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La otra cara de Chile


Un malestar social generalizado desvela que la situación de Chile ha dejado de ser una isla en la convulsa región latinoamericana. Los políticos han caído rendidos a los pies del mercado y, atrapados en una diabólica mecánica electoralista, desoyen el clamor de los ciudadanos y asisten impasibles a un proceso de descomposición frente al que emergen cuatro paradojas esperanzadoras. Por José Rodríguez Elizondo


José Rodríguez Elizondo
28/08/2002

Dos caras de Chile
Dos caras de Chile
Confirmando que no sólo de consumismo vive el hombre, una panorámica actual de Chile lo muestra con los mejores indicadores económicos de la región, pero con un malestar social generalizado.

Es cierto que el mercado satisface las demandas mejor que ayer, pero trae como escolta un estrés que destroza a los consumidores de hoy. El endeudamiento fácil choca contra sus salarios cortos y los altos impuestos y contribuciones que deben pagar. La publicidad comercial compulsiva los persigue hasta en casa, a través de mensajes telefónicos, correspondencia tradicional y correspondencia electrónica.

También se cuelan las “trampitas” de ciertas empresas, como las telefónicas, cuando imponen servicios que no se piden y se cargan puntualmente en cada cuenta mensual. O cuando el sueño de la casa propia, accesible al endeudamiento, obliga a incurrir en imprevistos (e ingentes) gastos de reparación tras las primeras lluvias.

Tampoco existe el consuelo del hijo mejor preparado, por tanto menos indefenso a futuro: los colegios públicos son educativamente deficitarios y los privados, pese a sus altos costos, no brindan una enseñanza competitiva. Más arriba, la universidad autofinanciada alejó las posibilidades de ascenso social de los estudiantes pobres y las becas paliativas suelen convertirse en “pituto” de un grupo de informados.

Desempleo respetable

La resignación o el silencio de los frustrados se aseguran mediante tasas de desempleo respetables y sin seguro. Así se mantiene un ejército de reserva del trabajo que disuade a quienes, recordando viejos tiempos, piensan en organizaciones sindicales que los defiendan. Paralelamente, el desempleo incentiva la xenofobia, con el consiguiente maltrato a los inmigrantes extranjeros que compiten en el mercado laboral.

En esta situación, los consumidores automovilistas se convierten en sustitutos objetivos de la beneficencia pública; mendigos, malabaristas, payasos y limpiadores de parabrisas los acosan en cada cruce importante. Desafortunadamente, para ellos, el Estado también los exprime, cobrándoles peajes cada vez más extensos por el uso de la infraestructura vial.

Correlativamente, aumentan los casos de conductores irascibles o prepotentes que, ante la más mínima contrariedad –un topón, una mala maniobra, una pasada arriesgada-, se agreden hasta con armas. Lo dicho no significa que los consumidores peatonales lo tengan fácil, pues la cantidad de colectas públicas –autorizadas o fraudulentas- supera en Chile cualquier marca mundial y eleva, de soslayo, las tasas de mendicidad franca.

Las drogas, como en otras partes, vienen a proporcionar escapes desesperados. Los desempleados jóvenes son presa fácil de ellas y la posterior adicción los empuja a la delincuencia. En este campo, la ferocidad delincuencial ha aumentado; en el acto de ejecución, cualquier delito contra las cosas se transforma en delito contra las personas. Este factor ha hecho que la seguridad ciudadana deje de existir en los barrios bajos, en los barrios altos, en los más modernos edificios de departamentos y hasta en el interior de los vehículos, sin que las empresas que proporcionan seguridad jueguen un rol destacado. Algunas, igual que las telefónicas, cobran por servicios que no existen: nadie atiende las alarmas que suenan en las casas o en las calles.

Violencia familiar

Agreguemos que, a menudo, también estalla la violencia -y hasta el crimen- al interior de las familias, de cualquier condición, cuando la convivencia íntima de las parejas se hace insoportable. Sintomáticamente, la sociedad chilena es la última en el mundo civilizado que no cuenta con una ley de divorcio.

