FILOSOFIA: Javier del Arco

La ruina de España y Europa.


Desde los acontecimientos de mayo de 1968 –me niego a calificar aquellos sucesos esperpénticos como revolución propiamente dicha-, y la proclamación por Lyotard en 1971 de “La condición posmoderna”, resulta dificil introducir consideraciones morales en el lenguaje habitual, no sólo en el político o económico, sino lo que es mucho más grave, en el cotidiano. La palabra moral ha ido desapareciendo del vocabulario al uso. Y lo ha hecho no sólo como fruto de creencias, sino también como producto de la recta razón, o como constructo social. Hay anomia es el conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o de su degradación. Y, por desgracia, también puede entrar en juego el otro significado del concepto que hace referencia a la ausencia de ley, la existencia de leyes contradictorias, o al trastorno del lenguaje que impide llamar a las cosas por su nombre.

En ese sentido, los sucesos de mayo de 1968 en Francia, y lo que luego trajeron consigo, como la aparición del miserable pensamiento postmoderno, ha posibilitado que buena parte de las élites intelectuales proyecten una influencia perversa en la sociedad europea que, posteriormente, “cruzó el charco” y se afincó en los Estados Unidos. Influencia en la filosofía, en el arte, en la ciencia, en las letras, en la política y en las costumbres privadas y públicas. Mayo del 68 y la postmodernidad nos impusieron el relativismo intelectual y moral. Los herederos del 68 y del pensamiento débil –paupérrima y grotesca expresión- nos han impuesto la idea de que todo vale, de que no hay ninguna diferencia entre el bien y el mal, entre lo verdadero y lo falso, entre lo bello y lo feo. Han querido hacernos creer que el alumno vale tanto como el maestro, que no hay que poner notas para no traumatizar a los malos alumnos, que no había diferencias de valor y de mérito. Han querido hacernos creer que la víctima cuenta menos que el delincuente, y que no puede existir ninguna jerarquía de valores. Habían proclamado que todo está permitido, que la autoridad había terminado, que las buenas maneras habían terminado, que el respeto había terminado, que ya no había nada que fuera grande, nada que fuera sagrado, nada admirable, y tampoco ya ninguna regla, ninguna norma, nada que estuviera prohibido. Eso y no otra cosa, es el sentido filosófico y político del “buenismo” y también del “personismo” europeo y español. En esa fuente ponzoñosa han bebido a grandes tragos los españoles menores de 55-60 años y hasta hoy, una parte significativa de las nuevas generaciones siguen llenando su copa hasta rebosar en la fuente del nihilismo y del exceso porque, como acertadamente ha señalado Luc Ferry, si algo caracteriza al ser humano es el exceso, eso que en lenguaje vulgar se denomina hoy, en su versión más leve, “desfase”

Ser libre parece que es equivalente a ser inmoral, promiscuo, pícaro, alternativo, contestario, irrespetuoso, desfasado… ¡Ay de aquella sociedad que no educa a sus miembros para ser verdaderas damas y verdaderos caballeros! Ocurrirá, como pasa hoy en buena parte de la sociedad española, que se transformará velozmente en zafia, ordinaria y, probablemente, peligrosa.

Hay que recordar el eslogan de Mayo del 68 colocado en las paredes de la Sorbona: “Vivir sin obligaciones y gozar sin trabas”. Así, en Francia, la herencia de Mayo del 68 destruyó la escuela de Jules Ferry (no confundir con el anterior Luc Ferry) en la izquierda francesa y la que era una escuela de la excelencia, del mérito, del respeto, del civismo; una escuela que quería ayudar a los niños a convertirse en adultos y no a seguir siendo niños grandes, una escuela que quería instruir y no infantilizar, porque había sido construida por grandes republicanos que tenían la convicción de que el ignorante no es libre.

Algo parecido a lo que aquí en España hizo Giner de los Ríos, no sin cierta ingenuidad, pero con la laudable intención de querer crear hombres íntegros, cultos y capaces, en base a la idea de que los cambios los producen los hombres y las ideas, no las rebeliones ni las guerras; su logro más lustroso fue, sin duda, la Junta de Ampliación de Estudios. Desde la perspectiva ideológica opuesta, pero con la misma rectitud en cuanto al fin, la Compañía de Jesús cultiva el talento de los que lo merecían, ya en las enseñanzas medias como en el ámbito universitario. Pero ni una u otra línea de actuación han perdurado en su calidad fundacional.

