terminada la contienda, en 1942 Vallejo era catedrático de la Universidad de Madrid y miembro de los consejos nacionales de sanidad y educación. En el artículo Higiene mental  en  las  grandes  urbes (1942) afirmaba: “Impulsan a la prostitución causas endógenas (oligofrenia, psicopatía) o que radican en la constitución biopsíquica del sujeto; y causas ambientales o exógenas”.

La  opinión  del  catedrático  era  fundamental  para  sentar  la  doctrina  oficial  sobre  el fenómeno. “Las prisiones especiales para mujeres caídas eran la respuesta científica correcta  al  problema  de  la  prostitución  desde  los  puntos  de  vista  psicológico  y pedagógico”, señala Rafael Llavona, coautor del trabajo de la UCM.

“Inferiores mentales”

Uno de los colaboradores de Vallejo era Eduardo Martínez Martínez, director de la Clínica  Psiquiátrica  Penitenciaria  de  Mujeres  de  Madrid.  Ocupando  ese  cargo escribió tres artículos sobre la prostitución, repitiendo las mismas ideas que su mentor. “Está claro que no es el ambiente sino la constitución biopsíquica de estas mujeres la que las empuja a la prostitución”, afirmaba en uno de ellos.

En Biopsicología  de  la Prostitución (1945)  Martínez  se  había  propuesto estudiar  la curva  de  vida  de  cien mujeres de la clínica. Una de sus conclusiones fue que “la anomalía mental, casi siempre de fondo psicopático, es el factor predisponente más importante de la prostitución”.

Por su parte, Francisco J. Echalecu y Canino, director de los servicios médicos del Patronato  de  Protección  a  la  Mujer  y  neuropsiquiatra  de  la  Dirección  General  de Seguridad, era otro de los especialistas que dio supuestos argumentos científicos al régimen para recluir a estas mujeres.

En  una  investigación realizada  con  cien  prostitutas  internadas  en  los reformatorios del patronato aseguró: “El nivel mental de estas muchachas, el 60% es inferior al normal, con 54% de débiles mentales; la personalidad psíquica es anormal; el 40% son  psicopáticas;  las  vagabundas  dan  el  34%;  en  cambio  las  psicosis  solo encontramos un 2%”.

En  los  textos  de  los  tres  especialistas  se  comprueba  que  a  las  prostitutas  se  las trataba como “inferiores mentales”, pero no como enfermas, matiza Bandrés. “Se las recluía  arbitrariamente  para  mantener  la  prostitución dentro  de  ciertos  límites,  no porque se las considerara afectadas de ninguna enfermedad mental”, subraya.

Archivos desaparecidos

Según los autores, esta situación se prolongó durante todo el franquismo, hasta que se aprobó la Constitución de 1978. Recabar toda la información no ha sido una tarea sencilla ante la falta de documentos.

“Las actividades de estos individuos y otros parecidos en el Patronato de Protección a  la  Mujer  son  difíciles  de  investigar  porque  los  archivos  en  su  mayor  parte  han desaparecido”, se lamenta Bandrés. “Después de peregrinar por varios depósitos ministeriales nos dijeron que la mayor parte de la documentación desapareció ‘en una inundación’”, añade.

En  opinión  de  los  autores,  el  trabajo  de  Vallejo,  Martínez  y  Echalecu  puede entenderse como un ejemplo de la biopsicología puesta al servicio de un proyecto de biopolítica, en el marco de un estado totalitario.

Referencia bibliográfica:

Javier Bandrés, Eva Zübieta y Rafael Llavona. Mujeres extraviadas: psicología  y  prostitución  en  la  España  de  postguerra. Universitas Psychologica (2015). DOI: 10.11144/Javeriana.upsy13-5.mepp.
 



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