Quizás por ello, un 53% de los hijos nacen fuera del matrimonio, con los problemas sociales y sicológicos consiguientes. Los menores con pautas deformadas se inician temprano en el mundo de la violencia: alumnos agreden alumnos, alumnos agreden profesores y, eventualmente, las agresiones tienen sesgo sexual. También hay casos de profesores que, en oscura reciprocidad, agreden y/o violan a alumnos.

Incluso sin delincuentes nuestras ciudades son peligrosas. La altísima contaminación ambiental mina la salud de la población de manera perceptible y trae otro ítem de agobio para los automovilistas: se les prohíbe usar el vehículo cuando los indicadores pasan de cierto límite, habiendo agentes contaminantes mayores que no se tocan. Siempre en el sector salud, el sistema impone la angustia de no poder costearla o de acceder sólo a planes provisionales de cobertura mínima.

Hasta hace poco, las clínicas exigían un cheque en blanco –la bolsa o la vida- para atender pacientes en situaciones de emergencia. Las mujeres, religiosas o no, deben asumir el riesgo de las clínicas clandestinas o, según sus posibilidades, el costo de un viaje al extranjero, cuando se les prescribe un aborto terapéutico. Con todo, se calculan en 140.000 los abortos ilegales que se practican en el país. Pese a ello, comprar determinados anticonceptivos, como la llamada píldora del día siguiente, es más difícil aquí, que en cualquier otro país del mundo.

Recesión psicológica

El escapismo compensador de las alegrías deportivas no está a nuestro alcance. En fútbol hemos conseguido estar entre los peores de la región y, en general, los bajos niveles de competitividad de nuestros deportistas amargan a los aficionados. Por lo demás, éstos ya no pueden ir tranquilamente a los estadios, con sus familias, dado el peligro que significan las barras bravas.

Al final de esta visión sinóptica, puede entenderse que Allamand y Schaulsohn hablen de una “recesión psicológica” y que algunos consumidores frustrados opten por el fingimiento de estatus. Los tristes teléfonos celulares de palo o los carritos de supermercado que se llenan de mercaderías caras y se dejan abandonados, son una compensación comparativamente inocua.

Lo importante, para nuestros efectos, es determinar la funcionalidad o disfuncionalidad política de este malestar social. Detectar si carece de sello político o si juega a favor de unos y en contra de otros.

Para las encuestas que se hunden en ese mar de datos, todo es posible. Cualquier cosa se puede probar por su intermedio. Sin embargo, analizándolas desde distintos ángulos, limpiándolas de sesgos, todas sugieren que la neutralidad política es imposible. Si para unas pocas víctimas bondadosas aquí hay culpa de un sistema, para la gran mayoría existen culpables concretos. Siempre debe haber alguien que responda por los destrozos.

Consecuencias macropolíticas

A partir de ese realismo, se deducen las consecuencias macropolíticas del vigente malestar social. Entre ellas, el aumento del desencanto ciudadano y -gajes del poder- el descrédito paulatino del gobierno en funciones.

Es que las masas no se detienen a analizar si el gobierno hizo lo que pudo, hizo mal lo que pudo o no pudo hacer nada. Su talento y talante, como colectivo, se orienta hacia las cosas sencillas y contrastadas: estamos mal, ergo, el gobierno está mal. Por razones obvias, los políticos de la oposición impulsan ese descrédito. Se suben a él para instrumentalizarlo. Los políticos del gobierno, a lo más pueden conformarse con el desencanto, que parece un mal menor.

En cuanto a lo micropolítico, el efecto más grave es el de la conceptualización de todos los políticos del establishment -de gobierno y de oposición- como una clase parasitaria. Si hay malestar social es porque los políticos no sirven al país, sino que se sirven de él. Esta percepción, ensamblada con los efectos macropolíticos, va más allá del descrédito al gobierno. Va hacia el descrédito de la democracia misma.