En las enseñanzas medias, y en España, fue primero la inoportuna reforma de Villar Palasí que eliminó los bachilleratos elemental y superior y, sobre todo, suprimió el curso preuniversitario, en un contexto de supuesta pre-democratización; posteriormente, los sucesivos ministros de educación socialistas, desde Maravall a Pérez Rubalcaba, darían la puntilla a la educación en España. La falta de referencia moral en este país, ha sido y es delirante. Ciertamente, la separación entre la Iglesia y el Estado, necesaria por la vulnerabilidad de ambas instituciones en los 70, se hizo de golpe, como todo en España. Pero no se buscó alternativa. Mal el Estado y muy mal buena parte de la Iglesia de entonces, desde cardenales a simples curas y frailes corroidos por las corrientes liberacionistas, socialistas, progresistas y obreristas. Ingenuamente, se pensaba que la izquierda giraría al Cristianismo. Los Llanos, Díez Alegría, Iniesta y otros, tenían mala memoria y mucha, mucha candidez. La izquierda se valió de la iglesia entre los años 1965-70 y el 1981 –hasta la feliz llegada de la doctrina y las medidas de Juan Pablo II-, la manipuló, la hirió de gravedad y casi la destruye, para seguidamente mostrar su verdedara faz a partir de 2004: su revanchismo, su odio atávico, su ateismo, su abortismo, su ideología de género, su afinidad con la eutanasia, la defensa del mal llamado matrimonio homosexual, la proliferación de las anomias y el desprecio por cualquier moral. Usaron a los “curas progrsistas” y sus comunidades de tontos útiles y por poco dejan a España sin religión. Triste legado el del cristianismo progresista.

La herencia de Mayo del 68 ha liquidado cualquier modelo educativo que transmita una cultura común y una moral compartida, cultura y moral gracias a las que todos los ciudadanos podían hablarse, comprenderse, vivir juntos. La herencia de Mayo del 68 ha introducido el cinismo en la sociedad y en la política. Han sido precisamente los pseudo-valores de Mayo del 68 y, seguidamente los de la postmodernidad entendida a la americana, los que han promovido la deriva del capitalismo. Así, se ha pasado de un modelo de ética weberiana basada en el esfuerzo, el trabajo y el mérito, a un el culto del dinero-dios, del beneficio rápido y cuanto más mejor y, por ende, de la especulación salvaje. El cuestionamiento de todas las referencias éticas y de todos los valores morales ha contribuido a debilitar la moral del capitalismo y ha preparado el terreno para el capitalismo sin escrúpulos y sin ética, para esas indemnizaciones millonarias de los grandes directivos, esos retiros blindados, esos abusos de ciertos empresarios, el triunfo del depredador sobre el emprendedor, del especulador sobre el trabajador.

Por eso los males de España son éticos antes que económicos. Con esta sociedad líquida resultará muy dificil reconstruir una sociedad coherente y una economía consistente.

El capitalismo postmoderno y advenimiento dela masa líquida.

La sociedad de hoy está conformada por una masa líquida en la agonía de la modernidad tardía. La escatología de esta modernidad postrera, supone, siguiendo la ya un poco “sobada” teoría de Thomas Khun, un cambio de paradigma que ha supuesto la emergencia del pensamiento débil o postmodernidad. En esta sociedad todo está cuestionado. Los modelos y estructuras sociales ya no perduran lo suficiente como para enraizarse y gobernar las costumbres de los ciudadanos. Por ello, sin darnos cuenta, hemos ido sufriendo transformaciones y pérdidas como la de «la duración del mundo», al par que vivimos bajo la tiranía de la caducidad y la seducción, en el verdadero «Estado» que es el marcado líquido, es decir, el dinero especulativo sin rostro ni responsabilidad.

Al haber renunciado a la memoria, nos hemos sumergido, no en el fin de la historia -¡Qué ocasión de callarse perdio Fukuyama¡-, sino en un tiempo magmático y post histórico que presagia una gigantesca fractura. La modernidad líquida esta definida por una inestabilidad asociada a la desaparición de los referentes en los que anclar nuestros referentes, valores y creencias. Tras la calma, suele venir la tempestad. Y si meterológicamente esto no se cumple exactamente, si ocurre con la sociedad y la política. Veamos.

El embrión de la masa líquida sobrevive en la incertidumbre como corresponde a una época desconocida y oscura. Vive el presente con peligrosa intensidad porque sospecha que no hay futuro para él. E intuye esa situación de peligro como producto de transformaciones como el debilitamiento de los sistemas de seguridad que protegían al individuo y la renuncia a la planificación de largo plazo: el olvido y el desarraigo afectivo, que lejos de ser consideradas –como sería lógico- situaciones duras y desgraciadas, se nos presentan por muchos poco sensatos y , sobre todo, enfermos en el alma y en el cuerpo de la peor codicia, como condición del éxito. El colmo de los despropósitos de esta sociedad sin horizonte ni más propósito que el dinero.

Esta falta de sensibilidad que no nueva sensibilidad sino absoluta carencia de ella, exige a los individuos flexibilidad, fragmentación y compartimentación de intereses y afectos, se debe estar siempre bien dispuesto a cambiar de tácticas, a abandonar compromisos y lealtades. De ahí el el miedo a establecer relaciones duraderas y a la fragilidad de los lazos solidarios que parecen depender solamente de los beneficios que generan. Pero ese nuevo estilo es sencillamente suicida. Y el producto más afinado de esa tendencia de pensamiento disolvente se llama capitalismo postmoderno. El capitalismo postmoderno nada tiene que ver con el sólido capitalismo weberiano. El nuevo peligro para el mundo civilizado es el capitalismo postmoderno que trata de suprimer dos instituciones básicas: la familia y el Estado. Sepan alemanes y franceses, nosotros nunca sabemos nada, que el capitalismo postmoderno es el enemigo número del Estado en general, de nuestra pobre e invertebrada Europa en particular –embrión enfermo que necesita una operación de urgencia-; y de los propios estados nacionales también.

Ciertamente, la esfera comercial lo impregna todo, las relaciones se miden en términos de costo y beneficio, de «liquidez» en el estricto financiero estricto que es la ideología dominante.

Bauman tiene razón en una cosa: el capitalismo postmoderno denomina privadamente «desechos humanos» para referirse a los parados, que hoy son considerados «gente superflua, excluida, fuera de juego». Hace medio siglo los desempleados formaban parte de una reserva del trabajo activo que aguardaba en la retaguardia del mundo laboral una oportunidad. Ahora, en cambio, «se habla de excedentes, lo que significa que la gente es superflua, innecesaria, porque cuantos menos trabajadores haya, mejor funciona la economía». Para la economía sería mejor si los desempleados desaparecieran. Es el Estado del desperdicio, el pacto con el diablo: la decadencia física, la muerte es una certidumbre que azota. Es mejor desvincularse rápido, los sentimientos pueden crear dependencia. Hay que cultivar el arte de truncar las relaciones, de desconectarse, de anticipar la decrepitud, saber cancelar los «contratos» a tiempo. Nacional Socialismo económico en estado químicamente puro. Y en este sentido me dan miedo los nuevos empresarios alemanes y los del este, sospechosamente amorales, que pueden tener la tentación de retomar viejas prácticas por procedimientos menos visibles, más sutiles pero no menos terribles y eficaces. Al tiempo.

Pero para que ese capitalismo prospere se requiere una masa idiota, descreida y sin valores morales: la masa líquida
El amor, y también el cuerpo decaen. El cuerpo no es una entelequia metafísica de nietzscheanos y fenomenólogos. No es la carne de los penitentes ni el objeto de la hipocondría dietética. Es el jazz, el rock, el sudor de las masas. Contra las artes del cuerpo, los custodios de la vida sana hacen del objeto la prueba del delito. La «mercancía», el «objeto malo» de Mélanie Klein aplicado a la economía política, es la extensión del cuerpo excesivo. Los placeres menos objetables como la gula se interpretan como muestra de primitivismo y vulgaridad masificada. En cambio, los más objetables moralmente, como la pasión por el poder disfrazada de pasión por la excelencia; la inmisericordia disfrazada de justicia (los anglosajones, rudos al fin y al cabo y poco helenizados y latinizados, confunden justicia con inmisericordia); la soberbia vendida como afán de superación; la zancadilla o el mobbing presentado como competitividad; el deporte masivo preñado de intereses espurios, que ese si, es el opio de pueblo.

El capitalismo postmoderno ha potenciado tres espacios o cavernas para aplicar soma anestésico, superando la ficción orwelliana, a la masa líquida: la macrodiscoteca: sexo, alcohol, ruido y drogas, incluidos; macrocentro comercial: consumo desenfrenado; y es estadio de futbol: nuevo circo romano, violento pero incruento todavía, donde se desahogan pasiones pre-belicistas, que están inscritas en el genoma humano y que se encauzan, que no domeñan, de momento por esa vía.

La identidad hoy

¿Quién soy? Esta pregunta sólo puede responderse hoy de un modo delirante, pero no por el extravío de la gente, sino por la divagación infantil de los grandes intelectuales. La identidad en esta sociedad de consumo, se recicla. Es ondulante, espumosa, resbaladiza, acuosa, tanto como su monótona metáfora preferida: la liquidez, que no lo gaseoso. Porque lo líquido puede ser más o menos denso, más o menos pesado, pero desde luego no es evanescente.
Hay que ser justos con Zygmunt Bauman. Se le considera erróneamente un pensador postmoderno pero no le cuadra este término ya que utiliza los conceptos de modernidad sólida y líquida para caracterizar lo que considera dos caras de la misma moneda.

Bauman causó cierta controversia dentro de la sociología con su aseveración de que el comportamiento humano no puede explicarse primariamente por la determinación social o discusión racional, sino más bien descansa en algún impulso innato, pre-social en los individuos. Desde fines de la década de 1990, Bauman ejerció una considerable influencia sobre el movimiento altermundista. Este "altermundismo" o "alterglobalización" utiliza tal denominación para evitar definirse por oposición y para evitar el término "antiglobalización" daría una imagen imprecisa y negativa. El nombre altermundismo viene precisamente del lema "Otro mundo es posible", nacido en el Foro Social Mundial que cada año reúne a movimientos sociales de izquierda política internacional.