Los líderes, dirigentes y representantes políticos chilenos saben esto, pero dan la impresión de no procesar su importancia. Por lo demás, fue responsabilidad colectiva de los agentes políticos haber estructurado un calendario con cinco elecciones generales en los cinco últimos años (dos parlamentarias, una municipal y una presidencial de doble vuelta). Esto los ha tenido más preocupados de sus posicionamientos personales que de los proyectos-país, con lo que ello implica en términos de populismo, demagogia y... endeudamiento.

Esclavismo político

Por inercia o convicción, la mayoría de los políticos vive encabalgado, a gusto, en un sistema electoral que promueve un gran empate, les asegura cupos y los encierra en un mundo tan autorreferente como el de la televisión. Figurar en los medios, desde cargos de representación o de confianza, les sirve (creen) para mantener estatus y privilegios.

Desde esta perspectiva, los más astutos recurren a las encuestas –así saben lo que “quiere la gente”- y a las técnicas de identificación con quienes tienen un plus de popularidad establecido. Estas actitudes serán antagónicas con el liderazgo clásico, que suele romper las complacencias, pero parecen muy funcionales para ser electoralmente correctos.

Las elecciones parlamentarias de diciembre del 2001 ilustran este inmovilismo, que más de alguien ha comparado con el baile en los salones del Titanic. En lo fundamental, porque las listas de candidatos demuestran que ni siquiera las elecciones primarias –donde las hubo-, pudieron descongelar el sistema.

En los partidos políticos las opciones de cúpula siguieron subordinando las preferencias de sus militancias y de sus periferias, sin consideración por el electorado. Algunos candidatos están enfrentando la cuarta reelección y parecen considerarse dueños de un curul vitalicio, por una vía más astuta que la de Pinochet.

Ecuación política

Según estudio del periodista Ascanio Cavallo, tenemos las siguientes cifras: en la Concertación, de los 38 diputados demócratacristianos, 26 repostulan a la Cámara de Diputados y 5 intentan pasar al Senado; de los 16 del PPD, 14 buscan repetirse y uno busca el ascenso a senador; de los 11 socialistas, 10 repiten candidatura y 1 pretende el Senado: en el Partido Radical, sus 5 diputados van por la reelección. Similar fenómeno se detecta en la Alianza por Chile: de los 25 diputados de RN, 21 buscan la reelección y 1 busca el Senado; de ls 24 de la UDI, repostulan 23

El analista Héctor Soto, con una dosis de legítima ironía, ha explicado esto como un proceso de geriatría política: “los escaños parlamentarios, los gabinetes ministeriales y las hijuelas mejor asoleadas de la administración pública son buenos lugares para envejecer”. Pero, cejijuntamente hablando, son más bien un bofetón a los demócratas que tratan de mantener niveles históricos de responsabilidad.

Es demasiado fuerte el contraste del malestar social, con la manutención inmutable de agentes políticos pagados con recursos públicos. Es demasiado desafiante, para la opinión pública, observar que aquí no se dan ni siquiera los cambios de fusibles que, en otros sistemas, sirven para calmar los nervios. Como si los primeros en llegar tuvieran inscrita la propiedad de las representaciones o los primeros lugares en la formación de “equilibrios”, y sólo admitieran cambios por la vía del enroque.

Si hasta el popular animador de televisión Mario Kreutzberger –Don Francisco-, que ha sabido resistir la tentación de los políticos, forzando su neutralidad profesional al máximo, ha terminado criticándolos públicamente. Motivo: el pésimo cronograma de elecciones generales que, sumado a errores de inscripción y a ley de excepción, dejó este año a la Teletón fuera de juego.

Cuatro paradojas

El potente mensaje subliminal de Don Francisco –creador del evento- dice que a los ensimismados políticos no les importa perjudicar una exitosa institución de beneficencia que, como subproducto, calma la mala conciencia de muchos chilenos por lo menos cada diciembre.
Todo lo señalado podría convocar al pesimismo sin vuelta. Al desencanto en progresión geométrica. Como no es ése nuestro objetivo, anotemos cuatro paradojas compensatorias:

Primera, en el actual sistema, los políticos individualizables que se autoexilian de la política contigente, como Andrés Allamand (RN) o que renuncian a seguir compitiendo por su reelección, como Jorge Schaulsohn (PPD), no pasan al limbo de los politicos retirados. La percepción ciudadana tiende a verlos como reservas ciudadanas de nuevo tipo. Además, los respeta porque demuestran que pueden trabajar y sobrevivir sin costo para los contribuyentes.