No estoy de acuerdo con izquierda ideológica alguna, porque no me identifico con sus raíces positivistas, materialistas y marxistas. En España me identifico aún menos porque rechazo el revanchismo, la memoria rencorosa que no histórica, el anticlericalismo pertinaz y el odio al cristianismo en cualquiera de sus versiones. Hay valores sociales de la izquierda muy asumibles, ciertamente. Pero ello tampoco estoy a favor de un neoliberalismo y de su reciente producto: el capitalismo postmoderno. El neoliberalismo asumió en su día la tesis estadística del 60% (que deberían vivir bien o razonablemente) y el 40% (que tendrían que vivir mal necesariamente). Esta visión neoliberal del mundo, común en Estados Unidos e Inglaterra en las últimas dos décadas del pasado siglo, ha derivado, como por otra parte era previsible por la hecatombe moral que encerraba en su seno, en el fatal capitalismo postmoderno, de aparición reciente, con el siglo XXI, caracterizado por la desregularización salvaje del sistema financiero, descentralización de la producción en países terceros con mano de obra semi-esclava, mercados enloquecidos, etc. El capitalismo postmoderno es conocido por sus “logros”: quiebra de grandes bancos centenarios, especulación salvaje, robo disfrazado de ingeniería financiera, burbuja inmobiliaria, hipotecas basura, primacía de lo financiero sobre lo industrial, especulación con la deuda pública de los Estados, etc., todo ello generador de una debacle que parece conducir a Europa a un modelo 20% (que van a vivir bien) y un 80% (que vivirán francamente mal). Y, elemento clave coadyuvante es una masa idiotizada, podrida y líquida, tal y como la hemos descrito.
Javier Del Arco
Lunes, 28 de Noviembre 2011
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Este artículo es un pórtico, un prólogo al concepto mucho más complicado de “masa líquida”. Sin embargo en la concepción orteguiana de los conceptos de masa y minoría, expresada en su celebrada “Rebelión de las masas”, hay, en lo que se refiere al análisis de éstas, un fondo anticipatorio y pentecostal, una intuición sobre lo que ha llegado a ser la masa líquida en la sociedad actual. Más dura resulta la lectura de la gran obra de Elías Canetti, “Masa y Poder” pero su análisis científico de la masa, químico al fin Canetti, es más riguroso y prolijo que el de Ortega. Carece de su luminosidad, belleza y sentido prospectivo, pero su densidad permite identificar a las masas y diseccionarlas para poder estudiarlas mejor, sobre todo si lo limpiamos de reminiscencias freudianas Y yo quiero analizar la peligrosa masa por llegar, conociendo bien las anteriores. La masa líquida llega. El 15-M fue su heraldo.


“La rebelión de las masas” se comenzó a publicar en 1929 en forma de artículos en el diario El sol, y ya en 1930 como libro. Está traducido a más de veinte lenguas debido a su carácter universal y homogeneidad en los temas que aborda. Se analizan diversos fenómenos sociales como la llegada de las masas al pleno poderío social, el "lleno", las aglomeraciones de gente y a partir de estos hechos, analiza y describe la idea de lo que llama hombre-masa.
En 1937, escribe un "Prólogo para franceses" y un "Epílogo para ingleses", los cuales deben leerse después del propio libro, pues carecen de sentido propio. Según Julián Marías, la obra de Ortega está incompleta y sería El hombre y la gente el que lo completaría.

Ortega se centra en tres conceptos:

-Sociedad-masa.

-Hombre-masa.

-Minoría selecta.

Sociedad-masa

Ésta es la a falta de diferenciación interna, característica de las sociedades antiguas y la homogeneidad, debida a la abundancia económica, el desarrollo tecnológico, la igualdad política.

Hombre-masa

El hombre-masa es producto de una época que se caracteriza por la estabilidad política, la seguridad económica, la comodidad y el orden público. El mundo que rodea al hombre no le mueve a limitarse en ningún sentido sino que alimenta sus apetitos, que en principio pueden crecer de forma indefinida.

Minoría selecta

Se refiere "al que se exige más que los demás, aunque no logre cumplir en su persona esas exigencias superiores."

Según Ortega y Gasset, los elementos principales de la estructura psicológica del hombre-masa serían los siguientes: Una impresión nativa y radical de que la vida es fácil, sin limitaciones trágicas. Por tanto cada individuo medio encuentra en sí una sensación de dominio y triunfo que, le invita a afirmarse a sí mismo tal cual es, a dar por bueno y completo su haber moral e intelectual, lo que le lleva a cerrarse, a no escuchar y por tanto intervendrá en todo imponiendo su vulgar opinión sin contemplaciones, según un régimen de “acción directa”. La característica principal del hombre-masa consiste en que sintiéndose vulgar, proclama el derecho a la vulgaridad y se niega a reconocer instancias superiores a él.

Delante de una sola persona podemos saber si es masa o no. Masa es todo aquel que no se valora a sí mismo- en bien o en mal- por razones especiales, sino que se siente “como todo el mundo”, y, sin embargo, no se angustia, se siente a salvo al saberse idéntico a los demás.

Por otra parte, cuando Ortega habla de minorías, se refiere a aquel que se exige más que los demás, aunque no logre cumplir en su persona esas exigencias superiores. Por tanto, la división de la sociedad en hombres-masa y minorías excelentes no es una división en clases sociales, sino en clases de hombres.

El hombre integrante de la masa se cree que con lo que sabe ya tiene más que suficiente y no tiene la más mínima curiosidad por saber más. El hombre-masa es el hombre cuya vida carece de proyectos y va a la deriva. Por eso no construye nada, aunque sus posibilidades, sus poderes, sean enormes. Según Ortega:

La vida humana, por su naturaleza propia, tiene que estar puesta a algo, a una empresa gloriosa o humilde, a un destino ilustre o que carece de importancia.

El hombre-masa tiene varios rasgos: libre expansión de sus deseos vitales y una radical ingratitud hacia cuanto ha hecho posible la facilidad de su existencia. Es decir, sólo le preocupa su bienestar y al mismo tiempo es insolidario con las causas de ese bienestar. Uno y otro rasgo componen la psicología del niño mimado. El hombre-masa es el niño mimado de la historia.

El hombre-masa es incapaz de otro esfuerzo que el estrictamente impuesto como reacción a una necesidad externa. El centro del régimen vital del hombre-masa consiste en la aspiración a vivir sin supeditarse a moral alguna.

Como ha señalado recientemente Sánchez Cámara en un interesante artículo publicado en el diario ABC, “La rebelión de las masas” no se trata de un libro político sino filosófico. Y así también lo veo yo.

Algunos comentaristas de José Ortega y Gasset no andan muy finos cuando analizan los conceptos de masa y minoría. Aciertan cuando establecen que el concepto hombre-masa no se refiere a la clase baja, sino que trata del tipo de persona que se refleja en él, que se considera lleno de derechos pero sin ningún deber, el que tiene un nombre y se permite hacer lo que le plazca.

Sin embargo, no se han actualizado cuando definen como minoría aquella que antepone los deberes a los derechos, la que tiene un mayor nivel de exigencias que el resto y trata de encontrar la solución a los problemas por sí misma. Representa la excelencia. Y eso hoy no es así, pues hay minorías positivas y otras muy negativas. El intelectualismo de los seguidores orteguianos, les conducía, ingenuamente, a identificar minoría con grupo intelectualmente selecto, y han caído en dos errores: el primero de ellos, respetar a todo grupo intelectualmente selecto sin introducir importantes cautelas éticas y morales; el segundo identificar el conocimiento con lo bueno olvidando que el verdadero mal viene en parte también por un la aplicación torcida y perversa de un conocimiento. Afirmo que ni la sabiduría, ni la ciencia, ni la tecnología, son neutrales y, sobre todo, no lo son en sus efectos. Hay minorías excelsas que se identifican con el bien verdadero y, casi todas ellas son fáciles de identificar por dos características: la búsqueda de la propia perfección moral por la vía del conocimiento y la praxis y la dedicación al otro, al semejante, como praxis de un conocimiento y la Areté o Virtus, previamente adquiridas; el otro, su rostro, su mirada, es el complemento indispensable de una perfección individual y general.

Hay que hacer un breve “excursus” sobre la Areté. Según Hipias el fin de la enseñanza era lograr la "areté", que significa capacitación para pensar, para hablar y para obrar con éxito. La excelencia política ("ciudadana") de los griegos consistía en el cultivo de tres virtudes específicas: andreia (Valentía), sofrosine (Moderación o equilibrio) y dicaiosine (Justicia): estas virtudes formaban un ciudadano relevante, útil y perfecto. A estas virtudes añadió luego Platón una cuarta, la Prudencia, con lo que dio lugar a las llamadas Virtudes cardinales: la prudencia, la fortaleza y la templanza se corresponderían con las tres partes del alma, y la armonía entre ellas engendraría la cuarta, la justicia. En cierto modo, la areté griega sería equivalente a la virtus, dignidad, honor u hombría de bien romana.

Todo esto es requerido, al menos en sus intenciones y fines, a una determinada minoría para ingresar en el ámbito de la excelencia, porque la cuestión no sólo radica en hacer bien las cosas, sino en el modo de hacerlas y en el fin al que se orientan, de manera que estos tres ámbitos: resultado, método y fin estén incluidos en el orden moral de la filosofía natural.

La masa va engullendo a las minorías, eso es cierto. Los individuos caen en ella, evitando así ser objeto de sus críticas. La masa establece entonces su propia sociedad, es decir, sus propias leyes y normas hechas a su medida. La democracia, entonces, no puede aplicarse por igual en todos los campos.

Pero quizá para entender el riesgo de la masa sea preciso leer y releer el libro de Elías Canetti, “Masa y Poder”.

Canetti establece pronto que nada teme el hombre más que ser tocado por lo desconocido. En todas partes el hombre elude el contacto con lo extraño. Aún cuando nos mezclamos con la gente en la calle, evitamos cualquier contacto físico. Si lo llegamos a hacer, es porque alguien nos ha caído en gracia. La rapidez con que nos disculpamos cuando se produce un contacto físico involuntario, pone en evidencia esta aversión al contacto.

Solamente inmerso en la masa, puede liberarse el hombre de este temor a ser tocado. Es la única situación en la que ese temor se convierte en su contrario. Para ello es necesaria la masa densa, en la que cada cuerpo se estrecha con el otro; densa, también, en su constitución cívica, pues dentro de ella no se presta atención a quién es el que se estrecha contra uno. En cuanto nos abandonamos a la masa, dejamos de temer su contacto. Llegados a esta situación ideal, todos somos iguales.