Segunda, el éxito de diputados fiscalizadores como Lily Pérez (RN) y Nelson Avila (PPD), que suelen defender a víctimas del malestar social y denunciar corruptelas en los sectores público o privado, tiene un sentido oculto sugerente.

Sea que busquen distinguirse para efectos electorales –como dicen sus enemigos- o que actúen por simple solidaridad humana, su popularidad denuncia la falencia general de un sistema que convoca a la abulia. Dicho a la inversa, los mencionados políticos no tendrían la aceptación que tienen, si la mayoría de los parlamentarios diera prueba más frecuente de un mediano espíritu de servicio. Esto es, si Lily y Nelson no aparecieran como una excepción llamativa.

Patriarcal resistencia

Tercera, si bien el mercado domina en las nuevas generaciones de políticos, no ha quebrado la resistencia de algunos patriarcas, demostrativos en sí mismos de lo que la gente quiere (admira), políticamente hablando.

Entre ellos destaca el octogenario senador democratacristiano Gabriel Valdés, cuya voz suele alzarse como la de un moderno Catón, para denunciar que en la política “se ha bajado el nivel de respeto a valores como la rectitud, probidad y honestidad” y que “Chile ha entrado en un período de consumismo y búsqueda del lucro que corrompe los principios morales en los cuales se asienta toda sociedad”. Comentando declaraciones analizadas del sociólogo Tironi, dice apreciar su inteligencia, pero, por lo mismo, “me provoca escalofríos verlo como resbaló hacia una reverencia para el mercado”. Agrega que eso “lo hace perder de vista la jerarquía de los valores, los principios y el conocimiento de la Historia, aceptando la vulgaridad como norma si es lo que quiere el mercado”.

Análogo rol cumple el octogenario senador radical Enrique Silva Cimma, cuando denuncia los intentos de banalizar el ejercicio de la política, transformando al ciudadano en un elector consumista. “A la larga –dice-, éste será un votante sin rostro político definido, que cambiará su definición de acuerdo a la oferta que le haga el candidato”.

El octogenario Patricio Aylwin es un actor vigente de similares características. Ya había advertido, siendo Presidente, sobre el “mercado cruel”. Después, cuando cayó la directiva de la Democracia Cristiana, tras la terrible gaffe de las inscripciones nulas, fue convocado como recurso humano de emergencia, para reposicionar a su partido.

La victoria final

Cuarta, precisamente por estar excluídos del sistema político, los comunistas no han experimentado un descrédito similar al de los otros políticos. Hay quienes hasta descubren la belleza de su coherencia con sus equivocaciones históricas, y desde otros partidos ya dejaron de exigirles que se renovaran para negociar con ellos. Mientras los beneficiarios del sistema binominal compiten al margen de la sociedad real, importantes organizaciones sociales –profesores, estudiantes, médicos- eligen representantes comunistas.

De estas cuatro paradojas –puede haber algunas más- se desprende que aún falta para la victoria final de los más astutos, los menos cultos, los menos educados y los menos inteligentes. El ideologismo de mercado todavía no nos entontece del todo.


José Rodríguez Elizondo es autor del libro “Chile: un caso de subdesarrollo existoso”, publicado por la Editorial Andrés Bello de ese país. Su obra mayor consta de 16 títulos, entre cuentos, novelas, ensayos, tesis filosófico-jurídicas y reportajes.
Ha sido distinguido con el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991).
Su novela "La pasión de Iñaki" se estudia en universidades norteamericanas. Sus ensayos "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos" son referencia obligada en materia de ideologías políticas, diálogo interreligioso y conflicto israelo-palestino. Las tres obras están en el catálogo de la Editorial.



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