La compulsión a crecer es la primera y suprema característica de la masa. Incorpora a todos los que se pongan a su alcance. La masa natural es la masa abierta, sin límites prefijados. Con la misma rapidez que surge, la masa se desintegra. Siempre permanece vivo en ella el presentimiento de la desintegración, de la amenaza y de la que intenta evadirse mediante un crecimiento acelerado. La masa cerrada renuncia al crecimiento y se concentra en su permanencia, busca establecerse creando su propio espacio para limitarse.

El fenómeno más importante que se produce en el interior de la masa es la descarga. Es el instante en que todos los que forman parte de ella, se deshacen de sus diferencias y se sienten iguales. Las jerarquías que dividen, las individuaciones que diferencian, las distancias que separan; todo esto queda abolido en la masa. Únicamente en forma conjunta pueden liberarse los hombres del lastre de sus distancias. En la descarga se despojan de las separaciones y todos se sienten iguales. En la densidad cada cual se encuentra tan próximo al otro como a sí mismo, lo que produce un inmenso alivio. Y es por mor de este instante de felicidad, en el que ninguno es más ni mejor que el otro, como los hombres se convierten en masa.
Javier Del Arco
Viernes, 11 de Noviembre 2011
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4votos

Bitácora

La cuestión es ¿puede haber una idea general de justicia en una sociedad como la española en la actualidad? Yo creo que no y lo fundamento en lo siguiente: existe una crisis moral profunda del ejercicio de la política y, por ende, de la justicia y el derecho. Y esa crisis moral se debe a varios factores. Señalaremos, por razones de espacio, tan sólo algunos de ellos:


1. El éxito como fin y no como medio, como algo individual y no colectivo. El fin último del quehacer político, no debe ser el éxito. Éste genera soberbia, aturde al individuo y lo separa de la realidad cotidiana, del sufrimiento cotidiano de los administrados, le hace ajeno a la percepción de lo importante. La política no puede conllevar ánimo de lucro alguno, sino que el trabajo que supone, un trabajo arduo y entregado, debe ser retribuido austeramente, moderadamente. Un político de la Restauración, ministro varias veces y brillante abogado, decía en su casa cuando vislumbraba una cartera ministerial en su camino vital: “apretaros el cinturón que me van a hacer ministro”. La política debe ser, ante todo, un compromiso con la justicia, que ha de aplicarse el político de manera estricta y rigurosa, en primer lugar a sí mismo. Ciertamente, un político buscará el éxito, sin el cual nunca tendría la posibilidad de una acción política efectiva. Pero otro éxito, no el propio. El éxito de los ciudadanos, de la nación, de los proyectos razonables. El éxito está subordinado al criterio de la justicia, a la voluntad de aplicar el derecho y a la comprensión del derecho. El gran riesgo del éxito es la seducción de la soberbia, la suficiencia, una ética de la convicción absoluta –más producto de la soberbia misma que de la convicción en algo- que excluye el necesario equilibrio con la ética de la responsabilidad. Y de la soberbia se pasa a otros males mayores y, de esta forma, se abre la puerta a la relativización y a la apropiación del derecho por una facción partidaria lo que inexorablemente conduce a la destrucción de la justicia. Si el derecho decae ¿Qué queda del Estado? Pues o el Estado totalitario, una cuadrilla de ladrones en el poder, o el Estado líquido, una cuadrilla de débiles e inconsecuentes personajes desgobernando la nación y deshaciendo la sociedad, con el pretexto de destruir todo gran relato. ¡Qué desastre! ¡Qué inmenso desastre ha sido la opción por el “buenismo”! Éste que no significa y representa lo que es bueno, sino su lastre y su caricatura.

2. La ausencia de recto criterio y la incapacidad para distinguir entre el bien y el mal, entre el derecho verdadero y el derecho sólo aparente. Para mí se parte de un error de principio, error que ha de corregirse jurídicamente, Es un error delicado y controvertido cuya exposición me traerá muchas críticas que, de antemano, asumo. El error que se comete no es otro que confiar toda ley a la suficiencia del criterio de la mayoría, sin otros límites que su propia voluntad.

Sin embargo, la democracia no puede ser ilimitada, sino que debe ceñirse a aquellas funciones que le son propias. La democracia es un instrumento útil, mas no pasa de ser eso: un instrumento, y no un fin en sí misma. Una decisión injusta no es menos injusta o más legítima por el hecho de que haya sido votada por mayoría. Hay ciertas cosas que no son discutibles y que han de quedar fuera del alcance del poder de la democracia. ¿Quién se atrevería a someter a sufragio la ley de la gravedad? Por ese mismo motivo, ninguna mayoría puede destruir ese orden espontáneo de que hablábamos, ni podrá negar, por ello, la propiedad privada, la libertad individual o el derecho a la vida. Los derechos individuales no son discutibles, tienen un valor absoluto que ninguna mayoría o parlamento, por muy democráticos que sean, pueden discutir. Que la democracia sea el mejor sistema político que conocemos no significa que el deba decirnos el número de hijos que debemos tener, el coche que debemos comprar, o las ideas que debemos sostener deban decidirse por mayoría, como implicaría el llevar hasta sus últimas consecuencias el principio de la soberanía popular.

Es por eso que siento verdadero pavor cuando escucho reivindicaciones de democracia económica, empresarial, familiar o social, que implican extender la democracia a todos los ámbitos de la vida, lo que nos conduciría a un despotismo como no se ha conocido otro. La democracia es un buen sistema que, no obstante, puede degenerar en totalitario si no se le ponen límites, como ya observaron pensadores de la talla de Edmund Burke, quien advertía de que:

«En una democracia, la mayoría de los ciudadanos es capaz de ejercer la más cruel represión contra la minoría»

Por lo tanto, frente al democratismo de carácter colectivista que entroniza la soberanía nacional, debemos contraponer modelo de libertad que propone la soberanía individual. Esto es, sólo el individuo -y no la colectividad, ni el Estado ni cualesquiera otras fuerzas sociales- es el soberano. Pero lo es únicamente en el ámbito de su propia vida, por lo que no debe pretender alterar coactivamente esos órdenes espontáneos preexistentes que son el Derecho Natural, la Constitución Histórica y la Tradición, precisamente porque son esos órdenes los que permiten que pueda ejercer esa soberanía de la que es titular, libre de la influencia tiránica del Estado y de la mayoría. La soberanía individual es un concepto genuinamente liberal que fue formulado magistralmente por John Stuart Mill del siguiente modo:

«La única finalidad por la cual el poder puede ser ejercido sobre un miembro es evitar que perjudique a los demás. Nadie puede ser obligado a realizar o no realizar determinados actos ni aunque así fuese la opinión de los demás»

Pregunto entonces: ¿Quién me defiende de un médico o político que pretenda someterme a una mal llamada “eutanasia positiva”? ¿O quien defiende a un nasciturus que no se puede defender? El Estado líquido hace dejación de aquellas obligaciones que le incomodan para satisfacer al populacho y obtener su favor condenando inocentes y dando rienda suelta a las pasiones de la ignorancia. Hace leyes para complacer a sus acólitos, no tanto conformes a derecho, como orientadas a socavar instituciones fundamentales y seculares que constituyen la columna vertebral de toda sociedad bajo pretexto de que ésta –mejor dicho, una parte pequeña pero ruidosa de ella, mediáticamente alentada- lo demanda, y la ciencia actual lo posibilita con pocos escrúpulos. El derecho queda constreñido dentro de un agobiante e insano positivismo jurídico.

El principio de la mayoría no basta. En el proceso de formación del derecho, una persona responsable debe buscar los criterios de su orientación. En democracia, en algunas ocasiones, no es fácil ni evidente conciliar la ley con la justicia. Sólo aquello que es verdaderamente justo puede transformarse en ley. Pero hoy en día, ¿Qué es justo respecto a las cuestiones antropológicas fundamentales y, por tanto, con auténtica capacidad de plasmarse en derecho vigente? Pues seguir la senda de la recta razón dictada por el estricto conocimiento del hecho bio-antropológico. Hay un suceso sobre el que no cabe duda y es valido para todos los seres vivos, hombre incluido: la necesidad de preservar todo patrimonio genético natural individual en cualquier estadío de su desarrollo, que cobra un valor incalculable en el caso del ser humano. No se puede segar una vida en ningún momento de su existencia porque ningún ser humano es justo que prive a otro de su don más preciado: la vida. Esa batalla, que parece ganada en el caso de la pena de muerte, se está perdiendo, en las sociedades más avanzadas, por la interrupción voluntaria del embarazo. Y esta tremenda y atroz realidad, en la que al amparo de la ley se mata impunemente a un ser humano genéticamente completo y vivo, tiene uno de sus orígenes, si no el principal, en la ideología de género Siempre he sido partidario de la igualdad de derechos y oportunidades del hombre y la mujer; nadie debe prevalecer sobre nadie por el sexo que tiene. Pero una cosa es la plena igualdad, necesaria, deseable y lógica y otra muy distinta, la ideología de género. El feminismo es un mal de nuestro tiempo, como lo ha sido el machismo hasta épocas recientes. Un error ha llevado a otro error, una situación injusta conduce a otra por lo menos tan injusta como la precedente y la causa de ambos radica en el egoísmo personal y colectivo, la torcida voluntad de poderío, la ambición y la ignorancia, la profunda ignorancia del ser humano, incluso del culto, refinado y erudito que, salvo notorias excepciones, conduce al mal. El feminismo, como el machismo, son degeneraciones de la recta razón y de la ley natural.

Para evitar juicios precipitados sobre estas líneas y a fin de clarificar mi posición dese el principio diré que no estoy abogando por un derecho religioso ni por un ordenamiento jurídico revelado, nada de eso; antes bien todo lo contrario, propugno un derecho fundamentado en la filosofía –ciencia primera que la sociedad líquida quiere debilitar o destruir porque le incomoda-, que reconozca a la razón y la naturaleza, en su mutua relación, como fuente jurídica válida para todos. Y todo ello, enmarcado en el reconocimiento del libre albedrío y el respeto a la conciencia de cada uno, es decir en términos heideggerianos, la razón abierta al lenguaje del ser.
Javier Del Arco
Viernes, 28 de Octubre 2011
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Bitácora

Ingresamos en la Red y buscamos en un foro cualquiera lo que se entiende por sociedad líquida. El foro está elegido al azar, se denomina Chiquiworld, y no lo conozco. La pregunta la responde con suma precisión Eric González, que no sé quién es, pero no importa; ofrece una respuesta clara y correcta:

"Bauman afirma que la vieja sociedad sólida, construida sobre bases estables como la familia, el empleo o las instituciones políticas, se ha desvanecido y que la posmodernidad ha roto todos los anclajes. Nos movemos en un entorno precario y cambiante, en el que antiguos valores como la fidelidad, la duración o la renuncia han perdido su significado. Eso es la sociedad líquida. Algunos hablan ya de sociedad gaseosa. Los individuos y las instituciones flotamos a la deriva".

No se puede definir la sociedad líquida de manera más clara, aunque los puristas opinen que esta definición sea incompleta, requiera de matices, ampliaciones, más lecturas...bueno, sí, es cierto, pero resulta muy sincera y orientadora.

¿Y qué dicen los "foreros"?

Que les parece corta, arcaica, demodé, cavernícola, apocalíptica, lúgubre...

Me quedo pasmado. Los foreros han traspasado la sociedad líquida, la gaseosa, y la sociedad en general; viven o dicen vivir en la no-sociedad, en la mépolis -no ciudad-, de Félix Duque, aunque nada saben de este excelente profesor de filosofía. Ni falta que les hace. Pues, ¿en qué mundo viven?

En el de la nada, en el vacío, en el nihilismo más absoluto.

Ese vacío se caracteriza por un sincretismo entre lo predicado por el capitalismo tardío, la pasión por el dinero y por el ego, y por el post-marxismo postmoderno: no hay grandes relatos, no hay otra moral que la que dicte el derecho positivo puro -reducción de la ética a la ley positiva-; no hay verdad ni veracidad, hay ciencia positiva que estudia los hechos analíticamente y deconstruye toda hipótesis, de forma que nada es seguro. Ni siquiera lo es la res cogitans -materia pensante- de Spinoza porque el cerebro nos engaña y no habiendo otra cosa ¿de quién me fío? De mí, de mi placer, de mi momento...Carpe diem, placer, circo, juego. Sociedad lúdica con un destino trágico que subyace a todo nihilismo. No hay sitio para esperanza alguna.

¡Qué mal se ha leído a Nietzsche! Nadie, y los post-estructuralistas post-modernos menos, han entendido lo que la vida y la filosofía de Nietzsche suponen. Estas son, en su conjunto, el grito desgarrador de quien se ha conducido conscientemente al nihilismo y ha sido seducido por él; hay en sus palabras un sincero grito de desesperación trágica que atraviesa toda su filosofía, un grito profético de locura y angustia de muerte que anticipó su final. La grandeza de la filosofía de Nietzsche reside, no en este o en aquel fragmento; se halla, más bien, en la contemplación aterrada del espectador ante su pasión inversa y trágica que no es redentora, sino demoledora.

Pero ahí comenzó todo. Y de aquello, pasamos por lo que Eric Hobsbawm llamó "La era de las catástrofes de 1914-1945". Tras la tragedia intelectual que supuso el mayo francés 1968, nació la post-modernidad, lo que ha supuesto uno de los aconteceres más desastrosos de la historia del pensamiento europeo. "No es después (de la modernidad, se entiende), sino distinto" afirma con lucidez Quintín Racionero. Claro que es diferente. Como que de un paradigma filosófico desajustado y gastado, pero sólido, pasamos a un pensamiento débil, a una sociedad gaseosa. O lo que es peor a una sociedad sin pensamiento, a una sociedad escatológica o de las postrimerías.

No es pesimismo. Es escuchar el clamor de la calle. Sumergirse, más allá de los academicismos, en las masas y oírlas. Resulta aterrador ver que la rebeldía, que la violencia incluso, que los ideales de lucha, se han tornado en pulsiones de placer, de consumismo, de abandono, de moral doble, de orgía y egoísmo cínico. Triunfa Sloterdijk, declina Habermas. No hace falta más que echar un vistazo a África para ver en que quedan las huecas palabras vendidas tras el noble término de solidaridad.

Mi proyecto es repensar lo sólido para recomponerlo en un contexto actualizado y demoler el siniestro edificio nihilista, líquido o gaseoso, comenzando por aquella tarea que me parece más urgente: repensar la justicia. De algún punto habría que partir y yo he elegido ese.
Javier Del Arco
Lunes, 17 de Octubre 2011
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Editado por
Javier Del Arco
Ardiel Martinez
Javier del Arco Carabias es Dr. en Filosofía y Licenciado en Ciencias Biológicas. Ha sido profesor extraordinario en la ETSIT de la UPM en los Masteres de Inteligencia Ambiental y también en el de Accesibilidad y diseño para todos. Ha publicado más de doscientos artículos en revistas especializadas sobre Filosofía de la Ciencia y la Tecnología con especial énfasis en la rama de la tecno-ética que estudia la relación entre las TIC y los Colectivos vulnerables.




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